El viaje del deseo - Julia James - E-Book
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El viaje del deseo E-Book

Julia James

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Beschreibung

Su romance era tórrido… ¡y tuvo consecuencias escandalosas! Durante un viaje de trabajo, la responsable heredera Francesca Ristori se asombró de haberse dejado llevar por el irresistible deseo que le inspiraba el magnate italiano Nic Falcone. Nic no era como ningún hombre que hubiera conocido antes y sus ardientes caricias la excitaban sobremanera… Pero Francesca creía que solo podía ser algo temporal y que debía regresar a su vida de aristócrata. ¡Hasta que descubrió que estaba embarazada del multimillonario!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Julia James

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El viaje del deseo, n.º 2729 - septiembre 2019

Título original: Heiress’s Pregnancy Scandal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-689-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NIC FALCONE entró al casino por la puerta de servicio y miró a su alrededor. Sin duda, adquirir y reformar aquel hotel situado en el desierto del Oeste, suficientemente cerca de Las Vegas y de la Costa Oeste, había sido una buena idea. Otra prestigiosa mina de oro para Falcone, la cadena mundial de hoteles de lujo. Otra prueba de lo lejos que había llegado a sus treinta años, pasando de los suburbios de Roma a ser uno de los hombres más ricos de Italia.

El niño de los suburbios, y huérfano de padre, que había comenzado su primer trabajo con apenas dieciséis años en el sótano del famoso hotel Viscari Roma, había conseguido llegar tan alto como el playboy Vito Viscari, que había sido el heredero de la cadena hotelera de su familia.

La expresión de Nic se ensombreció al recordarlo. A base de esfuerzo había conseguido ascender en el Viscari Roma, hasta que por fin pudo dar el gran salto a un puesto de directivo para el que sabía que estaba completamente cualificado.

No obstante, el tío de Vito, presidente de la empresa, prefirió que su sobrino, un chico inexperto y recién salido de la universidad, empezara a relacionarse con su futura herencia.

Nic no fue tomado en cuenta y, desde ese momento, tomó la decisión de trabajar únicamente para sí mismo. La semilla de la cadena hotelera Falcone estaba plantada. Falcone sería el rival que absorbería a Viscari de una vez por todas.

Y mediante un gran esfuerzo que había absorbido todos los aspectos de su vida, Nic había alcanzado el éxito. Tanto que el año anterior había sido capaz de lanzarse como un halcón y aprovecharse de manera despiadada de la lucha de poder interna que tuvo lugar dentro de la familia Viscari y arrebatarles la mitad de la cartera de los Viscari mediante una adquisición hostil.

Sin embargo, resultó ser un triunfo convertido en ceniza. Una vez más, Nic había experimentado el efecto del favoritismo. La suegra de Vito había conseguido convencer a los inversores que habían hecho posible que Nic hiciera la adquisición, para que volvieran a venderle de nuevo los hoteles para que ella pudiera entregárselos a Vito, su yerno.

De nuevo, Vito había prosperado sin levantar un dedo, gracias a la ayuda de su familia.

No obstante, la determinación que había hecho que Nic saliera de los suburbios se apoderó nuevamente de él, y meses después de haber perdido la cartera del grupo Viscari, reaccionó creando una lista de potenciales propiedades para el grupo Falcone, incluyendo el lugar en el que se encontraba. El recién inaugurado Falcone Nevada, con su lucrativo casino.

Se fijó en que algunos de los jugadores acababan de llegar de la zona de conferencias del hotel, donde un grupo de astrofísicos estaban celebrando su encuentro anual, y también en un grupo de jóvenes que se alejaba del bar para dirigirse a la zona de juego. Una de las mujeres del grupo se separó de ellos y se despidió dándoles las buenas noches.

Una mujer que lo hizo detenerse. Era alta y elegante y tenía el cabello rubio.

Todo su cuerpo se puso en alerta al verla. Él había estado con muchas mujeres bellas, pero ninguna como aquella. Notó que se le tensaban los músculos del vientre y contuvo la respiración. La miró fijamente y un intenso deseo se apoderó de él…

 

 

Fran observó a los estudiantes de postgrado mientras compraban sus fichas. Era evidente que estaban disfrutando y aprovechando al máximo la última noche de la conferencia. Ella debía marcharse porque al día siguiente tenía que hacer una exposición antes de la sesión plenaria y necesitaba revisarla.

En cuanto se volvió para pedirle la cuenta al camarero, oyó que alguien le hablaba.

–¿No le apetece probar suerte en las mesas?

Era una voz grave, que tenía acento norteamericano, pero no parecía del oeste. Ella se volvió para mirarlo y no pudo contener su asombro.

«Guau», pensó.

Era un hombre alto y enormemente atractivo, de anchas espaldas, torso musculoso y cadera estrecha. Iba vestido con un esmoquin, pero todo indicaba que era un hombre duro.

«¿Será parte del equipo de seguridad?», se preguntó Fran, tratando de no pensar en el impacto que había causado en ella.

Durante un instante, se quedó paralizada. Una reacción que nunca había tenido con un hombre. Ni siquiera Cesare, el hombre con el que había estado a punto de casarse, había tenido el poderoso impacto que aquel hombre estaba teniendo sobre ella.

«¡No se parece en nada a los hombres que suelen resultarme atractivos!».

A excepción de Cesare, a ella solían gustarle los hombres con cara de estudiosos, y no los hombres musculados que siempre había considerado como un poco brutos. Sin embargo, aquel hombre no tenía nada de bruto. Y menos con unos ojos como esos, que portaban el brillo de la inteligencia.

«Son muy azules… Es extraño, porque el tono bronceado de su piel y el color de su cabello indican que podría ser de origen hispano…».

Mientras hacía esa reflexión se percató de que debía hacer algo aparte de mirarlo embobada. ¿Debía reparar en el comentario que él había hecho? Sabía que los hombres se sentían atraídos por las mujeres rubias y, normalmente, cuando alguien trataba de seducirla, solía mostrarse evasiva hasta que podía marcharse o el hombre decidía abandonar. Solo si era completamente necesario, los ignoraba.

Por el momento, se decidió por la primera opción, así que sonrió con timidez y negó con la cabeza.

–El juego no va conmigo –contestó ella, y escribió el número de habitación en la cuenta que le dio el camarero.

–¿Está participando en la conferencia?

–Sí –respondió ella.

Se movió para bajarse del taburete y él le ofreció su ayuda. Ella lo miró y murmuró para darle las gracias, deseando poder mostrarse indiferente ante él.

Era imposible, teniendo en cuenta el impacto que él estaba teniendo sobre su persona.

La sonrisa de aquel hombre era tremendamente atractiva.

Fran se quedó sin respiración durante unos instantes.

–Siento mi comentario, pero ¡no tiene aspecto de astrofísica para nada!

Él esbozó una sonrisa que indicaba que su comentario era un cliché, y que no le importaba. El brillo de sus ojos azules indicaba por qué había dicho lo que había dicho.

Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por mantener la conversación.

Fran arqueó una ceja. Fuera lo que fuera aquello, no tenía nada que ver con que aquel hombre fuese un miembro del equipo de seguridad del hotel, si eso era lo que era. Y si no, si simplemente era otro huésped, tampoco cambiaba nada. Él trataba de darle conversación, y quizá lo mejor era que ella se despidiera y se marchara.

Excepto que no quería hacerlo. El latido acelerado de su corazón indicaba que estaba reaccionando ante ese hombre como nunca había reaccionado ante nadie, que le estaba sucediendo algo que nunca había experimentado.

–Y ha conocido a muchos astrofísicos en su vida, ¿no? –preguntó arqueando una ceja.

Él sonrió de nuevo. Ella tenía la sensación de que era un hombre que se sentía muy cómodo consigo mismo.

–Bastantes –contestó él.

Fran lo miró con los ojos entornados.

–Mencióneme a tres.

Él se rio. El sonido de su risa resultaba atractivo, igual que la mirada de sus ojos azules, su rostro y el resto del cuerpo. Todo ello estaba provocando cosas increíbles en ella.

«¿Qué me ocurre? Un hombre se pone a hablarme en el bar del casino de un hotel y, de pronto, me siento como si tuviera dieciocho años otra vez y no como una mujer sensata de veinticinco años, que escribe artículos científicos ininteligibles sobre cosmología en una prestigiosa universidad de la Costa Oeste».

Las académicas no se volvían locas solo porque un hombre atractivo les dedicara una sonrisa. Y menos, una mujer llamada doctora Fran Ristori.

Donna Francesca di Ristori. La hija de dos familias que pertenecían a la nobleza desde hacía siglos, una italiana y otra inglesa. Era la hija de il marchese d’Arromento, y la nieta de un importante noble británico, el duque de Revinscourt.

Claro que en los Estados Unidos nadie lo sabía, y a nadie le importaba. En el mundo académico solo contaban las investigaciones, nada más. Era algo que su madre, nacida como lady Emma y convertida en marchesa d’Arromento, nunca había comprendido. Igual que no había comprendido por qué Fran había dejado la vida para la que había nacido para satisfacer su deseo de aprendizaje.

Fran sabía que aquello había generado un distanciamiento entre ellas, y que el hecho de que hubiera aceptado casarse con alguien de la aristocracia italiana era lo que había provocado que su madre aceptara su carrera de investigación.

No obstante, el año pasado Fran había roto su relación con Cesare, il conte di Mantegna, el hombre con el que iba a casarse. Desde entonces, su madre apenas le dirigía la palabra.

–¡Era perfecto para ti! –había protestado su madre–. Os conocéis de toda la vida y él te habría permitido continuar con el estudio de las estrellas que tanto te gusta.

–Tengo una oferta mejor –fue todo lo que Fran había sido capaz de decir.

Era una oferta que su madre nunca habría podido apreciar, la emocionante invitación para unirse a un equipo de investigación dirigido por un hombre galardonado con un Premio Nobel, en California.

Fran se sentía aliviada por haber aceptado la oferta, y no solo por ella. Cesare era un buen amigo, y siempre lo sería, pero resultaba que estaba enamorado de otra mujer y se había casado con ella.

Fran se alegraba por Cesare y Carla, su flamante esposa, y por el bebé que habían tenido, y les deseaba que fueran felices para siempre.

Ella se había mudado a la Costa Oeste, donde había alquilado un apartamento. Allí disfrutaba del ambiente de uno de los centros de investigación de Cosmología más importantes del mundo y estaba entusiasmada de ser una asistente del famoso premio Nobel.

Sin embargo, el último semestre, el ilustre profesor había sufrido un ataque al corazón y se había jubilado anticipadamente. Su sucesor no era tan bueno como él y Fran había decidido buscar otro destino en otra universidad. En cuanto terminara aquella conferencia, se pondría a buscar de manera activa.

–Está bien, me rindo –dijo el hombre levantando las manos.

Al ver su sonrisa, Fran notó que se le aceleraba el corazón. No pudo evitar soltar una carcajada. Aquel hombre se mostraba tan seguro de sí mismo que hacía que resultara todavía más atractivo.

–Esta noche hemos tenido la cena de cierre de la conferencia, así que todos vamos vestidos con nuestras mejores galas. ¡Ninguno tenemos aspecto de científicos empollones!

Él la miró de arriba abajo.

–Sicuramente no.

Al oír sus palabras, Fran lo miró sorprendida.

–Sei italiano? –la pregunta escapó de sus labios antes de que ella pudiera evitarlo.

El hombre puso cara de sorpresa y satisfacción.

Fran se percató de que acababa de darle otro tema de conversación, pero no le importaba.

–Muchos norteamericanos lo son –dijo él en inglés–. ¿Y usted?

–Italiana por parte de padre. Inglesa por parte de madre –contestó Fran.

¿Por qué seguía dedicándole tiempo a aquel hombre musculoso cuando debía regresar a su habitación y repasar la presentación que debía exponer al día siguiente?

Solo sabía que él había provocado que se sintiera muy diferente de la académica sensata que sabía que era. Muy diferente a donna Francesca.

–¿Inglesa? Pensaba que era de la Costa Este.

–Viví allí un tiempo –contestó ella–. Mientras estudiaba el doctorado.

Oyó que sus compañeros gritaban en una de las mesas de blackjack y los miró un instante.

–Espero que no intenten ganar haciendo trampas –dijo ella–. Todos son buenos matemáticos, así que probablemente pudieran si lo intentaran, pero sé que a los casinos no les gusta…

–No se preocupe, los crupieres no permitirán que pase.

–Parece que sabe de qué habla –dijo ella.

Él asintió.

–Lo sé.

Ella lo miró. Parecía que definitivamente formaba parte del equipo de seguridad del hotel, aunque ella no estaba del todo segura.

En realidad, le daba igual.

–Entonces, ¿ha disfrutado de la conferencia? –le preguntó él.

Fran asintió. Él seguía dándole conversación, y a ella no le importaba.

–Sí… Mentalmente ha sido muy estimulante. Intensa, pero bien. Y este hotel… –gesticuló con la mano–. Este hotel es fantástico. No conozco muy bien la cadena de los Falcone, pero en este se han esmerado. La pena es que no he tenido tiempo de usar las instalaciones, ni siquiera la piscina. Mañana lo haré sin falta, antes de que nos vayamos. También es una lástima que no pueda hacer ninguno de los tours que ofrecen… ¡Ni siquiera el del Gran Cañón!

Nada más decirlo, se arrepintió. ¿Pensaría que estaba sugiriendo una invitación?

Para su tranquilidad, él no comentó nada al respecto y dijo:

–Me alegra que le guste el hotel… Se ha invertido mucho trabajo en él.

Fran percibió orgullo en su voz. Sin duda era parte del equipo de seguridad del hotel.

–Me gustaría más si no tuviera casino, pero claro, en Nevada…

–Los casinos generan mucho dinero –contestó él.

Desde la mesa de blackjack se oyó otro grito de alegría.

Fran se rio.

–Quizá esta noche ganen un poco menos.

–Quizá –contestó él, y la miró divertido. No obstante, momentos después se mostró inseguro.

Y a ella le gustó todavía más.

–Y quizá… –la miró como si no supiera qué podía responder ella–. Quizá, si le pregunto si puedo invitarla a una copa para celebrar que sus compañeros astrofísicos han ganado, ¿me dirá que sí?

Fran lo miró un instante antes de mirar hacia la mesa de juego donde estaban sus compañeros. Después, volvió a mirarlo a él, el hombre que había tratado de darle conversación y que se había decidido a dar un paso más.

¿Le apetecía aceptar la invitación? ¿O debía decirle que no con educación y marcharse a su habitación para repasar su presentación?

No, no quería marcharse a su habitación. Deseaba continuar con aquella conversación y prolongar aquel encuentro.

Fran sonrió y se subió de nuevo al taburete. Él no hizo ademán de ayudarla. Ella lo miró fijamente y le gusto lo que vio.

–¿Por qué no? –respondió.

 

 

Nic la miró de arriba abajo mientras ella se sentaba. En todo momento había dudado de que ella fuera a aceptar la invitación. Y eso formaba parte de su atractivo. Él estaba cansado de que las mujeres le prestaran tanta atención, y quizá por eso se mostraba huidizo sobre quién era en realidad, Nicolo Falcone, el multimillonario, fundador y propietario de la cadena hotelera Falcone.

Por ese motivo, miró al camarero a modo de advertencia y, cuando el empleado asintió de forma tranquilizadora, él le pidió la bebida. Un Campari con soda para ella y un bourbon para él. Después, Nic se sentó en un taburete junto a ella.

–Entonces, ¿usted también interviene en la conferencia?

–Sí, hago una pequeña presentación acerca de los resultados de mi actual investigación. Es para mañana, antes del plenario final.

–¿De qué se trata? ¿Cree que al menos comprenderé el título? –añadió él con humor.

En esos momentos, él sintió que la belleza de Fran iluminaba el ambiente. Ella provenía de un mundo completamente diferente.

La observó mientras bebía un sorbo de su copa y admiró sus delicados dedos. Llevaba un vestido de cóctel de precio medio, el cabello recogido en un moño y muy poco maquillaje. Tenía aspecto de lo que era… Una académica vestida para aquella velada.

El deseo se apoderó de él.

Ella le estaba hablando y él le prestó atención, tratando de controlar su respuesta primitiva.

Fran hablaba con entusiasmo, lo que demostraba su pasión por lo que hacía.

–Mi campo de investigación es la cosmología, comprender los orígenes y el destino del universo. La presentación trata de un pequeño aspecto de eso. Estoy analizando datos mediante un modelo informático, y probando varias opciones sobre la geometría y la densidad del espacio, que nos indicarán si el universo es abierto o cerrado, por decirlo de la manera más sencilla.

Nic frunció el ceño.

–¿Y eso qué quiere decir?

–Bueno, si está abierto la expansión que comenzó con el Big Bang provocará que la materia del universo se disipe, así que no habrá estrellas, planetas, galaxias ni energía. Se llama muerte térmica del universo y sería muy aburrido. Así que yo estoy buscando datos acerca de un universo cerrado que pueda provocar que todo colapse y se produzca otro Big Bang, que haría que renaciera el universo. ¡Sería mucho más divertido!

Nic bebió un sorbo de bourbon, y notó el calor del líquido en su garganta.

–¿Y cuál es la teoría verdadera?

–Nadie lo sabe, aunque por el momento se tiende a pensar que es abierto. Hay que aceptarlo, aunque a mí no me guste.

Nic negó con la cabeza.

–No. Yo no me lo creo.

Ella lo miró con curiosidad.

–Nunca debemos aceptar lo que no nos gusta. Es derrotista –apretó los labios–. Está bien, quizá se pueda aplicar al universo, pero no a la humanidad. Podemos cambiar las cosas, y depende de nosotros. No tenemos que aceptar las cosas como son.

Fran lo miró con curiosidad.

–Parece que está muy convencido –lo miró un momento a los ojos.

Él se encogió de hombros, como si estuviera impaciente.

–No podemos aceptar las cosas sin más.

–A veces hay que hacerlo. Hay cosas que no podemos cambiar. Por ejemplo, quiénes somos. O dónde hemos nacido…

«Por ejemplo, yo nací siendo donna Francesca, me guste o no. Es parte de mi legado, una parte indeleble. A pesar de todos los cambios que haya hecho en mi vida, no puedo cambiar mi nacimiento».

–¡Eso es exactamente lo que podemos cambiar! –contestó él, y bebió otro sorbo de bourbon. Los malos recuerdos se estaban apoderando de él. Su madre, abandonada por el hombre que era el padre de su hijo, y abandonada también por todos los hombres con los que había mantenido una relación. O peor aún. Sus recuerdos se ensombrecieron al pensar en el violento hombre que estuvo golpeándola hasta que Nic fue lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a él y protegerla.

«¡Yo tuve que cambiar mi vida! Tuve que hacerlo solo. Por mí mismo. No había nadie para ayudarme. Y la cambié».

Ella lo estaba mirando y sus ojos de color gris claro mostraban curiosidad.

–Entonces, quizá deberíamos recordar esa vieja oración que pide que tengamos el valor para cambiar lo que podamos, pero la paciencia para aceptar lo que no podemos cambiar, y la sabiduría para saber la diferencia.

–No –dijo Nic–. Yo quiero cambiar todo aquello que no me gusta.

Ella soltó una carcajada.

–Bueno, no podría ser científico. Eso seguro –dijo ella.

Él soltó una carcajada y se sorprendió al pensar que había hablado con aquella mujer sobre sus sentimientos más profundos, más de lo que había hablado con cualquier otra persona. Le sorprendía haberlo hecho con una mujer que apenas había conocido veinte minutos antes.

«Yo nunca mantengo conversaciones así con las mujeres. Entonces, ¿por qué lo he hecho con esta?».

Debía de ser porque era científica. Nada más.

«Es una mujer muy bella, y quiero conocerla un poco más. No obstante, en mi vida ha habido muchas mujeres bellas. Ella es una más».

Aquella mujer era diferente porque era una talentosa astrofísica cuando él solía interesarse por mujeres que priorizaban pasar un buen rato divirtiéndose, y eso a él le permitía sacar adelante su obsesión por construir su imperio personal. Mujeres que no querían compromiso. Más de lo que él podía darles.

Aunque no estaba allí para pensar en las mujeres que habían pasado por su vida, sino para aprovechar al máximo el tiempo que estaba con aquella.

Ambos se habían terminado la copa y él sabía que había llegado el momento de despedirse, aunque no le apeteciera. Ella no era el tipo de mujer a la que le gustara que le presionaran. Él se había dejado llevar por el impulso que le había hecho cruzar el casino para acercarse a ella, y con eso era suficiente.

Le hizo un gesto al camarero para que le llevara la cuenta y se aseguró de que solo él viera que escribía Falcone en el ticket, antes de ponerse en pie.

Fran se levantó también. Estaba sorprendida por la mezcla de emociones que sentía, pero sonrió y dijo:

–Gracias por la copa.

Él pestañeó y contestó:

–Ha sido un placer. Y gracias por la clase de ciencias –añadió, con una tierna sonrisa.

–De nada –contestó Fran.

Ella se dirigió a los ascensores. Era consciente de que él la estaba mirando. ¿Se estaba arrepintiendo de que él hubiera finalizado el encuentro? Era imposible.

Sin embargo, aunque racionalmente sabía que debía ser así, otra parte de su cuerpo se arrepentía de que ella tuviera que regresar a su dormitorio.