El vínculo secreto entre el hombre y la naturaleza - Peter Wohlleben - E-Book

El vínculo secreto entre el hombre y la naturaleza E-Book

Peter Wohlleben

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Beschreibung

¿Comparten los seres vivos con los animales ese séptimo sentido del peligro? ¿Es posible que nuestro olfato sea incluso mejor que el de un perro? ¿Por qué nuestro sistema inmunitario reacciona a los colores y al aroma de los bosques? Y por otra parte, ¿es posible que los árboles respiren? ¿También ellos tienen un corazón que late? ¿Deberíamos considerar a las plantas seres inteligentes? Una vez más, Peter Wohlleben nos abre los ojos y nos regala fenómenos sorprendentes de la naturaleza a partir de sus últimos descubrimientos científicos. Desde su enorme experiencia, nos muestra lo cerca que el ser humano está de la naturaleza, y los lazos que existen entre ambos. 'Los libros de Wohlleben siempre logran ampliar nuestra percepción del mundo'.enis Scheck en Der Tagesspiegel

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PETER WOHLLEBEN

El vínculo secreto entre el hombre y la naturaleza

Descubrimientos sorprendentes: los siete sentidos del ser humano y el latir de los árboles. Y una gran pregunta:

Si este libro le ha interesado y desea que le mantengamos informado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonos qué temas son de su interés (Astrología, Autoayuda, Ciencias Ocultas, Artes Marciales, Naturismo, Espiritualidad, Tradición...) y gustosamente le complaceremos.

Puede consultar nuestro catálogo en www.edicionesobelisco.com

Colección Espiritualidad y Vida interior

EL VÍNCULO SECRETO ENTRE EL HOMBRE Y LA NATURALEZA

Peter Wohlleben

1.ª edición en versión digital: marzo de 2021

Título original: Das geheime band zwischen mensch und natur

Traducción: Beatriz Alonso García

Maquetación: Isabel Also

Corrección: Tsedi, Teleservicios editoriales, S. L.

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

Maquetación ebook: leerendigital.com

© 2019, Ludwid Verlag. Una división de Verlagsgruppe Random House GmbH, Munich, Alemania Derechos en español negociados a través de Ute Körner Lit. Ag., www.uklitag.com

(Reservados todos los derechos)

© 2021, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-705-6

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

El vínculo secreto entre el hombre y la naturaleza

Créditos

Agradecimientos

Prólogo

¿Por qué los bosques son verdes?

Cómo entrenar el oído en la naturaleza

El intestino… esa nariz prolongada

La naturaleza no siempre sabe bien

Cuando tocamos, pensamos mejor

Cómo entrenar nuestro sexto sentido

El jabalí, ese tiburón blanco del bosque

Somos mejores de lo que pensamos

Nuestra comunicación con los árboles

Al comienzo estaba el fuego

Árboles conectados a la corriente

El latir del corazón de los árboles

El viaje de la lombriz de tierra

El árbol como objeto de culto

Cae la barrera entre animales y plantas

El lenguaje del bosque

Un baño de bosque. Démonos un buen chapuzón

Los primeros auxilios de la farmacia de la naturaleza

Cuando el árbol necesita un médico

El deseo de un mundo sano

Aprender de los niños

¿Tenemos todo bajo control?

La paradoja de vivir en el campo o vivir en la ciudad

Los árboles también van a la moda

El difícil camino de vuelta

Frente al cambio climático

Las cosas buenas llevan su tiempo

En busca del origen

Bialowieza, un caso complejo

Hambi se queda

Un asunto del corazón

Agradecimientos

Una de las preguntas que más me hacen es: «¿De dónde sacas toda la información que aparece en tus libros?». Para mí, la respuesta es muy sencilla: soy una persona tremendamente curiosa. Recorto información que encuentro en periódicos, rememoro conversaciones con compañeros y científicos, leo libros y viajo, en cualquier parte y en todo momento trato de descubrir fenómenos fascinantes. Recopilo datos y a partir de ellos indago, busco el estudio en que se basan, valoro lo que encuentro, lo uno y me hago una especie de puzle. También están las conclusiones a las que yo llego a partir de todo lo que tengo entre manos. Así, acabo llegando a nuevos conocimientos que en ocasiones son tan emocionantes que más de una vez me he levantado de mi escritorio de un salto y he gritado por toda la casa: «No me aguanto. Os lo tengo que contar urgentemente. Es una auténtica barbaridad esto que he descubierto que saben hacer los árboles». Y si, al margen de los árboles, me apasiona también lo relacionado con las personas y la naturaleza, son infinitas las veces en que he sentido la imperiosa necesidad de contar un nuevo hallazgo a mi mujer y a mis hijos.

Miriam, Carina y Tobias, os doy las gracias de todo corazón por escucharme. Me habéis transmitido seguridad cuando la fase de escribir estaba ya muy avanzada, pero el manuscrito aún era caótico.

Sí, todas estas líneas, antes de ser un libro, fueron un caos. Una especie de desastre que no se debía a una planificación insuficiente, ya que sí había planificado muy bien lo que quería dar a conocer. Sucedía que, al investigar, no se me abría sólo una puerta, sino varias a la vez. Y tras ellas se escondía otro repertorio de informaciones interesantes que me obligaban a redactar capítulos adicionales o me hacían ver que algunos de los que tenía en mente eran en realidad superfluos. De este modo, acababa cambiando el manuscrito una y otra vez, aumentaba aquí y allá, lo extendía o lo empequeñecía, y me veía obligado a reorganizarlo.

Pero en febrero salió el sol, mis inseguridades respecto al libro se disiparon y conseguí pulirlo y presentárselo como nuevo a mi mujer.

Normalmente, los lectores que son de la familia no son ni críticos ni objetivos, pero en Miriam, mi mujer, puedo confiar plenamente. Al leer mis libros, es capaz de detectar aquellas páginas que he escrito en días malos. Anota las partes en que el texto flojea y me felicita cuando mi narrativa la entusiasma. Gracias a sus comentarios y sus elogios, sé bien cuándo voy por el buen camino.

También ha sido ingente la labor de Heike Plauert, de la editorial Ludwig, quien, junto con su maravilloso equipo, me ayudó a dar con las dosis exactas de asombro e información para lograr la mezcla perfecta.

En marzo yo ya había terminado mi parte, pero el libro aún no estaba listo para ir a imprenta. Anglika Lieke tomó el relevo y se encargó de dar forma a lo que yo había escrito. Es increíble la seguridad con que pasaba las páginas y la rapidez con la que encontraba pleonasmos y lagunas en las explicaciones.

Paralelamente a estos procesos, fuimos preparando la distribución del libro. El objetivo era que estuviera en las librerías el mismo día de su presentación. La imprenta trabajó a toda máquina, Beatrice Braken-Gülke se fue ocupando de las apariciones televisivas y las entrevistas, y así, trabajando todos a una, nació el libro. En total tardamos dos años, y lo que más me importa ahora es que realmente estas líneas no dejen indiferente al lector.

¿Y qué ha pasado con mis anteriores libros? Con lo que gané con ellos financié, entre otras cosas, una academia forestal. Está en Wershofen, en el Eifel, un rincón rodeado de bosques donde se imparten seminarios y cursos sobre la naturaleza. Además, en él trabaja un gran equipo dedicado a la investigación y la promoción de iniciativas relativas al medioambiente. El círculo desde el bosque y de vuelta al bosque se ha cerrado a través de los libros. Y eso me hace tremendamente feliz.

Por último, no quiero cerrar esta obra sin transmitir mi más sincero agradecimiento a la valiente tropa de investigadoras e investigadores que, aun en contra de la corriente principal, mantienen viva su curiosidad y se empeñan por llegar al fondo de aquellas preguntas cuyas respuestas no encajan en la visión clásica del mundo. Sin estas personas mi puzle estaría, sin duda, incompleto, jamás me hubiera sido posible descifrar el vínculo misterioso que existe entre la naturaleza y el hombre.

Prólogo

Desde hace algunos años, se observa que en muchos países las personas necesitan recuperar su unión con la naturaleza, volver a experimentarla. Los baños de bosque surgieron como una forma de terapia que en Japón incluso es prescrita por los médicos. Al mismo tiempo, los bosques continúan siendo talados sin piedad, lo que alimenta el cambio climático. En toda esta contradicción, a veces es difícil encontrar el camino de regreso a nuestro lugar en la naturaleza. Nadie quiere dañar a propósito el medioambiente, pero lo cierto es que todos estamos atrapados en un día a día orientado al consumo.

Una vez en este contexto, lo último que ayuda son las acusaciones y las visiones catastrofistas. El dedo índice que señala de forma amenazante en dirección a un apocalipsis y los puntos de inflexión, tras los cuales supuestamente no hay forma de volver a unas condiciones climáticas adecuadas, son instrumentos que recuerdan más bien a la Inquisición y que se alejan, y mucho, de esa motivación que con tanta urgencia necesitamos.

Yo, en lugar de eso, sólo te pido una cosa: acompáñame al bosque. Descubre con tus propios ojos ese viejo vínculo que nos une a la naturaleza. Comprueba tú mismo que dicho vínculo existe y que está intacto.

No somos seres degenerados que sólo podemos sobrevivir con la tecnología moderna. Déjate sorprender en un viaje por el bosque, guíate por tus sentidos y constata lo bien que éstos funcionan. Verás que hay olores que podemos percibir mejor que los perros. Nos encontraremos con fenómenos eléctricos en los árboles, de esos que ponen los pelos de punta. El bosque dispone de una farmacia muy bien surtida, de la cual no sólo se abastecen los animales, sino también los hombres. Además, en medio del verde, estamos rodeados de todo un cóctel capaz de fortalecer nuestro sistema circulatorio e inmunitario.

Sin embargo, son muchas las personas incapaces de percibirlo. Como veremos a lo largo de estas páginas, nuestros sentidos no están atrofiados, siguen intactos. No captamos lo que nos rodea porque adoptamos un punto de vista extraño, bien desde la filosofía, bien desde las ciencias naturales, que crea obstáculos innecesarios entre nosotros y los seres con quienes convivimos. Aquí está el hombre, allí la naturaleza; aquí destaca la razón, allí un sistema ingenioso supuestamente casi mecánico, sin alma.

Por fortuna, cada vez descubrimos más que aún somos parte de ese sistema maravilloso y que funcionamos siguiendo las mismas reglas que todas las demás especies. Y sólo cuando esta idea se imponga, cuando entendamos que no sólo se trata de los demás, sino que ante todo está nuestra especie, lograremos proteger la naturaleza.

¿Por qué los bosques son verdes?

Cada vez hay más amantes de la naturaleza, entre los que me incluyo, que no sólo quieren ver el bosque, sino que también quieren sentirlo intensamente. Solemos envidiar a los animales porque sus sentidos siguen estando vírgenes. ¿Y qué pasa con los nuestros? ¿De qué somos capaces después de siglos formando parte de una civilización que nos impide contemplar la naturaleza en nuestro día a día?

Si realmente podemos creer en los numerosos estudios que comparan las fantásticas habilidades de los animales, llegamos a la conclusión de que somos una especie que, aparte de nuestra gran inteligencia, tenemos poco más que ofrecer. En comparación con todas las demás especies, parece que a nosotros nos va mal respecto a los sentidos, incluso da la sensación de que todavía alardeamos de ser los perdedores evolucionados. Nuestro vínculo, el de las personas con la naturaleza, parece estar completamente roto, y no podemos más que mirar de reojo, celosos, las habilidades de los animales.

Pero no podemos estar más equivocados: el hombre es capaz de competir con su entorno lleno de vida. Al fin y al cabo, y no mucho tiempo atrás, nuestros antepasados lucharon para recorrer los bosques atentos a cualquier posible peligro y presa. Y puesto que desde entonces nuestro cuerpo no ha cambiado, podemos asumir con seguridad que todos los sentidos están intactos. Lo único que quizás falte es algo de entrenamiento, pero eso se puede recuperar.

Empecemos centrándonos en nuestros ojos y veamos de qué manera somos capaces de ver los árboles en color.

El verde de los árboles relaja, incluso es beneficioso para la salud. Pero ¿por qué los vemos verdes? La mayoría de los mamíferos no tiene esta habilidad. Su mundo, en lo que a los colores se refiere, está bastante limitado. Por ejemplo, los delfines, a pesar de su impresionante inteligencia, únicamente ven en blanco y negro, puesto que sus retinas sólo disponen de un tipo de cono (como les sucede a todas las ballenas y las focas). Los conos son las células que permiten ver en colores. Para diferenciar dos colores, hacen falta al menos dos tipos diferentes de conos. Paradójicamente, los delfines y demás animales marinos tienen un sólo cono para poder ver el color verde. Eso les permite distinguir los diferentes niveles de claridad, pero no es suficiente para procesar la luz azul, que no solamente abunda en el mar, sino que penetra de forma bastante profunda en el agua.

Por su parte, las criaturas de cuatro patas que conviven con nosotros, como los perros y los gatos, y algunos animales del bosque, como los corzos, los ciervos o los jabalíes, superan con creces a los delfines en lo que se refiere a la vista. Además de conos verdes, tienen otros azules, lo cual ya de entrada les permite, al menos, un débil espectro de colores. Sin embargo, los colores rojo, amarillo y verde en todos sus matices se funden en un solo color. Y ello sigue siendo insuficiente para poder ver en verde. Necesitarían también conos sensibles a los tonos rojos, como los que tenemos nosotros y muchas especies de monos. Por tanto, la mayor parte de los mamíferos no puede beneficiarse del poder relajante y sanador del color verde.

Pero, y aquí viene la gran pregunta, ¿por qué necesitamos conos sensibles al verde y al rojo para poder distinguir el color verde? Todo depende de la longitud de las ondas de la luz.

Los tonos azules son de ondas cortas, mientras que los verdes y los rojos son de ondas largas. Los colores «de ondas largas» sólo estimulan los conos verdes, con independencia de que la luz que reciban sea verde, amarilla o roja. Los conos azules ni se estimulan. Un animal que únicamente tiene conos para percibir los colores azul o verde sólo puede discernir entre «azul» y «no azul». De esta forma, el bosque no se verá verde hasta que actúe otro tipo de cono sensible en otra área de luz de onda larga. Por suerte, nosotros, los seres humanos, tenemos en nuestra retina un tipo de cono así.[01] Se trata de un cono sensible al color rojo imprescindible para saber si las hojas de los árboles son verdes, amarillas o rojas. No es casualidad que los diminutos ledes del ordenador o de la pantalla de la televisión estén formados por pequeñas células de color azul-verde-rojo. Gracias a eso podemos ver todos los colores.

Entonces, la capacidad de disfrutar de los bosques en verde es toda una peculiaridad dentro del reino de los mamíferos. ¿Y por qué precisamente nosotros, los hombres, hemos desarrollado esta capacidad? La ciencia apunta a que tiene que ver menos con el color verde y más con el color rojo. Es decir, muchos frutos rojos maduros son de color rojo y se esconden entre las hojas de los árboles y los arbustos. Pero no solamente nosotros contamos con estos frutos, sino que también son del gusto de muchas clases de pájaros que son capaces de atisbar el color rojo incluso mejor que nosotros. Las plantas han reaccionado ante esta realidad: los frutos que comemos los mamíferos son más bien de color verde-rojo, mientras que aquellos que sirven de alimento a los pájaros presentan un color rojo más intenso.[02]

De este modo, resulta razonable que podamos ver el color rojo. Pero ¿por qué nos parece tan bonito el color verde? ¿Por qué nos llama la atención? ¿Y por qué desconcierta la pregunta? Teniendo en cuenta que en nuestros ojos hay conos para el color verde, parece lógico que lo percibamos en el bosque de forma permanente y consciente.

Sin embargo, no debe de ser así, tal y como vemos en el ejemplo del color azul: puede que nuestros antepasados ni se percataran de este color o no les pareciera importante. Lazarus Geiger, un lingüista del siglo xix, descubrió que en muchas lenguas antiguas no existía ninguna palabra para el azul. Incluso en los textos de Homero, poeta griego lleno de misterios que probablemente viviera en el siglo viii a. C., el mar se describía del color del vino; y otros textos de siglos posteriores definían el color azul como sombras del verde. El término «azul» nació de la mano del desarrollo y el comercio de colorantes azules, y desde entonces lo distinguimos como un color propio y lo percibimos de forma consciente.

Así pues, ¿sólo vemos determinados colores por su trasfondo cultural? O, dicho de otra manera, ¿vemos el color azul únicamente porque existe una palabra para ello? Jules Davidoff, profesor de psicología en la Universidad Goldsmith de Londres, publicó un experimento impresionante respecto a esto. Viajó con su equipo a la zona de los Himba, una tribu en Namibia que no conoce ninguna palabra para el azul. Allí, en una pantalla, mostró a todos los participantes en el estudio un círculo con doce cuadrados. Once eran de color verde, y uno, claramente azul. Para los Himba fue muy complicado localizar el cuadrado azul. Y entonces llegó la contraprueba. Del mismo modo, Davidoff mostró a personas cuya lengua materna era el inglés un círculo con doce cuadrados, esta vez todos de color verde. Solamente uno tenía un matiz de color amarillo que ni tan siquiera yo percibí. El test está disponible en Internet, y la página se puede encontrar en el enlace indicado.[03] Los angloparlantes tuvieron grandes problemas para dar con el cuadrado en cuestión. Pero no fue así en el caso de los Himba. Ellos carecen de una palabra para el azul, pero cuentan con muchas más para el verde que nosotros. Por ello son capaces de detectar incluso las más mínimas diferencias en cuanto al color, y son hábiles a la hora de realizar el experimento e identificar el cuadrado que presenta algún matiz de diferencia.[04]

En las lenguas europeas también hay indicios de que la visualización del color está estrechamente relacionada con la cultura. Así, las personas cuya lengua materna es el ruso perciben mucho más rápido los diferentes tonos de azules, porque en el ruso la diferencia entre el azul claro y el azul oscuro está mucho más marcada que en otros idiomas. Un equipo de investigadores liderado por el psicólogo neoyorquino Jonathan Winawer descubrió que los colaboradores rusos distinguían las tonalidades de azul mejor que sus compañeros de habla inglesa.

Lamentablemente sólo conozco investigaciones que hablan del azul. Sin embargo, para mí, que soy agente forestal, es importantísimo saberlo todo sobre el color verde. Cuando desde la ventana de mi oficina miro hacia el jardín de la casa del guardabosque, veo innumerables verdes ligeramente distintos: el verde azulado o grisáceo del liquen de los viejos abedules, el verde amarillento de la hierba de invierno, el intenso azul verdoso de las agujas en las ramas de las viejas douglasias, el cálido verde medio amarillento medio grisáceo de las capas de algas en la corteza de los troncos jóvenes de las hayas… Tonalidades distintas que yo simplifico hablando de verde.

Naturalmente que aprecio las diferencias entre las plantas y los materiales, siempre distintos; hay tonos conocidos como verde abeto, verde lima o verde mayo, pero en el día a día estos términos apenas se usan, y con gran imprecisión hablamos de verde claro o verde oscuro.

Por otro lado, hay muchos indicios de que nuestros antepasados hace mucho tiempo que eran capaces de percibir conscientemente todos los matices de los colores verde y rojo. Ya sabemos que el rojo era importante al alimentarse para saber si los frutos estaban maduros, y, en esa misma línea, todas las tonalidades que iban del verde al amarillo también despertaban gran interés.

De no ser así, ¿cómo hubieran sabido nuestros antepasados cuándo el grano estaba ya maduro, esto es, amarillo? ¿Cómo se hubieran dado cuenta de que esos campos de hortalizas cultivados con tanto esfuerzo se habían resecado? Cuando aquello pasaba, el verde inicial desaparecía. ¿Cómo hubieran conocido el grado de maduración de un fruto, que va del verde (inmaduro) al amarillo o el rojo? Incluso más atrás en el tiempo, se ve la necesidad de establecer una distinción. Si durante la caza se hería a un animal, el cazador solamente podía seguirle la pista cuando era capaz de reconocer con claridad las gotas de sangre en la hierba verde.

A propósito de esto, cuando a mí me contrataron para el servicio forestal, que antiguamente guardaba relación con la labor de un cazador, uno de los requisitos era distinguir bien todos los colores, pues debía ser capaz de reconocer la sangre.

Hoy día sabemos que tanto las anomalías visuales de los colores rojo y verde como los problemas con la visión del color verde vienen determinados genéticamente. Sin embargo, en función de la cultura, y pese a tener conos sensibles al azul, en ocasiones este color no se reconoce de inmediato, por lo que lo de identificar los tonos verdes no es algo que me resulte tan obvio.

En la forma escrita es donde mejor se refleja cómo la percepción sensorial según la cultura tiene el poder de cambiar a la persona. Mientras que en estas letras los lectores reconocen palabras con un significado, todo cambia en el caso, por ejemplo, de los caracteres japoneses, pues al verlos, los hablantes de esta lengua se forman imágenes en la cabeza. Y algo similar nos sucede a nosotros con el olfato. Dependiendo de nuestra realidad cultural, un alimento nos puede resultar asqueroso o delicioso, y para experimentar esto no hemos de viajar muy lejos. El pescado fermentado, Surströmming, en Suecia es una exquisitez. En cambio, a mí el olor me recuerda a excremento de perro recién depositado, y a la mayoría de los turistas les entra náuseas sólo con abrir la lata.

Y aunque reconocer el color verde no sea algo cultural, sino genético, la tonalidad no tiene por qué tener el mismo efecto en nuestra psique. Son muchos los estudios que confirman que el verde influye en nuestra mente, en especial cuando nos deleitamos mirando árboles, lo explicaré más adelante detalladamente. Y yo me pregunto: ¿podría estar todo determinado sólo por el aspecto histórico-cultural? Para responder a eso, harían falta estudios comparativos, por ejemplo, con personas como los esquimales, que raramente ven el verde, o con los Tuareg, en cuyo hogar en el Sáhara predominan los tonos marrones. Y en la actualidad desconozco que existan semejantes estudios.

Si bien el tema de los colores es extremadamente interesante, resulta aún más importante la nitidez de lo que se ve. Y aquí desempeña un papel primordial, además de la genética, la naturaleza que nos rodea. Además, como ya hemos visto en páginas anteriores, nos falta entrenar un poco nuestros sentidos para volver a ponerlos en forma.

¿Quieres evitar ponerte gafas o impedir que tu vista empeore? Entonces podemos ayudarte, sobre todo si hablamos de miopía. Solía pensar que aquello era algo innato y que llegaría un día en que en el mundo sólo habría personas con gafas. Tampoco pasaba nada, pues, al fin y al cabo, nuestra vida hoy no depende de vislumbrar un león en el horizonte y escapar a tiempo. Ya no hay peligros que nos hagan evolucionar como especie y, en caso de limitaciones, estamos preparados para compensarlas.

Dicho esto, ¿llevaremos todos gafas? Seguro que no, puesto que la ciencia ya sabe bien que nuestro ojo se adapta únicamente a la menor distancia visual, lo cual se lo debemos agradecer a los libros y ordenadores.

Lo mejor de todo es que se trata de un proceso reversible o que, como poco, se puede detener. Para eso sólo es precisa una cosa: salir a la naturaleza. En cuanto el ojo es libre para ver de lejos, se entrena y agudiza cada vez más su visión. Justo lo contrario sucede cuando estamos en nuestro escritorio, con poca luz y poca distancia a la hora de leer, lo que irremediablemente hace aumentar la miopía. Así se recoge en estudios universitarios centrados en niños de Asia Oriental. Dada su rápida conversión en una sociedad moderna, el cambio en Taiwán se puede documentar muy bien. El 80-90 % de los alumnos que terminan su etapa escolar necesita gafas, y un 10-20 % presenta algún tipo de deficiencia visual. Pese a que inicialmente los investigadores achacaban estas dolencias a cambios genéticos, al final se ha determinado que se deben a la presión a la que se ven sujetos durante su etapa escolar, a lo que se une el hecho de que prácticamente no realizan actividades al aire libre. Dicho de otro modo, a los adolescentes orientales se les exige un rendimiento tan elevado que dicha presión los convierte en personas sedentarias que, consecuentemente, necesitan llevar gafas.[05]

A mí me sucedió algo similar a los dieciséis años; por aquel entonces tenía 2,5 dioptrías, y aquello se traducía en que más allá de los tres metros, no veía con nitidez. Pero no sería así siempre. A diferencia de lo que les sucedió a casi todos mis compañeros, mis valores empezaron a mejorar y al cabo de unos años se estabilizaron en 1 dioptría, justo por encima del valor en el que las gafas dejan de ser necesarias. Ya entonces pensé que aquella mejoría tenía algo que ver con mi actividad profesional. Mi jornada diaria incluía mucho tiempo en el bosque, donde tenía que examinar los troncos y las coronas de las reservas que debía cuidar, y todo ello siempre a gran distancia. Asimismo, en mis ratos de ocio pasaba mucho tiempo al aire libre reparando cercas o cortando leña.

La miopía, entonces, no es una adaptación fruto de la evolución, sino que simplemente se debe a que los ojos se acostumbran y se adaptan a distancias cortas, imprescindibles a la hora de leer. Para aliviarla o incluso frenar su avance, lo mejor es pasar tiempo en la naturaleza, al menos de jóvenes, y mirar alrededor sin nada que nos impida ver hacia arriba o a lo lejos.

Y hay otro tipo de entrenamiento que no tiene que ver nada con la agudeza visual. ¿Sabías que los perros se percatan de la presencia de animales salvajes antes que nosotros? Contrariamente a lo que se sospecha, no suele deberse al olor que desprenden los ciervos y los jabalíes, pues el viento tendría que soplar exactamente hacia donde están los perros. Más bien se debe al movimiento que son capaces de percibir nuestras mascotas al mirar de reojo. Nuestra perra, Maxi, una munsterlander, era experta en ello incluso a través de la ventana del coche en marcha.

A lo largo de mi vida profesional, también me he acostumbrado a hacer eso, aunque debo reconocer que no de forma consciente. Por regla general, los animales salvajes se camuflan muy bien; no en vano el pelo de los corzos y los ciervos es de color marrón como el suelo del bosque. Aun así, si se mueven, soy capaz de verlos de reojo y a gran distancia. Y no soy el único. Nuestros ojos tienen una particularidad asombrosa. La visión en el borde del campo visual es realmente mala, la resolución es tan baja que desde allí no tenemos ninguna nitidez. De hecho, tal y como han concluido Laura Fademrecht y su equipo del Instituto Max-Planck, especialistas en cibernética biológica, ni tan siquiera somos capaces de distinguir círculos, cuadrados y otros objetos de prueba. Esto no tendría nada de sorprendente si no fuera porque, cuando se trata de percibir personas, esta región logra reconocer mucho más. Los investigadores seleccionaron a un grupo de sujetos y colocaron en su campo visual muñecos realizados con palitos, que llevaban a cabo diversos movimientos, como saludar.

Los participantes no solamente lograron reconocer figuras, sino que consiguieron evaluar de forma inmediata, a través de sus movimientos, si reaccionaban de forma agresiva o amable. Desde un punto de vista evolutivo, estamos ante una ventaja importante, ya que nos permite catalogar de forma inmediata a las personas que se acercan. Los ángulos visuales exteriores son cruciales para orientarse en la naturaleza.[06]

Y esta capacidad la podemos probar incluso en aquellos rincones más alejados de la naturaleza: las ciudades. Y es que allí hay muchas personas en movimiento y, por lo tanto, tenemos alimento más que suficiente para los ángulos visuales exteriores.

El hecho de que nuestros ojos sigan siendo extremadamente eficientes no es en sí algo que deba sorprendernos, aunque una mirada científica es capaz de sacar a la luz cosas asombrosas. ¿Y qué ocurre con nuestros oídos? Suele decirse que el oído humano está poco desarrollado, por no decir degenerado, en comparación con el de otros representantes del reino animal. Pero ¿realmente es así?

[01]. Davidoff, Jules et al.: «Colour categories and category acquisition in Himba and English», en Progress in Colour Studies, vol. II, John Benjamins Publishing Company, Amsterdam, 2006, pp. 159 y ss.

[02]. Valenta, K. et al.: «The evolution of fruit colour: phylogeny, abiotic factors and the role of mutualists», en Scientific reports 8, número de artículo: 1430 (2018), www.nature.com/articulos/s41598-018-32604-x

[03]. www.sciencealert.com/humans-didn-t-see-the-colour-blue-until-modern-times-evidence-science

[04]. www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(12) 60272-4/fulltext

[05]. www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(12) 60272-4/fulltext

[06]. Fademrecht, L. et. al.: «Action recognition is viewpoint-dependent in the visual periphery», en Elsevier, http://dx.doi.org/10.1016/j.visres.2017.01.011

Cómo entrenar el oído

en la naturaleza

¿Eres capaz de oír el canto del sencillo reyezuelo? Pesa escasamente seis gramos y se le considera uno de los pájaros más pequeños de Europa. Además, canta tan alto que nos sirve perfectamente como prueba para comprobar nuestra audición. Su leve «sisisi» se asemeja a un zumbido alto, como ocurre a veces en muchas personas durante unos pocos segundos debido a procesos internos. Con el paso de los años, vamos perdiendo las frecuencias altas, es decir, es como si para nosotros el mundo de los pájaros se desvaneciera poco a poco.

¿Podríamos decir que nuestro oído se ha atrofiado? Sí, podríamos llegar a pensarlo si comparamos nuestra capacidad auditiva con la del resto de animales. En algunas páginas de Internet incluso se afirma que los perros pueden oír frecuencias más altas hasta cien millones de veces mejor que nosotros.[07] En mi opinión, son datos exagerados que dejan a nuestros oídos como si fueran órganos totalmente inútiles.

Vayamos a los hechos: nosotros, las personas, podemos detectar las ondas sonoras con una frecuencia de 20 a 20 000 hertzios. Sin embargo, los perros consiguen escuchar de 15 a 50 000 hertzios. Esto demuestra que nuestro oído no es que sea infinitamente peor, tan sólo que no detectamos nada por encima de los 20 000 hertzios, esto es, en un rango en el que para los perros el mundo está aún lleno de ruidos. Así pues, dicha afirmación sólo parece cobrar sentido en cuanto al volumen. Los perros nos superan en esto ya solamente con sus grandes pabellones auditivos. Podemos notar la diferencia si colocamos las manos extendidas detrás de las orejas hacia delante. Nos ayudaría, y mucho, pasear en esta postura por el bosque. Podríamos oír a una gran distancia a los pájaros más silenciosos, incluso al corzo que pasa cuidadosamente por el ramaje.

Existe otro mito relacionado con los pabellones auditivos: los perros y otros mamíferos oyen mejor que nosotros porque orientan sus orejas hacia el lugar de donde procede el ruido, habilidad que nosotros no poseemos. Éste último sí es un dato cierto, pues sólo un 10-20 % de las personas puede realizar tales movimientos.[08] No obstante, se trata de movimientos meramente rudimentarios y no contribuyen a que las orejas vayan hacia delante. Sin embargo, de acuerdo con investigaciones recientes, en el pasado podríamos haber otorgado demasiada importancia a lo externo. Y es que sí podemos orientar nuestras orejas según las necesidades, pero este proceso tiene lugar en el interior. Para ello necesitamos los ojos, tal y como lo descubrió Kurtis G. Gruters, neurólogo en la Universidad de Duke de Carolina del Norte. Para su estudio, examinó a dieciséis personas sentadas en una habitación totalmente a oscuras. De esta forma se debían concentrar en ledes de colores que tenían que seguir con los ojos. Sorprendentemente, no movieron primero los ojos, sino los tímpanos, que buscaban orientarse hacia el punto de luz. Transcurrieron solamente diez milisegundos hasta que los ojos también se movieron.[09] Podríamos decir entonces que los ojos y los oídos se orientan de forma sincronizada hacia un objeto. No se consideró determinante en este caso la diferencia de tiempo, sino que el gran hallazgo fue que nuestro órgano auditivo también se orienta, hecho que había pasado desapercibido hasta ese momento. Lo más llamativo es que los oídos no se orientan hacia una onda sonora, sino hacia el objeto en el que se quieren centrar los ojos.

Los estudios de Gruters nos muestran muy claramente que tenemos mucho que aprender respecto a nuestras habilidades corporales y, sobre todo, que incluso nuestros, en teoría, débiles e inmóviles oídos, dentro de sus posibilidades, pueden sorprendernos en cualquier momento.

Al igual que vimos al hablar de los ojos, también podemos entrenar los oídos, dos sentidos que, como acabamos de comprobar, son inseparables. Basta con escuchar atentamente la naturaleza y tratar de descubrir sus sonidos. A mí me apasiona el canto del picamaderos negro. Quizás porque sé que para hacer sus cuevas, necesita hayas viejas y altas, y hoy en día, debido a la falta de árboles apropiados, se ha vuelto un ave poco habitual. Puede que también me atraiga su sonido porque me llama la atención tanto el impresionante tamaño del picamaderos como la belleza y el tono rojizo intenso de la parte superior de su cabeza. Sea por lo que sea, a día de hoy aún me emociono al escuchar su alegre «crucrucru». Al igual que me sucede con el «crocrocro» de los cuervos, que se consideraban extinguidos en el Eifel hasta finales del siglo xx; o con los cantos inconfundibles de las grullas, que nuevamente pasan en bandadas de miles por nuestra cabaña forestal en primavera y en otoño. Sus cantos son también uno de mis sonidos favoritos; los distingo incluso cuando ya se han mezclado con el ruido del ambiente y resultan inapreciables para muchas personas. Los cantos de las grullas son capaces de penetrar en mi consciencia a pesar de los cristales triples de mis ventanas, el aislamiento de las paredes y el volumen de la televisión por las tardes. Apenas los escucho, me levanto del sofá y voy hacia la puerta de casa para disfrutar de ellos a todo volumen.

No deberíamos tener problemas para percibir la naturaleza con mayor claridad acústica. Pensemos en otros muchos sonidos cotidianos con los que ya estamos familiarizados, como el tono de llamada del móvil o el de las notificaciones cuando nos entran mensajes.

Me hace mucha gracia siempre cuando, en mitad del barullo de una estación o de un tren, veo el movimiento instintivo de los viajeros en cuanto suena uno de estos tonos, por bajito que sea. Y es que veo que hay mucha gente como yo que no ha individualizado el tono de llamada y todos los móviles de la misma marca suenan igual.

Animo a entrenar el subconsciente con sonidos de la naturaleza para seguir acústicamente con facilidad a muchas de nuestras criaturas animales.

[07]. Aquí, por ejemplo, https://leswauz.com/2018/06/13/das-faszinierende-hundegehoer-wie-gut-hoert-ein-hund-wirklich

[08]. www.augsburger-allgemeine.de/wissenschaft/Das-mit-dem-Ohren-wackeln-id5997781.html

[09]. Gruters, K. et al.: «The eardrums move when the eyes move: A multi-sensory effect on the mechanics of hearing», en Procedings of the National Academy of Sciences, febr. 2018, 115 (6) E1309-E1318; DOI: 10.1073/pnas.1717948115

El intestino… esa nariz prolongada

Parece ser que la nariz humana apenas se usa en la naturaleza. Al menos ésta es la impresión con la que he salido de alguna que otra visita guiada por el bosque. Cuando pido a los participantes que me describan el olor que se respira bajo las hayas y los robles, tienen que tomar mucho aire por la nariz. Hasta ese momento, la mayoría de ellos se ha orientado con los ojos, y ahora el olor a bosque sólo son capaces de percibirlo tras inspirar conscientemente por la nariz.

Al igual que sucede con los oídos, nuestro órgano olfativo está totalmente degradado en comparación con el de los animales, sobre todo el de los perros. A un perro se le atribuyen increíbles habilidades en esta área. Se dice que su potencial olfativo es en total un millón de veces superior al nuestro.[10] Además, en los caninos un 10 % de su cerebro es responsable del olfato, mientras que del cerebro humano sólo un 1 % se dedica a dicha tarea.[11] Conviene hacer aquí una pequeña aclaración: nuestro cerebro es diez veces mayor que el de un perro, por lo que la conversión en porcentaje es engañosa, pues, de una forma global, tenemos la misma masa cerebral para el olfato. En vista de estas afirmaciones que con frecuencia se escuchan, no es de sorprender que mucha gente infravalore su nariz. En el término medio está la virtud. Naturalmente que los perros son capaces de olfatear mucho mejor que nosotros. Sin embargo, la pregunta clave es: ¿de qué olores se trata? A esta cuestión trató de responder Matthias Laska, profesor de Zoología en la Universidad de Linköping, en Suecia. Analizó los valores límite en los quince olores diferentes que un perro puede oler. Los mismos valores límite también los probó con personas y ésta fue la conclusión a la que llegó: al menos en cinco olores sacaron mejores puntuaciones que los animales de cuatro patas. Tampoco se trata de algo sorprendente, pues los cinco olores proceden del reino de las plantas y algunos son, por ejemplo, de frutas.[12] Por naturaleza, éstas despiertan poco interés en perros, quienes sólo quieren olfatear aquello que es importante en su vida. Obviamente ahí no se incluyen las manzanas, los plátanos ni los mangos, sino que más bien prefieren corzos, ciervos y jabalíes.

Pero no quiero que esto se malinterprete: en general, está confirmado que el perro tiene una nariz mucho mejor, porque en su mundo el hecho de oler tiene bastante más importancia que en el nuestro. En comparación con ellos, ya estamos en desventaja por andar erguidos, y rastrear el suelo con la nariz en busca de pistas tampoco es muy factible para los humanos. Y es que, en realidad, no tenemos necesidad de hacerlo. Nuestra nariz no nos tiene que ayudar a perseguir una presa, sino que nos sirve para encontrar ricas frutas entre las ramas o incluso descubrir a nuestra pareja. Cuando el olor del sexo opuesto pasa por nuestras células olfativas (30 millones), en ocasiones hace «clic». Este clic puede desencadenarse en las mujeres por el olor que desprenden los hombres con niveles particularmente altos de testosterona. También puede deberse a una fuerte desviación genética del propio ADN capaz de atraer a parejas potenciales, y del mismo modo puede ser también por un buen perfume. Con él se logra ocultar el propio olor corporal y hacerlo más atractivo no sólo para la consciencia de la otra persona, sino para el propio subconsciente de ésta.[13]

La elección de la pareja a través de la nariz está asimismo muy extendida en el reino de los mamíferos, e incluso aquí también se emplea perfume. Se trata de algo muy conocido entre las cabras. Vito, nuestro macho cabrío, cambiaba su olor en la época de apareamiento y se rociaba con su marca de la casa: su propia orina. Ésta se concentraba de tal manera que, aun pasándole durante días la ducha por las patas delanteras y la boca, se podía oler al macho cabrío incluso a una distancia de cien metros. A las cabras esto les parecía atractivo, pero a nosotros hay que reconocer que menos.

Por cierto, no sólo olemos con la nariz. También hay receptores olfativos en los bronquios, los cuales se dilatan con determinados olores. E incluso el intestino delgado participa cuando olemos nuestra comida. Un grupo de investigadores de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich descubrió que en nuestra mucosa intestinal existen receptores para el timol y el eugenol, que son los olores del tomillo y el clavo. En realidad estos receptores sólo están en la nariz. Como reacción a esta materia, el intestino libera una sustancia que actúa como mensajera y cambia sus movimientos. Un descubrimiento, sin duda, muy importante, porque por naturaleza estamos expuestos a un número limitado de fragancias. Actualmente a nuestro alrededor hay tal cantidad de sustancias artificiales en perfumes, velas aromáticas y productos químicos para el hogar que en ocasiones afectan a nuestro bienestar y nos provocan un gran malestar estomacal.

A veces, en el caso de las personas que en el bosque huelen poco o casi nada, no sólo debemos hablar de una posible falta de atención, sino que en muchas ocasiones se debe a una pérdida parcial o completa de la capacidad de oler. Así lo afirmó en Bayerischer Rundfunk (empresa de radio y televisión pública de Baviera) el Dr. Sven Becker, científico visitante en el centro médico de otorrinolaringología de la Universidad de Múnich. Según él, el 20 % de la población ya tiene una capacidad olfativa reducida, y se atreve incluso a decir que entre un 3-5 % la ha perdido por completo.[14]

Y aunque la capacidad funcional esté completa, la nariz nunca será tan importante para percibir nuestro entorno como los ojos o los oídos, y es que, al fin y al cabo, en el caso de los humanos estos dos órganos desempeñan un papel clave para la comunicación.

Pese a todo, la nariz sigue siendo un órgano de percepción que no debe subestimarse. Cierto es que se utiliza muy poco en la naturaleza, pero cambiar esto depende de nosotros.

[10]. Stricker, Martina: Mantrailing. Editorial Franckh Kosmos, 2017, p. 32.

[11]. Froböse, Rolf: Wenn Frösche vom Himmel fallen. Editorial Wiley-VCH, Weinheim, 2009.

[12]. Laska, Matthias: Human and Animal Olfactory Capabilities Compared, 201, DOI 10.1007/ 978-3-319-26932-0_32

[13]. www.augsburger-allgemeine.de/themenwelten/leben-freizeit/Partnersuche-Wie-die-Nase-die-die-Liebe-bestimmt-id6119146.html

[14]. www.br.de/radio/bayern2/sendungen/iq-wissenschaft-und-forschung/mensch/riechstoerungen-diagnose-therapie100.html