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Irene Adler, una cantante de ópera de inusual belleza, coloca en una posición muy incómoda al príncipe de Bohemia amenazándolo con mostrar una fotografía que dejaría al descubierto la relación que han tenido. Sherlock Holmes y su fiel compañero, Watson, son contratados por la casa real para recuperar la peligrosa prueba y, de esta manera, poner a salvo el matrimonio que en pocos días unirá al príncipe con una princesa escandinava.
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Veröffentlichungsjahr: 2022
Capítulo 1
ParaSherlockHolmes, ella es siemprela mujer. Rara vez la mencionó de otro modo. A sus ojos, ella eclipsaba y dominaba a su género. Y no es que sintiera porIrene Adlernada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial esa, resultaban abominables para su inteligencia fría y precisa pero admirablemente equilibrada. Siempre lo he considerado como la máquina de observar y razonar más perfecta que ha conocido el mundo; pero como amante trastabillaba. Jamás hablaba de las sentimientos amorosos, si no con desprecio y sarcasmo. Eran cosas admirables para el observador, excelentes para descubrir el velo que oculta los motivos y los actos de la gente. Pero para un razonador experto, admitir tales intromisiones en su delicado y bien ajustado carácter equivalía a introducir un factor de distracción capaz de sembrar de dudas todos los resultados de sus procesos mentales. Para una personalidad como la suya, una emoción fuerte resultaba tan perturbadora como la presencia de arena en un instrumento de precisión o la rotura de una de sus potentes lupas. Y sin embargo, existió para él una mujer, y esta mujer fue la difuntaIrene Adler, cuya memoria podría resultar dudosa y cuestionable.
Había visto poco aHolmesúltimamente. Mi matrimonio nos había distanciado un poco. Mi completa felicidad y los intereses caseros que nacen en el hombre que por primera vez pone casa propia bastaban para absorber toda mi atención; mientras tanto,Holmes, que odiaba cualquier forma de vida social con toda la fuerza de su alma bohemia, permaneció en nuestro apartamento deBaker Street, sepultado entre sus viejos libros y alternando una semana de cocaína con otra de ambición, entre la modorra de la droga y la fiera energía de su intensa personalidad. Como siempre, lo atraía el estudio del crimen, y dedicaba sus inmensas habilidades y extraordinarios poderes de observación a seguir pistas y aclarar misterios que la policía había abandonado por imposibles. De vez en cuando, me llegaba alguna vaga noticia de sus andanzas: su viaje a Odesa para intervenir en el caso del asesinato de Trepoff, el esclarecimiento de la extraña tragedia de los hermanos Atkinson en Trincomalee y, por último, la misión que tan discreta y eficazmente había llevado a cabo para la familia real de Holanda. Sin embargo, aparte de estas señales de actividad, que yo me limitaba a compartir con todos los lectores de periódicos, apenas sabía nada de mi antiguo amigo y compañero.
Una noche, el 20 de marzo de 1888, volvía yo de visitar a un paciente (pues nuevamente estaba ejerciendo la medicina), cuando el camino me llevó porBaker Street. Al pasar frente a la puerta que tan bien recordaba, y que siempre estará asociada en mi mente con mi noviazgo y con los siniestros incidentes del Estudio en escarlata, se apoderó de mí un fuerte deseo de volver a ver a Holmes y saber en qué empleaba sus extraordinarios poderes. Su habitación estaba completamente iluminada, y al mirar hacia arriba vi cruzar dos veces su figura alta y delgada como una oscura silueta a contraluz. Daba rápidas zancadas por la habitación, con aire ansioso, la cabeza hundida sobre el pecho y las manos juntas en la espalda. A mí, que conocía perfectamente sus hábitos y sus humores, su actitud y comportamiento me contaron toda una historia.
Estaba trabajando otra vez. Había despertado de sus sueños inducidos por la droga y seguía de cerca el rastro de algún nuevo problema. Tiré de la campanilla y me condujeron a la habitación que, en parte, había sido mía. No estuvo muy efusivo; rara vez lo era, pero creo que se alegró de verme. Sin apenas pronunciar palabra, pero con una mirada cariñosa, me indicó una butaca, me arrojó su caja de cigarros, y señaló una botella de licor y un sifón que había en la esquina. Luego se plantó delante del fuego y me miró de aquella manera suya tan particular.
—El matrimonio le sienta bien —comentó—. Yo diría,Watson, que ha engordado usted siete libras y media desde la última vez que lo vi.
—Siete —respondí.
—La verdad, yo diría que algo más. Sólo un poquito más, me parece,Watson. Y veo que está ejerciendo de nuevo. No me dijo que volvería a tirar del arnés de la medicina.
—Entonces, ¿cómo lo sabe?
—Lo veo, lo deduzco. ¿Cómo sé que hace poco sufrió usted un remojón y que tiene una sirvienta de lo más torpe y descuidada?
