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Laura Diaz De Arce

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Beschreibung

En ausencia es la nueva y escalofriante colección de cuentos de Laura Diaz De Arce.

Deléitate con historias de bestias que cambian de forma, un afectuoso calamar gigante, un antiguo drama griego en el metro, un hombre cabra amante de Sinatra, una visita a un museo infernal y mucho más.

Lo que une a esta obra ecléctica que abarca diversos géneros, tonos y voces es la exploración de las diferentes formas del dolor. Como en MONSTROSITY: Relatos de Transformación, los lectores sin duda encontrarán historias conmovedoras con buenas dosis de gore y horror corporal.

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Ähnliche


EN AUSENCIA

LAURA DIAZ DE ARCE

Traducido porMILENA BERNACHEA

ÍNDICE

Nota de la autora

En ausencia

A la deriva en aguas calmas

Frijoles

Un viento fuerte y solitario

Asesinato en la llanura

Devoradora del dolor

La bestia de muchas caras

El Diablo se sentó en el último banco

De la memoria

Cazando iguanas

Yodo

Flotadoras

Latidos

Extraños en la noche

Fichas bajo la lengua

Lo único que queda es soñar

Agradecimientos

Acerca de la autora

Información de publicación

Copyright (C) 2022 Laura Diaz de Arce

Diseño de maquetación y copyright (C) 2022 por Next Chapter

Publicado en 2022 por Next Chapter

Editado por Celeste Mayorga

Arte de portada por CoverMint

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos o lugares reales es mera coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin la autorización del autor.

Para mis abuelos

NOTA DE LA AUTORA

Estimado Lector,

Esta es una colección sobre el dolor. En los últimos años, me encontré en un estado de depresión perpetua que, aunque tolerable, era una carga paralizante. Muchas de las obras de esta colección son un reflejo de esa época, de cuando estaba trabajando mi incapacidad para procesar la pérdida de una manera que la aliviara por completo. Las historias, aunque en su mayoría pertenecen a alguna categoría de terror, reflejan esos intentos de recontextualizar diversos matices de dolor en algo móvil y respirable. Mis intentos de extirpar estos sentimientos significan que escribí temas y escenas que eran dolorosas para mí. Estos incluyen muerte, mutilación, muerte y mutilación infantil, muerte y mutilación de animales, horror corporal, violencia, canibalismo, alusión a abortos espontáneos y consumo de alimentos crudos. Considera esto antes de seguir adelante.

Laura Diaz de Arce

EN AUSENCIA

Mi cabeza tocó la almohada y pensé que me quedaría dormida pronto, como otras noches después de un largo día. Mis ojos estaban cerrados, mi respiración lenta, pero pasaban los minutos, pasaban las horas, y yo no lograba dormir. Di vueltas. Me giré. Probé muchas posiciones diferentes. Las horas pasaban. No dormía.

Había experimentado muchos cambios últimamente. La hinchazón en mi vientre se había desinflado por falta de intrusión, y podía acostarme sobre él mientras el sueño se convertía en mi consuelo. En unos pocos días, mi vida había pasado de la posibilidad momentánea y una compañía constante a una soledad silenciosa. Ese tipo de pérdida, una en la que prefiero no pensar, era una constante en mi vida. Se había vuelto natural quemar la memoria de las cosas pasadas en una pila de cenizas y dejar que volaran. El sueño me ayudaba a hacerlo. Debería haber sido fácil cerrar los ojos y caer en el olvido. En cambio, el sueño me evitó toda la noche.

El día después de la primera noche de insomnio, traté de mantenerme calmada, aunque a veces no tuve éxito y dejé ver mi descontento. Esa segunda noche me acosté de nuevo, el sueño no vino y empecé a temer. A la tercera noche, estaba llena de ira. La ira no alcanzó su punto máximo; no expulsó la energía guardada en mí. En cambio, se acumuló, como una furia, e hizo temblar mi cuerpo, incapaz de relajarme.

Para la décima noche, deliraba. La noche y el día no tenían sentido. No miraba la hora, pero deambulada sin rumbo por mi casa. No comía regularmente, sino que tomaba puñados de lo que hubiera en el refrigerador y al alcance de mi mano. El tiempo corría, pero yo no lo sentía. Me sentía congelada, mis acciones como las de un video retrasado. Estaba aquí. Luego allí. No había transición, ni un pasaje, solo lo que había sido y luego lo que era.

Llegó la doceava noche, y yo aún sin dormir. Empecé a mirarme en el espejo del baño, los ojos con bolsas y los hombros caídos. Mi cuerpo se había vuelto un extraño para mí, incapaz de comportarse de la manera en que necesitaba. Me había dado dolores que no podían ser ignorados. Frente a mí, había una rajadura en el espejo. Tracé con la punta de mi dedo entumecido el borde mellado. Una gota de sangre se deslizó por el espejo. Golpeé el espejo y se rompió con el mismo movimiento retardado que se había vuelto endémico de mi condición. Mi imagen se convirtió en miles de pequeños fragmentos.

No había pared detrás del cristal. En cambio, había un paisaje largo y sinuoso. Era gris, tanto el camino como la hierba a su lado. El cielo también era gris, salpicado de nubes de plata y carbón. Me subí a mi lavabo y di un paso sobre la grava con pies sangrantes. Debo haberme movido, porque muy pronto, al mirar atrás, mi baño ya no estaba.

Mientras caminaba, exhausta, adentrándome más y más en el camino, noté otras rarezas. Había plantas, pero se giraban sobre sí mismas. El paisaje a los lados del camino estaba salpicado de árboles retorcidos y arbustos arremolinados. No había animales, al menos ninguno a la vista, solo sus sonidos. Extrañas llamadas de pájaros surgían de la nada. Al igual que el aleteo de las alas o el zumbido de los insectos, aunque no podía verlos. Era como si una banda sonora se reprodujera sobre el entorno. Una huella de las cosas que alguna vez debieron estar allí, pero ya no estaban.

Entonces llegué al jardín de las manos.

Crecían en pares sobre tallos de madera, en muchas formas, edades y colores. Había un cartel en frente:

TOMA UN PAR

-------

DEJA UN PAR

Estaba acompañado por una simpática mesa de madera rematada con un bloque de carnicero a cuadros y una gran cuchilla.

Mis manos nunca habían sido mis amigas. Eran torpes, pequeñas y siempre estaban adoloridas. Había muchos pares atractivos brotando de los tallos, en muchos colores y formas. Había un par que casi se parecía al mío, solo que más musculosas en partes, con dedos más largos y elegantes. No tenían las cicatrices que habían acumulado las mías.

No fue difícil arrancar el par de su tallo, sin necesidad de sacudirlo. Llevé las manos a la mesa y las coloqué allí. La derecha movió el cuchillo y la izquierda me hizo gestos para que pusiera mis manos en la mesa. Con dos tajos limpios, mis verdaderas manos se separaron de mí. Mis antiguas manos caminaron sobre los dedos lejos de la mesa y hacia los tallos, desapareciendo de la vista.

Las nuevas manos tenían dedos jóvenes ansiosos por tocar el mundo a su alrededor. Me llevaron hacia abajo para correr por el delicado césped. Caminamos hacia unos árboles a lo largo del sendero, mis nuevas manos y yo. Acariciaron la corteza áspera, nudosa y fragmentada. Tiraron de las hojas cerosas, deslizando los dedos por las nervaduras.

Escuché un sonido familiar, pero no pude reconocerlo. Era el maullido fuerte y gastado de un gato viejo. Se acercó a mí, su rostro había adquirido una apariencia de dientes torcidos por la falta de dientes. Se detuvo frente a mí y se sentó sobre sus patas traseras. Las manos comenzaron a acariciarlo, y luego finalmente dieron un respingo en mis muñecas cuando el gato se volvió y nos indicó que lo siguiéramos. Las manos tomadas se unieron a los muñones en mis muñecas y aceptamos la invitación del gato.

Nos llevó hasta un naranjo. La mayoría de sus hojas estaban marchitas, y los frutos atrofiados y arrugados. Arranqué unos cuantos de las ramas y picoteé las cáscaras, separándolos en pequeños gajos amargos. Las naranjas eran amargas, pero con cada mordida, comencé a recordar un sueño lejano.

A LA DERIVA EN AGUAS CALMAS

El océano nunca es tan calmo como parece. Aunque las olas sean rítmicas y el cielo esté claro, hay siempre algo acechando debajo. Cuando la superficie está caliente, el sol en su cenit y las tormentas de la tarde preparan su llegada, el océano deja que la luz se filtre hacia abajo. En esas condiciones, las criaturas de abajo pueden ver cerca de lo alto. Raya Roja podía ver hasta el cielo con su buena vista, aunque a veces confundía las enormes nubes con los largos barcos que cruzaban el agua.

En el suelo, su pequeño ojo podía ver el movimiento de otras criaturas. Ninguna era tan grande o poderosa como él. Aunque se comió a muchas de ellas, descubrió que tenía cierto cariño por esas criaturas inferiores. Como el más grande y poderoso de la fauna marina, se sentía obligado a ser su protector. Cuando los grandes barcos arrastraban sus redes, cuando salían a cazar en sus dominios, él atacaba a las criaturas de la superficie hasta que huían o los convertía en alimento. Solían defenderse, pinchándolo como lo hacían las pequeñas criaturas del fondo a las que les molestaba su presencia, pero nadie podía combatir brazos como los suyos, que se enroscaban y movían tan imponentemente como las olas.

Un día en el que la vista era muy clara, Raya Roja vio la sombra de algo moviéndose lentamente por el suelo. Apuntó su ojo grande hacia arriba y vio un pequeño bote que se mantenía en su sitio por las aguas calmas. Los pequeños botes de las criaturas de la superficie no eran algo por lo que molestarse, ya que recogían pequeños peces en la superficie y pronto se iban. Solo cuando esos botes eran seguidos por uno más grande, se alarmaba. Sintió un cambio en el agua. Se olía un aroma como de sangre, y por encima de él, las criaturas con dientes hacían ronda alrededor de la sombra, sus cuerpos lustrosos como algas en la corriente.

Raya Roja no pudo evitar sentir curiosidad y ganas de saber si había un bote más grande en las inmediaciones. Con un solo empujón, se lanzó hacia arriba, hacia donde el agua era más cálida y clara. Se quedó mirando mientras el bote se agitaba un poco, y luego una criatura de la superficie se asomó a la borda. Raya Roja tuvo que detenerse y flotar, ya que nunca había sentido tanta curiosidad como ahora. Había visto muchas criaturas de la superficie. Se movían con miembros como los suyos, aunque de una manera extraña y con una agilidad notablemente menor. Las criaturas de la superficie carecían de la fina gracia que concedía tener diez extremidades. Esta criatura parecía diferente; su extraña apariencia le intrigaba.

Maggie miró a la distancia con los ojos entrecerrados, tratando de protegerse de la implacable luz del sol con su mano bronceada. Supuso que el agua estaba clara, pero el resplandor hacía que fuera muy difícil ver abajo. Sabía que la distancia a la que llegaba ver no era más que agua por todos los lados. Tras dos días a la deriva, Maggie se dio cuenta de que el océano era mucho más vasto de lo que había imaginado. Los mapas y las películas nunca le habían hecho justicia. Y debajo de ella, era mucho más vasto e inquietante. Sentía mucho respeto por los tiburones, y sabía que la herida en su cabeza, que se reabría continuamente y sangraba sobre la borda cuando iba a vomitar, debía ser una tentación para ellos. Entre las horas en las que se moría de hambre y descansaba bajo el lienzo liviano del bote salvavidas, tenía que hacer algo para distraerse del dolor de sus heridas y el aburrimiento constante. Hizo de cuenta que estaba evaluando su vista estando alerta. Se había golpeado gravemente la frente en el accidente de bote, y la herida resultante había inflamado su ojo izquierdo hasta cerrarlo. Afortunadamente, el pequeño espacio en el que se manejaba actualmente no requería de mucha percepción de profundidad.

El sol estaba en lo alto, el viento calmo, y no parecía haber más movimiento que el vaivén constante de las olas. Maggie miró hacia abajo, y con su vista borrosa, podría haber jurado que vio una sombra increíblemente enorme. Algo del tamaño de un buque de carga. Rogó que fuera una ballena grande y amigable que estaba de paso mientras espiaba desde un costado.

Raya Roja trató de entender por qué estaba paralizado debajo de la criatura de la superficie. Era una cosa extraña, de la mitad del tamaño de su pico o de su «mano» más pequeña. Al igual que él, la criatura tenía un ojo grande y otro pequeño. Los largos folículos de sus aletas eran de un color brillante, al igual que los pequeños peces payaso que nadan en los arrecifes. La criatura tenía una mancha roja, casi tan roja como su propia raya roja. Su cuerpo cambió de color para que coincidiera con ella, y no quería golpear a la cosa y llevar su bote a las profundidades. En cambio, quería nadar y girar, y luego dejar que uno de sus brazos envolviera a la criatura de la superficie. Nunca había considerado cómo se sentían las criaturas de la superficie. Desde luego, había arrojado muchas y otras las había comido. Solían tener un sabor asqueroso. Nunca se había tomado el tiempo de examinar una antes de dejar que se lo devoraran las criaturas de los dientes o meterlas en su propio pico. ¿Serían sus escamas como las de las criaturas marinas más pequeñas? ¿Se sentiría como la piel de las criaturas saltarinas, las que brincaban y retozaban en la superficie?

Nadó más cerca.

Maggie se lamentaba muchas cosas. Lamentaba no haberse reconciliado con su amiga Sara antes de la boda de ella. Lamentaba haber estudiado economía en vez de seguir su pasión por la música. Incluso en la soledad de su situación, seguía haciendo melodías de los sonidos marinos que le hubiera encantado tocar en su piano. Sin duda, lo que más se lamentaba era haber reservado la excursión en el hotel. En especial porque se había desviado de su curso en una tormenta de verano y golpeó algo, lo que hizo que se llenara de agua. Que también ocasionó una pelea para llegar a los dos botes salvavidas que habían terminado en lados opuestos por la tormenta. Lamentaba haber tomado el kit de supervivencia equivocado. Uno que tenía botellas de agua que goteaban y estaban secas, lo que significaba que el agua se le había acabado el día anterior, y las barras proteicas enmohecidas, que comió una por una de todos modos.

Cuando pasó el miedo, la culpa, el pánico y la ira iniciales, Maggie sintió una especie de calma nihilista. No había visto ni otro bote, ni un avión, ni siquiera un pájaro en más de 24 horas. Moriría aquí. Si llovía, probablemente moriría de inanición. Si no llovía, entonces de deshidratación. No ayudaba que no había una nube en el cielo ni aquí ni en la distancia. También existía la posibilidad de que un tiburón gigante como el de la película Tiburón la partiera por la mitad. Y allí estaba, sin un tanque de oxígeno ni un arpón para defenderse.

Lo que no predijo fue que moriría en las garras de la enorme criatura debajo de ella.

La sombra de Raya Roja acechaba. Maggie retrocedió en la balsa. Todavía tenía la esperanza de que lo que estaba debajo de ella fuera una ballena amigable que subía a tomar aire. El agua se hinchó y la balsa dio un empujón hacia atrás mientras la cabeza de un enorme calamar amarillo salía del agua.

La criatura marina era enorme, parecía salida de una película de ciencia ficción, con un enorme ojo amarillo en el que podría haber caminado directamente. Tenía una raya roja en el centro de la frente del tamaño de una vereda. Maggie pasó del pánico a un tipo de shock que oculta una cierta aceptación de lo inevitable. «Ah, así que así voy a morir», pensó. A pesar del permanente terror a este gigante casi mítico, una parte de ella reconoció que era muy hermoso, la bestia de color del sol irguiéndose fuera del agua, el mar apartándose para revelar este vibrante dios dorado de los océanos.

La superficie era seca y brillante, y lastimó el ojo de Raya Roja. Se obligó a quedarse y mirar a la pequeña criatura con los ojos desiguales. Se protegía con una extremidad levantada hacia él, como las criaturas de caparazón duro del fondo. Esta era la primera vez que se molestaba en mirar a una de cerca. «Qué tipo de escama tan extraña. Qué aletas tan interesantes. ¿Cómo nada aquí, donde el agua es tan ligera?»

Raya Roja levantó tímidamente una extremidad y la acercó para tocarla. La criatura emitió un sonido como el de esos peces deslizantes de ambas aguas. No se parecía a los peces que danzaban y saltaban en la superficie. Esta criatura no lo miraba. Mantuvo su extremidad quieta justo arriba de ella.

Maggie gritó. Fue instintivo e incoherente. El calamar gigante no la aplastó con su descomunal brazo. Lo levantó, y tiró agua del mar en la balsa, pero estaba quieto mientras el océano se movía a su alrededor. Después de haber lanzado su último grito, miró el tentáculo amarillo brillante y las ventosas que pulsaban lentamente. Miró el ojo gigante y parpadeó con calma. Parecía estar esperando. A Maggie se le pasó por su cabeza delirante que esa cosa quería que ella lo tocara. Claramente, si quería matarla o comérsela, ya lo hubiera hecho. En cambio, se acercó como si ella fuera un gato difícil, y simplemente le estaba ofreciendo su mano para que ella lo olfateara. Levantó la mano y la apoyó cautelosamente sobre el tentáculo.

El tentáculo se flexionó debajo de su palma, y ella observó cómo cambiaba en un instante de color amarillo brillante al marrón bronceado para coincidir con su piel.

—¿Hola? —dijo ella.

La pequeña criatura estaba emitiendo sonidos de nuevo. Los ruidos aquí arriba no sonaban igual que en el fondo. Raya Roja pudo sentir la ligera vibración en su extremidad. La pequeña extremidad de la criatura se movió por su brazo suave como la arena al fondo del océano. No le picó, ni trató de pincharle ni lastimarle.

A Raya Roja se le ocurrió que tal vez una criatura así no estaba hecha para cazar o buscar comida. No tenía la gracia de las criaturas de las aguas del fondo. Con movimientos tan lentos y tiesos, era un milagro que pudiera alimentarse siquiera. En el escaso medio de la superficie, nada menos. Algo tan pequeño y lamentable con tan pocas extremidades tenía que ser alimentado. Se zambulló un poco, tomó algunas de las criaturas cerca de la superficie y las colocó en el bote.

Maggie se encontró en una ducha de peces vivos. Se preguntó si esta cosa la estaba convirtiendo a ella y a su balsa en una tabla de embutidos. El calamar la miró. Y estaba hambrienta. No tenía idea de cómo matar o destripar a un pez. Pero eso no importaba: tenía que encontrar una forma si esperaba sobrevivir. Rescató la balsa con el termo de agua abollado que había quedado, el metal pesado en sus manos debilitadas. Luego tomó el pequeño cuchillo de supervivencia y se acercó a un pez resbaladizo. Intentó muchas veces agarrarlo, y cada vez se resbalaba, se escapaba o le asustaba. Finalmente, lo atrapó y lo acuchilló varias veces cuidadosamente para no perforar la balsa hasta que dejó de moverse.

Los otros peces se movieron al otro lado de la balsa, y no pudo ni siquiera mirarlos mientras raspaba torpemente las escamas. Pensó en dejarlo cocinar en el sol, pero no sabía si se pondría rancio. Este estaba a punto de ser el sushi más fresco que hubiera comido jamás. Con la punta del cuchillo, Maggie peló un poco de la carne sangrante del pez recién sacrificado. Algunas de las escamas todavía estaban unidas a su torpe trabajo. No podría decir qué tipo de pez era: al probarlo, sabía a, bueno, a pescado. Era dulce y salado.

Había pasado demasiado tiempo desde que había comido (aparte de esas barras proteicas, rancias y curiosamente peludas). Comió hasta hartarse. Luego tiró los restos por la borda y se arrastró hacia otro. Hizo lo mejor que pudo para arrojar la mayoría de los que aún estaban vivos por la borda, dejándose algunos de los que acababan de morir para más tarde. No tenía sentido dejarse tantos peces en el bote bajo el sol abrasador, pudriéndose y enfermándola. Tampoco quería matar más de lo que debía, aunque fuera para sobrevivir.

Raya Roja miraba a la criatura intensamente. Movía sus extremidades con el movimiento raquítico de los que se alimentan en lo más hondo. Tal vez no era capaz de ser deliberada o grácil donde el agua era tan ligera. Le graznaba y se frotaba la cintura. Ahora tenía más energía, pero no buscaba ser una amenaza. Raya Roja acercó nuevamente una de sus extremidades, y la criatura la acarició. Raya Roja se dio cuenta de que le agradaba esta pequeña cosa.

Se zambulló un momento, sintiendo la emoción en todas sus extremidades. Allí abajo estaba tranquilo, y las aguas estaban todavía cálidas. Se preguntó si a la criatura le gustaría la temperatura. Tal vez sus pequeñas extremidades y aletas se moverían con más naturalidad en las profundidades. Aunque había visto a otros sacudirse como estrellas de mar secas, igual se lo preguntaba.

Cuando su especie iba a aparearse, nadaban y bailaban con su pareja. Los de su especie empujaban y giraban sobre sus extremidades. Se movían en círculos alrededor del otro, haciendo corrientes que barrían el océano completo en su danza. ¿Podía hacer eso la pequeña criatura? ¿Podía hacer una pequeña corriente con sus extremidades para corresponderle? Practicó en las profundidades, alternando los colores entre amarillo brillante y marrón.

La superficie estaba como el fondo del océano cuando volvió. No había zonas calientes, solo el brillante coral gigante en lo alto, tan alto que no podía alcanzarlo con sus miembros. La criatura se reclinó sobre uno de los lados del pequeño bote. Raya Roja pensó entusiasmado que se uniría a él en el agua. No lo hizo. En cambio, vació su tinta por la boca. Raya Roja acercó su tentáculo, y otra vez la pequeña criatura pasó una extremidad repetidamente por él. Era placentero. La pequeña criatura le graznó, esta vez más bajo. Se detenía para mover sus extremidades hacia él y graznaba más. Raya Roja pensó que tal vez era la manera en que la criatura bailaba con él. Se sumergió e hizo bailar sus tentáculos a su alrededor.

Cuando volvió a la superficie, la pequeña criatura le tocó un poco más, luego volvió al bote. Raya Roja se fue a comer y a patrullar sus aguas.

Maggie se estaba muriendo. Lo sabía. No sabía si era por la intoxicación de la comida del bar, todos los peces crudos que había comido o la deshidratación. No podía mantener la comida en el estómago y sus extremidades inferiores le dolían muchísimo. Se pasó la mayor parte de la noche tratando de convencer al calamar gigante de que la llevara a un lugar con gente. Algo de ese tamaño podría arrastrarla hasta que viera tierra. Fue inútil, parecía que quería mostrarle sus tentáculos y ser acariciado. Al final, terminó acariciándolo y contándole sobre su vida. Le habló de sus padres divorciados, su helado favorito, sus series de televisión favoritas… Toda su corta vida expuesta a una bestia que no le podía escuchar.

—Sigo escuchando que Mentes Criminales es muy buena —dijo—. Pero estoy cansada de los policiales. Es gracioso, estaba por ver Mi maestro el pulpo antes de venir a mi viaje… ¿Te gustan los pulpos? ¿O hay como una rivalidad entre pulpos y calamares? Eres un calamar, ¿no? Tienes esa cabeza con el sombrero puntiagudo.

Movió las manos alrededor de la cabeza. El calamar se movió alrededor del bote en un ángulo diferente.

—O sea, ¿los pulpos y ustedes son amigos? ¿O es como los Sharks y los Jets de Amor sin barreras ¡Ja! ¡Tiburones! ¿Qué opinas de los tiburones? Creo que puedo decir que no me caen muy bien por obvias razones. Estoy segura de que vi unos cuantos dando vueltas más abajo, pero no quiero mirar muy de cerca. Me gustaba ver los tiburones en el acuario cuando era niña. Curioso como todo eso es una pesadilla viviente ahora.

Comenzó a reír histéricamente. Raya Roja enroscó una extremidad alrededor del bote, acercándola a su ojo. Como él, notó como el color de ella fue cambiando mientras pasaban los días. Emitía toda una variedad de sonidos a las que le gustaba escuchar mientras sus pequeñas extremidades se deslizaban sobre las suyas.

Maggie de seguro estaba delirando, y podría haber jurado que el calamar gigante le entendía.

—Tal vez nos conocimos en otra vida —dijo—. Tal vez éramos amigos, o algo. Tal vez yo era un camarón y tú, un coral. Caballeros en la mesa redonda. Tú, Sir Calamar y yo… nunca puedo recordar esas historias. ¿Es por eso que todavía no me comiste? ¿Tal vez me reconoces de antes?

El calamar se veía adormilado y cambió de tentáculos.

Maggie ni siquiera se dio cuenta de que se había quedado inconsciente. La despertó otra pila de pescado fresco. Luego de regresar la mayoría, trató de comer de nuevo, pero descubrió que todo estaba más rígido que antes. Sus dedos, sus brazos. En realidad, no tenía apetito, pero se obligó a dar dos mordidas, luego devolvió el resto al mar.

Acostada en el medio del bote, miró el cielo claro y sin nubes. En su mente comenzó a inventar una historia para ella y el calamar. Si pudiera hablarle, realmente hablarle, las aventuras que hubieran tenido. Podrían haber sido piratas heroicos, ella con un tricuerno, mientras rescataban personas en el océano. ¿O se habían conocido en otra vida? Tal vez él había sido el humano y ella, la criatura marina. O habían sido amigos alguna vez, y él se había ahogado, y ella había pasado el resto de su vida de luto por él. Capaz esta vez era su turno de morir en el océano.

«¿Siempre había sido tan brillante el cielo? —pensó ella—. ¿Era tan amarillo el sol?» Maggie ni siquiera se había dado cuenta de que sus ojos se habían cerrado.

La pequeña criatura no se estaba moviendo. No se había movido por un lugar con sol ni por un coral brillante. Su tentáculo la empujó, aunque parecía que no respondería. Las escamas estaban secas, y Raya Roja recordaba que el calor en la superficie no era bueno para ninguna criatura. Tal vez si llevaba a la criatura a donde estaba más fresco y había más agua, sus escamas ya no estarían secas. Envolvió suavemente un tentáculo alrededor de la delicada cosa y la llevó abajo.

Al principio, parecía que la criatura estaba mejorando. Comenzó a temblar y a convulsionar en su extremidad. Luego se detuvo. No movió sus miembros como antes. No pasó sus pequeñas garras sobre él como le gustaba. Se movió con él y la corriente, no por sí sola.

Raya Roja intentó alimentarla, bailando con ella. Giraron juntos en el agua, pero no como había imaginado. No giró a su alrededor o se enredó en sus extremidades. Se quedó atrapada en las olas. No volvió a emitir sonidos. No frotó sus pequeñas extremidades sobre las suyas.

Cuando la llevó de vuelta a la superficie, no volvió a emitir sonido. Estaba inerte sobre su extremidad, como un alga marina.

Aun así, siguió aferrándose mientras el océano continuaba moviéndose a su alrededor, queriendo reclamar el cuerpo de su pequeña criatura de la superficie para sí mismo.

Otras criaturas intentaron comer a su criatura. Él los alejó o se los devoró. Notó que las delicadas aletas amarillas se estaban saliendo, y que sus escamas se desprendían. Se descamaron. Su extraña criatura estaba muerta, lo sabía, pero no podía dejarla ir. No podía soltarla incluso cuando sus miembros se desprendían en las corrientes marinas. O cuando no quedaba nada más que hueso. Raya Roja la mantuvo todo lo que pudo entre sus extremidades y nadó por el fondo del océano. Los restos de esta pequeña criatura eran diminutos emblemas atrapados en las hendiduras entre sus ventosas. Se quedó atascada, y se negó a soltarla.

Cuando miraba hacia arriba, y a veces veía botes que parecían nubes, se preguntaba si alguna de esas pequeñas criaturas de la superficie sabía lo que se había robado para sí mismo.