La primera vez y otras catástrofes - Ramon Bayés - E-Book

La primera vez y otras catástrofes E-Book

Ramón Bayés

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Beschreibung

Este es un libro de contenido imprevisible. Como lector, puede gustarle, disgustarle o incluso impulsarlo a subirse por la paredes. En sus páginas encontrará historias que antes nunca han sido leídas ni contadas, algunas paradojas, reflexiones sensatas, reflexiones insensatas y al final, en un anexo, un par de cuentos al estilo tradicional por si se anima y, en el caso de ser abuelo guay, quiere contárselos a sus nietos. Tal vez, debido a su juventud o a la distancia, no conozca los escritos de los escasos humoristas de la postguerra española. No importa. Ellos fueron los que salvaron del naufragio intelectual a algunos miembros de mi generación. Era un mundo pequeño, huérfano de tweets y de whatsApps, en el que la poesía y la esperanza ocupaban casi todo el espacio. Pensando en aquella extraña época, he escrito este libro. Y en algunos momentos, tras un leve sentimiento de nostalgia, me he sorprendido sonriendo.

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LA PRIMERA VEZY OTRAS CATÁSTROFES

CUENTOS Y NARRACIONES

IMPREVISIBLES

RAMON BAYÉS

Siglantana

© Ramon Bayés, 2018

Para esta edición:

© Editorial Siglantana S. L., 2018

Ilustración de la cubierta: Silvia Ospina

Maquetación y preimpresión: José M.ª Díaz de Mendívil

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutivade delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar a través de la web www.conlicencia.como por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

ISBN (Siglantana): 978-84-18556-97-5

Depósito legal: B-11524-2018

Impreso en España - Printed in Spain

ÍNDICE

Breve introducción

La primera vez

Historias nunca contadas

La auténtica historia de lady Godiva

La niña que amaba desesperadamente el cuento de Caperucita Roja

Blancanieves sigue esperando todavía a su príncipe azul

El clan de las malvadas brujas Pirulas de Transilvania

Réquiem por el último gourmet

Historia de Leopoldina, la princesa de rizos dorados que se tiraba pedos de notable potencia al son de instrumentos musicales variados

Bradivín, un país casi perfecto

El vecino que aullaba los viernes que caían en noche de luna llena

El increible bazar de los viajes exóticos

¿Por qué las cosas son como son y no de otra manera?

Vacaciones en Cajacuata, el increíble paraíso fiscal caribeño

Microcuentos, poemas, contrastes y paradojas para salas de espera de hospital

El demonio escondido que hay en mí

El fabulista novato

El problema es que no sé como empezar

El cántaro y la fuente

Teoría y práctica de las mascotas

El conjuro

El tranquilo despertar del dinosaurio

De personas caninas y canes persona

La oveja carriada

Pequeños de España

Academia de Baja Dirección de Empresas

Crecimiento personal

Perplejidad comunicativa

Perplejidad dietética: la ceguera y el jamón

Bajura de miras

Reflexiones para aeropuertos en huelga

Pregunta

El pasado

Error

Despedida

Duda

Nostalgia

El cumpleaños

Reykjavik

La felicidad

Más preguntas

La guerra del Golfo: después de la batalla

Odio

El último día

Necesidades

El futuro

La muerte

Recordando a Nazim Hickmet

Siria 2016

Los paraísos perdidos

Buenas noticias

Saudade

Despedida

La última vez: epílogo agradecido

Apéndice perplejo

Historias para que papá, mamá o el vecino del quinto las cuenten a los niños. Y para que las abuelas o abuelos guay, disfruten como cosacos observando los ojos curiosos de sus nietos: claros, brillantes; todavía limpios

Aventuras de la gnomita Pi en el país de los gagos

Li y la almohada mágica

Para finalizar: algunos textos que han ayudado al autor a encontrar sentido a la vida, aunque sea poco

BREVE INTRODUCCIÓN

Este es un libro de concepción esencialmente libertaria al estilo anglosajón y, como tal, de contenido imprevisible dentro de una estructura moderadamente ácida.

Como lector, puede gustarle, disgustarle o impulsarlo a subirse por la paredes. En este último caso, cualquier pared sirve; si es alta, de color azul y dispone de escalera de bomberos reglamentaria, mucho mejor.

En las páginas que siguen va a encontrar historias que antes nunca han sido leídas ni contadas, algunas paradojas, reflexiones sensatas, reflexiones insensatas y al final, en un «Anexo», un par de cuentos en plan tradicional por si el lector se anima y quiere contárselos a sus hijos pequeños o, en caso de ser abuelo guay, a sus nietos.

Con afecto

El autor

[email protected]

El mar. La mar.

El mar. ¡Solo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,

a la ciudad?

RafaelAlberti (1924)

LA PRIMERA VEZ

La primera vez que asistes a un campamento de verano

siempre lo recordarás.

La primera vez que atraviesas con pasaporte una frontera

va a marcar tu vida.

Los padres tendrían que tener mucho cuidado

con las primeras veces de sus hijos;

van a dejar una impronta en sus vidas.

No son momentos cualesquiera;

para bien o para mal

su visión del mundo va a cambiar.

Siempre recordarán

el olor, el sabor, los colores, los sonidos, el tacto, de sus primeras veces.

Van a dejar una huella permanente.

La primera vez que contemplas la muerte

cara a cara, como al sol del mediodía.

Así, por ejemplo,

el tifus de la postguerra española

que se llevó a mi mejor amigo, Neftalí,

piel de cera en ataúd humilde, llovía.

Lo bajamos a hombros, por la escalera estrecha,

barrio de Gracia, compañeros de clase, amigos;

imagen que sigue presente en la fotografía sepia,

descolorida, silenciosa, triste,

olvidada en el fondo de un cajón.

Neftalí, envuelto en un raído abrigo verde,

teníamos hambre, llorábamos desconcertados,

éramos niños, doce años, frío, mucho frío.

Llovía.

La primera vez que creí oír la llamada de Dios.

Luego, el eco durante años y más años,

del ensordecedor silencio de Dios.

La actual indiferencia del tiempo que se escapa,

no sabes hacia donde, no sabes desde donde, no sabes hasta cuando.

Aunque te sientas solo, siempre solo,

abandonado en un desierto, en medio de la nada.

La primera vez que ves el mar,

la primera clase, el primer salario,

la primera vez que fumas,

el primer helado,

la primera vez que bebes cerveza,

la primera vez que te besa una chica,

la primera vez que besas a una chica,

la primera vez que te cuelas en el cine,

la primera vez que viajas en avión,

la primera vez que haces el amor,

que pilotas una avioneta,

que llegas a la cumbre,

que bajas por los rápidos de un río de montaña.

La primera vez que te traiciona un amigo,

la primera vez que traicionas a un amigo,

la primera vez que mientes,

la primera vez que esquías,

la primera vez que hablas en público,

que lanzas una granada o disparas un fusil,

la primera vez que escuchas a Edith Piaf

a Billy Holiday, a Juan Sebastián Bach.

La primera vez que ves París.

HISTORIAS NUNCA CONTADAS

La auténtica historia de lady Godiva

(Basado en fuentes moderadamente contrastadas)

1

Casi todos los niños y adultos de Inglaterra, así como muchos habitantes de la vieja Europa, conocen la extraordinaria historia de lady Godiva, la cual es, sin duda, el antecedente histórico más relevante del poder social reivindicativo de la desnudez humana. En nuestros días, lo utilizan algunas sociedades ciclistas para llamar la atención de los poderes públicos sobre la vulnerabilidad en la carretera de los amantes de la bicicleta, grupos animalistas para denunciar la crueldad humana hacia otras especies, asociaciones naturistas para mostrar lo feliz que se vive en cueros y las componentes del grupo FEMEN o similares para informar a la opinión pública de injusticias y desigualdades de todo tipo.

Lo que casi todos los niños desconocen (incluso los ingleses que pertenecen a sólidas familias británicas partidarias del Brexit y del retorno a las venerables tradiciones del Imperio, incluidas las yardas, las pintas y las medias coronas) es la verdadera historia que se oculta tras los hechos acaecidos en la noble ciudad de Coventry durante la Edad Media y de los que lady Godiva fue protagonista destacada.

De acuerdo con Roger de Wendover, reputado cronista del siglo xiii, lady Godiva fue la esposa de Leofric, conde de Chester y de Mercia, y señor de Coventry, con quien se casó hacia el año 1040. De gran belleza y ánimo compasivo, Godiva, durante las largas y frías noches invernales, rogaba insistente e inútilmente a su marido que aliviara a los desgraciados habitantes de Coventry de los múltiples impuestos con que los abrumaba constantemente. Leofric, un auténtico emprendedor creativo en cuestión de impuestos, enojado por las reiteradas demandas de su esposa y queriendo acabar definitivamente con unas fastidiosas peticiones de reducción de tasas que le amargaban la vida, un día le hizo una extraña e inesperada propuesta:

—Si paseas completamente desnuda montada en tu caballo blanco por las calles y plazas de la ciudad cuando la mayoría de mis súbditos estén allí reunidos te prometo que moderaré apreciablemente mi sano impulso recaudador.

Aunque Leofric confiaba en que su sorprendente oferta escandalizara a su dulce y recatada esposa, y la hiciera desistir de seguir formulando unas insistentes demandas que le impedían la plena dedicación a su ocupación preferida (crear nuevos impuestos), contra todo pronóstico, lady Godiva aceptó el desafío y uno de los escasos días en que el sol brillaba sobre las murallas de Coventry se paseó desafiante por sus calles y plazas montada en su caballo blanco y solo cubierta la desnudez por su larga cabellera.

El día señalado, aunque los habitantes de Coventry, en un acto de solidaridad, agradecimiento y respeto hacia ella, se iban girando de espaldas a su paso y en gran número se encerraron en sus casas, corrieron las cortinas y evitaron dirigir sus miradas a la calle, un insolidario ciudadano lleno de malsana curiosidad, tras practicar cuidadosamente un agujero en una persiana, decidió observar a escondidas el paseo de lady Godiva, recibiendo, a partir de aquel momento, el nombre de Peeping Tom (Tom el mirón).

Según cuentan las crónicas, Tom no logró finalmente su objetivo al quedar completamente ciego tras ser fulminado, de forma mágica, por la gracia divina en el momento en que lady Godiva iba a pasar por delante de su casa. (Así solía ocurrir en aquella época, siempre que los ciudadanos conservaran en lugar destacado de sus casas alguna reliquia de san Honorio de Canterbury o de santa Columba de Cornualles, evitándoles, de este modo, caer en pecado.)

De acuerdo con el cronista oficial de la época, sir Godofredo Brown, enchufado primo segundo del conde Leofric, este, abrumado por el generoso gesto de su esposa, suprimió gran número de impuestos, y él y Godiva vivieron felices en santa paz matrimonial el resto de sus días, bien alimentados por las perdices que, en aquella época y posiblemente por intercesión de san Jorge (o de san Patricio en segunda opción), eran extremadamente abundantes en los corrales de la nobleza británica.

Sin embargo, lo que los fieles lectores de este antiguo relato ignoran (incluidos los educados en los mejores internados británicos) es que, recientemente, en un rincón olvidado de la biblioteca de un viejo monasterio del condado de Leicester, bajo una gruesa capa de polvo centenario, se ha descubierto un antiguo pergamino que arroja nueva luz sobre los protagonistas de la historia y plantea serias dudas sobre el relato del cronista oficial del condado de Coventry, el corrupto sir Godofredo Brown.

Tras someter el pergamino a la prueba del carbono 14, el litio 21 y el cobalto 234, la mayoría de historiadores serios ya no duda de su autenticidad. Solo el extravagante erudito sir Charles Wadwick permanece escéptico. Pero, como es bien sabido, sus investigaciones y dictámenes suelen ser de dudosa fiabilidad pues sir Charles detesta el cricket, prefiere tomar el té de las cinco a las siete y media y, el sábado por la noche, en lugar de practicar el noble juego del bridge, suele dedicar su ocio al tabernario siete y medio.

Las novedades que aporta el pergamino recientemente descubierto en el monasterio de Leicester son sorprendentes pues, en contra de lo que afirma el cronista oficial, parece que Leofric, tras el atrevido paseo de su esposa, faltó a su palabra y no se convirtió en el hombre bueno que se ha creído durante años.

A continuación se exponen los hechos que nos desvela el nuevo pergamino, presumiblemente escrito con sangre en alguna de las sórdidas mazmorras abarrotadas de cucarachas gigantes y ratas de bigote largo que se multiplicaban en los sótanos del palacio de Coventry, por otro desconocido cronista de la época, honesto e independiente. Así que:

2

Érase una vez…

y nuestro relato empieza y sigue tal como antes se ha mencionado excepto en algunos aspectos en los que, según el texto ahora descubierto, cambian radicalmente su ocurrencia y significado.

Al parecer, Peeping Tom era el sastre titular del conde de Coventry y al quedarse ciego en su intento fallido de ver a lady Godiva paseando desnuda por la calle en su caballo blanco, no pudo continuar su trabajo profesional en un momento en el que Leofric acababa de diseñar un ingenioso impuesto al que había dedicado mucho tiempo y esfuerzo y en el que tenía depositadas sus mayores esperanzas: el «tributo de ventana», consistente en que cada vez que un súbdito mirara por una ventana cualquiera dentro del recinto amurallado de la ciudad de Coventry debía pagar dos peniques y medio al erario municipal. Con estos ingresos, Leofric estaba convencido de que podría sobornar a los astrólogos y conseguir vaticinios favorables para las batallas que cada año solía emprender contra las baronías vecinas en las jornadas conmemorativas del día de San Jorge.

Desgraciadamente, el sustituto de Pepping Tom, a pesar de que venía muy bien recomendado por el obispo, había resultado un completo desastre; la última cota de malla que había confeccionado se había oxidado a la primera lluvia, la nueva armadura de Leofric era algo rasposa y le hacía cosquillas en la nuca y, cuando estornudaba, la visera del yelmo se desplomaba con un golpe seco sobre la gorguera dejándolo aislado durante unos minutos del mundo exterior.

No había más remedio que importar de Francia un nuevo sastre; las fiestas de San Jorge estaban a la vuelta de la esquina. El tributo de ventana empezaba a mostrarse insuficiente para pagar a los astrólogos y, a pesar de lo desagradable que volvería a ponerse lady Godiva, la cual se había resfriado seriamente debido a su paseo, sería absolutamente necesario y urgente crear un nuevo impuesto.

Además, era completamente impensable volver a pedirle a Godiva que saliera a pasear desnuda. Después de la ceguera de Peeping Tom, el pueblo estaba asustado y la ciudad se despoblaría.

Así que en un frío día en el que la lluvia caía densa como casi todos los días sobre la noble ciudad de Coventry, tras pasar una noche horrible debido a los efectos de una copiosa cena abundantemente regada con incontables jarras de cerveza, Leofric decidió crear el impuesto de puerta, consistente en que cada vez que uno de sus súbditos, con la prudente excepción de los miembros del clero, los militares y los astrólogos, atravesara la puerta de algún edificio de la ciudad debía pagar tres peniques y medio al erario municipal.

De nada sirvieron las atinadas reflexiones del obispo en el sermón dominical sobre los peligros de la avaricia (en realidad lo que temía el obispo es que los feligreses dejaran de ir a la catedral para no tener que entrar y salir por la puerta) ni las amenazas de su tío, sir Henry II Junior, fino estilista en la lucha con garrote quien, en su amplia mansión, debía atravesar siete puertas cada vez que iba del dormitorio al comedor. Leofric estaba decidido y mandó llamar a su legislador preferido.

La proclama con el nuevo impuesto no sorprendió excesivamente a los sufridos habitantes de Coventry pues estaban acostumbrados a ellas. Los súbditos más pobres pensaron que ya no podrían comer ni la pequeña patata hervida con que solían celebrar las fiestas de San Jorge y el posadero de «El Triste León» empezó a servir las jarras de cerveza a través de un agujero que practicó directamente a la calle para evitar que sus parroquianos tuvieran que atravesar puerta alguna. Y todo pareció volver a la gris y húmeda normalidad.

3

Pero la linda cabecita de lady Godiva, tierna, inteligente y caritativa, bajo su esbelto cucurucho de seda plateada, se puso a pensar: ¿cuál había sido el origen del problema? La ceguera de Peeping Tom. Siendo así, en él debía encontrarse la solución. Y sin dilación alguna, montando en su fiel caballo blanco, esta vez completamente abrigada incluso con bufanda, se dirigió a la tenebrosa cueva de las brujas Why-why-why.

A su entrada la recibió la bruja Whyfirst, la más anciana de la tres.

—Malas tardes, lady Godiva —la saludó con una voz profunda que parecía salir de las entrañas del Averno—. ¿Qué la trae por aquí?

—Espantosas, si lo prefiere —contestó lady Godiva con suavidad—. Me he permitido traerles un pequeño obsequio: una libra de moco de caracol de Gloucester y media onza de auténtico excremento de cocodrilo del Nilo que me acaba de traer mi primo Ludovico a su regreso de las Cruzadas.

Al escuchar las palabras mágicas «moco» y «excremento», los ojos de Whyfirst se pusieron verdes de codicia. Llamó de inmediato a sus hermanas.

—¡Whysecond! ¡Whythird! ¡Venid enseguida! ¡Poned el gran caldero a hervir!

Luego, se dirigió a lady Godiva con su gran sonrisa babeante.

—¿Qué podemos hacer por usted? ¿Desea que su marido el conde nunca más pueda salir de su armadura? ¿Que llueva estiércol de vaca sobre los pares del reino? ¿Que se descubra que el obispo apuesta el dinero de las indulgencias en los torneos de San Jorge? ¿Que sir Henry II Junior, durante las noches de luna llena, se dedica a poner huevos?

—Muchísimas gracias, pero no se trata de nada de esto —susurró la tierna Godiva explicándoles el problema.

—¿Y si convirtiéramos las puertas en calabazas? —sugirió Whysecond, que recordaba vagamente un cuento en el que algo se convertía en calabaza y todos acababan abrazándose felices.

—No, lady Godiva tiene razón. La solución está en Peeping Tom —señaló Whythird blandiendo amenazadora su escoba.

Y las tres brujas se pusieron a mirar dentro del gran caldero hirviente pero, al principio, nada sucedió.

—Tendremos que añadir más colas de lagartija o no conseguiremos nada —sugirió Whysecond.