El regreso de Alex - Charlene Sands - E-Book
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El regreso de Alex E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

El amor era imposible de olvidar Tras recuperarse de la amnesia, Alex del Toro tenía una nueva misión: descubrir a su secuestrador y recuperar el amor de su prometida. A pesar de haber ido a Royal, Texas, con una identidad falsa, sus sentimientos por Cara Windsor, la hija de su rival, eran completamente sinceros. El instinto aconsejaba a Cara que se mantuviese alejada del hombre que le había mentido y que había intentado hacerse con la empresa de su familia, pero ella también tenía un secreto: estaba embarazada de él.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El regreso de Alex, n.º 121 - septiembre 2015

Título original: The Texas Renegade Returns

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6820-5

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Uno

–Lo siento mucho, señor Del Toro, pero la señorita Windsor está muy ocupada en estos momentos. No puede recibirlo hoy.

Alex se quedó mirando a la asistente de Cara, que en realidad no parecía sentirlo en absoluto. Tenía los hombros muy tensos y estaba sentada detrás de su escritorio, en las austeras instalaciones de Windsor Energy, cual mamá osa protegiendo a su cachorro. Aquel era su trabajo, pero no tenía por qué mirarlo así.

Después de que su verdadera identidad hubiese salido a la luz, no era fácil encontrar personas que lo mirasen con gesto amable en Royal, Texas. El viejo Windsor debía de haber avisado a su personal de seguridad de que no lo dejasen entrar en el edificio, pero Alex pensó que ya se encargaría de él en otro momento. Aquel día había ido a por Cara y no se marcharía de la empresa sin ella.

Miró hacia la puerta de su despacho. Estaba deseando verla. Tenía que hablar con ella lo antes posible.

Dedicó su mejor sonrisa a la asistente, una mujer de mediana edad. De niño, en México, su encanto natural siempre lo había ayudado con los profesores y, años más tarde, con el sexo opuesto. No obstante, en aquellos instantes solo quería ver a Cara Windsor.

–Señorita Potter –insistió, viendo el nombre de esta en la placa que había encima de la mesa–, parece usted una mujer razonable, y yo no tengo la intención de poner en peligro su puesto de trabajo, así que ¿por qué no le dice a la señorita Windsor que estoy aquí? No quiero hacer nada que la incomode, pero necesito verla hoy mismo.

No dejó de sonreír en ningún momento.

La señorita Potter dudó.

–Se supone que debía llamar a seguridad si aparecía por aquí.

–Pero no quiere hacerlo, ¿verdad?

–No, pero son órdenes del señor Windsor. Y todo el mundo sabe…

–¿El qué?

Ella bajó la vista al escritorio.

–Que le ha roto el corazón a Cara.

–Le aseguro que no le voy a hacer daño a Cara, así que, ¿por qué no fingimos que no me ha visto y que he entrado directamente a su despacho?

–¿Gayle? ¿Qué ocurre?

Alex oyó la voz de Cara y, de repente, se sintió mucho más tranquilo, se giró hacia ella.

Vio su precioso rostro y se rompió por dentro. Cara tenía una mano apoyada en el borde de la puerta y había sacado medio cuerpo. Las luces fluorescentes hacían brillar la melena rubia que le caía por los hombros. Alex recordó aquellos rizos acariciándole el rostro mientras hacían el amor. Lo habían hecho después de que le hubiesen dado el alta en el hospital.

En esos momentos llevaba puesto un traje gris bastante anodino, pero estaba muy guapa. Alex miró la camisa blanca que llevaba debajo, en la que se perdía el valle de sus pechos.

Cuánto la había echado de menos.

Cara clavó los ojos azules en él y suspiró.

–Alex, ¿qué estás haciendo aquí?

–He venido a buscarte.

Ella sacudió la cabeza.

–No puedes estar aquí.

Gayle Potter se puso en pie.

–Lo siento, señorita Windsor. He intentado detenerlo.

–Es cierto, lo ha intentado, pero como ya sabes…

–Nada te detiene cuando quieres algo –terminó Cara muy seria.

Y Alex se dio cuenta de que aquello no iba a ser fácil.

–No pasa nada, Gayle –le dijo Cara a su asistente–. Lo comprendo.

–¿Llamo a seguridad?

Cara volvió a suspirar.

–No, yo me ocuparé del tema. Si nos disculpas un momento y vas a hacer un descanso, yo acompañaré al señor Del Toro a la puerta.

A Alex le dolió oír tanta amargura en su voz. Estaba allí para enmendar sus errores, no para hacer más daño.

Gayle los miró a ambos con preocupación mientras tomaba el bolso y salía del despacho.

–Estaré en la cafetería si me necesita.

–No deberías estar aquí –le dijo Cara a Alex.

–¿Eh? ¿Qué?

Él se perdió en su imagen, en sus movimientos. Los recuerdos que tenía de ella no le hacían justicia. Hacía varias semanas que no se veían y casi se le había olvidado el brillo de sus bonitos ojos azules, del color del mar con los primeros rayos de sol de la mañana. Casi se le habían olvidado sus pechos redondos. Y aquellas piernas que hacían que le entrasen ganas de llorar cuando se abrazaban a él.

Cara también lo había hecho reír mucho. Juntos habían hecho muchas tonterías y se habían comportado como dos niños que no tuviesen ninguna preocupación. Se había enamorado muy rápidamente de ella.

–He dicho que tienes que marcharte.

–Me marcharé en cuanto accedas a venir conmigo. Tenemos que hablar.

La expresión de Cara se endureció y lo miró como si fuese un extraño, pero Alex no era un extraño. Seguía siendo el mismo hombre de siempre y necesitaba convencerla de ello. Lo suyo no podía terminarse. Quería explicarse y disculparse, pero antes tenía que hacer otra cosa.

–No te conozco, Alex del Toro. Pensé que te conocía, pero no te conozco. El Alex Santiago del que me enamoré y con el que quería casarme era dulce y cariñoso. Encajábamos a la perfección. Pero tú no eres ese hombre, ¿verdad? Todo era mentira. Me utilizaste y lo más triste es que no te acuerdas de nada. Porque, si lo hicieses, no estarías aquí pidiendo hablar conmigo. Sabrías que no tiene sentido, con o sin amnesia.

–Cara, por supuesto que tiene sentido. Ven conmigo. Te prometo que no nos llevará mucho tiempo.

Alex sabía que se había equivocado, pero tenía que intentar arreglarlo. Miró la mano izquierda de Cara y vio que no llevaba puesto el anillo de compromiso que le había regalado. Sintió miedo. Cara lo odiaba.

Esta miró hacia el pasillo que llevaba a la entrada principal.

–Mi padre volverá a su despacho dentro de diez minutos. Si te ve aquí, hará que te echen.

Alex decidió que no tenía nada que perder. Además de restaurar su buen nombre en el pueblo, necesitaba que Cara lo escuchase, que volviese a creer en él.

–Entonces, será mejor que no montemos un escándalo aquí, en tu trabajo. Solo te estoy pidiendo una hora de tu tiempo. Te prometo que te traeré de vuelta cuando hayamos terminado.

O no. Si las cosas salían tal y como las tenía planeadas, se llevaría a Cara a su casa de Pine Valley.

Ella suspiró con exasperación. Se miró el reloj y después miró hacia la puerta otra vez. Alex no lo sabía, pero el padre de Cara lo estaba ayudando a recuperarla.

–Está bien –accedió–. Iré contigo, pero solo porque no quiero que mi padre te vea aquí.

Alex pensó que si sus sospechas eran correctas Paul Windsor, que se había divorciado cuatro veces, no se casaría nunca más. Iría a la cárcel.

Por secuestro e intento de asesinato.

–Dame un minuto, Alex. Nos veremos fuera. ¿Dónde has aparcado?

–Mi coche es el primer Ferrari rojo que veas en el aparcamiento –respondió él sonriendo.

Cara lo había ayudado a elegir aquel coche. El rojo era su color favorito y, entre otras cosas, Alex recordaba aquello.

Ya casi lo recordaba todo.

Cara le escribió una nota a Gayle pidiéndole que no le contase a nadie que Alex había estado allí y diciéndole que no se preocupase.

Aunque ella misma estaba preocupada y tenía dudas acerca de la decisión de ir con Alex. Este había desaparecido varios meses antes, justo después de que se hubiesen comprometido. Había sentido pánico al no tener noticias de él. No era posible que Alex se hubiese marchado sin hablar con ella. No podía haberlo hecho después de haberle regalado un anillo de compromiso. Cara se había aferrado a la esperanza de que Alex se hubiese olvidado de decirle que tenía un viaje de trabajo y que no iban a poder comunicarse. Pero los días habían ido convirtiéndose en semanas y Cara no había tenido noticias suyas. Nadie había sabido dónde estaba. Alex le había pedido que se casase con él y después había desaparecido. En el pueblo se había especulado mucho acerca de su desaparición, y muchas personas habían pensado que había sido la víctima de un crimen. La propia Cara lo había pensado.

Pero con el paso del tiempo había empezado a temerse que Alex se hubiese marchado porque no la quería lo suficiente. No había podido evitar tener dudas.

Suspiró y levantó la vista hacia él. En esos momentos todo el mundo sabía la verdad.

Alex había aparecido junto a un grupo de inmigrantes que acababan de cruzar la frontera en un camión que había tenido un accidente, pero Alex había perdido la memoria y no se acordaba de cómo había desparecido. Y Cara se había sentido fatal por haber pensado mal de él, así que había hecho todo lo posible por ayudarlo a recuperar la memoria. Nada había funcionado.

Salió de su despacho golpeando furiosamente con los tacones el suelo gris. No tenía tiempo que perder. Su padre volvería en cualquier momento y prefería no verlo enfadado.

Salió a la calle y se puso las gafas de sol para que la luz no la cegase. No tardó en ver el coche de Alex y a este apoyado en él. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa blanca, y sonreía. A Cara se le cortó la respiración al volver a verlo.

Pero no pudo evitar pensar que todo era mentira.

Y se sintió dolida.

Alex Santiago jamás había existido y la verdad le había roto el corazón. Aquel hombre era Alejandro del Toro, único hijo varón y heredero de Del Toro Oil, que había ido desde México a espiar a uno de sus mayores rivales, Windsor Energy. Alex se había creado una identidad falsa y había vivido allí más de un año con el nombre de Alex Santiago, y la había utilizado para obtener información acerca de la empresa de su padre. La verdad había salido a la luz cuando Alex había aparecido vivo. Preocupado por la salud de su hijo y con la esperanza de poder ayudarlo a recuperar la memoria, Rodrigo del Toro había tenido que confesar la verdadera identidad de su hijo y el motivo por el que había ido a Texas: para espiar a Windsor Oil.

A Cara todavía le dolía aquella traición.

No importaba que Alex no se acordase de nada. La amnesia no lo hacía menos culpable. Al padre de Cara nunca le había gustado Alex y había tenido razón.

Ella había sido una tonta.

Se detuvo a un metro de él y le dijo:

–En realidad, no quiero hacer esto.

–Lo sé, y te agradezco que me dediques tu tiempo.

Alex le tomó de mano y la acompañó hasta la puerta del copiloto. A Cara le sudaron las palmas. Siempre le había encantado su fuerza, su energía. Lo había querido mucho.

Y en parte se alegraba de que sufriese amnesia. Y deseaba tenerla ella también.

Se quedó junto a la puerta abierta.

–¿Adónde vamos?

Los ojos de Alex eran casi negros y Cara se había perdido muchas veces en ellos mientras hacían el amor.

–Ahora lo verás. No te voy a hacer daño, Cara. Sigo siendo el Alex que conociste.

No era cierto, pero Cara no lo contradijo. Entró en el coche y se abrochó el cinturón. Alex se sentó detrás del volante y salieron del aparcamiento.

Estuvo callado durante todo el camino y a ella le pareció bien. Se relajó y miró por la ventanilla durante por lo menos tres minutos. Entonces clavó la vista en su atractivo rostro. Y decidió que era mejor fijarla en la carretera.

«No pienses en cómo te acariciaba. No recuerdes sus labios contra los tuyos. No recuerdes el olor de su piel caliente cuando estaba excitado y preparado para hacerte el amor».

Bonitos recuerdos le invadieron la mente. Cara no quería pensar que Alex era un mentiroso, un manipulador, un impostor y un espía, pero lo era. Y ella estaba sentada a su lado, dedicándole su tiempo y utilizando a su padre como excusa para poder marcharse con él.

«Eres una tonta».

Alex tomó una de las salidas de la autovía que se alejaban de la ciudad y Cara empezó a relajarse. Movió los hombros y se sintió mejor. Le encantaba el campo. Solo algún rancho salpicaba las llanuras. Las flores silvestres adornaban ambos lados de la carretera.

Alex bajó las ventanillas y la brisa de la primavera reemplazó al aire acondicionado. A Cara se le metía el pelo en los ojos, pero no le molestó.

–Cierra los ojos, por favor –le pidió Alex.

–¿Por qué?

Él sonrió.

–Porque te lo he pedido de manera educada.

Cara no quería hacerle ningún favor, pero accedió a aquello. Iba a darle una hora de su tiempo y ya habían pasado veinte minutos. Cerró los ojos.

–Gracias –le dijo él.

Y aquella palabra hizo que se le encogiese el corazón.

Poco después, el coche se detenía.

–No los abras –añadió Alex.

Se oía el sonido del agua y música a lo lejos, y olía a aire fresco.

–¿Hasta cuándo?

–Hasta que yo te lo diga.

Alex salió del coche y fue a abrirle la puerta. Su olor, a madera y a almizcle, le invadió los sentidos. Alex siempre le había dicho que se ponía un poco de colonia solo para ella. La tocó al desabrocharle el cinturón, y Cara notó que también se le desataba el corazón.

–No falta mucho.

La voz melódica de Alex era la misma que cuando le había dicho que la quería. Lo tenía tan cerca, tan cerca. A Cara se le aceleró la respiración y se le secó la garganta. Tragó saliva.

Él la agarró de la mano para ayudarla a salir del coche.

–Ten cuidado, Cara.

Y ella pensó que lo estaba intentando. Estaba intentando tener cuidado con él.

Bajo sus tacones se movieron varias piedras pequeñas, pero Alex la estaba sujetando con firmeza para que no se cayese.

–Si me dejas, te llevaré en brazos.

–Ni lo sueñes. ¿Cuánto queda?

–Ya casi estamos.

A Cara se le encogió el estómago, señal de que aquello no era buena idea. El camino que habían tomado, el olor del aire, el sonido del agua, confirmaban sus sospechas.

El suelo era de repente más blando y olía a flores.

Alex se detuvo y anunció:

–Ya puedes abrir los ojos.

Ella obedeció y vio el sol acariciando un pequeño río. Bajo sus pies había una alfombra de florecillas azules. Alex la agarró de los hombros para hacerla girar. Había montones de madera apilados y el esqueleto de la casa de campo que Alex le había prometido que construiría para ella. Dentro de la casa, en lo que sería el comedor con vistas al río, había una mesa para dos con un centro floral de hiedra y gardenias. A un lado había un cuarteto tocando las canciones favoritas de la pareja.

Cara no lo entendió. ¿Qué hacían allí? Era el lugar en el que Alex le había pedido que se casase con ella. Un lugar que le había encantado siempre, desde su niñez.

En el hospital, cuando había intentado ayudar a Alex a recuperar la memoria, le había hablado de aquel lugar y de cómo le había pedido que se casase con ella.

Había estado desesperada porque Alex recuperase la memoria y se acordase de su amor, pero eso había sido cuando todavía pensaba que su prometido era Alex Santiago y no un espía y un impostor.

Pasó la mirada por los músicos, la champanera de plata que había junto a la mesa y las sillas adornadas con lazos color lavanda. Lo que sería el comedor estaba demarcado por docenas de pequeñas macetas con rosas rojas y altos candelabros.

Ella no había entrado en tantos detalles.

No había mencionado los lazos, ni la hiedra y las gardenias, ni las rosas.

Estaba segura.

Intentó entenderlo. Y, cuando lo hizo, le dio un vuelco el corazón. Se estremeció y Alex se acercó a ella, se puso tan cerca que su presencia la tranquilizó. Eso sí que era extraño, que su presencia todavía la reconfortase. Se giró a mirarlo y susurró:

–¿Te acuerdas?

–Me acuerdo.

Cara cerró los ojos. Había esperando tanto aquel momento…

–¿Desde cuándo?

–Desde hace poco tiempo.

–Entonces, ¿te acuerdas de haberme mentido y utilizado?

Él le tomó de las manos y entrelazó los dedos con los de ella.

–Cara, me acuerdo de haberte amado.

Ella se ablandó al oír las palabras que tanto había deseado escuchar.

–Me alegro por ti, Alex.

–Solo me importan dos cosas, Cara. Y una de ellas es tu amor.

Ella apartó las manos y se distanció. Alex estaba demasiado cerca. Y había recuperado la memoria.

–¿Y has hecho todo esto para demostrarme que has recuperado la memoria?

–He hecho todo esto para recordarte lo mucho que nos queríamos.

Cara sonrió con tristeza.

–Es verdad que te quería.

–Y yo a ti. Me enamoré de ti una vez como Alex Santiago. Y la segunda en el hospital, mientras intentabas ayudarme. Cuando volví a casa, un lugar del que no me acordaba, me enseñaste lo que era el amor, lo que habíamos tenido, y volví a enamorarme de ti siendo Alex del Toro.

–Alex, por favor.

Cara no quería recordar los buenos tiempos ni el amor. Y, sobre todo, no quería pensar en la noche en que lo había seducido con la finalidad de hacerle recordar. No lo había conseguido.

–¿Qué quieres de mí?

–Te he traído aquí con la esperanza de que me escuchases. Quiero que entiendas lo que ocurrió. Y quiero disculparme por todo lo que he hecho que haya podido causarte dolor.

Ella se preguntó si de verdad la quería o si aquello también era mentira.

–No estoy segura de poder aceptar las disculpas, Alex.

Este suspiró y su mirada perdió brillo.

–Escúchame antes de tomar una decisión. ¿Quieres cenar conmigo?

–¿Aquí?

–Aquí.

–Me prometiste que estaríamos de vuelta en una hora.

–Y cumpliré la promesa. Te llevaré de vuelta ahora mismo si me lo pides.

«Pídeselo, pídeselo».

Pero no lo hizo.

–Por favor, Cara. Tengo que contarte cosas que no le he contado a nadie. Aunque tú no confíes en mí, yo sí que confío en ti, y necesito explicártelo todo.

Cara merecía una explicación, y sentía curiosidad por oírla.

–Dile a los músicos que se marchen, esta noche no habrá serenatas ni baile.

–Entonces, ¿te vas a quedar?

–Solo a cenar. Te escucharé y después me llevarás de vuelta a casa.

La esperanza volvió a la mirada de Alex.

–Prometido.

¿Una promesa de Alex del Toro?

Cara tomó el primer bocado de lenguado con gambas, perfectamente cocinados y aderezados con ajo y aceite de oliva. La velada era perfecta, estaban acompañando la cena con un buen vino y la luz rosada del atardecer iluminaba el río.

–Está delicioso –comentó.

Esperó a que Alex empezase a explicarse, pero este clavó la vista en su rostro y no dijo nada.

¿Estaría pensando en la última vez que habían hecho el amor?

Cara cerró los ojos e intentó no pensarlo.

–¿Qué te pasa, Cara?

–Nada.

Y todo.

–Alex, me has traído aquí para darme una explicación. Todavía estoy esperando.

–¿Por dónde empiezo?

–Le has mentido a todo el condado de Maverick. Empieza por ahí.

Él asintió.

–Está bien, está bien. Tienes razón. Todo comenzó con mi padre.

–El dueño de Del Toro Oil.

–Eso es. Ha trabajado muy duro para levantar la empresa desde los cimientos. Y siempre ha querido proteger a su familia. Cuando Gabriella y yo éramos niños, ni madre… la secuestraron para pedir un rescate por ella, pero todo salió mal y murió.

–¡Oh, no! Lo siento mucho.

Qué horror. A Cara se le encogió el corazón por el niño que había perdido a su madre de un modo tan violento.

–¿Cuántos años tenías cuando ocurrió?

–Ocho. Y Gabriella solo cuatro.

Aquello era muy duro, pero hizo que Cara pensase que debía de haberlo sabido antes, teniendo en cuenta que se trataba de la historia de su futuro marido. No obstante, Alex le había ocultado su pasado. No era el hombre del que ella se había enamorado.

–Mi padre sufrió mucho con la muerte de mi madre y, después de aquello, contrató guardaespaldas para toda la familia. Con los años, conseguí que me dejase vivir solo en Ciudad de México, aunque yo sabía que seguía teniendo protección. Y un día vino y me propuso conseguir información acerca de Windsor Energy. Yo vendría a vivir aquí y me convertiría en otra persona. Sería Alex Santiago, un exitoso hombre de negocios. Lo vi como una aventura, además de la manera de ser libre por fin. Aquí, en Estados Unidos, nadie sabía que era Alejandro del Toro, hijo de Rodrigo.

Hizo una pausa antes de continuar.

–Para mi padre, la lealtad lo es todo. Me estaba dando una oportunidad para que le demostrase mi lealtad y le alegró que yo accediese.

–Así que viniste y te instalaste aquí.

–Sí, y me convertí en Alex Santiago.

–Pasaste a formar parte de nuestro pueblo, fuiste bien acogido por sus vecinos e incluso te invitaron a formar parte del Club de Ganaderos de Texas.

–Hice amigos, sí. Buenos amigos. Y también hice dinero, mi propio dinero… Y entonces te conocí a ti, Cara, y todo cambió.

Su corazón quería seguir escuchándolo, pero su cerebro le advertía de que no lo hiciese.