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Médico por imposición, judío vienés, burgués, escritor, Arthur Schnitzler (1862-1931) puede pasar por emblema de aquella Viena que, a caballo de los siglos XIX y XX, y poblada por figuras que iban de Klimt y Schiele a Mahler y Adolf Loos, de Freud y Jung a Wittgenstein, de Hoffmanstahl y Rilke a Joseph Roth y Stefan Zweig, disputaba en la Mitteleuropa la primacía del esplendor cultural y social a París. Emparejadas por el novedoso recurso al monólogo interior, las dos obras que se reúnen en este volumen retratan sendos personajes pertenecientes a segmentos relevantes de la sociedad del imperio. El teniente Gustl (1900), que valió al autor la expulsión del ejército, pinta el angustioso debate interno de un oficial ocioso, mujeriego, antisemita y botarate a quien un incidente nimio a la salida de la ópera y el código del honor de la institución empujan a considerar como única salida el suicidio. La señorita Else (1923) centra su atención en una jovencita de la alta sociedad a quien la divergencia entre la vida interior y la exterior, social, sujeta a convenciones y presiones insoslayables, lleva al desastre. Traducción de Isabel García Adánez
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Seitenzahl: 203
Veröffentlichungsjahr: 2021
Arthur Schnitzler
El teniente GustlLa señorita Else
Traducción de Isabel García Adánez
El teniente Gustl
La señorita Else
Créditos
¿Cuánto más va a durar esto, por Dios? Tengo que mirar el reloj... no creo que sea de recibo en un concierto tan serio... Claro que ¿quién lo va a ver? Si lo ve alguien, es porque está prestando tan poca atención como yo, con lo cual no tiene por qué darme vergüenza... ¿Las diez menos cuarto nada más? Pues tengo la sensación de llevar aquí sentado tres horas. Como me falta costumbre... ¿Qué es lo que tocan, por cierto? Tengo que mirarlo en el programa... Ah, sí: un oratorio. Ya lo decía yo: una misa. Si es que estas cosas no las deberían tocar más que en las iglesias. Las iglesias, además, tienen de bueno que te puedes salir en cualquier momento... ¡Ya me podrían haber dado, al menos, una butaca de pasillo! Nada, paciencia. ¡Paciencia! Incluso los oratorios tienen fin. Igual es preciosísimo y soy yo el que no está de humor para oratorios. Ahora, que ¿de dónde iba a sacar el humor? Cuando pienso que he venido para distraerme... Ojalá le hubiera regalado la entrada a Benedek; a él sí le gustan estas cosas, como toca el violín... Pero ahí se habría ofendido Kopetzky. Ha sido todo un detalle de su parte, al menos sus intenciones eran buenas. Un buen tipo, Kopetzky... El único en quien se puede confiar... Claro, su hermana canta con las del coro de ahí arriba. Cien doncellas por lo menos, todas vestidas de negro... ¡como para distinguir a la hermana! Cantaba hoy, de ahí que Kopetzky tuviera entrada... ¿Y por qué no habrá venido él? Hay que reconocer que cantan la mar de bien. Es muy edificante... sin duda alguna. ¡Bravo! ¡Bravo!... Nada, si hay que aplaudir, se aplaude. El de al lado mío aplaude como un poseso. ¿Tanto le está gustando?... Esa chica del palco de enfrente es muy guapa. ¿Me estará mirando a mí o al caballero de más allá, el de la barba rubia? Mira, un solo. ¿Quién es? Contralto: señorita Walker; soprano: señorita Michalek... yo creo que ésta es la soprano... ¡Cuánto hará que no voy a la ópera! En la ópera siempre me lo paso bien, por aburrida que sea. Pensándolo bien, pasado mañana podría volver a ir, a la Traviata. Bueno, pasado mañana igual ya soy cadáver... ¡Bah, qué tontería! Ni yo mismo me lo creo. Usted espérese, doctor, ya se le pasarán las ganas de hacer comentarios de esa índole... ¡Sin la punta de la nariz te vas a quedar!
¡Lo que me gustaría tener mejor vista de ese palco...! Estoy por tomar prestados los prismáticos del señor de al lado, pero es capaz de arrancarme la cabeza de un mordisco por perturbarlo en su devota escucha... ¿En qué parte estará la hermana de Kopetzky? ¿Sería capaz de reconocerla? No la he visto más que dos o tres veces, la última, en el casino de oficiales... Me pregunto si serán chicas decentes... las cien. ¡Anda: «con la colaboración del Singverein»! La Asociación de Cantantes... ¡qué curioso! La verdad es que siempre me había imaginado que eran otra cosa, más como las Tanzsängerinnen1 de Viena, o sea, claro que sabía que no tiene nada que ver... ¡Qué bellos recuerdos! La vez aquella en el «Grünes Tor»... ¿Cómo se llamaba? Y luego me mandó una postal de Belgrado... Otra región bien bonita... ¡Menuda suerte tiene Kopetzky, que ya llevará su buen rato en la taberna fumándose su Virginia!
¿Por qué me seguirá mirando ese tipo de ahí? Creo que se ha dado cuenta de que me aburro y éste no es mi sitio... Pues mire, le aconsejaría no poner ese gesto tan descarado, no sea que le plante yo luego cara en el vestíbulo... Bueno, ya no mira... Si es que mis ojos los intimidan a todos... «Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca», me dijo Steffi hace poco. ¡Ay, Steffi, Steffi, Steffi! Si es que, en el fondo, la Steffi es quien tiene la culpa de que me esté pasando la velada aquí, oyendo kiries durante horas. ¡Ay, Steffi y sus eternas notitas de que no podemos vernos me están empezando a sacar de quicio! Me muero de ganas de leer lo que me ha escrito. Tengo aquí la carta y todo. Claro que, como saque la cartera, el de al lado me come... Además, ya sé lo que pone, que no puede venir porque tiene que ir a cenar con «él»... ¡Ay! Qué situación más rara la de hace ocho días, cuando estuvieron los dos en la Gartenbaugesellschaft2 y yo con Kopetzky sentados enfrente; ella, venga a hacerme señas con los ojos y a timarse conmigo; él, sin enterarse de nada... ¡Increíble! Por cierto, seguro que es judío. Es evidente, trabaja en un banco, y con ese bigote negro... y al parecer también es teniente en la reserva. En fin, las prácticas de tiro, más vale que no le toquen en mi regimiento... Bueno, y el hecho mismo de que sigan haciendo oficiales a tantos judíos3... ¡Me río yo del antisemitismo! Hace poco, en la fiesta en la que surgió la historia del doctor, en casa de los Mannheimer... por cierto, que los Mannheimer también deben de ser judíos, aunque bautizados, claro... aunque a ésos no se les nota nada, y menos a la mujer, tan rubia ella y con una cara tan bonita... Estuvo muy divertido en general. La comida, espléndida, unos puros magníficos... Bueno, claro, ¿quién tiene ese dinero?
¡Bravo! ¡Bravo! Esto es que se va a acabar pronto, digo yo... Sí, ya se pone en pie toda la tropa del escenario... No, si esto bonito es un rato... ¡Impresionante! ¿Con órgano y todo? El órgano me gusta... Pues nada, a disfrutarlo, ¡muy bonito! Al final va a ser verdad que hay que ir a conciertos más a menudo... Precioso ha sido, le diré a Kopetzky... ¿Me lo encontraré en el café esta noche? ¡Ay, la verdad es que no tengo ganas de ir al café; ayer me endeudé hasta las pestañas! Ciento sesenta gulden de golpe... ¡qué memez! ¿Y quién se llevó todo? Ballert, justo al que menos falta le hace... No, si la culpa de que haya acabado en este puñetero concierto es de Ballert... Claro, porque si no, hoy habría podido volver a jugar, igual hasta había recuperado algo de lo que perdí. Pero está muy bien que me diera a mí mismo mi palabra de honor de ni tocar una baraja durante un mes... ¡Qué mala cara volverá a poner mamá cuando reciba mi carta!
Nada, que vaya a ver al tío, que ése tiene dinero a espuertas; esos pocos cientos de gulden ni los notará. Ojalá consiguiera que me procurase una asignación regular... pero ¡qué va!, con él hay que mendigar hasta la última moneda extra. Para que te vuelva a decir: la cosecha del año pasado fue mala... ¿Sería buena idea pasar quince días en su casa este verano? La verdad es que allí se aburre uno hasta morir... Aunque si estuviera... ¿cómo se llamaba? Es curioso lo que me cuesta acordarme de los nombres... Ah, ya me acuerdo: Etelka. Ni palabra de alemán entendía, aunque tampoco es que hiciera mucha falta... ¡No me hizo falta hablar nada! Yo creo que sí, que va a ser buena idea, quince días de aire del campo y quince noches con Etelka o con la que toque... Aunque ocho días con papá y mamá también debería pasar... Con qué mala cara la dejé estas Navidades... En fin, ya se le habrá pasado el disgusto. Yo en su lugar me alegraría de que papá se haya jubilado. Y Klara seguro que aún consigue un marido... El tío ya ha soltado algo... Veintiocho años tampoco es ser tan mayor... No creo yo que la Steffi sea mucho más joven... Ahora, que es curioso: esas mujeres se conservan jóvenes más tiempo. Pensándolo bien: la Maretti que salía hace poco en Madame Sans-Gêne4... ¡los treinta y siete ya no los cumple y tiene un aspecto...! ¡Vamos, que no le hubiera dicho yo que no...! Lástima que no me lo propusiera.
¡Qué calor hace ahora! ¿Cómo, que aún no se acaba? ¡Con las ganas que tengo de que me dé el aire fresco! Me daré un paseíto por el Ring... Hoy toca irse a la cama pronto, para estar fresco mañana por la tarde. Es curioso lo poco que pienso en ello, ¡así de indiferente me resulta! La primera vez me puse un poco nervioso. No es que tuviera miedo, pero nervioso la noche anterior sí que estuve... Bueno, claro, el teniente Bisanz era un contrincante serio... Y, sin embargo, no me pasó nada. Parece mentira, año y medio hace ya de eso. ¡Cómo pasa el tiempo! Y si no me hizo nada Bisanz, seguro que el doctor tampoco me hace nada. Aunque no se puede uno fiar, que a veces estos espadachines inexpertos son justo los más peligrosos. Me contó Doschintzky que por un pelo no lo manda al otro barrio un tipo que sostenía el sable por primera vez en su vida; y mira que Doschintzky ahora da clase de esgrima en el Landwehr5. Claro, por entonces igual no era tan ducho, pero... Bueno, lo fundamental es: sangre fría. Ya se me ha pasado la rabia casi por completo, pero, desde luego, no se puede negar que aquello fue una grosería... ¡Increíble! Seguro que no se había atrevido de no haber estado bebiendo champán antes... ¡Menuda desvergüenza! ¡Socialista, sin duda! ¡Hoy en día, los picapleitos son todos socialistas! Panda de... lo que les gustaría es eliminar el ejército del todo; pues a ver quién viene a socorrerlos cuando se les echen encima los chinos, que eso no lo piensan... ¡Majaderos! Si es que, de cuando en cuando, hay que sentar un ejemplo. Tenía yo toda la razón. Me alegro de no haberle dejado pasar un comentario semejante. Cuando me acuerdo... ¡me llevan los demonios! Ahora, que yo me comporté como está mandado, también el coronel dice que estuvo de lo más correcto. Aún me será de provecho el asunto. Conozco a más de uno que habría consentido que el tipo se fuera de rositas. Müller seguro, ése habría sido objetivo, o esas cosas que dice. Con lo de ser objetivo al final queda en ridículo todo el mundo... «Señor teniente...» ¡Si es que ya la manera en que me dijo «señor teniente» era insultante! «Me tendrá usted que reconocer, con todo...» ¿Y cómo llegamos ahí? ¿Cómo es que entablé siquiera conversación con el socialista? ¿Cómo empezó la cosa? Creo que la mujer de negro que había acompañado yo al bufé también estaba... y luego ese tipo joven, el que pinta escenas de caza... ¿cómo se llamaba? ¡Alma mía, ése fue el culpable de toda la historia! Fue él quien se puso a hablar de maniobras, y ahí fue cuando el susodicho doctor se nos sumó y dijo algo que a mí no me hizo gracia, algo de jugar a la guerra o cosa parecida... pero de la que yo todavía no podía decir nada... Eso fue, y luego ya se empezó a hablar de las escuelas de cadetes. Eso, así es como fue... y yo les hablé de una fiesta patriótica... y entonces el doctor dijo... no directamente a ese respecto, pero a partir de la fiesta surgió: «señor teniente, me tendrá usted que reconocer, con todo, que no todos sus camaradas se han alistado en el ejército con el único fin de defender la patria». ¡Qué grosería! ¡Y eso se atreve a decírselo a la cara a un oficial un tipo como él! Ojalá me acordase de lo que le contesté... Ah, sí, algo de la gente que se inmiscuye en cosas de las que no tiene ni idea... Sí, eso fue... y luego salió uno que intentó resolver la discusión por las buenas, un señor mayor con un catarro de narices... Ahora, que ahí ya estaba yo... ¡hecho una furia! Porque el doctor lo dijo enteramente en un tono que parecía referirse a mí en directo. Le faltó añadir que me expulsaron del liceo y, en lugar del bachillerato, me metieron en la escuela de cadetes... si es que la gente no nos comprende, son demasiado estúpidos... Cuando me acuerdo de la primera vez que me puse la levita del uniforme... no todo el mundo puede decir que ha tenido esa experiencia... El año anterior, durante las maniobras... hubiera dado yo algo porque la cosa, de pronto, fuera en serio. Y Mirovic me dijo que él se sintió exactamente igual. Y luego, cuando Su Alteza recorrió el frente a caballo, y luego el discurso del coronel... ¡Muy patán hay que ser para que ahí no te lata el corazón más fuerte! Y, entonces, te viene uno de esos chupatintas que en su vida ha hecho otra cosa que estar sentado detrás de una pila de libros y se permite un comentario insultante como ése... ¡Ay, amigo mío!, espérate tú y verás lo que es el «no apto para el frente». Porque así vas a acabar: ¡inútil!
Huy, ¿qué pasa? ¿Esto es que ahora sí que se acaba ya? «Ihr, seine Engel, lobet den Herrn»6... Ah, sí, esto es el coro final seguro... Precioso, hay que reconocer que lo es. ¡Precioso!... Se me había olvidado por completo la del palco que antes empezó a coquetear conmigo. ¿Dónde estará...? Se va a haber ido ya... Esa otra también parece simpática... ¡Qué tontería, no haberme traído los prismáticos! Brunnthaler sí que es listo, se los guardan en el café, en la caja, y así siempre está preparado, caso de surgir la ocasión... Ya podía esa damisela de delante darse media vuelta, ¿no? Ahí, tan sentadita, todo el rato. La de al lado seguro que es la madre... Igual me debería plantear seriamente lo de casarme. Willy no era mucho mayor que yo cuando se lanzó. Tiene su aquel lo de que te espere una mujercita guapa en casa, a tu permanente disposición... ¡Qué pena que, precisamente hoy, Steffi no pudiera quedar conmigo! Si al menos supiera dónde está, me gustaría volver a sentarme enfrente. Ahora, que estaría bueno que se enterase el otro, ahí iba a ser yo el que me viera en un buen aprieto... Cuando pienso en lo que le cuesta a Fliess su relación con la Winterfeld... Y luego, encima, ella se la pega por delante y por detrás. Aunque más vale un final con pena7... ¡Bravo, bravo! ¡Uf, se acabó! ¡Ay qué bien poderse levantar otra vez, moverse...! ¡Pero, hombre! ¿Usted cuánto tiempo necesita para guardar los prismáticos en la funda?
–Pardon, pardon, ¿me hace el favor de dejarme salir?
¡Por Dios, qué agobio! Más vale dejar pasar a la gente... ¡Qué elegante ésa! Me pregunto si serán brillantes auténticos... Esa otra también está muy bien... ¡Cómo me mira! Oh, sí, señorita, pues claro que querría... ¡Ay, esa nariz! Judía va a ser... Otra más... Es asombroso, aquí también son judíos la mitad del personal... Es que ya ni un oratorio se puede disfrutar en paz... Bueno, parece que nos incorporamos al tropel... ¿Y ese idiota de detrás qué hace, que me empuja? ¡Le voy a quitar yo esa costumbre! Ah, que es un señor mayor... ¿Quién me saluda? Un honor, un honor. Ni idea de quién es... Lo más fácil sería irme ahora directo a Leidinger8 y cenar allí... ¿Y si voy a la Gartenbaugesellschaft? Igual resulta que Steffi también está allí. ¿Por qué no me habrá escrito adónde la va a llevar? Igual es que ni ella misma lo sabía. La verdad es que es un horror que tu existencia dependa así de alguien... ¡Pobrecilla! Bueno, ahí está la salida... ¡Huy, ésa sí que es guapísima! ¿Y va sola del todo? Vaya sonrisa me ha echado. Eso sí que es buena idea: me voy detrás... Bajamos las escaleras y... Oh, un mayor del Noventa y Cinco... Pues me ha saludado muy afable... Se ve que no soy el único oficial de todo el teatro... ¿Dónde ha ido a parar la guapa? Ah, sí... ahí está, de pie junto a la barandilla... Pues nada, ya sólo queda pasar por el guardarropa... Que no se me escape la palomita... ¡¿Será posible, hombre?! ¡Mísero de mí! ¡Pues no viene a recogerla un caballero...! Y ahora, encima, me echa otra sonrisa. Si es que ninguna vale nada... ¡Señor, qué manera de apelotonarse en el guardarropa! Casi mejor voy a esperar un poco... Vamos... A ver si el majadero este me pide el número de una vez.
–¡Oiga, usted, el doscientos veinticuatro! Ahí mismo está colgado. ¿No tiene ojos, hombre? ¡Que lo tiene ahí, delante! Bueno, gracias a Dios... Hala, tenga.
Ese gordo es que te tapona el guardarropa entero.
–Hágame el favor.
–Paciencia, paciencia.
¿Qué dice el gordo?
–Un poco de paciencia, hombre.
A ése le tengo que poner yo en su sitio...
–Deje paso, caballero.
–Bueno, bueno, como si no fuese a pasar...
¿Cómo dice? ¿Y me dice eso a mí? ¡Esto es muy fuerte! ¡Esto no se lo pienso consentir!
–¡Calma!
–¿Cómo dice?
¡Y, encima, en ese tono! ¡Ya es la gota que colma el vaso!
–No me empuje.
–¡Y usted, cierre esa boca!
Eso no se lo debería haber dicho, he estado demasiado grosero... Qué le vamos a hacer, lo hecho hecho está.
–¿Cómo dice?
Se está dando la vuelta... ¡Pero si lo conozco! Por Dios, si es el maestro panadero que siempre viene al café... ¿Y qué hace aquí? Seguro que también tiene una hija o algo parecido en la Singakademie... Pero, bueno, pero... ¿esto qué es? Pero ¿qué hace? Me da la impresión de que... ¡Sí, sí, santo cielo, me está agarrando la empuñadura del sable...! ¡¿Está loco o qué?!
–¡Oiga usted...!
–Usted, señor teniente, ya se me está calmando.
Pero ¿qué dice? ¡Por el amor de Dios! ¿Es que no lo ha oído nadie? No, habla muy bajito... ¡¿Por qué no me suelta el sable?! ¡Por Dios bendito...! ¡Como para no indignarse! No consigo que suelte la mano de la empuñadura... Con tal de que ahora no se arme un escándalo... Como esté el mayor detrás de mí... ¿Es que nadie se está dando cuenta de que me agarra la empuñadura del sable? ¡Y ahora me dice algo! ¿Qué es lo que me dice?
–Mire, teniente, como llame la atención lo más mínimo, le saco el sable de la vaina, lo rompo en pedazos y se los envío al jefe de su regimiento. ¿Le queda claro, mentecato?
¿Qué ha dicho? Me parece estar soñando. ¿De verdad me está hablando a mí? Tendría que replicar algo... Aunque parece que va en serio... capaz lo veo de sacar el sable de verdad... ¡Ay, que lo hace! ¡Lo noto, está tirando de él! ¿Pero qué me está diciendo! ¡Por el amor de Dios, todo menos armar un escándalo! ¡¿Qué es lo que me sigue diciendo?!
–Pero no tengo intención de arruinarle la carrera... Así que, quietecito, muchacho... Eso, no tema, que nadie ha oído nada. Ya está todo en orden, hala. Ya. Y para que nadie piense que hemos discutido, voy a mostrarme de lo más amable con usted. Señor teniente, ha sido un honor saludarlo, encantado... todo un honor.
Por el amor de Dios, ¿lo habré soñado? ¿Será posible que haya dicho eso? ¿Y ahora dónde está? Por ahí sale... Si es que tendría que sacarle el sable yo y acabar con él... No, lo ha dicho todo en voz muy baja, me lo ha dicho al oído... ¿Por qué no voy detrás de él y le parto el cráneo en dos? No, no, no puede ser, que no puede ser... eso tendría que haberlo hecho en el momento... pero como no soltaba la empuñadura... y es diez veces más fuerte que yo... Si llego a decir una palabra más, de verdad que me habría roto el sable... ¡Menos mal que no ha dicho nada en voz alta! Si llega a oírlo alguien, no me quedaría más remedio que pegarme un tiro stante pede9... A lo mejor ha sido todo un sueño... ¿Por qué me mira así ese señor que está junto a la columna? A ver si al final ha oído algo... Le voy a preguntar... ¿Preguntar? ¡Cómo se me ocurre! ¿Qué cara tendré? ¿Se me notará algo? Tengo que estar completamente pálido... ¡¿Dónde está ese perro?! ¡Tengo que matarlo!... Se ha marchado. Si es que ya se ha marchado casi todo el mundo. ¿Dónde está mi abrigo? Ah, que ya me lo había puesto... No me he dado ni cuenta. ¿Quién me ha ayudado? Ah, ese de ahí... Le tendré que dar una propinilla... Hecho... Pero, bueno, ¿qué ha pasado? ¿Será posible que haya sucedido? ¿Será posible que me haya hablado así nadie? ¿Será posible que me hayan llamado «mentecato»? ¡¿Y que yo no haya matado a ese individuo de una paliza allí mismo?! Claro, es que no podía... Tenía un puño que ni de hierro... y yo allí, parado, como clavado al suelo... No, debe de ser que perdí el juicio, porque bien habría podido, con la otra mano... Claro que, entonces, me habría sacado el sable y lo habría roto, y adiós a todo... ¡Adiós a todo! Claro, luego, una vez que se había marchado, ya era demasiado tarde... ¿Cómo iba a asestarle yo un sablazo por la espalda?
