La jungla de mi memoria - Ramon Bayés - E-Book

La jungla de mi memoria E-Book

Ramón Bayés

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Beschreibung

¿Recuerdas cuando en el año 1938 se pudo ver una aurora boreal en el cielo de Barcelona? ¿Recuerdas cuando las tropas franquistas entraron en la ciudad catalana desfilando por Diagonal, mientras cientos de republicanos huían? Muy probablemente no puedas acordarte, bien porque no estuviste allí o bien porque ni siquiera vivías cuando eso sucedió. En cambio, Ramon Bayés, uno de los grandes referentes de la psicología de nuestro país, nacido en 1930, sí estuvo allí. Y Ramón, con lucidez, con brillantez, recuerda. Este libro es un homenaje a su vida y, sobre todo, a sus recuerdos, con los que tenemos la fortuna de poder contar, en su voz privilegiada, para ilustrar la vida del pasado y entender así mejor nuestra vida del futuro.

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La jungla de mi memoria

Ramon Bayés

Primera edición en esta colección: mayo de 2023

© Ramón Bayés, 2023

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2023

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19655-39-4

Diseño de colección y de cubierta: Pablo Nanclares

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

IntroducciónAntes de empezarRecuerdos de infancia y juventudRecuerdos de mi vida en el ejércitoRecuerdos de mi vida profesionalRecuerdos de mi familiaRecuerdos de amigos y de gente que conocíApuntes mínimos de vacaciones y viajesRecuerdos de libros y películasRecuerdos de otras pequeñas y grandes cosasRecuerdos de momentos históricosRecuerdos de cosas sobre las que he reflexionadoRecuerdos de ahora

Introducción

«Dejadme que os hablede ayer, una vez másde ayer: el díaincomparable que ya nadie nuncavolverá a ver jamás sobre la tierra».

ÁNGEL GONZÁLEZ

En 1970, un pintor norteamericano, Joe Brainard, publicó un cuaderno de treinta y dos páginas compuesto solamente por párrafos cortos que comenzaban todos de la misma forma: «I remember…» (Me acuerdo…), y con él abrió el paso a una nueva manera de rescatar sensaciones e imágenes del pasado. Cada párrafo contenía justo eso, un recuerdo aislado, recuperado al azar entre la interminable colección de la memoria personal, expuesto de forma breve, y a través de ellos revivía pedazos de su vida en el entorno cotidiano de los Estados Unidos que había conocido. A este librito, en 1972, le siguió otro de setenta páginas titulado More I remember, que fue la semilla de una edición de ciento veintiocho páginas en 1975. Los Me acuerdo de Brainard aparecieron traducidos al castellano mucho más tarde. He aquí algunos de ellos:

Me acuerdo de los días lluviosos a través de la ventana.

Me acuerdo de los pueblos vacíos, de las lunas tintadas de verde y de los carteles de neón justo cuando se apagan.

Me acuerdo de los dónuts con café, de los taburetes, de los precios antiguos y de la gente.

Me acuerdo de esas veces en que no sabes si eres muy feliz o estás muy triste.

Paul Auster ha dicho de este libro: «Me acuerdo es una obra maestra. Los libros supuestamente más importantes de nuestro tiempo serán olvidados uno tras otro, pero la pequeña y modesta joya de Joe Brainard perdurará. Con frases sencillas y contundentes, traza el mapa del alma humana y altera de forma permanente la manera en que miramos el mundo».

Más tarde, Georges Perec,1 basándose en la cultura francesa de la posguerra, escribió su propia reunión de recuerdos en Je me souviens, y dio amplia difusión al método. En la contracubierta de la edición francesa, Perec aporta una definición de lo que representa este ejercicio: «Los “Me acuerdo” son pequeños pedazos de cotidianidad que fueron vividos y compartidos, y luego olvidados. Sin embargo, de repente regresan, por azar o porque han sido buscados una noche entre amigos: es algo que aprendimos en el colegio, un campeón, una canción, un cantante, un escándalo, un eslogan, un traje o una costumbre, algo totalmente banal, que por un milagro es arrancado de su insignificancia y es reencontrado por unos instantes, lo que provoca unos segundos de impagable y pequeña nostalgia», y algunos de sus «Me acuerdo» son los siguientes:

Me acuerdo de que el día después de la muerte de Gide, Mauriac recibió este telegrama: «El infierno no existe. Suéltate el pelo. Stop. Gide».

Me acuerdo de que en septiembre, en París, después de la guerra, había muchas más avispas que ahora.

Me acuerdo de que mi tío tenía un 2 CV con matrícula 7070 RL2.

Me acuerdo de De aquí a la eternidad.

Este recurso también ha sido utilizado por la dibujante libanesa Zeina Abirached2 en Me acuerdo: Beirut, en el que logra atrapar su memoria de la guerra del Líbano. El libro de Abirached empieza con la siguiente cita del cineasta francés Chris Marker: «Nada distingue los recuerdos de los otros momentos. Solo los reconocemos más tarde, por sus cicatrices». Constituye, a mi juicio, una manera literaria de describir los efectos del condicionamiento pavloviano:

Me acuerdo de que mi hermano coleccionaba fragmentos de obuses.

Me acuerdo de que en aquella época me daba por dejar la mochila cerca de la cama cada noche.

Me acuerdo de que en aquella mochila tenía preparado todo lo que quería llevarme conmigo si teníamos que huir.

Me acuerdo de que, durante la guerra, faltó el agua, el pan, la electricidad y la gasolina…, pero jamás faltaron los cigarrillos.

En esta misma línea, como cinéfilo no puedo olvidar que, en 1996, Marcello Mastroianni se dispuso a recordar su pasado frente a la realizadora Anna Maria Tatò, la mujer con la que compartió los veintidós últimos años de su vida. El resultado es un repertorio de anécdotas, confesiones y memorias narradas por el protagonista en primera persona que componen el film Marcello Mastroianni: mi ricordo, sì, io mi ricordo (1997), unas memorias que también están plasmadas en papel y que se pueden encontrar traducidas al castellano.3 En algunas de sus páginas, Mastroianni sigue las pautas de los «Me acuerdo» de Brainard y Perec:

Me acuerdo de las gemelas malabaristas que conocí en un circo de pueblo, y de que tal vez hoy deben tener treinta años.

Me acuerdo de cuando pasaba por mi calle, tocaba el timbre de muchas casas y huía en estampida.

Me acuerdo de cuando maté un puercoespín, de su mirada y su estertor, y de cómo rendía sus púas a mis pies.

Me acuerdo de la ropa interior de las mujeres extendida en la cuerda del patio.

Entre nosotros, el escritor Juan Bonilla Gago confiesa que se dedica a coleccionar ejemplares de segunda mano del libro de Perec Je me souviens, que cuenta con muchas reediciones, porque, al final, incluye unas páginas en blanco en las que invita a los lectores a que contribuyan al experimento del autor y a que escriban en ellas sus propios recuerdos. En estos «Me acuerdo» de autores anónimos, Bonilla encuentra memorias tan comunes y compartidas o tan extrañas como las siguientes:

Me acuerdo del primer perro que tuve; era ciego y diabético.

Me acuerdo del sonido del mar por la noche.

Me acuerdo de que en los días de lluvia encendían las luces de las clases en el colegio, y eso me producía extrañeza.

Me acuerdo de que una noche me sentí morir, y solo me preocupaba que mis padres no se llevaran la mala impresión del hedor de mi cadáver cuando me descubrieran por la mañana, así que me arrastré hasta el armario y apilé todas las pastillas de jabón que mi madre guardaba en los cajones para aromar la ropa, me cubrí con todas esas pastillas y me dispuse a morir tranquilo a sabiendas de que a la impresión terrible que sacudiría a mis padres cuando descubrieran mi cadáver no se agregaría la mala impresión del hedor que mi cuerpo desprendería.

Me acuerdo de las palabras del replicante de Blade Runner.

Al coleccionar ejemplares usados del libro de Perec, Bonilla nos confiesa que lo que hace es reunir experiencias que le faltan, y señala que Perec nos muestra que la esencia de la literatura es esto: ofrecer memoria, invitar a hacer memoria, a compartir recuerdos, a añadirlos a la bolsa donde guardamos todos los «me acuerdo» que son nuestra vibrante necrológica, que nos hacen ser quienes somos, criaturas que se diferencian apenas en el hecho de que uno se acuerda de los muslos de Leão y otro de las piernas veloces de Zátopek. Esta mezcla, «lo que tenemos, lo que hemos perdido», es, a juicio del periodista Guillermo Altares,4 lo que nos convierte en nosotros. Somos nuestra biografía, un extraño viaje, único e irreemplazable.

Cuando mi hermana se estaba muriendo de cáncer en Cambridge, donde vivió muchos años, en una de las últimas conversaciones telefónicas que mantuvimos escasas semanas antes de morir, recuerdo que me dijo que pasaba parte de su tiempo mirando postales y fotografías de su ciudad natal: Barcelona.

Para un cuidador de enfermos al final de la vida, escuchar con atención plena sus biografías o facilitarles recordar hechos y entornos que han tenido una influencia positiva en sus vidas y que pueden afianzar su autoestima puede, en algunos casos, constituir un recurso valioso que ayude a cerrar el ciclo de su vida.

En las páginas que siguen intentaré seguir esencialmente el mismo método, pero ampliando en algunos recuerdos el contexto en el que se produjeron, aunque ignoro, en este momento, si beneficiará, cambiará o perjudicará la transmisión fiel del núcleo esencial del recuerdo con mi percepción actual de este, ya que lo que ocurrió lo hizo en un momento único y distinto y, al evocarlo, no puedo evitar el hecho de que yo he cambiado y de que mi forma de mirar es diferente.

Mi generación, la de la guerra civil española, la de la Segunda Guerra Mundial, la de Hiroshima y Albert Camus, está a punto de desaparecer. Llamada por algunos la generación de hierro debido a su austeridad, resiliencia y búsqueda de valores, está siendo sustituida por la digitalización, el turismo masivo y, al ritmo de siempre, la ganancia inmediata, la violencia hacia las mujeres y la guerra.

Ayer por la noche tuve la fortuna de ver la última película de Agnès Varda, Varda por Agnès, que, a mi juicio, resume gran parte de la creatividad y de los anhelos de los intelectuales de mi generación.

«El recuerdo –se pregunta Woody Allen en Otra mujer– ¿es algo que se tiene o algo que se ha perdido?».

«La memoria –comenta Gaspar Noé en Vortex– no es un regreso al pasado, sino una representación del pasado».

Antes de empezar

«Olor del tiempo,ya nunca será como antes».

JANE BIRKIN

Nunca he escrito un diario personal. Muchos de los recuerdos incluidos en el presente libro son fruto de flashes que llegan a mi cerebro, la mayoría de forma arbitraria, modulados a veces por la nostalgia.

Solo en pocos de ellos, debido a que mi vista ha disminuido por el envejecimiento de la mácula, he podido contrastar fechas, orden o secuencia de cómo y cuándo acontecieron. La mayoría los expongo tal como han aparecido ahora, a los noventa y dos años. Mi cerebro, hasta el momento, ha envejecido razonablemente bien. Confío en su fidelidad aproximada a los hechos que sucedieron.

La memoria es un pozo sin fondo y cada recuerdo me conduce a otro, y este a un tercero. Y así indefinidamente. Los recuerdos llegan como inesperadas golondrinas al final del invierno. A veces, surgen de pronto y desaparecen de inmediato, sin dejar huella. Otras, anidan y me hacen compañía una temporada o siguen a mi lado para siempre.

Cerca ya del término de la vida, me siento privilegiado, querido en su día por mis padres, mi tieta Mercè, la abuela Rosa y, a lo largo de los años, por familiares y amigos. Viví una niñez y una adolescencia felices y protegidas, a pesar de pasarlas en un entorno dominado durante años por la penuria, la guerra, la posguerra, el consumo, la censura y el NO-DO.

La información proporcionada por nuevos amigos, algunos, pocos, periodistas, intelectuales, cineastas y políticos independientes, me está proporcionando en la vejez una nueva perspectiva de los recuerdos de mi vida o de la ausencia de ellos.

La guerra, cualquier guerra o cualquier nacionalismo que pueda conducirnos a ella, es, a mi juicio, el peor invento de los seres humanos. La historia de la civilizada y culta Europa, por ejemplo, es también, lamentablemente, la historia del colonialismo, de la proliferación de los reinos de taifas, de la corrupción de los poderosos y de la lucha para que prevalezcan sus intereses.

Cuando una de las guerras acaba, tras la alegría desbordante del primer día, nunca llega la paz. Lo que viene son las consecuencias de la victoria y la derrota. Los vencedores siempre tratan de imponer su memoria, sus razones y sus leyes. Y de silenciar sus errores.

La mayoría de quienes detentan el poder en cada momento, ya sea en Afganistán o en el Vaticano, en los Estados Unidos o en China, siempre o casi siempre, quieren controlar el escenario. Y administrar «su verdad» a través de los medios de comunicación, de la tradición, del dinero, del silencio o de la fuerza.

¡Ay de los vencidos! ¡Ay de las vencidas!

Recuerdos de infancia y juventud

ME ACUERDO Sobre la prehistoria de mi vida

… de que mi madre me contó que, cuando nací, mi padre quería que me llamara Pancracio, ya que solía invocar con frecuencia al santo para que no nos faltaran salud ni trabajo.

… de que me libré por los pelos. Estuvo a punto de conseguirlo.

… de que, al final, mi madre consiguió que fuera Ramon, y por eso y por otras muchas cosas le quedo infinitamente agradecido.

… de que no sé qué habría sido de mi vida si hubiera llegado a llamarme Pancracio.

… de que solo hay que revisar la divertida obra de Oscar Wilde La importancia de llamarse Ernesto para hacerse una idea.

ME ACUERDO De cuando era un bebé

… de que observo con claridad a un niño de cerca de dos años gateando sobre un sofá, con un brillante clavo de carpintero en cada mano, acercándose sonriente a un enchufe eléctrico blanco redondo que lo desafiaba desde la pared.

… del color, dibujo y textura de la tapicería del sofá.

… de que intenté introducir los clavos en los dos atractivos agujeros del enchufe.

… de que, tras un relámpago, todo quedó a oscuras durante varios años.

ME ACUERDO La astuta estrategia de mi abuela Rosa

… de que mi abuela Rosa, la única abuela que he conocido, siempre iba vestida de negro y vivió con nosotros hasta que murió.

… de que un día me contó que su marido, mi abuelo, había fallecido muy joven de las fiebres que se contagió cuando fue soldado en la guerra de Cuba.

… de las lavativas y de una enorme cuchara rebosante del temible aceite de ricino.

… del hongo milagroso que cultivábamos todos los vecinos.

… de que mi abuela Rosa convenció a mis padres de lo importante que era para mi educación que cada semana asistiera a los programas de dos películas de los cines más próximos a nuestro domicilio en el barrio de Gracia: el Principal y el Comedia.

… de que estaba dispuesta a sacrificarse y acompañarme al cine.

… de que gracias a ella me convertí en cinéfilo.

… de que era adicta al cine y yo le servía de coartada.

… de que, a lo largo de mi vida, he ido confeccionando una lista con las películas que me gustaban, y que esta abarca el periodo 1927-2021.

… de que las últimas que he visto y forman parte de la lista han sido Varda por Agnès (2019), de Agnès Varda, y Vortex (2021), de Gaspar Noé.

… de que Agnès filmó su película antes de morir, cuando tenía noventa años.

… de que en ella se muestra activa, joven y creativa.

… de que fue sin duda una mujer libre hasta el final de su vida.

… de que Vortex, en la línea de Amor de Haneke, muestra nuestra impotencia ante el desmoronamiento progresivo del cuerpo y el espíritu producidos por el envejecimiento.

… de que hemos confeccionado, con mi gran amiga Beatriz Ogando, otra lista de películas sobre temas relacionados con la muerte y el sufrimiento, que, desde la pandemia, continúa ella en solitario.

… de que, en este momento, puede accederse a ella desde aquí.5

ME ACUERDO Sobre las tiendas del barrio

… de que delante del cine Principal había una pequeña lechería que tenía vacas en un establo visible al entrar en la tienda.

… de que la dependienta, tras coger mi lechera, preguntaba: «¿De qué precio la quieres?».

… de que, al escuchar mi respuesta, ordeñaba una vaca, pasaba delante de un grifo y le añadía una cantidad proporcional de agua en función del precio solicitado.

… de que en el barrio de Gracia, en la esquina de mi calle, Sant Pere Màrtir, había un colmado cuyo dueño era el señor Paco, al que íbamos a comprar legumbres, patatas y cebollas.

… de que en la entrada de la tienda se mostraba el misterioso letrero «ULTRAMARINOS».

… de que nunca me atreví a preguntar qué eran y dónde estaban los ultramarinos.

ME ACUERDO Mi tieta Mercè: un ángel de Frank Capra

… de que la tieta Mercè, hermana de mi madre, también vivía con nosotros.

… de que era un auténtico ángel escapado de una de las mejores películas de Frank Capra.

… de que solía sentarse, con su viejo kimono, sobre mi pequeño triciclo. Sonriente, siempre sonriente.

… de que conservé mi querido chupete hasta que una tarde muy gris, cuando contaba unos tres años, mi padre dijo con dureza: «¡Ya eres mayor!», y arrojó mi chupete a los gatos negros que correteaban por el cobertizo de uralita al final del patio.

… de que la tieta Mercè me abrió sus brazos y me consoló.

… de que la quería todavía más que a mi gran conejo blanco Pichichi, que acudía cada tarde a mi llamada para recibir su algarroba.

… de que Pichichi desapareció misteriosamente del gallinero durante unas fiestas de Navidad.

… de que mi madre, excelente cocinera, no supo explicarme su ausencia.

… de que mi abuela mataba a las gallinas con un golpe seco en la nuca, lo cual siempre me impresionaba. Era el verdugo perfecto de las sentencias que dictaba mi madre.

… de que Tick era un foxterrier aventurero que algunas noches desaparecía de casa para regresar, sucio y no siempre en buen estado físico, al cabo de un par de días.

… de que mi tieta Mercè siempre estaba dispuesta a jugar conmigo y con Tick, y a ayudar a los demás, a todos los demás. Sentías que disfrutaba mientras lo hacía.

… de que la tieta Mercè también quería mucho a mi tortuga Fanti, que, en invierno, se enterraba ella sola en nuestro pequeño jardín y desaparecía.

… de que, mucho más tarde, mi estimada tieta sufrió un terrible cáncer que pasó en silencio en el Hospital de la Cruz Roja mientras una tenue sonrisa se dibujaba apenas en sus pequeños labios.

… de que, finalmente, desapareció dentro de una cajita y se marchó de mi mundo y del de Tick y Pichichi.

… de que, mucho antes, mientras estuvo vendiendo pollo a l’ast en la tienda de una vecina, los clientes estaban encantados con ella. Había encontrado el secreto (siempre lo tuvo) de disfrutar con cualquier cosa. Era una especie de maga. Hacía sentirse bien a las personas que tenía a su alrededor.

… de que para mi tieta no existían los otoños; siempre era primavera.

… de que, siguiendo los consejos de mi madre, el Gran Capitán de la familia (a quien también quería, pero de otra manera), la estafaron en la compra de un terreno en Mallorca que tenía intención de dejarme en herencia algún día.

… de que las fotos de la maqueta que mostraban los folletos de la inmobiliaria eran muy bonitas, pero que el terreno no era urbanizable.

… de que mi madre también fue estafada.

… de que mi tieta, desde hacía muchos años, cada mes pagaba una modesta cuota para su entierro.

… de que, cuando viajó sola a Cambridge para visitar a mi hermana sin saber ni una palabra de inglés, atravesó Londres en metro, localizó la estación, cogió el tren y llegó sin dificultad a su casa, en las afueras de la ciudad, hablando únicamente catalán y sonriendo.

… de que era un ser extraño en nuestro mundo hostil. Su existencia fue un maravilloso regalo del azar. Sin envidia ni malicia, divertida, ingenua, generosa: un regalo que sigue vivo en mi corazón.

ME ACUERDO Mi primera comunión rodeado de banderas falangistas

… de mi primera comunión, en la iglesia de Santa Teresita, en traje de marinero, rodeado de unas chicas muy monas vestidas de blanco.

… de que a la salida de la iglesia nos llevaron a un patio lleno de banderas de la Falange y de rígidos adolescentes uniformados para hacernos fotos.

… de que mis padres parecían felices y yo no entendía nada.

… de que no vi nunca a mi tieta Mercè cantando el Cara al sol.

… de que yo sí la canté bastantes veces, aunque sin acabar de entender nunca lo de «estar presentes en nuestro afán» ni lo de «los luceros».

… de que después de mi primera comunión iba regularmente a confesarme a la cripta de la iglesia de Pompeya, en la Diagonal, con el padre Basilio de Rubí, un agradable anciano de tenue barba blanca que me imponía suaves penitencias.