En deuda con el amor - Julia James - E-Book

En deuda con el amor E-Book

Julia James

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Beschreibung

A pesar de su inolvidable encuentro, no iba a consentir que ella conquistara su blindado corazón Tras años de precariedad, Alys Fairford deseaba probar la libertad. Cautivada por el encanto de un carismático desconocido, se permitió pasar con él una noche de pasión. Pero, meses después, una prueba de embarazo le confirmó que aquella noche le había cambiado la vida para siempre. Cuando Nikos Drakis recibió una inesperada carta de Alys, en la que le confesaba las consecuencias de su apasionado encuentro, decidió que la llevaría a su villa de Grecia y reclamaría a su heredero si, de verdad, el bebé era suyo. Tendría que desentrañar la verdad.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Julia James

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En deuda con el amor, n.º 2918 - abril 2022

Título original: Cinderella’s Baby Confession

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-683-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ALYS miró la varilla blanca que tenía en la mano. Presentaba una línea azul claramente visible que le indicaba que estaba embarazada.

«Embarazada».

La palabra le resonó en el cerebro. Alys se agarró con fuerza al lavabo.

«¿Qué voy a hacer?».

Se miró al espejo. Estaba pálida del susto, con los ojos muy abiertos.

«¡No puedo estar embarazada! ¡No puedo permitírmelo! ¡Ahora no!».

El miedo la atenazaba. Abajo, en la mesa de la cocina estaba la carta que había llegado la mañana anterior. Inspiró con dificultad sin dejar de mirarse al espejo.

¿Acaso los cuatro años anteriores no habían sido suficientemente difíciles? Desde aquel día horrible, antes de los exámenes finales, en que la había llamando uno de los compañeros de trabajo de su madre para decirle que esta se hallaba en Urgencias, en el hospital en que trabajaba de enfermera. La habían operado porque la había atropellado un conductor que se dio a la fuga. Y cabía la posibilidad de que no sobreviviera a la operación.

Fue una llamada telefónica que le cambió la vida.

Su madre tuvo que guardar cama, incapaz de hacer nada, y necesitó cuidados las veinticuatro horas del día, que su hija le prodigó devotamente hasta que las complicaciones de sus terribles heridas la llevaron a la muerte. De eso hacía seis meses.

Alys cerró los ojos y agachó la cabeza como si cargara con un gran peso.

Quería a su madre, pero había sido duro renunciar a su vida y a sus sueños para cuidar el cuerpo herido de una mujer que había dedicado su vida a cuidar a los demás. Hubo veces en que Alys deseó huir, pero sabía que no podía abandonar a su madre.

Cuando llegó el final, se quedó destrozada. La única persona que existía para ella y que la había querido se había ido.

«No tengo a nadie».

Sin darse cuenta tiró la varilla al lavabo y se puso la mano en el vientre, aún totalmente liso. Notó que se emocionaba. Abrió los dedos de forma protectora y cariñosa.

Claro que tenía a alguien, alguien a quien querer y que la querría, aún invisible e intangible bajo los dedos.

De repente, ya no se trataba de una línea azul que le iba a cambiar la vida para siempre, sino de algo enorme y poderoso.

«Mi hijo».

La invadió la emoción.

«¡Cueste lo que cueste, lo haré! Mi hijo estará a salvo y lo querré. Tendrá un buen hogar».

Pero sabía lo que ese «cueste lo que cueste» significaba.

Y la asaltó el recuerdo, vívido e inolvidable.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA MÚSICA del pinchadiscos atronaba mientras Alys bailaba sin ganas con alguien al que no conocía: un amigo de Suze, que era amiga de Maisey, a quien Alys conocía de la universidad.

Maisey le había pedido que fuera a pasar el fin de semana con ella, en su casa de Londres, para ir a una fiesta esa noche, lo cual suponía para Alys un descanso de los trámites del testamento, los retrasos en el pago de la hipoteca y la pena.

«Es una fiesta en un lujoso hotel del West End para la que Suze tiene invitaciones. Te sentará bien. Después de todo lo que has sufrido, una fiesta fabulosa es lo que necesitas», le había dicho Maisey.

Pero ahora, después de que Maisey le hubiera prestado un vestido y la hubiera peinado y maquillado, Alys no estaba tan segura. Tal vez llevaba demasiado tiempo fuera de la circulación, o tal vez aquella fiesta no era lo suyo. Notaba las miradas masculinas en el vestido corto y ajustado, la rubia melena, los ojos maquillados y los labios pintados de color escarlata. Y en lugar de disfrutar, lo único que deseaba era salir corriendo.

Cuando acabó la música, se dirigió al salón donde servían las bebidas a buscar a Suze y Maisey y decirles que se marchaba. Escudriñó el salón con la mirada…

Y se detuvo en seco.

Al igual que los pulmones le dejaron de funcionar.

 

 

Nikos estaba en la barra, con un Martini en la mano, examinando con desagrado el atestado salón. Estaba de mal humor. Esa tarde había llegado de Bruselas, después de haberse despedido de Irinia durante la comida. No era conveniente haberse separado de ella, ya que no tenía sustituta, pero sus cada vez más descaradas indirectas para que su relación progresara y se comprometieran en matrimonio habían acabado con su paciencia.

Así que le había deseado lo mejor en su carrera en un banco intencional europeo, después de decirle que casarse no entraba en sus planes.

No siempre había sido así. Diez años antes estuvo comprometido y deseando casarse. Era un joven de veintidós años crédulo y confiado, deseoso de amar, que creía ingenuamente que la mujer de la que se había enamorado lo quería solo por ser él.

Su sensual boca se torció en una mueca. Su padre lo había librado de cometer el mayor error de su vida. Aún oía sus palabras:

«He tenido que amenazarte con desheredarte para que te dieras cuenta de que Miriam Kapoulou solo quería casarse contigo para que el dinero de la familia Drakis evitara que la empresa de su padre quebrara».

Al devolverle el anillo, Miriam le demostró que su padre tenía razón. Como siempre.

«No consentiré que te pase lo que me pasó a mí. Ninguna arpía cazafortunas va a dominarte, por mucho que se empeñe».

Nikos se había criado con la triste historia de su padre y con su mirada perpetuamente resentida sobre él.

«Deseaba que fuera el hijo de cualquier mujer que no fuera la que lo había atrapado para que se casara con él», pensó.

No iba a dejar que su estado de ánimo empeorase reviviendo algo conocido y doloroso. Se había pasado la infancia tratando de disipar la mirada resentida de su padre, y de adulto había intentado demostrar que era un verdadero Drakis haciendo lo que mejor se les daba: ganar dinero.

Y se le daba muy bien, incluso su padre lo había reconocido. Sabía llegar a acuerdos y negociar hasta el último momento. Así pasaba la vida, de un lado a otro y sin tiempo para el ocio ni el descanso. Y cuando se relajaba, no era en una fiesta como aquella.

Estaba allí porque esperaba ver a un conocido de la City, al que se había encontrado esa tarde en el aeropuerto y lo había invitado a la fiesta que celebraba, que debía de estar relacionada con la industria de la moda, a juzgar por las modelos que llenaban la sala.

Nikos las miró despectivamente. Muchas de ellas estaban allí para ligar, al igual que los hombres, desde luego. Pero él no iba a ser uno de ellos. No era su estilo, al menos esa noche.

 

 

Alys miraba fijamente, como atraía por un imán, al hombre que se hallaba sentado a la barra del bar del salón. Alto, delgado, de cabello oscuro, de treinta y pocos años, con una piel morena que hablaba de un clima mediterráneo y unos rasgos esculpidos que la hicieron pensar que no había visto en su vida un hombre tan guapo.

Y él la estaba mirando.

Inconscientemente, entreabrió los labios. Se le aceleró el pulso cuando sus miradas se encontraron. Su compañero de baile la agarró de la muñeca.

–Oye, vuelve a la pista.

Ella se volvió y trató de librarse de su mano.

–No, gracias.

No tuvo que decir nada más, porque otra voz profunda, con acento marcado y dominante, intervino.

–Te ha dicho que no.

Alys volvió la cabeza. Era el hombre de la barra que miraba directamente el rostro de su compañero de baile.

Este le soltó la muñeca.

–Muy bien, no sabía que estaba contigo.

–Pues ya lo sabes.

Alys notó que el atractivo desconocido la agarraba del codo y la conducía a la barra. Trató de ordenar los pensamientos, sin conseguirlo. Se sentó en un taburete mientras él hacía lo propio en otro, con un ágil movimiento.

–Me parece que necesita un trago –dijo él.

Había diversión en su voz, la nota autoritaria había desaparecido. Ella lo miró, consciente de que el corazón le latía desbocado. ¡Madre mía! Era el hombre más increíblemente guapo que había visto en su vida.

Sus ojos oscuros, de largas pestañas, la miraban con un brillo risueño, pero había algo más. Algo que le indicaba de forma instintiva que él no había intervenido solo por caballerosidad

Que algo más lo había impulsado a hacerlo.

Que le gustaba mucho lo que veía.

Ella notó que se sonrojaba bajo el maquillaje que Maisey le había aplicado.

–¿Qué quiere tomar?

–Un Sea Breeze –dijo ella con voz entrecortada.

«Iba a buscar a Maisey para decirle que me marchaba. Y en vez de eso…».

En vez de eso estaba sentada en un taburete, mientras un hombre que no se parecía a ninguno de los que había visto le tendía el cóctel y levantaba su vaso de Martini.

–Yamas –murmuró.

Ella agarró la copa.

–¿Yamas? –dijo mirándolo.

Él esbozó una media sonrisa que aumentó la sensación de irrealidad de Alys.

–Es la forma griega de decir «salud» –contestó él, antes de dar un trago del vaso.

La examinó de arriba abajo, como si estuviera catalogando sus características.

Alys era consciente de lo que él veía: la rubia melena que le caía sobre los hombros, las pestañas con rímel y los labios pintados. El vestido era ajustado, casi una talla inferior a la suya, con un escote que ni siquiera había llevado cuando estaba en la universidad. Sentada, le llegaba a medio muslo.

Cruzó las piernas instintivamente.

–¿Eres griego?

Él dejó de mirarle las piernas y volvió a mirarle el rostro. Relajó la postura y apoyó el brazo en la barra mientras daba otro trago de Martini. Dejó el vaso sobre la barra y le tendió la mano.

–Soy Nikos Drakis.

Al decir su nombre su acento se volvió más pronunciado.

–Alys –dijo ella estrechándole la mano–. Alys Fairford.

Fue un contacto muy breve, pera ella notó que volvía a sonrojarse al tiempo que lo miraba a los ojos.

–Encantado de conocerte, Alys. La noche me estaba resultando aburrida, pero ahora…

Su voz seguía siendo risueña y algo más; algo que borró, como si no hubieran existido, los cuatro largos años que había pasado cuidando a su madre, aislada del mundo, de espaldas a todo, negándose a todo lo que la vida pudiera ofrecerle, pareciéndole que la juventud se le escapaba…

Algo que la hizo desear con intensidad lo que se había negado a sí misma, lo que no se iba a seguir negando, mientras aquel hombre increíble la miraba con aquellos ojos oscuros e irresistibles como ningún otro lo había hecho.

Y de pronto tuvo la certeza de que esa noche no iba a privarse de nada.

 

 

Una voz trataba de abrirse paso en la mente de Nikos preguntándole en qué demonios estaba pensando al acercarse a aquella mujer para librarla del pesado que la molestaba. Lo había hecho respondiendo a un impulso que no se explicaba ni le interesaba hacerlo. Solo quería contemplarla desde la sedosa melena hasta el dobladillo del vestido, que dejaba ver sus largas y esbeltas piernas.

Sin embargo, lo atraía algo más que su apariencia.

Tal vez algo que veía en sus ojos. Eran azules grisáceos, y ahora los tenía muy abiertos y lo miraban fijamente, con una expresión que no se correspondía con el resto de ella.

Siguió examinando su encanto físico. Comenzó a notar la habitual reacción masculina ante lo que estaba a la vista. Y aunque no acostumbraba a ir a buscar descaradamente a una mujer desconocida como lo había hecho, con una mujer como aquella podía hacer una excepción.

Lo asaltaron los recuerdos de su juventud dominada por el resentimiento de su padre por haberse fijado, desgraciadamente, en la mujer que no debía.

Pero él no cometería el mismo error. Un hombre prevenido valía por dos.

Dio otro trago de Martini. ¿Por qué no disfrutar de aquella mujer y de la velada y, si ella era de la misma opinión, también de la noche?

¿Sería de la misma opinión?

Por su forma de vestir, no le cabían muchas dudas, pero volvió a notar una contradicción, que atribuyó a la expresión de sus ojos, que lo miraban directamente, como si no pudieran dejar de hacerlo.

Ella volvió a mirar su copa al tiempo que se sonrojaba. Aquello tampoco se correspondía con su aspecto.

Había llegado el momento de actuar. Nikos esbozó una sonrisa cálida y tentadora.

–¿Quieres cenar conmigo, Alys?

 

 

El restaurante del hotel estaba tranquilo, de lo que Alys se alegró. Tras la multitud del salón y la pista de baile, agradeció aquel ambiente silencioso.

«¿De verdad estoy aquí?».

La sensación de incredulidad la había invadido desde que se había fijado en el hombre que en aquel momento cenaba con ella. Pero la incredulidad iba cediendo por momentos. Su otro yo, tanto tiempo silenciado, emergía, y se iba apoderando de ella la osadía, el deseo de obtener todo lo que la vida llevaba años negándole.

«¿Esto que sucede es real?».

La exquisita comida lo era, desde luego, así como la forma de mirarla de Nikos, que la hacía estremecerse.

Charlaron mientras cenaban, y ella agradeció ser capaz de mantener una conversación normal. Le preguntó por sus viajes. Él le había dicho que viajaba constantemente por motivos de trabajo, que parecía estar relacionado con las altas finanzas y las inversiones, cosas de las que ella nada sabía. Pero lo que ella quería saber era los lugares en los que había estado, a los que ella nunca iría.

–Los sitios a los que voy son menos emocionantes de lo que crees, Alys. Bruselas, Frankfurt o Ginebra son sitios donde me limito a hacer negocios. Tampoco son interesantes Nueva York, Shanghái o Sídney, cuando has estado innumerables veces y casi lo único que ves es el aeropuerto, el hotel y un despacho. No tengo mucho tiempo libre.

Ella lo miró. Parecía hastiado y amargado.

–¿Por qué trabajas tanto?

Él sonrió levemente.

–En contra de lo que comúnmente se cree, el dinero no cae del cielo.

Alys frunció el ceño.

–Pero si tienes suficiente para cubrir tus necesidades, ¿para qué ganar más?

Él agarró la copa de vino, se recostó en la silla y la miró de forma extraña.

–¿Cuánto dinero dirías que necesitas, Alys?

Ella parpadeó.

–Supongo que lo bastante para llegar a fin de mes y un poco más –se encogió de hombros–. No soy la persona adecuada para responderte. Siempre he vivido modestamente –el sentimiento de culpa se apoderó de ella por estar en un restaurante que no podría pagar–. Lo siento. Aquí estoy disfrutando de una cena deliciosa…

La mirada de extrañeza de él desapareció para ser sustituida por una más cálida.

–Y haces bien, Alys. Al fin y al cabo, he sido yo quien te ha invitado.

Ella asintió, sintiéndose mejor, aunque no del todo. Tal vez había sido un error aceptar la invitación sabiendo lo que la había motivado. Fue a agarrar la botella de vino, pero vaciló. Debía de ser muy cara.

Él la agarró de la muñeca.

–Eres mi invitada. ¡Disfruta!

Sus miradas se encontraron. En la de él había calidez. Ella notó que se relajaba. Bebió un sorbo de vino.

–Si lo único que ves de todo esos lugares fantásticos son aeropuertos, hoteles y despachos, ¿qué me dices de tu país? No conozco Grecia. ¿Es un país tan bonito como parece, con todas esas islas?

–No viajo mucho por Grecia. Mi base está en Atenas. Mi familia tiene una villa en una de esas islas, pero no recuerdo la última vez que estuve allí.

–¡Qué pena! –exclamó ella, y le sonrió–. Deberías volver pronto. Tómate unos días de descanso.

–Me lo pensaría si tuviera la compañía adecuada –dijo él con voz ronca.

Ella notó que las mejillas le ardían. Dio otro sorbo de vino y siguió comiendo. La asaltó la imagen repentina de Nikos y ella tomando el sol en la playa, frente a una hermosa villa griega.

–¿Y qué hay de ti, Alys?¿Eres londinense?

Negó con la cabeza.

–De momento me alojo en casa de una amiga de la universidad, pero vivo en un pueblo bastante aburrido cerca de Birmingham, aunque el paisaje que lo rodea en precioso. Y no está lejos de Stratford-upon-Avon.

Ese era un terreno seguro, y se alegró de que él comenzara a hablar de Shakespeare. Ella habló con entusiasmo de obras que había visto cuando estudiaba, lo que los llevó a hablar del teatro griego clásico.

A ella le pareció que era un hombre culto con el que era fácil conversar. Le resultaba increíble poder hacerlo con alguien cuyo aspecto la hacía derretirse, y le parecía que lo conocía desde hacía mucho tiempo.

En un momento dado, ella se percató de que la miraba con curiosidad.

–¿Sabes que creía que estabas en la industria de la moda? Por tu aspecto, pensaba que eras modelo.

Ella volvió a sonrojarse.

–No, no soy ni lo bastante alta ni lo bastante delgada.

Él alzó la copa y bebió sin dejar de mirarla.

–No cambiaría nada de ti, Alys.

Su voz volvió a ser ronca.

Y ella volvió a sentir calor en las mejillas.

Y el corazón se le aceleró al ver cómo la miraba, con aquellos increíbles ojos oscuros.

Él inclinó la copa hacia ella.

–Por ti, Alys, y por esta velada juntos. Lo único que lamento es que me marcho mañana a Ginebra. Solo estoy de paso en Londres.

La miró a los ojos y Alys tuvo la impresión de que quería transmitirle algo que tardó unos segundos en entender. Al cabo de unos segundos, él se puso a comparar Ginebra con Zurich, y la conversación continuó agradablemente.

Pero había otra conversación subyacente. Alys lo notaba y no lo rechazaba. Y cuando emergió al final de la cena, tampoco lo hizo.

–¿Tomamos el café arriba? –murmuró él–. ¿Qué te parece?

Ella notó que el corazón le latía a toda velocidad.

«Esto no volverá a suceder. Si me niego, sonreirá, aceptará la negativa y me acompañará a tomar un taxi. Me agradecerá haber cenado con él y todo habrá acabado».

Y no soportaba que ese encuentro con aquel hombre fabuloso terminara.

Así que le dio la respuesta que él deseaba, y ella también.

–¿Por qué no?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NIKOS se levantó de la cama con cuidado y se quedó mirando a la esbelta mujer que seguía durmiendo, tapada a medias por la sábana. Su aspecto era muy distinto al de la noche anterior.

En algún momento de la noche, ella debía de haber ido al cuarto de baño a desmaquillarse, porque ahora tenía el rostro limpio. Sin el maquillaje, los párpados eran casi traslúcidos y las pestañas, sin el rímel, le caían suavemente sobre las mejillas.

Parecía más joven, más inocente.

Descartó esa palabra. Y también rechazó los recuerdos del modo en que ella había caído en sus brazos, con ojos apasionados, y cómo sus labios habían recibido los de él mientras la apretaba contra su cuerpo.

Sin embargo, a pesar de la disposición de ella a corresponder a su ardor, había habido un momento de vacilación cuando la condujo al dormitorio de la suite. Volvió a besarla con pasión, la tomó en brazos y la dejó sobre la cama, le quitó el vestido, ansioso de disfrutar del cuerpo que llevaba toda la noche tentándolo y al que no podía seguirse resistiendo.

¿Esa vacilación podía deberse a la timidez?

En aquel momento le había dado igual. Estaba muy excitado y solo quería hallar satisfacción y proporcionarle el placer que sabía que podía despertar en ella. Y lo había hecho una y otra vez.

Ahora, al mirarla, notó que volvía a excitarse. Había habido algo al poseerla, al poseerlo ella a él que… Ella se le había aferrado clavándole las uñas en los hombros y enlazando su cuerpo con las piernas, al tiempo que arqueaba la espalda. Y el rostro se le había iluminado al alcanzar el clímax, en una unión de ambos cuerpos que fue…

«Como ninguna otra».

Apretó los dientes para controlarse y reprimió la urgente necesidad de despertarla del modo que deseaba.

Se obligó a alejarse de la cama. No había tiempo para nada más. Su agenda matinal estaba completa y, como le había dicho, tenía que ir a Ginebra.