Epistolario íntimo - César Vallejo - E-Book

Epistolario íntimo E-Book

César Vallejo

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Este Epistolario íntimo reúne una selección de las cartas que escribió el poeta a lo largo de su obra. El volumen puede leerse como la carta de navegación del signo Vallejo. Es en las epístolas enviadas a compañeros de ruta como Juan Larrea, Gerardo Diego o Mariátegui donde Vallejo devela de forma más prístina las reflexiones que motivan su escritura. A través de ellas también se puede reconstruir el itinerario vital que operó como motor de fondo de su escritura: una profunda energía por acumular experiencias y lecturas, entrar en contacto con otros grupos de escritores o dar a conocer sus poemas en distintos medios. Aunque esta petición no siempre haya sido bien recibida.Es imposible borrar el lugar fundamental que posee César Vallejo dentro la literatura de habla hispana. Autor de una veintena de libros, figurara central de la vanguardia latinoamericana y sus demandas políticas, su escritura significó una confrontación a los límites del lenguaje y la creatividad. Su vida, en cambio, estuvo marcada por las penurias económicas y un mezquino interés por su obra.

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César Vallejo

Epistolario íntimo

ISBN: 978-956-9974-11-3
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Epistolario íntimo

César Vallejo

Epistolario íntimo

César Vallejo

DE ESTA EDICIÓN

© Alquimia Ediciones

Colección: Umbrales de Memoria

Edición general y coordinación de colección: Guido Arroyo González

Edición de estilo y corrección: Julieta Marchant Transcripción: Cristóbal Riego Diseño editorial: Nicolás Sagredo

Carta a Manuel Vallejo, su hermano (1)

Trujillo, 2 de mayo, 1915

Sr. Manuel N. Vallejo

S. Chuco

Mi querido hermanito:

Correspondo a la cartita tuya que vino dirigida a Nestítor; haciendo votos porque su salud no sufra quebranto alguno, así como la de nuestros amados padres y hermanitos todos. Nosotros sin novedad.

Son las dos de la mañana, hora en que fue interrumpida mi labor de escribir mi tesis de bachiller para escribirte estas líneas. Estoy triste, y mi corazón se presta en esta hora a recordar con hondo pesar de ti, de la familia, de dulces horas de tierna hermandad y de alegres rondas en medio de la noche lluviosa. ¡Estoy triste, muy triste! Hoy mi vida de estudio y meditación diaria es qué distinta de la vida disipada de la sierra. Aquí mis horas son contadas y me falta tiempo para vivir laborando por nuestro porvenir. Antes, ahí me levantaba a las once, hoy antes de las seis, cuando aún raya el día estoy en pie, en mi habi- tación solitaria, solito con mis libros y mis papeles. Y bajo la frente pensando que si es cierto que ya no estoy en mi Santiago, en el seno de los míos, que ya todo eso pasó, pero volveré alguna tarde de enero caminito a mi tierra, mi querida tierra. Por eso, con esta esperanza trabajo con entusiasmo todo el día y, cansado, cansado, cuando la tarde cae otra vez me vuelve el recuerdo dorado de ti, de la familia, de tantas otras cosas dulces. ¡Y me pongo triste, muy triste, hermano mío! Esta es mi vida.

Dame razón detallada de aquella vecinita pequeñita, de aquella criatura de color moreno y de talle delgadito de quien te conté que me obsequió un pañuelo. Cuídala qué hace, cuál es su conducta y si tal vez da oídos a alguien. Y te ruego que siempre me hables de ella cuando me escribas, pues la recuerdo mucho y la sueño todas las noches, y por eso tal vez estoy triste, tan triste.

Sabrás que estoy en San Juan, con un buen sueldo. Ya estoy arreglando todo aquello que dejé pendiente con algunos amigos de esa. Y tú no te mor- tifiques por este lado.

Con los otros, tú desempéñate como siempre: lata y más lata.

Siempre que tú me contestes, yo quiero escribirte largo en todos los correos; y esperando por momento ver tus letras, se despide tu hermano que te quiere y te extraña.

César

Dile a mamacita, papacito y a mi Aguedita que el miércoles les escribo. A mi mamacita le enviaremos su remesa el mismo día sin falta. Vale.

Indícale a mi hermano Víctor que hoy le escribe Nestítor y que yo le escribiré el miércoles. Vale.

Carta a Óscar Imaña (1)

Lima, 29 de marzo, 1918

Mi querido Óscar:

Hoy todavía te puedo contestar tu cariñosa tarjetita. Ya les he dicho: aquí, yo no sé por qué, se van las horas y días tan prontamente. Perdóname. ¿Bueno?... Ya sabes cuánto te quiero y cuántos motivos tengo para acordarme de ti a cada instante.

Me parece o, en efecto, hay no sé qué fuerte dolor en todas las cartas que ustedes me escriben. Toda vez que leo alguna de ellas, yo no sé por qué me duele el corazón. Será que los hermanos bohemios ausentes son más bohemios cada día; o será que yo los amo más a la distancia. Un mes hace que los abrazaba a bordo del Ucayali para separarnos y siento haberse operado en mi espíritu no sé qué construcción sentimental que nunca presentí. ¡Ahora paso una vida cómo diría! No sé fijarla en expresión alguna; pero lo que sí sé es que estoy tranquilí- simo y reidor. La cursilería de otros días ya no volverá jamás. Me siento pulcro, claro, nítido, fuerte, enhiesto, olímpico, ¡vamos! ¿Te gusta así? ¿Te contentas que me sienta así? Bueno. Pues ¡tal mi reino de adentro! ¿Y tú? En esta mañana en que te escribo, me acuerdo de tantas cosas nuestras y lejanas. Los días de diciembre, insalubres, estúpidos, llenos de tedio; los exámenes huachafos e imbéciles, con los ojos insomnes y ungidos de éter y dolor; los Vegas Zanabrias, los Chavarrys... ¡Oh, horror... Mejor no me acuerdo! Me va a doler la muela y voy a caer en la desgracia de manchar esta carta toda luz de amor fraternal, con sombras tan negras y fatídicas... ¡Mejor no! Como te decía, me acuerdo en esta mañana simpática de todas nuestras últimas emociones de Trujillo. Pero ¡dale! ¡Siempre ha de venir a colación alguna imagen detestable, alguna silueta heroína de Hoyos y Vinent, algún recuerdo de carne ciega y de lujuria cotizable! Como te decía, todas esas noches largas en que conversábamos los dos interminablemente, todos esos rasgos de noble y completa comprensión espiritual entre los dos amigos, entre los dos hermanos, todos pasan en esta hora en que estoy lejos de tantas malas gentes. Y, en camisa, acalorado, mi melena que está más larga, mi solitario cuarto, lleno de pena, me parece verte acercarte a mí afectuoso, solícito, asustado, nervioso, como en aquellos días, pasados, y creo verte moverme a sosiego y a sonrisa, diciéndome: ¡no, hombre! ¡Va; y tú crees eso!... Y después, te recuestas en tu cama con tu abrigo viejo y te pones a leer en silencio algún verso maravilloso de la lírica francesa... ¡Pero, zas!... ¡Resucito en Lima, aquí, lejos de ti, otro César, otro desasosiego, otra clase de inquietudes, otra vida, otro calor de amistad, menos espontáneo, menos ver- dadero, menos lírico, menos grande, menos azul! Y me dan ganas de llorar...

¿Qué me cuentas de tu estado de alma? Tus amores, tus crisis nerviosas, tus torturas metafísicas, tus cuidados pequeños, tus sensaciones urbanas, y de tantos imbéciles que hay en la vida. Cuéntame Osquitar; no te quedes en silencio, no te calles. Que tus confidencias, tus emociones, tus latidos de corazón siempre fueron los míos.

Tu chiquilla estará siempre bonísima e inteligente y simpática, con su selecta expresión de bondad y distinción espiritual. Aun cuando no soy amigo suyo, tú sabes con cuánta simpatía alentaba tu cariño hacia ella. Salúdala con mi más rendido homenaje de respeto. Igual saludo para su señorita hermana María.

¿Y las chicas de pacotilla? ¿Lolita siempre con ganas monjiles? ¿Marina siempre frívolamente pasional y cupletista? Zoila Rosa me escriben que ya tiene otro chico de testa rubia y amiguísimo mío. ¿Es cierto? ¿Entonces estará sufriendo nuevamente aquel dulce deseo de llorar de que nos habla Benaven- te? Isabel sigue claramente enamorada de Clark y de sus foxtrots? ¿Virginia, la buena y suave, siempre suave y siempre buena? (Espérate... ¿quién más?, ¿quién más? Espérate... Ah...). ¿Cómo sigue la pobre María? Pobrecita, ¿no?

Saluda muy atentamente a la señora Concepción y a todas las chicas de quienes te hablo, un recuerdo cariñoso.

¿Y Muñoz? ¿Y Benjamín? ¿Y Espejo? ¿Y Federico? ¿Y...? Un abrazo estupendo, inmortal, ruidoso, troglodítico, mamarracho, sin límites, sin vergüenza... (Vaya, a fuerza de sin y sin metí un sinvergüenza. Bueno. Pero no importa. Ya ves, disparato muy mal. Qué hacer).

Por aquí, cosas de Lima. ¿Qué te contaré? Valdelomar, González Prada, Eguren, Mariátegui, Félix del Valle, Belmonte, Camacho, Zapata López, Julio Hernández, Góngora... Todo un puchero literario. Porque has de saber que el fenómeno es también letrero o digo literato. Ya verás cómo será esto de cursi y falso. Con Clemente Palma aún no soy amigo, menos con Gálvez. ¿Ya conocerán ustedes Sudamérica? Es verdaderamente escandaloso este semanario. Qué burradas y cacaninas. Yo no conozco ni de vista al tal Pérez Canepa. Sé que es un animal nomás y que su mujer tiene mucho dinero. Y que Raúl Porras le pegó una paliza el otro día en la puerta del Excelsior. Lima está así. Es de correr con el sombrero en la mano, al escape. More en La Paz de director del mejor diario paceño: El Fígaro. Fernán Cisneros en Nueva York. Gibson y Rodríguez en Arequipa. He aquí la generación intelectual del presente. Los Belaúndes, Gálvez, Miró Quesadas, Riva Agüeros, Lavalles, Barretos... están desde hace tiempo en el canasto, ante la consideración de Lima; es decir, como intelectuales.

Beingolea se fue el otro día por no sé qué rincón a vender broches, blondas y no sé qué adefesios en unión de unos turcos, y no se sabe de él nada.

Carlos Parra está también en La Paz, Juan sigue en Buenos Aires. Rivero Falconi, Falcón, Luis Rivero, Meza, magras.

Y yo... espantado; y como ave que baja a un suelo desconocido y salta y revuela y se posa de nuevo, y ensaya el punto propicio en que ha de plegar las alas y detener el vuelo, voy pasando los días con uno, con otro, y ¡a ninguno me doy todavía! Con el conde creo entenderme más. Y con él estoy a menudo y me siento mejor con él.

¿Mujeres? Las hay lindas. Yo felizmente me siento en caja. Y tal vez...

Saluda muy atentamente al doctor Puga y a su señora. Y cariñitos a Poyito y tus demás sobrinitas.

¿Qué se dice de mi viaje entre esos trujillanos imbéciles?

Adiós, con un fuertísimo abrazo y con mi corazón que no quiere que me olvides nunca.

César