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Solo los jugadores más valientes se atreverán a adentrarse en los dominios de... ¡el Nigromante! Este Halloween los Mystery Gamers deberán afrontar una aventura terrorífica: solo el mejor equipo conseguirá derrotar al malo final antes que el resto y solo así podran llegar a lo más alto del ranking mundial. La pandilla está deseando dejar las mochilas llenas de libros del instituto y enfundarse en sus skin especiales para la batalla, ¿pero serán capaces de resolver el caso antes de quedarse sin conexión? Esta es la tercera novela de la saga «Mystery Gamers», creada por el no menos misterioso J. X. Avern, una serie de divertidas aventuras en el mundo virtual. ¿Te gusta Halloween? ¡Entonces vas a pasarlo de miedo en este terreno de juego!
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Veröffentlichungsjahr: 2023
J.X. Avern
Los Archivos del Terror
Saga
El videojuego del pánico
Copyright ©2022, 2023 J.X. Avern and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728499504
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Cuatro siluetas avanzaban entre las ramas y la hojarasca de una frondosa selva. Se habían desplazado hasta esa isla remota para resolver un misterio: corría el rumor de que allí se escondía un gran botín.
Sin embargo, para tratarse de una banda de buscadores de tesoros que resuelven misterios, tenían un aspecto bastante peculiar.
—¡Moveos, chicos! —dijo Marta, que ejercía como la líder del grupo—. Y no hagáis ruido. ¡Los enemigos pueden andar cerca!
Marta llevaba puesto un sombrero de pirata morado (con calavera incluida), una coraza medieval del mismo color y unos patines en línea. Y ella no era la más cantosa del grupo.
—Tranqui —dijo Claudia, que iba a su lado, ataviada con un gorro de mago y una sudadera naranja con un estampado de lunares—. Si nos atacan, he preparado una poción humeante que nos permitirá escapar sin que nos vean.
—¡Nada de huir! —replicó Lucas—. Si alguien nos ataca, ¡probará mis puños!
Lucas era el fortachón del grupo. Se veía a la legua, no solo por lo cachas que estaba, sino por los guantes de boxeo que lucía. También llevaba puesto un casco azul de moto cubierto de pinchos y unos pantalones de camuflaje.
Por último, el más rezagado del grupo era Fede. Llevaba puesta una peluca afro con una gorra roja de detective en plan Sherlock Holmes y unos pantalones de cuadros. Era, con diferencia, el que llevaba la indumentaria más discreta de los cuatro.
«Si alguien nos ataca —pensó con inquietud—, no lo veremos llegar entre tanta vegetación».
Fede llevaba un buen rato sin decir nada en voz alta. Al principio le gustó el escenario que les había tocado aquel día. Con sus aguas cristalinas, sus playas paradisíacas, sus palmeras gigantescas...
Pero cuando un rato antes vio cómo los demás bandos enemigos se masacraban entre sí junto a la orilla, sin dejar títere con cabeza, se le quitaron las ganas de seguir jugando. ¡A él lo que le gustaba era resolver misterios, no hacer saltar a la gente por los aires!
Por suerte, ya habían dejado atrás las escaramuzas para centrarse en la búsqueda del tesoro.
—¿Qué misterio creéis que habrá en la caja del botín? —les preguntó a sus amigos—. Molaría que hubiera un enigma para resolverlo entre todos.
—¡A mí me encantaría que hubiera armas chulas! —exclamó Marta—. Hace mucho tiempo que ando buscando un Mandoble Mandarín...
—A mí me gustaría que hubiera hierbas e ingredientes para preparar pociones —dijo Claudia—. Me falta un poco de acónito para confeccionar la poción que te devuelve toda la vida de golpe.
—A mí me da igual lo que haya —dijo Lucas—. Lo que me mola es romper las cajas.
De pronto oyeron un ruido en medio de la selva. Sonó como el chasquido de una rama o el frufrú de unas hojas. Los cuatro se frenaron en seco y aguzaron el oído.
—Tranquilos —dijo Marta, mientras oteaba el entorno con el ojo bueno (el otro lo llevaba cubierto por un parche pirata)—. Habrá sido un pájaro.
Siguieron caminando. Ya faltaba poco para llegar al punto que estaba marcado con una X en el mapa que recibieron al comienzo de la misión.
Fede estaba inquieto. No dejó de mirar hacia atrás, hacia arriba, hacia los lados. Su amiga Marta era fuerte y valiente, pero también un poco temeraria. Con tantos enemigos al acecho, no podían pasar por alto nada.
Frus, frus...
¡El ruido misterioso! ¡Otra vez!
Fede miró en la dirección de la que provenía el sonido. Estaba empezando a sudar.
—Chicos... —susurró.
Pero no respondió nadie.
—¿Chicos...?
Cuando Fede miró hacia el frente, donde se suponía que debían estar sus amigos, ¡no estaban! Pegó un bote tremendo y sintió un nudo en el estómago. ¡Habían desaparecido!
Sacó el tirachinas telescópico que llevaba en el bolsillo. Era la única arma con la que se había equipado para ese escenario. Otras veces llevaba sus shurikens imantados, ¡o su Farmshooter, la mejor arma para lanzar hortalizas! Pero esa misión restringía el equipo y, al contar con la ayuda de sus amigos, no creía que le hiciera falta más.
¡FRUS! ¡FRUS!
El sonido era inconfundible. ¡Había alguien allí!
El enemigo se abalanzó sobre Fede antes de que todo se volviera oscuro...
Fede estaba muerto.
Por suerte, solo en el videojuego. En la vida real seguía vivo.
—Jo, ya me han cazado otra vez —se lamentó, mientras se quitaba las gafas de realidad virtual—. Y esta vez me ha matado un jugador disfrazado de gorila con unos calzoncillos de corazones. ¡Qué humillante!
Fede estaba en su cuarto, sentado en el suelo, y se levantó para apagar la consola. Por el camino se le escapó un bostezo. Llevaban más de dos horas jugando, pero claro, cuando estaba con sus amigos, podía pasarse toda la tarde jugando sin cansarse. ¡Si sus tres hermanos mayores se lo permitían, claro!
Los cuatro chicos iban al mismo instituto, pero se habían hecho amigos de verdad gracias a los videojuegos. Les encantaba luchar y resolver misterios. De hecho, en el juego eran conocidos como los Mystery Gamers. No había enigma que se les resistiese cuando cooperaban los cuatro juntos.
Los creadores del juego trabajaban duro para mantener a los usuarios entretenidos. Cada mes sacaban un escenario nuevo, a cada cual más insólito que el anterior. Fede y sus amigos ya habían vivido aventuras en una nave espacial alienígena, en un manicomio abandonado, ¡e incluso en el fondo del mar!
La experiencia estaba chula, pero Fede ya necesitaba un poco de aire fresco.
—Salgo un rato a patinar —le dijo a su madre desde el pasillo—. ¡Luego vengo a cenar!
—¡Vale! —respondió su madre, que estaba en su despacho terminando un informe para el trabajo—. ¡A la que subes, tráete una barra de pan!
—¿Por qué siempre tengo que ser yo el que se encarga de los recados? —protestó.
—¡No seas quejica! —replicó su madre, burlona—. Tus hermanos dicen que eres el mimado y que ellos hacen todo el trabajo.
Un rato después, Fede estaba recorriendo la calle a toda velocidad a lomos de su monopatín.
«Volar por el cielo virtual en una nave alienígena está bien —pensó, mientras sentía el roce del viento en la cara—. Pero en el mundo real también tiene su gracia».
Decidió ir un rato al skate park para hacerse unas cuantas rampas y practicar un poco sus trucos. Pero antes de que le diera tiempo a llegar, le sonó el móvil. Era un mensaje de Marta. Ya debían de haber terminado la partida.
«Ns vms n l cntr cmrcl», decía el enigmático mensaje.
Marta era una chica llena de energía a la que no le gustaba perder el tiempo. Hasta el punto de que ni siquiera lo perdía poniendo vocales en sus mensajes. Por suerte, Fede ya estaba acostumbrado a la forma de escribir de su amiga, así que no le costó traducirlo: «Nos vemos en el centro comercial».
«Bueno, tampoco me importaría ver una peli —pensó, mientras tomaba un desvío—. O darles una buena paliza a mis amigos en la bolera».
Sin embargo, cuando a los diez minutos llegó al gigantesco vestíbulo del centro comercial, comprobó que sus amigos ya tenían otros planes. Pasó de largo junto a la gigantesca fuente central —que hacía un ruido ensordecedor, como si fuera una cascada—, y vio al resto de su pandilla haciendo cola ante la puerta de ZentroviZio, la tienda de videojuegos de la zona.
Fede se acercó a ellos. En la vida real no vestían de un modo tan llamativo como en el videojuego. Aunque aquel día Lucas llevaba puesta una camiseta de color amarillo chillón con unas letras en rojo que decían: «Orgullo Cachas». Le quedaba un poco ridículo, porque en el mundo real Lucas no tenía los músculos de los que tanto presumía en el videojuego. Por su parte, Marta y Claudia iban en vaqueros, con los tobillos al aire, y con camisetas de sus grupos de música favoritos.
—Hola, chicos —los saludó Fede—. Cuánta cola, ¿no? Podríamos ir a la bolera o a...
—¿Cómo? —exclamó Marta sorprendida—. ¿Es que ya no te acuerdas?
—¿De qué? —preguntó Fede, que por no acordarse, no se acordaba ni de su talla de calzoncillos.
—Hoy hay una promoción especial en la tienda —le explicó Claudia. Siempre tenía una respuesta para todo—. Si te conectas al videojuego desde el servidor que tienen en el local, ¡te regalan una indumentaria nueva para el juego!
—¡Yo me voy a pedir la skin de Forzudo Fórceps! —exclamó Lucas.
Fede suspiró, resignado. Aquello era lo último que había imaginado para pasar la tarde.
—Bueeeno, si no queda más remedio...
Solo esperó que su madre no le echase bronca por llegar tarde.
La cola iba para rato, pero enseguida se entretuvieron echando una partida al nuevo juego de cartas coleccionables con otros chicos que también estaban esperando para entrar.
—¡Ja! ¡He vuelto a ganar! —exclamó Marta, siempre tan competitiva.
Sus contrincantes pusieron cara de haber chupado un limón.
—Tampoco os pongáis así, chicos —dijo Marta.
—Venga, que a la próxima os dejamos ganar —bromeó Lucas.
—¿Estáis bien? —preguntó Claudia, al ver que los chicos palidecían y empezaban a temblar.
Pero el motivo de esas caras de susto no tenía nada que ver con las cartas. De pronto, uno de ellos señaló hacia un punto situado por detrás de los Mystery Gamers, en el pasillo del centro comercial.
—M-m-mirad q-q-quién v-v-viene... —tartamudeó el chico, muerto de miedo.
Fede y sus amigos se dieron la vuelta. A ellos también se les puso la carne de gallina.
—Oh, no… —susurró Fede—. Son los Trols.