El regreso del griego - Inocencia y poder - Kate Hewitt - E-Book

El regreso del griego - Inocencia y poder E-Book

Kate Hewitt

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Beschreibung

Ómnibus Bianca 467 El regreso del griego Descubrieron que el fuego de la pasión seguía ardiendo. El legendario aplomo del millonario griego Yannis Zervas estuvo a punto de saltar por los aires cuando se topó con Eleanor Langley. La jovencita dulce y adorable que recordaba se había convertido en una ambiciosa y sumamente atractiva profesional de Nueva York, que lo miraba con ojos acerados, un fondo de ira y lo que parecía ser deseo. A Yannis no le gustaban las emociones puras. Había contratado a esa fría mujer por motivos de negocios. Pero más tarde, cuando viajaron a Grecia y se encontraron bajo el cálido sol del Mediterráneo, la verdadera Ellie volvió a surgir... Inocencia y poder ¿Se rendirá su jefe al amor? La guapa, inteligente… y empedernida soltera Emily Wood es la directora de Recursos Humanos más joven que ha habido en la empresa en que trabaja. Tan sólo su cínico jefe, Jason Kingsley, parece inmune a sus encantos… Jason está acostumbrado a que las mujeres caigan rendidas a sus pies, pero no está interesado en las relaciones a largo plazo. Emily cree en el amor, así que no entiende por qué está empeñado en utilizar su indiscutible poder de seducción con ella...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 467 - enero 2024

© 2011 Kate Hewitt

El regreso del griego

Título original: Bound to the Greek

© 2011 Kate Hewitt

Inocencia y poder

Título original: Mr and Mischief

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1180-623-7

Índice

Créditos

El regreso del griego

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Inocencia y poder

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro...

Capítulo 1

VENGA por aquí, señor Zervas. Le presentaré a Eleanor, nuestra jefa de proyectos.

Yannis Zervas redujo ligeramente el paso al oír el nombre. Eleanor. No lo había oído en diez años. Pero supuso que sería una coincidencia. A fin de cuentas, en Nueva York había muchas más Eleanor que la mujer que le había partido el corazón.

La secretaria que lo acompañó a través del vestíbulo, decorado con obras de arte y muebles de diseño, se detuvo delante de una puerta de cristal ahumado, llamó una vez y la abrió.

–¿Eleanor? Quiero presentarte a...

Yannis no oyó el resto de la frase. Acababa de ver a la mujer que se encontraba en el interior del despacho.

Era su Eleanor. Eleanor Langley.

Sólo tuvo que mirarla para saber que estaba tan sorprendida como él. Naturalmente, intentó disimularlo; pero entreabrió un poco la boca y sus ojos ganaron en intensidad durante un par de segundos.

Después, se levantó del sillón y sonrió de forma profesional.

–Gracias, Jill. Déjanos solos, por favor.

La secretaria notó la repentina tensión del ambiente y los miró con extrañeza.

–¿Traigo café?

–Te lo agradecería mucho, Jill.

Jill salió del despacho y cerró la puerta mientras Yannis intentaba encontrar una explicación al encuentro. En principio, no resultaba tan sorprendente; Eleanor era neoyorquina y, además, cabía la posibilidad de que hubiera seguido la carrera de su madre. Pero la Ellie que él había conocido odiaba el mundo y el trabajo de su madre. Su Ellie quería abrir una cafetería.

–Has cambiado –dijo él.

Yannis no pretendía decirlo, pero no lo pudo evitar. La Eleanor del pasado no se parecía nada a la mujer elegante y sobria que se encontraba ante él. Su Eleanor era relajada, natural, divertida, completamente opuesta a aquella mujer de traje oscuro y cabello recogido en un moño. Sus ojos avellanados, antes dorados y cálidos, parecían ahora más oscuros, más fríos y hasta más pequeños.

Cuando se apartó de la mesa y se acercó para estrecharle la mano, notó que llevaba unos zapatos de tacón de aguja. Algo que su Ellie tampoco se habría puesto nunca.

Sin embargo, Yannis se maldijo para sus adentros por pensar en términos tan inadecuados. No era su Ellie. Nunca lo había sido. Lo descubrió cuando se vieron por última vez y supo que le había estado mintiendo de la peor manera posible; cuando Yannis se dio la vuelta y se marchó sin decir una sola palabra.

Eleanor Langley miró la superficie bruñida de la mesa y respiró hondo. Necesitaba unos segundos para recobrar la compostura.

Durante los diez años anteriores, había fantaseado muchas veces con la posibilidad de encontrarse con Yannis; pero no esperaba que el encuentro se produjera. Imaginaba que se veían, que le decía lo que pensaba de él y que él huía como un cobarde. Cuando estaba especialmente irritada, imaginaba que le daba una bofetada. Y en sus momentos más dignos, se lo quitaba de encima con una mirada fría y llena de desdén.

Nunca había imaginado que se pondría tan nerviosa, que estaría temblando por dentro y por fuera, que no podría pensar.

Volvió a tomar aire, intentó tranquilizarse y lo miró a los ojos.

–Por supuesto que he cambiado. Han pasado diez años –le dijo, fingiendo una fortaleza que no sentía–. Tú también has cambiado.

Era verdad. Su cabello, negro como la tinta, lucía ahora canas en las sienes. Además, su expresión era más dura, más masculina, y le habían salido arrugas. Pero lejos de avejentarlo, las arrugas le daban un aire de dignidad y experiencia. Incluso enfatizaban el gris acerado de sus ojos.

En cuanto a su cuerpo, seguía como siempre; alto, ágil, potente. El traje de seda que se había puesto, enfatizaba sus hombros anchos y sus caderas estrechas. Y lo llevaba con tanta soltura y elegancia como las camisetas y los vaqueros de su juventud.

Su aspecto era sencillamente magnífico.

Sin embargo, Eleanor se dijo que el de ella no le andaba a la zaga. Dedicaba mucho tiempo y esfuerzos a estar en forma; al fin y al cabo, el glamour era un aspecto fundamental en su profesión.

Segura de sí misma, se echó el cabello hacia atrás y le dedicó una sonrisa.

–Así que tú eres mi cita de las dos en punto.

Yannis también sonrió, aunque su mirada adquirió un destello duro, casi como si estuviera enfadado.

Eleanor se dio cuenta y se preguntó a qué se debería el enfado. Desde su punto de vista, ella era la única que tenía derecho a estar enfadada; no en vano, fue él quien se marchó y rompió su relación.

Pero ya no estaba enfadada. Lo había superado. Se había librado de Yannis Zervas. Ya no sentía nada por él.

O eso quería pensar.

–¿Has venido en representación de Atrikides Holdings? –continuó, frunciendo el ceño–. Me habían dicho que vendría Leandro Atrikides... ¿Ha habido cambio de planes?

Yannis se sentó en un sillón, cruzó las piernas y respondió:

–Sí, algo así.

–¿Y bien? ¿En qué te puedo ayudar?

Yannis apretó los labios y Eleanor lamentó que su encuentro estuviera condenado a ser así, profesional, distante y frío. Pero por otra parte, no quería hurgar en el pasado; habría sido demasiado doloroso e incómodo.

Decidió fingir que el pasado no existía. Decidió comportarse como si Yannis Zervas fuera un cliente normal.

Además, no tenía otro remedio. Si mencionaban asuntos personales y sacaban los trapos sucios a colación, su enfrentamiento estaría asegurado. Y a su jefa, Lily Stevens, le disgustaban los problemas con los clientes.

–Bueno, es obvio que estoy aquí porque te necesito para organizar un acto –respondió él.

–Sí, es obvio –declaró ella con brusquedad.

Aquello no iba bien. Cada frase que pronunciaban estaba cargada de tensión. Pero no sabía qué hacer; mencionar el pasado significaría reabrir viejas heridas y avivar el dolor que seguía presente en su alma y en su cuerpo.

Una vez más, se repitió que Yannis Zervas era un cliente; un cliente como cualquier otro. Sólo tenía que respirar despacio y sonreír.

–¿Qué tipo de acto necesitas organizar? –preguntó–. Necesito que me des más detalles.

–Pensaba que ya te habrían informado. Estoy seguro de que mi ayudante habló con vosotros por teléfono.

Eleanor consultó rápidamente su archivo.

–Ah, sí... aquí está la ficha. Pero sólo dice que es una fiesta de Navidad.

En ese momento llamaron a la puerta. Era Jill, que les llevaba los cafés.

Eleanor se levantó para recoger la bandeja y que la secretaria se marchara cuanto antes. No quería que notara la tensión que llenaba el ambiente. Jill era una joven muy ambiciosa; sólo llevaba dos años en la empresa, pero ya había demostrado que era capaz de cualquier cosa con tal de ascender.

–Gracias, Jill. Ya me encargo yo de servirlos.

Sorprendida, Jill retrocedió y salió del despacho.

–Antes no tomabas café –dijo Yannis–. Lo recuerdo porque me parecía divertido que una chica que quería abrir una cafetería, no tomara café.

Eleanor se puso tensa. Esperaba sobrevivir a la reunión sin que se mencionara el pasado, pero Yannis no parecía desear lo mismo. Se había referido a él con absoluta naturalidad, como si hubieran mantenido una relación buena y llena de momentos felices; como si hubieran compartido mil cosas.

Y no las habían compartido.

Sirvió el café, intentando disimular el temblor de sus manos, y se preguntó cómo se atrevía a actuar como si no la hubiera dejado plantada ni hubiera huido ante el primer problema que se presentó.

Nunca olvidaría el dolor y la humillación que había sentido cuando fue a buscarlo a su apartamento y descubrió que no sólo se había cambiado de casa sin decir nada, sino que además se había marchado de la ciudad y del país.

Era un cobarde.

–No estaba especialmente interesada en abrir una cafetería –declaró con frialdad–. Sólo me parecía que, en ese momento, era una buena oportunidad empresarial.

Eleanor le sirvió un café solo, con dos cucharaditas de azúcar, como le gustaba. No lo había olvidado. Ni había olvidado los tiempos en que él preparaba café en su diminuto piso de estudiante mientras ella le llevaba a la boca las pastas y los dulces que pensaba ofrecer en su cafetería.

Yannis siempre decía que estaban deliciosos. Pero mentía como le había mentido en tantas cosas; como le había mentido cuando le declaró su amor. Si hubiera estado realmente enamorado de ella, no la habría dejado.

Le pasó su taza y se sirvió otro café para ella, también solo. Ahora le gustaba tanto que tomaba más de la cuenta. Allie, su mejor amiga, siempre le decía que tomaba demasiado; pero necesitaba la cafeína.

Sobre todo, en momentos como ése.

–No es lo que yo recuerdo –declaró Yannis.

Sus palabras la desconcertaron tanto, que Eleanor dio un trago demasiado largo y se quemó la lengua.

–¿Cómo?

Yannis se inclinó hacia delante.

–A ti no te interesaban los mercados y las oportunidades empresariales –afirmó–. ¿Cómo es posible que lo hayas olvidado, Ellie? Sólo querías abrir un sitio donde la gente se pudiera relajar y divertirse un rato.

Eleanor supo que tenía razón. De hecho, recordaba cuándo se lo había dicho: después de hacer el amor por primera vez.

Le contaba todo tipo de secretos. Le abría de par en par su alma, su corazón, su vida entera. Y a cambio, él no le había dado nada.

–Estoy segura de que recordamos muchas cosas de forma distinta, Yannis. Y por cierto, no me llames Ellie. Ahora sólo respondo a Eleanor.

–Pero si me dijiste que odiabas tu nombre...

Ella suspiró con impaciencia.

–Eso fue hace diez años. Diez años, Yannis –repitió–. Yo he cambiado, tú has cambiado, el mundo ha cambiado. Será mejor que lo superes.

Él entrecerró los ojos.

–Oh, no te preocupes por eso, Eleanor. Ya lo he superado. Lo he superado por completo.

El tono de voz de Yannis contradijo sus palabras. Ya no había duda alguna de que estaba enfadado, lo cual irritó a Eleanor a pesar de que quería mantener el aplomo.

En su opinión, Yannis no tenía ningún derecho a estar furioso con ella; pero se comportaba como si ella fuera la culpable de su separación.

Evidentemente, la hacía responsable.

Por el error más clásico e ingenuo de todos; por el error de haberse quedado embarazada sin querer.

Yannis la miró con intensidad, tan enfadado que ni él mismo se lo podía creer. Pero su enfado carecía de sentido; llegaba diez años tarde.

Sin embargo, necesitaba saber lo que había sido de Eleanor desde que se separaron. Quería saber si había tenido el niño y si se había casado con el padre del bebé. Quería saber si se había arrepentido de haberlo expulsado de su vida de un modo tan lamentable.

Pero no parecía arrepentida. De hecho, parecía enfadada con él; como si hubiera sido él y no ella quien destrozó su relación.

–¿Y bien?

Eleanor sacó una libreta y un bolígrafo, entrecerró los ojos y añadió:

–¿Puedes darme más detalles de la fiesta?

Yannis, que ya había olvidado el motivo de su visita, se echó hacia delante y habló con tono seco y acusador.

–¿Tuviste un niño? ¿O una niña? –preguntó de súbito.

Ellie mantuvo su expresión fría y distante; incluso le pareció más fría y más distante que antes. Yannis pensó que se había transformado en una mujer sin corazón, completamente diferente a la que había conocido.

–Prefiero no hablar del pasado, Yannis. Si queremos mantener una actitud profesional...

–Está bien, como quieras; seamos profesionales –la interrumpió–. Quiero organizar una fiesta de Navidad para los trabajadores que se han quedado en Atrikides Holdings.

–¿Los que se han quedado?

–Sí, exactamente. Compré la empresa la semana pasada y se han producido algunos cambios –respondió.

–Ah, quieres decir que tu empresa ha absorbido a la antigua –declaró con desprecio.

–Sí –respondió él con toda naturalidad–. Al asumir la dirección, mi equipo de colaboradores sustituyó a parte de la plantilla anterior... Quiero mejorar el ambiente de trabajo, y me ha parecido que una fiesta de Navidad sería perfecta.

–Comprendo.

Por la tensión de su boca y la condena de su expresión, Yannis supo que Eleanor no lo comprendía en absoluto. Había sacado una conclusión precipitada a partir de los pocos datos que tenía; los datos que él mismo le acababa de dar.

Pensó que no tenía derecho a juzgarlo de ningún modo. A fin de cuentas, ella había sido tan despiadada e implacable en su vida personal como él en la vida empresarial.

Pero desde su punto de vista, había una diferencia relevante: mientras que Eleanor lo juzgaba sin tener información suficiente, él la había juzgado a ella con información de sobra.

Eleanor tomó unas cuantas notas en la libreta, aunque ni siquiera fue consciente de lo que apuntaba. En su mente seguía sonando la pregunta de Yannis.

«¿Tuviste un niño? ¿O una niña?».

Se preguntó cómo era capaz de formular esa pregunta de un modo tan agresivo. Se trataba de su hijo; del hijo del propio Yannis.

Intentó refrenar sus pensamientos y bloquearlos. No quería recordar el pasado. Había enterrado esas emociones en lo más profundo de su corazón y no iba a permitir que las liberara de nuevo. Eran demasiado dolorosas.

Respiró hondo y lo miró.

–¿De qué clase de fiesta estamos hablando? ¿De un cóctel? ¿De una cena? ¿A cuántas personas quieres invitar?

–Tenemos alrededor de cincuenta empleados, aunque me gustaría que vinieran con sus familias –respondió–. Algunos tienen niños pequeños, de modo que debería ser algo relajado pero elegante a la vez.

–Relajado pero elegante –repitió ella.

Lo apuntó en la libreta, apretando el bolígrafo, y lo volvió a mirar.

–Muy bien. Ahora necesito que...

Yannis suspiró y la interrumpió.

–Mira, no tengo tiempo para entrar en detalles. He venido para hacerle un favor a un amigo y tengo mucho que hacer. Sólo voy a estar una semana en Nueva York.

–¿Una semana?

Él asintió.

–Sí. Y la fiesta se va a celebrar este viernes.

Eleanor se quedó boquiabierta. Nadie le había dicho que fuera tan pronto.

–Me temo que va a ser imposible con tan poco tiempo –afirmó–. Tengo toda una lista de clientes que...

–Nada es imposible si se gasta suficiente dinero –le recordó–. Precisamente he elegido vuestra empresa porque estoy seguro de que podéis organizarla. Quería hablar en persona con la jefa de proyectos para simplificar las cosas... y según me han dicho, esa persona eres tú. ¿Verdad?

Eleanor se limitó a asentir.

–En tal caso, escríbeme por correo electrónico y dime lo que necesitas –continuó él mientras se levantaba del sillón–. Me alegra saber que tienes éxito en el trabajo, Ellie. Aunque me pregunto a cuántas personas te habrás quitado de en medio para conseguir este despacho tan bonito.

Yannis miró por el ventanal que daba al parque de Madison Square, cuyos árboles sin hojas se alzaban sombríos contra el cielo invernal.

Eleanor se sintió tan insultada, que soltó un grito ahogado. No tenía derecho a hablarle de ese modo; no tenía derecho a juzgarla.

Yannis caminó hacia la salida y comentó:

–Supongo que nos veremos más antes de la fiesta.

Ella supo que se iba a marchar sin más, después de haber abierto las viejas heridas, y estalló sin poder evitarlo.

–Fue una niña –dijo con rabia–. Ya que te interesa tanto, te diré que fue una niña.

Él la miró y sonrió con desprecio.

–Me interesaba –puntualizó–. Pero ya no me interesa en absoluto.

Acto seguido, se marchó.

Capítulo 2

ELEANOR? ¿Yannis Zervas ya se ha marchado? Eleanor alzó la cabeza y vio que su jefa, Lily Stevens, estaba en la entrada de su despacho, frunciendo el ceño y mirándola con desaprobación.

Durante un momento, le recordó a su madre; pero no era sorprendente, porque Lily y su madre habían sido socias hasta cinco años antes.

–¿Eleanor? –repitió Lily, con más énfasis.

Eleanor se levantó e intentó sonreír.

–Sí, se acaba de marchar.

–Qué rapidez.

Eleanor recogió la taza de café de Yannis, que estaba prácticamente llena y dijo:

–Es que es un hombre muy ocupado.

–Jill me ha comentado que el ambiente estaba un poco tenso cuando entró.

Eleanor se encogió de hombros. Tampoco le sorprendía que Jill le hubiera ido con el cuento a Lily. Su profesión era verdaderamente dura; siempre había alguien dispuesto a pasar sobre el cadáver de otra persona con tal de ascender.

–¿Tenso? No, en absoluto.

–No necesito decirte que Yannis Zervas es un cliente muy importante, ¿verdad? Las acciones de su empresa están valoradas en más de mil millones de...

–No, no necesitas decírmelo –la interrumpió.

–Me alegra saberlo, porque quiero que hagas todo lo necesario para que su fiesta sea un éxito. Concéntrate en ella. Le diré a Laura que se ocupe de todos los compromisos que tenías esta semana.

–¿Cómo?

Eleanor no pudo ocultar su indignación. Entre sus compromisos, había actos de varios clientes con los que había trabajado durante meses; y sabía que Laura, otra de sus enemigas en la empresa, aprovecharía la ocasión para robarle los contactos.

Apretó los dientes y pensó que su profesión no era exactamente dura, sino brutal. Se había endurecido mucho con el paso del tiempo, pero le empezaba a cansar.

En cualquier caso, Yannis Zervas no se merecía que arriesgara su carrera por él. Si Lily quería que se concentrara en su fiesta, acataría la orden y se concentraría en su fiesta. Y después, seguiría con su vida.

–¿Hay algún problema, Eleanor? –preguntó Lily, entrecerrando los ojos.

Eleanor se mordió el interior de la mejilla. Odiaba el tono aparentemente dulce y profundamente despectivo de Lily, el mismo que su madre le dedicaba cuando era una niña.

Casi le pareció gracioso que hubiera terminado en un trabajo como el de su madre y con una jefa como su madre. Pero no tenía ninguna gracia. Todas las decisiones que Eleanor había tomado durante los años anteriores buscaban el objetivo de alejarla de sus sueños y de sus creencias. Pretendían ser una forma de reinventarse a sí misma. Y por lo visto, no lo había conseguido.

–Por supuesto que no. Estoy absolutamente encantada de trabajar con él –mintió–. Como bien has dicho, es un cliente muy importante. Y un gran paso para nuestra empresa.

Lily asintió, aparentemente satisfecha con sus palabras.

–En efecto –dijo–. ¿Vas a volver a reunirte con él?

–Mañana por la mañana le enviaré los detalles por correo electrónico –respondió.

Eleanor se estremeció al pensar en lo que la esperaba. Tendría que dedicar todo el día a hacer llamadas telefónicas y pedir favores para celebrar la fiesta en la fecha requerida. Durante una semana, estaría al servicio de Yannis. Sería su esclava particular.

Pero no podía perder su trabajo. Ni dar a Yannis la satisfacción de saber que le había hecho daño una vez más.

Se concentró en el trabajo y dedicó todos sus esfuerzos a la planificación de la fiesta, procurando no pensar en él. Al cabo de un rato, llamó a la sede de Atrikides Holdings y le dieron un dato tan interesante como poco sorprendente.

Cuando pidió hablar con alguna persona que estuviera informada, le pasaron con una de las empleadas de la empresa. La mujer, que se llamaba Peggy, resultó ser tan agradable como cotilla.

–Todo pasó tan deprisa... –declaró, bajando la voz–. Atrikides era una empresa familiar, y de la noche a la mañana, nos encontramos bajo el control de Yannis Zervas. Despidió a la mitad de la plantilla, ¿sabes? Tuvieron que recoger sus cosas y marcharse ese mismo día. ¡Hasta el propio Talos Atrikides, el hijo del director general!

–Bueno, espero que la fiesta no resulte tan problemática...

Eleanor prefirió dejarlo así por no meterse en líos. Le gustaban los cotilleos como al que más, pero tenía experiencia y no se dejaba enredar por ellos.

Sin embargo, estaba algo alterada cuando colgó el teléfono. Se había enamorado de Yannis Zervas cuando él sólo tenía veintidós años y era un chico encantador, divertido y despreocupado. Hasta el día en que se marchó, no supo lo frío e implacable que podía ser. Y los rumores sobre Atrikides Holdings parecían confirmarlo.

Casi era medianoche cuando Eleanor salió del despacho, completamente agotada. Pero ya tenía todo lo necesario para presentar una propuesta a Yannis al día siguiente.

Se masajeó las sienes y salió a la calle. Como no pasaba ningún taxi, decidió volver a casa dando un paseo.

Su piso se encontraba a pocas manzanas de allí, en una torre de hierro y cristal, junto al río Hudson. A Eleanor no le gustaba ese tipo de edificios para vivir, pero lo había comprado porque a su madre le había parecido una buena inversión. Además, pasaba muy poco tiempo allí.

Suspiró, saludó al portero, entró en el ascensor y subió a la planta trece.

Como de costumbre, la casa estaba oscura y silenciosa. Eleanor dejó las llaves en la mesita del vestíbulo y encendió la luz del salón, con su sofá moderno y su mesita de café. Tras el ventanal se veía el río, brillando bajo la luz de las farolas.

De repente, tuvo hambre y decidió echar un vistazo al frigorífico. Sólo contenía un yogur y los restos de un pollo agridulce, que no le parecieron precisamente apetecibles.

Cerró el frigorífico, desanimada, y le pareció asombroso que en otro tiempo le hubiera gustado cocinar y que incluso hubiera soñado con abrir un café.

Alcanzó unas galletas y volvió al salón, pero las galletas no sirvieron para saciar su hambre. Pensó que sería mejor que se acostara. Al fin y al cabo, estaba tan cansada que no se tenía en pie.

Se dirigió al dormitorio y se metió en la cama. Pocos minutos después, descubrió que tampoco podría dormir. No hacía otra cosa que pensar una y otra vez en el pasado; se veía a sí misma en su juventud, con el pelo revuelto y llena de alegría; se veía a sí misma con Yannis, coqueteando, besándose.

Cerró los ojos y se dijo que no quería pensar en eso. Se había esforzado mucho por olvidar el pasado y ahora volvía con toda su carga agridulce.

Súbitamente, se sintió más sola que nunca.

Gimió, se tumbó de lado y apretó los párpados con más fuerza, como si así pudiera borrar los recuerdos que la asaltaban.

Casi pudo oír el sonido de aquel aparato en la sala del hospital, cuando el médico que estaba con ella frunció el ceño y permaneció en silencio durante unos segundos, como si no supiera cómo darle la noticia.

El recuerdo era tan doloroso, que se levantó y entró en el cuarto de baño para tomarse un somnífero.

Después, volvió a la cama y, una vez más, cerró los ojos. Por fortuna, el sueño no tardó en aparecer.

A pesar de haber pasado una noche terrible, Eleanor ya estaba en el despacho a las ocho en punto. Lily pasó por delante del despacho y la saludó con más seriedad de la cuenta; obviamente, había acertado al llegar pronto al trabajo.

Dedicó casi una hora a escribir el mensaje de correo electrónico para Yannis. Le costó mucho porque se empeñó en parecer absolutamente profesional e impersonal al mismo tiempo; no quería que Yannis se diera cuenta de lo mucho que su visita la había afectado.

Por fin, terminó el mensaje con una lista de los detalles de la organización de la fiesta y lo envió.

Dos minutos después, sonó el teléfono.

–Esto es completamente inaceptable.

Eleanor miró la pantalla de su ordenador, perpleja, y echó un vistazo al mensaje que acababa de enviar. Era tan largo que le pareció imposible que Yannis lo hubiera leído en tan poco tiempo y ya lo encontrara inaceptable.

–¿Cómo?

–Todo esto es demasiado común, Ellie...

–No me llames así –protestó.

–Si quisiera una fiesta del montón, como tantas, le habría encargado el trabajo a otra empresa. Me dirigí a Premier Planning porque me dijeron que sois los mejores.

Eleanor cerró los ojos un momento y respiró hondo, intentando no perder la paciencia.

–Te aseguro que tu fiesta será cualquier cosa menos del montón.

Yannis soltó una risa de incredulidad.

–Ah, ¿en serio? ¿Con paté de salmón, gardenias, champán y todo lo que se pone en cualquier fiesta?

–Vamos, Yannis...

–No es lo que quiero, Ellie.

–Te he dicho que no me llames así.

–Pues ofréceme algo que me impresione.

Eleanor no quería impresionar al hombre que la había abandonado y la había tratado como si ella no valiera nada. Pero aquello era un trabajo. No podía cometer el error de poner en peligro su carrera profesional.

–Me has dado menos de veinticuatro horas para organizar una fiesta con varias docenas de invitados –le recordó–. Es lógico que todavía no tenga todos los detalles...

–Sí, pero esperaba algo mejor.

–Qué curioso. Yo dije eso mismo hace diez años –replicó.

Eleanor se mordió la lengua demasiado tarde. Lo había dicho sin pensar.

–Y yo –contraatacó él con frialdad–. Reúnete conmigo en mi despacho a las doce en punto. Iremos a almorzar.

Yannis colgó el teléfono y Eleanor soltó una maldición.

Justo entonces, Lily se asomó al despacho y preguntó:

–¿Va todo bien?

–Sí, perfectamente –respondió–. Es que me acabo de cortar con las tijeras.

Cuando cortó la comunicación, Yannis se frotó los nudillos como si acabara de terminar un combate de boxeo. La conversación con Eleanor había aumentado su ira. Le parecía increíble que, después de lo que había hecho diez años antes, ni siquiera tuviera la decencia de admitir su error y disculparse.

Sin embargo, no quería estar enfadado. Ni siquiera esperaba estarlo. Siempre había creído que, si alguna vez volvía a ver a Eleanor Langley, descubriría que su traición ya no significaba nada para él.

Pero se había equivocado.

Suspiró con impaciencia y echó un vistazo a los documentos que abarrotaban la mesa de su despacho. Atrikides Holdings era un desastre y tenía mucho que hacer. No podía perder el tiempo con un amor de juventud.

Intentó convencerse de que lo único que le interesaba de ella era la fiesta del viernes. Se dijo que sólo la había llamado por eso, que sólo pretendía ponerla en su sitio porque su propuesta le había parecido vulgar. Y pasara lo que pasara, tendría su fiesta.

Tres horas después, Eleanor estaba frente al rascacielos que albergaba la sede de Atrikides Holdings. Tomó aire, lo soltó lentamente y entró en el vestíbulo.

Tras pasar por el control de seguridad, entró en el ascensor y subió hasta la última planta. Salió a una sala increíblemente elegante y con vistas a Central Park. Mientras ella disfrutaba de la visión, la secretaria que estaba en recepción pulsó un botón y llamó a su jefe.

–Señor Zervas, Eleanor Langley acaba de llegar.

–Dígale que pase.

La secretaria le hizo un gesto y dijo:

–Puede pasar cuando quiera. Su despacho está al final.

Eleanor cruzó la sala y llamó a la puerta, intentando aparentar tranquilidad. No iba a permitir que Yannis la acobardara.

El despacho resultó ser un lugar tan bonito como el resto de la oficina, pero le bastó una mirada para saber que Yannis llevaba poco tiempo en él. Los retratos de los Atrikides todavía adornaban las paredes. Por lo visto, se había limitado a ocupar el sillón del director anterior sin hacer ningún cambio.

Yannis estaba al otro lado de la mesa, de espaldas a ella. Era imposible que no hubiera oído la puerta, pero se comportó como si no fuera consciente de la presencia de Eleanor.

Molesta, carraspeó.

Él se giró y la miró. Eleanor se quedó sin habla; durante un momento, recordó el placer de tenerlo entre sus brazos mientras el sol los iluminaba y él la cubría de besos.

Pero tardó poco en reaccionar.

–Veo que has ocupado el despacho del antiguo director general.

Yannis hizo un gesto de desdén.

–Es una solución temporal. Me pareció conveniente.

–Y supongo que lo despedirías como a la mayoría de sus empleados, ¿verdad?

–¿La mayoría? No exageres –dijo, entrecerrando los ojos.

Eleanor se preguntó por qué había empezado la conversación de ese modo. Era como si, inconscientemente, quisiera molestar a Yannis y discutir con él.

Sin embargo, no estaba allí por motivos personales. Tenía un trabajo y debía comportarse con profesionalidad.

–¿Quieres que hablemos de mi propuesta?

–No estoy seguro de que merezca la pena.

Eleanor se mordió el labio inferior un momento.

–Muy bien. Si lo deseas, olvidaremos la propuesta que te hice esta mañana y me pondré a trabajar en otra. Pero... ¿podrías hacerme el favor de ser más educado?

Para sorpresa de ella, Yannis asintió.

–Está bien –dijo–. Y ahora, vamos a comer algo.

Yannis la llevó a una salita con una mesa preparada para dos. Después, le apartó una silla para que se sentara y ella le dio las gracias con cierto nerviosismo. No sabía si podría mantener la calma en una situación tan íntima; estaba segura de que perdería los estribos en cuanto él le dedicara una de sus sonrisas irónicas o de sus miradas de frialdad.

Yannis se acomodó en la silla opuesta y ella aprovechó la ocasión para mirarlo con más detenimiento.

Llevaba el pelo más corto que antes, tenía canas y su piel era la de un hombre adulto; pero seguía tan carismático como siempre, como si una especie de campo magnético lo rodeara. Aún lo encontraba atractivo. Aún lo deseaba. Y se odió por ello.

–¿Te apetece un poco de vino?

–No suelo beber en...

–Entonces sólo te serviré media copa –la interrumpió.

Yannis alcanzó la botella y le llenó la copa por la mitad. Eleanor miró la ensalada que les habían preparado y se llevó un poco de lechuga a la boca, aunque no tenía apetito.

–¿Por qué no me dices qué tipo de fiesta quieres? –preguntó, intentando ser razonable–. Si tuviera más información, estoy segura de que se me ocurriría alguna idea.

–Pensaba que tu trabajo consistía precisamente en eso. Además, ya te he dado una lista con todo lo que necesito.

–Sí, pero también me has dado menos de veinticuatro horas para presentarte un plan y apenas una semana para organizar la fiesta. No son las mejores condiciones.

Yannis sonrió.

–Tu jefa me aseguró que estaríais a la altura.

Eleanor apartó la mirada un momento y contó hasta diez.

–Y yo te aseguro que lo estaremos. Pero mi propuesta inicial te ha parecido insatisfactoria y necesito más información sobre lo que quieres.

Yannis soltó un suspiro de impaciencia.

–Quiero que sea un acto único y elegante. Que demuestre a los empleados de la empresa que la nueva dirección se preocupa por ellos.

–Excepto por los que has despedido, querrás decir –afirmó.

Él arqueó una ceja.

–¿Estás cuestionando mi forma de trabajar?

–No, sólo planteo una objeción. Por muchas fiestas que organices, tus empleados no van a creer que te importan cuando les acabas de demostrar lo contrario.

Yannis se puso pálido.

Eleanor comprendió que había cometido un grave error e intentó salir del lío en el que se había metido ella sola.

–Bueno, olvidemos eso. Sólo quiero que me des más detalles, Yannis.

Él apretó los labios y entrecerró los ojos.

–Creo haber mencionado que algunos de los empleados tienen niños. Quiero que sea familiar –se limitó a decir.

Eleanor apretó la copa de vino. La mención de los niños le recordó el pasado y le resultó enormemente dolorosa.

–Familiar –repitió ella, intentando concentrarse en la fiesta.

–En efecto. Te lo dije ayer. ¿Es que no lo apuntaste?

Eleanor dejó la copa a un lado.

–Claro que lo apunté, pero me resulta difícil de creer que un hombre como tú se preocupe por que sus empleados tengan niños. No encaja con tu imagen.

Él la miró con dureza.

–¿Con mi imagen? ¿De qué estás hablando, Eleanor?

–De ti, Yannis, de qué si no –respondió ella, irritada–. A ti no te importa nada la familia. O por lo menos, no te importaba cuando te conocí.

Yannis se levantó de forma tan brusca, que derramó el vino en el mantel.

–¿Que no me importaba nada? –rugió, enfadado–. Dime, Ellie, ¿de dónde has sacado esa ridícula idea?

Eleanor no podía creerlo. Interpretó su vehemencia por desfachatez.

–Del día en que te marchaste de tu piso y saliste del maldito país. Del día en que te dije que me había quedado embarazada.

Yannis se rió con sarcasmo.

–Ah, ya entiendo... Tienes unas ideas muy interesantes, Ellie. Ahora resulta que los niños no me gustan porque no quise hacerme cargo del bastardo de otro.

Eleanor se quedó boquiabierta.

–¿Qué has dicho?

–Lo que has oído. Sabía que ese bebé no era mío.

Capítulo 3

SE HIZO un silencio tan cerrado que sólo se oían sus respiraciones. En el exterior, el cielo gris anunciaba tormenta.

Eleanor se repitió mentalmente lo que Yannis acababa de decir. Que no era hijo suyo, que era el bastardo de otro.

Cerró los ojos, herida.

–¿Ya no tienes nada que decir? –preguntó él.

Ella sacudió la cabeza. Jamás habría imaginado que Yannis había roto su relación porque creía que el hijo que estaba esperando era de otro. Ni siquiera alcanzaba a imaginar por qué. No creía haberle dado motivos para dudar.

Pero en ese momento no se sintió con fuerzas para dar o pedir explicaciones.

–No, nada en absoluto –dijo al fin.

Alcanzó el maletín que había llevado consigo y añadió:

–Me voy. Le pediré a Lily que asigne tu fiesta a otra persona.

–¿A qué viene eso?

–¿Y todavía lo preguntas? –dijo ella, sacudiendo la cabeza–. Es evidente que no podemos superar lo que pasó y que tampoco podemos trabajar juntos. Seguir así, sería absurdo. Es mejor que se lo encarguen a otra persona.

–¿Esperabas que te hubiera perdonado y que lo hubiera olvidado todo? –ironizó él.

Eleanor soltó una risa seca, sin humor.

–No, ni mucho menos. Esperaba que yo te hubiera perdonado a ti –puntualizó–. Pero carece de importancia... adiós, Yannis.

Eleanor se alejó y logró salir con la cabeza bien alta.

Yannis seguía en el mismo sitio, de pie, atónito, cuando Eleanor ya estaba bajando en el ascensor. Sus últimas palabras lo habían desconcertado; nunca habría imaginado que ella tuviera nada que perdonarle.

Sabía que había sido brusco, que la había expulsado de su vida y que se había marchado de Boston de repente, pero sólo lo había hecho porque no podía soportar el dolor que Eleanor le había causado. No podía soportar la idea de que se estuviera acostando con otro hombre y de que la hubiera dejado embarazada. No soportaba haber vivido una mentira.

Y no obstante, Eleanor creía que era ella quien debía perdonarlo.

Yannis no entendía nada.

Impaciente, se acercó al ventanal y echó un vistazo al exterior. Había empezado a nevar.

Diez años antes, había sabido que Eleanor mentía por una razón bien sencilla: porque él no podía tener hijos. De hecho, su esterilidad le resultaba tan terriblemente dolorosa, que hasta se convirtió en parte de su forma de ser. Nunca podría ser padre. Y se sentía inútil por ello.

Pero Eleanor acababa de sembrar una duda en la mente de Yannis. Necesitaba saber qué tenía que olvidar y que perdonar; necesitaba saber de qué estaba hablando.

Una parte de él deseaba olvidarlo todo y seguir con su vida; encargaría la fiesta a otra persona y se olvidaría de ella. Sin embargo, Yannis se conocía bien y era consciente de que no podría aunque quisiera.

No podía quedarse con la duda.

Necesitaba saberlo.

Eleanor caminó hasta la sede de Premier Planning, totalmente ajena al viento helado que le azotaba la cara y le entumecía las mejillas. En realidad, no se daba cuenta de nada; ni siquiera prestaba atención a los peatones que iban móvil en mano y la obligaban de cuando en cuando a cambiar de dirección para no chocar con ellos.

Cuando llegó a su destino y miró el edificio, supo que no podía volver al despacho. Lily la estaría esperando para que le informara de su reunión con Yannis; e incluso cabía la posibilidad de que Yannis ya la hubiera llamado por teléfono.

En cualquier caso, su empleo estaría en peligro. Pero no tenía fuerzas para afrontar el problema en ese momento, de modo que tiró diez años de profesionalidad por la borda, dio media vuelta y se marchó a casa.

Una vez allí, dejó el bolso en el suelo, se quitó los zapatos, se sentó y se quedó con la mirada perdida en el vacío.

Estuvo así un buen rato, hasta que su estómago empezó a hacer sonidos; a fin de cuentas, no había tomado casi nada desde el desayuno. Pero tampoco tenía apetito. No sentía nada; nada de nada. No se había encontrado tan mal desde que Yannis la abandonó.

Por fin, se levantó y fue al cuarto de baño. Abrió el grifo de la bañera y se empezó a desnudar, dejando la ropa en el suelo.

Al cabo de veinte minutos, su corazón y su mente volvieron a funcionar. Yannis pensaba que se había quedado embarazada de otro hombre. Ahora entendía su enfado, aunque seguía sin saber de dónde había sacado esa idea.

Pero no dudó de su sinceridad. Por su expresión y por su forma de decirlo, era obvio que estaba realmente convencido; la había abandonado y había dejado el país porque creía que le había sido infiel.

Aquello no tenía ni pies ni cabeza; ni siquiera habría sido posible en un sentido puramente logístico, porque durante su relación, ella estaba casi todo el tiempo con él. Y sin embargo, Yannis lo creía.

El agua de la bañera se había enfriado, de modo que se levantó y se secó. Estaba harta de dar vueltas al asunto; cansada de dejarse dominar por las recriminaciones y por el arrepentimiento. Si Yannis Zervas creía que lo había traicionado con otro hombre, era que no la conocía bien. Y en tal caso, su amor también había sido una mentira.

Ya se había puesto uno de sus pijamas cuando llamaron a la puerta.

A Eleanor le sorprendió. Vivía en el piso decimotercero de un edificio con dos guardas en la entrada principal, que siempre la avisaban cuando tenía visita. Pero esa vez no habían avisado.

Supuso que sería un vecino y se acercó a la puerta con curiosidad. Cuando se inclinó sobre la mirilla y echó un vistazo, se llevó otra sorpresa. Era Yannis.

–¿Eleanor?

Su voz sonaba impaciente. Eleanor suspiró y abrió.

–¿Qué estás haciendo aquí, Yannis?

–Necesito hablar contigo.

Ella se cruzó de brazos y permaneció inmóvil.

–No tengo nada que decir.

Él arqueó una ceja.

–Puede que tú no; pero yo, sí. ¿Vas a dejarme entrar?

–¿Cómo has conseguido mi dirección?

–Tu jefa me la ha dado.

Eleanor volvió a suspirar.

–¿Y cómo has entrado en el edificio sin que los guardias me avisen?

–Eso ha sido muy fácil. Me he ganado su amistad.

Ella lo miró con asombro.

–¿Tú?

–Sí, resulta que uno de ellos es de origen griego, como yo. Incluso me ha enseñado las fotografías de sus nietos.

Eleanor sacudió la cabeza. Le parecía increíble que se hubiera hecho amigo de uno de los guardias.

–Está bien. Entra.

Yannis entró y cerró la puerta. Ella se acercó a la ventana e intentó adoptar una actitud tranquila. Se sentía vulnerable, terriblemente expuesta; como si la frialdad del mobiliario del piso pudiera darle una pista de que su vida era un desastre.

Pero no lo era. Tenía un trabajo, amigos, una vida.

Sólo le faltaba una cosa.

Le faltaba el amor.

–¿Qué quieres de mí, Yannis?

Él se quedó en mitad del salón, dominando el lugar.

–¿Vives sola?

Ella se encogió de hombros.

–Sí.

Yannis sacudió la cabeza.

–¿Y la niña?

Eleanor no quería hablar de eso. No quería que preguntara y no quería darle explicaciones.

–¿Qué pasa con ella?

–¿No vive contigo?

–No.

–¿Es que el padre se quedó con la custodia?

Ella se rió. Estaba verdaderamente cansada de aquel asunto.

–¿De qué querías que habláramos, Yannis?

–Cuando estábamos en mi despacho, has dicho que eras tú quien no me había perdonado a mí. Quiero saber por qué has dicho eso.

–¿Quieres saberlo? ¿En serio? Lo he dicho porque me abandonaste cuando yo estaba embarazada. ¿Te parece anormal que me enfadara? ¿Te parece extraño que no sea capaz de perdonarte?

Yannis movió la cabeza en un gesto negativo.

–Ellie, sabes perfectamente que esa niña era de otro.

–¿Que lo sé? –preguntó, furiosa–. ¿Que yo lo sé? Yo te diré lo que sé, Yannis... El único bastardo que se ha cruzado en mi vida eres tú. Y de la peor clase, por cierto.

Yannis dio un paso hacia ella, con expresión amenazadora.

–¿Insinúas que era mía? ¿Eso es lo que insinúas, Ellie?

–Exactamente eso, Yannis. Y el simple hecho de que pensaras que yo te había traicionado...

–No, basta ya –la interrumpió–. Basta de mentiras.

Durante un segundo, la ira de Eleanor se transformó en curiosidad. Nunca había visto a Yannis tan desesperado ni tan fuera de sí.

–No estoy mintiendo. ¿Por qué creíste que mentí?

Yannis tardó un poco en responder. Y cuando lo hizo, su voz sonó débil y baja.

–Porque yo no puedo tener hijos. Lo sé desde que tenía quince años –respondió–. Soy estéril, Ellie.

Eleanor se quedó helada. Recordó su expresión de desconcierto primero y de vacío después cuando le dijo que se había quedado embarazada. Aquel día, pensó que la noticia le había sorprendido; pero no imaginaba hasta qué punto.

–No es posible. Estarás equivocado...

–No lo estoy.

Ella sacudió la cabeza, incrédula.