Enamorada del hombre equivocado - Anna Depalo - E-Book

Enamorada del hombre equivocado E-Book

ANNA DEPALO

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Beschreibung

Enamorarse del hombre equivocado nunca había resultado tan peligroso… ni había sentado tan bien La diseñadora de moda Mia Serenghetti necesitaba desesperadamente encontrar pareja para la gala más importante de la temporada. Su única opción era el ardiente magnate de la tecnología, Damian Musil, cuya familia era el mayor rival de los Serenghetti en el negocio de la construcción. Cuando quedó claro que la pasión que ardía entre los dos era real y no parte de la farsa, surgió el dilema de si debían o no arriesgarse a ir en contra de sus familias y explorar su intensa conexión.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Anna DePalo

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorada del hombre equivocado, n.º 2152 - octubre 2021

Título original: So Right...with Mr. Wrong

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-110-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Cuando por fin vio al hombre que había estado buscando, Mia supo que solo podía hacer una cosa, sobre todo ahora que faltaban menos de dos semanas para que se celebrara el Ruby Ball y el que iba a ser su acompañante acababa de casarse con otra.

Las habitaciones de la planta superior de la casa de Brooklyn estaban en penumbra y desiertas. El resto de invitados disfrazados estaban abajo charlando y riendo con la anfitriona, que celebraba su cumpleaños. Era una tarde fresca de primavera, pero el aire en la parte más alta de la casa resultaba cálido.

Cuando salió del rincón en el que se había estado escondiendo, el hombre en cuestión se giró y se guardó el móvil en el bolsillo.

Aunque una máscara oscura le cubría la mitad de la cara, tenía la altura y la constitución de Sam.

–Iré sencillo –le había dicho él con una sonrisa sin darle más detalles sobre cómo iría disfrazado–. No me van los brillos.

Lo había visto abajo, entre la multitud, y había cruzado la abarrotada sala tras él al verlo subir las escaleras. Cuando lo había alcanzado en el piso superior, lo había encontrado de espaldas a ella en una sala y hablando por teléfono en voz baja, así que se había escondido tras el arco de una habitación contigua a la espera de que volviera a salir.

Se subió el hombro del vestido, que se le bajaba constantemente. A diferencia del de Sam, su disfraz era de todo menos discreto: negro y rojo, lleno de volantes y con una falda corta por delante, que dejaba a la vista sus piernas enfundadas en unas medias de red, y larga por detrás.

Sam y ella habían flirteado en un par de fiestas y él la había besado fugazmente la última vez que se habían visto. Ese beso había sido todo lo que Mia había necesitado para animarse a actuar. Necesitaba un nuevo novio enseguida, o al menos alguien que pudiera hacerse pasar por uno.

El Ruby Ball no solo era un evento importante de la industria de la moda, sino también una fiesta a la que todo el mundo acudía en pareja. Y por eso ahora tenía que conseguir una.

Sam levantó la mirada sorprendido cuando Mia dio un paso hacia él. Sus ojos oscuros se entreveían entra las sombras proyectadas por una lamparita de mesa.

Movida por una repentina inyección de valor y adrenalina, Mia le bajó la cabeza con delicadeza y lo saludó con un beso en los labios, retomando lo que habían dejado a medias la vez anterior.

Él se quedó quieto, pero al instante la agarró por la cintura y la llevó hacia sí. Le acarició los labios con la boca y después sus lenguas se rozaron y juguetearon.

Mia lo rodeó por el cuello y se entregó al beso. Ese tipo sabía besar.

Y cuando comenzó a apartarse, él la siguió y acarició sus labios separados como queriendo provocarle alguna respuesta más. Entonces Mia dejó escapar un gemido y le permitió profundizar el beso.

El aroma de Sam era deliciosamente cálido y limpio, y su cuerpo duro y esbelto hacía presión contra el suyo, encajando en sus curvas y envolviéndola.

A Mia le palpitaba el corazón al ritmo de la música que resonaba por toda la casa.

Dios mío, no se había esperado algo así. La última vez que sus labios se habían rozado no se había percatado del abrasador calor que Sam podía provocarle.

Cuando finalmente se separaron, ella suspiró. ¡Guau!

–Hola, Sam –susurró.

–¿Quién es Sam?

Se quedó paralizada. No era la voz de Sam.

Entonces el hombre se subió la máscara y ella se quedó sin aliento.

Damian Musil.

Se apartó de él con brusquedad.

¿Por qué tenía que ser Damian? Tras años esquivando al enemigo, había acabado cayendo en sus brazos… o abalanzándose sobre ellos, mejor dicho.

–¿Siempre besas a hombres enmascarados en habitaciones oscuras?

–¡No seas absurdo! –contestó ella con brusquedad, en un intento de ocultar lo avergonzada que se sentía–. Está claro que te he confundido con otra persona y lo sabes.

–¿Quién es Sam?

–No es asunto tuyo.

–No opino lo mismo, ya que hace unos minutos estábamos besándonos.

Ella respiró hondo, pero eso solo sirvió para que sus pechos sobresalieran más y captaran la atención de él.

–Ah, es verdad –dijo Mia con sarcasmo–. Había olvidado que te gusta animar a los hombres con los que salgo a que me dejen.

–Es un modo de verlo –respondió Damian.

Mia enfureció. Carl, su antiguo novio, había celebrado una boda rápida y con pocos invitados, pero Damian, su exjefe, había sido uno de ellos tras apoyar la decisión de Carl de dejarla por una maestra de jardín de infancia a quien había conocido en un avión como por obra del destino.

Sí, de acuerdo, lo suyo con Carl no había sido una relación seria. Después de conocerse en una fiesta, habían estado saliendo cerca de cuatro meses, pero que la hubiera abandonado y se hubiera casado con otra inmediatamente aún le dolía. Sobre todo después de enterarse de que Damian le había animado a hacerlo.

Le entraron ganas de patalear y clamar contra el destino, que no solo la había dejado sin novio justo antes de uno de los momentos más importantes de su vida, sino que ahora le había hecho besar al hombre responsable de su desdicha. ¿Cuánta humillación podía soportar una mujer? ¿Y cómo había podido encontrar atractivo a Damian en su adolescencia?

Era unos centímetros más alto que ella, que pasaba del metro setenta y tenía la constitución de un boxeador de peso ligero. Con la mandíbula cuadrada, el pelo oscuro y unos ojos marrones que irradiaban inteligencia, imaginaba que supondría toda una amenaza para algunas mujeres.

Pero ella sabía que podía ser calculador y despiadado, y eso era precisamente lo que durante toda su vida le habían advertido sobre los Musil…

–¿Un modo de verlo? Sospecho que el otro modo de verlo es que estabas abriendo otro frente más en la guerra entre los Serenghetti y los Musil.

Él tuvo el descaro de sonreír con diversión.

–¿Es eso lo que crees?

Los Musil eran los enemigos del negocio de su familia desde que su padre, Serg Serenghetti, hubiera sospechado que empleaban tácticas deshonestas para triunfar en el negocio de la construcción y desplazar a su competencia en el oeste de Massachusetts, es decir, a Construcciones Serenghetti. La hostilidad llevaba años presente.

Ya que Welsdale era un lugar pequeño, sabía que el verdadero nombre de Damian era «Demyan» y que él prefería la versión inglesa a la ucraniana. En una ocasión incluso había buscado su significado: «domador». Sin embargo, él nunca podría domar a una Serenghetti porque, por mucho que fuera la hija rebelde, tenía muy arraigada la lealtad hacia su familia.

Al terminar el instituto se había mudado a Nueva York para trabajar en el mundo de la moda y crear su propia firma. Mientras tanto, Damian se había hecho multimillonario con su empresa de desarrollo de aplicaciones. Se preguntaba si habría triunfado en ese campo empleando las dudosa tácticas empresariales por las que su familia era conocida.

Se puso derecha. Ya era hora de dar por finalizado ese encuentro en lugar de seguir ahí juntos en la oscuridad como si se tratara de una cita romántica clandestina.

–Tengo que irme. Voy a…

–Buscar pareja para el Ruby Ball.

Mia abrió los ojos de par en par. ¿Lo sabía? De pronto la situación había ido de mal en peor.

 

* * *

 

Damian se encogió de hombros.

–He oído a Nadia y a Teresa hablando.

Mia murmuró algo para sí.

–¿Para qué están las amigas, verdad? –comentó él, que aún podía oler su perfume, sentir sus curvas, saborear sus labios…

–Esta conversación ha terminado.

–¿Cuál? ¿La conversación sobre cómo me has besado? ¿O sobre el hecho de que estés aquí para encontrar a alguien que te acompañe a un evento social con el que impulsar tu carrera?

Mia lo fulminó con la mirada.

–Y luego dicen que los Musil somos calculadores –protestó Damian.

–Lo sois.

–Y no olvides que también somos ruines y deshonestos.

–No estaba pensando en esas palabras precisamente, pero gracias por darme unas opciones más agradables.

Él soltó una carcajada y Mia lo miró con frialdad.

–Un disfraz estupendo. Lo del villano enmascarado es de los más apropiado.

–Es un disfraz de Robin Hood.

–Y teniendo en cuenta que tú has sido la razón por la que necesito un acompañante –prosiguió ella ignorándolo–, imagino que ahora soltarás una carcajada diabólica por tu victoria.

–O puede que me ofrezca a echarte una mano ya que andas escasa de opciones. Comprobaré mi agenda, pero imagino que el sábado que viene estaré libre.

–Ni aunque fueras… –comenzó a decir Mia.

–… el último hombre sobre la Tierra. Ya lo sé.

Ella alzó las manos, exasperada.

–Pues está claro que no captas las indirectas.

–Tus señales han sido algo más que una indirecta.

Damian recordó la sensación de tener su boca bajo la suya. Suave, ardiente, dulce. Mia le había puesto mucho sentimiento al beso… antes de saber que era él, claro. Y por lo que había observado cada vez que habían coincidido en algún sitio con los amigos que tenían en común, primero en Welsdale y ahora en Nueva York, se volcaba en todo con alma y corazón.

Ahora, después de años cruzándose con ella, por fin había descubierto lo que era besar a Mia Serenghetti.

Ahora Mia era una fantasía hecha realidad, vestida con ese disfraz que resaltaba sus piernas torneadas, su melena rizada caoba y sus ojos almendrados color verde musgo enmarcados por unas cejas esculpidas.

Se le tensó el cuerpo. El suelo retumbaba por las risas y la música provenientes de abajo, pero ahí arriba estaban solos. Si estuvieran saliendo, le regalaría las medias de encaje negro más sexys que encontrara y después volvería a saborear su boca carnosa pintada de rojo cereza mientras ella lo rodeaba con las piernas…

Sin embargo, tuvo la prudencia de guardarse esos pensamientos y en su lugar dijo:

–Escucha, no tuve nada que ver con el hecho de que Carl se casara con otra mujer.

–¿Qué? –furiosa, Mia tomó aire y el gesto le elevó los pechos–. Supongo que para ti no es «nada» animarlo a romper conmigo para poder liarse con otra.

–Carl hizo lo que quiso.

–Pero tú lo animaste a hacerlo. Incluso le ofreciste un avión privado para su luna de miel en Martha’s Vineyard.

En su momento Damian se había preguntado si Mia se habría enterado de todo y cuál habría sido su reacción. Ahora ya lo sabía.

–Carl es feliz.

–Gracias a ti.

–Tal vez.

–Y nunca sabremos si habría llegado a hacerlo sin tu ayuda.

–Le dije que siguiera su instinto.

–Sí, y al parecer eso suponía romper conmigo. ¿Te produjo satisfacción saber que una Serenghetti saldría perjudicada en el proceso?

–Yo ya no tengo nada que ver con Construcciones JM. De eso se ocupan mi padre y mi hermano. De todos modos, no sé por qué haces que esto parezca una ridícula disputa entre los Serenghetti y los Musil.

–¿Acaso no lo es?

En su opinión, Mia y Carl no habían hecho buena pareja. Mia era una mujer activa, con inquietudes y resolutiva mientras que Carl era un tipo tranquilo que se dedicaba a tocar la guitarra y se conformaba con ser asistente técnico en una empresa tras otra. Le había angustiado mucho verse en la tesitura de cambiar de novia, así que cuando le había pedido su opinión mientras se tomaban unas cervezas, Damian se la había dado.

–Estás molesta porque la ruptura se ha producido justo antes de un gran evento –le dijo él con tono calmado.

–No, estoy molesta porque te has entrometido y has hecho que la ruptura se produzca justo antes de un gran evento.

–Lo cual me he ofrecido a enmendar.

Ella apretó los puños un instante.

–¿Así que vas de bueno? Increíble.

–Digamos que tengo complejo de héroe –dijo él señalándose el disfraz.

Mia resopló.

–Si tú eres Robin Hood, ¿qué soy yo? ¿Lady Marian?

Sabiendo que así la provocaría, Damian la miró de arriba abajo y escudriñó su disfraz, que dejaba a la vista piernas y escote.

–Pues no lo pareces.

–Exacto.

–Un carácter demasiado fiero.

Ella frunció el ceño.

–Estoy de acuerdo y precisamente por eso tu oferta jamás funcionaría. Tengo atuendos en mente para el Ruby Ball y ninguno parece sacado del bosque de Sherwood.

–A ver si lo adivino. Tú eres la femme fatale y tu pareja es…

–Tú no, desde luego.

Bajo la mirada de diversión de Damian, Mia se dio la vuelta y salió dando pisotones.

Pero, le gustara a ella o no, su beso no era algo que pudieran dejar atrás sin más.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Era el hombre más exasperante que había conocido en su vida, y eso era decir mucho teniendo en cuenta que tenía tres hermanos mayores.

Se apartó el pelo de la cara y miró a su alrededor. Se encontraba en su pequeño taller de diseño con su prima Gia, que se había pasado por allí y estaba sentada en un taburete respondiendo un mensaje.

De pronto se dio cuenta de que, una vez más, tenía los dedos sobre la boca; el recuerdo del beso era difícil de borrar. Rápidamente, bajó la mano. Toda esa situación la estaba volviendo loca.

Gia guardó el teléfono y retomó la conversación donde la habían dejado.

–¿Estás loca?

Mia admitió que no tenía una buena respuesta y que el caótico entorno tampoco ayudaba a mantener la cordura. Había rollos de tela amontonados contra la pared y una máquina de coser en una esquina junto a una tabla de planchar, y apenas había sitio para sentarse. Los botones que acababa de comprar aún seguían en la caja y sabía que tendría que hacer un viaje más a Telas Mood. Por otro lado, era afortunada. Probablemente los diseñadores novatos trabajaban desde sus casas, pero ella al menos había podido alquilarse un taller unas plantas más abajo de su apartamento en el barrio conocido como el Distrito de la Moda.

–Sé que pedirle a Sam que cambie la fecha de su viaje de negocios a Singapur es un acto de desesperación…

Justo en ese momento le vibró el teléfono y lo levantó de la mesa. Leyó el mensaje de Sam y se encogió de hombros.

–Bueno, al menos tenía que intentarlo.

Gia se cruzó de brazos mirándola con cara de «ya te lo dije».

Mia suspiró. Al final Sam había acudido a la fiesta de cumpleaños del sábado, pero antes de que ella hubiera podido sacar el tema del Ruby Ball, él le había dicho que estaría fuera del país dos semanas.

–Sam no puede cambiar la fecha del viaje. Al parecer, quiere aprovechar para reunirse en Japón con uno de sus compañeros de fraternidad.

–Y tú no puedes permitirte a un chico que esté de viaje en plan Resacón en Las Vegas –señaló Gia–. Tú ya tienes un resacón.

–No tengo un resacón. Tengo dolor de cabeza –y se agudizaría mucho más si no encontraba pronto una pareja.

Su prima asintió.

–Y eso demuestra que eres una adicta al trabajo. Deberías estar divirtiéndote para ser fiel al mensaje de empoderamiento femenino que predica tu marca de ropa.

–A lo mejor podría contratar a un acompañante…

–Por Dios bendito, no. ¿Por qué no buscas un modelo con el que ir? ¿No es el típico truco para atraer publicidad?

–El Ruby Ball es un evento de la industria de la moda y seguro que alguien lo reconocería de alguna sesión de fotos y, además, no necesito un acompañante cualquiera. Lo que necesito es alguien… que cause impresión.

En cierto modo Sam había sido apropiado porque, a pesar de ser un productor musical de nivel medio, provenía de una familia bien relacionada que había hecho fortuna en la banca tres generaciones atrás.

Mierda. Había creado Diseños MS para la mujer moderna y dispuesta a triunfar y arrollar, pero gracias a Carl parecía todo lo contrario.

–¿Y algún jugador de hockey que conozcan tus hermanos?

–Lo último que haría sería pedirles que me ayuden a encontrar pareja –sería una experiencia humillante no solo por las burlas de sus hermanos, sino porque llevaba tiempo queriendo declararse independiente de su familia–. De todos modos, el equipo de Jordan no está en la ciudad la noche del baile.

–Bueno, pues entonces dale una oportunidad a Damian. Es perfecto para lo que buscas y se ha ofrecido voluntario. Pídeselo. Además, de todos modos tu familia no presta atención a las noticias sobre el mundo de la moda.

De pronto Mia lamentó haberle contado a su prima los detalles de su encuentro con Damian, pero estaban muy unidas y eran como hermanas.

–A lo mejor deberías crear un club de fans de Damian Musil.

–Pues a Alex le cae bien –respondió Gia.

El marido de Gia era un millonario que se dedicaba a la tecnología y, por supuesto, conocía a Damian.

–Aunque, claro, él no tiene la historia que tenemos los Serenghetti con los Musil –añadió Gia echándose atrás su melena oscura recién alisada.

–Eso es. De todos modos, no sé si tomarme en serio la oferta de Damian. Puede que solo haya estado burlándose de mí. Además, ¿te imaginas cómo reaccionaría mi familia si se enteraran de que he ido por ahí con él como pareja?

–¿Y cuándo has dejado que eso te frene? ¿Tu segundo nombre no era «rebelde»?

Cierto. Los Serenghetti de Welsdale, Massachusetts, estaban relacionados con el mundo de la construcción y el del hockey, y últimamente también con Hollywood gracias a su hermano Rick y a su esposa Chiara Feran, que era estrella de cine. Así que Mia se había marchado a Nueva York a estudiar y a trabajar en diseño de moda porque desde pequeña había tenido una vena muy rebelde que había ido más allá de hacerse tres agujeros en las orejas.

Volvió a suspirar. Podría haber intentado ir con un amigo, pero había hecho un repaso y ahora mismo no tenía ninguno que estuviera libre. Pero Damian…

–Por otro lado, en el Ruby Ball te verá mucha gente –dijo Gia preocupada.

–Pero lo dejaría plantado al día siguiente –añadió Mia bromeando.

Y entonces se detuvo y abrió los ojos como platos.

–¿En qué estás pensando? –preguntó Gia.

La idea de salir con Damian y después hacer que pareciera que lo había dejado plantado estaba cobrando fuerza. A lo mejor, después de todo, el plan de ir con él al Ruby Ball no era tan arriesgado…

–¿Sabes? –dijo pensativa–. La idea tiene cierto atractivo.

Gia abrió los ojos como si de pronto lo hubiera entendido todo.

–Si alguien pregunta, nuestra relación tuvo un final rápido y desdichado.

–¿Quién va a preguntar?

–No sé, pero por si alguna vez surge la pregunta.

Algo que, con suerte, no pasaría. Aun así, no pudo evitar pensar en los tópicos a los que solían recurrir los famosos, como por ejemplo «nos hemos separado, pero le deseo lo mejor» o «las relaciones pasadas me han enseñado lo que de verdad busco y necesito en una pareja». Desde luego, tenía que dejar de leer webs de cotilleos, aunque, por otro lado, ¿no era precisamente eso lo que pretendía con su firma de moda? ¿Animar a las mujeres a tomar el poder?

–Bueno, ¿y qué vamos a hacer con tu familia si se enteran? Porque se van a quedar impactados.

«Horrorizados, mejor dicho», pensó Mia.

–Y también aliviados de que la relación haya terminado en un abrir y cerrar de ojos. Se preocuparían más si Damian siguiera en mi vida.