Hielo como fuego - Sara Raasch - E-Book

Hielo como fuego E-Book

Sara Raasch

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Beschreibung

Hace tres meses que los inverneños fueron liberados y que el rey de Primavera, Angra, desapareció, en gran parte gracias a la ayuda de Cordell.   Meira solo quiere que su pueblo esté a salvo. Cuando su deuda con Cordell obliga a los inverneños a excavar en sus minas para pagarles, hacen un descubrimiento asombroso y quizá peligroso: el barranco mágico perdido de Primoria. Theron se llena de entusiasmo y esperanza: con toda esa magia, el mundo al fin podrá defenderse de amenazas como Angra. Pero Meira sabe que la última vez que el mundo tuvo acceso a tanta magia nació la Decadencia. Por eso, cuando el rey de Cordell ordena a ambos que partan en una misión por los reinos de Primoria para develar los secretos del barranco, Meira se propone aprovechar el viaje para conseguir apoyo para mantener cerrado el barranco y a salvo a Invierno… aunque Theron tenga otros planes. Pero ¿podrá hacerlo sin poner en peligro a quienes ama?   Mather solo quiere ser libre. Los horrores sufridos por los inverneños son una herida abierta para los moradores de Jannuari, lo cual hace que el reino sea vulnerable a la creciente opresión de Cordell. Cuando Meira parte en busca de aliados, Mather decide tomar en sus manos la seguridad de Invierno. ¿Podrá reconstruir su reino destrozado y proteger a sus habitantes de nuevas amenazas?   Mientras la trama de poder y engaños se va haciendo más densa, Theron lucha por la magia; Mather, por la libertad… y Meira empieza a preguntarse si debería pelear no solo por Invierno sino también por el mundo entero.

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Hielo como fuego

Hielo como fuego

Sara Raasch

Índice de contenido

Portadilla

Legales

Hielo como fuego

Raasch, Sara

Hielo como fuego / Sara Raasch. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2017.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descargaTraducción de: Nora Escoms..ISBN 978-987-609-689-8

1. Narrativa Juvenil Estadounidense. 2. Novelas Fantásticas. I. Escoms, Nora, trad. II. Título.

CDD 813

© 2015, Sara Raasch

© 2014, arte de mapa, Jordan Saia

© 2016, Editorial Del Nuevo Extremo S.A.

A. J. Carranza 1852 (C1414 COV) Buenos Aires Argentina

Tel / Fax (54 11) 4773-3228

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Título en inglés: Ice Like Fire

Imagen editorial: Marta Cánovas

Traducción: Nora Escoms

Corrección: Mónica Piacentini

Arte de tapa: Jeff Huang

Diseño de interior: ER

Primera edición en formato digital: mayo de 2017

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-609-689-8

Para Kelson, que personifica lo mejor de Mather y Theron incluso cuando yo soy lo peor de Meira.

1

Meira

Cinco enemigos.

Cinco cascos abollados sobre cinco pecheras igualmente abolladas; cinco soles negros que brillan, raspados pero visibles, en el metal plateado. Más soldados de los que podría enfrentar sola, pero de pie en el centro de ese círculo, con las botas plantadas en la nieve, miro al más cercano, arqueo una ceja, y desciende sobre mí la calma que precede a una pelea.

Ya tengo mi chakram listo en la mano, pero una parte de mí todavía no quiere arrojarlo pues se deleita con la sensación de su empuñadura lisa contra la palma de mi mano. Dendera se creyó muy lista al esconderlo donde lo hizo, pero en realidad, dárselo a los soldados cordellanos fue casi demasiado fácil. ¿Dónde más buscaría yo un arma si no en la carpa armería?

—¡Hazlo! —me llega un chillido agudo.

—¡Cállate, te oirá!

Sigue una catarata de chistidos cuando alzo la cabeza hacia la fila de rocas que están fuera de mi círculo de enemigos simulados. Un grupo de cabecitas se esconde detrás de la roca más grande.

—¡Nos vio!

—¡Estás pisándome el pie!

—¡Cállate!

Una sonrisa me revolotea en los labios. Cuando vuelvo a mirar al más cercano de los soldados, la pila de nieve que hay dentro del casco y la pechera se hunde un poco, torcida por la misma ráfaga de viento helado que me azota la falda. La ilusión se pierde.

No estoy vestida para una batalla: tengo puesto un vestido sin mangas de tela color marfil con tablas, y el cabello recogido con un peinado complicado de trenzas. Mis “enemigos” son pilas de nieve que amontoné sin mucho cuidado y vestí con algunas de las armaduras de Primavera que quedaron descartadas por todo mi reino. Mi público no es un ejército, sino un grupo de niños inverneños curiosos que me siguieron desde la ciudad. Pero el chakram es real, y el modo en que mi cuerpo reacciona a él hace la escena casi creíble.

Soy un soldado. Me rodean los hombres de Angra. Y voy a matarlos a todos.

Flexiono las rodillas, giro las caderas, tuerzo los hombros y se me anudan los músculos. Inhalo, exhalo, giro, suelto; los movimientos surgen de memoria, tan arraigados en mi cuerpo como el acto de caminar, a pesar de que hace tres meses que no arrojo mi chakram.

La hoja sale volando de mi mano con un silbido que perfora el aire frío. Corta en vuelo al enemigo más cercano, rebota contra una piedra, corta al siguiente soldado y regresa cantando a mi mano.

Cada nervio tenso se relaja, y suelto una exhalación larga, profunda, pura. ¡Santa nieve, qué buenoes esto!

Dejo volar al chakram otra vez y otra, y termino con el resto de los soldados. A mi espalda hay un estallido de hurras, vocecitas que ríen mientras los copos de nieve caen sobre los cadáveres de mis víctimas. Me quedo en la posición de mi última atajada, la cadera ladeada y el chakram firme en la mano, pero ahora la ilusión desaparece por completo… de la mejor manera.

Una sonrisa amplia me curva los labios. No recuerdo la última vez que alguien rio en Invierno. Los últimos tres meses deberían haber estado llenos de alegría, pero los únicos sonidos que he oído son los golpes secos de la construcción, los murmullos acerca de planes para los cultivos y las minas, los aplausos apagados en los acontecimientos públicos.

—¿Puedo arrojarlo yo? —pregunta desde lejos una de las niñitas, y su pedido alienta al resto a exigir lo mismo.

—Mejor empiecen con algo menos filoso. —Sonrío y me inclino, recojo un puñado de nieve y formo una bola no muy apretada que dejo escapar de mis dedos—. Y menos mortal.

La niña que pidió primero arrojar mi chakram entiende antes que los demás. Cae de rodillas, hace una bola de nieve y se la arroja a un niño que está detrás de ella.

—¡Te di! —chilla, y echa a correr por el campo en busca de un escondite.

Los demás entran en un frenesí, hacen proyectiles de nieve y se los arrojan entre sí mientras corren por los campos.

—¡Estás muerto! ¡Te di! —grita un niñito.

Se me borra la sonrisa.

Ya no tenemos que pelear. Nunca tendrán que arrojar otra cosa que bolas de nieve, me digo.

—¿Esto no te parece un poco… morboso?

Doy media vuelta y mis dedos se tensan en torno al chakram. Pero ni siquiera levanto la hoja antes de ver quién está entrando al pequeño claro que crean las estribaciones de los Klaryn a un lado y los campos nevados al otro.

Theron inclina la cabeza, y parte de su cabello se zafa de detrás de sus orejas y cae como una cortina entre castaña y rubia. En su mirada permanece una pregunta, y veo preocupación en sus ojos.

—¿Morboso? —Solo logro sonreír a medias—. ¿O catártico?

—La mayoría de las cosas catárticas son morbosas —corrige—. La sanación por medio de la melancolía.

Pongo cara de exasperación.

—Tenías que ser tú quien encontrara algo poético en la decapitación de unos muñecos de nieve.

Ríe, y el aire se pone un poco más frío, un frío delicioso que me hace cosquillas en el corazón. Los colores de Theron se recortan con dureza contra el fondo de eterno marfil de Invierno. Los músculos de su cuerpo esbelto están enfundados en el uniforme verde cazador y dorado de Cordell, de tela más gruesa por el frío de Invierno y porque su sangre cordellana no lo protege del clima de mi reino.

Theron señala con la cabeza en la dirección desde la que llegó, hacia la ciudad de Gaos. Si los Klaryn fueran un mar, Gaos sería el puerto más grande de Invierno: la ciudad más grande con acceso a la mayor cantidad de minas.

Es un lugar donde he pasado demasiado tiempo en estos últimos tres meses.

—Estamos listos para abrir la Mina Tadil —anuncia, y se mueve con lo que podría ser un estremecimiento de frío, pero también podría ser de entusiasmo.

—Acabamos de abrir una mina ayer. Y dos la semana pasada —replico. Detesto cómo se deforma mi voz. Theron no debería ser el receptor de mi ira.

Su mandíbula se tensa.

—Lo sé.

—Tu padre viene a Jannuari para la ceremonia el fin de semana, ¿no es así?

Entiende a dónde apunto.

—La realeza de Otoño también vendrá. No deberías discutir con mi padre delante de ellos.

—Cordell tiene tanto que ver con Otoño como con Invierno. Probablemente su rey tiene tantos deseos como yo de echar a Noam.

Theron hace una mueca de dolor, y me doy cuenta demasiado tarde de lo insensibles que fueron mis palabras. Noam es el padre de Theron y su rey, y por más que se me estruje el pecho cada vez que él da una nueva orden… necesitamos a Cordell. Sin la ayuda de Noam, no tendríamos ejército; el físico de los inverneños apenas empieza a pasar de raquítico a saludable, y por eso hace muy poco que han podido empezar a entrenarse. Sin Cordell no tendríamos provisiones, ya que Invierno aún no restableció lazos comerciales, y lo poco que podemos cultivar en nuestro reino helado (gracias a la magia) se sembró hace muy poco y no dará frutos hasta dentro de unos meses, aun con el estímulo del conducto de Invierno.

Entonces no me queda otra opción que obedecer las exigencias de Noam, porque le debemos tanto que a veces no puedo creer que no esté yo también vestida con los colores de Cordell.

—Muy bien —acepto—. Abriré esta mina. Pagaré a Noam y a Otoño por su parte en la salvación de Invierno, pero apenas termine la ceremonia…

¿Qué pienso hacer después de la ceremonia? Porque es eso, una ceremonia, una representación bonita para agradecer a Otoño y a Cordell por su ayuda para liberar a Invierno de Primavera. Les pagaremos con lo que hemos extraído de las minas, pero no será siquiera una fracción de lo que les debemos. Después de la ceremonia estaremos en la misma situación que ahora: a merced de Cordell.

Por eso he pasado tanto tiempo en los últimos tres meses tratando de convencer a Dendera de que las reinas sí pueden portar armas. Por eso busqué mi chakram y monté este momento de normalidad, porque a pesar de que hemos recuperado a Invierno, me siento exactamente como cuando nuestro reino estaba en poder de Primavera. Esclavizada a otro reino. Aunque con menos amenaza inmediata, y solo por esa razón he tolerado a Noam tanto tiempo. Mi gente no ve opresión en la presencia de Cordell: ve ayuda.

Theron extiende la mano hacia mí, pero todavía estoy sosteniendo mi chakram, de modo que se conforma con una de mis manos, y me saca de mi preocupación. No es solo un delegado de Cordell; no es solo el hijo de su padre. También es un muchacho que me mira con ansias, del mismo modo que me miró en los pasillos oscuros del palacio de Angra antes de besarme… del mismo modo que me ha mirado una docena de veces en los últimos tres meses.

Contengo el aliento. Pero esta vez no me besa, y no logro decidir si quiero que lo haga… y si quiero, si sería porque necesito consuelo, distracción, o a él.

—Lo siento —dice con voz queda—. Pero tenemos que seguir intentándolo… y el trabajo es bueno para Invierno. En todo caso, tu reino también se beneficiará con estos recursos. Detesto que él tenga razón, pero necesitamos…

—Noam no necesita a Invierno —lo interrumpo—. Él quiere a Invierno. Quiere tener acceso al barranco de magia. ¿Por qué dices que tiene razón? —Vacilo—. ¿Estás de acuerdo con él?

Theron se acerca un poco más, y un aroma a lavanda emana de su cuerpo. Mueve las manos hasta mis brazos; y al hacerlo, se le levantan las mangas de la chaqueta y quedan al descubierto sus muñecas con irregulares cicatrices rosadas. La culpa me deja un sabor repugnante en la boca.

Le hicieron esas cicatrices mientras trataba de rescatarme.

Theron me ve mirar sus muñecas descubiertas. Se aparta y se estira las mangas.

Trago en seco. Debería decir algo al respecto: sobre sus cicatrices, su reacción. Pero él siempre cambia de tema antes de que…

—No creo que tenga toda la razón —tartamudea Theron, volviendo a encauzar la conversación, aunque no se me escapa que mantiene una mano en la manga, presionando la tela contra su muñeca—. No en el modo en que lo encara, al menos. Invierno necesita apoyo, y Cordell puede dárselo. Y si encontramos el barranco de magia, todos estaremos mejor.

Sus ojos me sostienen la mirada, rogándome en silencio que prosiga como si nada.

Cedo. Por ahora.

—¿Y cómo debería Noam buscar una recompensa por su ayuda?

Pero apenas planteo la pregunta, conozco la respuesta, y mi cuerpo se inflama con una oleada de deseo que me hace acercarme a él.

Theron se inclina hacia adelante.

—Quiero que mi padre restablezca nuestro compromiso. —Sus palabras no se oyen más que los copos de nieve que caen a nuestro alrededor—. Si nuestros reinos se unieran, no se trataría de uno dominando al otro, uno en deuda con el otro… estaríamos unidos, seríamos poderosos. —Hace una pausa y exhala una nube de vapor—. Estaríamos protegidos.

Un cosquilleo helado me recorre el cuerpo, en contraposición con las partes de mí que saben que Theron y yo no estamos destinados para lo que una vez íbamos a ser. Noam canceló nuestro compromiso porque consideró que la deuda de Invierno con Cordell era un vínculo suficiente entre nuestros reinos… y quizás un poco porque sintió que Sir lo engañó al concertar una boda entre su hijo, el heredero de un reino rítmico, y una chica que debería haber sido un títere de Invierno y no una reina por derecho propio.

Noam quiere nuestras minas; quiere acceso al barranco mágico perdido. Sabe que lo conseguirá, gracias a la dependencia nuestra con él. De esta manera, puede tratar a Invierno como el despojo que somos… no con una relación política entre iguales. Y, francamente, ahora me da cierto alivio no tener que preocuparme por estar casada.

Pero Theron ha dejado en claro, muchas veces, que no está conforme con la decisión de Noam.

Como para confirmar mis pensamientos, su expresión cambia y él se ladea hacia mí.

—Siempre pelearé por ti. Siempre te cuidaré —añade.

El modo en que lo dice es a la vez una promesa, una declaración y un ruego. Las palabras le producen un estremecimiento que le llega hasta las muñecas, y ponen de manifiesto los miedos que no se atreve a mencionar en voz alta.

Protegidos. Te cuidaré.

A él también lo asusta nuestro pasado. Teme que vuelva a ocurrir lo mismo, como pesadillas que se repiten una y otra vez.

—No es necesario que me cuides —susurro.

—Pero puedo hacerlo. Y lo haré.

La declaración de Theron es tan seria que siento que me corta la cara.

Pero no quiero necesitarlo… ni a su padre, ni a Cordell. No quiero que mi reino necesite a nadie. La mayor parte del tiempo, ni siquiera quiero que me necesiten a mí.

Toco mi relicario, la joya vacía que simboliza para todos los demás la magia de Invierno. Todos piensan que, al reunirse las dos mitades, el relicario volvió a ser una de las ocho fuentes de magia en este mundo: los Conductos Reales. Piensan que cualquier magia que yo haya usado antes —al curar a Sir y al niño en el campamento de April, al infundir nuevas fuerzas a los inverneños esclavizados— fue pura casualidad, un milagro, porque todos los demás Conductos Reales son objetos como una daga, un anillo, un escudo. Nunca se les ocurrió (ni a mí, antes de esto) que la magia pudiera alojarse en una persona.

No tienen idea de dónde está la verdadera magia. Y, francamente, Cordell es lo que menos me preocupa… porque dentro de mí hay algo que podría ser mucho más peligroso.

Apoyo mi mano libre en el pecho de Theron. Solos aquí afuera, con la nieve que cae, el viento frío que se arremolina alrededor y el golpeteo de sus latidos bajo mis dedos, nos permito tener este momento. Seamos lo que seamos ahora, los momentos como este, en los que podemos olvidarnos de la política, de los títulos de nobleza y de nuestro pasado, nos ayudan a no desmoronarnos bajo las presiones de nuestra vida.

Me apoyo en él, levanto la cara y lo beso en los labios. Theron gime y me rodea con sus brazos, se amolda a la forma de mi cuerpo y responde al beso con una pasión que me desarma.

Me acaricia la sien, la oreja y la mejilla, y sus dedos apartan los cabellos que se sueltan de sus horquillas. Inclino la cabeza y me apoyo en la palma de su mano, y mis dedos le rodean la muñeca.

Sus cicatrices son abultadas e irregulares bajo mis dedos. Mi corazón (que ya latía erráticamente porque los labios de Theron son ásperos pero sus manos me tocan con suavidad, y por la punzada de necesidad que siento en mis entrañas cuando gime así) se descontrola.

Me aparto un poco, y nuestras exhalaciones se convierten en escarcha.

—Theron, ¿qué te pasó en April?

Apenas me salen las palabras, pero finalmente allí están, danzando entre los copos de nieve.

Theron vacila; por un segundo no me oye. Luego hace una mueca de dolor y su rostro se llena de un horror que intenta suavizar demostrando confusión.

—Tú estabas allí…

—No, me refiero a… antes. —Respiro hondo varias veces—. Estabas en April antes de que yo supiera que estabas. Y… puedes contármelo. Si alguna vez necesitas hacerlo. Es decir, sé que es difícil, pero yo… —Rezongo, y bajo la cabeza—. No soy buena para esto.

A pesar de todo, Theron ríe entre dientes.

—¿Buena para qué?

Lo miro y empiezo a sonreír, hasta que caigo en la cuenta de cómo pasó por alto todo lo que dije.

—Buena para… nosotros.

Sus labios estallan en una sonrisa que no hace más que recordarme todo lo que intenta esconder.

—Eres mejor de lo que crees —susurra. Hace que le suelte la mano y baja los dedos por mi rostro, mi cuello, hasta tomarme el hombro.

Le ofrezco una sonrisa débil y sacudo la cabeza.

—Los mineros. Debo ir con ellos.

Theron asiente.

—Sí —concuerda. Su cara se ilumina con repentina esperanza—. Quizás esta mina sea la definitiva.

Difícilmente, casi respondo. Hemos empezado a excavar en más de la mitad de las minas de Invierno y en ninguna encontramos nada más allá de los recursos habituales. Me exaspera el hecho de que Noam crea que encontraremos el lugar de donde se originaron los Conductos Reales. El barranco de magia lleva siglos perdido bajo los Reinos Estacionales, ¿y espera encontrarlo solo porque quien ahora lo busca es un Rítmico?

Las minas son de Invierno, y está obligando a mi pueblo a emplear la poca fuerza que tiene en las excavaciones. Mi gente pasó dieciséis años en los campos de trabajo de Angra; debería estar sanándose, no buscando poder para un hombre que ya tiene demasiado.

Vuelvo a ponerme furiosa; me doy vuelta y dejo atrás los cadáveres de mis enemigos simulados.

Theron camina a mi lado en silencio, y cuando rodeamos algunas rocas, Gaos se alza ante nosotros como si los Klaryn la hubieran tenido escondida hasta mi regreso. Se parece mucho a cómo estaba Jannuari cuando llegamos por primera vez, pero al menos en esa ciudad se han arreglado algunas partes desde entonces. Es tan poca la gente que eligió repoblar Gaos que solo hemos podido reparar la zona más cercana a las minas, y la mayor parte de la ciudad está en ruinas. A lo largo de las calles hay cabañas deterioradas por el desuso; los callejones están llenos de escombros acomodados en pilas apresuradas. La nieve lo cubre todo y esconde parte de la destrucción bajo un puro manto color marfil.

Vacilo apenas un segundo cuando Gaos aparece a la vista. Pero eso basta para que Theron me rodee la cintura con el brazo y atraiga mi cuerpo hacia el suyo.

—Mejorará con el tiempo —me asegura.

Lo miro, aferrando aún mi chakram con desesperación. Sus manos me toman por la cadera, tibias a pesar del frío perpetuo de Invierno.

—Gracias.

Theron sonríe, pero antes de que pueda responder, lo interrumpe otra voz.

—¡Mi reina!

El crujido de la nieve bajo los pies de Nessa llega después de su grito, seguido con igual rapidez por los gritos sobresaltados de su hermano. Cuando me vuelvo hacia ella, ya recorrió la mitad del tramo nevado que me separa de Gaos, con el vestido flameando contra sus piernas.

Se detiene de golpe, jadeando entre sonrisas. Los meses de libertad empiezan a notarse: sus brazos y su rostro se han rellenado de un modo saludable, y tiene las mejillas suavemente encendidas.

—¡Te hemos buscado por todas partes! ¿Estás lista?

Mi cara se transforma en algo que está entre la mueca de fastidio y la sonrisa.

—¿Dendera está muy enojada?

Nessa se encoge de hombros.

—Se apaciguará cuando la mina esté abierta. —Hace una reverencia torpe a Theron y me toma de la mano—. ¿Puedo robársela, Príncipe Theron?

Theron me acaricia la cadera con el pulgar en un movimiento que me hace estremecer.

—Por supuesto…

Pero Nessa ya está llevándome por la nieve.

Conall y Garrigan nos reciben justo al llegar a la primera calle de la ciudad: Conall, con una mirada torva, y Garrigan, con una sonrisa divertida.

—Deberías habernos llevado contigo —me regaña Conall. Entonces cae en la cuenta de a quién está regañando y se aclara la garganta—. Mi reina.

—Es perfectamente capaz de cuidarse sola —me defiende Garrigan. Pero al ver la mirada de Conall, trata de disimular la sonrisa con una tos bastante fuerte.

—No se trata de eso. —Conall gira rápidamente hacia mí—. Henn no ha estado entrenándonos para quedarnos sin hacer nada.

Casi repito las palabras de Garrigan, casi levanto mi chakram solo para añadir más énfasis. Pero la tensión que hay en los ojos de Conall me hace guardar el chakram a mi espalda.

—Lamento haberlos preocupado —digo—. No quise…

—¿Dónde estabas?

Ahogo un chillido tembloroso cuando aparece Dendera en la calle, hecha una furia.

—Te dejo sola un minuto y desapareces como…

Se detiene de repente. Trato de esconder mi chakram todavía más a mi espalda, pero es demasiado tarde. La mirada de Dendera no refleja la furia que yo suponía. Se la ve cansada, agotada, y cuando llega hasta mí, sus cuarenta y tantos años le pesan más aún en la cara.

—Meira —me reprende.

Hace meses que ni ella, ni Nessa, ni nadie más que Theron me llama así. Siempre es “mi reina” o “milady”. Al oírla llamarme por mi nombre, es como una ráfaga de aire frío que irrumpe en una habitación cerrada, y lo disfruto con avidez.

—Te lo dije —dice Dendera, al tiempo que me quita el chakram y se lo pasa a Garrigan—. Ya no necesitas esto. Eres la reina. Nos proteges de otras maneras.

—Lo sé. —Mantengo la mandíbula apretada, la voz calma—. Pero ¿por qué no puedo ser las dos cosas?

Dendera suspira con la misma tristeza con que lo ha hecho tantas veces en los últimos tres meses.

—La guerra terminó —me dice; no es la primera vez, y probablemente tampoco la última—. Nuestra gente vivió demasiado tiempo en guerra; necesitan un gobernante sereno, no una reina guerrera.

En mi mente, me resulta lógico. Pero no en mi corazón.

—Tienes razón, duquesa —miento. Si la presiono demasiado, veré en su rostro la misma expresión que vi cientos de veces cuando era niña: el miedo al fracaso. Igual que con Theron y sus cicatrices, y también Nessa: si la miro cuando cree que nadie la ve, sus ojos se ponen vacíos y vidriosos. Y cuando el sueño le trae pesadillas, llora con tanto desconsuelo que me parte el corazón.

Mientras nadie mencione el pasado ni nada malo, estamos bien.

—Ven. —Dendera bate palmas, nuevamente concentrada en el trabajo—. Ya estamos llegando tarde.

2

Meira

Dendera nos lleva a una plaza que se abre a pocos pasos de la Mina Tadil. Aquí los edificios están enteros y limpios, no hay escombros en la calle y las casas están reparadas. La plaza está atestada por las familias de los mineros que ya están en lo profundo de la mina, además de soldados cordellanos que, en su mayoría, saltan de un pie al otro tratando de mantener el calor. En la entrada a la plaza hay una carpa abierta, nuestra primera parada, y entramos en fila pasando por mesas cubiertas de mapas y cálculos.

Sir y Alysson están en la carpa, las cabezas inclinadas y conversando por lo bajo. Vuelcan su atención hacia mí; una sonrisa genuina pasa por el rostro de Alysson, y una expresión analítica por el de Sir. Están tan elegantes como Nessa y Dendera: en Invierno, la vestimenta femenina tradicional consta de vestidos largos tableados de color marfil, y la mayoría de los hombres usan pantalones y túnicas azules bajo una larga tela blanca con la que se envuelven el torso en forma de X. Todavía me resulta extraño ver a Sir vestido con otra cosa que no sea su ropa de batalla, pero ni siquiera lleva una daga en la cadera. La amenaza desapareció, nuestro enemigo está muerto.

—Mi reina.

Sir inclina la cabeza. Se me eriza la piel al oír ese título en sus labios, algo más a lo que todavía no me acostumbro. A que Sir me llame “mi reina”. Sir, mi general. Sir, el padre de Mather.

No puedo evitar pensar en él.

No he hablado en verdad con Mather desde que estábamos montados lado a lado en nuestros caballos, en las afueras de Jannuari, antes de que yo asumiera plenamente mis responsabilidades como reina, y él renunció a todo lo que una vez creyó ser.

Yo había esperado que con el tiempo se adaptara, pero hace tres meses que no me dice otra cosa que “mi reina”. No tengo idea de cómo acortar esa distancia entre nosotros; siempre me digo, tontamente quizás, que cuando esté listo volverá a hablarme.

O tal vez no tenga tanto que ver con el hecho de que ya no será rey sino con Theron, porque a pesar de que nuestro compromiso fue cancelado, sigue presente en mi vida. Por ahora, es más fácil no pensar en Mather. Poner buena cara, forzar la sonrisa y disimular lo mal que me siento.

Ojalá no tuviera que forzar nada; ojalá ninguno de nosotros tuviera que hacerlo, y que todos tuviéramos la fuerza para aceptar las cosas que nos han pasado.

En mi pecho asoma un cosquilleo de frío. Chispeante y loco, helado y vivo, y ahogo un suspiro por lo que significa.

Cuando Angra conquistó mi reino, hace dieciséis años, lo hizo rompiendo nuestro Conducto Real. Y cuando se rompe un conducto en defensa de un reino, el gobernante de ese reino se convierte entonces en el conducto. Su cuerpo, su fuerza vital, todo se funde con la magia. Nadie sabe esto salvo yo, Angra y la mujer cuya muerte me convirtió en el conducto de Invierno: mi madre.

Tú puedes ayudarlos a aceptar lo que pasó, me dice Hannah. Desde que la magia está en mí, ilimitada dentro de mi cuerpo, ella puede hablarme, incluso después de su muerte.

No voy a imponerles la sanación por la fuerza, replico; rechazo esa idea. Sé que la magia podría sanar sus heridas físicas, pero ¿y las emocionales? Yo no puedo…

No me refería a eso, dice Hannah. Puedes demostrarles que tienen futuro. Que Invierno puede sobrevivir.

Mi tensión se relaja. Está bien, logro responder.

La multitud se aquieta cuando Sir me acompaña a salir de la carpa. Hay veinte trabajadores que ya están en lo profundo de la mina, ya que lo mismo ocurre cada vez que abrimos una: ellos entran, yo me quedo arriba y uso mi magia para infundirles agilidad y resistencia sobrehumanas. La magia actúa solo a poca distancia; no podría usarla con los mineros si yo estuviera en Jannuari. Pero aquí están muy cerca, en los túneles.

—Cuando estés lista, mi reina —dice Sir. Si percibe cuánto detesto estas inauguraciones de minas, no dice nada; solo se aparta con los brazos a su espalda.

Aprieto la mandíbula y trato de no hacer caso de todo lo demás: Hannah, Sir, todas las miradas puestas en mí, el silencio denso que se produce.

Mi magia solía ser gloriosa. Cuando estábamos atrapados en Primavera, surgió y nos salvó; cuando llegamos de regreso a Invierno y yo no sabía bien cómo ayudar a todos, salió de mí a raudales, trajo nieve y llenó a mi gente de vitalidad. Cuando yo no tenía idea de lo que quería ni de cómo hacer nada, me sentía agradecida porque la magia siempre lo sabía.

Pero ahora me doy cuenta de que, si quisiera impedir que saliera de mí, surgiendo de la tierra y llenando a los mineros de fuerza y resistencia, no podría. Eso es lo que más me asusta de estas ocasiones: la magia se enciende y se levanta como un remolino, y sé, desde el fondo de mi corazón palpitante, que mi cuerpo se rendiría antes de que la magia empezara siquiera a detenerse.

Disparadas por alguna señal tácita, unas corrientes gélidas me recorren el pecho y convierten cada vena en nieve cristalizada. Mi instinto reacciona con una necesidad imperiosa de frenarla, de contenerla, pero la razón obstruye mi certeza, pues sé que mi gente necesita la misma magia que estoy intentando apagar, y antes de que pueda respirar, la magia empieza a infundirse a raudales en los mineros. Estoy detrás de ella, temblorosa, y mis ojos se abren y observan los rostros expectantes de la multitud. Nadie sabe lo vacía que me siento, como un carcaj para flechas que existe solo para contener un arma mayor.

Intenté hablar de esto con Sir… pero inmediatamente callé cuando Noam entró a la habitación. Si Noam se enterara de que le bastaría conseguir que un enemigo rompiera su Conducto Real para convertirse él mismo en su propio conducto, no tendría necesidad de buscar el barranco. Sería todopoderoso, estaría lleno de magia.

Y ya no tendría que fingir que le importa Invierno.

Me doy vuelta, ansiosa por encontrar una distracción. La muchedumbre lo toma como mi despedida y aplaude con timidez.

—Háblales —me dice Sir cuando amago dirigirme a la tienda.

Me rodeo con los brazos.

—He pronunciado el mismo discurso cada vez que abrieron una mina. Ya lo oyeron todo: renacimiento, progreso, esperanza.

—Esperan que les hables. —Sir no cede, y cuando doy otro paso hacia la tienda, me toma por el brazo—. Mi reina. Olvidas tu posición.

Ojalá pudiera, pienso, y de inmediato me arrepiento. No quiero olvidar quién soy ahora.

Solo querría poder ser esto y también yo misma.

Alysson y Dendera están detrás de Sir, en silencio; Conall y Garrigan esperan unos pasos al costado; Theron llegó y está conversando con algunos de sus hombres. Esta normalidad hace que resulte más fácil notar de pronto lo fuera de lugar que parece estar Nessa junto a sus hermanos. Sus hombros miran hacia adelante, pero su atención está fija en un callejón a mi derecha.

Hago que Sir me suelte y señalo con la cabeza en dirección a Nessa, al tiempo que me adelanto.

—Ya volvieron —susurra, cuando llego hasta ella. Sus ojos miran hacia el callejón, y desde este ángulo veo a Finn y Greer en el límite de la luz, inmóviles hasta que fijo mi atención en ellos.

Finn inclina la cabeza a modo de saludo, y se dirigen hacia la tienda como si hubieran estado en Gaos todo el tiempo. Salieron de Jannuari con nosotros pero se separaron poco después, antes de que los Cordellanos pudieran darse cuenta de que el consejo inverneño de la reina había pasado de tener cinco integrantes a tres.

Sir me guía hacia la tienda como si temiera que me niegue también a eso. Pero me adelanto a él y me acerco a la mesa que está en el centro junto a Alysson y Dendera. Todos tratamos de mantener una apariencia tranquila, nada fuera de lo común, nadie que llame la atención. Pero con cada segundo que pasa, mi ansiedad se divide en hebras deshilachadas que me envuelven los pulmones con más fuerza.

—¿Qué encontraron?

Sir es el primero en hablar, y lo hace en voz baja.

Finn y Greer se acercan a la mesa, los rostros polvorientos surcados por hilos de sudor. Me cruzo de brazos. Es algo de rutina: los consejeros de la reina regresan de una misión. Pero no logro que esa vocecita insistente en mi cabeza esté de acuerdo.

Yo debería haber ido con ellos a buscar información para el monarca… en lugar de ser yo la monarca.

Finn abre su morral y saca un atado, mientras Greer saca uno que llevaba a la cintura.

—Primero pasamos por Primavera —dice Finn, su atención puesta en la mesa. Solo Conall, Garrigan y Nessa miran hacia el exterior de la tienda, atentos a cualquier movimiento de los cordellanos hacia nosotros—. Los primeros informes que recibieron los cordellanos eran correctos: no hay señales de Angra. Primavera se ha convertido en un estado militar, dirigido por un puñado de los generales que quedan. Pero no hay magia ni belicosidad.

El alivio se esfuerza por invadirme, pero lo contengo. El solo hecho de que Primavera esté en silencio no significa que todo esté bien: si Angra sobrevivió a la batalla en April y quería mantener su supervivencia en secreto, habría sido una tontería si se hubiera quedado en Primavera.

Y como no hemos tenido noticias de él desde la batalla, si está vivo… decididamente no quiere que nadie lo sepa.

—Camino a Verano, pasamos por Otoño; ambos están como antes —prosigue Finn—. En Otoño nos trataron bien, y en Verano ni siquiera se percataron de nuestra presencia, por lo que fue más fácil investigar si había rumores sobre Angra. En cambio, Yakim y Ventralli…

Me acerqué a la mesa, sobresaltada.

—¿Los descubrieron?

Greer asiente.

—Se corrió la voz de que había dos inverneños en el reino. Por suerte, cuando dijimos que íbamos en nombre de nuestra reina, nos miraron con mejores ojos… pero no nos perdieron de vista hasta que cruzamos la frontera. Tanto Yakim como Ventralli enviaron regalos para ti.

Empuja los atados hacia mí. Recojo el primero y al abrir la tela apelmazada encuentro un libro, un tomo grueso forrado en cuero con letras negras en relieve en la cubierta.

—Implementación efectiva de las leyes impositivas en el régimen de la Reina Giselle —leo. ¿La reina de Yakim me envió un libro sobre leyes impositivas que ella promulgó?

Finn se encoge de hombros.

—Quería darnos más cosas, pero le dijimos que no teníamos recursos para cargar con todo. Te invitó a su reino. En realidad, los dos te invitaron.

Eso me hace recoger el otro atado. Lo desenrollo, y al extenderlo sobre la mesa revela un tapiz de hilos coloridos que en la trama forman una escena de los campos nevados de Invierno dominando el bosque verde y florido de Primavera.

—La reina de Ventralli mandó a hacer eso —señala Finn—, para felicitarte por tu victoria.

Sigo con un dedo las hebras plateadas que separan a Invierno de Primavera.

—Estuvimos en Ventralli y en Yakim antes de la caída de Angra, en busca de provisiones y otras cosas, y la gente nos vio, y ni una vez les importamos a las familias reales. ¿Por qué ahora sí?

La edad de Greer se acentúa en el modo en que se le marcan las arrugas y su cuerpo se encorva.

—Ahora Cordell tiene las manos puestas en dos estacionales: Otoño e Invierno. Con tanta presencia aquí, le resultaría muy fácil tomar también Primavera, si Noam así lo decidiera. Verano tiene convenios comerciales con Yakim, pero no una alianza formal. Los otros rítmicos saben que Noam está buscando el barranco de magia, y tienen temor de sus ambiciones. Están poniendo a prueba la lealtad de Invierno hacia Cordell, para ver si pueden derrocar a Noam.

—Los dos insistieron mucho en que los visites —añade Finn—. La Reina Giselle nos dijo que siempre eres bienvenida. Y la Reina Raelyn dijo lo mismo de Ventralli; parece que ella habla por el rey, aunque él también estaba ansioso por conocerte.

Sacudo la cabeza.

—¿En alguno de esos reinos vieron alguna señal de… él?

No puedo pronunciar su nombre. No puedo obligarme a sentirlo rasparme la lengua.

—No, mi reina —responde Greer—. No había rastros de Angra. No fuimos a Paisly; el viaje por sus montañas es peligroso, y después de las actitudes que observamos en Ventralli y Yakim, no nos pareció necesario.

—¿Por qué?

—Porque Paisly también es rítmico; no albergaría a un rey estacional derrocado. Yakim y Ventralli apenas estaban dispuestos a recibirnos a nosotros. No creo… —Greer hace una pausa—. Mi reina, no creo que Angra esté en Primoria.

El modo en que lo dice me hace cerrar los ojos. La primera vez que sugerí que alguien buscara a Angra por el mundo todos pensaron que mi cautela era exagerada. Se esfumó tras la batalla de April, pero la mayoría piensa que la magia lo desintegró… no que escapó.

—Está muerto —dice Sir—. Ya no es una amenaza que deba preocuparnos.

Me quedo mirándolo, agotada. Él, como el resto de mi consejo inverneño, todavía cree que Angra fue derrotado, incluso después de que les conté que su Conducto Real había sido tomado por una magia oscura creada hace miles de años, antes de que se hicieran los Conductos Reales. En aquel tiempo, todos tenían conductos pequeños, pero cuando, poco a poco, empezaron a usar la magia para el mal, ese uso negativo dio origen a la Decadencia, una magia poderosa que infectaba a todos con la fuerza y la necesidad de cumplir sus deseos más viles. Con la creación de los Conductos Reales y la purga de todos los conductos pequeños, la Decadencia se debilitó, pero no desapareció… siguió alimentándose del poder de Angra hasta que Mather quebró el báculo de Primavera.

Si Angra está con vida, podría ser como yo, un conducto en sí mismo, sin las limitaciones que le imponía su conducto-objeto. Y la Decadencia podría ser… infinita.

Pero si Angra vive, ¿por qué habría de esconderse? ¿Por qué no había arrasado el mundo y no nos había esclavizado a todos? Tal vez es eso lo que le da a Sir la seguridad de que está muerto.

Todos me observan, incluso Conall, Garrigan y Nessa. Mis ojos miran más allá de ellos y se dilatan. Un segundo; por un segundo nadie vigiló a los cordellanos…

—¿Algún problema?

Un soldado cordellano se agacha para entrar a la tienda, flanqueado por otros tres. En el momento en que sus cuerpos acorazados entran, mi consejo se pone alerta, sin simular siquiera tranquilidad.

Gruño por lo bajo al ver que Theron también entra a la tienda.

—Seguramente están debatiendo la mejor manera de proceder con el botín de Tadil —supone Theron, y se acerca a mi lado. Inclina la cabeza hacia sus hombres—. Ningún problema por aquí.

Los soldados vacilan; no están convencidos, pero Theron es su príncipe. Retroceden y salen de la tienda, y Theron me apoya una mano en la cintura. El frío de la magia palpita por todo mi cuerpo, pero ahora arruinado: no debería necesitar que alguien de otra tierra acuda a rescatarme. Especialmente para alejar a los mismos hombres que supuestamente están protegiéndonos.

—Gracias por interceder, Príncipe Theron —dice Sir.

Theron asiente.

—No me den las gracias. Deberían permitirles reunirse en su propio reino sin interferencia de Cordell.

Lo miro y arqueo una ceja.

—Que tu padre no te oiga decir eso.

Eso hace que Theron me ciña más la cintura y me acerque más a él.

—Mi padre oye lo que quiere oír —responde—. Pero ¿de qué hablaban?

Sir se acerca. Mis ojos se dirigen brevemente a un costado, y observo que Finn y Greer se alejan por la calle; probablemente van a refrescarse para quitarse el cansancio del viaje.

—Solo hablábamos de…

Pero cualquier mentira que Sir estuviera a punto de decir resulta innecesaria. Theron me suelta y levanta el tapiz de la mesa.

—¿Ventralli? —pregunta—. ¿Por qué tienen esto?

Por supuesto que iba a saber de dónde era el tapiz. Su madre era la tía del actual rey ventrallino; la habitación de Theron en Bithai está atiborrada de cuadros, máscaras y otros tesoros del lado ventrallino de su familia.

Echo un vistazo a Sir, que me sostiene la mirada. Todos reflejan la misma emoción: Dendera me observa, Alysson aferra el borde de la mesa. Todos esperan mi respuesta.

Todos quieren que mienta.

Supuestamente, la expedición de Finn y Greer era un secreto, un acto débil de Invierno frente a la ocupación cordellana. Una prueba de que podíamos hacer algo, ser algo, por nuestra cuenta.

Pero mentirle a Theron…

Sir aprieta la mandíbula al ver que me quedo callada un segundo de más.

—Estaba entre los escombros de Gaos —responde—. Lo encontramos en los edificios.

No tomo conciencia hasta que las palabras salen de sus labios de que Theron podría enterarse de la verdad de todos modos; si Giselle y Raelyn recibieron a Finn y Greer, se correrá la voz. A la larga, Noam se enterará de que sus hermanos rítmicos tuvieron visitas inverneñas.

Quedo sin palabras, pero la mentira ya está dicha. Si me echara atrás ahora sería peor… ¿no? No puedo pedirle a Sir su opinión sobre esto; además, fue él quien mintió. Tal vez… todo está bien.

No. No está bien. Pero no sé cómo podría componer esto una reina.

—Es hermoso. —Theron pasa los dedos por las hebras—. ¿Una batalla entre Invierno y Primavera?

Me mira, expectante. Logro reír entre dientes.

—¿A mí me lo preguntas? Eres tú quien tiene sangre ventrallina.

Theron sonríe de costado.

—Ah, pero tenía la esperanza de que ya hubieras aprendido algo de mí.

Me arden las mejillas, encendidas por la mirada de mi grupo de consejeros, por el modo en que Theron se endereza e inclina la cabeza hacia mí. No percibo si sabe que Sir mintió; lo único que veo es esa expresión que adopta siempre que está cerca de algo artístico, como si se le suavizara el rostro. Es un cambio tan agradable verlo así después de la tensión que padeció últimamente, entre el miedo y los recuerdos, que casi se me escapa dónde he visto eso antes.

Me sobresalto al darme cuenta. Es exactamente el mismo modo en que me miró en los campos en las afueras de Gaos, y cada vez que quiere besarme: como si yo fuera una obra de arte que trata de interpretar.

Mi corazón late tan fuerte que estoy segura de que puede oírlo. Si estuviéramos en este recinto, él, príncipe de Cordell, y yo, soldado de Invierno, me habría rendido por la emoción sin pensarlo.

Pero miro alrededor, a Sir, Dendera, Alysson. Incluso Conall, Garrigan y Nessa. Todos me miran del mismo modo: como si siempre me hubieran conocido como la reina de Invierno, una figura a la que se debe reverencia y adoración.

Sin embargo, yo no soy nada de eso. Soy solo alguien que acaba de ayudar a mentir a uno de sus mejores amigos.

Esto es lo que Invierno necesita. Esta es la persona que Invierno necesita que sea.

Detesto lo que soy ahora.

Un rumor grave surge de la tierra. La vibración me toma desprevenida, y quedo aturdida mientras el mundo se sacude en una violenta cacofonía de temblores y ruidos sordos. Al cabo de unos segundos, todo queda tan quieto y en silencio como si nada hubiera ocurrido.

Pero algo ocurrió. Algo que hace que las familias de los mineros, que todavía están en la plaza, griten de terror.

Un derrumbe.

La claridad endurece mis nervios, y me aparto súbitamente de la mesa. La falda se me enreda en las piernas hasta que la recojo para correr más rápido, pero justo cuando estoy cruzando la plaza, alguien me detiene.

—¡Mi reina! —La voz de Sir tiene ese tono de orden tan familiar—. No puedes…

—Allá abajo hay mineros —respondo gritando. A mi alrededor, la gente corre hacia la entrada de la mina y se agolpa contra los soldados cordellanos que intentan mantenerla en la plaza hasta que se pueda tomar alguna decisión—. Mi gente. ¡Yo soy la única que puede curarlos, y no voy a dejarlos allá abajo!

Yo sabía que no deberíamos haber abierto esta mina. Y ahora, si algunas personas de mi pueblo han muerto por la insistencia de Noam en buscar algo que nunca encontraremos… lo mataré.

Sir me aferra con más fuerza.

—Eres la reina… ¡no puedes entrar a una mina derrumbada!

Casi le grito, pero no me sale nada. Porque por la cresta de la montaña viene corriendo uno de los soldados cordellanos que custodiaban la entrada a la mina.

—¡Un minero! —anuncia hacia la plaza en respuesta a los gritos que le pedían detalles—. ¡Viene subiendo por el túnel!

Siento alivio en el vientre. Fue la magia: les dio resistencia y fortaleza. Quizá permitió escapar a uno de ellos para que corriera con desesperación hacia la salida.

Sir se abre camino a empujones entre la multitud, y me deja seguirlo de muy cerca.

Cuando llegamos a la cresta, la ladera del otro lado se curva hacia abajo y luego se abre en torno a un sendero bordeado de rocas. El sendero lleva a una cueva que se parece a cualquier otra, oscura e insondable. Sir y yo corremos hacia allá, seguidos por una cantidad de personas: Conall y Garrigan, Theron y algunos soldados cordellanos. Con la mirada puesta en la entrada, ruego a la oscuridad que nos entregue al minero, que nos revele que el derrumbe no fue un derrumbe sino otra cosa…

Justo cuando llegamos a la entrada, el minero sale tambaleándose y cae de rodillas. Está tan sucio que su piel y su cabello marfil se han vuelto grises, y al toser exhala una nube de polvo bajo el sol. Me arrodillo delante de él y le apoyo las manos en los hombros. No pienso, no puedo dudar: la magia surge en mi pecho, un torbellino helado que me baja por los brazos y penetra en el cuerpo del minero, le limpia los pulmones y sana las magulladuras en sus extremidades.

Se me escapa todo el aire, y quedo jadeando por el uso inesperado de la magia mientras veo aliviarse la tensión en el rostro del hombre. ¿Se dará cuenta de que acabo de usar magia con él?

—Se derrumbó un muro, mi reina —dice, entre toses—. No lo esperábamos, allí no, pero…

Theron se arrodilla a mi lado, y clava su atención en el trabajador con una necesidad frenética y dolorosa.

—Lo… encontramos —anuncia el minero, como si no pudiera creer su propia noticia. Me mira y parpadea, y trato con todas las fuerzas que me quedan de respirar, tan solo respirar, seguir respirando—. Lo encontramos, mi reina. El barranco de magia.

3

Meira

¿Hannah? Intento comunicarme con ella, y mi magia enciende apenas una chispa de frío. Dime que se equivoca.

Pero la emoción que irradia de ella es lo opuesto a lo que yo esperaba: asombro, admiración. La misma conmoción que desciende sobre todos.

Qué cerca estábamos, murmura, atónita. La mina Tadil, todo este tiempo… qué cerca estábamos…

Sus palabras se apagan, pero sé a lo que se refiere.

A antes de que Angra tomara Invierno.

El minero se pone de pie y me guía sin palabras. Sir me deja seguirlo sin protestar, y camina detrás de mí como si estuvieran arrastrándolo hacia la mina contra su voluntad. Nos siguen Theron, Garrigan, Conall y un puñado de soldados cordellanos.

El sol de la mañana nos alumbra los primeros pasos al entrar a la mina, pero más adentro, cuando el suelo empieza a descender entre paredes rocosas, quedamos a oscuras. El minero recoge una farola encendida, probablemente la que traía al salir de la mina, y los demás tomamos algunas de una pila, las encendemos y lo seguimos.

La caverna se ilumina; hay un corredor de dos brazos de ancho y poco más alto que un hombre, lleno de herramientas desperdigadas. Apenas entramos al túnel nos envuelve el silencio, y solo se oye el sonido apagado de nuestros pies al pisar con cautela en las sombras.

Unos dedos me rozan la muñeca, un roce delicado que se hace más firme cuando logro esbozar una sonrisa débil para Theron. No dice nada, aunque me doy cuenta, por el modo en que su boca se abre, de que quiere hacerlo. Pero ¿qué se puede decir, más allá de algún murmullo lleno de incredulidad?

Aprieto sus dedos con afecto y lo tiro hacia adelante, adentrándonos en la oscuridad.

Por el camino se abren más galerías, pero el minero que encabeza nuestro grupo las pasa de largo y se interna en el túnel más profundo de los Klaryn. El aire huele a suciedad antigua y rancia, y me cubre la piel con finas capas que me dan una sensación que, en cierto modo, me resulta tan inverneña como la nieve. Eso no contribuye a aplacar la tensión que se acumula en mis entrañas cuando el túnel termina en una abertura.

Las farolas de los otros mineros iluminan la pared rota; obviamente, es una expansión inesperada, a juzgar por el modo aleatorio en que las rocas están amontonadas en el suelo. Los demás mineros inverneños parecen ilesos, lo cual aplaca un poco mi preocupación. Todos están en el túnel, mirando con asombro la brecha en la pared, demasiado temerosos para cruzarla pero, a la vez, demasiado atónitos para apartarse.

Cuando nos ven, retroceden y todos los ojos se clavan en mí. Pero yo también estoy asustada y atónita; la farola tiembla en mi mano y su luz se mueve con destellos vertiginosos.

Alguien creó este lugar. Más allá de la abertura, hay diamantes perfectamente cortados que le dan al suelo negro grisáceo el aspecto de un piso de mármol. Las paredes que encierran el recinto son las mismas rocas irregulares que hay en el resto de la mina, pero hasta eso parece intencional, ya que atrae toda la atención hacia el fondo, donde la piedra está aplanada y forma una pared lisa.

En esa pared hay algo que me hace ahogar una exclamación de estupor.

Avanzo lentamente entre montones de piedras y dejo mi farola en el umbral, ya que las que hay detrás de mí alumbran este nuevo espacio. Apenas pongo pie en el recinto, el aire cruje contra mi piel, y siento una sacudida como la carga eléctrica de una tormenta a punto de soltar andanadas de rayos. Me estremezco y se me eriza la piel de los brazos.

El aire está pesado y húmedo de magia.

Y creo… creo que estoy contemplando la puerta del barranco.

Theron me toca el codo y me sobresalto. No sabía que me había seguido al interior del recinto, pero parece ser el único que tiene la valentía (o la estupidez) de aventurarse a seguirme. Todos los demás se quedan clavados en la entrada, mirando horrorizados lo mismo que atrae mi atención como una llama a un insecto.

Hay una puerta inmensa y gruesa, hecha de la misma piedra gris que el resto del recinto. En el centro de la puerta hay talladas cuatro imágenes: una, de una maraña de vides en llamas; otra, de una pila de libros; otra, de una máscara sencilla; y la última, la más grande, centrada por encima de las otras tres, de la cima de una montaña bañada por un haz de luz, y arriba unas palabras en forma de arco: LA ORDEN DE LOS LUSTRADOS.

Me acerco un poco más; mis botas resuenan en el piso de piedra.

Un haz de luz que cae sobre la cima de una montaña. ¿Dónde vi eso antes?

¿Y qué es la Orden de los Lustrados?

Theron susurra.

—Hojas doradas. —Da un paso adelante—. ¿Esas son… cerraduras?

Lo tomo del brazo, para que ni él ni yo nos internemos demasiado en el recinto. Este lugar parece peligroso, como si estuviera esperando algo, y no quiero saber qué es.

Pero tiene razón: en el centro de cada una de las tres figuras pequeñas hay una cerradura angosta.

—¿Crees que lo hayamos encontrado? —susurro, con un hilito de voz que apenas mueve el aire.

La mano de Theron rodea la mía, apoyada en su brazo, y asiente como aturdido.

—Sí —dice, sonriendo como si una parte de él empezara a trasponer las paredes de miedo en su interior—. Lo encontramos. Ahora vamos a estar bien. —Me mira, y luego nuevamente la puerta—. Vamos a estar bien.

Echo un vistazo por encima del hombro a todos los que siguen apiñados en la entrada. Sir me mira a los ojos, y me ahoga el conocimiento de lo que eso significa exactamente.

La última vez que nuestro mundo tuvo más que los ocho Conductos Reales, se creó la Decadencia. Las personas empezaron a usar sus conductos individuales para hacerse daño entre sí, para asesinar, robar, hacer el mal; eso dio origen a una magia oscura que se infiltró en la mente de la gente y la hacía usar su magia para el mal, y así se inició un ciclo de desesperanza.

Y cuando abramos esa puerta, si en verdad conduce al barranco de magia…

Podríamos estar equivocados. Podría ser solo un… un salón. ¿En una montaña?

¿Qué otra cosa podría ser?

Se me cierra la garganta. Realmente lo encontramos, ¿verdad? Debí detener a Noam hace mucho tiempo. No debí permitir que le hiciera esto a mi reino… ¿cómo fue que lo encontramos?

El rostro de Theron está dilatado de asombro. Este hallazgo lo complace; querrá abrir esa puerta, y al ver esa expresión en él vacilo más aún. No pensé. Entré aquí sin recordar quién es Theron, quién es realmente: no solo alguien que me reconforta, no solo mi amigo. Él desea esto. Cordell desea esto.

Retrocedo, apartándome de él. Theron extiende la mano hacia mí.

—¿Meira?

Intensa y lacerante, una sensación de frío me atraviesa el cuerpo en una oleada de magia. Mi magia, no la que chisporrotea en el aire. Me detengo al instante.

¡Meira!, me llega la voz de Hannah. Está alterada. Tiene miedo. ¿De qué?

Theron me sigue en mi retirada. Se le engancha un pie en el piso y trastabilla hacia adelante, agita los brazos, choca conmigo y los dos caemos, más cerca de la puerta tallada.

¡Meira, aléjate de aquí!

Tanto frío, tanto frío…

¡MEIRA!, grita Hannah. ¡Mei…!

Silencio. Un silencio absoluto, doloroso, como una puerta que se cierra de golpe y aísla de todos los sonidos que hay más allá.

Un calor ardiente y decidido me carcome el cuerpo en arranques intensos de dolor implacable. Así como mi magia es fría, esta es caliente, y se extiende como dedos quemantes por mis extremidades, mi pecho y mi cuello. Me cauteriza la garganta como un nudo apretado e impenetrable, y se intensifica y recrudece contra cada nervio, de manera que cuando grito pasa inadvertido.

El cuerpo de Theron se aprieta contra el mío, y lo único que sé más allá de las lenguas de dolor que me devoran las entrañas y quedan atrapadas por el nudo en mi garganta es que nosotros estamos provocando esto. O, mejor dicho, yo… Yo estoy provocando esto, porque Theron no está dolorido. Solo frunce el ceño por confusión.

—Meira, ¿qué…?

Una fuerza invisible nos levanta por el aire y nos arroja hacia la entrada del recinto. Nuestros cuerpos suenan con un coro de golpes contra la piedra hasta que nos desplomamos al suelo. En la entrada, todos lanzan gritos de alarma y se lanzan hacia nosotros, pero en algún momento se me afloja el nudo de la garganta y el dolor escapa de mi boca con un grito que ni siquiera parece humano. Mi cuerpo palpita de dolor, y me acurruco como una pelota, con la cabeza contra las rodillas y los brazos contra los oídos, meciéndome hacia adelante y atrás, en busca de una posición que no me haga sentir que estoy quemándome viva.

¡HANNAH!, le grito a ella, a la magia, a cualquier cosa que pueda hacer que esto se termine…

Silencio, todavía. Solo silencio: eso es todo lo que recibo de ella. El pavor me recorre hasta que la densa oscuridad se me mete en los ojos, en la garganta, y me llena de la cabeza a los pies en una prisión que conozco demasiado bien.

—¡Meira! —Los dedos de Theron se hunden en mi cabello, sus brazos me rodean—. Meira, resiste…

En un abrir y cerrar de ojos, quedo sola en la oscuridad, en el fuego, y en el hielo.

La negrura se apacigua, y se despliega en el resplandor amarillo de las farolas. Casi me siento agradecida por la luz: estoy despierta, sobreviví, estoy bien… hasta que mis ojos se adaptan al recinto.

Con la luz vacilante se revela una celda, piedras negras recubiertas de mugre, que brillan con manchas pútridas. En el rincón está sentado Theron, la mirada clavada en la puerta con una concentración impulsada por un miedo intenso.

Porque en esa puerta Angra está de pie.

—El heredero de Cordell —anuncia Angra, al tiempo que se adelanta y se agacha ante Theron, apoyado en su báculo—. Le das nuevo significado a la palabra valiente. ¿Cuál era tu plan? ¿Entrar a mi ciudad y liberar a mi nueva esclava inverneña? —Extiende la mano, toma a Theron por el mentón y lo obliga a prestar atención—. ¿O acaso esperas que tu padre acuda en tu ayuda y los salve a los dos?

El estoicismo de Theron se quiebra cuando ahoga una exclamación que iguala a la mía.

Esto es lo que le ocurrió a Theron mientras estaba preso en April.

Angra ladea la cabeza como si escuchara un eco. Su rostro se enciende con una expresión que nunca lo creí capaz de mostrar. Ojos relajados, labios separados: asombro y admiración.

Angra se recupera y traza con el pulgar la mandíbula de Theron.

—¿De verdad crees que vendrá?

Las cejas de Theron se levantan con un espasmo de duda del que él quizá ni siquiera tiene conciencia. Angra aprovecha eso.

—Tú y yo no somos tan diferentes. ¿Quieres que te muestre cuánto nos parecemos?

Apoya la mano en la cabeza de Theron.

Theron grita. Haya sucedido eso ya o no, no puedo dejar que grite así. Me lanzo hacia él mientras Angra aparta la mano y lo deja caer hacia adelante. Sus hombros se sacuden con una arcada.

—No —es todo lo que responde, su primera palabra asordinada. Luego, con más terror—: ¡No! Él no la mató como el tuyo…

¿Matarla? ¿A quién? ¿Qué le mostró Angra?

Angra chasquea la lengua.

—Sí lo hizo, principito. —Se aparta y observa cómo Theron se retuerce—. Somos iguales.

—¡Meira!

Me incorporo al instante en medio de una bruma amarilla, aferrando puñados de tela que se resisten a mis tirones. Estoy en mi casa de Gaos, con sus paredes marrones deformes y agrietadas que dejan entrar corrientes de aire frío. En la habitación pequeña no hay más que un catre y algunas mesas, pero en cada mesa hay velas encendidas. Docenas de velas, y parpadeo por la luz; mis ojos van de llama en llama más rápido de lo que tarda mi cerebro en procesar una razón.

La tela que sujeto con mis puños vuelve a jalar, y me sobresalto.

Sir está aquí, con las manos apoyadas a ambos lados de mis piernas, y lo tengo aferrado por el cuello de la ropa como si fuera a pelear con él. Theron también está aquí, a los pies del catre, con una vela apagada en una mano y un fósforo en la otra.

Angra. El recuerdo. Me inclino hacia adelante, con la cabeza contra las rodillas, y suelto a Sir. ¿Por qué vi eso? ¿Cómo pude…?

—El barranco de magia —digo, jadeante, y me incorporo—. La puerta… había una barrera…

De pronto recuerdo todo: la puerta de piedra, las cerraduras en las figuras talladas, la sensación de estar quemándome por dentro. Una barrera nos impidió llegar a la puerta. Un seguro mágico que nos apartó a Theron y a mí, pero que solo me afectó a mí.

Tal vez el barranco reaccionó así porque soy magia. Tal vez dio contra la persona más cercana y evocó recuerdos, y disparó mi magia como rebotes frenéticos. Pero Theron no es inverneño… ¿cómo pude afectarlo? ¿O acaso no fue por mí, sino porque la magia de la barrera reaccionó a la mía? Lo que haya sido, cualquiera fuera la causa, fue apenas una chispa en el fuego de este horror.

—La magia que hay allá abajo, sea lo que sea, no podemos tocarla —declaro.

Theron queda boquiabierto como si eso fuera lo último que esperaba oír.

—Toma, mi reina. Bebe esto.

Sir trata de darme una copa con agua, pero la aparto.