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Embarazada de un magnate ¡Embarazada del hermano equivocado! Chastity Stevens estaba embarazada de un Masters, pero no del que ella creía. Aunque la habían inseminado para que concibiera un hijo de su marido, la muestra usada pertenecía a su cuñado. Al millonario Gabe Masters nunca le había interesado la mujer de su hermano, o eso era lo que siempre había querido creer. Cuando Chastity le anunció que estaba embarazada de su difunto marido, Gabe supo de inmediato que el bebé era suyo y que haría lo que fuera para ser reconocido como su padre. La prometida de su hermano ¿Noviazgo o traición? Se daba por sentado que el hermano del príncipe Rafael Marconi se casaría con Alexia Wyndham Jones, por lo que a Rafe le sorprendió que le encargaran que llevara a la heredera americana a su país. Sin embargo, le pareció la oportunidad perfecta para descubrir los verdaderos motivos por los que ella había aceptado aquel matrimonio. Con lo que el príncipe no había contado era con la irresistible atracción que empezó a sentir por su futura cuñada. Alexia era más sorprendente y sensual de lo que había supuesto. Pero, ¿se atrevería a poseer a la prometida de otro?
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Seitenzahl: 333
Veröffentlichungsjahr: 2025
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© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 569 - septiembre 2025
© 2010 Sandra Hyde
Embarazada de un magnate
Título original: The Magnate’s Pregnancy Proposal
© 2010 Sandra Hyatt
La prometida de su hermano
Título original: His Bride for the Taking
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 979-13-7000-839-0
Índice
Créditos
Embarazada de un magnate
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
La prometida de su hermano
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Si te ha gustado este libro…
La puerta de la sala de juntas de Masters’ Development Corporation se abrió bruscamente. Desde su posición en la cabecera de la mesa Gabe clavó la mirada en ella. Sus ojos azules lo miraban fijamente, y la sacudida de verla se extendió a cada célula de su cuerpo. Sólo la práctica de numerosos años ante aquella misma mesa manteniendo un rostro impasible durante arduas negociaciones, le permitió ocultar su indignación. ¿Cómo se atrevía…?
Julia, su secretaria personal, apareció jadeante junto a ella. Chastity Stevens, con su inmaculado cabello rubio, vestida con un traje de chaqueta negro que abrazaba su figura como si siguiera de luto, conseguía que su elegante secretaria pareciera una chica desaliñada. Sus perfectos labios estaban coloreados de rojo brillante, el mismo color que sus altísimos tacones y su pequeño bolso de mano. La única indicación de tensión en su ademán era que tenía los nudillos blancos por la fuerza con la que apretaba el bolso.
–Lo siento –dijo Julia desolada–. No he podido detenerla –intentó tomar el brazo de Chastity, pero ésta dio un paso a un lado y Julia se quedó con la mano en el aire.
–Tranquila, Julia. Ya me ocupo yo –Gabe hizo una señal a su secretaria para que se fuera.
El resto de las miradas de los hombres estaban fijos en Chastity, anotando su piel de porcelana, sus ojos de muñeca enmarcados por largas pestañas y las seductoras curvas que su ceñido traje acentuaban. Unas curvas que él sabía muy bien cuánto habían costado. ¿No había pagado su hermano Tom por ellas?
Hasta su muerte.
Poniéndose en pie, Gabe se esforzó por hablar pausadamente.
–Me temo que no es un buen momento, señora Stevens –dijo, poniendo énfasis en el apellido. Se alegraba de que nunca hubiera adoptado el apellido de su hermano Tom–. Julia buscará fecha y hora para una cita.
–No actúes como si no supieras que llevo semanas intentando verte.
–He estado muy ocupado –Gabe intercambió una mirada cómplice con sus compañeros de mesa, que dejaron escapar un murmullo ahogado. Llevaban días trabajando largas horas para alcanzar un acuerdo de compra.
Ésa había sido una de sus razones. La otra, no tener el menor interés en encontrarse con la cazafortunas que se había apropiado de parte del dinero de su familia.
–Discúlpenme unos minutos, caballeros –Gabe se puso en pie y fue hacia ella–. Si te marchas ahora –dijo en tono suave pero amenazador–, te prometo que Julia te dará una cita –mantuvo la puerta abierta con una mano mientras con la otra le indicaba que saliera.
No podía permitirse una escena. Lo que tenía entre manos era un negocio multimillonario que en parte dependía de su reputación. Ya había sido bastante difícil convocar a aquellos hombres en enero, un mes de verano tradicionalmente inactivo en Nueva Zelanda. Tenía que firmar aquel negocio ese mismo día y no podía permitir que Chastity lo pusiera en riesgo.
Ella palideció y por su rostro se sucedieron una serie de emociones que Gabe no supo interpretar, aunque la principal, por más que le resultara incomprensible dado que era ella quien había irrumpido en su vida, fue la ansiedad.
Finalmente, Chastity dio media vuelta y salió. Él indicó con un gesto de cabeza a Marco, su mano derecha, que continuara con la reunión, y salió tras ella.
–¿Cómo quieres que confíe en ti? –dijo ella en cuanto se cerró la puerta.
–No me hagas perder el tiempo. Te he pedido que te vayas, pero no sólo de la sala, sino del edificio –Chastity fue a protestar, pero Gabe continuó–: Si no lo haces, te aseguro que no conseguirás una cita para pedirme lo que sea que necesitas de mí.
Vio que ella se tensaba y que se le dilataban las aletas de la nariz. Sus ojos adquirieron un brillo metálico de determinación.
–Si no me ves en este mismo momento, te aseguro que no verás jamás al hijo que llevo en mis entrañas, y que es sangre de tu sangre.
Gabe se limitó a mirarla sin saber qué decir.
–Ve a mi despacho –dijo entre dientes–. La tercera puerta a la izquierda –añadió.
Las indicaciones eran innecesarias dado que Chastity había trabajado en aquel edificio hasta hacía dos años, primero para él, por un breve periodo de tiempo, y luego para Tom. Hasta que decidió que convertirse en la esposa de éste era mucho más lucrativo que ser su secretaria.
Cada vez más pálida, Chastity se detuvo ante la puerta del despacho, pero en lugar de entrar, miró angustiada a su alrededor, fue precipitadamente hacia la recepción y echó a correr. Gabe la vio entrar en el servicio de mujeres tapándose la boca con la mano.
La esperó ante la puerta de su despacho, furioso. Unos minutos más tarde, ella apareció, todavía pálida, pero con gesto altivo. Chastity sabía que no debía esperar ninguna compasión de él, y entró en su despacho sin dirigirle la mirada. La única vez que Gabe se había puesto en contacto con ella había sido para pedirle que no interfiriera entre Tom y su familia, a lo que ella le había respondido que no podía hacer nada al respecto.
Gabe cerró la puerta, apoyó la espalda en ella y esperó.
Pero una vez conseguida su atención, Chastity parecía indecisa. Se sentó con las piernas juntas en una de las butacas de cuero giratorias que había delante del escritorio, abrió la boca como para hablar, pero la cerró, y miró por la ventana. Gabe siguió su mirada. El cielo de Auckland estaba despejado, pero en la distancia se arremolinaban unas nubes grises que anunciaban una tormenta que tal vez refrescaría la asfixiante atmósfera que oprimía la ciudad.
Gabe miró de nuevo a Chastity. Tenía la frente perlada de sudor y apretaba los brazos de la butaca con fuerza. Dejando escapar un suspiro fue hasta el mueble bar y llenó un vaso con agua, que le ofreció. Tras una vacilación inicial, ella lo tomó en silencio. Gabe volvió junto a la puerta y se cruzó de brazos.
Chastity quería hablar, pero se lo impedían las náuseas. «Por favor, delante de él, no». Creía que no le importaba lo que pensara, pero se había equivocado. No podía soportar la idea de sentirse humillada ante él.
La familia Masters, y Gabe en particular, iba a tomarse mal la noticia. Todos ellos pensaban que la relación con ella había concluido. También ella había confiado en que fuera así.
Llevaba un mes dando vueltas a cómo hacérselo saber, pero la frustración inicial de no conseguir dar con Gabe se había transformado en rabia. La bastante como para haber irrumpido en su sala de juntas para cumplir con la promesa que había hecho a Tom.
Desafortunadamente, la fuerza que le había proporcionado la ira se había diluido con su última visita al cuarto de baño. Bebió un sorbo de agua y dejó el vaso sobre el escritorio.
La noche anterior había ensayado ante el espejo lo que pensaba decir. Breve, escueta y fría, como el hombre que tenía ante sí. Pero en ese momento estaba delante de él y no encontraba las palabras.
–¿Qué quieres? Tengo prisa.
Quizá no se trataba tanto de frialdad como de que la despreciaba. Chastity se obligó a hablar.
–Si hubieras atendido a mis llamadas no habría tenido que hacer esto. Sólo intento cumplir con mi deber.
Por fin se decidió a mirar a Gabe a la cara. Sus ojos eran casi idénticos a los de Tom, pero su expresión no podía ser más distinta.
–Aunque me encantaría que fuera verdad, me cuesta creerte.
Chastity no podía culpar exclusivamente a Gabe de su escepticismo. Tom la había usado de excusa para cortar la relación con su familia. Y aunque inicialmente ella no lo había sabido, cuando lo descubrió no protestó. Había preferido dar a Tom el espacio que necesitaba, y de paso, disfrutar de una distancia que les había dado oxígeno.
Observó a Gabe, el chico exitoso de la familia Masters. No tenía más que darle la noticia y marcharse.
–Estoy embarazada –dijo en un susurro.
Antes de que pudiera dar las explicaciones pertinentes, Gabe deslizó la mirada hacia su apenas redondeado vientre, que quedaba oculto por la chaqueta. Luego la miró a los ojos.
–Eso sí me lo creo.
Y con esas palabras logró que Chastity volviera a enfurecerse. Su hermano llevaba tres meses muerto y Gabe insinuaba que se había acostado con otro hombre. Irreflexivamente, Chastity se incorporó y echó el brazo hacia atrás. Su cruel insinuación había hecho brotar la humillación que creía enterrada hacía años.
Gabe se puso en guardia para detener el golpe. Pero cuando sus miradas se cruzaron, Chastity se dominó, bajó el brazo y se sentó.
No pensaba darle la satisfacción de echarla del edificio y demandarla por asalto. No podía permitirse el lujo de borrar aquella expresión de superioridad de su rostro.
Durante varios segundos, el aire se electrizó.
–¿Cómo demonios piensas hacer creer a la gente que tu hijo tiene algo que ver conmigo o con mi familia? –Gabe hizo una crispada pausa. Parecía una pantera a punto de saltar sobre su presa–. Tom era estéril.
Chastity se puso en pie. No tenía por qué soportar aquello. Había cumplido su promesa. Que Gabe no la creyera, no era su problema.
–Apártate, por favor. Quiero irme –se encaminó hacia la puerta, pero él permaneció inmóvil, observándola con desdén.
Cuando la tuvo delante, sacudió la cabeza.
–No creía que pudieras caer más bajo de lo que ya habías caído. Está claro que te había infravalorado –abrió la puerta de par en par.
Chastity se clavó las uñas en las palmas de las manos. No se arrepentía de las decisiones que había tomado en la vida. Gabe no tenía derecho a juzgarla. Salió y, con la mirada fija en los ascensores, pasó a la recepcionista de largo. No se dio cuenta de que Gabe la seguía hasta que notó su presencia mientras esperaba al ascensor. Al volverse, vio que estaba plantado con las piernas abiertas y de brazos cruzados, como el portero de una discoteca. Quería asegurarse de que dejaba el edificio. Chastity entró en el ascensor y se giró para mirarlo. Tom solía referirse a él como «El hombre de granito», y en aquel momento, no era difícil comprender por qué. Pero, aun a su pesar, Chastity también recordó que siempre se había portado bien con ella mientras fue su empleada.
Había algo más que no debía olvidar. Su promesa a Tom constaba de dos partes y sólo había cumplido la primera. Tenía que explicar a Gabe cómo había sido concebido el bebé. Si no se lo decía entonces, tendría que volver a verlo. Cuando las puertas empezaron a cerrarse, Gabe dio media vuelta. Chastity tomó aire y puso la mano para evitar que se cerraran. Gabe se giró al instante.
–Qué…
–Las cosas no son siempre lo que aparentan, Gabe, ni el mundo responde siempre a tus rígidas normas –Chastity le sostuvo la mirada. La tensión podía palparse–. Antes de morir Tom, probamos la fecundación in vitro. Usamos el esperma que Tom había guardado antes del tratamiento por radiación.
Chastity retiró la mano y mientras las puertas se cerraban, tuvo la inmensa satisfacción de dejar a Gabe con la boca abierta.
Chastity salió del ascensor al vestíbulo principal y respiró profundamente mientras intentaba distraerse con la contemplación de la fuente central que tanto había admirado en el pasado.
Aunque debía sentirse aliviada por haber cumplido la promesa hecha a Tom, sólo sentía un profundo abatimiento.
–Explícamelo mejor –la profunda voz a su lado la sobresaltó.
Chastity se volvió y descubrió a Gabe bloqueándole el paso, mirándola con extrema seriedad. Toda esperanza de haberse librado de él se desvaneció. Debía haber supuesto que no se conformaría con tan poco.
–¿No tenías que asistir a una reunión? –preguntó para ganar tiempo.
Una vena palpitó en la sien de Gabe.
–Marco puede ocuparse de todo –Gabe miró la hora y luego a Chastity.
–He dicho todo lo que tenía que decir. A partir de ahora podemos seguir relacionándonos a través de nuestros abogados, tal y como hemos hecho desde la muerte de Tom –Chastity sorteó a Gabe con la mirada fija en las puertas giratorias y la esperanza de alcanzar la libertad de la calle.
Gabe la siguió.
–Quiero que me lo expliques en detalle –dijo Gabe, en un tono tranquilo que no ocultó a Chastity la urgencia y la tensión que irradiaba.
Salieron al húmedo calor exterior. Chastity conocía a Gabe lo suficiente como para saber que si quería algo, no cesaba hasta conseguirlo.
–Hay un banco en el parque de enfrente –dijo él.
Chastity repasó las opciones que se le presentaban. Su coche estaba a una manzana, no tenía por qué obedecer a Gabe y la tarde había sido ya lo bastante traumática; su único deseo era volver a casa, quitarse el traje, bajarse de los tacones y dar un largo paseo por la playa.
–Por favor –dijo Gabe en tono conciliador cuando ella acababa de decidir marcharse.
–Está bien. Cinco minutos –accedió Chastity, sabiendo el esfuerzo que representaba para él pedir algo por favor.
Cuando se sentaron en el banco, Chastity respiró profundamente y reconoció al instante la colonia de Gabe, que conocía desde que habían trabajado juntos, y que en su mente estaba indisolublemente unida a él, a su fortaleza e inflexibilidad.
Chastity se desabrochó los dos primeros botones de la chaqueta y luego apoyó las manos sobre el banco, a ambos lados de su cuerpo.
–Cuando trabajaba para ti y para Tom, solía venir a este banco.
–Lo sé.
Chastity lanzó una mirada a Gabe antes de volverla hacia un grupo de jardineros que trabajaban en un parterre de flores. No debía extrañarle que Gabe lo supiera. Era el tipo de hombre que siempre tenía todo bajo control, al que no se le escapaba ni un detalle.
–Explícame lo de tu embarazo –dijo Gabe, dejando claro que no quería andarse con rodeos.
A Chastity no le importó. Le resultaría más fácil hablar de datos que de emociones. Gabe se había girado hacia ella, con el brazo sobre el respaldo del banco, en un gesto dirigido a mostrar su disposición a mantener una charla amable.
Chastity se cruzó de brazos y observó a los jardineros, cuyas risas les llegaban desde la distancia. Aunque sus vidas no fueran maravillosas, en ese momento Chastity envidió su aparente simplicidad.
–Tom sabía que podía quedarse estéril, así antes de someterse al tratamiento fue a un banco de esperma –habló con la frialdad que necesitaba para no derrumbarse. Tenía que seguir–. ¿No lo sabías?
La enfermedad de Tom se había manifestado años antes de que ella lo conociera, y según le había contado él, cuando todavía mantenía una buena relación con su familia y, en especial, con su hermano.
Gabe asintió. Y esperó.
Con el rabillo del ojo, Chastity vio que apretaba los puños.
–Hace varios meses decidimos intentar tener un hijo.
–¿Hicisteis el tratamiento en la misma clínica?
–Sí. El embarazo se confirmó una semana antes de que Tom sufriera el accidente.
–¿Él llegó a saberlo? –preguntó Gabe en voz baja.
Chastity lo miró. Parecía turbado y fruncía el ceño con expresión pensativa. Luego se puso en pie, dio varios pasos y dejó escapar una maldición. Era la primera vez que Chastity lo veía alterado.
Las ramas de los árboles se movían agitadamente, anunciando la tormenta que se acercaba. Las nubes seguían agolpándose en la distancia, y les llegó el rumor de un prometedor trueno.
Chastity estudió a Gabe de espaldas. Observó la tensión en sus hombros, las manos apretadas en puños, que metió con brusquedad en los bolsillos. Tras lo que pareció una eternidad, se volvió y caminó de nuevo hacia ella. Estaba pálido y sus ojos ardían con una mezcla de rabia y de frustración.
–Por tu culpa, Tom prácticamente cortó toda relación con su familia. ¿Por qué has venido a contarme esto ahora?
–Porque él me pidió que lo hiciera. En cuanto supo que estaba embarazada me hizo prometer que si le pasaba cualquier cosa vendría a contártelo, y el método por el que el bebé había sido concebido –Chastity sólo había accedido porque Tom gozaba finalmente de una estupenda salud. Pero eso no le había evitado una carretera mojada, un brusco frenazo y un poste eléctrico.
–¿Y qué quieres de mí?
–Nada. Espero que todo siga como hasta ahora.
Gabe sacudió la cabeza.
–Eso no va a ser posible.
–¿Por qué no?
–Porque si dices la verdad, llevas en tu seno un Masters, y nosotros cuidamos de los nuestros.
Chastity lo miró de hito en hito, respirando para asegurarse de que los pulmones seguían funcionándole.
–¿Cómo que si estoy diciendo la verdad?
Gabe se encogió de hombros con desdén.
–Tienes que admitir que hay otras posibilidades.
Chastity se puso en pie y comenzó a caminar sin saber hacia dónde, con tal de que fuera lejos de Gabe. Sintió su presencia a su lado.
–Déjame en paz.
–Necesito saber la verdad.
–¡Como si fueras a creerme! Tú sólo crees lo que quieres.
Gabe continuó caminando a su lado. Chastity se detuvo bruscamente y se giró hacia él.
–Está bien. La verdad es que jamás fui fiel a Tom y mucho menos a su recuerdo. No tengo ni idea de quién es el padre de mi bebé porque puedo elegir entre media docena. Por eso he intentado convencerte de que era de Tom, porque estoy deseando seguir en contacto con tu familia. Pero como veo que es imposible engañarte, me doy por vencida. Ahora puedes marcharte, y te aseguro que no volverás a oír de mí –los ojos se le llenaron de lágrimas y respiraba con fatiga.
Gabe no se movió. Ella tampoco. Él cerró los ojos una fracción de segundo antes de volver a abrirlos.
–Siento que mis preguntas te hayan molestado.
Que se disculpara era mucho más inesperado que sus insultos. Gabe Masters jamás pedía perdón. Chastity se quedó paralizada.
–Tenemos que hablar –Gabe señaló hacia el banco con la mano–. ¿Prefieres caminar o sentarte? –escrutó el rostro de Chastity con su aguda mirada–. Necesito saber qué piensas y qué quieres.
–Ya te lo he dicho. Sólo quería contarte lo que pasaba porque se lo prometí a Tom. Si tú o tu familia queréis ver al niño de vez en cuando, lo arreglaremos de alguna manera.
–Mis padres no se van a conformar con algunas visitas –tras una pausa, Gabe añadió en voz baja–. Ni yo tampoco.
–¿De verdad? –Chastity no intentó disimular ni su sorpresa ni su escepticismo. La familia de Tom, tal y como éste le había explicado, sólo aceptaban la perfección. Eso era lo que le había distanciado de ellos y lo que había convertido a Gabe, según él, en un trabajador compulsivo. Chastity había asumido que preferirían seguir comportándose como si no existieran ni ella ni su bebé.
–Sí –dijo Gabe con vehemencia. Tras una prolongada pausa, continuó–: ¿Estás en condiciones de criar a tu hijo?
–Si te refieres a mi situación económica, no tengo ningún problema –dijo ella, aunque suponía que se refería a si tenía la personalidad que se requería para educar a todo un Masters.
Gabe se limitó a asentir con la cabeza y Chastity hubiera dado cualquier cosa por leer su pensamiento, pues estaba convencida de que maquinaba algo. Fruncía el ceño como acostumbraba a hacer cuando intentaba resolver un problema. Gabe Masters nunca alcanzaba decisiones precipitadas, sino que se tomaba su tiempo para reflexionar, y Chastity sabía que una vez trazaba un plan, nada le impedía ponerlo en práctica. No era un jugador de equipo, sino un hombre de negocios implacable, y lo bastante inteligente como para rodearse de hombres de su misma valía.
Súbitamente la asaltó un nuevo sofoco acompañado de náuseas. Miró horrorizada a su alrededor, pero estaban lejos de los cuartos de baño.
Unas manos frescas le enmarcaron el rostro.
–Respira –la instruyó Gabe con calma al tiempo que clavaba sus ojos en los de ella. Chastity obedeció, y pronto la náusea y el calor remitieron.
–Ya me encuentro mejor, gracias –Gabe bajó las manos, pero Chastity siguió sintiendo su huella–. Lo llaman náuseas matutinas, pero mi estómago parece estar sincronizado con las mañanas de todos los países del mundo.
–¿Lo has pasado mal? –Gabe sonó como si verdaderamente le importara.
–No demasiado. Me asalta de vez en cuando. Empeora si estoy cansada o bajo estrés –dos circunstancias que se habían dado lo días precedentes ante la idea de ir a ver a Gabe–. Escucha, tengo que irme. Ya hemos hablado lo suficiente.
Gabe miró el reloj.
–Te llevo a casa.
–No –Chastity no quería que supiera nada de ella. Había logrado crearse su propio espacio. Le pertenecía y dejaba a pocas personas entrar en él. Gabe Masters no iba a ser una de ellas.
–Entonces te acompañaré hasta tu coche –insistió él.
–Supongo que no puedo prohibírtelo –dijo ella, encogiéndose de hombros.
Gabe negó con la cabeza.
–Quiero asegurarme de que te encuentras bien.
Caminaron en silencio. Al llegar frente a la puerta de sus oficinas, Gabe compró un Ginger Ale en una máquina de bebidas.
–Es bueno para las náuseas –dijo, dándole la lata.
Chastity dio un trago sin saber cómo reaccionar ante la amabilidad de Gabe. Se detuvo ante su pequeño todoterreno y lo abrió con el mando a distancia. Hasta su coche podía proporcionarle más información de la que habría deseado.
–¿Qué ha sido del Mercedes descapotable?
Chastity alzó la barbilla.
–Lo he cambiado por éste.
Gabe apretó los labios, recuperando su habitual gesto de desdén y arrogancia, como si asumiera que había necesitado el dinero para algo censurable, una adicción al juego o a las drogas.
Chastity se mantuvo impasible por más doloroso que le resultara. Estaba acostumbrada a presentar una fachada de fortaleza ante el mundo.
Gabe le abrió la puerta y la cerró mientras ella se abrochaba el cinturón. Por fin, al saber que estaba a punto de escapar, se sintió algo más relajada. Puso el motor en marcha, y en ese momento Gabe, con gesto de determinación, se apoyó en la ventanilla.
–Las cosas no van a salir como tú crees.
Gabe no se sorprendió cuando el portero le anunció la llegada de la señora Stevens.
Después de despedirse de Chastity, había vuelto a la reunión, que prácticamente había llegado a su fin, como si no hubiera pasado nada. Tomó algunas notas e hizo varios comentarios, pero Chastity seguía ocupando sus pensamientos. Y su hijo.
En cuanto el acuerdo se firmó, se marchó para poder pensar. Fue al gimnasio a nadar y a sudar mientras repasaba las distintas opciones que tenía ante sí, hasta que llegó a una conclusión. A continuación, fue a su apartamento.
Hacía más de una hora que la había llamado. Tenía la certeza de que el mensaje que le había dejado en el contestador daría lugar algún tipo de respuesta, pero no esperaba que fuera tan inmediata. Chastity apenas se había dado tiempo para considerar su oferta y eso que la había llamado lo bastante tarde como para hubiera preferido pensársela durante el fin de semana.
Pero lo que más le sorprendía según se acercaba con su whisky al ascensor para recibirla, era la mezcla de emociones que sentía. No tanto la rabia y la impotencia, a la que estaba acostumbrado, como la expectación que normalmente despertaba en él una reunión importante o la proximidad de un contrato excepcional.
Debía tratarse de la bomba que la explosiva rubia había hecho estallar.
En cuestión de horas, su ordenada vida se había hecho añicos como un puzzle lanzado contra la pared.
Le costaba creer lo que Tom había hecho, que le hubiera engañado. Su relación, que había sido buena durante la juventud, se había crispado durante los últimos años, en parte por la aparición de la mujer que estaba a punto de llegar. Pero si era honesto consigo mismo, tenía que reconocer que había otras razones. Razones que nunca llegaría a averiguar porque Tom los había abandonado. Para siempre.
Además, estaba el hijo que su mujer cobijaba; una complicación que jamás habría sido capaz de prever y que todavía no había llegado a asimilar.
Las puertas del ascensor se abrieron. Chastity abrió los ojos, sorprendida, y tomó aire. Era demasiado expresiva como para disimular sus emociones.
También era excepcionalmente hermosa. La primera vez que la vio fue como recibir un puñetazo en el pecho, y nunca había llegado a controlar esa sensación, a pesar de que a él le gustaban las mujeres con algo más de sustancia bajo el llamativo envoltorio.
–Estás preciosa –sabía que el piropo la irritaría, pero nunca había podido reprimir el impulso de desconcertarla–. No esperaba verte tan pronto.
–Si hubieras dejado tu teléfono junto a tu demencial mensaje, nos habrías ahorrado muchos inconvenientes.
Mantenía una actitud fría y distante. Gabe siempre había intuido que ocultaba algo al mundo exterior, y en ese aspecto, se parecían el uno al otro.
–Ahora mismo te lo doy –dijo con igual frialdad.
–No creo que vaya a necesitarlo –dijo ella con la misma firmeza que había usado en el despacho–. Dime que la solución que has propuesto es producto de un exceso de alcohol –concluyó, lanzando una mirada significativa al whisky.
–Me acabo de servir esta copa –dijo él, fijando la mirada en ella para que viera en su mirada la seriedad con la que hablaba–. Yo no bromeo.
–No creerás que lo puedo tomar en serio. Resulta imposible imaginarte con un bebé, así que sugerir que quieres adoptar al mío… –Chastity sacudió la cabeza con incredulidad.
Gabe se había planteado ofrecerle dinero por si, a pesar de su negativa inicial, era eso lo que buscaba. Pero la indignación con la que lo miraba le hizo desistir de esa idea. Así que decidió concentrarse en su uso del posesivo.
–No es sólo tuyo. Se necesitan dos para concebir un hijo.
–Y el padre del mío está muerto.
Tom. De haber estado vivo, Gabe lo habría estrangulado por lo que había hecho.
Cuando Chastity vio que no contestaba, se cuadró de hombros y, señalándole el pecho, continuó:
–Puede que creas que por ser un privilegiado Masters, por tener dinero y poder, puedes hacer lo que te dé la gana, que puedes obligarme a hacer lo que quieras –hizo una breve pausa–. Pues estás muy equivocado. Todo el dinero del mundo no puede cambiar que este niño sea exclusivamente mío.
Gabe le tomó la muñeca y le retiró la mano de su pecho. Por una fracción de segundos se quedaron inmóviles, a apenas unos centímetros el uno del otro.
–No es cuestión de dinero ni de poder –dijo él con voz grave.
Chastity giró la muñeca para soltarse.
–¿A qué te refieres? –preguntó, a un tiempo retadora y angustiada.
Gabe se apiadó de ella. Desde ese instante su perspectiva sobre sus circunstancias iba a cambiar radicalmente. Quizá debía haberla preparado de antemano, pero en el fondo, ninguna preparación habría sido suficiente.
–¿Por qué no pasas y te sientas?
–No.
Gabe enarcó una ceja en un gesto que había paralizado a más de un hombre, pero que no tuvo ningún efecto en Chastity.
–No tenemos nada de qué hablar. Sólo he venido porque quería que te quedara claro. A partir de ahora, si quieres comunicarte conmigo, hazlo a través de tu abogado.
Gabe sintió admiración por la pasión con la que habló. A su pesar, esbozó una sonrisa.
–Tom debería haberte incorporado a su equipo de negociadores
–Si necesito una carta de recomendación, ya sé a quién pedírsela –Chastity dio media vuelta.
–Espera –Chastity se detuvo, pero no se volvió–. Hay algo que debes saber. Algo que Tom querría que supieras –concluyó Gabe en tono conciliador. Tras unos segundos, Chastity se volvió lentamente con mirada de inquietud–. Se trata de algo que no te va a gustar.
Las primeras gotas de lluvia salpicaron los ventanales del salón, haciendo que la ciudad y el tráfico se difuminaran tras los cristales. Gabe cruzó la habitación hasta quedarse delante de una ventana. Cuando finalmente había comprendido la complejidad de la situación, lo había invadido una desacostumbrada e ingobernable tensión de la que no había conseguido librarse.
Al volverse, vio que Chastity seguía junto a la puerta, como si dudara entre sentarse o huir.
–Ya que estás aquí, al menos escucha lo que tengo que decirte.
Chastity alzó la barbilla.
–¿Qué tienes que decirme? –preguntó con escepticismo.
Gabe se volvió hacia la ventana y la observó en el reflejo. Su actitud desafiante, de brazos cruzados, no iba a protegerla de lo que estaba a punto de descubrir. La miró a los ojos en el reflejo y en tono apenas audible, dijo:
–El esperma que Tom depositó en el banco se perdió cuando la clínica sufrió un incendio.
–No –Chastity dijo instantáneamente con fiereza–. No sé a qué estás jugando. Tom y yo fuimos a esa misma clínica.
–Se volvió a construir. Pero perdieron todo el… material.
–No –Chastity sacudió la cabeza–. Tom me dijo que era su esperma. Genuino producto Masters, fue lo que dijo. No me habría mentido.
–Eso es verdad –dijo Gabe. Y vio la confusión reflejada en el rostro de Chastity.
Un rayo partió el cielo en dos e iluminó la ciudad.
–Te estás contradiciendo –dijo ella precipitadamente, perdiendo la compostura sin que Gabe obtuviera ninguna satisfacción de haberlo conseguido.
Se volvió y la miró fijamente.
–No me contradigo. Tom sólo tenía veinte años cuando se perdió su esperma. Estaba convaleciente del cáncer y del tratamiento, y estaba destrozado –Gabe se encogió de hombros–. Yo quería ayudarlo y a él se le ocurrió una solución –Gabe vio el pánico reflejado en la mirada de Chastity. Respiró profundamente–: Tu hijo es un Masters, pero no es hijo de Tom, sino mío.
Sin saber cómo, Chastity logró llegar al sofá y sentarse.
–No –dijo con la voz quebrada.
Gabe guardó silencio.
Chastity recordó las visitas a la clínica, cómo Tom se había ocupado de rellenar todos los papeles para que ella sólo tuviera que firmar; y cómo había insistido en que, si le sucedía algo, le explicara todo a Gabe.
La había engañado.
Se sujetó la cabeza con las manos. Un engaño en el que ella era la víctima, y llevaba en su seno el hijo de un hombre que la despreciaba, pero que quería a su hijo.
Y Gabe, tal y como él mismo había dicho, no bromeaba.
Chastity se puso en pie. Necesitaba volver a su casa. Con suerte, despertaría y no habría sido más que una pesadilla. Aprovechando que Gabe se había vuelto hacia la ventana, intentaría marcharse inadvertidamente. Dio un paso. Luego otro…, la habitación empezó a dar vueltas, sus pies perdieron contacto con el suelo y sintió que flotaba.
Desorientada, ocultó el rostro en el hombro contra el que se cobijaba y por un instante creyó estar a salvo.
Pero esa impresión la abandonó en cuanto posó los pies en el suelo y notó la presión de Gabe en su cabeza para que se inclinara hacia adelante. Chastity obedeció y respiró profundamente. En cuanto se sintió más estable, intentó incorporarse. Gabe deslizó la mano por su espalda y finalmente la retiró.
–¿Quieres tomar algo?
–No, gracias, estoy bien –Chastity hizo ademán de levantarse, pero Gabe la obligó a permanecer sentada con un tirón de la mano.
–No estás en condiciones de moverte –dijo con una desacostumbrada amabilidad–. Está lloviendo, estás embarazada y acabas de desmayarte. Si no llego a recogerte, te habrías caído al suelo.
–Es la primera vez que me desmayo –dijo ella, como si eso explicara algo.
–¿Habías estado embarazada antes? –preguntó él, asiéndole la mano con firmeza
–No –admitió Chastity. Y a regañadientes se acomodó en el sofá.
Hasta aquel momento había creído tener las circunstancias bajo control. A pesar del dolor que sentía por la pérdida de Tom, había organizado bien sus finanzas, tenía una casa propia y, si en el futuro necesitaba algo para su bebé, contaba con las acciones y los bienes que había heredado de Tom, una herencia sobre la que no había hecho averiguaciones, pero de la que sabía, por su abogado, que era considerable.
Gabe le soltó la mano finalmente.
–Sé que te has llevado una desagradable sorpresa.
–Así es –dijo ella en un susurro, acercando la mano a su muslo para evitar el contacto con Gabe.
El niño que llevaba en su vientre era suyo. Dos personas que no querían tener el menor vínculo estaban unidas de por vida.
Gabe se reclinó en el respaldo y, cerrando los ojos, dejó escapar un profundo suspiro. Chastity aprovechó para mirar al hombre que acababa de poner su mundo del revés. Compartía algunas facciones con Tom, pero en Gabe, el firme mentón, las oscuras y pobladas cejas, y los ojos color chocolate transformaban el encanto de Tom en una expresión más dura y arrogante.
Para evitar que Gabe la viera observándolo, apartó la mirada y la deslizó por el apartamento. Era la primera vez que lo veía dado que la relación entre los dos hermanos se había roto cuando ella se mudó a vivir con Tom.
También encontró diferencias y similitudes en los gustos de los hermanos. A ambos les gustaba la calidad, pero el espacio de Gabe era más sobrio, más masculino, y no incluía objetos delicados que uno temiera romper. El sofá era de cuero beige, pero mullido y confortable, y daba ganas de acurrucarse en él para leer un buen libro. Chastity pensó en su casa medio vacía y recordó que debía marcharse.
–Quédate a pasar la noche –dijo él como si le leyera el pensamiento–. Tengo un cuarto de invitados.
–No –dijo Chastity por enésima vez aquella noche.
–¿Por qué no?
–Porque no quiero y porque no estaría bien.
–¿Temes que pase algo?
–En absoluto. Pero no me sentiría cómoda –«en la casa de un hombre que me desprecia»–. Quiero ir a mi casa –«meterme en la cama y olvidarme del mundo».
Gabe señaló hacia la ventana. Un nuevo rayo rasgó el cielo.
–Al menos échate un momento. Cuando pase la tormenta, yo mismo te llevaré.
Chastity sabía que tenía razón y dejó que hablara el sentido común.
–Está bien. Pero sólo un momento.
Gabe le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Cuando ella la rechazó, se limitó a indicarle una puerta para que lo precediera, y luego la siguió hacia los dormitorios.
–Aquí –dijo, abriendo una puerta que quedaba a la derecha.
Chastity contuvo una exclamación. Una cama con dosel y cortinas de encaje dominaba la habitación. A un lado había un sillón antiguo y al pie, una mesa con un jarrón con tulipanes rosas. Chastity entró y acarició uno de los torneados postes de la cama. Era el tipo de dormitorio que había solido imaginar cuando leía cuentos de hadas en la húmeda y fría habitación que compartía con sus hermanastras… cuando ellas se molestaban en volver a casa.
Se volvió y vio que Gabe la observaba desde la puerta con expresión inescrutable.
–El cuarto de baño está ahí –dijo, indicando una puerta con la cabeza.
–Gracias –Chastity se quitó los zapatos y se sentó en la cama–. ¿Se supone que tengo que notar el guisante debajo del colchón?
Por primera vez Gabe sonrió espontáneamente y sus rasgos se suavizaron.
–Ya sé que es un poco cursi, pero es la única habitación en la que dejé que la decoradora hiciera lo que quisiera –poniéndose serio, añadió–: Ahora, descansa. Te esperaré despierto.
–Gracias –dijo Chastity.
Oyó la puerta cerrarse, retiró varios almohadones y se echó. Pero en lugar de un reparador sueño, la asaltó el recuerdo de la información que Gabe le había proporcionado.
Su bebé era hijo suyo. Gabe era el padre.
No le sorprendió despertar con la luz del sol iluminándole la cara. Sabía que estaba cansada y que terminaría por dormirse. Durante la noche, se había quedado en ropa interior y se había metido bajo la sábana.
Aunque se permitió disfrutar durante unos minutos de la comodidad de la cama, saber que era de Gabe le hacía sentir vulnerable. Se pasó la mano por su abultado vientre. La cama de Gabe. Su bebé. Nada tenía sentido.
Se duchó rápidamente. Cuando llegó al salón, Gabe estaba de espaldas, mirando por la ventana. El sol brillaba sobre lo alto de los rascacielos y sobre el puerto. No quedaba ni una nube. Cuando Gabe dio media vuelta, Chastity vio que tenía cara de cansado y el cabello revuelto. Como ella, llevaba la misma ropa que el día anterior. Sobre el sofá había una manta arrugada.
–Siento haberme quedado dormida.
–Confiaba en que lo hicieras –dijo él, encogiéndose de hombros.
Chastity no sabía reaccionar a la amabilidad de Gabe porque, aunque la confortaba, también despertaba su inquietud.
–Pensaba que el guisante me mantendría despierta, pero se ve que cada vez hacen mejores colchones –la sonrisa de Gabe le recordó a la del día anterior. Chastity continuó–: Y lo que me dijiste ayer, ¿fue una pesadilla o es verdad?
Gabe caminó hacia ella negando con la cabeza. ¿Qué planeaba? ¿Qué quería de ella? Chastity no olvidaba que había sugerido adoptar al bebé, y estaba segura de que, sabiendo que ella no aceptaría, tendría un plan B preparado. Cuanto antes se marchara, mejor.
–Por cierto… –empezó él con voz calmada.
–¿Gabe? –la voz educada y aguda, que procedía de lo que Chastity supuso que era la cocina, la llenó de espanto. Definitivamente, tenía que marcharse–. Estaba segura de haber dejado aquí el cuchillo de plata cuando organizaste la fiesta previa a la ópera.
–Mi madre está aquí –concluyó Gabe, diciendo lo obvio.
–Me voy –dijo Chastity. Gabe la sujetó por la muñeca.
–Huir no sirve de nada.
Chastity lo miró a los ojos.
–¿Y si me escondo en el dormitorio de invitados? Podrías pasarme comida por la ranura de la puerta.
Gabe esbozó una sonrisa negando con la cabeza.
–Tampoco serviría de nada.
–Al menos no tendría que ver a tu madre –Chastity susurró precipitadamente.
–Va a enterarse antes o después. Cuanto antes, mejor.
–Yo prefiero más tarde. Así me evito los gritos y las acusaciones.
Gabe estudió su rostro antes de mirar por detrás de ella.
–Gabe, ¿por qué no me has dicho que tenías visita?
La voz de Cynthia sonó con la fingida animación que Chastity odiaba. Se volvió lentamente y vio la mirada de la mujer pasar de la sorpresa al desprecio.