El psicólogo que buscaba la serenidad - Ramón Bayés - E-Book

El psicólogo que buscaba la serenidad E-Book

Ramón Bayés

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La vida es, esencialmente, variabilidad y cambio; nuestra biografía –el viaje- se va construyendo sin mapa, brújula ni itinerario previo, momento a momento, a lo largo de una insistente búsqueda de felicidad y plenitud, por selváticos senderos, superpobladas ciudades y, a veces –demasiadas veces-, por desoladas carreteras. Esta es la historia de un viaje. El viaje a través de la vida de un psicólogo en busca de la serenidad. Escrita para sus antiguos alumnos y para todos aquellos lectores interesados por el sentido de la vida, contiene los secretos –el abracadabra- de un viejo profesor que quisiera ser recordado no por sus logros científicos o sus éxitos académicos, sino porque amaba tiernamente las lobelias al atardecer. Con el estilo profundo y ameno que lo caracteriza, Ramón Bayés reflexiona en estas páginas sobre la finalidad de la vida, el paso del tiempo, el dolor, la capacidad de superación del ser humano, y también sobre los temas que han ocupado su atención en los últimos años, como los cuidados paliativos y la vejez.

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El psicólogo que buscaba la serenidad

Sobre la felicidad y el sufrimiento

Ramon Bayés

Primera edición en esta colección: septiembre de 2010

© Ramon Bayés, 2010

© del prólogo: Pilar Arranz y Pilar Barreto

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2010

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-96981-84-3

Diseño de cubierta: DIC. DISSENY I COMUNICACIÓ

Fotocomposición: Grafime S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Prólogo, Pilar Arranz y Pilar BarretoIntroducción1. El maravilloso color de las lobelias2. Desde la borrosa huella de mis sandalias sobre la playa, a la inmensidad del marLa vejezVida larga, muerte lentaCuando la curación no es posiblePensar en el enfermo antes que en la enfermedadDisfrutar la vejezJubilación y felicidadTiempo y enfermedadTiempo, enfermedad y sufrimientoEl problema no es la calidad, sino la esperaEl valor de diez minutosResidencias para la esperaMemoria y olvido de las tragediasEl sufrimientoMorir bien no siempre es baratoCuando muere un pacienteEmociones intensivas¿Por quién doblan las campanas?3. Sobre la felicidad y el sufrimiento4. Por qué soy un psicólogo y no un electricista, un playboy, un gnomo, un ciempiés, un geranio, una nube o un simple atardecer5. Crepúsculo en el círculo polarEpílogoApéndiceReferencias

Ramon Bayés (Barcelona, 1930) es profesor emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, doctor Honoris Causa en Psicología por la UNED y Colegiado de Honor por los Colegios Oficiales de Psicólogos de Cataluña y de la Comunidad Valenciana. En 1995 recibió por el conjunto de su obra el Premio Pavlov de la Sociedad Catalana de Análisis y Terapia del Comportamiento. Es autor de más de 700 publicaciones científicas y de divulgación, la mayoría de ellas en el campo de la salud: oncología, VIH, geriatría y cuidados paliativos.

A mis antiguos alumnos: Esteve, Jaume, Joan, Josep, Climent, Susi, Juan Ramón, Margalida, Pilar, Isabel, Margarita, Óscar, Paco, Montse, Tomás, Toni, Xavi, Jenny, otro Paco, Lluís, Carme, Jordi, Teresa, Mercé, Josep Maria, Mariona, Manel Dionís, Marta, Dolors, Carmina, Mon, Annette, Quim, Carmen, Núria, Esther, Albert, Miquel, Alicia, Rebecca, Sílvia, Roser, Agnès, Montserrat, Melinda, Jorge...

... y una hilera interminable de rostros de veinte años, sonrientes, ilusionados, entrañables.

¿Recuerdan la hermosa película británica Adiós, Mr. Chips en la versión de Sam Wood (1939)?

Prólogo

En este libro el profesor Ramon Bayés nos tiende de nuevo su mirada lúcida y su mano generosa, como es habitual en él, si bien, en esta ocasión, nos abre además su alma. La obra que comentamos nos invita a compartir una reflexión profunda sobre el transcurso de su viaje profesional, los valores que le han guiado y los autores que han influido en sus ideas y decisiones. Ofrece como aportación la mirada de sus ojos, que se detienen observando, y actúa como testigo que intenta ser imparcial. Desde ese lugar y con la gran sabiduría de su conciencia puede ver que nada es inalterable y que la vida supone un cambio continuo; que la prevención de la enfermedad y la atención a las personas enfermas y sus allegados, aun siendo realidades muy complejas, se pueden abordar con estrategias de comunicación eficientes (counselling); que es importante tener claros los objetivos, en la vida y en la ciencia –lo que se quiere y hacia dónde se va– manteniendo una actitud abierta, sin prejuicios, dando espacio a la atención y a la intuición. También insiste en la necesidad de ser conscientes de las actitudes que nos acercan a los pacientes: presencia, acogida y compasión; nos ayuda a entender que la flexibilidad mental y la persistencia en valores, como la solidaridad con el sufrimiento humano, le llevan a interesarse por distintos campos temáticos, lo que justifica su andadura heterodoxa. Aporta reflexiones basadas en datos científicos tan interesantes como los que muestran que la historia biográfica de las personas constituye una aproximación a la realidad mucho más ajustada que la tan renombrada historia biológica, haciendo de la medicina una profesión mucho más interesante. Finalmente, nos recuerda que el tiempo pasa, amigos, el tiempo pasa y que ser conscientes de cada momento que vivimos nos ayuda a adueñarnos de nuestra libertad.

Ramon forma parte del elenco de profesores que conocen el poder de las palabras; esas que nos conducen, no sólo al conocimiento, sino a la imaginación, facilitando que seamos capaces de encontrar sentido a lo que hacemos de forma clara y tan comprensible que nos invita a ir más lejos en nuestro pensamiento. Nuestro querido maestro ha ayudado a muchas personas en encrucijadas difíciles y continúa dejando su maravilloso legado como una forma noble de abordar la profesión de psicólogo con sencillez y profundidad. Todo lo cual se pone de manifiesto al facilitarnos sus líneas de interés e investigación sintetizadas en este espléndido e importante libro. Lo que el autor llama «el recorrido de su viaje por la senda de la vida» es, en nuestra opinión, aplicable a una forma de abordar la relación de ayuda desde un modelo deliberativo, que nos ha sabido transmitir, desgranado, impecable, humano, para que los clínicos podamos intervenir en el alivio del sufrimiento y la promoción del bienestar de las personas y sus familias que se enfrentan a la indefensión que conlleva el proceso de salud-enfermedad.

Ramon hace atractivo el mundo de la ciencia, ayudándonos a observar la realidad con perspectivas muy amplias. Investigador incansable, capaz de sistematizar realidades complejas como la evaluación del sufrimiento a través de la percepción subjetiva del tiempo. Es así capaz de superar los límites que la mentalidad cartesiana imponía a la ciencia, acercándonos a la realidad del mundo subjetivo sin miedo; permitiendo aunar lo empírico con lo creativo para facilitar las respuestas a muchas preguntas enormemente complejas. Valgan como ejemplos: qué es una persona o cómo situarnos ante la realidad de la muerte. Este hecho se refleja en su acercamiento al mundo de los cuidados paliativos con una enorme delicadeza, aunando ciencia y corazón. Sus ideas facilitan el encuentro con pacientes y familiares, teniendo en cuenta también la realidad de los profesionales, abundando en el convencimiento de que con herramientas útiles que permitan abordar eficientemente los problemas complejos, los sanitarios podemos alcanzar un alto grado de satisfacción en nuestro trabajo y que, sin ellas, las dificultades se incrementan innecesariamente.

Con su actitud y lucidez nos recuerda al ilustre psicólogo Piaget, que, a sus 80 años, en la conferencia inaugural del XXI Congreso Mundial de Psicología de 1976 en París, expuso sus líneas de investigación futuras. ¿El secreto? Disfrutar con lo que uno hace y permitir disfrutar con generosidad a los que le rodean. Es, desde nuestra óptica, lo que se transluce en esta propuesta síntesis de todo un proceso de vida vivido desde la intensidad, humildad, coherencia y libertad.

Su mejor legado para nosotras ha sido el privilegio de tenerle como brújula para reflexionar sobre el funcionamiento humano y facilitar ayuda a las personas que sufren y necesitan apoyo psicológico. Si coincidimos con la aseveración ¿de qué vale una vida si no ayuda a enriquecer la de los demás?, se puede afirmar que la vida del autor continúa siendo francamente valiosa.

PILAR ARRANZ Y PILAR BARRETO

23 de junio de 2010

Introducción

Inicialmente había pensado como título del libro El psicólogo que amaba las lobelias al atardecer, con un subtítulo en letra pequeña que fuera aclaratorio de su contenido: La serenidad en la última etapa de la vida. Pero, al leerlo, mi editor –una persona a la que aprecio y respeto por su inteligencia, experiencia y cultura– no pudo esconder su expresión de sorpresa y, tras dejar pasar unos breves momentos para observar mejor mi reacción, me fulminó:

–¿Tú crees que, en este país, la mayoría de la gente sabe lo que son las lobelias?

La pregunta me cogió descolocado, ya que la lobelia es mi flor preferida: una pequeña y humilde flor azul muy corriente en los jardines británicos e irlandeses. La variante «Cristal Palace», por cierto, es mi favorita.

Nuestro primer encuentro terminó aquí, podríamos decir, que en tablas. Días más tarde, mi editor había leído con detenimiento el manuscrito y al encontrarnos de nuevo me sugirió otro título: El psicólogo que amaba la serenidad, mejor adaptado sin duda al contenido del libro. Me gustó cuando lo dijo pero, de regreso a casa estuve dándole vueltas y me di cuenta de que no me parecía completamente honesto. Soy una persona que busca la serenidad, es cierto, y escribir es, para mí, una forma de hacerlo, pero todavía disto mucho de haberla encontrado. De esta reflexión y tras una nueva interacción con mi editor ha salido el título definitivo: El psicólogo que buscaba la serenidad, el cual refleja muy bien mi estado de ánimo y mi objetivo, tanto al empezar a estructurar como al terminar de acoplar los materiales diversos que constituyen el libro. Soy, como muchas otras personas, alguien que busca, que desearía encontrar. El libro lo forman algunos de los caminos por los que he transitado, y otros que sigo descubriendo cada día y por los que confío –tal vez también sirvan de ayuda a algunos lectores– llegar a conseguirla.

A lo largo de mi vida he escrito un gran número de páginas (artículos, libros, capítulos de libro, prólogos, recensiones, etc.) sobre temáticas muy diferentes, la mayoría de ellas relacionadas con la psicología y la salud. Ahora, ya en mi vejez, al intentar revisar mi pasado tipográfico, pronto me he dado cuenta de que a pesar de que todo lo que leía era obra mía, me resultaba difícil conseguir una visión de conjunto. Lo que aparecía ante mis ojos era como abrir el Google para una búsqueda específica sin un criterio previo: una especie de caótica jungla tropical, difícil de explorar, valorar e integrar.

El 29 de septiembre de 2010, si antes no surge algún imprevisto y desagradable incidente, cumpliré ochenta años. Ya he sobrepasado la media de esperanza de vida de mi país en el momento actual; vivo de prestado. Tal vez ha llegado la hora de la síntesis. Me gustaría que las páginas que siguen sirvieran para poner un poco de orden en mis ideas y motivaciones, y, con suerte, descubrir –si existe– un hilo conductor que las vertebre y les dé sentido a través de décadas de una aparentemente heterogénea y a veces decididamente heterodoxa andadura. Pero ¿es esto posible? Yo mismo he manifestado en otros lugares que la vida es, esencialmente, variabilidad y cambio, que nuestra biografía –el viaje– se va construyendo sin mapa, brújula ni itinerario previo, momento a momento, a lo largo de una insistente búsqueda de felicidad y plenitud, por selváticos senderos, superpobladas ciudades y, a veces –demasiadas veces– por desoladas carreteras. La ruta de la vida no se planifica previamente o no suele desarrollarse de acuerdo con nuestras expectativas; como decía Machado, se hace camino al andar.

Empiezo a escribir un nuevo libro porque, aunque abrigo dudas razonables sobre el resultado del intento, me apetece iniciar esta tal vez póstuma e inútil empresa: espero conseguir un poco de perspectiva sobre mi propia vida; revisar mis cuentas antes de dejar un legado, siquiera sea modesto, a los amigos, colegas, antiguos alumnos o simples curiosos que, aunque sea por poco tiempo, sentirán mi pérdida y llorarán –unos pocos– brevemente mi ausencia. Escribir es lo único que creo saber hacer, aunque hace años, terminé una obra de teatro que nunca salió del cajón del escritorio, emborroné muchas páginas con versos que nunca compartí, empecé a escribir un libro de metodología que quedará inconcluso y he intentado empezar una novela policiaca que, afortunadamente para todos, he abandonado antes del primer asesinato. A veces, tengo la desagradable sensación de que no he conseguido llevar a término muchas de las tareas que he emprendido. No estoy satisfecho de mi papel como intelectual, pareja, padre, hermano, abuelo, ciudadano, compañero o amigo. No; no lo estoy. Al mirar atrás me doy cuenta de que si bien acerté plenamente en la elección del camino en algunas encrucijadas difíciles, tomé senderos equivocados en otras aparentemente más sencillas, y, en gran número de las demás, todavía tengo dudas sobre las alternativas que se me ofrecían. ¡Tantos congresos, viajes, rostros, paisajes, inquietudes, ilusiones, desconcierto, culpas, movimiento, tantas papeleras rebosantes de proyectos desechados, tantos árboles cortados, tantos bosques destruidos! No dejo de preguntarme, con Herman Hesse: «Y todo esto, ¿para qué?». Tratar de ser una buena persona lo que me queda de vida –o por lo menos intentarlo– es tal vez el único asidero que me queda.

¿Por dónde empezar a buscar mi identidad perdida? Quizás podría servir de ayuda –tanto al lector como a mí mismo– descubrir algunas coordenadas relevantes. Una de ellas, podría ser una breve autobiografía a la que puse un extraño título: Por qué soy un psicólogo y no un electricista, un playboy, un gnomo, un ciempiés, un geranio, una nube o un simple atardecer; que podría completar con las palabras que pronuncié el día de mi obligada jubilación, en el cariñoso acto que mis compañeros organizaron para que me despidiera del quehacer universitario y cerrara la etapa académica de mi vida. Su título, igualmente peculiar, es: Crepúsculo en el círculo polar. Con este fin, he incluido ambos escritos en la segunda parte del libro.

Entre ambos hechos –el principio y el fin oficiales de mi vida universitaria– existen muchos y variados acontecimientos en los que no voy a detenerme porque intuyo que no sabría cómo salirme del embrollo. Para quien lo desee, he incluido, al final, en un anexo, una lista cronológica y seleccionada de mis publicaciones en la que pueden seguirse los continuos vaivenes de mi vida intelectual, la cual, por cierto, abarca desde bastante antes de mi entrada en la Universidad hasta bastante después de mi jubilación; de hecho, si mi cerebro se mantiene en buenas condiciones, confío en que dicha lista se pueda seguir ampliando, como le ha ocurrido a un antiguo y estimado profesor, Miguel Siguán, lúcido y activo hasta pocos días antes de morir, en el 2010, a los 92 años de edad.

Sociología, psicología social, psicología experimental, psicología jurídica, psicología de la salud, fenómenos paranormales, psiconeuroinmunología, psicooncología, VIH/ sida, gerontología, cuidados paliativos, duelo, son algunas de las etiquetas que definen los campos por los que, con mejor o peor fortuna, he transitado en algún momento de mi vida. Excesivos, ¿no creen? ¿Es posible encontrar algún rasgo coherente entre tanta aparente exhuberancia después de aventurarme por ellos? Vistos en conjunto, la evolución de mis intereses académicos se parece al impredecible vuelo de una voluble mariposa en un tentador prado primaveral lleno de flores. ¿Hay algo que permanezca, a través de los variopintos escenarios en los que he actuado, dirigido, redactado el guión, diseñado el decorado, limpiado el escenario con fregona o servido de apuntador? ¿Algún hecho que, pasados los años, todavía crea que valga la pena compartir?

Me siento confuso y descorazonado, lo confieso, pero habiendo llegado hasta aquí, debo proseguir la búsqueda. Y una forma de hacerlo puede ser dando nombre a algunas ideas-guía que, formuladas en forma de frases, se han ido incorporando a mi vida a lo largo de los años, y han persistido e influido en mi forma de pensar y decidir, a pesar de las sucesivas y atractivas tentaciones que han ido surgiendo a lo largo de la vida. Para mí, tales ideas-guía son casi mágicas, parecen luminosas; surgen continuamente en mi mente, una y otra vez, indicándome el camino. Helas aquí:

«Todo conocimiento humano es incierto, inexacto y parcial.»

BERTRAND RUSSELL

«El comportamiento humano es mucho más complejo que cualquier virus.»

JONATHAN MANN

«Cuando te encuentres con algo interesante, desecha todo lo demás y estúdialo.»

B. F. SKINNER

«Cuando hablamos de un cuadro clínico no nos referimos a la fotografía de un hombre enfermo en cama, sino a la pintura impresionista de un paciente en el entorno de su casa, con su trabajo, las relaciones con sus amigos, sus alegrías, sus preocupaciones, esperanzas y miedos.»

FRANCIS PEABODY

«Los que sufren no son los cuerpos; son las personas.»

ERIC CASSELL

«Estar enfermo es sentirse amenazado por la invalidez, el malestar, el aislamiento, la succión por el cuerpo y el miedo a la proximidad de la muerte.»

PEDRO LAÍN ENTRALGO

«Un día lleno de interés pasa sin que nos demos cuenta; por el contrario, un día de espera, de deseo insatisfecho de cambio, nos parece una pequeña eternidad.»

WILLIAM JAMES

«El sentido de la vida es la pregunta más apremiante.»

ALBERT CAMUS

«El objetivo de la vida humana es alcanzar la felicidad, la plenitud. No es posible conformarse con menos. Todos vamos dirigidos hacia ello como la flecha del arquero hacia su blanco.»

DIEGO GRACIA

«No se puede decir con exactitud que sean tres los tiempos; pasado, presente y futuro. Habría que decir con más propiedad que hay tres tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas futuras.»

SAN AGUSTÍN

«Me gustaría escribir textos comprensibles tanto para los niños llenos de esperanza como para los ancianos que la han perdido.»

KENZABURO OÉ

Es posible que todo mi limitado saber actual se reduzca a estas once frases. Tal vez sean ellas las que constituyen los verdaderos cimientos y estructura interna de mi realidad presente, y resuman todo mi legado. De hecho, son mi pequeño regalo al intrépido y tal vez despistado lector que se haya atrevido a comprar el libro. No las lea de corrido; deténgase un momento en cada una de ellas y reflexione sobre su contenido. Han sido ellas –y la generosidad de mis alumnos, compañeros, pareja, familiares y amigos– las que han guiado mi vida. Dedicaré a un análisis somero de estas frases un primer capítulo del libro al que titularé «El maravilloso color de las lobelias» –como ven, sigo empeñado en meter las lobelias en el libro–, en el que intentaré desvelar, hasta donde sea capaz, el significado y la importancia que han tenido y siguen teniendo en mi vida hasta el día en que me vea obligado a dar mi actividad intelectual por concluida.

El volumen seguirá con otros dos capítulos sobre temas que, en el momento actual, confieren plena relevancia a la actividad que desarrollo: el primero de ellos, «Desde la borrosa huella de mis sandalias sobre la playa, a la inmensidad del mar», trata de pasar revista a los temas que han acaparado los últimos años mi atención; en especial, el envejecimiento, el tiempo y la proximidad de la muerte; el segundo, «Sobre la felicidad y el sufrimiento», intenta responder a la pregunta de hasta qué punto podemos los psicólogos ayudar a las personas a alcanzar la felicidad o aliviar su sufrimiento.

Deséenme suerte y que pueda terminar la que considero puede ser mi última singladura. Mientras trato de llevar a cabo esta labor, mi silueta, cada vez más tenue y encorvada, irá alejándose lentamente hacia el horizonte –como la de John Wayne en la secuencia final de Centauros del desierto– y centenares de hermosas jovencitas, al borde del camino, se levantarán sonrientes a mi paso para colgar de mi cuello guirnaldas de flores y cederme un asiento que ya no podré aceptar.

Gracias por compartir.

Barcelona, 1 de junio de 2010

1.El maravilloso color de las lobelias

En este capítulo me gustaría ofrecer las que, probablemente, sean las once ideas-clave –tal como he comentado en la Introducción– que han guiado gran parte de mi currículum académico y me han acompañado a lo largo de mi viaje por la vida. Al llegar al final de ella empiezo a darme cuenta de que han sido para mí una especie de talismán, de abracadabra. Aunque probablemente no tengan o adquieran la misma función para muchos lectores, tal vez algunos coincidan conmigo en apreciar su valor y agradezcan que comparta con ellos mi pequeño tesoro. Son las siguientes:

1. «Todo conocimiento humano es incierto, inexacto y parcial.»

Con esta frase termina el libro de Bertrand Russell El conocimiento humano –que en su edición española tiene 665 páginas–, el cual constituye una revisión en profundidad de la aparente solidez del conocimiento adquirido a través del método científico y en el que se analizan, desde un punto de vista lógico, disciplinas muy diversas, desde la astronomía y la física hasta la biología y la psicología.

A partir del momento en que completé su lectura a finales de la década de los años sesenta, esta frase final –que preside este apartado–, a la que he vuelto una y otra vez a lo largo de los años, me ha ayudado a permanecer prácticamente indemne frente a los fundamentalismos de todo tipo que acechan continuamente al académico, tanto en su labor docente como investigadora. De hecho, confieso que también me ha ayudado a examinar con mayor claridad algunas problemáticas que han surgido en la cotidianeidad de mi actividad como ciudadano, impregnando mi biografía –junto a las lecturas adolescentes de Guillermo Brown, Wodehouse y Rudyard Kipling– de un espíritu crítico y un sentido de la realidad decididamente británicos. Bertrand Russell, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1950 y fue encarcelado a los 89 años por encontrarse al frente en una manifestación antinuclear, ha sido uno de mis héroes y tenía un aguzado sentido del humor que siempre he admirado. Es agradable poder ofrecerles ahora, junto a la frase que encabeza este apartado, algunos de sus pensamientos más característicos:

«Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes, llenos de dudas.»

«Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible. Los políticos, por hacer lo posible imposible.»

«La utilidad práctica de la ciencia depende de su capacidad para predecir el futuro. Cuando las bombas atómicas fueron lanzadas sobre el Japón se esperaba que muriera gran cantidad de japoneses y murieron. Resultados tan altamente satisfactorios han conducido en nuestros días a una gran admiración por la ciencia.»

«Los que han aprendido desde temprana edad a temer el desagrado de su grupo como la peor de las desgracias serán capaces de morir en el campo de batalla –en una guerra cuyos motivos desconocen por completo– antes que sufrir el desprecio de los necios.»

«Hay quienes sostienen que en un principio los animales fueron domesticados por motivos religiosos y no por su utilidad, pero las tribus que intentaron domesticar al cocodrilo o al león se extinguieron, en tanto que prosperaron las que eligieron las ovejas y las vacas.»