El retorno del jeque - Maisey Yates - E-Book

El retorno del jeque E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Bianca 3048 Ella podría ser capaz de civilizarlo... ¿pero quería hacerlo? Tomado como preso político cuando era adolescente, el jeque Riyaz al Hadid creció encerrado en un calabozo. Dieciséis años después, conocer a Brianna Whitman fue un visceral recordatorio de todo lo que se había perdido... El trabajo de Brianna era educar a Riyaz para que ocupase el trono y prepararlo para su boda real, planeada desde hacía mucho tiempo. Ella sabía que debía apaciguar su lado salvaje, igual que sabía que él ya estaba prometido con otra mujer. Pero la atracción prohibida que ardía entre ellos la hacía querer arrojar su inocencia a los vientos del desierto.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Maisey Yates

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El retorno del jeque, n.º 3048 - noviembre 2023

Título original: A Virgin for the Desert King

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804608

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

LA primera vez que el jeque Riyaz al Hadid vio la luz del sol en dieciséis años, ella estaba allí.

Su cabello rojo parecía arder en medio de un charco dorado, su piel brillaba. Sus labios eran como cerezas, su cuerpo un sueño febril.

Habían pasado tantos años desde que vio a una mujer como desde que vio el sol por última vez. Y ahora, de repente, allí estaban los dos.

–Te presento a Brianna Whitman.

Riyaz se volvió hacia su hermano, Cairo, que había puesto una mano en el brazo de la mujer, como si hubiera gran familiaridad entre ellos. Eso lo hizo gruñir y, al parecer, no solo para sus adentros, ya que tanto Cairo como ella reaccionaron ante el sonido.

Pensamientos, palabras, sentimientos, sonidos. Todo era igual para él.

Había estado encerrado en una mazmorra durante dieciséis años. Una semana antes, Cairo y sus hombres asaltaron el palacio y lo liberaron, derrotando a los intrusos que le habían robado el trono a su padre tantos años atrás.

Riyaz había tardado una semana en subir a los pisos superiores del palacio. La libertad era para él un concepto extraño. Había sido libre en su mente durante todo ese tiempo, pero ahora su cuerpo también lo era y los espacios abiertos, la luz cegadora, los sonidos atronadores, todo eso era una tortura.

Cairo había ido a verlo todos los días, al igual que los médicos y los psiquiatras. Y ahora… aquella mujer.

Aquella mujer a la que Cairo no quería que viese en la mazmorra sino en el salón del trono.

Era extraño que le dijesen lo que tenía que hacer. Sí, había sido prisionero durante muchos años, pero nadie le había dicho nunca lo que debía hacer. Le daban la comida y un guardia que se compadecía de él le llevaba libros. No hablaron nunca, pero tampoco había animosidad.

Había creado un gimnasio en la mazmorra y encontró formas de mantenerse en forma para que su cuerpo no se atrofiase. Aunque no sabía para qué. No había futuro que planear. No había nada.

El tiempo tenía un nuevo significado ahora. Había tareas, obligaciones. De niño, sus días habían sido estrictamente programados porque había muchas expectativas puestas en él. Y, durante su cautiverio, había aprendido varios idiomas, había leído sobre otras culturas. Leía en árabe, inglés, francés. Consumir información, historias de todo tipo, había evitado que perdiese la cabeza.

Al menos, no la había perdido del todo.

Y allí estaba ahora, mirando a la mujer más hermosa que había visto nunca.

Eso era algo que no se le había proporcionado.

Mujeres.

Uno podía aprender a suprimir sus apetitos. Él lo había hecho mientras vivía en la mazmorra. Había pasado de los platos ricos y elaborados del comedor de palacio a las comidas insípidas y aburridas de un prisionero. Lo mismo todos los días.

Había aprendido a que no le importase, pero había días en los que lo superaba el deseo de comer una hamburguesa con queso. No sabía por qué una hamburguesa con queso específicamente. No era algo tradicional en el palacio y, sin embargo, era un recuerdo que se había quedado con él, que lo perseguía.

Igual que el sexo.

Después de todo, era un adolescente cuando lo encerraron en el calabozo y sus hormonas estaban enloquecidas.

A los dieciséis años, todavía no se había acostado con una mujer, pero pensaba en ello a menudo.

Estaba prometido desde niño con una chica estadounidense, Ariel Hart, aunque había imaginado que tendría amantes antes de casarse.

Fue el padre de Ariel quien los traicionó, Dominic Hart, y lo primero que dijo cuando por fin fue liberado fue que quería verla. Cumpliría el acuerdo que su padre había roto. Restauraría lo que había sido destruido.

Pero él no deseaba a Ariel en particular. Su deseo tenía una forma genérica y exuberante, muy parecida a la mujer que tenía delante, aquella joven pelirroja.

Podía estar días sin pensar en una mujer. Pero había noches… noches en las que el deseo insatisfecho era un dolor físico insoportable.

Había vivido en una negación forzada durante años y, a veces, la furia que provocaba eso era imposible de controlar.

Lo que quería era echar a todos de la habitación y tomarla entre sus brazos, pero era consciente de su propia fuerza y sabía que carecía de delicadeza. No tenía más que furia y deseo.

Y su hermano estaba tocándola…

Su hermano, que había tenido libertad durante tantos años.

Riyaz era el jeque de Nazul. Había sido educado para dar órdenes, pero había pasado dieciséis años al mando de la oscuridad de una mazmorra.

Ahora había recuperado el poder y, sin embargo… Cairo era quien tenía el conocimiento y los medios para gobernar.

Era una realidad extraña. Claro que su realidad había sido extraña desde el principio.

–Brianna –dijo, saboreando ese nombre.

Era sol, limón y frambuesa.

–Es un placer conocerte, Riyaz –dijo ella–. Cairo me ha hablado sobre tu… tu experiencia.

Había vacilado por temor a lastimarlo, pensó Riyaz. Como si ella pudiese lastimarlo.

–No tengas cuidado conmigo –le dijo–. No soy frágil.

Ella lo miró con un brillo de compasión en los ojos y eso lo llenó de ira.

–¿Y qué haces aquí, Brianna? –le preguntó.

–Estoy aquí para ayudarte a encajar de nuevo en tu sitio. Te ayudaré a recordar los modales, la etiqueta, las normas sociales. No soy terapeuta, pero tengo experiencia con gente que ha estado aislada. Los ayudo a hacerse un sitio, a relacionarse con los demás… incluso a ocupar un trono. Aunque es la primera vez que conozco a alguien que ha estado literalmente en una mazmorra.

–¿Qué clase de profesión es esa?

–No tiene un título en concreto, pero cuando la gente me necesita, me encuentra.

De repente, Riyaz quería saberlo todo sobre ella.

–¿Cuántos años tienes?

–Veinticinco.

–¿Dónde vives?

–En Nueva York.

–¿En un ático?

–No, es una casita adosada.

–¿Cómo has podido comprar una casa en Nueva York siendo tan joven?

Nueva York era una ciudad muy cara, lo sabía por los libros.

–Cairo me compró la casa.

Riyaz miró a su hermano.

–¿Y qué es ella para ti?

–Es la mujer que va a ayudarte –respondió Cairo–. Eso es todo lo que necesitas saber.

–Quiero saberlo todo.

–Muy bien, pregúntale lo que quieras. Yo tengo que ocuparme de tus otros asuntos –dijo su hermano–. Brianna cuidará de ti mientras yo estoy fuera.

–Vas a buscar a Ariel Hart.

–Voy a hablar con ella, sí.

–Ariel pagará por lo que hizo su padre –anunció Riyaz entonces.

Cairo hizo una mueca.

–¿Crees que eso sería productivo?

–No me importa lo que sea productivo. Ni siquiera estoy seguro de saber lo que eso significa. ¿Qué importa cuando vives en un calabozo, solo, sin ver la luz del sol?

–Pero ya no estás en un calabozo, Riyaz. Ahora hay otras personas, horarios, tareas. Ahí es donde entra Brianna –dijo Cairo–. Y no tenemos mucho tiempo. Necesitamos que ocupes el trono, que la gente sepa que eres libre. Me encantaría darte más tiempo, pero el país te necesita.

Era una cosa tan extraña. Su hermano se movía a un ritmo completamente distinto al suyo. Sus movimientos eran rápidos y precisos.

A veces, Riyaz no se movía en absoluto. Miraba, observaba. Podía ser rápido si el momento lo exigía, pero no tenía sentido desperdiciar energía. Todo lo que hacía tenía un propósito. Por eso hacía ejercicio en la mazmorra, para desarrollar los músculos, para no ser débil.

Había tenido muy poco durante esos dieciséis años, de modo que había aprendido a economizar.

Claramente, Cairo no abordaba la vida con el mismo espíritu. Su hermano era el exceso personificado, con sus caros trajes y sus deportivos.

¿Era Brianna uno de sus excesos?

Riyaz gruñó de nuevo.

–¿Qué pasa? –preguntó Cairo.

–He pensado algo que no me gusta nada.

–Tienes que dejar de gruñir.

–¿Por qué?

–La gente no espera que su jeque gruña.

Riyaz miró el opulento salón del trono, a Brianna, que debía ser una especie de guía, a su hermano.

–¿Por qué voy a hacer lo que los demás esperan?

–Porque eres el jeque y tienes obligaciones hacia tu gente –respondió Cairo–. También ellos han sido cautivos del dictador, no lo olvides. Debes mostrarte fuerte, seguro de ti mismo. No podemos tolerar más disturbios.

–Podría pelear si fuéramos atacados.

–Lo sé, pero yo preferiría no tener que pelear –dijo Cairo–. Por el momento, voy a localizar a Ariel para pedirle que venga a Nazul.

–Muy bien.

Su hermano hizo una pequeña reverencia antes de salir del salón, dejándolo solo con Brianna Whitman.

–¿Eres la amante de mi hermano? –le preguntó, sin preámbulos.

Ella se ruborizó.

–¿Perdón?

–Cairo te toca como lo haría un hombre acostumbrado a tocarte.

–No, no es así. Cairo no está acostumbrado a tocarme.

Pero, por el rubor de sus mejillas, la idea no le resultaba desagradable.

–¿Seguro?

–Somos amigos. No tenemos ese tipo de relación.

–¿Tienes algún amante?

Ella apretó los labios.

–Estoy aquí para ayudarte, no para hablar de mí. ¿Vamos a comer?

–No estoy acostumbrado a la comida del palacio. Cada día algo diferente, con texturas distintas… no, es demasiado.

–¿Quieres que pida algo especial a la cocina?

–Gachas de avena –respondió Riyaz–. Y una tostada.

El día que lo liberaron de la mazmorra comió una hamburguesa con queso. Después de eso, había vuelto a lo que conocía. Podía manejar una cosa diferente cada día, pero solo una.

–Entonces, pediremos gachas y una tostada.

–Estupendo. ¿Y luego qué?

–Y luego comenzará tu entrenamiento –respondió Brianna.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

BRIANNA trató de recuperar el aliento mientras esperaba que Riyaz se reuniese con ella en el comedor.

No estaba preparada para un hombre como él, pero había ido al palacio de Nazul porque Cairo se lo había pedido. Haría cualquier cosa que Cairo le pidiese. Y, curiosamente, Riyaz parecía haberse dado cuenta.

¿Era su amante?

No, pero llevaba años fantaseando con él. Mientras Cairo solo la veía como una amiga.

Su virginidad se debía directamente a esos sentimientos.

Él la había rescatado cuando tenía quince años. Era como Rapunzel, encerrada en una torre, porque su padre había decidido venderla a un rival del sindicato del crimen que dirigía. Tenía la intención de vender a su única hija y Cairo estaba de algún modo relacionado con todo eso porque era parte de su trabajo encubierto para obtener acceso al palacio de Nazul y liberar a su hermano.

Él la había rescatado una noche, después de oír a su padre hablando sobre sus planes de venderla a un hombre al que quería convertir en su aliado. Y aún recordaba la primera vez que lo vio.

No era mucho mayor que ella, alto y guapo, irresistible.

«Tu padre planea venderte».

«Lo sé».

Lo sabía y había tenido miedo porque ella sabía lo que eso significaba. Había hecho muchos planes para escapar, pero entonces era muy joven y no tenía medios ni contactos.

«Ven conmigo».

Brianna sabía que era un riesgo, que irse con aquel extraño podría ser peligroso, pero había crecido en un mundo en el que no se podía confiar en los adultos y, al final, decidió que era un riesgo que estaba dispuesta a correr.

El riesgo había valido la pena. Cairo la había ayudado a forjarse una nueva identidad, una nueva vida. La había enviado a un internado y…

Y, por supuesto, ella se había enamorado de él. Había sido inevitable.

Sin embargo, no era lo que ella quería. Cairo era un hombre que vivía al límite, que viajaba por todo el mundo y tenía muchas amantes. Ella quería una vida más simple, algo normal. Algo así como la casita adosada que él le había comprado en Nueva York, que siempre le había encantado porque le recordaba las comedias de televisión que tanto le gustaban de niña. Papel pintado de flores, un reloj en la cocina, popurrí en los armarios…

Cairo no era el tipo de hombre que quisiera popurrí en los armarios.

Lo amaba, aun sabiendo que no había ninguna posibilidad. No era un amor razonable, pero ocupaba su corazón, tanto si era razonable como si no.

Él era su amigo. Le había comprado una casa, la había ayudado en todo y le había pedido que ayudase a otros que estaban en la misma situación. Porque Cairo ayudaba a personas que habían huido de sus antiguas vidas y ella había hecho esa transición con tanto éxito que lo más correcto era ayudar a otros a hacer lo mismo.

Con lo que no había contado era con Riyaz.

Era un hombre aterrador. Alto, moreno, musculoso. El pelo negro azabache le llegaba hasta los hombros y tenía una mirada penetrante, la nariz recta, el rictus sombrío. Bajo la barba oscura, bien recortada, se adivinaba una mandíbula cuadrada.

Se parecía a su hermano, pero Cairo era un hombre sofisticado y elegante. Riyaz, en cambio, parecía un guerrero de otro tiempo. Un hombre alto y fuerte que podría sostener una espada con una mano y la cabeza de uno de sus enemigos con la otra.

Había algo salvaje en él. Claro que era lógico después de tantos años de cautiverio.

Y su trabajo era ayudarlo, no temblar al verlo ni sentirse avergonzada porque hubiera intuido que sus sentimientos por Cairo no eran correspondidos.

–Qué extraño comer en una mesa –dijo Riyaz, empujando ruidosamente la silla y dejándose caer pesadamente sobre ella con las piernas abiertas.

Había algo tan elemental en ese gesto que Brianna se puso nerviosa. Nunca había conocido a nadie que no estuviera sujeto a unas mínimas reglas de decoro.

–Es difícil sostener la comida, los cubiertos y el vaso sin apoyarlos en una mesa –comentó.

–Pero no es imposible.

–Sí, bueno. Nuestro objetivo es aprender a comer en la mesa.

Había decidido comer lo mismo que él, pero se arrepintió cuando pusieron frente a ella el plato de gachas. También llevaron una bandeja con frutos secos y pastelillos, pero Riyaz la apartó con gesto de desagrado.

Brianna arrugó la nariz y tomó unos dátiles de la bandeja.

–¿Por qué te ayudó mi hermano? Cuéntame qué te pasó.

Ella dejó escapar un suspiro.

–Una de las normas sociales más importantes es no hacer preguntas personales a alguien a quien no conoces. Si esta fuera una cena de Estado no podrías preguntarle a tu compañero de mesa sobre sus traumas y nadie te preguntaría a ti sobre el tiempo que pasaste en la mazmorra.

–¿Por qué no? Es lo único que he hecho en los últimos dieciséis años y, por tanto, es lo único de lo que puedo hablar.

–Sí, pero en general nadie quiere hablar de cosas que le causan dolor.

–¿Sabes lo que me causa dolor? El recuerdo de la muerte de mis padres. Eso es particularmente doloroso. Y perder de vista a mi hermano, preguntarme si también lo habrían asesinado mientras diez hombres me arrastraban a la mazmorra. Diez hombres, eso es lo que hizo falta para reducirme, incluso cuando tenía dieciséis años –Riyaz hizo una pausa–. Me sentí furioso durante mucho tiempo, pero al final aprendes que no puedes estar siempre enojado y que debes esperar el momento oportuno. Tienes que esperar y eso es lo que he estado haciendo durante todos estos años. Me aseguré de que mi cuerpo no muriese, de que mi mente no muriese. No puedo decir que sea el mismo hombre que entró en ese calabozo, pero al menos no me perdí del todo.

–Ya veo.

Riyaz hizo una mueca que, en otro hombre, habría sido una sonrisa.

–Ahora sientes curiosidad y quieres preguntar, pero acabas de regañarme por hacer preguntas.

Brianna sonrió.

–¿Cómo lograste no perder la cabeza?

–El ejercicio es muy bueno no solo para el cuerpo sino para la mente, así que hacía ejercicio a diario y leía a todas horas. He leído cientos de libros, miles. Me los llevaba uno de los guardias. ¿Sabes lo que me gusta de los personajes de ficción? Que puedes leer sus pensamientos. Todo es tan sencillo, todo está escrito –dijo Riyaz–. Cuando te miro a ti, no puedo leer tus pensamientos, así que debo preguntar. Me gustaría leerte como si fueras un libro. Me gustaría ver los párrafos sueltos que hay entre las palabras que dices porque creo que hay muchos.

–Eso es muy interesante –murmuró Brianna–. ¿Cuáles eran tus libros favoritos?

–Todos lo eran. Me encantaba leer para obtener información porque no podía salir de la mazmorra y ver las cosas por mí mismo. Leía libros de historia y ciencia, pero también leía novelas de acción y espionaje.

–¿Y novelas románticas?

Riyaz torció el gesto.

–A veces me resultaba difícil.

Brianna lo entendía. Libros sobre la conexión humana, sobre el roce de otra persona. A ella le gustaban las novelas románticas, pero a veces eran demasiado dolorosas.

Porque, según esas novelas, el hombre que la rescató cuando era niña debería empezar a verla como una mujer, pero no había sido así. Mentiras que le habían contado los libros.

Le dolía leer sobre el amor correspondido porque ella no lo había experimentado. Y estando solo y encerrado como él había estado imaginó que debía ser aún peor.

–Es bueno que te guste leer, así podrás hablar de muchas cosas. Tienes mucha información.

–Podría hablar del tiempo, ahora que puedo ver el sol.

Salvo que él no parecía el tipo de hombre que querría hablar del tiempo y, por un momento, Brianna casi lamentó lo que estaba tratando de hacer porque le gustaba su carácter, franco y diferente.

Parte del problema con su trabajo era que, en general, implicaba convertir a alguien diferente en alguien igual a los demás.

Eso era lo que querían las personas que la contrataban, lo que necesitaban por una variedad de razones. Y Cairo le había explicado la importancia de la situación, la gravedad del asunto.

Ella lo entendía e iba a hacer lo que le pedía, pero tenía ciertas dudas.

–Deberíamos empezar a hablar de los modales en la mesa.

–Los conozco –murmuró Riyaz–. Solía comer en esta mesa con mi familia.

–A veces, cuando el pasado ha sido doloroso, es difícil tener que recordar. Tal vez sería más fácil para ti empezar de cero.

Él la miró con expresión escéptica.

–Muy bien.

Brianna se levantó y señaló la silla.

–¿Por qué no te pones de pie y vuelves a sentarte?

–¿Por qué?

–Porque el modo en que te has sentado antes resulta un poco chocante.

Riyaz se puso de pie, haciéndola sentir consciente de lo pequeña que era a su lado. Le llegaba a la altura del hombro y él era tan alto e imponente que casi daba miedo.

Brianna dio un paso hacia él y Riyaz dio un paso atrás, como por instinto, en un gesto que le recordó a un caballo. Un gran semental al que había que acercarse con cuidado. Casi le daban ganas de extender la mano para que captase su olor. Tal vez ofrecerle un terrón de azúcar.

«No es un animal, es un hombre».

Y, sin embargo, en el caso de Riyaz podía ver claramente a ambos. En los pocos minutos que había pasado con él, había descubierto que era casi completamente elemental.

–Echa la silla hacia atrás despacio –le instruyó– e intenta no hacer ruido.

–No comprendo por qué la gente siempre está tratando de silenciarse.

–Tú estás acostumbrado a estar solo, pero aquí siempre hay mucha gente. Si todos hiciéramos ruido podría ser un problema, ¿no te parece?

–Pero yo soy el jeque y supongo que puedo hacer tanto ruido como quiera.

–¿Por qué no aprendes a hacerlo como los demás y luego…?

–Me recuerdas a mi maestra de la guardería, pero ya no estoy en la guardería –Riyaz dio un paso hacia ella–. No soy un niño. No tienes que hablarme como si estuvieras enseñándome el abecedario.

Estaba tan cerca que podía oler su aroma. Jabón y piel masculina. Y algo salvaje. Le temblaban las manos y su corazón latía con una fuerza inusitada.

–Eres muy guapa –dijo él entonces.