El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica - Juan Villoro - E-Book

El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica E-Book

Juan Villoro

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Beschreibung

Cremallerus, el más científico entre los malvados y el más malvado entre los científicos, detesta todo y a todos, pero a nadie como al profesor Zíper, después de que lo venciera en una competencia de científicos con su audaz invento: una cuerda mágica que da el "sol" más puro del planeta y brilla en la oscuridad. La furia y la envidia de Cremallerus lo llevan a idear un plan invencible que pone en peligro la vida de Ricky Coyote, guitarrista y líder de Nube Líquida. Durante semanas los mejores guitarristas del mundo audicionan para remplazar a Ricky, pero ni el más audaz es capaz de imitarlo. Ahora el futuro de la banda está en peligro, la única forma de salvarla es conseguir otra cuerda de sol. Para ello, Pablo Coyote tendrá que encontrar al profesor Dignísimus Zíper, pero no será fácil localizarlo. Además, el famoso científico está demasiado ocupado con su nuevo invento: la pastilla para ver películas. ¿El ingenio de Zíper será suficiente para derrotar a su archienemigo, creador de los más espantosos experimentos?

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Primera edición, 2016Primera edición electrónica, 2016

© 2016, Juan Villoro por el texto © 2016, Rafael Barajas, El Fisgón, por las ilustraciones

D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Colección dirigida por Socorro Venegas Edición: Angélica Antonio Monroy Diseño: Miguel Venegas Geffroy

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4223-3 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

JUAN VILLORO

ilustrado por

RAFAEL BARAJAS, EL FISGON

Índice

¿Hay algo más temible que la Mortadela salvaje?

La nube que viajaba en avión

Tremendo accidente

Se solicita guitarrista

Primer día: En busca del profesor Zíper

Segundo día: 40 mortadelas y ni un vaso de agua

Tercer día: Miércoles de internet

Cuarto día: Un chocolate a la velocidad de Plutón

Quinto día: Reparando el espejo

Sexto día: Las tres tiendas

Séptimo día: El lado oscuro del brócoli

Octavo día: La furia de Cremallerus

Noveno día: Zíper contra Cremallerus

Décimo día: Gran concierto de rock

¿Hay algo más temible que la Mortadela salvaje?

El profesor Cremallerus se acostaba a las ocho de la noche, después de cenar sus galletas de animalitos. Despertaba a las cinco de la mañana y se cepillaba los dientes seis veces y la lengua cuatro (creía que los virus le tenían un odio personal).

Luego se dedicaba a sus espantosos experimentos. Cremallerus usaba toda su ciencia para perjudicar al prójimo.

Ser tan pero tan malo cuesta mucho trabajo, y Cremallerus se cuidaba como un atleta para que todas sus energías se concentraran en fastidiar. Bebía la leche supervitaminada que inventó un científico de la competencia. Bueno, para él todos los científicos eran de la competencia. En especial uno.

Sí, Cremallerus odiaba a la humanidad, pero sobre todo al profesor Zíper. Había que ver con qué furia mordía sus sapos y ranas de galleta cuando alguien mencionaba a su rival:

—¡Zíper es una mortadela!

Hay que decir que Cremallerus era maligno, pero no dominaba el arte de los insultos. Creía que “mortadela” era la máxima ofensa.

Odiaba a Zíper por tantas razones que muchas ya se le habían olvidado.

La furia nació cuando Zíper lo derrotó en una competencia de científicos. Cremallerus había inventado un remedio para la gripe, que presentó en un frasco negro, un poco feo, que sin embargo entusiasmó al público: “¡Al fin un invierno sin catarro!”, gritaron muchos. La noticia parecía buena, sal-vo para los vendedores de bufandas. La felicidad de Cremallerus fue inmensa hasta que Zíper descubrió que el jarabe tenía tres defectos:

1. Sabía a chorizo (Zíper era muy aficionado al chorizo, pero no en jarabe).

2. Producía un terrible estreñimiento (Susanita Vega, la primera mujer en curarse para siempre de la gripe, pasó 40 días sin echar nada de nada). Y…

3. Con el remedio se perdía el gusto de estornudar.

Este último argumento fue el que más convenció a los científicos: “¡Un mundo sin estornudos sería aburridísimo!”, gritaron.

De nada sirvió que Cremallerus acusara a Zíper de ser agente de los vendedores de bufandas.

Después de su derrota, Cremallerus tiró al río el tanque de jarabe que había preparado (nadie sabe si los peces se curaron de gripe y dejaron de ir al baño).

A pesar de su avanzada edad, Zíper conservaba una larga cabellera. Y Cremallerus era calvo. Calvo como una rodilla.

Por si fuera poco, Zíper se había vuelto famoso de Australia a Tampico por inventar una cuerda para guitarra eléctrica. Y Cremallerus detestaba el rock.

Zíper había creado una cuerda especial que vibraba en la fabulosa guitarra eléctrica de Nube Líquida, el conjunto que llevaba vendidos 673 951 billones de discos.

Las revistas de rock solían publicar fotos del genial profesor. Cremallerus miraba con envidia esa cabellera larga y blanca, típica de los científicos que ganan el Premio Nobel.

La verdad es que Zíper no había ganado el Nobel, ni falta que le hacía. Estaba demasiado ocupado con su nuevo invento: la pastilla para ver películas. Zíper era famoso pero modesto, rara combinación. No le interesaban los reconocimientos y vivía en un lugar muy apartado: Michigan, Michoacán, rodeado de sus estupendas colecciones de discos y películas. Cada miércoles subía a la red alguno de sus descubrimientos y no se molestaba en cobrar.

En casa de Cremallerus, los tubos de ensaye burbujeaban sin parar; los estantes estaban atiborrados de frascos con eti-quetas, como “Cápsulas de rencor”, “Furia en polvo”, “Hojuelas vengativas” y, su favorita, “Mortadela salvaje”. Cada vez que Zíper tenía un éxito, Cremallerus se ponía peluca para jalarse los pelos de desesperación:

—¡Algún día tragarás mi Mortadela salvaje! —gritaba.

Así lo encontró su ama de llaves, que cada tercer día barría las migajas de galleta que el profesor dejaba en su laboratorio.

—¿Qué le pasa, profesor?

— Consumatum est —dijo el profesor, que en latín significa más o menos “este arroz ya se coció”. Cremallerus le hablaba en griego o en latín para que ella no le entendiera. La buena mujer sólo conocía una palabra en griego (“taxi”) y una en latín (“súper”), de manera que lo único que podía decir en lenguas clásicas era:

—¿Voy en taxi al súper?

—Vale —respondía el profesor, que en latín quiere decir “okey”.

Luego seguía con sus furiosos experimentos, enojado minuto a minuto.

Cremallerus detestaba todo, pero ciertas cosas le merecían un odio más refinado, de gran conocedor.

Entre ellas, el rock.

Cremallerus dormía abrazado a una bolsa de galletas por si una pesadilla le abría el apetito. Las paredes de su cuarto estaban cubiertas de corcho y sus oídos tenían tapones de al-godón. ¡Y aun así se colaban los ruidos! ¿O se trataba de pura fantasía? El rock lo obsesionaba tanto que se sabía de memoria todas las canciones de Nube Líquida. Bajo sus cobijas, con dos almohadas en la cabeza, creía distinguir el zumbido de Labios de chocolate, el último éxito del grupo.

“¡Qué estupidez llamarse Nube Líquida! ¿Qué les costaba ponerse Lluvia?”, pensaba el profesor. Luego recordaba la cuerda mágica que había confeccionado Zíper, veía la brillante guitarra eléctrica y gritaba:

—¡Es por culpa de él, de esa mortadela con patas!

Todas las noches planeaba su venganza.

Una mañana despertó con la mente más despejada de lo normal, pues había olvidado cenar sus galletas de animalitos.

—¡Ya lo tengo! —gritó eufórico.

El mejor grupo de rock estaba en peligro.

La nube que viajaba en avión

Nube Líquida acababa de terminar su gira por 36 países. Sus conciertos habían llenado los más grandes estadios de futbol, y es que con ellos todo era grande: unas 50 mil chicas llega-ban con la boca pintada de café para cantar Labios de chocolate y desmayarse cuando Ricky Coyote, guitarrista y líder del grupo, interpretaba su solo de una hora.

Nube Líquida viajaba gratis en dos aviones jumbo. Las aero-líneas se peleaban por transportar al célebre grupo; después de revisar ofertas, el mánager había escogido a una compañía de la India (con capitanes suizos) que sólo se retrasaban cuatro minutos cada diez años. A cambio, el conjunto aceptó posar para una foto publicitaria, bajo la frase: “La única nube que viaja en avión” .

El avión Nube I llevaba a los músicos y el Nube II a los amplificadores. En la gira se usaban tantos amplificadores como para construir la Muralla China.

Nube I estaba adaptado para satisfacer todos los caprichos del conjunto. Había camas de agua, mesas de billar, cine y una cocina a cargo del chino Peng. A la hora del almuerzo, un sabroso vapor anunciaba el “Pato a la Peng”.

A pesar de las comodidades, después de tocar en 36 países el conjunto estaba agotado. Hasta Gonzo Luque, el fornido baterista, daba muestras de cansancio.

Gonzo era un coloso capaz de levantar en vilo un refrigerador y, si estaba de malhumor, tirarlo a la piscina del hotel. Sin embargo, ahora se veía ojeroso y desinflado. Ni siquiera quiso ir a la sala de cine a ver sus caricaturas favoritas. Durante las diez horas de vuelo, Gonzo Luque roncó con gran potencia.

Ruperto Mac Gómez era el guapo del conjunto. Muy pocos lo sabían, pero en las noches se ponía crema de pepino para no arrugarse. Los expertos calculaban que el día en que se casara por lo menos 25 765 muchachas se suicidarían. La verdad sea dicha, no tocaba muy bien el bajo. ¡Pero era tan bello! También él revelaba los efectos de tantos conciertos de siete horas. Apenas subió a Nube I, su esbelto cuerpo se ex-tendió en una de las camas, junto a su guitarra de cuatro cuerdas.

Nelson Farías, conocido como el Señor de los Teclados, capaz de tocar tres pianos al mismo tiempo, estaba cansadísimo pero padecía insomnio, de modo que se entretenía jugando a las preguntas indiscretas con la rubia Peggy.

Según una revista de chismes, Peggy había sido novia de Ricky, Gonzo y Nelson. Sólo el hermoso Ruperto la había rechazado.

Y a todo esto, ¿dónde estaba Ricky Coyote? En ningún sitio del Nube I. Esta vez viajaba en el Nube II. Era tan perfeccio-nista que quiso revisar el equipo durante el viaje de regreso.

Una manada de reporteros esperaba a los aviones en la pista de aterrizaje. Ahí mismo se colocó una mesa repleta de micrófonos para celebrar una conferencia de prensa.

Los integrantes de Nube Líquida estaban hartos de entrevistas, pero otra vez tuvieron que sonreír y contestar preguntas sobre sus sabores favoritos y sus signos del zodiaco.

Un ruido extraño interrumpió la conferencia de prensa:

Zzzzzzzzzzzzzzzzz.

Gonzo Luque seguía dormido.

De nada sirvió darle de bofetadas. Hubo que disparar un cañón, de los que se usan para saludar al presidente, para que saliera de su sueño.

—¿Con qué soñaba? —le preguntó una chica.

—Con mortadela, con una mortadela del tamaño de un ropero —y Gonzo chasqueó los labios.

¿Había tenido una premonición de lo que preparaba el profesor Cremallerus? Probablemente no, pues para Gonzo la mortadela era muy positiva, sobre todo con el estómago vacío.

Como siempre, hubo preguntas difíciles sobre la situación del mundo, la manera de conseguir la paz y evitar el exterminio de las tortugas. Ricky Coyote, el indiscutible líder del grupo, contestó con gran destreza.

Ruperto Mac Gómez parecía escuchar con respeto las palabras de Ricky, pero en realidad veía su propio rostro reflejado en la mesa.

Nelson Farías sacó una armónica y tocó una alegre tonadilla ante el enjambre de micrófonos.

Así terminó la conferencia y así terminó la gira.

Había llegado el momento de despedirse. Cuatro limosinas llegaron para llevar a los músicos en distintas direcciones.

El inmenso Gonzo Luque, que era un sentimental consumado, lloró al abrazar a sus compañeros:

—Hasta la próxima, mis muchachos.

—No seas ridículo, nos veremos en dos semanas para grabar el disco —dijo el hermoso Ruperto, que tenía un carácter bastante agrio.

—Para mí es demasiado. ¡Los quiero tanto! ¡Ay de mí!