Ensayo sobre el origen de las lenguas - Jean Jacques Rousseau - E-Book

Ensayo sobre el origen de las lenguas E-Book

Jean Jacques Rousseau

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Beschreibung

Si este ensayo es una premonición de algunos de los derroteros de la lingüística actual y de la neorretórica francesa, también admite ser leído como uno de los textos pioneros de la relativización de las ideas y las creencias; un proyecto de etnología, un esbozo de historia de la evolución del lenguaje que es también una historia de la humanidad. La idea que el autor tiene de la lengua escrita en contraposición a la hablada remite a una concepción y a un tratamiento alternativos del lenguaje: a veces como código, a veces como flujo. Es, en definitiva, una obra que la discusión contemporánea precisa como uno de sus lugares obligados.

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Seitenzahl: 106

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Ensayo sobre el origen de las lenguas

Jean-Jacques Rousseau

Traducción de Adolfo Castañón

Edición conmemorativa 70 Aniversario, 2006 Primera edición, Génova, 1781 La primera edición del FCE fue publicada en 1984 Primera edición electrónica, 2010

Título original: Essai sur l’origine des langues

D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-0301-2

Hecho en México - Made in Mexico

Advertencia

El ensayo sobre el origen de las lenguas, de Jean-Jacques Rousseau, es uno de esos textos “menores” que los años y los avances y reorientaciones de la interpretación vuelven como la pieza imprevista que distorsiona y amplía la figura del clásico en cuestión. Circunspecto y sonriente, un Jean-Jacques etnólogo y estructuralista surge de las páginas del Ensayo... Y aun aquel teórico musical que había en Rousseau, y que tan desdeñado era por sus contemporáneos, renace convertido en sagaz formalizador. La transfiguración del sentimental tiene también su pequeña historia. En su De la gramatología, Jacques Derrida se aplica a entrelinear a Jean-Jacques y a Ferdinand de Saussure. Hay resultados de todo orden: entre otros, el de detectar en el Ensayo sobre el origen de las lenguas “las premisas conceptuales de la glosemática y de la gramática generativa”. Pero si el Ensayo es una premonición de algunos de los derroteros de la lingüística actual y de la neorretórica francesa, también admite ser leído como uno de los textos pioneros de la relativización de las ideas y las creencias, un proyecto de etnología, un esbozo de historia de la evolución del lenguaje que es también una historia de la humanidad. Podría añadir: la idea que Rousseau tiene de la lengua escrita en contraposición a la hablada remitiría a una concepción y a un tratamiento alternativos del lenguaje: a veces como código, a veces como flujo. La indecisión de Rousseau a este respecto es más que ilustrativa. Las situaciones planteadas, padecidas y escritas por Rousseau pensador y/o por Rousseau escritor prefiguran las condiciones de muchas de esas parejas de escritores homónimos que conviven en un solo hombre. Explica Maurice Blanchot, al concluir su ensayo sobre Rousseau: Jean Jacques “resulta sospechoso ante el pensador tanto como ante el escritor por haber querido, imprudentemente, ser el uno mediante el otro”.

Entre nosotros, en México, es a Ernesto Mejía Sánchez a quien se debe el mejor y más exhaustivo estudio sobre el Ensayo. En “El pensamiento literario de Rousseau”, trabajo publicado originalmente en el volumen colectivo Presencia de Rousseau (Coordinación de Humanidades, UNAM, México, 1962), verifica un recuento pormenorizado de los lugares en que Rousseau alude a la cuestión del lenguaje, el problema de su origen y condición. Siguiendo la guía de Alfonso Reyes y complementándola con un conocimiento detallado de la obra del ginebrino, pondera el ascendiente de Cicerón para emprender, en seguida, un examen del Ensayo sobre el origen de las lenguas que comprende desde una minuciosa apreciación filológica acerca del origen del texto y de su lugar en la obra de Rousseau hasta un ensayo de literatura comparada donde constata la huella que las ideas del Ensayo imprimieron en los pensadores americanos del siglo XIX como Zorrilla de San Martín y Santiago I. de Barberena, así como en los mexicanos Ignacio Ramírez y Francisco Pimentel. Más allá de esa imprescindible introducción americana al tema, el Ensayo sobre el origen de las lenguas es un texto que la discusión contemporánea precisa como uno de sus lugares obligados.

La traducción que aquí se presenta está fundada en la edición del Ensayo, reproducida por la Bibliothèque du Graffe de Cahiers pour l’Analyse, establecida originalmente por A. Belin en 1817 y que reproduce sin mayores variaciones la de las Oeuvres Posthumes deJean-Jacques Rousseau (t. III), Ginebra, MDCCLXXXI.

Adolfo Castañón

Ensayo sobre el origen de las lenguas

I. De los diversos medios de comunicar nuestros pensamientos

La palabra distingue al hombre entre los animales: el lenguaje distingue a las naciones entre sí; sólo se sabe de dónde es un hombre hasta que ha hablado. El uso y la necesidad hacen aprender a todos la lengua de su país; pero ¿qué hace que esa lengua sea la de su país y no la de otro? Para decirlo, es preciso remontarse a alguna razón concerniente a lo local, y que sea anterior a las costumbres mismas: por ser la primera institución social, la palabra sólo debe su forma a causas naturales.

Tan pronto como un hombre fue reconocido por otro como un ser sensible, pensante y similar a él, el deseo o la necesidad de comunicarle sus sentimientos y sus pensamientos lo llevó a buscar los medios apropiados para ello. Tales medios sólo pueden sacarse de los sentidos, únicos instrumentos por los que puede un hombre actuar sobre otro. De ahí, pues, la institución de los signos sensibles para expresar el pensamiento. Los inventores del lenguaje no se hicieron este razonamiento, pero el instinto les sugirió su consecuencia.

Los medios generales por los que podemos actuar sobre los sentidos de otros se limitan a dos, a saber: el movimiento y la voz. La acción del movimiento es inmediata por el tacto o mediata por el gesto: la primera, cuyo límite es la longitud del brazo, no puede transmitirse a distancia, pero en cambio la otra alcanza tan lejos como el radio visual. Por ello solamente quedan la vista y el oído como órganos pasivos del lenguaje entre los hombres dispersados.

Bien que la lengua y la voz sean igualmente naturales, la primera es más fácil y depende menos de las convenciones: pues son más los objetos que llaman la atención de nuestros ojos que los que alcanzan nuestros oídos, y las figuras poseen mayor variedad que los sonidos; también son más expresivas y dicen más en menos tiempo. Se dice que el amor fue el inventor del dibujo. Pudo también inventar la palabra, pero con menor fortuna. No muy contento con ella, la desdeña: tiene modos más vivos de expresarse. ¡Cuántas cosas decía a su amante aquella mujer que dibujaba gustosa su sombra! ¿Qué sonidos hubiese empleado para traducir el movimiento de esa varita?

Nuestros gestos sólo significan nuestra inquietud natural; no es de ellos de lo que quiero hablar. Nadie más que los europeos gesticulan al hablar: se diría que toda la fuerza de su lengua está en sus brazos, le añaden además la de sus pulmones y todo ello no les sirve de nada. Mientras un francés se agita y atormenta el cuerpo para decir muchas palabras, el turco retira un momento la pipa de su boca, dice una frase entre dientes y lo aplasta con una sentencia.

Desde que aprendimos a gesticular, olvidamos el arte de las pantomimas; igualmente, por muchas y muy perfectas que sean nuestras gramáticas, no entendemos ya los símbolos de los egipcios. Lo que de más profundo y vivo decían los antiguos no lo expresaban con palabras sino con signos; lo mostraban, no lo decían.

Abrid la historia antigua; la encontraréis llena de esos modos de argumentar a los ojos, y nunca dejan de producir un efecto más seguro que todos los discursos que se hubieran podido poner en su lugar. Ofrecido antes de hablar, el objeto conmueve la imaginación, excita la curiosidad, mantiene en vilo el espíritu y a la espera de lo que se va a decir. He observado que los italianos y los provenzales, entre quienes es corriente que el gesto preceda al discurso, encuentran así el medio de hacerse escuchar mejor y aun con mayor placer. Pero el lenguaje más enérgico es aquel en que el signo lo ha dicho todo antes de que se hable. Tarquino Trasíbulo abatiendo las cabezas de las adormideras, Alejandro aplicando su sello en la boca de su favorito, Diógenes paseándose ante Zenón, ¿no hablan así mejor que con palabras? ¿Qué circuito de palabras hubiese sido capaz de expresar tan bien las mismas ideas? Darío, enfrascado en Escitia con su ejército, recibe de parte del rey de los escitas una rana, un ave, una rata y cinco flechas: el heraldo entrega su presente en silencio y parte. Esta terrible arenga fue entendida y Darío no tuvo otra urgencia mayor que la de regresar a su país como pudo. Sustitúyanse esos signos por una carta: cuanto más amenazante sea, menos asustará; escrita, no hubiese sido más que una baladronada de la que sólo habría reído Darío.

Cuando el levita Efraín quiso vengar la muerte de su mujer, no escribió a las tribus de Israel; dividió el cuerpo en doce pedazos y se lo envió. Ante su horrible aspecto, corrieron a las armas gritando a una voz: no, nunca nada semejante ha ocurrido enIsrael, desde el día en que nuestros padres salieron de Egipto hasta hoy. Yfue exterminada la tribu de Benjamín.[1] En nuestros días le hubiesen dado largas al asunto, convertido en alegatos, discusiones, quizás en chanzas, y el más horrible de los crímenes habría quedado finalmente impune. Al volver del laboreo, el rey despedazó del mismo modo los bueyes de su carreta, y empleó un signo parecido para hacer que Israel socorriera a la ciudad de Jabés. Los profetas de los judíos, los legisladores de los griegos, al ofrecer al pueblo con frecuencia objetos sensibles, le hablaban mejor por medio de esos objetos de lo que lo hubieran hecho mediante largos discursos; y la manera en que Atenea cuenta cómo el orador Hipérides hizo absolver a la cortesana Friné, sin alegar una sola palabra en su defensa, es también una elocuencia muda cuya acción suele tener efecto en todos los tiempos.

Así, se habla a los ojos mucho mejor que a los oídos. No hay nadie que no sienta la verdad del juicio de Horacio a este respecto. Se ve incluso que los discursos más elocuentes son aquellos en que se insertan más imágenes; y los sonidos nunca tienen tanta energía como cuando hacen el efecto de colores.

Pero cuando se trata de conmover el corazón y de inflamar las pasiones, es absolutamente distinto. La impresión sucesiva del discurso, que afecta mediante golpes redoblados, os da una emoción muy distinta a la del objeto mismo, que queda visto con una ojeada. Imaginad una situación de dolor perfectamente conocida; al ver a la persona afligida, difícilmente os conmoveréis hasta el llanto, pero dadle tiempo de deciros cuánto siente y pronto os desharéis en lágrimas. Sólo así hacen sentir su efecto las escenas de tragedia.[2] La pantomima sola os dejará casi sin discursos, tranquilos, el discurso sin gestos os arrancará lágrimas. Las pasiones tienen sus gestos, pero también tienen sus acentos: y esos acentos que nos hacen estremecer, esos acentos a los que no puede uno sustraer su órgano, penetran por él hasta el fondo del corazón, llevando ahí, a nuestro pesar, los movimientos mismos que los arrancan, haciéndonos sentir lo que oímos. Concluyamos que los signos visibles vuelven más exacta la imitación, pero que el interés se excita mejor mediante los sonidos.

Esto me hace pensar que si nunca hubiésemos tenido otra cosa que necesidades físicas, muy bien habríamos podido no hablar nunca y entendemos a la perfección exclusivamente con la lengua de los gestos. Habríamos podido establecer sociedades poco diferentes de lo que hoy son o que aun se hubiesen encaminado mejor hacia su meta. Habríamos podido instituir leyes, elegir jefes, inventar artes, establecer el comercio y hacer, en una palabra, prácticamente casi tantas cosas como las que hacemos gracias a la ayuda de la palabra. La lengua epistolar de los salamas[3] transmite sin temor de los celosos los secretos de la galantería oriental a través de los harenes mejor guardados. Los mudos del Gran Señor se entienden entre sí y captan todo cuanto se les dice por signos, tan bien como lo que puede decirse por medio del discurso. El señor Pereyre, y quienes, como él, enseñan a los mudos no solamente a hablar sino a saber lo que dicen, están obligados a enseñarles antes una lengua no menos compleja, con cuya ayuda puedan hacerles comprender aquella.

Dice Chardin que en la India los comerciantes, dándose la mano y modificando sus atuendos de un modo que nadie puede advertir, tratan en público, pero en secreto, todos sus asuntos sin decir una palabra. Suponed ciegos, sordos y mudos a esos comerciantes, no por ello dejarán de entenderse; lo cual muestra que de los dos sentidos por los que estamos activos, uno sólo bastaría para formarnos un lenguaje.