El principito - Antoine de Saint-Exupéry - E-Book

El principito E-Book

Antoine de Saint-Exupéry

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Beschreibung

Le Petit Prince es la novela más conocida de Saint- Exupéry. Publicada en 1943, es el libro en francés más leído y traducido de la historia de su país, y uno de los más vendidos de todos los tiempos. Tras un aparente relato infantil, el autor aborda la soledad, el sentido de la vida, la amistad, el amor y la pérdida. Las ilustraciones de esta nueva traducción están inspiradas en las originales del autor.

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Seitenzahl: 66

Veröffentlichungsjahr: 2025

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ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY

EL PRINCIPITO

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Le petit prince, de Antoine de Saint-Exupéry.

© 2025 de la versión española, realizada por Sandra Caula.

© 2025 ilustraciones realizadas por Juan Juvancic

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa) : 978-84-321-7075-1

ISBN (edición digital) : 978-84-321-7076-8

ISBN (edición bajo demanda) : 978-84-321-7077-5

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

XXIV

XXV

XXVI

XXVII

Coda

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Dedicatoria

Comenzar a leer

A Léon Werth

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a un adulto. Tengo una disculpa de peso: este adulto es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra disculpa: este adulto es capaz de entender todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera disculpa: este adulto vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Tiene mucha necesidad de consuelo. Si todas estas disculpas no bastan, quisiera dedicar este libro al niño que antes fue este adulto. Todos los adultos han sido niños primero (pero pocos lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria:

A Léon Werth, cuando era niño

I

Cuando tenía seis años, vi una vez una imagen magnífica en un libro sobre la selva virgen que se llamaba Historias reales. Representaba una serpiente boa que se tragaba una fiera. Esta es una copia del dibujo.

Decía en el libro: «Las boas se tragan su presa entera, sin masticarla. Luego ya no pueden moverse y duermen durante los seis meses de su digestión».

Entonces reflexioné mucho sobre las aventuras de la selva y, yo también, logré trazar mi primer dibujo con un lápiz de color. Mi dibujo número 1. Este era así:

Mostré mi obra maestra a los adultos y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.

Me respondieron: «¿Por qué daría miedo un sombrero?».

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa, para que los adultos pudieran comprender. Ellos siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Los adultos me aconsejaron dejar los dibujos de serpientes boas, abiertas o cerradas, e interesarme más bien por la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Fue así como, a los seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor. Me había desalentado el fracaso de mi dibujo número 1 y de mi dibujo número 2. Los adultos nunca comprenden nada solos y es fatigoso, para los niños, darles explicaciones una y otra vez.

Tuve entonces que elegir otro oficio y aprendí a pilotar aviones. Volé bastante por el mundo. Y la geografía, es verdad, me ha servido de mucho. De un vistazo, sabía distinguir China de Arizona. Eso es muy útil si uno se ha perdido de noche.

He tenido así, durante mi vida, infinidad de contactos con infinidad de personas serias. He vivido mucho entre los adultos. Los he visto muy de cerca. Mi opinión no ha mejorado demasiado.

Cuando encontraba uno que me parecía un poco lúcido, le hacía la prueba de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si era verdaderamente comprensivo. Pero siempre me respondía: «Es un sombrero». No le hablaba entonces ni de serpientes boas, ni de selvas vírgenes, ni de estrellas. Me ponía a su altura. Le hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y el adulto se sentía muy contento de conocer a un hombre tan razonable.

II

Así había vivido solo, sin nadie con quien hablar de verdad, hasta que tuve una avería en el desierto del Sahara, hace seis años. Algo se descompuso en mi motor. Y como no venían conmigo ni mecánico ni pasajeros, me preparé para intentar, sin ninguna ayuda, una reparación difícil. Para mí era un asunto de vida o muerte. Apenas tenía agua de beber para ocho días.

Dormí, pues, la primera noche sobre la arena, a mil millas de cualquier tierra habitada. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imaginen entonces mi sorpresa cuando, al amanecer, una vocecita extraña me despertó. Decía:

—¡Por favor…, dibújame un cordero!

—¡¿Cómo?!

—Dibújame un cordero…

Me puse en pie de un salto, sorprendido como si me hubiera caído un rayo. Me froté los ojos. Miré atento. Y vi a un hombrecito absolutamente extraordinario que me observaba con seriedad. Este es el mejor retrato suyo que luego pude hacer. Pero mi dibujo, claro, es mucho menos encantador que el modelo. Eso no es culpa mía. Los adultos me desalentaron en mi carrera de pintor cuando tenía seis años, y no aprendí a dibujar nada, salvo las boas cerradas y las boas abiertas.

Miré, pues, esta aparición con los ojos desorbitados de sorpresa. No olviden que estaba a mil millas de cualquier región habitada. Mi hombrecito no parecía extraviado, ni muerto de cansancio, ni de hambre, ni de sed, ni de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en medio del desierto, a mil millas de cualquier región habitada. Cuando al fin logré hablar, le dije:

—Pero… ¿qué haces aquí?

Y él me repitió entonces, con mucha suavidad, como si fuera un asunto muy serio:

—Por favor…, dibújame un cordero… Cuando el misterio es demasiado impresionante, uno no se atreve a desobedecer. Por absurdo que me pareciera aquello a mil millas de cualquier lugar habitado y corriendo peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una estilográfica. Pero recordé entonces que había estudiado principalmente geografía, historia, cálculo y gramática, y le dije al pequeño (un poco malhumorado) que no sabía dibujar. Me respondió:

—No importa. Dibújame un cordero. Como nunca había dibujado un cordero, volví a hacer para él uno de los dos dibujos que sabía. El de la boa cerrada. Y quedé estupefacto de oír al pequeño responderme:

—¡No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa, y un elefante muy grande. Vivo en un lugar muy pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.

Así que dibujé.

Él miró atentamente, luego dijo:

—¡No! Este ya está muy enfermo. Hazme otro.

Dibujé.

Mi amigo sonrió amable, condescendiente.

—Puedes ver que… no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…

Volví pues a hacer mi dibujo:

Pero lo rechazó, como los anteriores:

—Este está muy viejo. Quiero un cordero que viva por mucho tiempo.

Entonces, irritado, porque tenía prisa por comenzar a desmontar mi motor, garabateé este dibujo:

Y solté esto:

—Esa es la caja. El cordero que quieres está adentro.

Pero me sorprendió ver que el rostro de mi joven juez se iluminaba:

—¡Es exactamente como lo quería! ¿Crees que este cordero necesitará mucha hierba?

—¿Por qué?

—Porque vivo en un lugar muy pequeño…

—Habrá suficiente, seguro. Te he dado un cordero muy pequeño.

Inclinó la cabeza hacia el dibujo:

—No tan pequeño que… ¡Anda! Se quedó dormido…

Y así fue como conocí al principito.

III