El último día de un condenado a muerte. Claude Geaux - Víctor Hugo - E-Book

El último día de un condenado a muerte. Claude Geaux E-Book

Victor Hugo

0,0

Beschreibung

En El último día de un condenado a muerte y Claude Gueux Victor Hugo hace un sobrecogedor alegato en contra de la pena de muerte a través de la historia de dos presos que esperan ser ajusticiados. En el primero, el condenado escribe una especie de diario en el que describe la desesperación causada por la incertidumbre, la soledad, la angustia y el terror ante la proximidad del día de la ejecución. En el segundo, es un pobre obrero sin recursos que se ha visto obligado a robar para sobrevivir quien termina siendo condenado a muerte por rebelarse contra la dureza del sistema penitenciario y matar al director de los talleres de la cárcel. La descripción del sufrimiento de ambos personajes apoya la creencia de Victor Hugo de que la pena de muerte no tiene ningún valor positivo: es injusta, inhumana y cruel, y la sociedad que la aplica es tan responsable de un crimen como cualquier otro.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 283

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Akal / Básica de Bolsillo / 347

Clásicos de la literatura francesa

Victor Hugo

EL ÚLTIMO DÍA DE UN CONDENADO A MUERTE

CLAUDE GUEUX

Edición, traducción y notas: Martín García González

En El último día de un condenado a muerte y Claude Gueux Victor Hugo hace un sobrecogedor alegato en contra de la pena de muerte a través de la historia de dos presos que esperan ser ajusticiados. En el primero, el condenado escribe una especie de diario en el que describe la desesperación causada por la incertidumbre, la soledad, la angustia y el terror ante la proximidad del día de la ejecución. En el segundo, es un pobre obrero sin recursos que se ha visto obligado a robar para sobrevivir quien termina siendo condenado a muerte por rebelarse contra la dureza del sistema penitenciario y matar al director de los talleres de la cárcel. La descripción del sufrimiento de ambos personajes apoya la convicción de Victor Hugo de que la pena de muerte no tiene ningún valor positivo: es injusta, inhumana y cruel, y la sociedad que la aplica es tan responsable de un crimen como quien lo comete.

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original:

Le dernier jour d’un condamné

Claude Gueux

© Ediciones Akal, S. A., 2018

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4599-1

Estudio preliminar

Francia en el siglo XIX

La larga vida de Victor Hugo (1802-1885) le permite conocer las grandes transformaciones del siglo XIX. A lo largo de este siglo, en Francia y en la mayor parte del mundo occidental, se consolida el capitalismo; la burguesía se convierte en la nueva clase dominante, en detrimento de la aristocracia, e impone un sistema político acorde con sus intereses: la democracia parlamentaria o «burguesa», que sustituye al llamado Antiguo Régimen. La industria reemplaza poco a poco a la agricultura como principal motor económico; la población se desplaza del campo a las ciudades y da lugar a una nueva clase social, el proletariado, que desde mediados de siglo comienza a organizarse y a luchar para salir de su situación de explotación.

La sociedad capitalista e industrial se vio favorecida por el desarrollo científico y tecnológico: en este siglo se inventan el telégrafo, el teléfono, la electricidad, el ferrocarril, el barco a vapor; se descubre la vacuna contra la viruela y se introduce la anestesia; se desarrolla la investigación biológica y genética... Todo ello trae consigo una mejora de las condiciones de vida y un aumento considerable de la población: Europa pasa de 190 millones de habitantes en 1800 a 400 millones en 1900.

En realidad, este cambio histórico que desemboca en el asentamiento de la sociedad burguesa había comenzado en el siglo anterior. Las ideas innovadoras de los intelectuales de la Ilustración (Diderot, Rousseau, Voltaire) se plasmaron en la Revolución francesa, largo proceso que comienza en 1789 con la toma por el pueblo de la cárcel de la Bastilla y que se desarrolla hasta finales del siglo. Considerada la primera y la más trascendente de las revoluciones burguesas europeas, supuso el final de la monarquía absoluta y de toda una organización jurídica y fiscal que favorecía a la aristocracia. En ella se llevaron a efecto las ideas políticas de la burguesía democrática (resumidas en el lema libertad, igualdad y fraternidad): sistema parlamentario, sufragio universal, abolición del sistema feudal, Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, estado laico con división de poderes... En su afán igualitario y humanitario, la Asamblea de la Revolución decide, por ejemplo, la creación de un sistema racional de ejecución de las penas de muerte idéntico para todos los estamentos sociales y que evitara a los reos el sufrimiento físico que causaban los hasta entonces vigentes, como la horca o la decapitación por hacha (reservada a la nobleza). Las ejecuciones debían ser útiles socialmente y por tanto públicas, pues se suponía que funcionarían como un ejemplo disuasorio para la población. Nació así la guillotina, concebida como una forma de progreso, algo que resultó dudoso enseguida para muchos. Para Victor Hugo, ni esta ni ninguna otra forma de la pena de muerte son justificables: es lo que denuncia precisamente en El último día de un condenado a muerte y Claude Gueux.

La Revolución francesa marca el comienzo de un sistema económico (capitalismo), social (división de la sociedad en clases) y político (democracia parlamentaria) que puede considerarse vigente hasta nuestros días. Con avances y retrocesos parciales, este sistema se consolida durante el siglo XIX.

En 1799, y tras un golpe de Estado, Napoleón instaura el Consulado y se proclama primer cónsul con el objetivo de salvar la Revolución y la República. Su llegada al poder puso fin a la violencia revolucionaria e instauró un orden que favoreció la gobernabilidad. Se trataba de un régimen muy autoritario que suprimió las conquistas más avanzadas de la Revolución y representó los intereses de la alta burguesía. En 1804 se proclama emperador y en diversas guerras contra las grandes potencias va anexionándose territorios: se forma el Imperio napoleónico, que abarca gran parte de los estados europeos. En todos ellos se suprimieron las instituciones del Antiguo Régimen y se instauraron sistemas constitucionales similares al francés.

Las derrotas militares y las crisis económicas hacen que Napoleón pierda el apoyo de la burguesía. En 1814 se ve obligado a abdicar y (tras un retorno efímero hasta la definitiva derrota de Waterloo) deja paso a la Restauración borbónica. Fue un retroceso histórico que representó en parte una vuelta a las instituciones del Antiguo Régimen. No tanto en el primer periodo, el del reinado de Luis XVIII (1815-1824), que promulgó una Constitución hasta cierto punto liberal y moderada (la llamada Carta Otorgada), como en la época de Carlos X (1824-1830). Las medidas impopulares y el carácter reaccionario de este rey fueron la causa de que la burguesía dejara de respaldarle. Es en esta época de la Restauración cuando se produce el triunfo del Romanticismo en Francia, cuya segunda generación tuvo en Victor Hugo a uno de sus máximos exponentes. Entre 1812 y 1829 fueron numerosas las ejecuciones, tanto de delincuentes comunes como por motivos políticos. En este ambiente, que le provoca un temprano rechazo de la pena de muerte, escribe Victor Hugo El último día de un condenado a muerte (1828).

En 1830, un movimiento revolucionario acaba con el reinado de Carlos X y lleva al poder a Luis Felipe de Orleans. Es el fin de la Restauración y la fecha que marca el ascenso definitivo de la clase burguesa, que conquista los últimos reductos del poder. El nuevo rey se esforzó en presentarse como un monarca democrático, pero, pese al apoyo de la burguesía, pierde rápidamente popularidad por su incapacidad para resolver los problemas económicos. Se producen fuertes revueltas; la dura represión con que son respondidas dio lugar a un creciente malestar social.

Este clima de descontento desemboca en 1848 en una nueva oleada revolucionaria protagonizada por la burguesía liberal, que tiene como resultado la instauración la Segunda República. Fue un periodo efímero, en parte por el temor de la burguesía al proletariado, que empieza a organizarse y a amenazar la supervivencia del sistema capitalista. Téngase en cuenta que en este año se publica el Manifiesto comunista, de Marx y Engels, que propone la creación de una nueva sociedad igualitaria y socialista a través de un periodo transitorio, la dictadura del proletariado, que acabe con las estructuras económicas y políticas del capitalismo. La burguesía se repliega hacia posiciones conservadoras y apoya el establecimiento del Segundo Imperio en la persona de Napoleón III (sobrino-nieto del primer emperador). Su larga permanencia en el poder (1852-1871) se explica porque coincidió con la expansión de la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo: la industria, el transporte y el comercio progresan mucho, y la prosperidad económica y el nivel de vida de los franceses aumentan considerablemente. Pero fue un régimen autoritario que amordazó a la oposición: Victor Hugo vive en esta época un largo exilio desde el que no deja de alzar su voz contra el emperador.

La derrota en la guerra contra Prusia es el fin de Napoleón III. En medio de grandes revueltas sociales, se proclama la Tercera República, que debe hacer frente en 1871 (por medio de una sangrienta represión) a la Comuna de París, primera experiencia revolucionaria de gobierno obrero. No obstante, se consolida e inaugura un periodo de estabilidad democrática y prosperidad material que durará hasta la Primera Guerra Mundial (1914). Victor Hugo regresa del exilio y vive sus últimos años como una figura prestigiosa de la política y la literatura. Sus funerales, en 1885, lo consagran como un héroe nacional.

En esta segunda mitad del siglo se aceleran los cambios que conducirán al desarrollo del capitalismo industrial. Triunfa definitivamente la cultura burguesa, basada en el individualismo, el beneficio económico y el culto al dinero, y con ella un nuevo modo de entender la vida del que son buen testimonio las novelas realistas de esta época. La población empieza a concentrarse cada vez más en las ciudades: París (dos millones de habitantes ya en esta época) se convierte en el centro económico y cultural de Francia.

Junto a esta prosperidad burguesa, las clases trabajadoras son explotadas hasta extremos inimaginables. Expulsadas del campo por la menor necesidad de mano de obra en la agricultura, a causa de la introducción de la maquinaria, y atraídas a las ciudades por el desarrollo tecnológico e industrial, viven en condiciones de hacinamiento en barrios sin infraestructuras básicas (agua corriente, servicios sanitarios...); trabajan por bajísimos salarios durante jornadas que llegan a las 16 horas diarias para los adultos y 8 para los niños. Carentes de cobertura social, se ven abocadas muchas veces a la mendicidad y la delincuencia, y sometidos después a la dura represión de un sistema penal que no se preocupa en absoluto de solucionar los problemas sociales. Son los «miserables» del sistema capitalista decimonónico, que protagonizan, por ejemplo, las novelas de Émile Zola y quedaron inmortalizados en 1862 en la novela más famosa de Victor Hugo.

La denuncia de la injusticia y la desigualdad no era nueva en Victor Hugo. Lo había hecho ya en su juventud, alentado por el espíritu romántico y rebelde de la época, revestido en él de un cristianismo que lo inclina hacia la compasión y la caridad con los más pobres. Buen ejemplo son los dos relatos incluidos en esta edición. En Claude Gueux escribe: «Hágase lo que se haga, el destino de la muchedumbre, de la multitud, de la mayoría, será siempre más bien pobre, desgraciado y triste. Para ellos será el trabajo duro, empujar la carga, moverla, llevarla. Fíjense cómo está la balanza: en el platillo del rico, todos los placeres; en el del pobre, todas las miserias. ¿Acaso no hay desigualdad entre las dos partes? ¿No debería inclinarse la balanza, y con ella el Estado?».

Panorama literario y cultural

Primera mitad de siglo

Durante la primera mitad del siglo irrumpe y triunfa en Francia el movimiento romántico. El Romanticismo fue ante todo una reacción contra la incipiente sociedad industrial, que ofrecía a las personas, como única forma de satisfacción de sus aspiraciones individuales, la racionalidad y la consecución de bienes materiales, valores burgueses que comenzaban a ser preponderantes en la época de la Ilustración. A lo largo de la época que dominó el mundo del pensamiento y del arte, con sus variantes estéticas y su adscripción a diferentes ideologías (hay románticos reaccionarios y nostálgicos de los valores tradicionales y preindustriales, y románticos liberales y revolucionarios), en el Romanticismo permaneció siempre como esencial la rebelión íntima contra los valores establecidos.

Esa rebelión surgió en Alemania e Inglaterra en el último tercio del siglo XVIII. La superación del racionalismo por la influencia de filósofos como Locke, Fichte o Schelling tuvo como consecuencia en el arte y en la literatura la revalorización del yo. El Neoclasicismo deja paso a una concepción estética que privilegia la expresión libre del artista, que está por encima de cualquier regla formal; los románticos exaltan la fantasía, la imaginación y el sentimiento frente a la razón. El rechazo de la sociedad burguesa y preindustrial provoca asimismo un retorno a la naturaleza, donde el individuo puede manifestarse libre y espontáneamente. La influencia de los autores alemanes (Schiller, los hermanos Schlegel, Goethe, Heine, Hoffmann) y británicos (Lord Byron, Walter Scott, Wordsworth, Keats, Coleridge) es notable en los países latinos, donde el Romanticismo llega más tarde.

Tardó en cuajar en Francia, a pesar de que muchos de sus rasgos se encuentran ya en germen en algunos autores del siglo XVIII, especialmente en Jean Jacques Rousseau. Ello se debió al triunfo de las ideas ilustradas en la Revolución de 1789, lo que prolongó la vigencia de la estética neoclásica. Después, la política imperialista de Napoleón despertó en el Romanticismo europeo un nacionalismo antifrancés y la oposición a la sociedad posrevolucionaria.

De hecho, la primera generación romántica francesa está vinculada a ideas tradicionalistas y católicas, y constituida en su mayor parte por emigrés, exiliados de la Revolución o del régimen napoleónico. Entre ellos cabe destacar a Madame de Staël y a Chateaubriand. Madame de Staël difunde la estética romántica en obras como De Alemania (cuya publicación fue prohibida por Napoleón) o De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales, producto de sus años en el exilio y de sus viajes por Alemania, y escribe relatos intimistas. Chateaubriand publica en 1802 El genio del cristianismo, especie de ensayo que recoge historias relacionadas con una concepción cristiana e idílica de la sociedad, del que extrae primero Atala y luego René, dos relatos donde exalta la pureza y la autenticidad de la vida en la naturaleza.

La segunda generación de románticos está, en cambio, unida a las ideas liberales que se encuentran en la base de las revoluciones de 1830 y 1848. Aparece en escena en la Restauración y se opone a la regresión autoritaria de esta época, sobre todo durante el reinado de Carlos X. Entre 1820 y 1848 se implanta una burguesía que consolida el naciente capitalismo industrial. Las nuevas realidades económicas generan nuevas injusticias sociales contra las que también se rebelan algunos románticos. No hay que olvidar que por esas fechas publican sus obras los primeros socialistas (Fourier, Saint-Simon), cuya influencia se observa en escritores como Lamartine o Victor Hugo, que abandonan su conservadurismo juvenil y adoptan con el tiempo ideas liberales y progresistas. Surge un nuevo modelo de escritor, el intelectual comprometido que concibe la literatura como un modo de intervenir en la vida social y participa en política.

En la década que va de 1820 a 1830 los jóvenes artistas románticos revolucionan el ambiente cultural francés y acaban con la estética neoclásica. Aprovechando el auge del periodismo, se manifiestan en revistas como La Muse Litteraire o periódicos como Le Globe; se reúnen en tertulias como la del Arsenal, en torno a Charles Nodier, o el Cenáculo de Victor Hugo, que terminará erigiéndose en líder indiscutible del movimiento. Estos nuevos «salones» reúnen no sólo a escritores (Victor Hugo, Vigny, Gautier, Musset, Nerval, Dumas, Merimée, Balzac), sino también a otros artistas, porque el Romanticismo impregnó a todas las artes: pintores como Delacroix y Géricault, o músicos como Berlioz son figuras destacadas de la época.

En el triunfo del Romanticismo literario, hay algunas fechas que la mayoría de los críticos consideran claves. En 1820, Alphonse de Lamartine revoluciona con sus Meditaciones la poesía francesa e introduce el intimismo sentimental y melancólico; en 1827, el prólogo de Victor Hugo a su drama histórico Cromwell es el primer manifiesto del teatro romántico, cuyo primer gran triunfo llega en 1830, con Hernani, otro drama histórico de Victor Hugo. Su estreno supuso un gran escándalo por el alboroto organizado por los jóvenes románticos.

Así pues, en esta década el Romanticismo se convierte en la tendencia predominante en la vida artística e intelectual, renovando la literatura francesa con nuevos temas (íntimos, fantásticos, históricos), ambientes (medievales, exóticos, naturales) y con un lenguaje liberado de cualquier freno normativo.

El teatro fue el género donde la batalla entre neoclásicos y románticos alcanzó mayor resonancia. En la escena francesa de principios de siglo seguía vigente el modelo clasicista de Racine; este era el teatro que se consideraba serio y artístico. Junto a él convivían diversas formas de teatro popular (vodeviles, comedias de costumbres...). Entre ellas cabe destacar el melodrama, derivación del drama burgués ilustrado que alcanzó gran éxito. El melodrama contiene ya algunos de los rasgos del teatro romántico: episodios sentimentales y patéticos, argumentos llenos de acción, gusto por lo histórico y lo legendario, mezcla de lo grotesco y lo heroico, abundancia de recursos visuales, decorados espectaculares, etc. En este género podemos situar, por tanto, los antecedentes inmediatos del drama romántico.

Por otra parte, es notoria desde principios de siglo la influencia del teatro alemán (en 1809, por ejemplo, se edita la adaptación de Wallenstein, de Schiller) y de la novela histórica, sobre todo las del escocés Walter Scott. En los primeros años del siglo se publican, además, diversas obras críticas que ensalzan a Schiller y a Shakespeare (como modelo de teatro opuesto al clasicismo) por encima de Racine. Todo ello crea un clima propicio al éxito de un teatro de tema histórico.

Los principios del drama romántico aparecen recogidos en el ya mencionado prólogo de Cromwell. Se tratan temas como el choque del individuo con las normas sociales, que encorsetan su libertad y su voluntad de trascendencia; los protagonistas son siempre héroes, muchas veces enamorados y enfrentados a un destino trágico; la acción, llena de peripecias, se sitúa casi siempre en épocas pasadas, más propicias al idealismo romántico que la nueva sociedad burguesa. En el aspecto formal, la ruptura con los principios clasicistas, en nombre de la libertad del artista, trae consigo la mezcla de lo trágico y lo cómico, el abandono de la regla de las tres unidades, el número variable de actos, etc. Ya no se trata, como en el teatro neoclásico, de moralizar o educar, sino de conmover al público, para lo cual se utiliza un lenguaje artificioso, retórico y grandilocuente, preferentemente en verso, aunque a veces se mezcla con la prosa. Las representaciones ganan en espectacularidad gracias al cuidado de la iluminación y el sonido y a las innovaciones en la representación de exteriores (paisajes nocturnos, cementerios, castillos...) o interiores llenos de ornamentación.

Este tipo de teatro triunfa entre 1830 y 1840. Enrique III y su corte, tragedia histórica de Alejandro Dumas estrenada en 1829, fue el primer gran éxito, al que siguieron obras de Victor Hugo (Hernani, Lucrecia Borgia, Ruy-Blas), Alfred de Vigny (Chatterton) y Alfred de Musset, entre otros. En 1843, el fracaso de otra obra de Victor Hugo, Los Burgraves, marca el agotamiento del género, y da paso a la comedia burguesa. El público termina por cansarse de los excesos retóricos y efectistas de muchas obras, que se limitan a repetir temas y formas convertidos en clichés sin autenticidad. Es, además, un público burgués: no se siente representado en un teatro que va contra sus valores y reclama una vuelta a los cánones clasicistas. El mismo año que fracasa Los Burgraves triunfa Lucrecia, una tragedia mediocre de corte neoclásico que ensalza la fidelidad y la virtud de la mujer en el hogar.

La lírica también se transforma para convertirse en el vehículo de la expresión de los ideales románticos. Es quizás el género más adecuado a la manifestación de la subjetividad; de esta forma, son frecuentes los temas sentimentales (el choque con la realidad, el desarraigo, el desasosiego, la soledad, la tristeza, la rebeldía, el amor), ambientados en escenarios que reflejan las inquietudes espirituales: paisajes solitarios y sombríos, ruinas medievales, cementerios, tormentas, ambientes nocturnos, lugares exóticos... Pero el poeta romántico aspira también a la trascendencia de su obra, quiere convertirse en un intérprete del mundo; de ahí la presencia de temas filosóficos, religiosos, históricos, políticos y sociales. Así, pueden encontrarse tanto poemas melancólicos e intimistas como otros de tono exaltado y declamatorio: odas, himnos, poemas épicos... El compromiso social y político de muchos de los escritores los lleva a una concepción utópica de la poesía: para Victor Hugo, el poeta ha de ser el gran conductor de los pueblos; Lamartine sueña con alumbrar el camino hacia una sociedad libre, igualitaria y justa. Hay que recordar que esta segunda generación romántica comienza su actividad literaria en la Restauración, una época regresiva y mediocre en comparación con la etapa gloriosa de Napoleón, a la que contemplan nostálgicamente como la oportunidad perdida de haber instaurado en Francia los ideales ilustrados de libertad y progreso. Ya hemos dicho que muchos de estos escritores evolucionan desde posiciones conservadoras y monárquicas a ideas próximas al liberalismo que acaba en 1830 con la Restauración.

El lenguaje se renueva para expresar sin trabas la subjetividad, dando entrada a imágenes audaces y sorprendentes, a fuertes antítesis, exclamaciones, comparaciones y metáforas. La estructura de la frase se hace más flexible y se pone al servicio de la musicalidad. En cuanto a la métrica, no hay una ruptura total con los metros clásicos, pero sí una renovación en la búsqueda de nuevas sonoridades: continúan los versos octosílabos y decasílabos; el alejandrino clásico, de estructura binaria (es decir, dividido en dos hemistiquios iguales), se transforma y da paso a otro con estructura ternaria. Se crean también nuevos esquemas métricos y se combinan versos largos y cortos para dar variedad al ritmo de los poemas extensos. Abundan los encabalgamientos.

Se trata de una poesía que muchas veces resulta declamatoria, con un lirismo fácil y superficial. Las mejores obras aparecen cuando los poetas moderan sus excesos retóricos; esto, paradójicamente, sucede a partir de 1848, cuando el Romanticismo empieza a decaer.

El primer éxito de la poesía romántica tuvo lugar en 1820, con la publicación de las Meditaciones, de Lamartine. Este libro supuso el contacto con temas tan característicos como el desa­sosiego íntimo, los sueños, la fusión con la naturaleza, el anhelo metafísico, la nostalgia del amor perdido. En 1828 publica Nuevas meditaciones, que continúan la línea de las primeras; después da un giro hacia temas filosóficos y religiosos.

Otros autores destacables son Alfred de Vigny, Alfred de Musset y los llamados «marginados», Gerard de Nerval y Aloysius Bertrand, cuyas obras anticiparon algunas características de los poetas simbolistas de finales de siglo.

Al igual que en el teatro, Victor Hugo se convierte en abanderado de la renovación poética, con varios libros publicados en este periodo: Odas y baladas, Las orientales, Las hojas de otoño, Los cantos del crepúsculo, Los rayos y las sombras.

En la narrativa, coexisten diversas corrientes: novela sentimental, novela autobiográfica, novela fantástica y de terror, novela histórica, novela social, además de las primeras manifestaciones de la novela realista.

Las novelas sentimentales son continuadoras de algunas ya publicadas en el último tercio del siglo XVIII, como La nueva Eloísa, de Rousseau, o Pablo y Virginia, de Bernardin de Saint-Pierre. El género se funde muchas veces con la novela autobiográfica, de carácter intimista e introspectivo, para narrar experiencias amorosas. Así ocurre, entre otras, en Valentine, de George Sand; La confesión de un hijo del siglo, de Musset; Graziella, de Lamartine.

Entre las novelas fantásticas y de terror pueden señalarse Han de Islandia, de Victor Hugo, y algunos relatos de Balzac. Esta corriente, modificada y adaptada a las nuevas tendencias narrativas, tuvo continuidad a lo largo de casi todo el siglo y deja su huella en obras de Gautier, Villiers de L’Isle-Adam e incluso Maupassant.

La novela histórica había alcanzado un gran desarrollo en Alemania e Inglaterra como resultado del interés por el pasado y por las raíces de cada pueblo propio del Romanticismo (sobre todo después de que el imperialismo napoleónico despertara los sentimientos nacionalistas). Walter Scott las puso de moda en Francia, donde las cultivaron autores como Vigny (Cinq-Mars), Merimée (Crónica del tiempo de Carlos IX), Balzac (Los chuanes) o Alejandro Dumas, cuyo gran éxito Los tres mosqueteros (1844), de carácter folletinesco, degradó el género. En 1830 publica Victor Hugo una de sus novelas más conocidas, Notre-Dame de París, ambientada en el París medieval en torno a la famosa catedral gótica.

La novela social refleja la creciente toma de conciencia de muchos románticos. A partir de 1830, bajo la monarquía burguesa de Luis Felipe de Orleans, avanza el capitalismo industrial y empeora la situación del proletariado. Al anhelo de libertad se suma ahora el de justicia e igualdad. Lamartine (Genoveva, historia de una criada) o Georges Sand son algunos de los autores de este tipo de novelas. El género decae tras el fracaso de la Revolución de 1848, con el desencanto de muchos escritores y su consiguiente alejamiento de la política. La única excepción la proporciona Victor Hugo: en 1862 publica Los miserables, la más universal de todas sus obras y una de las más contundentes denuncias contra la injusticia social del siglo XIX. Muchas de las ideas sociales y políticas de esta novela se encuentran ya en Claude Gueux, que por tanto podría adscribirse también dentro de la novela social.

En esta primera mitad del siglo aparecen también las primeras novelas realistas. Nacen a partir de elementos narrativos y descriptivos contenidos en algunas novelas románticas, en especial en las autobiográficas y las históricas, que enmarcan el argumento en un espacio y un tiempo perfectamente definidos. Combinan la prospección de la realidad con temas y personajes románticos, que se enfrentan a un mundo concebido como un obstáculo a sus aspiraciones de gloria o felicidad. Los autores más representativos son Stendhal y Balzac.

Stendhal se esfuerza en lograr una escritura fría y aséptica, basada en la observación de la realidad y el análisis psicológico de sus personajes. En novelas como Rojo y negro retrata la sociedad de la Restauración. En 1839 se publica su última obra en vida: La cartuja de Parma.

Honoré de Balzac, considerado el padre del Realismo francés, retrata en sus novelas el ascenso de la burguesía. A lo largo de veinte años, escribe La comedia humana, un conjunto de más de noventa novelas (Papá Goriot, Eugenie Grandet...) con miles de personajes pertenecientes a todas las clases sociales.

Segunda mitad de siglo

Tras el fracaso de la Revolución de 1848 y la instauración del régimen autoritario de Napoleón III (el Segundo Imperio), se diluyen los ideales de la segunda generación romántica. Cunde el escepticismo y el desengaño entre los escritores; desa­parece el concepto de que la literatura tiene la función social de contribuir a una sociedad más justa. Sólo Victor Hugo, desde el exilio, mantiene una actitud combativa: en 1853 publica Los castigos, libro de poemas donde denuncia el régimen napoleónico y exalta los derechos humanos.

En este periodo se consolida el capitalismo industrial. La burguesía se repliega hacia posiciones más conservadoras y promueve un arte más acorde con sus valores, muy alejados de la imaginación y el idealismo románticos. Desde el punto de vista ideológico, domina el positivismo, que defiende la experiencia y la verificación empírica como única forma de conocimiento; para su fundador, Auguste Comte, la humanidad, después de las etapas teológica y metafísica, ha llegado a su última y definitiva: la etapa científica. Se produce en esta segunda mitad de siglo un entusiasmo por los avances técnicos y una «fe» en la ciencia como motor del progreso social que vista desde hoy resulta un tanto ingenua. En la misma línea de la filosofía positivista están el método experimental de Claude Bernard, que establece la teoría del determinismo biológico como explicación de la conducta humana, y las investigaciones de Gregorg Mendel sobre la herencia genética. Por su parte, Charles Darwin expone en El origen de las especies (1859) la teoría de que la evolución de las especies está condicionada por la selección natural. El espíritu científico llega también a las humanidades: Marx intenta una explicación científica de la sociedad y de la historia, el materialismo dialéctico e histórico, que pudiera servir de base para interpretar el mundo y transformarlo.

En el plano artístico esta mentalidad se manifiesta en el Realismo, que pretende reflejar con precisión y método casi científico la nueva sociedad burguesa. En la pintura, la técnica realista de pintores paisajistas (Corot, Courbet) deja paso en el último tercio de siglo al impresionismo (Monet, Manet, Renoir...), que busca reproducir en el cuadro la impresión directa de la naturaleza.

En la literatura, el dominio de la novela realista, y su derivación, la novela naturalista, se extiende hasta finales de siglo. La novela realista, iniciada por Balzac y Stendhal en la época de plena vigencia del Romanticismo, se consolida en 1857, con la publicación de Madame Bovary, de Flaubert, que en 1869 edita La educación sentimental, considerada por muchos su mejor novela. Frente a la aspiración a la fantasía y la imaginación de la novela romántica, el escritor realista pretende, mediante un proceso de observación y documentación, retratar la sociedad con exactitud y objetividad. El estilo abandona los excesos retóricos del Romanticismo y se hace sencillo y directo; la temática sentimental es sustituida por asuntos derivados de la mentalidad burguesa (las relaciones sociales, el poder, el dinero...); los héroes dejan paso a las personas corrientes y representativas de la vida contemporánea; los ambientes exóticos y medievales, al mundo circundante y cotidiano. A través de argumentos verosímiles, y sin renunciar al análisis psicológico, la novela realista aspira a reflejar los problemas sociales e ideológicos de la época.

Hacia 1880 surge la novela naturalista, un intento de explicar la realidad de manera científica. Su principal impulsor fue Émile Zola, para quien la novela es, además de observación, experimentación. Partiendo de las teorías de Taine y Bernard, Zola lleva a sus obras una concepción determinista: el carácter y la conducta del hombre están condicionados por factores fisiológicos y ambientales. El novelista no debe limitarse a observar: debe poner de manifiesto los mecanismos psíquicos de los personajes, para crear una novela científica y experimental que explique las leyes que determinan el comportamiento humano, del mismo modo que la ciencia investiga las que determinan los hechos físicos. Para este fin, escribe largas novelas en las que los casos particulares se insertan en una cadena familiar, o busca sus personajes en los ambientes sórdidos, donde puede demostrarse mejor la influencia en el individuo de los factores ambientales.

Cultivado por Zola y otros escritores (entre los cuales destaca Guy de Maupassant), el Naturalismo tuvo una vida corta. Hacia 1891 puede considerarse finiquitado.

La poesía inicia en esta segunda mitad de siglo un nuevo periodo que se ha dado en llamar «tercer Romanticismo» o «Posromanticismo». El abandono de la vida política y social provoca en los autores románticos un proceso de interiorización que se traduce en una poesía libre del efectismo, los excesos retóricos y el tono declamatorio anteriores. Publican entonces las que han sido consideradas sus mejores obras. Entre ellas, Las contemplaciones (1856), de Victor Hugo, se ha señalado como obra clave en la evolución del Romanticismo hacia una nueva estética precursora de las nuevas tendencias de finales de siglo. Influido por la afición que sintió durante un tiempo por el espiritismo, este libro es la culminación de su poesía cósmico-teológica, «visionaria», que enlaza con los simbolistas, especialmente con Rimbaud.

Entre las nuevas tendencias se encuentra el Parnasianismo. Iniciado por Téophile Gautier, este movimiento (que toma su nombre de la revista Le Parnasse Contemporain) propugna una poesía esteticista, cuya única finalidad debe ser la creación de belleza. Sus principios estéticos eran coherentes con la concepción burguesa del arte y por ello fueron bien recibidos por la cultura dominante. Se rechaza la idea romántica de la trascendencia social; el artista se despega de la realidad y se refugia en una «torre de marfil» que lo aleja de la vulgaridad. Se defiende el distanciamiento y la frialdad: el poema no es, como en la concepción romántica, expresión del yo ni resultado del genio o la inspiración, sino un objeto artístico producto de la técnica y también de la fantasía con la que el poeta se evade de la realidad. La fantasía lo lleva a la recreación de ambientes refinados llenos de belleza y sensualidad: lugares lejanos y aristocráticos (Oriente, la Grecia clásica, la Edad Media, palacios), princesas, trovadores, personajes fantásticos y mitológicos, animales exóticos, piedras preciosas... El lenguaje es muy cuidado, lo mismo que la métrica; se busca la musicalidad y el ritmo. Además de Gautier, fueron figuras destacables del Parnasianismo Leconte de Lisle y Banville.

Otro poeta importante en la superación del Romanticismo fue Charles Baudelaire. Ejemplo del «poeta maldito» por su vida intensa y bohemia, coincide con los parnasianos en la crítica del lirismo fácil y ampuloso del Romanticismo, y reivindica el papel de la técnica y el de la imaginación en la creación poética. Pero, frente al formalismo parnasiano, para él la poesía ha de ser íntima y emotiva. En 1857 publicó la primera versión de Las flores del mal, que fue secuestrada por su supuesta inmoralidad e irreverencia religiosa (posteriormente, en 1861, el libro se reeditó con 35 poemas nuevos). El uso de la sinestesia y de la correspondencia simbólica entre los elementos de la realidad lo acercan a los poetas simbolistas. Además de la revolución que supuso Las flores del mal, inaugura, con otra obra suya (Pequeños poemas en prosa), el poema en prosa, que será utilizado por los grandes poetas posteriores.

El Simbolismo supone una reacción contra el espíritu positivista y burgués y recupera algunos principios del Romanticismo. Vuelve a dar primacía al yo, expresado ahora no de manera directa, sino a través de símbolos y correspondencias con el paisaje; de este modo, la naturaleza cobra de nuevo importancia como representación de las inquietudes y sentimientos del poeta. Rechaza, por tanto, el puro esteticismo, el «arte por el arte», del movimiento parnasiano. La obra de los poetas simbolistas (Verlaine, Mallarmé, Rimbaud, Lautréamont) ha sido considerada como iniciadora de la poesía moderna y antecedente inmediato de los movimientos vanguardistas del primer tercio del siglo XX.

Los simbolistas representan la culminación de un proceso de renovación de la poesía que había comenzado a principios del siglo con el fin del clasicismo. Victor Hugo participó en casi todas sus etapas: abanderado del Romanticismo, evolucionó después del fin de este movimiento para convertirse en precursor de las últimas tendencias. Poeta muchas veces prolijo y excesivo (se ha afirmado que harían falta diez mil versos suyos para encontrar trescientos de los mejores de la lengua francesa), de él dijo el novelista André Gide que era el mejor poeta en lengua francesa «por desgracia», y destacó su capacidad de creación de imágenes y símbolos, su dominio de la musicalidad y el ritmo y su maestría en el manejo de la sintaxis.

Victor Hugo: vida y obra

Juventud