El refugio - Pedro Muñoz Seca - E-Book

El refugio E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Beschreibung

El refugio es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a los líos que ocurren en un típico parador de carretera con personajes a cual más pintoresco y entrañable.

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Seitenzahl: 130

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Muñoz Seca

El refugio

COMEDIA EN TRE ACTOS

ESTRENADA EN EL TEATRO MARÍA ISABEL, DE MADRID, EL 15 DE ABRIL DE 1933

PRIMERA EDICIÓN 1.000 EJEMPLARES

Saga

El refugio Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1933, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508444

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

esta obra es propiedad de su autor

queda hecho el depósito que marca la ley

Al gran periodista y admirable escritor Adolfo Febles Mora, director de la «Gaceta de Tenerife», que con tanto cariño me ha defendido siempre.

REPARTO

Personajes Actores AFRICA María Brú. MARUJA Eloísa Muro. CONSUELO Pilar Cateig. NIEVES Julia Lajos. BENITA Isabel Garcés. CONDESA Concepción Ruiz. HORACIO José Isbert. LUIS Alfonso Tudela. RAMON Luis S. Torrecilla. PACO Jesús Valero. TIMOTEO Pedro González. WISTREMUNDO José Soria. VICTORIANO Federico de Velasco. EULOGIO Luis D. Luna. JORGE Faustino Cornejo. DON CAMILO Rafael Ragel.

Al mismo tiempo que en Madrid fué estrenada esta obra en el teatro Principal de Valencia por la compañía de Juan Bonafé.

ACTO PRIMERO

Pieza central de uno de los paradores, albergues o “refugios” construídos al borde de las carreteras por el Patronato Nacional del Turismo. En el foro, chimenea de piedra, con librerías y sendos butacones. En el primer término de cada lateral un tresillo con su mesita correspondiente. En las paredes, aparatos de luz, un teléfono y trazos de colores indicando carreteras, pueblos, fuentes de gasolina, etcétera, etcétera. Una puerta en cada lateral: la de la derecha (actor), que da acceso al comedor, y la de la izquierda, que conduce al recibimiento. Son las cinco de la tarde de un día de invierno. La chimenea, encendida. Epoca actual.

Al levantarse el telón, AFRICA, administradora del “parador”, señora como de cincuenta años, que viste con sencillez y buen gusto, está poniendo nuevos leños en la chimenea, al mismo tiempo que entra en escena, por la derecha, TIMOTEO, su hermano, sesentón simpaticote y corriente, que ha sido cochero de casa grande, y se le nota.

Timoteo . ¿Qué, se largó ya la marquesa esa de Sangüesa?

Africa . Hace un momento. ¡Lo que se ha alegrado de verme aquí, al frente del “parador”! Y no me reconoció al pronto. Ya ves: ella, que hace treinta años me llamaba a mí la doncella de oro... Lo que yo le dije: “¡Ay, señora marquesa!... ¡De aquel oro no queda más que esta escoria!

Timoteo . Vamos, vamos, no hay que tirarse por los suelos, hermana.

Africa . Sí, es verdad, Timoteo. ¡De tanto trabajar estoy tan ajada y tan... escoriada!...

Timoteo . Ella sí que no es ni sombra de lo que fué. Porque fué una buena jaca. Cuando yo “entruve” de cochero en casa del señor duque, estaba ella que ¡vaya potranca con sangre! No sé si seguirá tan coqueta como en el antaño. Porque era una castiza…, ¡mi madre!

Africa . De eso no se ha corregido. En cuanto habla con un caballero se almibara que da fatiga. Ella dice que es la diabete, que la tiene la sangre azucarada; pero lo que le ocurre es que no ha conocido la vergüenza ni por el forro. ¡Ah! Le he preguntado por Consuelito y por Maruja, y tampoco sabe nada de ellas.

Paco . (Por la derecha. Es camarero del refugio y tiene una cara de sinvergüenza que asusta.) Bueno, qué: ¿hay algún encargo de cena a más de los anotados?

Timoteo . Que yo sepa...

Paco . ¡Vaya semanita que llevamos, don Timoteo!

Timoteo . Claro, hombre; ¿quién va a aventurarse por esas carreteras con el tiempo que hace? Porque hay que ver cómo está el tiempecito de tormentoso, de aguanoso y de cochambroso.

Paco . Lo del tiempo es lo de menos. Otras cosas hay peores que el tiempo.

Timoteo . Los atracos, quizás.

Paco . Los atracos y la falta de atractivos de este albergue.

Africa . (Saltando.) ¿Querrá usted que traigamos aquí vicetiples? ¡Nos ha hecho puré el camarero!

Paco . No hay que remontarse, señora. Que usté es un globo que se remonta por menos de ná.

Africa . ¡Si me está usté... inflando, joroba! ¿Qué quiere usté que haga?

Timoteo . (Conciliador.) ¡Vamos, vamos!...

Africa . ¡Qué atractivos ni qué esparadrapos!

Paco . Yo quiero decir, señora, que no estaría de más que hubiera en este “parador” algún plato especial, alguna bebida especial o algo que no lo hubiera en ninguna parte. Atracciones, señor, y, en último caso, trucos, que para eso vivimos en el siglo del truco y en el país más trucoso del siglo.

Africa (Despectiva.) Sí: vamos a echar clavos en la carretera, como hacen los del ventorrillo de la encrucijada.

Paco . Clavos, no, señora; pero un poquito de ingenio vendría muy bien. Ahí tienen ustedes al tipo ese del autobús: con una broma suya de buen gusto ha hecho que se quede aquí a pasar la noche el caballero ese del “roster” amarillo, que pensaba dormir en Córdoba.

Africa . (Extrañada.) ¿El del autobús? ¿Quién es el del autobús?

Timoteo . Ah, ¿pero no sabes?... Verdad, que estabas con la marquesa... Pues un gachó que viajaba en el auto-exprés Madrid-Sevilla, con un billete del mes pasao, muy bien apañadito. Al llegar aquí descubrieron el engaño, y en vez de entregarlo a la policía de! primer pueblo, como era lo natural, lo dejaron ahí en la gasolina, con una sombrerera y un maletón.

Africa . ¡El pobre!...

Paco . El tal es un tío de gracia. Lo digo yo, que entiendo de eso.

Timoteo . El tipo, por lo menos, se las trae. Gasta un sombrero hongo que no se lo llenan de cacahués por seis mil reales.

Africa . (A PACO.) ¿Y qué ha hecho para que ese señor del “roster”...?

Paco . ¡Ah! Que estaba ahí de conversación con Pepe, el de la gasolina, cuando paró el “roster” pa echar treinta litros, y fué él, le guiñó a Pepe, le dijo por lo bajo: “Estos del “roster” duermen aquí, o pierdo yo la cabeza con hongo y todo”, y así como el que sigue una conversación, comenzó a describir la huelga revolucionaria que, según él, ha estallao ahí, en Santa Cruz de Mudela, que el chofer, más blanco que la pared, le dijo al señor: “Por ese pueblo no paso yo de noche aunque se empeñe el “Jurado Mixto”, y ahí los tiene usté: al chofer en el garaje, lavando el coche, y al señor, en su habitación, haciendo solitarios.

Africa . (Bien impresionada.) Ya lo creo. Como que eso ya se me había a mí ocurrido antes. ¿Y quién es ese hombre? ¿Saben ustedes algún detalle de él?

Paco . Creo que es un peliculero que va a Córdoba a dejarse coger por un toro.

Africa . ¡Jesús!

Paco . ¡Lo necesitado que estará el infeliz pa hacer eso! ¡Debe tener un hambre atrasada!...

Africa . Pues un hombre así puede sernos utilísimo. Porque...

Timoteo . ¿Qué estás pensando, Africa? ¡Que te temo; porque tú, cuando te desbocas...!

Africa (A PACO.) Dígale que venga, que quiero hacerle una pregunta.

Paco Sí señora. Está ahí, en la carretera, sentado en el maletón y esperando el paso de alguna camioneta que quiera cargar con él. (Mutis por la izquierda.)

Timoteo . (Preocupado.) Oye, tú: ándate con pies de plomo, que hoy día no puede uno fiarse ni de la camisa que lleva puesta.

Benita . (Criada palurda. Por la derecha.) Señora.

Africa . ¿Qué, Benita?

Benita (Que habla a golpes, como si fuera una codorniz) Otra vez lo mismo. Que se ha encasquillao la cruz de la llave, del grifo, del agua, del cuarto, del baño, del güésped del “roster”.

Africa . ¡Atiza! (ATIMOTEO.) Tráete las tenazas, hombre. (Se va por la derecha.)

Timoteo . ¡Estamos divertidos con el grifamen!... (Vase tras ella.)

Benita . (Haciendo mutis también.) Ya está to mojao el suelo y el sócalo y un cacho del pico, del paso de alfombra del centro del cuarto de “enjunto” del otro del güésped del “roster”... (Mutis.)

(Tras una brevísima pausa, entran en escena por la izquierda, PACO y HORACIO. HORACIO es un señor como de cuarenta y cinco años, que viste de una manera un poco arbitraria. Un traje que, desde luego, ha sido de otro; un abrigo que ha sido de varios y un hongo demasiado grande para él. La cara es simpática, la mirada inteligente y la cabeza noble. Mejor vestido, podría presidir el Ateneo o cualquier centro de cultura. Trae tres cosas: un maletón, una sombrerera u muchísimo frío.)

Paco . Pase usté.

Horacio . ¡Carámbola! Confortable y tal. Esto sí que es un refugio. (Deja el maletón y la sombrerera y se acerca a la chimenea para calentarse.)

Paco . (Asomándose a la puerta de la derecha.) ¡Qué raro! Estaban aquí ahora mismo…

Horacio . Déjelos; no hay prisa, garçon. ¡Esto es la gloria! Lo que me gustan a mí estas chimeneas medievales, que al par que templan el cuerpo recrean el espíritu. Porque una llama lamiente es siempre un espectáculo.! (Frotándose las manos.) ¡De primerísima! ¡Qué gran cosa es el fuego! Estaba yo ahí fuera tiritando de frío y no hacía más que pensar: si ahora me muriese y el Sumo Hacedor me mandara al Purgatorio, le daba las gracias.

Paco . Está muy cruda la tarde.

Horacio . De un crudo que parte los dientes. Sopla un descuernacabras que no hay quien lo resista. Aun no me siento las facciones.

Paco . ¿Tanto?

Horacio . Tóqueme las narices, si gusta. Yo creo que si continúo en la carretera media hora más me quedo en ella de... de eso malsonante. Vamos, que me pintan el hongo de rojo y me escriben en el pecho: “A Madrid, ciento setenta y cuatro kilómetros”, y yo, que he sido siempre una porquería insignificante, hubiera acabado dándome importancia.

Paco . (Riendo.) Veo que tiene usté buen humor.

Horacio . Ya voy reaccionando... Y dígame, amable camarero: ¿estos administradores de este parador son buenas personas?

Paco . Dos benditos. Se puede tratar con ellos porque son de nuestra clase. Vamos, de la mía por lo menos, porque yo no soy más que un parias.

Horacio . Y yo otro. En clase de parias puedo ser presidente de los pariatarios.

Paco . Estos dos hermanos han servido en casas de las grandes: ella como doncella de confianza y él como jefe de cocheras, cuando había cocheras.

Horacio . Entendido.

Paco . Están muy bien relacionaos con toda clase de gente. Con los antiguos ricos, por ellos mismos, y con los recién encumbrados, por un hijo de él, un muchacho simpatiquísimo, muy de los de ahora y que es precisamente quien les ha proporcionado este negocio.

Horacio . Ah, ¿el hijo de él es de los de ahora?...

Paco . Sí, señor: de los de ahora; pero de los de ahora que son de ahora desde antes de ahora. Ya usté me entiende.

Horacio . Sí, tiene usted razón; porque ahora hay de los de ahora que son de ahora de ahora y hay de los de ahora que eran de ahora antes de ahora, que será el caso de éste, que éste será de los que son de ahora desde antes de ahora.

Paco . Ni más ni menos. Es un muchacho perito mecánico muy templao y muy hombre: culto sin alardes y político sin ambiciones ni monsergas. ¡Oro de ley! Y un gran mecánico. Con una camioneta que tiene su padre para el aprovisionamiento del parador se busca él la vida de primera. Además, tiene aquí mismo un taller y trabaja todo lo que quiere.

Horacio . Y el padre y la tía, en punto a cultura...

Paco . Cero más cero, y no llevo nada. Ella es de las que hablan de los siete sabios de Ecija y él es de los que ven escrito en abreviatura excelentísimo señor y leen “exce homo”. (Ríe HORACIO.) Bueno, él, leyendo, no tiene rival. Donde dice sumario lee su marido y se queda tan fresco. Y en punto a idiomas, ni palabra. Por eso le he hecho yo creer que hablo once lenguas.

Horacio . Ah, ¿y no?...

Paco . Quite usté, hombre; yo sé las cuatro palabras extranjeras que sabemos todos: “Mersi, senkiu, orrevuar, gud-bac y boni nitinga”; pero manejo el camelo como nadie, y yo, al extranjero que me pregunta, le contesto como si le entendiera. ¡Andá! Con algunos he estado hablando hasta media hora, sin repetirme ni agotarme.

Horacio . Ya es camelear, amigo. Oiga: ¿yqué cree usted que querrán de mí estos buenos señores?

Paco . Aquí llegan precisamente; ellos se lo dirán a usté.

Horacio . (A AFRICA y TIMOTEO, que entran en escena por la puerta de la derecha.) Muy buenas tardes... (Se quita el sombrero.)

Africa . Buenas tardes.

Paco . (A AFRICA.) Este es el señor… (A HORACIO.) ¿Cómo es su nombre?

Horacio . Horacio Diez Díaz, para servirles…

Africa . Muchas gracias.

Horacio . ¿Están ustedes bien?

Africa . Bien; ¿y usté?

Horacio . Muy bien, muchas gracias.

Timoteo . (Sentándose.) Cúbrase.

Horacio . ¡Nunca!

Africa . (Sentándose.) Siéntese.

Horacio . ¡Jamás!

Paco . Siéntese, hombre. (Sentándose.) Si yo me siento también. Aquí, cuando no hay gente extraña, todos somos uno.

Horacio . En ese caso... No quiero que siendo todos uno, parezca yo otro.

Timoteo . (Petaca en mano.) ¿Fuma usté?

Horacio . Cuando me invitan, desde luego.

Timoteo . ¿Le gustan las señoritas?

Horacio . ¡Las piropeo!

Timoteo . Ahí va una. (Se la tira.)

Paco . Y ahí va lumbre.

Horacio . Amabilísimos. (Encienden y fuman.)

Africa . Tenemos que expresarle nuestro agradecimiento porque, gracias a una gracia de usté, hay dos huéspedes esta tarde en el parador.

Horacio . ¡Ah!, alude usted a... Sí; me conviene que ese señor del “roster” se detenga aquí hasta mañana, porque como va hacia Andalucía, si logro que me escuche, tal vez me haga el favor de llevarme.

Timoteo . Nos ha dicho Paco que es usté peliculero.

Horacio . Ahora, sí, señor. Para eso voy a Córdoba. Van a hacer allí dos películas siglo diecisiete: “Corchetes y presillas, o El sangrador de Jalapilla” y “La traición de las Alforcias”; necesitan dos victimarios: uno que se deje coger por un toro en pleno campo y otro que se tire por un precipicio huyendo de unos bandoleros, y voy a ofrecerme para la cogida y para la caída.

Africa . ¡Dios mío!

Timoteo . ¡Pero, hombre!...

Horacio . Pagan bien; hacen a los artistas toda clase de seguros, y ¿a qué está uno? Atravieso una etapa tan penosa y tan penuriosa que me dicen ahora mismo: “Toma mil pesetas, vete a Sevilla y tírate desde el muñeco de la Giralda”, y subo en busca del muñeco como si me lo hubieran puesto los Reyes.

Africa . ¡Jesús!

Horacio . ¡La vida! Claro que no siempre me he visto tan desfondado como ahora. En otras ocasiones, no diré que haya nadado en la opulencia, pero me he paseado por la orilla. Además, espero salir muy pronto de este bache porque le ando dando vueltas a dos o tres asuntillos que pueden ser mi redención a metálico. Cosillas que yo invento. Tengo ahora en estudio, entre otras cosas, el plomo luminoso para los cazadores.

Paco . ¡Caramba!

Horacio . Sí, algo muy grande. Unos plomos afosforados que, cuando el cazador dispara de noche, como el plomo es luminoso, ve el cazador por dónde va el tiro.

Timoteo . ¡Mi madre!

Horacio . Y tengo además el celu-lucamón, que eso sí que es una cosa muy seria. Un alimento especial para las gallinas, que hace que pongan los huevos con la cáscara de celuloide.

Paco . ¡Atiza!

Horacio