Escarcha como noche - Sara Raasch - E-Book

Escarcha como noche E-Book

Sara Raasch

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Beschreibung

Llega la esperada conclusión de la saga Nieve como cenizas. Meira hará cualquier cosa para salvar su mundo. Con Angra tratando de romper sus defensas mentales, ella necesita desesperadamente aprender a controlar su magia; por eso, cuando el líder de una misteriosa orden de Paisly ofrece enseñarle, acepta la oportunidad. Pero la verdadera solución para detener la Decadencia se encuentra en un profundo laberinto debajo de los Reinos Estacionales. Para derrotar a Angra, Meira tendrá que entrar en el laberinto, destruir la magia que está aprendiendo a controlar y hacer el mayor de los sacrificios. Mather hará cualquier cosa para salvar a su reina. Necesita reunir a los Hijos del Deshielo, encontrar a Meira y, finalmente, reconocer sus sentimientos. Pero con un plan de ataque que no deja a ningún reino indemne y una gran traición dentro de sus filas, ganar la guerra –y proteger a Meira– está cada vez más lejos de su alcance. Ceridwen hará cualquier cosa para salvar a su gente. Angra mató a su hermano, robó su reino y la hizo prisionera. Pero cuando ella es liberada por un inesperado aliado que le revela una chocante verdad sobre la trata de esclavos de Verano, Ceridwen debe tomar medidas para salvar su verdadero amor y su reino, aunque le cueste lo poco que le queda. Angra desata la Decadencia en el mundo y Meira, Mather y Ceridwen deberán juntar los reinos de Primoria... o perderlo todo.

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Índice de contenido

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Agradecimientos

Sara Raasch

ESCARCHA COMO NOCHE

Raasch, Sara

Escarcha como noche / Sara Raasch. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2018.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Nora Escoms.

ISBN 978-987-609-702-4

. Narrativa Juvenil Estadounidense. I. Escoms, Nora, trad. II. Título.

CDD 813

© 2016, Sara Raasch

© 2014, arte de mapa, Jordan Saia

© 2017, Editorial Del Nuevo Extremo S.A.

A. J. Carranza 1852 (C1414 COV) Buenos Aires Argentina

Tel / Fax (54 11) 4773-3228

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Título en inglés: Frost like night

Imagen editorial: Marta Cánovas

Traducción: Nora Escoms

Corrección: Erika Wrede

Arte de tapa: Jeff Huang

Diseño de interior: ER

Primera edición en formato digital: noviembre de 2017

ISBN 978-987-609-702-4

Digitalización: Proyecto451

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

Para Doug y Mary Jo,

por ser mucho menos problemáticos que Sir y Hannah.

1

Meira

Esto está mal.

Aún estoy escondida en la entrada de la mazmorra del Palacio Donati y ya percibo el cambio en Ventralli, como la oscuridad de una tormenta acercándose. Pero en lugar de quedarme a pelear con mi puñado de inverneños, los abandoné y seguí al hombre que va delante de mí.

Y no tengo idea de quién es en realidad.

Los guardias que hubieran estado apostados en la entrada de la mazmorra se han ido, atraídos por el caos que produjo Raelyn al tomar el poder del reino. Hay habitaciones a nuestra izquierda y derecha, lo suficientemente alejadas para que sus ocupantes no reparen en nosotros, pero bastante cercanas como para que alcance a espiar en su interior. Soldados que acorralan a los cortesanos en grupos contra las paredes doradas, sirvientes que lloran… Pero lo más aterrador son los que se quedan mirando sin hacer nada. Los que observan cómo los soldados blanden amenazas como espadas, declaran depuesto al rey Jesse, y a su esposa, Raelyn, reina de Ventralli, porque ahora ella tiene más poder, un poder que todos pueden usar: el poder que le dio el rey Angra de Primavera.

—¿Está vivo?

—¿Su magia es más fuerte que la de los Conductos Reales?

—¿Así sobrevivió?

Esas preguntas se elevan por sobre las amenazas de los soldados y se mezclan en mis oídos con el golpeteo de mi corazón.

—Angra ayudó a la reina ventrallina a deponer al rey. Él —comento, con la respiración entrecortada— ya tiene influencia sobre Cordell. Se apoderó de Otoño e Invierno e hizo asesinar al rey de Verano, y sin embargo, todo esto produce asombro en la gente, no miedo.

El hombre al que vengo siguiendo (Rares, si realmente se llama así) me mira.

—Es probable que Angra haya planeado esta conquista durante los tres meses que desapareció, de modo que su represalia no es tan rápida como parecería —responde—. Y tú, más que nadie, sabes lo fácil que es que la gente elija el asombro antes que el miedo.

—¿Yo, más que nadie? —pregunto, sorprendida—. ¿Cómo puedes saber eso?

—¿Realmente quieres hablar de eso ahora? —la cicatriz que recorre el costado derecho del rostro de Rares, desde la sien hasta el mentón, se arruga cuando entorna los ojos—. Antes que eso, tenía planeado al menos apartarnos de cualquier amenaza de muerte inmediata…

Hay un entrechocar de espadas y un soldado grita desde el vestíbulo. Rares toma otro pasillo a toda velocidad sin esperar mi respuesta, con lo que debo apresurarme para seguirlo.

No debería estar siguiendo a un paisliano misterioso; debería estar ayudando a Mather a rescatar a los inverneños de la mazmorra. O pensando alguna manera de liberar a mi reino del golpe de Cordell. O salvando a Ceridwen de Raelyn. O buscando un modo de arrancar a Theron de las garras de la Decadencia de Angra.

Vacilo, agobiada por mis muchas preocupaciones. Aunque siempre sospeché que la muerte de Angra había sido un engaño, nunca, ni en mis temores más delirantes, se me ocurrió que pudiera ser tan fuerte como para darles magia a quienes no tenían conducto.

Pero el poder de Angra está manchado por la Decadencia, que se creó cuando no había reglas que vincularan la magia tan solo a los linajes reales.

Mientras Rares y yo nos escabullimos de un pasillo a otro, veo con mis propios ojos los frutos de la magia de Angra. El Ventralli de luz y color que existía cuando llegamos aquí ya no existe, y lo ha reemplazado otro que se parece a las calles oscuras de Primavera. Los soldados marchan con los rostros tensos de ira, con movimientos decididos. Los cortesanos se apiñan en grupos temblorosos, asustados, con ojos dilatados y ansiosos por complacer a sus conquistadores.

Nadie se resiste. Nadie llama a tomar represalia ni forcejea con los soldados.

Esto es obra de Angra. Aunque en apariencia les ha dado solo a sus subordinados de mayor grado la capacidad de controlar la magia, como Raelyn cuando mató al rey de Verano. Las personas que pueblan los pasillos simplemente parecen atontadas, afectadas por algo que las sobrepasa, como si todas se hubieran embriagado con el mismo vino malo.

Esto es lo que Angra está creando: un mundo de poder infinito, donde todos están poseídos por una magia que los vuelve dóciles, dominados por sus emociones más profundas y oscuras.

¿Cómo puedo detenerlo? ¿Cómo puedo salvar…?

Me carcome la pregunta que le planteé a mi magia de conducto, y me retrotrae a aquel momento, cuando estaba corriendo por las calles de Rintiero con Lekan y Conall. Lo que más me preocupaba entonces era tratar de impedir que Ceridwen asesinara a su hermano, hallar la manera de forjar una alianza con Ventralli, y encontrar a la Orden de los Lustrados y sus llaves para impedir que Cordell ingresara al barranco mágico.

Luego formulé esa pregunta: ¿cómo puedo salvar a todos?, y la respuesta se me grabó a fuego en el alma.

Sacrificando un Conducto Real y devolviéndolo a la fuente de la magia.

Pero el conducto de Invierno soy yo. Toda yo. Gracias a mi madre.

Rares tira de mí para ocultarme tras una planta momentos antes de que un grupo de hombres salga corriendo de una habitación que está un poco más adelante.

—Ahora no —susurra. Busca algo en su camisa y saca una llave que pende de una cadena, la misma que me mostró en la mazmorra: la última llave del barranco de magia en la Mina Tadil—. Ya me encontraste. Encontraste a la Orden de los Lustrados… y sí, te ayudaremos a derrotar a Angra y a acabar con todo esto. Pero antes, debemos salir de aquí con vida.

Sus palabras me ofrecen el consuelo que tanto necesito; tanto, de hecho, que solo cuando él vuelve a lanzarse por el pasillo me pregunto… ¿cómo supo que estaba preocupada?

No importa. Trago en seco, decidida. Voy a hacer esto. Voy a averiguar lo que pueda de la Orden y a aprovechar ese conocimiento: me enfrentaré a Angra en batalla y lo destruiré a él y a su magia… o le quitaré las llaves, entraré al barranco por la Mina Tadil y destruiré toda la magia de la única manera que sé hacerlo.

Como sea, eso es lo que tengo que hacer. Angra es demasiado fuerte; necesito ayuda, y la Orden de los Lustrados es el único recurso que conozco que podría ayudarme a dominar mi magia del mismo modo imbatible que Angra.

Rares me lleva a una cocina donde no hay nadie, llena de gruesas mesas de madera, fogones encendidos y comida abandonada por sirvientes que seguramente estarán escondiéndose del frenesí de la ocupación. Saca un odre y lo llena de agua con una bomba que hay en un rincón.

—¿Quién eres? —logro preguntar por fin.

Señala un grupo de cuchillos que hay sobre una mesada.

—Ármate.

—¿Con cuchillos de cocina?

No se detiene.

—Una hoja es una hoja. Puede herir de todos modos.

Frunzo el ceño pero me cargo algunos cuchillos en el cinturón. Aún llevo la funda vacía contra la espalda; mi chakram quedó en el salón de baile. En el pecho de Garrigan.

Me aferro al borde de la mesada.

Una mano me toma del hombro y, cuando levanto la vista, Rares está observándome.

—Me llamo Rares. En eso no te mentí —responde—. Rares Albescu de Paisly, líder de la Orden de los Lustrados.

Echa un vistazo por encima de mi hombro hacia la puerta de la cocina que conduce al interior del palacio. Se oyen pasos que se acercan, y sé que tendremos que huir antes de que pueda explicarse más.

—Te lo contaré todo —promete—. Pero primero debemos ponernos a salvo… en Paisly. Angra no puede seguirnos allá.

—¿Por qué no? —me doy vuelta hacia Rares—. ¿Qué está planeando… por qué esto…?

Rares me interrumpe con un apretón en el hombro.

—Por favor, Majestad. Es el lugar más seguro para todo lo que debo mostrarte, y prometo que te lo contaré todo apenas pueda.

—Meira —lo corrijo. Si voy a arriesgar la vida por el futuro previsible, que se dirija a mí como yo quiero.

Rares sonríe.

—Meira.

Vamos hacia la otra puerta de la cocina, la que da a un jardín. Rares empieza a salir con cautela, y siento una última punzada de remordimiento por marcharme. Al irme con él, estoy ayudando, sí; la Orden de los Lustrados es mi mejor oportunidad de detener a Angra… pero aun así siento que estoy escapando.

Rares se da vuelta.

—No puedes salvar a todos si te quedas.

No es el primero que me dice eso: No puedes salvar a todos; tu prioridad es Invierno. En voz bien alta: Sir.

El dolor se me clava como un puñal. Mather me comunicó la muerte de Alysson, pero ¿y Sir? ¿Sobrevivió al ataque cordellano a Jannuari? ¿Y el resto de Invierno? ¿En qué condiciones se encuentra mi reino? No puedo pensar que Sir esté muerto. Tiene que estar vivo, y si lo está, estará haciendo todo lo posible por mantener unido a Invierno.

Vuelvo a oír lo que dijo Rares y me doy cuenta del significado exacto de sus palabras, y empiezo a ver todos los aspectos en los que difiere de Sir. Rares tiene los ojos más grandes, la piel más oscura, las manos con más cicatrices por años de lucha. Y más que nada, veo en Rares algo que jamás vi en Sir: algo que hizo que Rares añadiera las tres palabras que cambiaron el sentido de esa oración.

“No puedes salvar a todos si te quedas”.

No es un fin. Es una elección.

—¿Quién eres? —vuelvo a preguntar, en un susurro.

Rares sonríe.

—Alguien que lleva mucho tiempo esperándote, querida.

Poco después de que salimos del complejo del palacio, se oye el sonido de un cuerno bajo el cielo gris brumoso.

Han descubierto mi desaparición. Lo cual significa que encontraron a Theron, encadenado a la pared, y a Mather y los demás…

No. Mather no permitiría que le ocurriera nada a nadie que estuviera a su cuidado. No porque yo le haya ordenado que los cuidara, sino porque él siempre ha sido así: un hombre que, aun habiendo perdido el trono, encontró la manera de ser líder. El modo en que lo miran sus Hijos del Deshielo, con la lealtad sin cuestionamientos que gana alguien nacido para liderar…

Es la única persona en mi vida que es absolutamente capaz de desempeñarse solo.

¿Y Theron?

La pregunta me hace trastabillar mientras Rares y yo corremos en nuestra huida de la ciudad, nos escabullimos entre dos edificios relucientes y ladeados y nos internamos en el bosque frondoso con el que limita Rintiero al norte.

Esa pregunta. No fui yo. Sonó casi como…

Paro en seco, y Rares da algunos pasos más hasta que se da cuenta de que me he detenido. Pero la voz que oigo en mi cabeza me tiene cautiva, y me aprieto las sienes.

Un destino terrible, ¿no es así, ser parte de la misma magia? Si tan solo fueras más fuerte…

Se me nubla la vista hasta que no veo otra cosa que el rostro de Angra en mi mente.

—¡No! —grito; se me doblan las piernas y caigo de rodillas en la tierra húmeda. Angra oyó mis pensamientos cuando los dos estábamos en el salón de baile de Donati, pero ahora no está cerca de mí. ¿Cómo puede hablarme, por dentro? Yo debería poder impedírselo…

Pero no puedes impedírmelo, ¿verdad, Alteza? Mis soldados van por ti. El Invierno se acabó. Llegó la Primavera.

Me salen solo dos palabras en respuesta. ¿Por qué?

No es la primera vez que lo pregunto; lo hice en el salón de baile del Palacio Donati, en medio de la matanza, rodeada por la cabeza del rey de Verano y los cadáveres de Garrigan y Noam. Pero la única respuesta que obtuve fue la razón por la cual Angra buscaba destruir las minas de Invierno: porque teme que la magia pura de conducto se oponga a su Decadencia, y por eso pasaba cada momento que podía trabajando para contrarrestar esa amenaza. Por eso había atacado Invierno durante tanto tiempo; por eso atacaba a quienquiera que intentara abrir el barranco.

Pero lo que ahora pregunto ni siquiera es una pregunta consciente: es un gemido en la oscuridad mientras su rostro ocupa toda mi mente.

¿Por qué está ocurriendo esto…?

He visto cómo asesinaban a mis amigos por esta guerra. He visto a mi reino arder por esto. Ahora estoy huyendo por esto, y al cabo de todos estos años, aún no sé por qué. ¿Qué es lo que quiere?

Unas manos cubren las mías, que aferran mi cabeza.

Abro los ojos. La magia se extiende por mis extremidades, refrescante, profunda y pura, y convierte mi miedo en conmoción.

Rares está infundiéndome su magia.

Su rostro se tensa, y la frente se le cubre de gotas de sudor.

—¡Resístete a él!

Mi corazón sabe que no tengo por qué someterme a la magia de Rares, que no debería someterme a él, pero todo lo demás en mí quiere hacerlo, y el miedo y el pánico se enroscan como un látigo que me desgarra las entrañas.

¡Resiste! Me obligo a mantenerme abierta a la ayuda que Rares pueda ofrecerme.

Una sacudida me hace volar hacia atrás. Doy de lleno contra el suelo, las hojas se me adhieren a la ropa y me zumba la cabeza como si alguien hubiera tañido una campana dentro de mi cráneo.

Veo que los labios de Rares forman mi nombre.

—Tú… —creo que digo—. ¿Qué has…?

Siento un fuerte dolor detrás de los ojos y me cuesta un gran esfuerzo no vomitar sobre las malezas mojadas. Pero Rares vuelve a apoyar su mano en la mía, aun cuando lo miro con enojo en medio del dolor inmenso que me hace verlo todo en un fuerte tono escarlata.

Ahora descansa, dice una voz. No es Angra… es la voz de Rares, en mi cabeza. Descansa, y confía en mí.

¿Que confíe en ti? ¿Qué hiciste? ¡No me has dicho nada!

Pero aunque trato de resistirme, llega la inconciencia y me apacigua como los aromas tentadores de un banquete. Soy consciente solo a medias de que Rares me levanta, y del vaivén mientras corre por el bosque conmigo en brazos.

Te pareces más a Sir de lo que creí, son mis últimas palabras antes de que todo quede en la oscuridad.

2

Mather

Ella se fue.

Mather canalizó hasta la última pizca de pánico en la tarea que tenía ante sí y se lanzó con todo el peso de su cuerpo contra la cerradura. Cedió con un chirrido, y la puerta de la celda se abrió y dejó libre a Phil, que salió como una tromba, los puños preparados, un segundo por delante del resto del Deshielo. Pero Mather no dejó de darles órdenes mientras abría con fuerza el cerrojo de la siguiente puerta, de donde salieron Dendera, Nessa y Conall. En cualquier momento, los gritos de Theron, que pedía ayuda desde su celda, alertarían a sus soldados… y Meira se había ido.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Mather a nadie en particular, pero al girar hacia la escalera, vaciló. Si salían por allí, casi seguramente se toparían con soldados y acabarían por volver a la mazmorra. ¿Habría otra salida?

Phil se adelantó.

—Podemos separarnos. Algunos podemos subir la escalera, y los demás, seguir bajando para ver si hay otro modo…

Se oyó otra voz.

—O podrían seguirme.

Mather estaba tan aturdido por los acontecimientos del día que no vaciló siquiera en saltar hacia la voz. Buscó una espada, pero le habían quitado las armas antes del descenso a la mazmorra, y lo único que tenía era el Conducto Real de Cordell. Sus dedos rozaron la joya que tenía en la empuñadura y sus labios se curvaron al recordar cómo Theron lo había arrojado sin miramientos; una parte de él disfrutaría mucho al mancillar la bonita daga de Cordell.

La persona que había aparecido en medio del pasillo tenía las manos unidas sobre la falda de su vestido, que al ser plateado casi parecía una armadura. Una máscara al tono le ocultaba el rostro, y al hablar levantó el mentón con la autoridad de un comandante.

—Es decir, si desean vivir —agregó.

—Es de Ventralli —replicó Mather, y se detuvo cerca de ella—. ¿Por qué habríamos de confiar en usted?

La mujer se mofó.

—Con tantas opciones que tienen en este momento, ¿verdad?

Antes de que Mather alcanzara a responder, Dendera graznó, con suspicacia en los ojos:

—Usted. Es la Duquesa Brigitte, la madre del rey. ¡La vi con Raelyn!

Brigitte la miró con exasperación.

—Si estuviera de acuerdo con el golpe de Raelyn, ¿creen que me molestaría en venir a este lugar inmundo… —observó las paredes con asco— sola? Puedo darles una explicación, o pueden seguirme. Como dije, personalmente no me importa si viven o mueren, pero creo que pueden serme útiles, de modo que decídanse pronto.

Se oyó rechinar la puerta al final de la escalera. Finalmente alguien había oído los gritos de Theron.

Mather se inclinó hacia Brigitte. Ella lo interpretó como aceptación, dio media vuelta y su vestido se infló al alejarse por el pasillo a toda prisa. El resto del grupo de Mather la siguió sin cuestionamientos; ¿qué otra opción tenían? Mather debía salir de allí para asegurarse de que Meira estuviera bien, que quienquiera que fuese aquel hombre con quien se había marchado no fuera parte de una trampa de Angra. Habían salido a la luz muchos secretos: Cordell se había vuelto en contra de Invierno; Theron, en contra de Meira; y la reina de Ventralli había dado un golpe de estado. ¿Era confiable el hombre con quien se había ido Meira? Y más allá de eso, Invierno seguía bajo el control de Cordell; ¿cómo podían liberar el reino siendo prisioneros de Angra?

Brigitte se agachó para entrar a una celda que estaba a la derecha. Mather vaciló apenas el tiempo necesario para que sus ojos se adaptaran a la penumbra. Si la vieja bruja los había conducido a una trampa…

Pero en el fondo de la celda se entreabrió una puerta, y la piedra que la recubría por fuera demostraba que, al cerrarse, se confundiría perfectamente con la pared.

—Cierren la puerta cuando terminen de pasar —dijo Brigitte, y desapareció por la abertura.

—Hollis —susurró Mather—. Toma la retaguardia. Mantente alerta.

Hollis se ubicó dentro de la celda para dejar pasar a todos. Mather siguió a Brigitte, con los músculos ansiosos por pelear. Las paredes de piedra apagaban casi todos los sonidos, y solo oía el golpeteo lejano de los zapatos de la duquesa, que iban subiendo… una escalera. La siguió rápidamente, con la esperanza de poner suficiente distancia entre él y los demás para, en caso de que los esperara una trampa, poder avisarles con tiempo suficiente para que retrocedieran.

En la soledad de aquel lugar estrecho y oscuro, se abrió una grieta en su decisión. Todo había ocurrido muy abruptamente: el hombre, la inesperada confianza de Meira, su pedido desesperado a Mather de que liberara a todos. Y él había accedido, solo porque hacía meses que no la veía así. Como en el ojo de una tormenta, aterradora, brillante y severa.

La escalera llegaba a un pasillo. Otro pasillo conducía a otra escalera, y al final de esa, los pasos de Brigitte se detuvieron. Hubo un tintineo metálico, leve y agudo: llaves. Mather esperó unos pasos atrás, preparándose para ver aparecer soldados, flechas… a Angra.

Cerró y abrió los puños, mirándolos sin verlos en la negrura. Él mismo había matado a Angra. Había roto el conducto del rey demente en territorio de April, y había visto desaparecer su cuerpo.

¿Qué le había hecho en realidad?

Brigitte abrió una puerta. Mather obligó a sus ojos a adaptarse, y se demoró apenas el tiempo suficiente para que la luz amarilla le revelara un poco de la habitación que había del otro lado de la puerta: una gruesa alfombra escarlata, una mesita, paredes azules. No vio a ningún soldado.

Brigitte entró y Mather la siguió de cerca.

—¡Abuela! —se oyó exclamar a una niña.

Estaban en un dormitorio con muebles de caoba: una mesa con sillas, una cama grande, algunos armarios entre tapices que llegaban del piso al techo. Esta puerta estaba disimulada detrás de uno de esos tapices, y había otras dos puertas cerradas en otras partes de la habitación, al descubierto.

Brigitte era la madre de Jesse Donati, el rey ventrallino. El rey a quien Mather había visto débil, luego furioso y nuevamente débil mientras su esposa se apoderaba de su reino. El rey que ahora estaba sentado en una silla acolchada delante de Mather, con un niño en el regazo y otra niña aferrada a su brazo, como si fuera una barrera tras la cual podía esconderse.

Una tercera niña, la mayor aunque no por mucho, se adelantó con pasitos inestables.

—Abuela —volvió a decir la pequeña, con lágrimas en su máscara de encaje.

Brigitte acarició los rizos oscuros de la niña y miró a Mather por encima del hombro.

—Los ayudaré a salir de aquí, pero se llevarán con ustedes a mi hijo y mis nietos.

El rey de Ventralli se puso de pie. La hija que había estado escondiéndose detrás de él se aferró al instante a su pierna, y el niño que tenía en sus brazos, que no aparentaba más de un año, lo miró con ojos grandes y serenos detrás de una pequeña máscara verde.

Phil llegó junto a Mather, y sintió que el resto del Deshielo se congregaba alrededor. Todo el tiempo que habían pasado en sus entrenamientos clandestinos en Jannuari le había permitido conocer a cada uno al dedillo, y no necesitó mirar para saber que los dedos de Trace se crisparon sobre las vainas vacías de sus dagas; que Eli apretó la mandíbula en reflejo de las miradas torvas que lo rodeaban; que Kiefer vaciló detrás de ellos, observando, cauto y listo para ayudar; y Hollis y Feige se quedaron, callados, a un costado.

Sí tuvo que mirar a Dendera, Conall y Nessa. Dendera tenía los brazos en torno a Nessa, con lo que dejaba libre a Conall para estar alerta, pálido y con expresión dura. La muerte de su hermano había sido tan inesperada como la de Alysson.

Mather apartó la mirada. No dejaría que su propio dolor creciera más. Esperaba que Conall también pudiera controlarse.

—Madre —dijo Jesse, con sorpresa evidente a pesar de la máscara—. ¿Quiénes son…?

—¿Estamos de acuerdo? —le preguntó Brigitte a Mather.

Él la miró con suspicacia.

—¿Está salvándonos?

Tenía poco o nada de experiencia con niños, pero hasta él se daba cuenta de que sería casi imposible sacarlos del palacio.

Alguien del grupo se adelantó. Mather supuso que sería Dendera; de todos, ella era la más capaz con los niños, pero al darse vuelta, Mather se sorprendió.

Nessa estaba frente a Brigitte.

—Por supuesto que estamos de acuerdo.

Mather había estado a punto de responder lo mismo. Imposible o no, no dejarían a los niños allí, indefensos. Lo que lo sorprendió fue la facilidad con que Nessa se adelantó y se arrodilló delante de la niña mayor.

—Hola —le dijo—. Me llamo Nessa. Y él es mi hermano, Conall.

Él quedó boquiabierto cuando su hermana lo señaló, pero logró hacerle una pequeña reverencia a la princesa.

—Melania —le respondió la niña a Nessa, pronunciando la l con dificultad.

La sonrisa que Nessa le dedicó fue imposiblemente dulce para alguien en cuyos ojos aún había tanto dolor.

—Dime, Melania, ¿te gustaría emprender una aventura?

La niña miró a su abuela. La expresión severa de Brigitte se desvaneció en una sonrisa, y Melania colocó sus deditos en la mano extendida de Nessa.

Después de eso, todo se aceleró. Brigitte sacó mantas y otras provisiones escasas de sus armarios; Dendera y, más sorprendente aún, Hollis, se acercaron a convencer a los otros dos niños de emprender la misma “aventura”.

La habitación se llenó de movimiento, pero el rey ventrallino permaneció inmóvil delante de su silla. Ya no tenía en brazos a su hijo, que ahora se aferraba a Hollis, pero se quedó mirando el piso con la mandíbula apretada con ferocidad.

—Tengo que ir por ella —dijo el rey de pronto, como un eco de los pensamientos de Mather.

Mather eligió una daga entre las provisiones, sin saber bien qué responder. Nadie más dijo una sola palabra.

—Su esposa tomó partido por Angra —probó—. Si la liberamos…

—Raelyn me importa un rábano—lo interrumpió el rey con aspereza, y hubo algo en sus palabras que hizo que Brigitte, del otro lado de la habitación, dejara la manta que estaba doblando.

—No. No voy a permitir que te mates por…

—¿Por quién? —el rey giró hacia su madre hecho una furia—. La has llamado de muchas maneras en todos estos años. Inútil, dañina, prostituta. Pero parece ser que quien más encarna esos atributos es Raelyn. Así que no me digas que no vaya por Ceridwen.

Cuando terminó de hablar, se hizo silencio. Mather sintió que aquel nombre le traía recuerdos de las palabras de despedida de Meira. Le había dicho que salvara a Ceridwen. ¿Por qué al rey de Ventralli también le importaba la princesa de Verano?

Pero la expresión del rey le indicó con exactitud por qué le importaba.

Brigitte frunció los labios y no volvió a emitir palabra. Su hijo se quitó la máscara verde oscura y la apuntó con ella.

—No me iré sin romper esta máscara y salvar a Ceridwen.

Mather frunció el ceño.

—¿Romper su máscara?

El rey no tardó un segundo en responder, como si se lo hubiera explicado a sí mismo muchas veces.

—Romper la máscara de uno en presencia de alguien a quien rechaza es un acto de separación definitiva. Decir que has terminado con esa persona para toda la vida, al punto de que no te importa que vea tu verdadero rostro. No la verás nunca más, por eso tus secretos no son nada en manos de ellos.

Mather asintió. Francamente, le importaba muy poco lo que el rey quisiera hacer; si Jesse pensaba enfrentar a su esposa y salvar a Ceridwen, Mather lo seguiría, especialmente si al hacerlo podía cumplir una de las tareas que Meira le había confiado.

—Todos los demás deben huir mientras puedan —le ordenó Mather a su grupo—. Acompañaré al rey. Yo también tengo algo que hacer.

—¿Tú también nos dejas? —le reprochó Kiefer.

Pero Phil se adelantó, con los ojos fijos en Mather.

—Va a buscar a nuestra reina.

Mather inclinó la cabeza a modo de respuesta. Había pensado que protestarían más, pero solo hubo silencio, incluso de parte de Kiefer. Comprendían la gravedad de la situación de Meira: que se había marchado con alguien a quien ninguno de ellos conocía, y que en ese momento podía estar luchando por su vida…

Se sintió agradecido cuando Dendera respondió por él.

—Tráela. Los demás —dijo, y señaló con el hombro hacia el Deshielo, Nessa y Conall— llevaremos a los niños a lugar seguro.

¿Y después qué? Mather no hizo la pregunta, porque conocía demasiado bien las respuestas. Tendrían que hacer frente a la ocupación de Invierno por parte de Cordell y a lo que fuera que Angra estaba haciéndole al mundo, y al traer de vuelta a Meira la colocaría en el centro de esos conflictos.

Pero era la reina. Era su reina. Cualquier cosa que ella deseara que Invierno hiciera en esa guerra incipiente, él la obedecería… pero nunca más la dejaría enfrentarse sola a ningún conflicto.

Dendera se volvió hacia Brigitte.

—¿Cómo salimos de aquí?

A Brigitte le costó un esfuerzo visible apartar la mirada de su hijo, y cuando lo hizo, pasó una mano por su propia máscara como para cerciorarse de que aún estuviera en su lugar.

—Hay otro pasaje, por aquí —respondió, y se acercó a otro tapiz.

Pero cuando Dendera la siguió, Nessa la tomó del brazo.

—¿Adónde iremos? —susurró. Melania se aferraba a sus faldas, se hundía contra ella, y Nessa se irguió—. Invierno ya no es lugar seguro.

—Hay un campamento de refugiados de Verano —sugirió Jesse—, a un día a caballo desde donde el Bosque Eldridge Austral se encuentra con el Río Langstone. Allí estarán a salvo.

—Muy bien —dijo Dendera—. Robaremos algunos caballos. Un carruaje, quizás, o una embarcación, y nos encontraremos allá.

Clavó en Mather una mirada que le dijo que no era una sugerencia. Él llegaría, con Meira, a ese campamento.

Dendera cambió de brazo a la princesita para que el rey le diera el último adiós. La besó en la frente, luego a sus otros hijos, rápidamente, como si no confiara en sí mismo para las despedidas. Cuando se apartó, tenía los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas; en su rostro había dolor, pero también decisión.

El rey miró a Brigitte, pero ella se dirigió a Mather.

—Bajen por donde vinimos —le indicó—. En el segundo descanso, tomen hacia la izquierda. Hay una puerta que los llevará al vestíbulo principal.

—Gracias —respondió Mather, mientras Dendera, Nessa y Conall se dirigían hacia el otro pasaje. Hollis llevaba en brazos al príncipe ventrallino, y su rostro reflejaba tan a las claras como el de Feige que sabían que debían seguir a Dendera. Los demás integrantes del Deshielo se demoraron y miraron a Mather con inseguridad. Él los habría llevado sin pensarlo dos veces, si no fuera porque necesitaba viajar rápido, más rápido aún que al venir desde Invierno. Además, los niños necesitaban toda la protección que pudieran darles: del grupo, la única que tenía verdadera experiencia de lucha era Dendera, aunque Conall parecía tan letal como cualquier soldado que Mather hubiera visto.

Aun así, contuvo un asomo de duda. Con su Deshielo, se sentía más fuerte. Más completo.

Hollis quebró la reticencia del grupo con un gruñido.

—No nos vencerán —afirmó en voz baja, la misma promesa de su entrenamiento.

Mather sonrió.

—No nos vencerán.

Hollis y Feige se movieron, y Eli se acercó para que su hermano también se pusiera en marcha. Kiefer se apartó hoscamente y se lanzó hacia el interior del nuevo pasaje, con el rostro ensombrecido y los hombros gachos.

Trace vaciló y tomó aliento como quien va a preguntar algo, pero luego se encogió de hombros.

—A ver quién llega primero al campamento —bromeó, con una sonrisa.

Solo Phil se quedó, inmóvil.

—Anda —le dijo Mather—. Los demás te necesitan.

Phil arqueó una ceja.

—Lo siento, Rey Que No Fue… no te librarás de mí.

—Phil, hablo en serio.

El modo en que lo miró Phil acabó con toda protesta.

—Estamos en esto juntos. Todos. Y si alguien se separa del resto, no irá solo.

Feige levantó la cabeza antes de entrar al pasaje detrás de Hollis.

—Ni sola.

Phil sonrió.

—Ni sola. Lo cierto es que iré contigo.

Su sonrisa era contagiosa, y su seguridad, firme.

Mather accedió.

En verdad, se alegraba de no estar solo.

Momentos después, la puerta del nuevo pasaje se cerró con un golpe apagado, y Mather quedó a solas con Jesse, Phil y Brigitte.

Brigitte se acomodó en un sillón, con los labios fruncidos. Jesse se acercó a ella mientras Mather retrocedía hacia el primer pasaje. Le hizo una seña a Phil para que entrara y vaciló.

—Gracias —le dijo Jesse a su madre.

Brigitte se encogió de hombros.

—Vete. Pronto Raelyn se dará cuenta de que hice traer tus cosas a mis aposentos.

Los dedos del rey rodearon con afecto el hombro de su madre y lo apretaron con delicadeza. Finalmente ella lo miró, y la frialdad de sus ojos se disipó entre lágrimas.

—Vete —susurró—. Yo estaré bien.

Mather sintió un nudo en la garganta y apartó la vista, conmovido.

Jesse pasó junto a Mather y entró al pasaje.

Brigitte se acomodó el vestido y fijó la mirada en la puerta por la que, sin duda, entraría Raelyn en cualquier momento con una represalia tan dura como la que le había impuesto al rey de Verano. Mather había visto solo el final de esa pelea, el momento en que el cuello del rey veranense se quebró, pero eso le había bastado para confirmar que Raelyn no tenía piedad.

Mather se inclinó para entrar al hueco de la escalera y cerró la puerta al salir. Oyó el chasquido del cerrojo.

Ya no había vuelta atrás. Para nadie.

3

Ceridwen

El interior del carruaje-burdel de Simon olía a sudor e incienso de frangipani; el aire estaba cargado de humo por falta de ventilación adecuada, y el piso estaba cubierto de almohadones de seda y edredones de satén. Ceridwen nunca había subido a los carruajes de su hermano, a pesar de la insistencia incansable de él para que se portara como “una verdadera veranense” y lo acompañara en sus andanzas. Ahora, al recoger las rodillas bajo el mentón, no oía otra cosa que aquellas reprimendas jocosas que había detestado durante tanto tiempo.

Y el horrible chasquido del cuello de Simon cuando Raelyn se lo quebró.

El carruaje se sacudía al paso de los bueyes que lo tiraban por las calles de Rintiero, y Ceridwen dejó que su cuerpo se meciera con ese vaivén, demasiado exhausta para resistirse al movimiento.

—Cerie —Lekan se agachó frente a ella e hizo una mueca de dolor hasta que logró enderezar la pierna y sentarse en el piso del carruaje. Tenía un corte en la rodilla, otro que le atravesaba la mejilla, y ella sabía que tenía el resto del cuerpo igualmente cubierto de heridas—. Cerie…

Pero se le quebró la voz. ¿Qué podía decir? ¿Y qué podía decirle ella?

Ceridwen cerró los ojos. En su mente, vio el rostro de Simon poniéndose púrpura mientras la magia de Raelyn lo asfixiaba.

¡Basta… Raelyn… déjala en paz!

Simon había intercedido por la vida de su hermana. Aunque, minutos antes, Ceridwen misma había llegado a la plaza con toda la intención de asesinarlo.

Y antes de que ella alcanzara a emitir más que un débil graznido de protesta, la cabeza de Simon se había ladeado de pronto y había puesto fin a su vida con un chasquido.

Ceridwen abrió los ojos.

Lekan arrancó un trozo de manta y se puso a limpiarle la sangre de los brazos.

—Deja eso —le dijo ella, con los dientes apretados.

Lekan no le hizo caso.

—Era tu hermano. Lo amabas —susurró.

Los músculos de Ceridwen se convirtieron en piedra.

—Lo odiaba.

Lekan aferró con fuerza el jirón de satén y le frotó el hombro. Lo hizo en silencio, con los ojos puestos en lo que estaba haciendo, como si fuera un esclavo común y corriente y ella, una princesa común y corriente, y como si las manchas que tenía en su cuerpo no fueran de la sangre de su hermano.

Ceridwen se quedó mirando las salpicaduras. Raelyn había demostrado un regocijo demencial al ordenar que le cortaran la cabeza a Simon. Y cuando un soldado se había puesto a aserrar el cuello de su hermano, Ceridwen había sido incapaz de retroceder para esquivar la sangre que había saltado bajo la presión del cuchillo.

Simon estaba muerto. Su cadáver, decapitado delante de ella.

Ceridwen empujó a Lekan a un lado y trató de ponerse de pie. La escasa altura del techo de la carreta hizo que fuera imposible, y su espalda se topó con el techo manchado. Cayó hacia delante y sus muñecas se resintieron al soportar su peso, y el carruaje se sacudió por el golpe.

—¡Silencio ahí adentro! —gritó desde afuera un soldado ventrallino.

Ceridwen volvió a levantarse de un salto y se lanzó de lleno contra el costado del carruaje hasta que este volvió a estremecerse, pero no interrumpió la marcha por la ciudad. Gritó, retrocedió y volvió a arrojarse, porque si no se descargaba de algún modo, su cuerpo no podría resistir el dolor que sentía.

No debería sentirse tan mal por la muerte de Simon. Ella había querido que muriera; había querido que sintiera aunque fuera un poquito del terror que él provocaba en sus esclavos. Había querido borrarle aquella maldita sonrisa sempiterna para que suplicara perdón en lugar de alegrarse de verla.

Ceridwen sintió un nudo de sollozos en la garganta.

Simon siempre se alegraba al verla. Le sonreía como si fuera su persona preferida en todo Verano, y eso la hacía sentir como si todo su cuerpo estuviera incinerándose. Recordaba el día en que Simon había conocido a Meira en su burdel, en lo que debería haber sido un acto político; sin embargo, lo que más le preocupaba a su hermano era saber dónde estaba Ceridwen y si podía verla.

Santas llamas, él siempre la había amado, incluso mientras destruía el reino y empobrecía a su pueblo. Más que nada, Ceridwen había deseado que Simon la odiara, porque…

Porque así, tal vez, ella también podría odiarlo.

Lekan trabó sus brazos en torno a Ceridwen y la empujó hacia abajo justo antes de que la hoja de una espada irrumpiera por la ventanilla, la que habían tapiado poco después de encerrarlos allí. Un destello plateado lamió el aire por encima de la cabeza de Ceridwen.

Los vestigios de sus gritos le habían dejado la garganta ardida y la boca dolorida. Estaba bien que la pena le doliera, especialmente esa pena, esa… traición.

Eso había sido. Le había dado la espalda a Simon. Y aun así él la había amado.

Ceridwen se aferró a Lekan con desesperación, sin poder relajarse por temor a lo que pudiera hacer otra vez. No quedaba nada en ella; era muy poco lo que Raelyn podría quitarle. Hacía horas que Ceridwen había renunciado a Jesse, y ahora Raelyn había destruido a su hermano y también a Verano.

Pero no, no había sido Raelyn. Había sido Angra, si se podía creer en las incoherencias dementes de Raelyn. Ceridwen deseó que todo hubiera sido obra de Raelyn. No tenía la menor idea de cómo deshacer lo que había hecho Angra. Ni siquiera sabía todo lo que había ocurrido: Angra le había dado magia a Raelyn. Le había dado a Simon el poder de controlar a quienes no eran sus súbditos.

Esta guerra la superaba por mucho. Reyes corruptos, vaya y pase; pero ¿esto? ¿Magia oscura y redes de perversión que abarcaban toda Primoria?

El terror amenazaba con incapacitarla, pero Ceridwen inhaló el aire repugnantemente dulce, cargado de humo, y se basó en Lekan para orientarse.

—Meira escapó —le dijo, porque necesitaba creerlo—. Ella va a poner fin a… todo esto.

Uno de los brazos de Lekan se soltó de ella, y él cayó al piso del carruaje con un golpe sordo. Lekan flexionó los dedos y se frotó la pierna herida y uno de los movimientos lo hizo sisear de dolor.

Ceridwen arrancó jirones de otro cobertor e improvisó una compresa sin darle tiempo a protestar. La ató con firmeza sobre la rodilla de Lekan y luego se frotó los muslos, mientras intentaba recuperar la claridad de su mente.

—¿Trabaron las puertas? —preguntó, como pensando en voz alta.

Lekan se acomodó la compresa.

—Raelyn nos dejó cinco guardias y se llevó al resto.

Hizo una pausa, y Ceridwen adivinó qué otra información tenía en mente y no decía en voz alta.

También se llevó la cabeza de Simon.

Ceridwen se acercó a gatas a las puertas traseras del carruaje y las empujó. Como era de esperar, no cedieron, de modo que tanteó los bordes en busca de un punto débil en el marco, o una astilla que pudiera arrancar para suplir las armas que le habían quitado. No encontró nada.

Pero las mantas y las almohadas… podía atarlas para hacer una especie de cuerda, que se podría usar para sorprender a los soldados y estrangularlos cuando abrieran las puertas. Eso sería, sin duda, en el complejo del palacio, donde Raelyn tendría mucho más que cinco soldados esperando para reducir a los prisioneros. Ceridwen podía tomar a un soldado como rehén y apretarle el cuello con la cuerda de satén hasta que ella y Lekan lograran salir.

Pero Raelyn aún controlaba la ciudad. Estaba llena de la magia oscura de Angra.

Y pensaba asesinar a Jesse y a sus hijos.

Ceridwen tomó la manta más cercana y empezó a desgarrarla. Lekan se acomodó para apoyarse por completo contra la pared y clavó la mirada en el techo intentando hacer caso omiso del dolor. Estaba demasiado herido para poder pelear. Ceridwen tendría que ponerlo a salvo, regresar y… ¿y luego qué? ¿Enfrentar sola a todo el ejército ventrallino? Sin duda, quedaría en Rintiero alguien que aún fuera leal a Jesse y que la ayudara a salvarlos a él y a sus hijos. Tendría que encontrar a alguien… o a Meira. Ella la ayudaría.

A menos que Raelyn ya la hubiera matado. Era posible que toda la ciudad se hubiera rendido al golpe de Raelyn, y que Jesse y sus hijos estuvieran muertos, y que hasta el último vestigio de esperanza se hubiera perdido mientras Ceridwen estaba sentada en un carruaje sin poder hacer nada.

Sus manos se detuvieron. El vacío que sentía por dentro le susurró que no debería importarle tanto lo que Raelyn le hiciera a Jesse. Durante cuatro años, había fingido que no le importaba lo que ella le hiciera… ¿por qué habría de empezar ahora?

Sin embargo, todo el resto de su ser le gritaba lo contrario. Esos cuatro años no habían sido así en absoluto. Ahora no se trataba simplemente de no hacer caso al hecho de que Raelyn estaría durmiendo con Jesse en la misma cama en la que la misma Ceridwen lo había hecho; se trataba de ignorar que Raelyn lo mataría. Y no solo a él, sino también a sus hijos. A Ceridwen no le importaba lo ocurrido últimamente entre ella y Jesse, pero no dejaría morir a los hijos de él. En parte, siempre se le había hecho muy difícil dejarlo porque él amaba tanto a sus hijos. Un hombre, un rey, que gateaba por el piso en el cuarto de su hija solo para hacerla chillar de risa…

Ceridwen liberaría a Jesse y a sus hijos. Ese sería el primer paso en esta guerra: liberar al rey de Ventralli. Buscar a la reina de Invierno. Reagruparse contra Angra y hacerle pagar por atreverse a ocupar Verano… y por permitir que Raelyn asesinara a Simon.

Eso podía hacer.

—¡Alto!

Ceridwen se tensó y sus ojos se dirigieron a la portezuela del carruaje al tiempo que toda la estructura se detenía. Se lanzó hacia la única hendija que quedaba en la ventanilla cubierta y trató de observar todo lo posible antes de echarse hacia atrás por si entraba por allí otra espada. Todavía no estaban en el palacio, sino que seguían en la ciudad, rodeados por los edificios multicolores de Rintiero, los magentas y olivas que ahora estaban ensombreciéndose.

Lekan miró a Ceridwen con el ceño fruncido. ¿Por qué se habían detenido?

Ambos guardaron silencio. Ella se agazapó y tensó el jirón de manta entre sus muñecas.

Un caballo relinchó.

—Deseamos comprar el contenido de esta carreta —dijo una voz, y Ceridwen se esforzó por reconocerla. No era nadie conocido, ni uno de los soldados que los custodiaban.

Un hombre rio.

—Olvídelo, tenemos órdenes.

—Órdenes, sí. Pero ¿tienen oro?

Se oyó un tintineo de monedas. Muchas monedas, advirtió Ceridwen. ¿Alguien iba a comprarlos?

Se puso furiosa. Probablemente algún señor ventrallino perverso que había visto el carruaje y había pensado lo mismo que todos al ver la llama de Verano: esclavos en venta.

Uno de los soldados silbó. Hubo un momento de silencio.

—Hasta pueden quedarse con el carruaje —insistió el comprador—. Así su reina no se entera tan pronto.

Su reina. Aquella persona no era de Ventralli.

Por fin el soldado que iba al mando bufó con desprecio. Las monedas volvieron a tintinear.

—Son todos suyos.

Llaves que se agitaban. Pasos que se acercaban a la portezuela. Ceridwen se irguió un poco y su cuerpo osciló entre Lekan y quienquiera que pudiera atacarlos. Disminuyó el ritmo de su respiración, pero su corazón no le hizo caso y siguió latiendo con fuerza contra sus costillas mientras una llave se introducía en la cerradura.

La portezuela se abrió con un chirrido.

Ceridwen se inclinó hacia delante, lista para atacar…

El comprador, un soldado, la miró sorprendido a la luz difusa de las farolas que alumbraban la calle. Su piel negra relucía entre las sombras que avanzaban, y detrás de él había una mujer de pie entre un grupo de caballos y más soldados. Llevaba el cabello oscuro recogido en un rodete justo por encima del cuello rígido de su vestido de lana gris. A su espalda, brillando a la luz crepuscular, tenía un hacha.

Ceridwen perdió todo impulso de pelear en un solo suspiro.

—¿Giselle?

Los había comprado la reina de Yakim.

4

Meira

Lo primero que me viene a la mente cuando vuelvo en mí es: estoy harta de desmayarme por la magia.

Una fogata pequeña crepita a mi izquierda y el aire se llena de su humo. Me obligo a abrir los ojos y me siento agradecida de toparme con la oscuridad de la noche y no con una explosión de luz del sol, y siento en la cabeza un dolor que palpita al ritmo de los segundos que pasan.

—Puedes sanarte tú misma, ¿sabes? —oigo la voz de Rares.

Me acomodo de costado y me clavo los dedos en la frente en un intento de expulsar los últimos vestigios de dolor. Un círculo de árboles rodea el claro en el que nos encontramos, y de sus ramas bajas pende un denso follaje. Sin levantar la vista, Rares sigue pasando una piedra de afilar contra uno de los cuchillos de cocina que robé.

—Si supiera controlar así mi magia, no te habría seguido —replico, irritada—. ¿Qué me hiciste? ¿Cómo lo hiciste?

Rares prueba la hoja con el pulgar y suspira.

—Que haya cuchillos descuidados en la cocina de un pobre, vaya y pase, pero ¿en la del rey de Ventralli? Es una vergüenza.

Mi mirada furiosa se aplaca. Rares murmura que ni los pollos merecen que se los mate con semejantes cuchillos.

Justo cuando tomo aliento para gritarle mis preguntas, Rares levanta la vista.

—Tal vez primero debería enseñarte paciencia.

Me pongo de rodillas, tratando de contener un mareo. Estoy tan cerca del fuego que saltan chispas de las ramas crepitantes y las siento en la piel como aguijonazos.

—¿Cómo es que tienes magia? —pregunto, sin emoción—. ¿Y cómo puedes usarla en mí?

Rares apoya los codos en las rodillas y juega con el cuchillo mientras me observa, pensativo.

—Te preocupa que tal vez no te dé explicaciones, y que aunque lo haga, no te lo diga todo y no dispongas de toda la información. Te preocupa la posibilidad de que te hayas equivocado al confiar en mí, pero más aun, de que no me hayas encontrado a tiempo. ¿Se me olvidó algo, querida?

—Yo…

—Y aunque podría asegurarte que no me parezco en nada a tus mentores anteriores, haré algo que ellos no hicieron: ahora que estamos a salvo, o tanto como es posible por el momento, te lo contaré todo, tal como te lo prometí. Cada detalle, cada razón, cada agitar de cortina que nos trajo hasta este momento. Bueno, no de todas las cortinas… algunas fueron de bastante mal gusto.

—Pero… ¿por qué?

—Por las borlas, más que nada.

—No —rezongo—. ¿Por qué habrías de contármelo todo?

Rares me mira, sorprendido.

—¿Por qué no?

Me dejo caer al suelo. ¿Así de fácil? Estoy habituada a las discusiones, a tener que rogarle a Sir una explicación, o a Hannah, que me dijera más.

Rares sigue afilando el cuchillo, y al cabo de un instante, empieza a hablar con voz desapegada, como si él mismo no se oyera.

—Sé que tu madre te contó sobre los estragos que causó la Decadencia en el mundo. Fue una consecuencia del uso que le daba la gente a la magia, para hacer el mal; y para contrarrestarla, los monarcas de Primoria recogieron los conductos de sus ciudadanos en una depuración violenta.

Tengo que morderme la lengua para no preguntarle cómo sabe lo que Hannah me contó, pues temo que, si hablo, se dé cuenta de que me está brindando esa información sin ningún reparo.

—Murieron miles de personas —prosigue—. Muchas más estaban poseídas por la Decadencia, dominadas por deseos perversos. Fue una época desesperada. Y eso llevó a los monarcas del mundo a crear los Conductos Reales, con la esperanza de que semejantes cantidades de magia erradicaran la Decadencia del mundo… Y así fue, por un tiempo. Uno por cada reino: cuatro ligados a herederas femeninas, y cuatro, a herederos masculinos. Paisly no fue la excepción, salvo que nos negamos a inclinarnos ante el poder de nuestro monarca con tanta facilidad como el resto del mundo.

“Vimos el comienzo de un ciclo de violencia. Vimos que la magia seguía usándose, grandes cantidades de magia conectada a ocho personas que podían adquirir una sed de poder muy grande. ¿Cómo podíamos confiar en que no se corrompieran y volvieran a introducir la Decadencia en el mundo? Aquí no había lugar para la magia; su precio era demasiado alto. Formamos un grupo rebelde, la Orden de los Lustrados, que se opuso a nuestra reina —Rares hace una pausa y me mira—. Y nuestra rebelión tuvo éxito.

—¿Paisly no tiene reina?

Apenas oigo la pregunta en el espacio que hay entre nosotros.

—Tenemos una regente que hace las veces de reina siempre que se necesita una figura así, pero Paisly no tiene reina… ni conducto real.

“La noche de la rebelión, la reina de Paisly rehusó negociar —prosigue—. Veía una amenaza contra su reino, no la salvación que proclamábamos. Y en la batalla, se sacrificó por su reino… momentos después de que la Orden rompiera su Conducto Real, un escudo.

—¿Qué? —jadeo, y me envuelvo con los brazos como si aferrarme a mí misma fuera la única manera de hacer que sus palabras sean reales y no un cuento que se narra junto a una fogata antes de dormir.

Los ojos oscuros de Rares siguen clavados en los míos.

—Nadie se dio cuenta de lo que habíamos hecho hasta que fue demasiado tarde. Todos en Paisly, desde los que apoyaban a la reina hasta los integrantes de la Orden, quedaron imbuidos de magia. Todos nos convertimos en conductos… tal como quería tu madre para Invierno.

La conmoción me sacude hacia delante.

—¿Cómo sabes eso?

Pero Rares sigue hablando.

—Después de la rebelión, los defensores de la reina quedaron en absoluta minoría. La Orden tomó el poder y gobierna Paisly desde entonces. Y todavía estamos convencidos de que no hay lugar para la magia en este mundo; por eso hemos mantenido nuestro reino en secreto hasta donde hemos podido. Por supuesto que es inevitable que haya alguna que otra interacción con otros reinos, pero es asombroso lo que se puede esconder cuando nadie sabe qué buscar. Especialmente cuando se trata de un reino ubicado en una cadena montañosa —me guiña un ojo—. Es muy fácil esconder cosas en las montañas.

Quedo boquiabierta. Lo que Hannah había querido que ocurriera en Invierno ya había sucedido en otro reino: la magia se había extendido a todos sus ciudadanos al romperse el conducto y sacrificarse la reina. Todo un reino de personas como yo, que eran en sí mismas conductos de una magia que nunca habían deseado. Con razón Rares decía que Paisly estaba a salvo de Angra.

Me inclino hacia delante con entusiasmo.

—En ese caso, pueden detener a Angra. Paisly puede reunir un ejército y derrotarlo en cuestión de…

La mirada de Rares me hace callar.

—Aunque cada ciudadano de Paisly es un conducto, no quedamos muchos después de la guerra. Por eso adoptamos este enfoque: nuestros miembros han estado en toda Primoria, esperando que apareciera un portador de conducto cuyas metas coincidieran con las nuestras. La Orden ha venido construyendo una defensa… pero ahora las fuerzas de Angra incluyen los ejércitos de por lo menos tres reinos, y todos los soldados están impulsados por su magia. Podríamos impedir su avance en las montañas de Paisly, pero no tenemos la capacidad para derrotarlo solos. Pero te ayudaremos; aunque la Orden cree que en Primoria no hay lugar para la magia, nuestras circunstancias nos han obligado a convertirnos en expertos en ella. Te ayudaremos a controlarla para que puedas usarla como planeas hacerlo: para quitarle a Angra las otras llaves del barranco y destruir toda la magia.

Casi se me escapa el corazón del pecho.

—¿También sabes eso?

Rares sonríe con tristeza, y el fuego proyecta un reflejo amarillo en sus ojos oscuros.

—Ser parte de la misma magia permite una conexión mental. Al tocar otro conducto se intensifica la reacción: tú lo experimentaste al hacer contacto con la piel de otros portadores de conductos. Pero los conductos verdaderamente fuertes pueden acceder a los pensamientos y los recuerdos sin necesidad de contacto físico… hasta que llegas a confiar en tu magia lo suficiente para usarla todo el tiempo, para bloquear esas intromisiones. A propósito, no me des las gracias por quitarte a Angra de la mente. Algún día tendrás que hacerlo sola, pero por ahora, no puede acceder a tus pensamientos.

Me toco la sien.

—Un momento… ¿Angra podía oír mis pensamientos antes de que yo supiera que estaba vivo?

Rares asiente una vez.

—Sí.

Me invaden las náuseas y me inclino hacia delante, con la cabeza entre las manos. Podía haberlo oído todo: todos mis planes, mis débiles intentos de detenerlo. No necesitaba tocarme. Habría podido hablarme cuando quisiera. ¿A quién más podía hacerle eso?

Pero lo sé. Se lo hizo a Theron, y podría hacérselo a cualquiera que no estuviera activamente protegido de su Decadencia por la magia pura de conducto.

Miro, furiosa, las llamas que tengo ante mí.

—Así que lo expulsaste por mí. Pero ¿cómo? Yo no soy paisliana, y la magia de Paisly solo debería poder afectar a la gente de allí.

—Las reglas de la magia cambian en los conductos humanos —respondió Rares—. Yo no podría afectar a un inverneño normal, pero tú estás llena de la misma magia que recorre mi cuerpo. Estamos conectados, tal como seguramente descubriste que estás conectada con otros portadores de conductos. Aunque los Conductos Reales se crearon para obedecer solo a ciertos linajes, la magia que contienen es, en el fondo, la misma, y por lo tanto, todos los portadores de conductos están conectados. Perdón por el desmayo, pero poco a poco lo tolerarás mejor. Solo estuviste inconsciente tres horas, ni siquiera lo suficiente para alcanzar a sacarte de Ventralli.

Lo miro boquiabierta. Desperdicié tres horas durmiendo.

En ese tiempo podía haber pasado cualquier cosa. Mather y los inverneños podían haber salido de Rintiero a salvo… o podía haber ocurrido lo que yo más temía. Y no solo eso, sino que si vamos a ir a Paisly, tardaremos semanas en llegar; cada momento perdido es un momento más en el que Angra cierra su puño sobre el mundo.

Y ni siquiera sé qué planes tiene. No sé qué planea hacer, a quién va a matar, qué reino quiere destruir primero…

Una angustia metálica me cierra la garganta y hace que me resulte imposible tragar, respirar, hacer otra cosa que quedarme mirando a Rares mientras vuelvo a sentir ese dolor palpitante en la cabeza.

No hay tiempo que perder.

—Dijiste que me ayudarías a quitarle las llaves —me obligo a decir—. Con todos los conocimientos que tiene la Orden, ustedes también le habrán preguntado a la magia cómo destruirla. ¿Y les respondió lo mismo que a mí: sacrificando un conducto y devolviéndolo al barranco?

Rares asiente lentamente.

—Y vas a ayudarme a quitarle las llaves a Angra —repito—. Vas a ayudarme a mí a destruir toda la magia. Entonces…

Mi mente se llena de recuerdos fugaces. El barranco y sus dedos de magia, eléctricos y destructivos, que solo podían habitar en objetos; cuando alguien intentaba dejar que la magia lo tocara, caía incinerado como si lo hubiera fulminado un rayo.

Mi angustia se convierte en terror cuando Rares no aparta los ojos de los míos.

—No hay otra manera de destruir la magia —adivino; las palabras salen de algún lugar en el fondo de mi ser, algún lugar que no siente—. Vas a ayudarme a morir.

Eso hace que Rares suelte el cuchillo y la piedra de afilar. Se apoya en sus manos y rodillas y cruza la distancia que nos separa, hasta llegar tan cerca que percibo la severidad que irradia con la misma seguridad con que siento el calor de la fogata.

—Desde hace casi dos años, mi pueblo vive lamentando lo que la Orden le hizo a Paisly —me dice—. Cuando pudimos usar nuestra magia para averiguar cómo destruirla, comprendimos que tendríamos que convencer a todos los paislianos de que se arrojaran al barranco por su propia voluntad. Ahora todos somos conductos de Paisly. Por eso hemos venido observando en secreto a los gobernantes del mundo por medio de nuestro vínculo con su magia, ocultando el conocimiento de los verdaderos límites de los conductos a cualquiera que buscara abusar de ellos, con la esperanza de que alguno llegara a las mismas conclusiones que nosotros: que la magia es demasiado peligrosa. Desde luego, teníamos la esperanza de que ese monarca no tuviera más que arrojar su conducto al barranco. Pero tú eres la primera portadora de un conducto en varios siglos que ha decidido que los aspectos negativos de la magia superan cualquier beneficio. Ni siquiera tu madre se propuso esto.

Me crispo al oírlo mencionar a Hannah; pienso que otra vez oiré su voz en mi mente… pero no. Ya no está. Y eso me resulta mucho más liberador de lo que debería.

Incluso cuando ella intentaba ayudarme, en realidad nunca me ayudaba a mí; simplemente trataba de corregir sus propios errores, y ahora, al mirar a Rares con la esperanza de ver alguna otra emoción más allá de su extraña mezcla de remordimiento y ansiedad, lo único que veo es una puerta. La misma puerta hacia la que me guiaba Hannah: la salida de un mundo de caos y dolor, control y destrucción.

Pero a diferencia de Hannah, Rares está dispuesto a ayudarme a entender todo esto. Puede ayudarme a controlar mi magia para que esté mejor armada cuando me enfrente a Angra para quitarle las otras dos llaves del barranco. Rares y su pueblo han tenido siglos para estudiar su magia; quizá puedan ayudarme a llegar a un lugar donde mi miedo se evapore y solo quede mi decisión.

—¿Estás seguro de que es buena idea decirme todo esto? —le pregunto—. ¿No prefieres ocultármelo para que malinterprete algo y me equivoque?

Rares me apoya una mano en el hombro, una presión firme que me sobresalta.

—No eres lo que has hecho. La persona que eres ahora, en este momento, es quien tú eliges ser.

—Quien yo elijo ser —repito—. Últimamente soy incapaz de elegir bien.

Dejé a todos mis seres queridos en la mazmorra en Rintiero. Desperdicié tres horas. Yo…

Rares levanta la mano, contrae un dedo y me da un golpe en la frente.

Me doy una palmada en la frente dolorida.

—¿Qué…?

Pero Rares me señala agitando el dedo culpable.