En nuestra mente - Pablo Menazal - E-Book

En nuestra mente E-Book

Pablo Menazal

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En Nuestra Mente es una novela corta, donde el lector podrá conocer el autodescubrimiento personal de un joven, que tras regresar a Madrid, experimenta cambios profundos en su ámbito personal, familiar, y sobre todo sexual. Londres y especialmente Madrid son los escenarios donde se desarrolla su catarsis, y que narra desde una perspectiva actual, la discriminación aún vigente en nuestra sociedad respecto a la homofobia y el sexualismo, analizados desde un punto de vista realista y humano. Su personaje principal, Dante, tendrá que enfrentarse constantemente a sus miedos e inseguridades hasta conseguir sentirse aceptado por una sociedad y familia conservadora que le impiden desarrollarse y mostrarse tal y como es en realidad. El nuevo ambiente social de Dante, dentro del mundo del arte y de la moda, le abrirá las puertas a entablar nuevas relaciones que le ayudarán a comprender mejor su metamorfosis, y a experimentar los diferentes tipos de amor y relaciones que pueden llegar a darse.

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En nuestra mente

Pablo Menazal

ISBN: 978-84-19528-13-1

1ª edición, julio de 2022.

Ilustración de portada: Miguel Becer

Maquetación: Fernando Zanardo

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

No hay nada en lo que puedas ocuparte con más utilidad que en intentar conocerte a ti mismo

CAPÍTULO I

Agosto, Londres.

Dante se encontraba abstraído en aquellos cuerpos entrelazados y recostados en un paisaje bucólico. A la izquierda del lienzo, una preciosa mujer con aspecto de Madonna posaba de forma triunfal con un vestido blanco de carácter nupcial. Contemplaba a un hombre semidesnudo que yacía exhausto en un profundo sueño en el otro extremo. Unos divertidos sátiros ataviados con armaduras, se burlaban de él intentando despertarle del sueño. Venus, la Diosa del amor había “vencido” al poderoso Dios de la guerra, Marte. El pintor florentino Sandro Botticelli había conseguido plasmar con total dulzura en esta obra del renacimiento italiano, la victoria del amor sobre la guerra, la victoria de la belleza sobre la brutalidad; pero también el sutil adulterio de la Diosa Venus a su legítimo esposo Vulcano.

Una escena hedonista y pagana que representaba con elegancia y suntuosidad el instante después de la consumación de una infidelidad. A su alrededor, obras de Domenico Ghirlandaio y Filippino Lippi aguardaban ser vistas en la Room 58 de la National Gallery de Londres. Un joven chico moreno de unos veintitantos años contemplaba con detalle la elegancia y viveza cromática de cada uno de los cuadros, intentando desentrañar el significado de sus símbolos y sus mensajes ocultos. Le llamaba la atención que una de las pinacotecas más importantes del mundo, con más de dos mil obras que iban desde el gótico al romanticismo, no cobrase nada por su visita. Y es que desde el siglo XIX, las diferentes colecciones que se habían ido reuniendo en la principal pinacoteca de Londres, pertenecían al pueblo inglés y a cualquier persona que desease deleitarse de algunas de las mayores obras de la historia como: El matrimonio Arnolfini, de Van Eyck, La Venus del espejo, de Velázquez, El Temerario, de Turner, o Los girasoles, de Van Gogh.

El joven recordaba sorprendido la descripción que el teórico del arte Giorgio Vasari había utilizado en su obra Le vite de’ più eccellenti pittori, scultori e architettori para referirse a Botticelli, como un “florenzer” o florentino, designándole como un sodomita u homosexual. No comprendía como aquella simple condición, había podido constituir un delito tan grave en aquella época, castigado con la propia muerte en la hoguera. No fue el único gran artista de su tiempo que recibió tal acusación, ya que el gran Leonardo Da Vinci o el mismísimo Miguel Ángel, también fueron acusados del mismo pecado sodomita. Este último no dudó incluso en dedicar una serie de sonetos a su amado, el dibujante Tommaso Cavalieri.

En su recorrido por el museo, se detuvo en la Room 32 dónde la luz y la cromática expresiva brotaban de los lienzos de las pinturas barrocas. Los discípulos de Emaús, dónde Cleofás a la izquierda y Santiago a la derecha reconocían a Cristo resucitado, o un Chico mordido por una lagartija, eran algunas de las decenas de obras del pintor barroco Caravaggio que la National Gallery exponía. Según había podido leer en las últimas biografías publicadas del pintor, este también fue acusado de homosexual en su tiempo e incluso de omnisexual, es decir, aquella persona que siente atracción erótico-afectiva por personas de cualquier género o sexo. Era llamativo como en una época tan oscura para Europa, en plena contrarreforma de la Iglesia católica, dónde la homosexualidad se practicaba clandestinamente y era fervientemente perseguida, Caravaggio no dudase en mostrarse tal y como era. A lo largo de la historia se le había tachado de genio del arte, de extraño y pasional. Pero su compleja personalidad y sus ganas de devorar el mundo, le hicieron llegar a la cima del éxito en su carrera como artista, en una Roma sucumbida en el Catolicismo más oscuro y la caza de brujas.

Dante miró que el reloj del teléfono móvil marcaba casi las doce del mediodía, por lo que quedaba poco para entrar a trabajar. Mientras descendía para salir del museo por el pórtico de entrada de columnas corintias, una lluvia fina y húmeda cubría el cielo del barrio de Westminster. Trafalgar Square continuaba inundado de turistas de todo el mundo y transeúntes, que se tomaban fotos en la plaza junto a la columna monumental del héroe inglés, el Almirante Lord Horatio Nelson. Londres es una ciudad mágica. Sus más de ocho millones de habitantes dan vida a una ciudad ecléctica y moderna con el sincretismo de las diferentes culturas qué lo largo de la historia han formado parte del Gran Imperio Británico. La rigidez de una sociedad protestante que había luchado contra el arcaico catolicismo por una interpretación más estoica del cristianismo, había conformado a lo largo de los siglos una sociedad a veces un tanto ascética, donde el alejamiento de las comodidades y de las pasiones, daban paso a un utilitarismo colectivo y a una vida más sencilla y discreta. Se podía percibir esa influencia en el ADN de los británicos, donde llevar una vida sacrificada y alcanzar el éxito académico y laboral, parecía seguir siendo la forma de redimirse de todos los pecados por nuestra naturaleza corrupta. Pero en verdad, para Dante no era más que una simple fachada donde poder aparentar un cierto grado de moderación social típica de los protestantes europeos. En cada rincón de la ciudad desde Inner Temple a Notting Hill, desde Tower Bridge a Holborn, se escondía alguna historia interesante por conocer. El gran Hyde Park dónde se celebraba cada verano el festival British Summer o el Regent’s Park dónde podías pasear por los rosales de sus jardines secretos, daban oxígeno a una ciudad que tal y como decía el escritor Charles Dickens: “The parks be the lungs of London”, los parques son el pulmón de Londres. El rio Támesis con su característico color castaño recorría una ciudad cosmopolita y abierta. Dante llevaba varios meses respirando esa sensación de libertad y lucha social en la que te inmiscuía la ciudad al levantarte cada día. Deambular de noche por los aledaños de St Paul’s Cathedral le ayudaba a meditar e intentar descifrar aquellas incógnitas que le rondaban por la cabeza respecto a su vida y su fututo. Vivía en la zona este de la ciudad conocida como East London, cuna de la revolución industrial inglesa en el siglo XIX, y que hoy en día se había convertido en un barrio de artistas, galerías y negocios dónde el modisto Alexander MacQueen o al artista urbano Bansky lo habían situado como epicentro artístico y creativo moderno. El mercadillo de Brick Lane era un lugar maravilloso para encontrar todo tipo de prendas y artículos vintage, constituyéndose como un nuevo pulmón de arte urbano, a solo unos pasos del gran centro financiero mundial, la City.

No tardó mucho en llegar a Zetland Arms desde la plaza de Trafalgar Square, había cogido el metro en la parada de Westminster frente al Big Ben. Sus compañeros de trabajo le saludaron al cruzar la puerta con un oriundo “Hiya, how are you doing today”. No iba a echar de menos los días de cansancio y hormigueo en las piernas después de cada jornada de trabajado sirviendo pintas y platos de fish and chips. Zetland Arms era un pub del distrito de South Kesington, dónde el mismísimo Charlie Chaplin lo había adquirido en su día para que lo regentase su hermano. Se trataba de un edificio de mediados del siglo XIX bien conservado que hacía esquina con Old Brompton Road. Todas las tardes se llenaba de gente que una vez finalizada su jornada laboral, buscaba su desahogo y evasión en las ricas pintas que Dante no paraba de servir para hombres descorbatados, jubilados sin quehaceres y desenfrenados estudiantes universitarios. Era su último día en el Pub y su compañera de trabajo Elisa, una chica joven italiana de la región del Veneto, con un carácter fuerte que escondía bajo un oscuro pelo lacio, le había invitado después del trabajo a una houseparty con sus amigos con motivo de su despedida. Se sentía conectado con la ciudad por muchos motivos, pero el más fuerte de todos era el hecho de que la mayoría de jóvenes europeos que habían sufrido la crisis económica y habían visto truncado su futuro profesional, reconocían en Londres un lugar de escapatoria donde dejar atrás todas aquellas incertidumbres y frustraciones de sus respectivas vidas.

Un nuevo lugar dónde empezar de cero, una especie de paréntesis indeterminado en su vida que le ayudaría a conocerse mejor y sobre todo, a replantearse quien era.

Una vez llegada la medianoche los clientes parecían darse por vencidos y empezaron a abandonar el establecimiento poco a poco. Elisa aprovechó el momento para hablar un rato con Dante mientras recogía los vasos esparcidos por las mesas.

— ¿Bueno y qué vas hacer cuando regreses a Madrid? —le preguntó quitándose el sudor de la cara con la muñeca.

—No tengo idea... de momento tengo un viaje programado a Cap Blanc-Nez al norte de Francia y supongo que cuando vuelva a Madrid buscaré habitación para no tener que vivir con mis padres. Buscaré algún máster de derecho que me pueda facilitar un trabajo digno —contestó suspirando mientras ponía el lavavajillas situado en la barra de madera del pub.

Dante tenía, en términos generales una buena relación con su familia. Su madre siempre había sido un gran apoyo ante cualquier necesidad, se diese el problema que se diese, siempre estaba dispuesta a darlo todo por sus hijos. La consideraba algo irascible ya que solía irritarse con facilidad por cualquier cosa, pero como dicen en los países anglosajones “his bark is worse than his bite”, algo así como perro ladrador poco mordedor. Dante solía tener antes de mudarse a Londres constantes discusiones con su madre respecto a cualquier tema, sobre todo en lo relacionado con el mundo académico y su futuro profesional. Le agobiaba que su madre fuera a veces tan exigente con él. Sentía que cualquier cosa que hiciera o pensara iba ser mal recibida por su parte. Como si las cosas realmente importantes en la vida se restringieran únicamente a un estudio y trabajo severo que no dejaban tiempo para otros entretenimientos más banales e inútiles.

En cierto modo sentía que nunca había sido suficiente para ella, que hiciera lo que hiciera siempre habría un pero por su parte. Ana era una mujer de gran corazón y totalmente admirable en su profesión. Provenía de una familia obrera y católica, que de pequeña emigró junto a sus padres y hermanos del interior rural de España a la ciudad en búsqueda de un mejor futuro. Se graduó en derecho y en tan solo dos años consiguió aprobar unas difíciles oposiciones pese al coste mental y emocional que padeció. Era una mujer exigente y metódica con todo lo que hacía, circunstancia que le había ocasionado alguna depresión esporádica. El vínculo de Dante con su madre era muy fuerte aunque tenso a la vez. Había existido una cierta estabilidad afectiva que le había garantizado un apego seguro, aunque a veces dudase de sí mismo y se cuestionara con frecuencia cada decisión que tomaba. Ana había sacado adelante a sus hijos con esmero y sacrificio, compaginando el trabajo con la atención de sus dos hijos, Martina y Dante. Martina era la hermana mayor y había adquirido la responsabilidad y seriedad de su madre. Era totalmente diferente a su hermano, una chica tranquila que jamás llamaba la atención ni se metía en problemas. Dante pensaba que siempre le había tenido algo de ojeriza ya que su madre siempre había mostrado una atención y protección predilecta por él al verle más vulnerable. Aun así, siempre veía en su hermana una figura de referencia en la que se sentía arropado en los momentos más difíciles y con la que podía hablar de cualquier cosa antes que con sus padres, y que siempre le sabía transmitir un mensaje de serenidad y prudencia.

El pater familias lo constituía su padre José, un hombre de negocios siempre ocupado en la gestión y dirección de diferentes negocios que poseía, y que le había impedido dedicar un mínimo de tiempo al cuidado y educación de sus dos hijos. Dante recordaba cómo cada fin de semana lo sacaba de casa para compartir algo de tiempo con él y así poder recompensar de alguna forma su ausencia entre semana. Provenía de una familia conservadora como la de Ana. Había perdido a su madre en la adolescencia criándose con su abuela y sus hermanas. Había vivido en un entorno familiar donde las mujeres aún seguían siendo las encargadas del cuidado del hogar y dónde procuraban que no le faltase de nada a ningún miembro varón. Ese rancio machismo aún se podía percibir en algunas actitudes del padre de Dante, cuando observaba con frecuencia a su madre ocuparse en soledad de las tareas del hogar y la educación de sus hijos, mientras que él le dedicaba tiempo al trabajo y las comidas de amigos. La falta de la figura paterna había hecho que Dante y Martina se centrasen por completo en ver a su madre como la solución a todos sus problemas y entendían la relación con su padre como un rol del deber y la disciplina. José había intentado que sus hijos desarrollasen un mayor sentido de la autonomía e independencia frente al vínculo materno.

— ¿No echas de menos a tus padres? —preguntó Elisa mirándole a la cara fijamente esperando una respuesta sincera.

Dante desviando la mirada mientras se rascaba la cabeza respondió: —Depende del momento. Hay veces que me gustaría compartir momentos bonitos con mi familia como salir a comer como hacíamos en Madrid, viajar, o sentirme arropado. Pero luego hay otros en los que aquí tengo la oportunidad de sentirme yo mismo, de ser libre para hacer y decir lo que quiera, de no tener que demostrar nada a nadie ni justificar mis actos.

—Al menos por lo que dices, tus padres se preocupan por ti. Mi padre sin embargo, va a lo suyo y solo le preocupa hacer feliz a sus novias ¡No sé qué pintaba con él en Italia! —afirmó contundente mientras le daba una palmada en el hombro. —Vamos a cambiarnos, iremos juntos a la fiesta.

Hacía casi un año que Dante había aparecido repentinamente y con gran desesperación por la puerta del pub, en búsqueda de un trabajo que le permitiese vivir con la idílica y aparente independencia con la que sueñan todos los jóvenes. Los precios del alquiler en Londres siempre estaban por las nubes, por lo que le tocó trabajar muy duro para poder mantenerse. Después de medio año trabajando como bar-tender, tocaba despedirse de un trabajo que aunque sufrido, le había enseñado el valor de las cosas y el esfuerzo que suponía vivir de lejos de la comodidad familiar y del dinero fácil.

Elisa y Dante se dirigieron al barrio del Soho con unas cuentas botellas de vino que habían cogido sin decir nada de la bodega del pub. El Soho era por excelencia uno de los barrios más populares de Londres. Desde el siglo XIX había sido el epicentro de la vida artística de la ciudad, donde podías encontrar escritores, artistas y poetas entre conversaciones absurdas y borracheras inspiradoras alrededor de los pubs de Wardour Street. El poeta y pintor inglés William Blake, autor de uno de los poemas favoritos de Dante, extraído de, Songs of Innocence and of Experience, 1794, que decía:” La crueldad tiene corazón y la envidia rostro humano; (...); o el pintor irlandés Francis Bacon, genio de la figuración abstracta del siglo veinte, al que sus padres echaron de casa tras descubrirle vestido con la ropa de su madre; formaron parte del club de intelectuales que dieron vida al bohemio distrito de Londres, ambos por cierto también homosexuales. Este último llegó a decir que el Soho aparte de ser un imán para los artistas queer, era “el gimnasio sexual de la ciudad”. Hoy en día continuaba siendo un icono vanguardista y transgresor para la ciudad.

Llegaron puntuales a la casa de Remi en uno de los bloques de viviendas de Soho Street. Una moqueta azul decorada con manchas grises les recibió junto a un chico delgado rubio con un perfil afrancesado.

—Tú tienes que ser Rémi —dijo Dante dándole la mano de forma amable.

—Oui, enchanté. Por favor pasad y sentiros como en casa. Sois de los primeros en llegar a la fiesta —respondió echándose a un lado de la puerta.

Cruzaron el pasillo y en el salón se encontraron con dos personas que estaban esperando al resto de invitados. Una chica pelirroja con un jersey de flores y una falda midi negra se liaba un cigarrillo en el sofá mientras arrojaba pequeñas hebras de tabaco a unas usadas Dr.Martens. Las botas más representativas de la moda contemporánea y de origen alemán, que un médico de la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial diseñó para mejorar las botas militares del momento con el caucho sobrante de la Lufftwaffe. Tuvieron una considerable popularidad como emblema socio-cultural, una vez que el líder de la banda de rock británica The Who, Pete Townshend, las subió al escenario en los noventa. Pronto las tribus urbanas como los Skinhead o los Punks se las apropiaron como emblema de su dresscode. A su lado un chico moreno con trenzas cosidas mostraba orgulloso un estilo afro urbano. Vestía una chaqueta oscura con capucha con el logotipo de Ape Head representante de la marca de streetwar de origen nipona Bape; una cadena de acero decoraba su cuello tatuado y completaba su look. Dante siempre se había sentido atraído por la moda aunque no fuera un gran entendedor de la materia. Le gustaba causar una buena impresión al vestirse y siempre intentaba cuidar con detalle cada prenda que escogía. Londres era la cuna de la moda underground y la más libre y alternativa según decían. El estilo londinense había sido fiel al progreso y al street style que el resto de países europeos copiaron. Dante estaba descubriendo nuevas tendencias y estilos diferentes al de Madrid o el resto de España, dónde una simple camisa lisa, unos insípidos chinos y unos clásicos mocasines seguía siendo el outfit favorito de la mayoría de sus amigos.

Para él, la moda siempre había sido algo más que una simple prenda de vestir con la que cubrirte el cuerpo de forma funcional. Era más una forma de transmitir un mensaje al resto de la sociedad y de identificarse con una determinada cultura o estilo de vida con el que sentirse uno mismo. Una manera de mostrar tu libertad e identidad personal.

Elisa que se acercó al grupo de jóvenes para prepararse un joint de marihuana. —Necesito un poco de mí medicina para aguantar esta noche —dijo acalorada mientras buscaba un hueco libre donde sentarse en el sofá del salón.

Una vez llegaron el resto de invitados, todos se sentaron alrededor de la mesa repleta de cervezas y botellas de alcohol que hacía de centro de reunión en una especie de aquelarre dionisiaco. Dante era un chico bastante sociable y educado con lo que no tardó en entablar conversación con la mayoría de invitados. La verdad es que tenía una gran habilidad para las relaciones sociales, y sabia causar siempre una buena primera impresión. Habilidad que en verdad escondía una inseguridad que siempre le había acompañado y que se negaba a reconocer y mostrar públicamente. El sonido de la música no hizo más que encender las hormonas de los jóvenes allí reunidos que entre la niebla de humo y los efectos del alcohol, se movían a ritmo de hip hop y trap francés. Dante se encontraba cómodo conociendo a los amigos de Remi que provenían de diferentes rincones de Europa; Francia, Italia y Portugal, dando vida y color a esa reunión de despedida. Se sentía a gusto manteniendo una conversación con cualquiera de ellos, escuchando las experiencias que habían tenido cada uno de ellos en la universidad, en el trabajo o en el amor, le aportaban una visión diferente y enriquecedora de la vida.

Elisa se acercó a Dante para presentarle a una amiga que era su compañera de piso y que también era italiana. María era una chica de pelo encrespado, que disimulaba con una coleta y unos ojos azules que daban vida a un rostro rojizo, lo cual indicaba un divertido estado de felicidad o borrachera altamente compatibles.

—Esta es María, la chica de la que te hablé Dante, trabaja en prácticas en una de las galerías de Shoreditch cerca de tu casa.

—Hola María, ¿Cómo te lo estás pasando? —le preguntó mientras Elisa los dejaba solos para que disfrutasen de una linda conversación y quizá de algo más.

—Encantada Dante. Estoy en la cocina ayudando a Remi a organizar las cosas —respondió mientras se besaban la mejilla. —Me gusta tu barba —le dijo sonriente en un castellano italianizado.

—Gracias, ¿Y qué tal por la galería, llevas mucho allí? —preguntó Dante incómodo.

—Llevo 2 años en Hoxton Arches y estoy muy contenta. Realizamos exposiciones de todo tipo, desde pintura, fotografía, mercadillos vintage, eventos. Y tú, ¿Llevas mucho tiempo en Londres? ¿A qué te dedicas? —preguntó mientras se alejaban del ruido y la multitud.

—Estudié derecho en Madrid y decidí venirme a Londres para reorganizar mi vida después de la universidad. Así también podría desconectar un poco de la familia y mi círculo de amigos. Dentro de unas semanas regresaré a Madrid y no me apetece demasiado— confesó en voz baja.

—Bueno seguro que todo te irá bien y pronto te adaptaras a la nueva rutina de allí —respondió María con una sonrisa. —Ven te quiero presentar a un amigo.

Dante y María se dirigieron a la cocina de la casa dónde un chico se fumaba un cigarrillo apoyado con el pie contra la pared. La capucha de la sudadera verde botella de Drew le cubría media cabeza rapada y dejaba asomar un aro de acero de la oreja derecha.

—Daniel, te presento a Dante. Es el compañero de trabajo de Elisa, lleva un tiempo viviendo en Londres, y es español —dijo emocionada.

Daniel era un chico alto y delgado con un aire de skateboy juvenil, que estaba terminando sus estudios de arquitectura en el prestigioso Imperial Collage de Londres.

Mientras se servían una copa en la cocina antes de volver con el resto a la fiesta, aprovecharon para hablar y conocerse algo mejor. En un momento, Daniel le preguntó a Dante si en ese momento tenía pareja o estaba conociendo a alguien en Londres.

—Antes de venir a vivir a Londres tenía una persona especial en la universidad que conocí poco antes de mudarme aquí. Ella ahora está en Estados Unidos así que no tenía sentido que continuásemos juntos. No me dio mucho tiempo a sentir algo especial por ella. Pero la verdad que me agradaba su compañía, nuestros ratos y nuestras charlas. Ahora en Londres he tenido la oportunidad de quedar con todo tipo de chicas, pero nada especial, me cuesta engancharme a alguien ahora mismo supongo. — ¿Y vosotros estáis con alguien? —preguntó mientras daba un trago a su tercer gin-tonic.

—María y yo nos conocimos por tinder y aunque no seamos pareja, nos llevábamos bien y solemos hacer planes juntos de vez en cuando —respondió Daniel mientras miraba a María esperando su respuesta.

—Hace unos meses quedamos en una cita para tomar algo en Hyde Park y desde entonces hemos conectado bien, cosa que es difícil y más en esta ciudad. La gente suele ser muy interesada o va directamente a lo suyo. Y aunque ahora mismo ninguno de los dos queramos tener algo serio porque nos apetece seguir conociendo gente, nos compenetramos bien

—Entonces sois una especie de pareja abierta o algo así, yo nunca he tenido una, no sé si podría —dijo pensativo.

—Depende siempre de la persona que tengas a tu lado y lo que acuerdes con ella. Pero sobre todo de cómo te sientas tú y los límites que estéis dispuestos a poneros —respondió Daniel mientras los tres se dirigían al salón.