Ensayo sobre el hombre y otros escritos - Alexander Pope - E-Book

Ensayo sobre el hombre y otros escritos E-Book

Alexander Pope

0,0

Beschreibung

Chesterton llamó a Alexander Pope el último poeta de la civilización. Marcado por la deformidad corporal y las enfermedades, que suplió con la excelencia del ingenio y el cultivo de la amistad, Pope encontró en la imitación y la sátira una forma de expresión que no ha sido superada en ese terreno. Traductor de Homero y editor de Shakespeare, Pope hizo de la literatura una forma de vivir. Prácticamente inédito en español, esta edición presenta a Alexander Pope como un autor que puede orientar al lector en un tiempo de crisis y corrupción moral y económica que no puede someter a los espíritus nobles e independientes.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 425

Veröffentlichungsjahr: 2017

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



ALEXANDER POPE

Ensayo sobre el hombre y otros escritos

Edición de Antonio Lastra

Traducción de Antonio Lastra y Ángeles García Calderón

Índice

INTRODUCCIÓN

ESTA EDICIÓN

BIBLIOGRAFÍA

ENSAYO SOBRE EL HOMBRE Y OTROS ESCRITOS

Oda a la soledad

Pastorales

Ensayo sobre la crítica

El bosque de Windsor

El robo del rizo

De Eloísa a Abelardo

Elegía en memoria de una dama desdichada

Prefacio a la Ilíada de Homero

Post scriptum a la Odisea

Prefacio a las Obras de Shakespeare

Ensayo sobre el hombre

Epístola al doctor Arbuthnot

De la correspondencia con Jonathan Swift

Primera epístola del segundo libro de Horacio imitada

De La Asnada

Conversaciones con Joseph Spence

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

Indeed to correspond with Mr Pope may make anyone proud who lives under a dejection of heart in the country. Every one values Mr Pope, but every one for a different reason.

ALEXANDER POPE a Martha Blount, noviembre de 1714

 

Alexander Pope, por Jonathan Richardson, en National Portrait Gallery (Londres).

 

EN la última gran obra de lo que habitualmente conocemos como antropología filosófica, la Descripción del ser humano de Hans Blumenberg, publicada póstumamente en 2006, su autor cuestionaría la legitimidad y la racionalidad de la disciplina de una manera casi anecdótica. Al término de un enorme esfuerzo teórico que coincide con la historia misma de la civilización occidental, y que alcanzó durante el medio siglo de vida de Alexander Pope (1688-1744) —un adelantado a la época de la Ilustración con su Ensayo sobre la crítica y su Ensayo sobre el hombre— una de sus cimas indiscutibles, surge, decía Blumenberg, «una pregunta desorientada, casi siniestra»: ¿qué era realmente lo que queríamos saber? En comparación con esa pregunta, el verso de Pope que advertía, en su temprano Ensayo sobre la crítica, de lo peligroso que resulta aprender poco («A little learning is a dangerous thing») apenas podría parecer una más de las numerosas muestras de ingenio (wit) por las que alcanzó la fama y llegó a ser tan temido por muchos, en el campo de batalla en el que se convertiría la vida social del ingenio en la Inglaterra augusta, como querido por unos pocos. La pregunta era, como Blumenberg seguía diciendo, una metamorfosis inesperada de la afirmación con la que había empezado la filosofía propiamente dicha (que etimológicamente significa querer saber) y que, en la persona de Sócrates, había tratado de presentarse en público, en el instante decisivo de su apología ante el tribunal de la ciudad, como una «sabiduría humana». Sin embargo, esa sabiduría específica, parafraseada como «Solo sé que no sé nada», podría parecer también poco más que una muestra de ironía tan inasequible para los atenienses del siglo IV a.C. que condenaron a muerte al filósofo como para quienes —como Blumenberg y el mundo de lectores del siglo XXI— han de contar con «una realidad tan imponente como la ciencia institucionalizada». En su Epitafio de Isaac Newton, que, a diferencia de lo ocurrido con Sócrates, había fallecido en 1727 siendo presidente de la Royal Society, la primera gran institución científica de Europa, Pope lo había formulado así: «La Naturaleza y las Leyes de la Naturaleza yacían ocultas en la Noche. / DIOS dijo: ¡Que Newton sea! Y todo fue Luz»; sin embargo, en el último verso de la versión definitiva de La Asnada, publicada en 1743, poco antes de su muerte, Pope deploraba que la «tiniebla universal» de la Diosa «Torpeza» o «Estupidez» (Dullness) lo hubiera sepultado todo. La translatio studii con la que los modernos habían tratado de recibir la sabiduría de los antiguos se habría metamorfoseado inesperadamente en una translatio stultitiae. Los genios —lamentaría Pope— tienen poca memoria y los asnos ninguna («Wits have short memories, and dunces none»). En otro de los versos que se harían proverbiales había observado que los locos se apresuran donde los ángeles no se atreven («For fools rush in where angels fear to tread»)1.

Si aprender poco podía ser peligroso, haber aprendido tanto y poder seguir haciéndolo indefinidamente en el futuro, como los innumerables Dunces o «asnos» de Pope y los Projectors o «proyectistas» de Swift prometían en vano, no resultaría en modo alguno tranquilizador para el ser humano. «Lo cierto —decía Blumenberg— es que sabemos muchísimo, pero no sabemos cuánto» ni lo que queríamos saber o querríamos que el saber proporcionara propter nos homines. Sin embargo, que haya algunas cosas que tal vez, o con una seguridad prácticamente completa en determinados ámbitos de la ciencia, no podamos conocer nunca habría suscitado paulatinamente en la mentalidad moderna menos una decepción que un alivio y, hasta cierto punto, una sensación de liberación mucho más reconfortante que la libertad asociada desde los antiguos a la posesión de una verdad que Pope aún seguía buscando. La soberbia de lograr más conocimiento y fingir más perfección —como argumentaría en el inicio del Ensayo sobre el hombre— era la inveterada causa del error y la miseria de los hombres: querer ponerse en el lugar de Dios y juzgar la adecuación o inadecuación, la perfección o imperfección, la justicia o injusticia de sus dispensaciones era solo un rasgo de impiedad o una demostración de la incapacidad para darse cuenta de lo absurdo que resulta esperar en el mundo moral una perfección que ni siquiera se encuentra en el natural. Blumenberg modificaría los versos de Pope en el sentido de señalar el peligro de alejarse de un positivismo bien entendido: saber qué es lo que se sabe y lo que no se sabe sería en cualquier caso preferible a saber únicamente que no se sabe nada. Sea lo que sea la filosofía —no estar dispuesto a aprender poco ni a ser torpe o estúpido podría definirla, en los términos de Pope, de una manera suficiente como crítica o como humanidad, lo contrario de toda «asnada»—, Blumenberg observaba que no tiene rivales en la tierra de nadie de las preguntas sin respuesta: como espectador, árbitro, regulador del lenguaje u ordenador del tránsito, moralista o generador de modas, trendsetter u opinion leader (y Pope asumiría en uno u otro momento de su vida todas estas disposiciones que Blumenberg enumeraba —o las de antropólogo o metafísico tanto como las de poeta o crítico— ante un público que empezaba precisamente a formarse en paralelo a la fundación del Estado moderno), solo el filósofo parece estar en condiciones de plantear la pregunta por lo que es, o por lo que significa, el ser humano y diferir pacientemente la respuesta mientras las ciencias o el Estado responden y lo definen de una manera parcial. Que la antropología sea en sí misma filosófica equivale a decir que la filosofía consiste en querer saber, con la perspectiva del conjunto, qué es el hombre en un mundo en el que no es obvio que haya un sitio para él; que, sin embargo, no hayamos de considerar al hombre imperfecto, sino un ser adecuado a su lugar y rango en la creación, acorde con el orden general de las cosas y adaptable a fines y relaciones —como Pope estipulaba y enfatizaba con las cursivas— depende, en última instancia, de que el hombre sepa que desconoce cuáles son esos fines y relaciones o que su felicidad es indisociable de la ignorancia de acontecimientos futuros. Quod homo sit minor mundus sigue siendo para cualquiera, como lo fuera para Sócrates, para Pope o para Blumenberg, una pregunta necesitada de respuesta o una pregunta crítica para el único ser que puede plantearla; que, además, pueda seguir planteándola a lo largo del tiempo de la misma manera, a la vista de una diversidad de las formas de vidaen apariencia inconmensurable («on human life and manners», como anotaba Pope en el plan del Ensayo sobre el hombre), forma parte de la misma pregunta y de la misma necesidad de respuesta. El estudio apropiado de la humanidad —escribió Pope— es (con la mayúscula genérica) el Hombre. Pero tal vez ni siquiera el ser humano pueda llegar a saber lo que el ser humano quiere saber2.

La propia razón, con esta perspectiva, podría no ser más que una compensación, en opinión de Blumenberg, por la fragilidad de la existencia humana. Que la razón, tardía en cualquier caso, compense las demás facultades, como lo expresaría literalmente Pope, sin poder contrarrestar un amor propio más fuerte en el hombre que el deseo de conocimiento de sí mismo, era mucho más que una muestra de ingenio en alguien que, como él, encarnaba la vulnerabilidad humana hasta el paroxismo. A su condición de católico («Soy de la religión de Erasmo») en una Inglaterra protestante que le negaría el acceso a toda forma de ciencia institucionalizada o de participación política y que le obligaría a estar permanentemente, de una u otra manera, en la oposición al establishment, se unió la enfermedad a la que su coetáneo Percivall Pott daría su nombre —la tuberculosis vertebral— y que haría de Pope un inválido desde la niñez, con un crecimiento físico truncado que lo privaría de las comodidades y los placeres de un cuerpo sano y lo confinaría únicamente a las comodidades y los placeres de su imaginación3. A los doce años compuso una Oda a la soledad, aunque nunca estuvo realmente solo. En algunas situaciones llegaría a identificarse con una araña («¡Qué preciso es el tacto de la araña! / Siente en cada hilo y vive en toda la red», dirá en el Ensayo sobre el hombre). La sublimación de una razón compensadora de deficiencias por lo demás insuperables daría paso, según el paradigma antropológico, a lo que Blumenberg llama «las más exquisitas producciones culturales». Las Pastorales juveniles, El robo del rizo, las imitaciones de Horacio o las recreaciones homéricas, así como en general la madura concepción popeana del arte de la sátira, podrían serlo, desde luego, en el mismo plano que cualquier otra dificultad de adaptación vencida o corrección de problemas con éxito en un mundo continuamente interpretado: Pope disfrutaría tanto escribiendo como enmendando una escritura que aspiraba a mejorar la vida del espíritu y, en menor medida, de la sociedad mientras la vida de su cuerpo empeoraba inexorablemente. No entenderíamos bien a Pope sin caer en la cuenta de que leer y escribir fueron para él manifestaciones de una conciencia aguda y de un desarrollo obsesivo del instinto de conservación, como lo fueron su sentido para la amistad o para la contemplación y la ordenación del paisaje y su exquisito gusto artístico. La temprana composición sobre El bosque de Windsor, por ejemplo, no es distinta, en lo que tiene de invención de un mundo propio —para el que Pope se apropiaría de toda una tradición literaria que modificaría a su antojo, preparando sin proponérselo el camino de vuelta a la naturaleza que emprenderían casi todos los poetas de una generación posterior—, de la convicción que le llevó a observar en su madurez que un árbol es un objeto más noble que un príncipe con sus galas de coronación (y vio coronar a más de uno). Un cuerpo deforme que lo excluía de los ejercicios masculinos y afeminaba su trato con las mujeres, con las que gozó de una ambigua intimidad, podría ser el emblema de una inteligencia superior, incluso de una moralidad superior, en un ambiente cuya corrupción y degradación particulares Pope denunciaría al tiempo que situaba al ser humano en general en la gran cadena del ser4. En lo que a él mismo respecta, algunos de los eslabones de esa cadena, y seguramente no los menos fuertes, fueron de seda y no se rompieron nunca; a los demás se resignaría con «triste civilidad».

Boceto de William Hoare, que ilustra la enfermedad que padeció Pope, en National Portrait Gallery (Londres).

Que leer y escribir, conversar galantemente o cultiver notre jardin sean ejemplos de lo que Blumenberg llama el principio de delegación es innegable. Pope se vio obligado a delegar en esas actividades su deseo o necesidad insatisfechos de hacerlo todo por sí mismo: al traductor de Homero en el que se convirtió pudo afectarle de una manera intensamente personal la crítica platónica a la poesía. El poeta no hace lo que canta. Durante casi toda su vida, Pope tuvo que servirse de ayuda para vestirse o desplazarse y sigue siendo una incógnita —en el ambiente libertino que constituyó el trasfondo de la Restauración inglesa y que seguiría siendo el lighter side del siglo XVIII— cuál pudo ser su vida sexual5. Que el prototipo por antonomasia de la delegación, más incluso que la poesía o la filosofía, sea el Estado más o menos representativo tuvo para Pope escaso efecto, como en cierto modo cualquier otro proyecto de institucionalización. En el Scriblerus Club, que fundaría junto a Swift y por el que pasaron, entre otros, John Gay, John Arbuthnot, Bolingbroke y Thomas Parnell —a los que ahora, como a tantos otros de sus contemporáneos, recordamos únicamente porque Pope los mencionó en sus obras—, y que perduraría hasta su muerte en medio de las vicisitudes de la lucha política entre whigs y tories, Pope encontró la sociedad más adecuada a su capacidad intelectual y a su sensibilidad: el anonimato con el que publicó sus primeros versos o el mismo Ensayo sobre el hombre no difiere en lo esencial del pseudónimo de «Martín Escritorzuelo» (Martinus Scriblerus) con el que comentaría sin descanso toda su obra6. La naturaleza de Pope fue infinitamente privada o —con la palabra que prefería emplear— «intermedia»: políticamente entre el whiggism de Addison y el toryism de Bolingbroke, intelectualmente entre la Teodicée de Leibniz y el Candide de Voltaire, poéticamente entre el desmoronamiento de los moenia mundi de Lucrecio y la mediocritas de Horacio o, circunscribiéndonos a la literatura inglesa, entre Dryden y Wordsworth (o Byron, a quien mortificó la «inefable distancia» que lo separaba de él), «inalterable en medio de un mundo que estalla», no poder hacer todas las cosas por sí mismo extremaría su conciencia de outsider. La famosa grotto de su jardín en la villa de Twickenham, donde crearía un mundo menor a su medida, es una caverna en toda la resonancia de la palabra7. El dilema de la originalidad y la imitación, que afecta no solo a la forma poética sino al fondo mismo de su pensamiento —a su condición de filósofo tanto como a la de poeta— y que ha alimentado todas las controversias sobre Pope desde su muerte y tras la recepción de su obra por los románticos, es hasta cierto punto irresoluble. En este sentido, la célebre «batalla de los libros», que su amigo Swift satirizaría, no era más que un episodio de la guerra que, según Pope, libraba la vida del ingenio desde las fronteras del sistema, por voluntad ajena primero y propia después, para no quedarse al margen de los acontecimientos y mantener una independencia radical. En los albores del capitalismo y de lo que ahora consideramos la industria cultural, Pope fue el primer escritor de Europa en un sentido profesional: compuso, corrigió, editó, tradujo, comentó, publicó apócrifamente e incluso falsificó deliberadamente toda clase de textos, a menudo los suyos propios —La Asnada es un palimpsesto interminable—, con la habilidad suficiente como para presentarlos al público y lograr que fueran aceptados inmediatamente como clásicos, una tarea que le procuró mucho más que los medios suficientes con los que vivir sin necesidad de patronazgo y que le permitió denunciar incansablemente a los mercenarios del oficio. «Soy rico, es decir, tengo más de lo que necesito», llegaría a confesarle a Swift el gran fustigador de la avaricia comercial de la City8. En la última Epístola del Ensayo sobre el hombre, Pope argumentaría que la diferencia natural entre los «más ricos» y «más sabios» y los menos no redundaba en la felicidad de los primeros. Algunos hombres son, y deben serlo, mayores que el resto, pero el Cielo se ha mostrado imparcial con la humanidad y la diferencia mantiene la paz en la naturaleza. Sin el patetismo del enfermo valetudinario que era, Pope añadía que, de los tres principales bienes del hombre —la salud, la paz y la competencia—, la salud residía solo en la templanza. El equilibrio que Pope mantuvo en todas las estancias de la sofisticada vida social de su época es casi milagroso. En la tardía Epístola al doctor Arbuthnot, que prefigura la ética literaria de La Asnada, Pope vincularía su escritura a la amistad. «Moralizó su canción».

Villa de Pope en Twickenham.

Todo antropólogo, como observó Blumenberg, ha de estar preparado para reconocer en los refinamientos sutiles de una lucha semejante por la existencia, que incluyen la aparición de ejemplares únicos, espléndidos, incapaces de reproducirse, aunque susceptibles de una imitación condenada desde el principio a la deficiencia, variaciones significativas de la humanidad. Los numerosos retratos que nos han llegado de Pope transmiten, casi sin excepción, un orgullo delicado y característico e incluso la belleza de un arquetipo. Si «todo cuanto es, está bien» («Whatever is, is right»), como Pope concluiría en su Ensayo sobre el hombre con la única justificación posible de un mundo incomprensible sin las artes o el ingenio, entonces la generalidad de la razón no sería incompatible con las condiciones de la corporalidad de Pope y de su exacerbada dotación sensorial. Qué es el ser humano —este ser humano, «esta larga enfermedad, mi vida»— y qué quería saber, de sí mismo sobre todo y con una curiosidad insaciable de los demás, no son preguntas a las que se les pueda dar una respuesta categórica; de los demás llegaría desde luego a saber demasiado gracias al dominio insuperable de la sátira. Pero esas preguntas sin respuesta pueden ofrecer un consuelo o, de una manera más apropiada, pueden sugerir por sí mismas que la incapacidad para responder a la pregunta de lo que quería saber el ser humano para saber lo que él mismo es exige un consuelo que siempre resulta extraño. El ser humano es el ser que quiere saber y necesita consuelo por ello. Blumenberg concluía que no lo obtiene nunca. No podemos leer la última Epístola del Ensayo sobre el hombre, dedicada a la felicidad, sin admirar a quien no se vio a sí mismo por encima de las debilidades de la vida y sus consuelos. «La altura de la felicidad —escribió— será la altura de la caridad»9.

Tanto Blumenberg como Pope reconocieron en el viejo mandato del oráculo de Delfos, «¡Conócete a ti mismo!» —reinscrito en el umbral de la segunda de las epístolas del Ensayo sobre el hombre y en el último verso de la obra—, la causa de la enigmática actividad a la que ha dado nombre la antropología y que no ha logrado desprenderse nunca de sus connotaciones metafísicas. Que el ser humano siga, a pesar de todo, buscando consuelo es una prueba de esa dependencia; que no lo encuentre una prueba adicional de que para él rige, según Blumenberg, el principio de razón insuficiente: el mejor de los mundos posibles, el mundo en el que «todo cuanto es, está bien», habría de ser el correlato ontológico del mandato antropológico. No tendría sentido conocerse a sí mismo en un mundo que no garantizara la efectividad de ese conocimiento. Sin embargo, «el mejor de los mundos posibles —escribe Blumenberg a propósito de Leibniz (y, podríamos añadir, de Pope)— podría ser peor y muy malo en comparación con la posibilidad de que no existiera un mundo o de que no hubiera sido puesto en la existencia». En cierto modo, con la antropología no es solo la idea misma de Ilustración la que se pone en cuestión, sino la posibilidad de que el atrevimiento de saber, de querer saber, constituya un «sistema de ética». «Formar un sistema de Ética moderado, aunque no incoherente; breve, aunque no imperfecto», un «sistema de ética al modo horaciano», fue la aspiración de Pope al escribir su Ensayo sobre el hombre y probablemente la intención de toda su obra.10 «Sistema», una palabra frecuente en el vocabulario de Pope, se correspondía con la confianza en la plenitud de la creación, en que no habría un vacío en ella. «Avanza la vida progresiva» era su canto. El Ensayo sobre el hombre se basaba en la certidumbre de que el «imponente laberinto» que es el hombre mismo no carecía de plan.

Si admitimos que de los sistemas posibles

la sabiduría infinita forma siempre el mejor,

donde todo debe ser pleno o no habría coherencia

y todo lo que surge, surge en debido grado,

es evidente que, en la escala razonante de la vida,

debe haber en algún lugar un rango como el del Hombre

y toda la cuestión (largo tiempo disputada)

se reduce solo a esto: si Dios lo ha ubicado mal.

(Ensayo sobre el hombre I, 43-50).

Esa antigua quaestio disputata ya no encuentra respuesta en la Descripción del ser humano, en la que no se menciona nunca a Pope, como tampoco lo mencionaría Ernst Cassirer, el maestro de Blumenberg, en el ensayo que publicó en 1944, doscientos años después de la muerte de Pope, con el mismo título que el suyo: AnEssay on Man, traducido un año después al español como Antropología filosófica, denotando con ello la falta de una tradición literaria donde encajarlo. No es del todo una casualidad que tanto AnEssay on Man como Antropología filosófica de Cassirer, con todos sus ecos y omisiones, fueran obras de exilio —incluso lingüístico respecto a la lengua alemana— de una civilización que se asomaba a un abismo mayor de lo que Pope había imaginado con el tono apocalíptico del final de La Asnada: las menciones de Cassirer en la Descripción del ser humano remiten al encuentro de Davos con Martin Heidegger que señalaría el final de la Ilustración europea y la sustitución del Man por el Dasein. En una de sus cartas a Swift, Pope anotó que el destierro parecía ser el destino de todos aquellos a los que había amado y con los que había vivido. Hoy no es difícil darse cuenta de que el destierro de sus amigos se correspondía con su propio exilio o retiro —con una trascendencia mayor que la fama— y manifestaba las debilidades inherentes al sistema de ética que había tratado en vano de completar. El Ensayo sobre el hombre no era más que el prólogo a una obra no escrita y no es aventurado pensar que la sobreabundancia de los comentarios de Pope a la obra escrita encubrieran el temor a un vacío en la creación artística. Si la antropología filosófica no es otra cosa que un ensayo sobre el hombre y la esfera cultural que lo rodea, el centro de esa esfera no siempre se encuentra en su interior. Sin embargo, aun en ese exilio, a pesar de la necesidad de consuelo o de la nostalgia de orden que suscita, era posible un conocimiento de sí mismo que la Geworfenheit heideggeriana ya no procuraría. Arrojado al mundo, Pope supo componérselas para vivir11.

Que el Ensayo sobre el hombre de Pope no haya inspirado, en última instancia, mucho más que el nombre de la Antropología filosófica de Cassirer es un reflejo de las dificultades mismas de la Ilustración para sostener una tradición. Sin embargo, Pope ejercería una influencia notable en los pensadores ilustrados al menos hasta la publicación de Cándido en 1759, en el que Voltaire —con el idioma mismo de la sátira— haría frente al optimismo leibniziano (o popeano) en contraste con el terremoto de Lisboa de 1755. Pero en ese mismo año de 1755 que pondría a prueba definitivamente la teodicea, Kant aún antepuso a cada una de las partes de su Historia general de la naturaleza y teoría del cielo versos cuidadosamente escogidos del Ensayo de Pope en apoyo de su argumentación («¿Sostiene Dios la gran cadena que atrae todo al acuerdo / y aporta los apoyos, o tú?», I, 33-34; «Mira la plástica naturaleza obrando con ese fin, / los átomos tender unos a otros, / atrayendo, atraídos al siguiente, / formados e impulsados a abrazar a su vecino. / Mira luego la materia, dotada de vida diversa, / presionar hacia un centro, el bien general», III, 7-14; «Él, que puede atravesar la vasta inmensidad, / ver mundos sobre mundos componer un universo, / observar cómo un sistema se encuentra con otro, / otros planetas orbitar en otros soles, / qué seres diferentes pueblan cada estrella, / puede decir por qué el Cielo nos ha hecho como somos», I, 23-28). Lucrecio tiene sus subtextos12.

También en 1755, once años después de la muerte de Pope, Gotthold Ephraim Lessing y Moses Mendelssohn se propusieron responder al certamen que la Académie Royale des Sciences et des Belles Lettres de Berlín había convocado con el lema de Pope: «Tout est bien», en la traducción al francés que la Academia utilizaba como lengua propia del «Whatever is, is right». Conforme fueron avanzando en su ensayo, Lessing y Mendelssohn abandonaron el proyecto de presentarlo al concurso y acabaron publicándolo anónimamente con el título «Pope ein Metaphysiker!». De acuerdo con las bases del concurso, el lema de Pope y, por extensión, el Ensayo sobre el hombre, debía ser comparado «rigurosamente con el sistema del optimismo o de la elección de lo mejor» asociado a la filosofía de Leibniz. Lessing y Mendelssohn comenzaban argumentando irónicamente que el modo de expresar el tema no les parecía el mejor: que la proposición «Todo cuanto es, está bien» formara un sistema era dudoso para ellos. Pope, además, era un poeta. «¿Qué hace Saúl —se preguntaban— entre los profetas?». ¿Qué hace un poeta entre los metafísicos? Que una misma persona pueda ser poeta en la juventud y «envolverse con el manto del filósofo» en la madurez era «un cambio acorde con las fuerzas de nuestra alma» que el propio Pope había reconocido. Pero ¿era compatible el sistema metafísico con el discurso sensible, la filosofía con la poesía? ¿Le bastaba al poeta, como sugerían Lessing y Mendelssohn, la «mera eufonía»? ¿Son las figuras poéticas contrarias a la verdad? A diferencia de Lucrecio, que habría sido un «fabricante de versos» (Versmacher), pero no un poeta (Dichter), Pope habría sido un poeta en toda la extensión de la palabra y, circunstancialmente, un «poeta filosófico». Pero un «poeta filosófico todavía no es un filósofo ni un filósofo es ya un poeta» («Allein ein philosophischer Dichter ist darum noch kein Philosoph, und ein poetischer Weltweise ist darum noch kein Poet»; Weltweise alude tanto a una sabiduría del mundo como mundanidad o cosmología cuanto a una sofisticación del conocimiento). Pope habría querido producir una impresión viva más bien que un convencimiento profundo; para lograr esa impresión no habría dudado en pasar de un sistema a otro. Por ello, Lessing y Mendelssohn podían ordenar sus proposiciones en el orden que habrían debido seguir en el supuesto pensamiento del autor aun cuando no coincidieran con el orden del poema. Por qué fue creado el hombre o por qué no fue creado perfecto era la gran cuestión a la que Pope había respondido diciendo que el hombre es tan perfecto como debe. «Todo cuanto es, está bien» podría traducirse tal vez por «Todo cuanto es, es correcto». La «sutil diferencia» que Lessing y Mendelssohn advertían con una ironía suprema entre ambas posibilidades de la traducción tenía como finalidad distinguir a Pope, el poeta, de Leibniz, el filósofo, o separar ambas actitudes del espíritu: dos escritores no son necesariamente de una misma opinión por expresarse con las mismas palabras. Sin embargo, la ironía suprema de Lessing y Mendelssohn es casi satírica: todo está maravillosamente mezclado en un mundo en el que una gradación paulatina es prácticamente imposible.

«Hay pocas excepciones», escribió Pope en el verso más autobiográfico de su obra. Hay pocas excepciones y él mismo era una de ellas. Que Pope, como Lessing y Mendelssohn denunciaban, se hubiera «contradicho metafísicamente cien veces» era solo una manera de decir que existencialmente no se había contradicho nunca y que sabía muy bien de quién estaba hablando cuando escribió (Ensayo sobre el hombre, IV 111-116):

¿Qué provoca el mal físico o moral?

Allí se desvía la Naturaleza y aquí yerra la voluntad.

Dios no envía ningún mal; si lo entendemos correctamente [rightly],

o el mal particular es un bien general

o admite cambio o la Naturaleza lo deja caer,

breve, y raro, hasta que el Hombre lo empeora todo.

La naturaleza lo había dejado caer: el mal particular y a Pope. A esa naturaleza le pudo contestar con uno de sus epigramas más celebrados: «Escribir bien es la obra maestra de la naturaleza». Es cierto, como Lessing y Mendelssohn señalan, que Pope habría tenido que renunciar a todos los privilegios del poeta para elaborar un sistema propio, pero eso es precisamente lo que hizo cuando —después de leer a los demás escritores— estudió los únicos principios que le convenían en un mundo poblado por asnos y genios. En uno de los dos documentos circunstanciales que Lessing y Mendelssohn aducen en prueba de que Pope no fue un filósofo —la carta a Warburton de 11 de abril de 1739—, la frase: «Usted me ha entendido tan bien como yo me entiendo a mí mismo, pero me ha expresado mejor de lo que yo podía expresarme», es un testimonio casi inconfesable en boca de un poeta, aunque perfectamente comprensible en la de un filósofo. Lessing y Mendelssohn oponían al «filósofo libre» (freie Weltweise) el «poeta vacilante» (wankende Dichter). Ese poeta vacilante que supuestamente fue Pope le habría confesado a Swift, en el segundo documento que Lessing y Mendelssohn aducen, que estaba dispuesto a ocultarse como filósofo13. La sabiduría que Pope buscaba, y que muy pocos han encontrado antes o después de él, no era una sabiduría del mundo, sino una sabiduría humana.

Es significativo que al final de su vida, en las conversaciones con Joseph Spence, Pope reconociera que el Ensayo sobre el hombre contribuiría a destruir la metafísica escolástica. Menos vacilante como poeta de lo que Lessing y Mendelssohn creyeron y más libre como Weltweise de lo que concedieron, tal vez la caracterización más precisa de Pope la ofreciera Chesterton —católico como Pope— al decir que fue el último gran poeta de la civilización. «Para Pope la civilización aún fue un experimento excitante», escribió Chesterton, y toda su artificialidad, o su carácter poético, tuvo que ver con lo que Chesterton llamó un eco de la irracionalidad natural o del elemento de paradoja que atraviesa toda la existencia y se manifiesta en el arte de la sátira de una manera insuperable. Las «pelucas y los rizos fueron para él lo que las plumas y las ajorcas para los isleños de los Mares del Sur: el auténtico romance de la civilización»14.

1 Véanse infra Ensayo sobre la crítica, 625 y La Asnada, IV, 620; véase tambiénel inicio de la Epístola II del Ensayo sobre el hombre, especialmente los versos 31-34: «Cuando los seres superiores vieron antaño / a un hombre mortal desarrollar todas las leyes de la naturaleza, / admiraron esa sabiduría en una figura terrestre / y mostraron a NEWTON como nosotros mostramos a un mono». Jonathan Swift, amigo y corresponsal de Pope, extremaría la deformación de la ciencia institucionalizada en la descripción de la Academia de Laputa en la tercera parte de Los viajes de Gulliver (1726-1735; compárese la mención de Sócrates en el capítulo 7 de la tercera parte con la «sabiduría humana» [ἀνθρωπίνη σοφία] en Platón, Apología de Sócrates 20 d). Véanse infra la selección de la correspondencia con Swift —en la que Pope observa que lo que iba ganando como «filósofo» lo perdía como «poeta»— y Dustin Griffin, Swift and Pope. Satirists in Dialogue, Cambridge University Press, 2010. Véase también Marjorie Hope Nicolson y George Sebastian Rousseau, This Long Disease, My Life. Alexander Pope and the Sciences, Princeton University Press, 1968.

2 Véase Hans Blumenberg, Beschreibung des Menschen, ed. póstuma de M. Sommer, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2006; Descripción del ser humano, trad. de G. Mársico, México, FCE, 2011, págs. 357-410, 465-489. Trazo en estas páginas un paralelo entre la descripción del ser humano de Blumenberg —en el marco de la antropología como filosofía— y la trayectoria vital y literaria del autor del Ensayo sobre el hombre con la perspectiva del ensayo de Lessing y Mendelssohn, «Pope ein Metaphysiker!», al que luego me refiero. La distancia entre el Ensayo sobre el hombre, publicado en su integridad en 1734, y la Descripción del ser humano, cualquiera que sea la forma que empleemos para medirla, cubre todo el espectro de la reflexión moderna y ofrece una nueva perspectiva de la Querelle des Anciens et des Modernes.

3 Sobre la compensación en Pope, véase infra el Ensayo sobre el hombre I, 179 y ss. y la nota del autor al verso 182 sobre la «anatomía de las criaturas». (Pope emplea compensate y countervail indistintamente). Jean-Jacques Rousseau, que leyó tempranamente a Pope y censuró después la confianza de Pope en la idea de orden, transformaría los motivos de la compensación en su propio concepto de dédommagement. Véanse Le rêveries du Promeneur Solitaire 1.4, 2.3 y 5.15-16. Sobre la Kompensation en general, véase el libro del blumenberguiano Odo Marquard, Philosophie des Sttadessen. Studien, Stuttgart, Reclam, 2000 (Filosofía de la compensación, trad. de M. Tafalla, Barcelona, Paidós, 2001).

4 Véase Arthur O. Lovejoy, The Great Chain of Being. A Study in the History of an Idea (1936), Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 2001, especialmente los capítulos VI-VIII (La gran cadena del ser. Historia de una idea, trad. de A. Desmonts, Barcelona, Icaria, 1983).

5 Véase infra el poema De Eloísa a Abelardo y Christa Knellwolf, A Contradiction Still. Representations of Women in the Poetry of Alexander Pope, Manchester University Press, 1999. Para el contexto de la obra de Pope, véase la amplia antología The Wordsworth Book of Restoration and 18th Century Verse, ed. de T. Cook, Ware, Wordsworth, 1997 («The Lighter Side» ocupa dos capítulos).

6 Véase Moyra Haslett, Pope to Burney 1714-1779. Scriblerians to Bluestockings, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2003.

7 En Salidas de caverna, Blumenberg recuerda la variación aristotélica de la imagen platónica de la caverna transmitida por Cicerón. De acuerdo con esa variación, la caverna sería una «esfera cultural» (Kultursphäre) y lo decisivo el tránsito de la naturaleza a un confortable mundo cultural. Toda la obra de Pope —de la literatura al paisajismo o la arquitectura— podría ser un ejemplo de ese tránsito. Véanse Hans Blumenberg, Höhlenausgänge, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1989, pág. 205 (Salidas de caverna, trad. de J. L. Arántegui, Madrid, Antonio Machado Libros, 2004, págs. 173-174) y Maynard Mack, The Garden and the City. Retirement and Politics in the Later Poetry of Pope 1731-1743, University of Toronto Press, 1969.

8 Véase David Foxon, Pope and the Early Eighteenth-Century Book Trade, Oxford, Clarendon Press, 1991.

9 Véase Helen Deutsch, Resemblance and Disgrace. Alexander Pope and the Deformation of Culture, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1996. Sobre la «araña», que Swift contrapone a las «abejas» en Labatalla de los libros, véase M. Fumaroli, «Les Abeilles et les Araignées», en La Querelle des Anciens et des Modernes, ed. de M. Fumaroli et al., París, Gallimard, 2001, págs. 7-218; véase también infra el Ensayo sobre el hombre I, 217-218.

10 Que De Rerum Natura de Lucrecio fuera el subtexto del sistema horaciano de Pope es uno de los motivos pendientes de estudio. La herencia de los clásicos no es uniforme. Véase la tesis doctoral de Annemarie Voss, The influence of Lucretius’ De rerum natura on Alexander Pope’s An Essay on Man, Ball State University, 1980.

11 Véase Ernst Cassirer, An Essay on Man. An Introduction to a Philosophy of Human Culture (1944), New Haven y Londres, Yale University Press, 1972 (Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura, trad. de E. Ímaz, México, FCE, 1945). Como es sabido, con el término Geworfenheit se trataba de eludir todas las connotaciones antropológicas.

12 Véase Immanuel Kant, Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels, ed. de J. Hamel, Frankfurt am Main, Verlag Harri Deutsch, 20094 (Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, trad. de J. E. Llunqt, Buenos Aires, Juárez Editor, B1969). En 1791, Kant publicaría «Sobre el fracaso de todos los ensayos filosóficos en la teodicea» sin mencionar ya a Pope (véase Immanuel Kant, En defensa de la Ilustración, trad. de J. Alcoriza y A. Lastra, Barcelona, Alba, 20172, págs. 217-238). Véase también Harry M. Solomon, The Rape of the Text. Reading and Misreading Pope’s Essay on Man, Tuscaloosa y Londres, The University of Alabama Press, 1993.

13 Véase Gotthold Ephraim Lessing y Moses Mendelssohn, «Pope ein Metaphysiker!», en Werke, vol. 3, Múnich, C. H. Beck, 1970, págs. 282 y ss. («¿Pope, un metafísico?», en G. Ephraim Lessing, Escritos filosóficos y teológicos, ed. de A. Andreu, Madrid, Editora Nacional, 1982 y Barcelona, Anthropos, 1990; adviértase la sustitución, en la traducción, del signo de exclamación por el de interrogación. Andreu traduce Weltweise por «filósofo»).

14 Véase Gilbert Keith Chesterton, «Pope and the Art of Satire», en Five Types, Londres, Arthur L. Humphreys, 1910, págs. 15-31; véase también, en este mismo volumen, el ensayo sobre Carlos II, que describe la época en la que nació Pope: «Una extraña irrealidad cubre el periodo...».

ESTA EDICIÓN

El propósito de esta edición es el de ofrecer una antología general de la obra de Alexander Pope, prácticamente desconocido en español salvo por algunas versiones e imitaciones del francés a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX y las hermosas excepciones de Silvina Ocampo y Ángel Rupérez anotadas en la Bibliografía. En la Introducción he justificado la atención prestada al Ensayo sobre el hombre y a la posibilidad de presentar a Pope como filósofo tanto como poeta. En parte, esto explica que la traducción sea sobre todo literal y no haya tratado de reproducir con ningún metro el carácter formal de la poesía, siguiendo el dictamen de Lessing de atender esencialmente al sentido. En El estudio de la poesía, Matthew Arnold observó que «Dryden y Pope no son clásicos de nuestra poesía; son clásicos de nuestra prosa»15. La edición incluye, además de obras poéticas, obras en prosa propiamente dicha, cuyo carácter circunstancial (prólogos, cartas o conversaciones) no desmerece de la calidad de una escritura deliberadamente clásica. La obra de Pope es vastísima y esta antología solo proporciona una introducción a su lectura. La extensión, tanto en sus versos como en sus comentarios, de The Dunciad (que traducimos por La Asnada) hacía inevitable una selección. Pero toda selección es arbitraria y depende en última instancia del gusto.

He seguido las ediciones críticas más recientes para establecer nuestro texto. Como señala Pat Rogers, la tarea de anotar a Pope sería interminable. La mayor parte de los personajes citados pervive, precisamente, por las menciones de Pope, como ocurre en general con sus alusiones. El lector actual tendrá ocasión de comprobar hasta qué punto el mundo clásico se ha quedado sin referencias. He preferido traducir las notas del propio Pope como muestra de la minuciosidad con la que fue corrigiéndose a sí mismo hasta el final de su vida. «Debo llevar a cabo una edición perfecta de mis obras y luego no tendré otra cosa que hacer que morir», le dijo a Joseph Spence poco antes de su muerte. La ecdótica, sin embargo, es el registro de las imperfecciones con las que nos acercamos a una edición perfecta.

15 Matthew Arnold, «The Study of Poetry» (1880), en The Complete Prose Works of Matthew Arnold, vol. IX., ed. de R. H. Super, Ann Arbor, Michigan University Press, 1973, pág. 181 («El estudio de la poesía», en Poesía y poetas ingleses, ed. de A. Dorta, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1950, pág. 14).

BIBLIOGRAFÍA

OBRAS DE ALEXANDER POPE

The Prose Works of Alexander Pope, vol. I, ed. de N. Ault, Oxford University Press, 1936; vol. ii, ed. de R. Cowler, Oxford University Press, 1986.

The Twickenham Edition of the Poems of Alexander Pope. The definitive edition of Pope’s poetry, his notes, editorial notes plus introductions, ed. de J. Butt et al., Londres, 1939-1969, 11 vols.; reed., Londres, Routledge, 1994.

The Correspondence of Alexander Pope, ed. de G. Sherburn, 5 vols., Oxford University Press, 1956.

The Poems of Alexander Pope, A One-Volume Edition of the Twickenham Tex with Annotations, ed. de J. Butt, New Haven y Londres, Yale University Press, 1963.

A Choice of Pope’s Verse, ed. de P. Porter, Faber & Faber, 1971.

Selected Prose of Alexander Pope, ed. de P. Hammond, Cambridge University Press, 1987 (20092).

Selected Poetry and Prose, ed. de R. Sowerby, Londres, Routledge, 1988.

The Major Works, ed. de P. Rogers, Oxford World Classics, Oxford University Press, 1993 (20062).

Selected Poetry, ed. de P. Rogers, Oxford World Classics, Oxford University Press, 1994 (20082).

The Works of Alexander Pope, ed. de A. Crozier, Ware, Wordsworth, 1995.

The Iliad of Homer, trad. de Alexander Pope, Harmondsworth, Penguin, 1996.

Selected Letters, ed. de H. Erskine-Hill, Oxford University Press, 2000.

TRADUCCIONES

El imperio de la estupidez, trad. de Alberto Lista, en Poetas líricos del siglo XVIII, vol. III, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1785.

El bucle arrebatado, Madrid, Omaña, 1839.

El rizo robado, trad. de Graciliano Alfonso Naranjo, Las Palmas de Gran Canaria, Imprenta de M. Collina, 1851.

El robo del bucle, trad. de César Gilberto Saldaña Fernández, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2002.

«Epístola de Eloísa a Abelardo», trad. de Silvina Ocampo, en Poetas líricos ingleses, ed. de R. Baeza, Buenos Aires, W. M. Jackson Inc. Editores, 1952.

«Elegía en memoria de una dama desdichada» y «Una carta del señor Pope al doctor Arbuthnot» (Fragmentos), en Antología esencial de la poesía inglesa, ed. de Ángel Rupérez, Madrid, Espasa-Calpe, 2000.

OBRAS COETÁNEAS

SPENCE, Joseph, Observations, Anecdotes and Characters, ed. de J. M Osborn, vol. 1, Oxford University Press, 1966.

KANT, Immanuel, Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels, ed. de J. Hamel, Frakfurt am Main, Verlag Harri Deutsch, 20094 (Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, trad. de J. E. Llunqt, Buenos Aires, Juárez Editor, 1969).

LESSING, Gotthold Ephraim y MENDELSSOHN, Moses, «Pope ein Metaphysiker!», en Werke, vol. 3, Múnich, C. H. Beck, 1970 («¿Pope, un metafísico?», enG. Ephraim Lessing, Escritos filosóficos y teológicos, ed. de A. Andreu, Madrid, Editora Nacional, 1982 y Barcelona, Anthropos, 1990).

VOLTAIRE, Candide, en Romans et contes, ed. de F. Deloffre y J. Van Den Heuvel, París, Gallimard, 1979 (Cándido y otros cuentos, trad. de G. Graíño Ferrer, Madrid, Alianza Editorial, 2013).

The Wordsworth Book of Restoration and 18th Century Verse, ed. de T. Cook, Ware, Wordsworth, 1997.

La Querelle des Anciens et des Modernes, ed. de M. Fumaroli et al., París, Gallimard, 2001.

JOHNSON, Samuel, The Lives of the Poets. A Selection, ed. de R. Lonsdale y J. Mullan, Cambridge University Press, 2009 (Vida de los poetas ingleses, ed. de B. Dietz, Madrid, Cátedra, 1988).

SWIFT, Jonathan, A Tale of a Tub and Other Works, ed. de M. Walsh, The Cambridge Edition of the Works of Jonathan Swift, Cambridge University Press, 2010 (Cuento de una barrica, ed. de P. Elena y E. Lorenzo, Madrid, Cátedra, 2000).

— Gulliver’s Travels, ed. de D. Womersley, The Cambridge Edition of the Works of Jonathan Swift, Cambridge University Press, 2010 (Los viajes de Gulliver, trad. de A. Rivero Taravillo, Valencia, Pre-Textos, 2009).

LITERATURA DE REFERENCIA

SITWELL, Edith, Alexander Pope, Londres, Faber & Faber, 1930.

LOVEJOY, Arthur O., The Great Chain of Being. A Study in the History of an Idea (1936), Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 2001 (La gran cadena del ser. Historia de una idea, trad. de A. Desmonts, Barcelona, Icaria, 1983).

KNIGHT, Douglas M., Pope and the Heroic Tradition. A Critical Study of his Iliad, Yale University Press, 1951.

BROWER, Reuben Arthur, Alexander Pope. The Poetry of Allusion, Oxford University Press, 1959.

AMARASINGHE, Upali, Dryden and Pope in the Early Nineteenth Century. A Study of Changing Literary Taste 1800-1830, Cambridge University Press, 1962.

WIMSATT, William K., The Portraits of Alexander Pope, Yale University Press, 1965.

QUENNELL, Peter, Alexander Pope. The Education of Genius 1688-1728, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 1968.

HOPE NICOLSON, Marjorie yROUSSEAU, George Sebastian, This Long Disease, My Life. Alexander Pope and the Sciences, Princeton University Press, 1968.

MACK, Maynard, The Garden and the City. Retirement and Politics in the Later Poetry of Pope 1731-1743, University of Toronto Press, 1969.

— Alexander Pope. A Life, Nueva York, Norton & Yale University Press, 1986.

LERENBAUM, Miriam, Alexander Pope’s Opus Magnum 1729-1744, Oxford University Press, 1977.

BROWNELL, MorrisR., Alexander Pope and the Arts of Georgian England, Oxford University Press, 1978.

VOSS, Annemarie, The influence of Lucretius’ De rerum natura on Alexander Pope’s An Essay on Man, Ball State University, 1980.

NUTTALL, A. D., Alexander Pope’s Essay on Man, Londres, Allen & Unwin, 1984.

STACK, Frank, Pope and Horace. Studies in Imitation, Cambridge University Press, 1985.

DAMTOSCH, LeopoldJr., The Imaginative World of Alexander Pope, University of California Press, Berkeley, 1987.

ROBBINS, Caroline, The Eighteenth-Century Commonwealthman. Studies in the Transmission, Development, and Circumstance of English Liberal Thought from the Restoration of Charles II until the War with the Thirteen Colonies, Annapolis, Liberty Fund, 19872.

FOXON, David, Pope and the Early Eighteenth-Century Book Trade, Oxford, Clarendon Press, 1991.

SOLOMON, Harry M.,The Rape of the Text. Reading and Misreading Pope’s Essay on Man, Tuscaloosa y Londres, The University of Alabama Press, 1993.

ROGERS, Pat, Essays on Pope, Cambridge University Press, 1993.

— The Alexander Pope Encyclopaedia, Westport (Conn.), y Londres, Greenwood Press, 2004.

— Pope and the Destiny of the Stuarts. History, Politics, and Mythology in the Age of Queen Anne, Oxford University Press, 2005.

— A Political Biography of Alexander Pope, Londres, Routledge, 20162.

GRIFFIN, Robert J., Wordsworth’s Pope. A Study in Literary Historiography, Cambridge University Press, 1995.

DEUTSCH, Helen, Resemblance and Disgrace. Alexander Pope and the Deformation of Culture, Harvard University Press, 1996.

ERSKINE-HILL, H., Pope: World and Word, Oxford University Press, 1998.

KNELLWOLF, Christa, A Contradiction Still. Representations of Women in the Poetry of Alexander Pope, Manchester University Press, 1999.

LEVINE, Joseph M., Between the Ancients and the Moderns. Baroque Culture in Restoration England, New Haven y Londres, Yale University Press, 1999.

BAINES, Paul, The Complete Critical Guide to Alexander Pope, Londres, Routledge, 2000.

NOGGLE, J., The Skeptical Sublime. Aesthetic Ideology in Pope and the Tory Satirists, Oxford University Press, 2001.

TERRY, Richard, Poetry and the Make of the English Literary Past 1660-1781, Oxford University Press, 2001.

HASLETT, Moyra, Pope to Burney 1714-1779. Scriblerians to Bluestockings, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2003.

JONES, Tom, Pope and Berkeley. The Language of Poetry and Philosophy, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2005.

The Cambridge Companion to Alexander Pope, ed. de P. Rogers, Cambridge University Press, 2007.

Alexander Pope. The Critical Heritage, ed. de J. Barnard, Londres, Routledge, 20092.

GRIFFIN, Dustin, Swift and Pope. Satirists in Dialogue, Cambridge University Press, 2010.

MARSHALL, Ashley, The Practice of Satire in England 1658-1770, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2013.

ATKINS, G. Douglas,Alexander Pope’s Catholic Vision. Slave to No Sect, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2013.

Anniversary Essays on Alexander Pope’s The Rape of the Lock, ed. de D. W. Nichol, University of Toronto Press, 2016.

ENSAYO SOBRE EL HOMBREY OTROS ESCRITOS

ODA A LA SOLEDAD16

Feliz el hombre cuyos anhelos e inquietudes

se encierran entre unos pocos acres paternos,

contento de respirar el aire de su infancia

en su propia tierra,

cuyas vacas le dan leche, pan los campos,

cuyas ovejas lo proveen de vestido;

en verano los árboles le proporcionan sombra,

en invierno fuego.

Bendito aquel que puede vivir sin cuidado

10viendo pasar tranquilo horas, días y años;

rebosante de salud y serena la actitud,

tranquilo durante el día.

El sueño de noche, el estudio y la calma

se unen entre sí, en dulce recreo,

y la inocencia, que tanto satisface

con la meditación.

Dejadme vivir, inadvertido, ignoto;

dejadme morir sin lamento

y abandonar el mundo sin que lápida alguna

20delate mi reposo.

16 Pope afirmaba haber escrito la «Ode on Solitude» a la edad de doce años. Se incluyó en la primera edición de sus Works en 1717. La imitación horaciana del Beatus ille no lo abandonaría durante el resto de una vida circunscrita por la soledad de quien supo, sin embargo, conservar a sus amigos. (E.)

PASTORALES

Rura mihi et rigui placeant in vallibus amnes,Flumina amem, sylvasque, inglorius!

VIRGILIO

Estas Pastorales fueron escritas a los dieciséis años y luego pasaron a las manos del señor Walsh, el señor Wycherley, G. Granville (luego lord Lansdowne), sir William Trumbull, el doctor Garth, lord Halifax, lord Sommers, el señor Mainwaring y otros. Todos ellos alentaron al autor, particularmente el señor Walsh (a quien el señor Dryden, en su Post scriptum a Virgilio, llama el mejor crítico de su época). «El autor —dice— parece tener un genio particular para esta clase de poesía y un juicio que excede con mucho a sus años. Ha tomado con mucha libertad de los antiguos. Pero lo propio que ha mezclado no es inferior a lo que ha tomado de ellos. No es adulación decir que Virgilio no había escrito nada tan bueno a su edad. Su Prefacio es juicioso y docto» (Carta al señor Wycherley, c. 1705). Lord Lansdowne, por la misma época, mencionando la juventud de nuestro poeta, dice (en una carta impresa sobre el carácter del señor Wycherley) que, «si prosigue como ha empezado al modo pastoral, como Virgilio lo intentó con todo su vigor, podemos esperar que la poesía inglesa rivalice con la romana» etc. A pesar de lo temprano de su producción, el autor las estima como la más correcta de sus versificaciones, y la más musical en los versos, de toda su obra. La razón de que las elaborase con tanto cuidado fue, sin duda, que esta clase de poesía deriva toda su belleza de una sencillez natural del pensamiento y una suavidad del verso, mientras que en las demás consiste en la fuerza y plenitud de ambas cosas. En una carta suya al señor Walsh por esa época encontramos una enumeración de diversas sutilezas de la versificación, que tal vez no se hayan observado en ningún poema en inglés salvo en estas Pastorales. No se imprimieron hasta 170917.

 

PRIMAVERAPRIMERA PASTORAL O DAMÓN

A sir William Trumbull18

Soy el primero en probar en estos campos los compases silvanos19