Entre la ambición y el deseo - Su posesión más preciada - Lucy Monroe - E-Book
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Entre la ambición y el deseo - Su posesión más preciada E-Book

Lucy Monroe

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Beschreibung

Entre la ambición y el deseo Madison Archer, una joven de la alta sociedad, había aparecido en los titulares por un escándalo del que ella no era responsable y casarse con el implacable Viktor Beck era la única manera de salvar lo que quedaba de su reputación. Maddie siempre había estado en los planes de Viktor para hacerse con la empresa de su padre, y la intensa atracción que había entre ellos parecía endulzar el trato que le ofrecía… Aunque no era amor lo que latía en el corazón de Viktor, estaba dispuesto a demostrarle a Maddie que la química entre ellos era irresistible. Pero el tiburón de las finanzas iba a llevarse una sorpresa al descubrir que la supuestamente frívola Madison Archer seguía siendo virgen. Su posesión más preciada Romi Grayson solo había probado una vez los seductores labios de Maxwell Black y sabía que debería alejarse… especialmente al descubrir lo decidido que estaba a hacerla suya. Max se enorgullecía de llevar siempre el control y, sin embargo, Romi había logrado colarse bajo sus férreas defensas justo antes de darle la espalda. Pero él estaba decidido a terminar lo que había empezado… El magnate ruso haría lo que tuviese que hacer, incluso recurrir al chantaje, para tener a Romi en su cama. Y su inocencia haría que la ansiada posesión fuese aún más dulce.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

N.º 23 - marzo 2015

 

© 2014 Lucy Monroe

Entre la ambición y el deseo

Título original: An Heiress for His Empire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

© 2014 Lucy Monroe

Su posesión más preciada

Título original: A Virgin for His Prize

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5819-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Entre la ambición y el deseo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Su posesión más preciada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Publicidad

Entre la ambición y el deseo

Capítulo 1

 

 

Madison Archer soltó su taza de café con tanta fuerza que el líquido se desparramó sobre la mesa mientras leía las alertas de Google con creciente horror.

 

¿La frívola Madison está buscando un nuevo novio?

A la heredera Archer le va el sado.

El chico malo de San Francisco planta a la chica malísima.

 

Los artículos criticaban su estilo de vida y su relación con Perry Timwater… una relación absolutamente falsa.

Que Perry fuese la fuente hizo que se le atragantase el café.

Según el artículo sobre su ficticia relación, ella era sumisa, sadomasoquista y necesitaba múltiples hombres para sentirse satisfecha.

Madison apretó los dientes para contener una palabrota mientras leía que era su incapacidad de ser fiel lo que había forzado a Perry Timwater a cortar con ella.

No le importaría cortarle algo a Perry en aquel mismo instante.

La rabia la ahogaba.

¿Cómo podía haberle hecho aquello?

Perry era su amigo.

Se habían conocido durante el primer año de universidad. Perry Timwater la hacía reír cuando pensaba que nada podría hacerlo después de su épico fracaso intentando conseguir la atención de Viktor Beck. Había empezado la carrera con el corazón roto y él la había ayudado a superarlo. A cambio, ella lo había ayudado a aprobar las clases de cálculo. Perry había sido su acompañante, su amigo, y ella le había dado entrada al mundo de Jeremy Archer, que estaba muy por encima del suyo.

Pero nunca, ni una sola vez, esa amistad había sido algo más.

En ese momento sonó un golpecito en la puerta.

–¡Soy yo, no te asustes! –un segundo después escuchó el ruido de la llave y la puerta se abrió.

Con una bolsa de su panadería favorita en la mano, la melenita morena enmarcando una cara de duende, Romi Grayson cerró la puerta con el pie.

–He venido con dulces para curar tus penas.

–No sé si el chocolate puede mejorar esta situación.

Romi dejó escapar un suspiro.

–Así que Perry ha perdido la cabeza, ¿no?

–¿Lo has leído?

–Los periodistas me despertaron exigiendo que diese mi opinión sobre las actividades sexuales de mi mejor amiga –Romi hizo una mueca–. Actividades en las que no tomarías parte aunque no fueses virgen, por cierto.

–Nunca he podido confiar lo suficiente en un hombre como para acostarme con él y mucho menos con varios.

Podría parecer ridículo en una mujer de veinticuatro años, pero eso era algo que no iba a cambiar por el momento.

–No tiene nada que ver con la confianza en los hombres. Lo que pasa es que te enamoraste de Viktor Beck cuando eras una adolescente y aún no se te ha pasado.

–¡Romi!

No estaba de humor para hablar del chico de oro de su padre, un moreno de ojos oscuros con un cuerpo para morirse.

–Solo digo…

–Nada que no hayas dicho antes –la interrumpió Maddie, con el estómago encogido.

Vik también leería el artículo, pero no podía pensar en eso en aquel momento o de verdad iba a vomitar.

–Mi padre me va a matar.

Aquel nuevo escándalo lograría romper la fachada de hielo del magnate de San Francisco. Y no como Maddie siempre había querido.

Jeremy Archer la había enviado a un internado tras la muerte de su madre y ella había buscado la atención de la prensa con la esperanza de lograr así la de su padre. Había funcionado para su madre, Helene Madison, pero esa estrategia había sido un fracaso espectacular para ella.

En los nueve años que habían transcurrido desde la muerte de su madre, Jeremy siempre había pensado lo peor de su hija. Cuando no estaba ignorándola completamente.

–Si antes no se muere de un infarto –Romi puso frente a ella un croissant relleno de chocolate.

–No digas eso.

–Lo siento, se me ha escapado. Ya sabes cómo soy. Pero tu padre siempre está tan tenso…

–Sí, es verdad.

–Me gustaría retorcerle el cuello a Perry –Romi mordió su croissant–. ¿Cómo se le ha ocurrido hacer algo así?

–Por dinero.

No sabía que rechazar su última petición de dinero acabaría en una humillación pública. ¿Cómo iba a pensarlo? Los amigos no se hacían eso.

–Imbécil –murmuró Romi.

Maddie llevaba años intentando que sus dos amigos se llevasen bien, pero eso se había terminado.

–¿Qué voy a hacer?

–Podrías amenazarlo con una demanda y exigir que se retracte.

–Sería mi palabra contra la suya.

–¡Pero ni siquiera os habéis besado!

–Nos hemos besado ante las cámaras muchas veces. Perry siempre bromeaba sobre eso.

Había sido su acompañante durante mucho tiempo y más de una vez habían especulado sobre su relación, a menudo citando fuentes anónimas y publicando fotos en las que estaban besándose.

–¿Crees que ha hecho esto antes?

–¿Vender detalles confidenciales de nuestra supuesta relación? –Romi hizo una mueca–. Tú sabes lo que pienso.

–Es una sanguijuela.

–Siempre lo ha sido.

–Pero ha sido un buen amigo durante muchos años –protestó Maddie, que aún no podía creer que no lo fuera.

Romi lanzó sobre ella una mirada de incredulidad, sin decir nada porque no era necesario.

–No podría demostrar que nunca ha habido nada entre nosotros, pero puedo demandarlo por libelo por los detalles escabrosos.

–Sería su palabra contra la tuya, tú misma lo has dicho.

–Pero está mintiendo.

–¿Y eso es algo nuevo para la prensa del corazón? Publican mentiras todos los días y les da igual.

Sintiéndose impotente, Maddie apartó el croissant.

–Podrías pedirle ayuda al Relaciones Públicas de tu padre –sugirió su amiga–. Y hacer quedar a Perry como una rata.

Eso suponiendo que su padre quisiera ayudarla.

–Pero no vas a hacerlo porque Perry era tu amigo –siguió Romi.

Maddie abrió la boca, pero su amiga hizo un gesto con la mano.

–No te atrevas a decir que sigue siéndolo.

–No, está muy claro que no es amigo mío y no lo ha sido nunca.

–Cariño… –Romi la abrazó.

–Pensé que era un amigo de verdad.

–Y en lugar de eso ha resultado ser un canalla –el tono de Romi dejaba claro que tenía experiencia con ese tipo de gente.

–Desde luego.

En ese momento sonó su smartphone, con un clamor de corneta.

Romi se apartó.

–¿El chico de oro?

–Me pareció el sonido más apropiado.

Solo tenía alertas de sonido para determinadas personas: Romi, Perry, que iba a desaparecer de la lista inmediatamente, su padre y el hombre que era su mano derecha: Viktor Beck.

El futuro heredero del negocio no solía ponerse en contacto con ella, pero si así era tenía una alerta bien audible.

Ignorando otros mensajes de amigos, conocidos y chacales de los medios de comunicación, Maddie abrió el mensaje.

 

El señor Archer quiere verte a las 10:45. Confirma, por favor.

 

«El señor Archer», no «tu padre». Eso sería demasiado personal.

–Mi padre quiere verme esta mañana –Maddie se mordió los labios.

–¿Y piensas ir?

–Ya veremos.

Maddie envió un mensaje de texto diciendo que podía ir después de la una.

Quince minutos después, Romi desapareció y enseguida sonó la canción de Michael Bublé, Call me irresponsible, en su smartphone.

Su padre la llamaba personalmente. No era un mensaje. Inaudito.

En cualquier otro momento se habría emocionado, pero aquel día la llamada era tan amenazadora como la banda sonora de Halloween.

Maddie se llevó el teléfono a la oreja.

–Hola, padre.

–A las diez cuarenta y cinco, Madison. Y no llegues tarde.

–Tú sabes que tengo otras cosas que hacer.

No, en realidad no tenía ni idea. Su padre no sabía nada de su otra vida.

Había intentado hablar de ello en una ocasión, pero Jeremy se había reído, diciendo que era absurdo perder el tiempo trabajando como voluntaria en un colegio para niños provenientes de familias pobres.

Desde entonces, Maddie se había encargado de separar esas dos vidas. Maddie Grace, que adoraba a los niños y era voluntaria en su tiempo libre no tenía absolutamente nada en común con Madison Archer, rica heredera, ni siquiera el color del pelo o los ojos.

–Cancélalo –dijo su padre. Una orden, no una petición.

Qué típico.

–Es algo importante.

–No, no lo es –el tono helado de Jeremy Archer hizo que sintiera un escalofrío.

–Lo es para mí –insistió ella.

–A las diez cuarenta y cinco, Madison –repitió su padre antes de cortar la comunicación.

 

 

Protegida por la armadura de la heredera Madison Archer, Maddie salió del ascensor en la planta veintinueve del lujoso edificio en el distrito financiero de San Francisco.

Tenía los nervios agarrados al estómago, pero no se notaba en su cara porque llevaba años disimulando sus sentimientos en todo lo que se refería a su padre.

Se había aplicado un ligero maquillaje para destacar sus ojos, los perfectos rizos rojos enmarcando un rostro ovalado tan parecido al de su madre. Nunca había tenido que darse mechas para destacar el tono cobre que le había otorgado la naturaleza.

El traje de Valentino blanco y negro no era de la colección de ese año, pero era uno de sus favoritos y con él conseguía la imagen que buscaba: el bajo de la falda recta unos centímetros por encima de las rodillas y la chaqueta estilo Jackie Kennedy, con un elegante lazo a modo de cinturón.

Había optado por unos zapatos negros de Jimmy Choo que añadían seis centímetros a su metro sesenta y seis, un sencillo bolso de Chanel, un reloj Cartier, el favorito de su madre, y unos pendientes de diamantes.

No se parecía nada a la mujer que Perry describía en esa entrevista.

Entró en la sala de juntas sin llamar a la puerta, haciendo una pausa estratégica para observar a los reunidos. No iba a esconderse como una cobarde.

Había siete personas alrededor de la mesa. Su padre ocupaba la cabecera y a su derecha, como era de esperar, estaba Viktor Beck, el hombre por el que había estado encandilada desde que empezó a trabajar en la empresa diez años antes. Y el encandilamiento adolescente había pasado a ser algo más, algo que hacía que ningún otro hombre pudiera compararse con él.

El primer año aún vivía su madre y Helene solía tomarle el pelo al ver que se ponía colorada cuando Viktor Beck aparecía en casa.

Había aprendido a controlar ese rubor, pero no los sentimientos que Viktor engendraba en ella y que presenciara su humillación pública la ponía enferma.

Menos comprensible, pero no tan angustioso, era la presencia de la ayudante de su padre y de dos prebostes de AIH.

El rostro del tercer hombre le resultaba familiar, pero no podía ponerle nombre.

Todos tenían unos papeles delante y no había que ser muy listo para saber que era la entrevista de Perry. Pero había más papeles, algo que parecía un contrato…

Maddie miró a su padre con el sarcasmo que había usado durante años para disimular su vulnerabilidad.

–Veo que no se te ha ocurrido hablar conmigo de esto en privado.

–Siéntate, Madison –Jeremy Archer no se molestó en responder a su comentario.

Lo cual no debería sorprenderle o dolerle. Entonces, ¿por qué era así?

Maddie contó hasta tres antes de obedecer la brusca orden.

–Imagino que ya habrás escrito una carta exigiendo que se retracte.

–¿Crees que tu examante se retractaría? –le preguntó Conrad, el Relaciones Públicas de la empresa.

–Para empezar, no es mi examante. Segundo, no tiene que retractarse para que lo demandemos por libelo.

–No tengo por costumbre perder tiempo y dinero en una tarea imposible –dijo su padre.

–El artículo está ahí y no se puede cambiar –asintió ella– pero todo lo que cuenta es mentira.

–Si quieres demandar a tu examante hazlo, pero no es asunto mío.

–¿No habrás creído las cosas que cuenta? –exclamó Maddie.

–Lo que yo crea o deje de creer no es importante.

–Lo es para mí.

Había solo dos personas en aquella sala cuya opinión le importase, la de su padre y la de Viktor Beck, aunque no debería ser así.

Y nada en los oscuros ojos oscuros de Vik revelaba sus pensamientos.

Años atrás habría intentado animarla con una sonrisa o incluso un guiño, pero esos días habían pasado. Se había mostrado frío con ella desde que volvió a casa después de su primer año de universidad.

Y aunque podría ser culpa suya, no le gustaba.

Su padre se aclaró la garganta.

–Ese artículo ha precipitado este encuentro, pero no es la razón principal.

–¿Qué quieres decir?

–El tema que vamos a tratar es tu inaceptable notoriedad, Madison. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras intentas competir en infamia con otras herederas.

–Yo no hago eso.

Maddie había intentado conseguir la atención de su padre, pero jamás había llegado tan lejos.

En fin, Romi y ella eran conocidas por su participación en manifestaciones y protestas por los recortes en la educación pública. Y Maddie había ido más lejos, haciendo puenting en el Golden Gate para colocar una pancarta gigante con un mensaje ecologista.

Sí, debía reconocer que había hecho alguna travesura, pero siempre de carácter inocente. Y no había vuelto a salir en los medios desde que acabó en el hospital con una fractura en la pelvis por lanzarse en paracaídas seis meses antes.

Su padre se había negado a devolverle las llamadas mientras estaba en el hospital y había dejado claro, a través de su ayudante, que no era bienvenida en la mansión familiar mientras se recuperaba. Maddie se había visto obligada a contratar a una persona para que la ayudase durante esas semanas. Romi se había ofrecido a ayudar, pero ella no quería aprovecharse de su amistad.

–¿Debo entender que Madison no sabe nada sobre el contenido de este contrato? –preguntó Vik entonces, con tono de desaprobación–. ¿Y esperas que acepte?

–Aceptará –respondió su padre–. O la dejaré fuera de mi vida completamente.

La absoluta convicción en su tono fue como un cuchillo en el corazón de Maddie.

–¿Por esto? –exclamó, señalando el artículo–. ¡Pero si nada de lo que cuenta es verdad!

–No seguirás arrastrando mi apellido y el de mi empresa por el barro, Madison.

–Yo no arrastro tu apellido –replicó ella.

Su padre empezó a leer la entrevista en voz alta y los ojos de Maddie se llenaron de lágrimas, pero se negaba a llorar. Sería tan fría como Jeremy Archer.

–Te he dicho que todo es mentira.

–¿Y por qué iba a mentir? –preguntó el Relaciones Públicas.

–Por dinero, por venganza –respondió ella. Porque la última vez que le pidió dinero le dijo que no–. No lo sé, pero el caso es que ha mentido.

¿Cuántas veces iba a tener que decirlo?

–Es hora de tomar medidas –dijo Jeremy, como si ella no hubiese hablado.

–En eso al menos estamos de acuerdo. Empezaremos con una demanda a menos que se retracte.

Tal vez tendría que desvelar su alter ego, Maddie Grace, para combatir la imagen negativa que tanto preocupaba a su padre.

Jeremy hizo un gesto con la mano.

–Creo haber dejado claro que este escándalo no es lo que me preocupa.

–¿Y qué es lo que te preocupa entonces?

–Tu caprichoso estilo de vida, que ha dado como resultado una notoria e inaceptable reputación.

–¿Quieres que trabaje en la empresa? –le preguntó Maddie, sin ningún entusiasmo.

La última vez que había salido el tema de Archer International Holdings, su padre había dejado claro que no esperaba que se hiciera cargo de la empresa algún día.

–No, en absoluto.

–¿Quieres que busque trabajo en otro sitio?

Podría hacerlo. Si eso suavizaba la relación con su padre buscaría un trabajo… siempre que no interfiriese con su horario de voluntaria.

Jeremy Archer rio, despectivo.

–¿Crees que alguien te contrataría ahora?

Maddie notó que se ponía colorada. Se había acostumbrado a esconder sus emociones, pero aquella situación la superaba.

Además, tenía razón. Si se descubría que Madison Archer era Maddie Grace podrían pedirle que dejase su trabajo en el colegio. Todo por un hombre al que había creído su amigo y que no era más que un mentiroso, manipulador y oportunista.

–Quiere que te cases –la informó Vik, con total seriedad.

Y su padre no lo negó.

Maddie miró alrededor para ver la reacción del resto. El Relaciones Públicas y la secretaria de Jeremy estaban mirando sus tablets, ignorando la conversación o fingiendo hacerlo.

Uno de los hombres la miraba de una forma tan desagradable que casi hizo que se sintiera sucia. El otro estaba leyendo unos papeles y el tercero, al que no conocía, miraba a su padre.

La expresión de Vik era tan enigmática como siempre.

Maddie miró a su padre de nuevo, pero en su rostro solo vio una implacable resolución.

–Quieres que me case.

–Sí.

–¿Con quién?

–Con uno de estos cuatro hombres –Jeremy señaló a Vik, a los jefes de departamento y al hombre desconocido–. Ya conoces a Viktor, por supuesto, y estoy seguro de que te acuerdas de Steven Whitley –su padre señaló a un hombre divorciado que le doblaba la edad y luego al otro, que la miraba casi con compasión–. Brian Jones.

–Pensé que estabas comprometido –dijo Maddie, con un nudo en la garganta.

¿No le había presentado a su prometida en la fiesta de Navidad?

–¿Eso es verdad? –exclamó su padre, enfadado–. ¿Señorita Priest?

Su ayudante levantó la mirada de la tablet.

–¿Sí, señor Archer?

–Jones está comprometido.

–¿Ah, sí? No lo sé… no está casado.

–Pero lo estaré –Brian se levantó de la silla–. No creo que se me necesite durante el resto de la reunión. Si me perdonan…

–¿Has leído el contrato? –lo interrumpió Jeremy.

–Sí.

–¿Y te marchas?

–Sí, señor Archer.

En los ojos de su padre apareció un brillo de respeto.

–Entonces, vete –dijo, señalando al extraño al otro lado de la mesa como si las presentaciones no hubieran sido interrumpidas–. Maxwell Black, director de BIT.

Maxwell sonrió con un magnetismo que casi podría rivalizar con el de Vik.

–Hola, Madison. Me alegro de volver a verte.

Aquel hombre exudaba casi tanto poder como Vik, pero en sus ojos había un brillo predador que le daba miedo.

–Creo que no nos conocemos.

–Te vi en un baile benéfico en el mes de febrero.

Maddie había acudido a ese baile para recaudar fondos con destino a la investigación de enfermedades del corazón, pero no recordaba a aquel hombre.

–Lo siento, si nos hubiéramos visto me acordaría.

–Nos vimos, pero no nos presentaron.

–Ah, ya –murmuró ella, sin el menor interés.

Su padre se aclaró la garganta en un gesto de desaprobación, como si hubiera esperado que lo saludase amistosamente. Si creía que iba a decir que era un placer conocerlo, no la conocía en absoluto.

Pero ese había sido el problema durante toda su vida, ¿no?

Capítulo 2

 

 

Por el momento, las cosas iban según los planes de Viktor, pero el brillo de ira en los brillantes ojos azules de Madison amenazaba con hacer que todo descarrilase.

Si Jeremy mostrase la preocupación que, él lo sabía, sentía por su hija, la reacción de Madison habría sido muy diferente. Pero si padre e hija se llevaran bien sus propios planes tendrían que cambiar.

–Yo sabía que no habías llamado para ayudarme, para ponerte de mi lado por una vez –empezó a decir Madison, con un tono seco que Viktor casi envidiaba.

Sería una estupenda jugadora de póquer.

Estaba mintiendo, claro. No habría aparecido si no hubiera pensado que su padre quería ayudarla.

–A ti nunca te gustaron los cuentos de hadas –dijo Jeremy.

Viktor podría haber controlado el orgullo de Archer, pero eso no estaba en su agenda por el momento. Sin embargo, sintió una punzada de culpabilidad al ver un brillo de dolor en los ojos azules de Madison.

Ella, sin embargo, se recuperó rápidamente del golpe; su expresión seria, casi aburrida.

–No, los cuentos de hadas siempre fueron cosa de mamá, que vivía creyendo que te importábamos. Yo, en cambio, sabía que no era así.

Jeremy no pudo disimular un gesto de sorpresa. Y era lógico porque Madison no solía lanzarse a la yugular. De hecho, en todas las discusiones que él había presenciado entre el magnate y su hija, nunca había visto a Madison usar el recuerdo de su madre contra Jeremy.

Pero que siguiera allí era la prueba de que la heredera podía ser un desastre en su vida personal, pero no era tonta en absoluto.

Madison conocía a su padre lo suficiente como para saber que la amenaza iba en serio.

–Tienes cinco minutos –sus palabras confirmaban lo que Viktor pensaba: que sabía que había algo más sobre la mesa.

–¿Perdona?

Madison miró alrededor.

–Jeremy nunca comienza una pelea que no crea que va a ganar, así que tendrá algún as bajo la manga.

–¿Llamas a tu padre por su nombre de pila? –preguntó Black.

–Como él mismo ha dicho, no soy nada sentimental.

Lo que no dijo fue que hasta esa mañana había llamado a Jeremy Archer «padre» y a veces incluso «papá», pero estaba claro para Viktor que no tenía intención de volver a hacerlo y también que el presidente de AIH había metido la pata.

Viktor había sugerido aquello para proteger los intereses de la empresa, pero no durante una reunión con extraños.

Le había molestado que Jeremy no le hubiese contado nada a su hija antes de la reunión. Maddie podía ser algo irresponsable, pero era muy joven y merecía más respeto.

Jeremy Archer conseguiría lo que quería, sobre todo porque él iba a ayudarlo, pero sospechaba que el precio de ese éxito tendría un coste que ni el propio presidente de AIH podía imaginar.

Madison miró su reloj.

–Los cinco minutos empiezan ahora, Jeremy.

–El colegio Segunda Oportunidad –dijo su padre.

–¿Qué pasa con el colegio? –preguntó ella, intentando disimular su preocupación.

–Durante los últimos tres años has donado decenas de miles de dólares de tu fideicomiso a ese colegio.

–Lo sé muy bien –asintió ella.

Pero Viktor no lo sabía y empezó a preguntarse qué más cosas no sabría sobre Madison Archer.

–El colegio está bajo escrutinio.

–No lo estaba ayer.

–Las cosas cambian.

–Ya veo –Madison volvió a mirar su reloj.

–¿Estás intentando fingir que no te importa?

–Tienes dos minutos más.

Viktor estaba impresionado. Madison podría haber negociado un mejor acuerdo con la multinacional japonesa que el jefe de proyectos al que enviaron a Asia.

Jeremy frunció el ceño.

–Ramona Grayson.

–¿Qué pasa con Romi?

Viktor habría cruzado las piernas si Madison le hubiera hablado a él con ese tono.

–Su padre es un borracho –respondió Jeremy.

Pero ese «borracho» era un hombre al que Maddie consideraba un segundo padre.

–Y el mío es un canalla sin conciencia –respondió–. Parece que las dos hemos perdido en la lotería de los padres. Aunque, si pudiera, yo habría elegido a Harry Grayson antes que a ti. Sus emociones pueden estar teñidas de alcohol, pero al menos las tiene.

Viktor había visto a Jeremy enfadado muchas veces. Lo había visto dolido, avergonzado y decepcionado, pero nunca lo había visto tan furioso como en ese momento.

Y la Madison que había conocido diez años antes no se parecía nada a la mujer fría que tenía delante.

Viktor sabía que quería a su padre y en el pasado no había sido capaz de esconderlo. Siempre estaba buscando su atención, su aprobación, pero había seguido los pasos de su madre, sin entender que Jeremy Archer estaba demasiado traumatizado por la trágica muerte de su mujer como para soportar que su única hija hubiese heredado tan temeraria naturaleza.

–¿Tú crees que Ramona lo ve del mismo modo? –preguntó Jeremy–. Tal vez preferiría un padre que no estuviera todo el día pegado a una botella.

Madison se encogió de hombros.

–No es algo de lo que hablemos a menudo.

–Pero la destrucción del negocio de su padre, la bancarrota y la desgracia pública le harían mucho daño, ¿no crees?

Madison sacó el móvil del bolso con un movimiento casi negligente.

–Tienes exactamente quince segundos para dar marcha atrás.

–¿O qué?

–Diez.

Por primera vez desde que Viktor conocía a Jeremy, el infalible hombre de negocios cometió un error al no responder al reto de su hija. Creía que, al no tener interés en el negocio, no era capaz de ser tan implacable como él.

Madison se llevó el móvil a la oreja.

–No –dijo Viktor.

Ella sacudió la cabeza.

–Lo siento, pero tiene que ser así.

Solo había una razón para que dijera eso. Fuera lo que fuera lo que tenía en mente afectaría a AIH, y como consecuencia, a su vida profesional.

Viktor pensó en las posibles implicaciones mientras Madison hablaba con el abogado que controlaba su fideicomiso hasta que cumpliese veinticinco años.

–Hola, señor Bellingham. Necesito que redacte un documento… ya le he enviado un mensaje de texto con las instrucciones.

Todos pudieron escuchar el tono agitado del abogado al otro lado del teléfono.

–Sí, lo sabe. Está sentado delante de mí. De hecho, ha sido él quien lo ha puesto todo en movimiento.

Que el serio Bellingham siguiera hablando a gritos era suficiente para que Viktor empezase a preocuparse.

–Estoy absolutamente segura, señor Bellingham. Si su firma desea seguir contando conmigo como cliente en sesenta y cinco días, cuando yo tenga el control del fideicomiso, sugiero que redacte ese documento para que lo firme esta misma tarde.

Madison volvió a guardar el móvil en el bolso y luego miró a su padre, como retándolo a preguntar qué había hecho.

Jeremy permaneció en silencio, demasiado sorprendido como para reaccionar. Tenía que imaginar el contenido de ese documento, pero tal vez creía que Archer International Holdings era lo bastante importante para su hija como para no hacer lo que Viktor sospechaba que había hecho.

–¿Qué dice el documento? –preguntó por fin.

–Según el trato que mi abuelo hizo con Jeremy cuando se casó con mi madre, mi fideicomiso consiste en el veinticinco por ciento de las acciones de Archer International.

–Esas acciones son tu herencia –le recordó Jeremy.

–Romi es mi amiga. Eso es más importante.

–¿Le has dado parte de tus acciones? –exclamó Viktor.

Maddie miró de uno a otro.

–Si la empresa del señor Grayson es amenazada por AIH o cualquier otra compañía afiliada, un minuto después de la medianoche de mi veinticinco cumpleaños todas esas acciones pertenecerán a Harry Grayson. A él personalmente, no a su empresa.

–¡No puedes hacer eso! –gritó su padre.

–Claro que puedo.

En ese momento, Madison se parecía a Jeremy Archer más que nunca, pensó Viktor.

–¿Y qué ocurriría si su empresa no fuera amenazada? –le preguntó.

–La mitad de mis acciones pasarán a manos de Romi.

Jeremy se levantó, el rostro congestionado, los ojos brillantes de furia.

–No firmarás ese documento.

–Lo haré –replicó ella, echándose hacia atrás en la silla–. Has tenido una oportunidad para retirar la amenaza de destruir la vida de mi amiga y no lo has hecho.

–Esto es absurdo –intervino Steven Whitley por primera vez–. Incluso la mitad de esas acciones valen decenas de millones de dólares.

–Así que Romi no tendrá que preocuparse de que el borracho de su padre arruine su vida, ¿no? –señaló Madison, mirando a su padre.

Jeremy golpeó la mesa con el puño.

–Yo no quiero arruinar tu vida, Madison, eso es algo que has hecho tú misma.

–No es verdad, pero no espero que tú me creas.

–¡No vas a regalar el doce y medio por ciento de mi empresa!

Viktor no sabía si Jeremy se daba cuenta de que había perdido la batalla, pero no iba a dejar que Harry Grayson se quedara con un veinticinco por ciento de su negocio. Jeremy y Madison se parecían más de lo que había imaginado, los dos llegaban a los extremos para conseguir lo que querían. El problema era que Madison era importante para Jeremy, pero ella no lo sabía y Jeremy estaba ciego con respecto a lo que su hija necesitaba de él.

Aparte de eso, Archer International Holdings era lo primero para Jeremy, y las personas a las quería lo primero para Madison. Y en aquel momento sus prioridades habían entrado en conflicto.

Las cosas iban a salirse de madre si no tomaba el control.

–Siéntate, Jeremy –le ordenó en un tono respetuoso, pero firme.

Fulminando a su hija con la mirada, él obedeció.

–Esta reunión ha descarrilado y creo que es hora de tomar las riendas.

Viktor estiró la chaqueta de su traje antes de dar la vuelta a la mesa para ofrecer su mano a Madison.

–Ven conmigo.

–¿Qué haces, Viktor? –exclamó Jeremy.

Él sabía que AIH era también su prioridad, el cauce para sus propios planes, y no pensaba empezar de nuevo porque padre e hija no pudieran entenderse.

–Madison y yo tenemos cosas que hablar.

Steven frunció el ceño.

–Tú no eres el único candidato. Este contrato se nos ha ofrecido a los cuatro.

–Yo soy el único que cuenta.

El gesto de Jeremy indicaba que era cierto y, sin embargo, dijo:

–Creo que eso depende de Madison.

Ella soltó un bufido.

–Y tengo que elegir entre estos cuatro hombres, uno de los cuales está comprometido, otro podría ser mi padre y el otro es un completo extraño. Y luego está Viktor, claro.

–Maxwell Black es un hombre interesante.

Aunque podría ser cierto, a Viktor no le gustó que Jeremy lo dijera. Dos chicos medio rusos, criados para apreciar una cultura no del todo americana, Maxwell y Viktor habían crecido juntos, sus familias amigas, sus objetivos similares.

Demasiado parecidos, los dos estaban decididos a ser los primeros en triunfar, pero habían tomado caminos diferentes para ocupar posiciones dominantes en el mundo de las finanzas y sus intereses no habían chocado hasta aquel día.

Por suerte, Madison no parecía demasiado impresionada por las palabras de su padre.

–Señor Black, no se deje engañar por la ignorancia de Jeremy. Ese artículo está lleno de mentiras inventadas por un hombre al que yo creía mi amigo. Perry y yo nunca hemos sido nada más, nunca hemos tenido una relación sexual y mucho menos una sadomasoquista.

El dolor que había en su mesurado tono hizo que Viktor odiase más a Perry Timwater.

–La creo –dijo Maxwell, demostrando que era tan inteligente como Viktor creía.

Madison se relajó un poco.

–Me alegro.

–A pesar de la razón para esta reunión, me gustaría conocerla, señorita Archer –siguió él, con una sonrisa encantadora–. Parece una persona muy interesante.

–Gracias, pero…

–No me descarte tan pronto, podríamos ser compatibles. Además, la situación es… intrigante.

Madison miró al hombre, atónita. Aunque a Viktor no le sorprendió que flirtease con ella. Maxwell Black era famoso por aprovechar las oportunidades, pero nada iba a interponerse entre él y el control de AIH. Ni siquiera la propia Madison y mucho menos Maxwell Black.

–Te ha dicho que no está interesada, Max –le espetó.

–No necesito tu protección –dijo Maddie entonces.

Viktor se volvió hacia ella.

–En cualquier caso, la tienes.

Ella negó con la cabeza.

–No pienso aceptar la oferta. Una relación requiere confianza y yo no tengo ninguna en los hombres, particularmente hombres con las mismas prioridades que Jeremy Archer. Hombres de negocios.

Lo había dicho como si fuera algo sucio, pero Viktor no lo creía. Madison confiaba en él. Siempre había sido así, aunque ya no se diera cuenta.

Y aunque las palabras de Maxwell no lo habían sorprendido, que ella estuviera dispuesta a pensárselo sí lo sorprendió. Aunque tal vez no debería ser así. Ya había demostrado su valor para enfrentarse a su padre.

Maxwell se levantó para acercarse a Madison.

–Nada en el contrato dice que tengamos que compartir dormitorio.

Los ojos de Madison brillaron… ¿de interés?

Viktor tuvo que contener una palabrota.

–Para recibir las acciones estipuladas, Madison y su marido deben darle un heredero a Archer International Holdings.

Maxwell se encogió de hombros.

–Siempre podríamos acudir a la inseminación artificial.

–¿Y vivir vidas separadas? –preguntó ella.

–Exactamente –respondió el ruso.

–¿Solo estaríamos casados de nombre? –insistió Madison, su desagrado tan evidente que Maxwell debería darse cuenta.

Pero no fue así.

–Claro.

Viktor estaba harto de juegos de palabras y decidió intervenir.

–No.

Madison lo miró, como cuestionando su derecho a hacer tal pronunciamiento.

–¿No qué?

–Ese tipo de relación sería demasiado incierta para Archer International.

–Desde luego –dijo su padre.

–Creo que su hija ha demostrado que es más que capaz de tomar sus propias decisiones –replicó Maxwell, sin disimular su admiración.

Madison miró a su padre sin ninguna emoción.

–¿Crees que yo aceptaría ese matrimonio?

Por una vez, Jeremy Archer se quedó sin palabras. Tal vez había entendido por fin el poco interés que Madison tendría en un matrimonio de ese tipo.

–Claro que tú has creído las mentiras de Perry, ¿no?

–Yo no he dicho eso –respondió su padre.

Se había percatado de su colosal error, pero siendo quien era, Archer tampoco iba a dar marcha atrás.

Madison se levantó.

–Imagino que no vas a hacer nada para refutar las mentiras de Perry.

–¿Crees que este acuerdo es solo por AIH? Esto es tan importante para ti como para mí –Jeremy claramente creía en lo que decía, pero no había pensado en su hija–. Una vez que estés casada con un hombre poderoso y de impecable reputación todo el mundo olvidará tu vida de excesos.

–Mi vida no tiene nada que ver con tu empresa.

Viktor no iba a dejar que la conversación degenerase y si seguían por ese camino el resultado sería un desastre para todos.

–Conrad enviará un comunicado de prensa negando las alegaciones de Timwater.

El Relaciones Públicas levantó la mirada.

–¿Ah, sí?

Molesto por su falta de dedicación, Viktor lo fulminó con la mirada.

–Si hubieras hecho bien tu trabajo desde el principio, nada de esto habría ocurrido.

–Proteger a la señorita Archer de su propio comportamiento no tiene nada que ver con mi trabajo –replicó Conrad.

–¿Has notado la falta de confianza en los artículos sobre AIH en la prensa de esta mañana? –le preguntó Viktor–. ¿O has pensado que era una coincidencia?

El Relaciones Públicas tragó saliva audiblemente.

Jeremy tampoco parecía muy contento. Se había concentrado en utilizar la situación para controlar a su hija, ignorando lo que era realmente importante.

–Tu trabajo es proteger la imagen de la empresa y a cualquiera que tenga que ver con ella –le recordó Viktor.

–Sí, señor Beck.

–Tal vez esto sea demasiado para ti. Tal vez preferirías trabajar para una residencia de ancianos, por ejemplo.

El Relaciones Públicas palideció.

–Me pondré con ello.

–Deberías haber estado en ello desde las ocho de la mañana.

Conrad no discutió. Había metido la pata y lo sabía.

–No sé qué has estado haciendo durante la reunión, pero fuera lo que fuera no era tan importante como solucionar la situación de Madison.

–Estaba redactando el anuncio del compromiso.

–Ya veo, residencias de ancianos entonces –Viktor suspiró, decepcionado.

Jeremy emitió un bufido de aprobación y Madison soltó una risita.

–Necesito su firma para la demanda contra Perry Timwater –dijo Conrad entonces.

–No –respondió Madison.

–El tipo era su amigo, no va a demandarlo –le explicó Viktor.

–Menudo amigo –murmuró Conrad.

–Tenemos otras formas de influencia. Quiero que Timwater se retracte de todo lo que ha dicho y que el artículo salga publicado esta misma noche. Que diga que era una broma entre amigos o algo así –anunció, volviéndose hacia Madison–. Y tú tendrás que dar una entrevista en algún programa de televisión o alguna revista.

–Muy bien –asintió ella, con un entusiasmo que lo sorprendió.

Viktor frunció el ceño. Algo en aquel escándalo le preocupaba a Maddie lo suficiente como para pedir ayuda a su padre.

Madison quería que aquello se aclarase y la negativa de Jeremy a ayudarla le había dolido en el alma. Y Viktor tenía que averiguar por qué significaba tanto para ella.

–Ven conmigo. Hablaremos del plan de tu padre y tomaremos una decisión.

–No creo que tengamos nada que hablar.

–Vamos, Madison. No creo que sea demasiado pedir. Tengo a Conrad trabajando para solucionar el asunto de la prensa.

–¿Y si me niego le dirás que no haga nada?

–No –respondió Viktor.

Era importante que confiase en él. Tenía que ser el único candidato que tomase en consideración, porque su marido sería algún día el presidente de AIH y él tenía la intención de ser ese hombre.

Madison se colgó el bolso al hombro.

–Muy bien.

–Esperad un momento –dijo Jeremy entonces.

–No te preocupes, ya sabes que yo siempre defiendo tus intereses –Viktor esbozó una sonrisa.

–Recuerda que la cooperación de Madison no es lo único que está en juego ahora mismo.

A Viktor no le sorprendió la amenaza, ni siquiera le molestó.

Llevaba diez años trabajando con aquel hombre y su objetivo estaba al alcance de la mano. No iba a dejar pasar la oportunidad.