En poder del griego - Catherine George - E-Book
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En poder del griego E-Book

CATHERINE GEORGE

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Beschreibung

Isobel James no puede creer que esté en Grecia sola; cualquier cosa con tal de escapar de la fiebre matrimonial que parece haber atacado a sus amigas. Cuando el magnate Lukas Andreadis encuentra a Isobel perdida en su playa privada, supone que es otra periodista fingiéndose en apuros con objeto de conseguir una exclusiva. Un interrogatorio en su villa revela la verdad… pero Lukas descubre que se siente muy intrigado por la bonita intrusa. Ahora, Isobel tendrá que luchar contra algo más que la fiebre matrimonial: la poderosa atracción que siente por aquel moderno dios griego.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Catherine George. Todos los derechos reservados.

EN PODER DEL GRIEGO, N.º 2088 - julio 2011

Título original: The Power of the Legendary Greek

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-634-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Promoción

Prólogo

LUKE llegó a la última planta del edificio y se dirigió hacia una puerta al final del pasillo, saboreando el momento en el que entró en la sala de juntas, donde los once miembros del consejo lo recibieron con una sonrisa. El decimosegundo miembro, la única mujer que estaba presente, lo fulminó con sus ojos negros como el azabache mientras él la saludaba con la cabeza. Por los ventanales se veía una fabulosa panorámica de Atenas, pero todos los ojos estaban clavados en su cara mientras se dejaba caer en la silla y abría su maletín.

La mujer que estaba en la cabecera de la mesa observaba cada uno de sus movimientos como un predador dispuesto a lanzarse sobre su presa, pero Luke no la miró siquiera, absolutamente convencido de su éxito. Debido a semanas de negociaciones secretas con todos los hombres de la sala de juntas, la reunión de aquel día era una mera formalidad, de modo que Luke saludó a todos y se levantó para detallar su proposición, sin prestar atención a la mirada furiosa de la mujer. Cuando terminó, miró alrededor.

–¿Quiénes están a favor?

Todos alzaron la mano... todos salvo Melina Andreadis, que se levantó de la silla, furiosa.

Con un traje negro de alta costura, su juvenil melena rizada en contraste con un rostro envejecido, dirigió una mirada tan venenosa a su adversario que debería haberlo convertido en piedra.

–Pandilla de tontos, ¿creéis que vais a entregarle mi empresa a este... playboy? –gritó, airada–. ¡Yo voto en contra! Me niego a permitir esto.

Luke la miró, su rostro tan inexpresivo como el de una máscara de teatro griego, para esconder la emoción que sentía.

–Ya está hecho. Mis generosos términos han sido aceptados por la mayoría del consejo.

–No pueden hacerlo, lo prohíbo. Ésta es mi compañía aérea –insistió Melina, fuera de sí.

–No, kyria –dijo Luke entonces–. Era la compañía aérea de mi abuelo, no la tuya. Y ahora es mía. Yo, Lukas Andreadis, soy el propietario legal porque la he comprado y porque es mi legítimo derecho.

Capítulo 1

A MEDIDA que el barco se acercaba, la mancha en el horizonte fue transformándose poco en un pedazo de tierra cubierto de pinos en medio del mar: la preciosa isla de Chyros. Isobel distinguía las tabernas con sus toldos de colores en el puerto, las casas con tejados de color terracota y paredes blancas, colocadas como bloques infantiles en la falda de la montaña. Intentó localizar con la mirada la casita que aparecía en su folleto, pero se rindió al ver que todas tenían puertas y ventanas pintadas de azul.

Cuando el barco atracó, se colocó la mochila al hombro y tomó su maleta con un suspiro de alivio. ¡Por fin había llegado!

Su prioridad era comer y encontrar la casa que había alquilado para pasar las vacaciones. La taberna que aparecía en el folleto era alegre e invitadora, sus mesas en la terraza llenas de gente.

Al bajar del barco, Isobel se dirigió a una mesa vacía y colocó la maleta a sus pies antes de estudiar la carta. Con un amable parakalo, señaló lo que quería tomar y el camarero de inmediato le llevó una colorida ensalada griega de tomate y queso feta. Isobel comió como si llevara días sin hacerlo, algo que no estaba lejos de la verdad.

–¿Le gusta la ensalada? –le preguntó el joven camarero.

Isobel sonrió, contenta de que hablase su idioma.

–Mucho, está riquísima –respondió, sacando su folleto–. ¿Podría decirme dónde tengo que ir para que me den las llaves de esta casa?

–Mi padre tiene las llaves –respondió el joven–. Él es el dueño de la urbanización Kalypso. Yo puedo llevarla, si quiere.

–Es muy amable, pero no quiero molestarlo... puedo tomar un taxi. –Mi padre es Nikos, el dueño de la taberna, y estará encantado de que la lleve. Acabo de volver del hospital.

Isobel miró al joven con cara de sorpresa.

–¿Ha estado enfermo?

–No, trabajo allí, soy médico. Pero cuando estoy en casa ayudo a mi padre en la taberna. Me llamo Alex Nicolaides.

–Encantada –dijo Isobel.

–Si me da su nombre, yo mismo la llevaré a la casa.

Isobel se lo dijo y, en cuanto pagó la cuenta, el amable Alex estaba a su lado de nuevo.

–Podemos ir andando, están muy cerca –le dijo, tomando su maleta.

–Yo llevaré esto –Isobel se colocó la mochila al hombro.

–¿Lleva objetos valiosos?

–En cierto modo, llevo mis cosas de pintura.

–Ah, ¿es usted artista, señorita James?

–Estoy intentando serlo.

Bajo aquel sol de justicia, Isobel estaba agotada cuando llegaron a un grupo de seis casitas al otro lado del puerto. Y todas ellas tenían puertas y ventanas pintadas de color azul, con balcones frente al mar.

Su guía miró el número en la llave que le correspondía e hizo una mueca.

–Su casa está al final de la colina. ¿No se va a sentir sola allí?

Isobel negó con la cabeza. Al contrario, paz y tranquilidad era exactamente lo que necesitaba.

Las otras casas quedaron atrás mientras subían por un camino de tierra cubierto de hojas de pino. Alex dejó su maleta en un porche con dos sillones y una mesa y abrió la puerta de su casa de vacaciones.

–Bienvenida a Chyros, señorita James. Espero que lo pase bien.

–Seguro que sí. Una última cosa... ¿dónde está la playa más cercana?

–Al lado del puerto. Pero ahí abajo hay una que le gustará más –Alex señaló un camino entre los pinos, detrás de la casa–. Es más pequeña y no suele haber mucha gente porque el camino es muy empinado.

–Muchas gracias por su ayuda –Isobel se despidió con una sonrisa y entró para inspeccionar la casa, que consistía en un salón con aire acondicionado, un dormitorio, una cocina y un cuarto de baño. El suelo era de losetas y las paredes estaban pintadas de color amarillo. El mobiliario era simple: un sofá azul, dos camas con colchas blancas y un armario. Todo estaba escrupulosamente limpio y era tan tranquilo que parecía un santuario, justo lo que ella buscaba.

Su amiga Joanna, con quien solía ir de vacaciones antes de que se casara, le había dicho que debía alojarse en un hotel o ir a algún sitio lleno de gente como Mykonos, pero Isobel había optado por aquel sitio tranquilo e idílico donde podría pintar... o no hacer nada durante todas las vacaciones.

Después de darse una ducha rápida, se puso un top con cuello halter y un pantalón corto y salió al balcón para respirar aquel delicioso olor a mar mientras enviaba un mensaje de texto a Joanna para decirle que estaba bien. Fan de la mitología griega desde que era pequeña, buscó en el mapa la isla de Serifos donde, según la leyenda, Perseo y su madre, Danae, habían llegado a la playa dentro de un baúl. Pero decidió que iría allí cuando se recuperase del cansancio del viaje.

Isobel se dejó caer sobre una silla, contenta de no hacer nada durante unos minutos, pero enseguida tomó su cuaderno de dibujo y empezó a bosquejar los barcos que estaban en el puerto. Absorta, siguió trabajando hasta que el sol empezó a ponerse y luego bostezó, demasiado cansada como para bajar al puerto a cenar. Comería lo que había en la cocina y luego, con su iPod y un libro como compañía, se iría temprano a la cama. «Mañana», como diría Scarlett O’Hara, «será otro día».

Se quedó en el porche mientras las luces del pueblo y las de las casas de alrededor empezaban a encenderse. Oía música y le llegaban aromas desconocidos de las cocinas... Isobel se echó hacia atrás en la silla para mirar las estrellas en un cielo que parecía de terciopelo. Al contrario de lo que creía Joanna, se sentía absolutamente feliz allí, sola.

Se sentía liberada de la oscura nube que había parecido envolverla durante los últimos meses. Y tenía que haber algo realmente especial en el aire porque se le cerraban los ojos aunque aún era muy temprano. No tardaría mucho en quedarse dormida...

Despertó temprano a la mañana siguiente, contenta porque había dormido de un tirón, sin pesadillas.

Después de desayunar, se puso unos pantalones vaqueros, una camiseta sobre el biquini y una visera azul y tomó el camino que llevaba al puerto. Pasó frente a los barcos amarrados en el muelle y se dirigió a la plaza, sonriendo al ver ancianas vestidas de negro y hombres que estaban sentados tomando el sol. Encontró una tiendecita abierta y compró varias postales, pan, agua mineral y un par de racimos de uvas antes de volver a la casa. Por fin, con unas gafas de sol y algunas cosas en la mochila, Isobel tomó el camino de la playa que le había recomendado Alex Nicolaides.

Tenía razón, era un camino tan empinado que hasta daba miedo en ocasiones. Pero cuando por fin llegó, jadeando, a una playa desierta y maravillosa, decidió que merecía la pena.

Isobel miró la playa de arena blanca en forma de luna en cuarto creciente, deseando poder capturar con su paleta el maravilloso color del mar, sus diversos tonos de azul: aguamarina, verde, turquesa. Los árboles crecían hasta muy cerca del agua, tamarindos y algo que podrían ser enebros, pero no estaba segura.

Entonces suspiró, frustrada. El paisaje pedía a gritos una acuarela pero no sería fácil llevar todo el material por ese camino tan empinado. Por el momento, se conformaría con hacer un boceto a lápiz, decidió.

Después de quitarse los vaqueros y la camiseta se embadurnó de crema solar para no quemarse y, apoyada en una pared de rocas, empezó a dibujar.

Pero tras una hora de total tranquilidad, la playa empezó a llenarse de gente. Había jóvenes, niños jugando con la pelota, gritos de alegría... adiós a la paz y la tranquilidad.

Sonriendo filosóficamente, Isobel se preparó para hacer el camino de vuelta. Pero mientras guardaba sus cosas en la mochila vio una abertura entre las rocas y lo que parecía una playa desierta al otro lado.

La grieta era estrecha y estaba cubierta de matojos pero, pegando la mochila a su pecho, logró atravesar la primera parte. A partir de ahí, la fisura se abría un poco más, de modo que siguió adelante y, por fin, llegó a una cala resguardada por una pared de roca bajo un acantilado.

En la que no había absolutamente nadie. Era un paraíso.

Contenta, volvió a quitarse la ropa y se sentó bajo un grupo de rocas en forma de león rampante que se prometió a sí misma dibujar más tarde. Bebió un poco de agua, se comió las uvas y el pan que había comprado y cerró los ojos.

Pero su recién encontrada paz fue pronto rota por el rugido de un motor. El instinto de supervivencia hizo que Isobel se levantase de un salto al ver que un hombre se dirigía hacia ella en una moto acuática. Pero en el último minuto giró a la derecha, riendo.

Con el corazón acelerado, Isobel se subió a unas rocas para gritarle lo que pensaba de él. Tan furiosa estaba que resbaló y, moviendo los brazos locamente sin nada a lo que agarrarse, cayó de cabeza sobre las rocas.

Y, de repente, todo se volvió negro.

Lukas Andreadis estaba deseando nadar un rato y pasar una noche sin discusiones sobre negocios, contratos, barcos, aviones o cualquier otro medio de transporte.

Después de buscar aquello durante toda su vida, celebraría su triunfo sobre Melina Andreadis solo, en el sitio que más le gustaba en el mundo.

Empezó a relajarse cuando el helicóptero sobrevoló aquellas aguas azules tan familiares y, como le ocurría siempre, sonrió al ver Chyros, que para él significaba paz y tranquilidad en una vida tan ajetreada como la suya. Pero mientras descendía hacia la villa, Luke soltó una palabrota. Nuevamente había una mujer bañándose en su playa privada.

Después de aterrizar, saltó del aparato inclinando la cabeza para evitar las aspas y corrió hacia los árboles que bordeaban el acantilado para mirar la figura que estaba debajo. ¿Por qué no lo dejaban en paz?, se preguntó, con el ceño fruncido.

Se volvió cuando su fiel Spiro se acercaba corriendo y después de saludarlo señaló a la mujer que estaba en la playa.

–¿Dónde demonios está Milos? ¿No ha visto que había una intrusa?

–Es su día libre. ¿Quieres que saque la lancha?

–No, lo haré yo.

En lugar de respirar la paz y la tranquilidad de aquel sitio como era su intención, Luke subió corriendo a su dormitorio para ponerse un pantalón corto y una camiseta, sonriendo cuando Spiro entró con cara de preocupación.

–No te preocupes, no voy a hacerle nada.

–Eso ya lo sé –dijo el hombre, con la familiaridad de alguien que conocía, y quería, a su jefe de toda la vida–. Ponte las gafas de sol y no conduzcas demasiado rápido.

Luke Andreadis pasó un momento por la cocina para saludar a Eleni, la mujer de Spiro, y volvió a mirar hacia el acantilado, suspirando al ver que la mujer no se había movido. Aquella tonta iba a acabar tostándose.

Después de subir al jeep, aparcado detrás de la casa, condujo por un camino bordeado de cipreses hacia la carretera, tomando las curvas a una velocidad que le habría provocado un infarto a Spiro. Obligado a pisar el freno cuando llegó al pueblo, Luke condujo con más precaución por la plaza y frente a las tabernas antes de ir a su aparcamiento privado al otro lado del puerto.

Subió a la cubierta de su lancha y arrancó, volando sobre por el agua hasta su cala privada. Y cuando llegó, murmuró una maldición al ver que la mujer no se había movido.

–¡Ésta es una playa privada! –gritó mientras se acercaba.

Pero cuando estuvo cerca se dio cuenta de que la mujer no estaba tomando el sol, sino inconsciente. Tumbada en una posición extraña, estaba inmóvil, su larga melena rubia cayendo sobre los hombros.

Sorprendido, Luke alargó una mano para tocar su brazo y la mujer abrió unos ojos enormes azules... –¿Qué hace aquí? ¿Qué le ha pasado? –le espetó, no de muy buenas maneras. –¿Qué? No le entiendo –Isobel hizo una mueca de dolor cuando intentó levantarse.

–Se ha caído... y ha debido de darse un golpe en la cabeza –dijo Luke, en su idioma, al ver que tenía una herida en la frente.

–Me duele el tobillo –la joven tragó saliva–. Me resbalé cuando se lanzó hacia mí en la moto acuática...

–Debe de estar delirando, kyria. Yo no tengo una moto de agua. He venido en esa lancha –con el ceño fruncido, Luke observó el pie, incrustado en una grieta de la roca–. Tengo que tirar de su pie, pero intentaré no hacerle daño...

Ella apretó los labios estoicamente mientras Luke desataba los cordones de sus zapatillas, pero cuando intentó sacar el pie de la grieta la joven lanzó un grito de dolor.

–¿Le duele mucho?

–Sí, pero... hágalo. No voy a quedarme aquí.

Cuando tiró de su pie la joven volvió a desmayarse y, soltando una palabrota, Luke sacó el móvil del bolsillo del pantalón.

–Spiro, la mujer de la playa se ha caído y está inconsciente. La clínica estará cerrada a esta hora, así que tendré que llevarla a casa. Llama al doctor Riga y dile que es urgente.

Después de envolverla en su toalla, Luke miró el interior de la mochila e hizo una mueca al ver un cuaderno. Aparte de eso, sólo había lápices, un monedero con algunos billetes y una novela. No había ningún documento que la identificase.

Cuando la tomó en brazos, la joven abrió los ojos.

–Está a salvo conmigo, no se preocupe. Voy a llevarla a mi lancha.

La colocó en el interior con todo cuidado, pero ella estaba de nuevo inconsciente cuando la depositó sobre el asiento de cubierta. Preocupado, Luke puso en marcha el motor y recorrió la distancia que lo separaba del puerto, agradeciendo que su amarre estuviese alejado de las tabernas. Echó el ancla y luego, rezando para que la joven no tuviese una conmoción cerebral, la tomó en brazos. Aunque estaba delgada, era un peso muerto y no resultó fácil sacarla de la lancha para subirla al jeep.

Spiro y Eleni lo esperaban en la puerta de la casa, con Milos, el jardinero, todos asustados al ver a la joven inconsciente.

–¿Qué le ha pasado? –preguntó Milos.

–Se ha caído en las rocas –contestó Luke.

–Hemos llamado al doctor Riga –dijo Spiro, con gesto preocupado.

–¿Tardará mucho en venir?

–Alex Nicolaides está en casa, kyrie. Lo he visto esta mañana, podría ir a buscarlo –se ofreció Milos.

Luke asintió mientras le tomaba el pulso a la chica.

–Dile que venga enseguida, por favor.

–Pobrecita –murmuró Eleni–. Se ha dado un golpe en la cara.

–Voy a llevarla arriba –dijo Spiro.

Pero Luke negó con la cabeza.

–Lo haré yo. Pero necesito que vengas conmigo, Eleni.

Cuando iba a sacarla del asiento, la joven abrió los ojos y se apartó de él haciendo un gesto de miedo.

–No se asuste –dijo Luke–. La he traído a mi casa.

–Tengo que volver... –Isobel intentó bajar del jeep, pero al apoyar el pie en el suelo dejó escapar un grito de dolor.

Luke la tomó en brazos para llevarla al dormitorio y la depositó sobre el borde de la cama.

–La dejaré con mi ama de llaves –le dijo, antes de salir.

La mujer sonrió, tomando su mano.

–Me llamo Eleni y hablo su idioma, aunque no muy bien –le dijo, mientras intentaba ayudarla a tumbarse en la cama. Isobel negó con la cabeza, un movimiento que lamentó porque de inmediato tuvo que cerrar los ojos.

–Me encuentro mal –murmuró, llevándose una mano a la boca.

Eleni la ayudó a ir cojeando hasta el cuarto de baño y, después de vomitar, por fin dejó que Eleni la ayudase a quitarse el biquini y ponerse un albornoz blanco.

–Muchas gracias.

–Voy a lavar el biquini. Usted debe descansar –dijo la mujer, antes de cerrar la puerta.

La sesión en el baño había hecho que el dolor de cabeza adquiriese proporciones gigantescas. No recordaba casi nada... sólo a un idiota que había aparecido con una moto de agua. Y también haberse dado un golpe en la cabeza, pero no recordaba nada más hasta que abrió los ojos y se encontró con aquel extraño.

Poco después se abrió la puerta y el hombre que la había rescatado se acercó a la cama.

–¿Cómo se encuentra?

–No demasiado bien –respondió ella–. Siento molestarlo, pero... ¿podría darme un vaso de agua? Estoy muerta de sed.

–Sí, claro. Vuelvo enseguida.

Isobel lo observó mientras salía de la habitación. Era muy alto, con un físico fabuloso y, si estuviera de mejor humor, seguramente le parecería guapísimo.

No sabía dónde estaba, pero lo único que quería era volver a la casa que había alquilado. Aunque su primer día de vacaciones estaba arruinado por completo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas pero las apartó, impaciente, cuando su anfitrión volvió con su mochila en la mano, seguido de Eleni, que dejó un vaso de agua sobre la mesilla.

–Eleni lleva años cuidando de mi familia –dijo su anfitrión cuando la mujer cerró la puerta.

–Es muy amable.

–¿Y yo no?

–Yo no he dicho eso –respondió Isobel, sorprendida–. Le estoy muy agradecida, además. Y siento mucho molestarlo.

Luke se encogió de hombros.

–¿Cómo se llama?

–Isobel James –respondió ella–. ¿Y usted?

–¿No lo sabe?

–No, no lo sé. Llegué ayer a la isla.

Luke la miró, con un brillo escéptico en los ojos.

–¿Y por qué estaba en mi playa? ¿Pagó a alguien para que la llevase allí en una lancha?

–No, estaba en la playa que hay al lado. Pero se llenó de gente y cuando había decidido volver a casa descubrí una abertura entre las rocas. Vi que al otro lado había una playa solitaria y decidí explorar un rato.

–El camino está bloqueado.

–No, yo pude pasar.

–¿Tan decidida estaba a invadir mi propiedad?

–Yo no sabía que fuera una playa privada, pero le pido disculpas... y si no le importa llamar a un taxi, me iré enseguida.

Él levantó una ceja.

–¿Y cómo piensa ir, caminando?

–Me las arreglaré.

Eleni llamó a la puerta entonces y, un segundo después, una figura familiar entró en la habitación. Alex Nicolaides saludó a Lukas Andreadis y se acercó a la cama, consternado.

–¡Señorita James! ¿Qué le ha pasado?

–La señorita había entrado en mi playa privada y se cayó en las rocas. Estaba inconsciente cuando la encontré –contestó Luke por ella–. Gracias por venir, Alex. Por favor, examínala y dime qué debemos hacer.

–Necesito que se quede Eleni, por favor –dijo Isobel.

Luke le hizo un gesto a la mujer, pero se quedó a los pies de la cama, como dispuesto a vigilar el procedimiento.

Eleni apretó la mano de Isobel, sonriendo.

–Qué mala suerte para usted, señorita James –Alex dejó escapar un suspiro–. ¿Ha vomitado?

–Sí.

–¿Le duele mucho la cabeza?

–Sí, mucho.

–Examina su pie, creo que se ha torcido el tobillo –dijo Luke.

Alex arrugó el ceño al ver el tobillo hinchado.

–Tengo que examinarlo para comprobar si hay fractura. Pero lo haré rápidamente, no se preocupe.

–Cuidado, se desmaya a menudo –bromeó Luke.

¿A menudo? Hasta aquel día no se había desmayado en toda su vida. Isobel apretó los dientes mientras Alex examinaba el tobillo herido.