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La India es un país de mil doscientos millones de personas y es la "democracia" más grande del mundo, con más de 800 millones de votantes. Pero las 100 personas más ricas del país poseen activos que equivalen a una cuarta parte del Producto Interior Bruto. El resto de la población son fantasmas en un sistema más allá de su control. Millones de personas viven con menos de dos dólares al día. Cientos de miles de agricultores se suicidan cada año incapaces de hacer frente a sus deudas. Los dalits son expulsados de sus aldeas porque los propietarios, que les arrebataron sus tierras por no tener escrituras de propiedad, quieren dedicar la tierra a la agroindustria. Estos son sólo algunos ejemplos de los "brotes verdes" de una economía que ha corrompido a la India contemporánea. Arundhati Roy examina el lado oscuro de la democracia y muestra cómo las exigencias del capitalismo globalizado han sometido a miles de millones de personas al racismo y a la explotación. La autora expone cómo las megacorporaciones han desposeído de recursos naturales al país y han sido capaces de influir a través del Gobierno en todas las partes del país, utilizando habitualmente al ejército y su fuerza bruta con fines lucrativos, así como a una amplia gama de ONG y fundaciones, para decidir la formulación de políticas en la India.
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Seitenzahl: 152
Veröffentlichungsjahr: 2018
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ESPECTROS DEL CAPITALISMO
Arundhati Roy
Título original: Capitalism: A Ghost Story (2014)
© Del libro: Arundhati Roy
© De la traducción: Carmen Valle
Edición en ebook: abril de 2016
© De esta edición:
Capitán Swing Libros, S.L.
Rafael Finat 58, 2º4 - 28044 Madrid
Tlf: 630 022 531
www.capitanswinglibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-945311-3-2
© Diseño gráfico: Filo Estudio www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Órtiz
Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico www.caurina.com
Queda prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Contenido
Portadilla
Créditos
Cita
Prefacio
Sección primera
01. Espectros del capitalismo
02. Preferiría no ser Anna
03. Muertos que hablan
Sección segunda
04. Los frutos de la discordia de Cachemira
05. Un día perfecto para la democracia
06. Las consecuencias de colgar a Afzal Guru
Epílogo
Discurso en la Universidad Popular
Arundhati Roy
Shillong (India), 1961
Además de ser la autora del famoso libro «El dios de las pequeñas cosas» y estar a la cabeza de la narrativa india contemporánea, Arundhati Roy es una mujer comprometida en la lucha contra las grandes injusticias, sobre todo las que ocurren en su país. Su lucha es heterogénea, abarcando desde la oposición al sistema de castas de la India hasta el rechazo a la política imperialista de Estados Unidos, pasando por el activismo contra la marginación de la mujer y de los homosexuales. Considera a Nelson Mandela, Gandhi y Martin Luther King como sus tres maestros, y opina que son los precursores de la no violencia en el siglo XX. Es a ellos a los que cita en muchas de sus intervenciones y movilizaciones, como en el movimiento en contra de la construcción de la gran presa Narmada, la cual ha provocado la inundación de una gran extensión de terreno que ha hecho perder su hogar a miles de ciudadanos indios.
A pesar de la fuerza que está adquiriendo, Arundhati no quiere ser famosa ni quiere convertirse en un icono de la antiglobalización como le han descrito en ciertos medios. En 2004 ganó el premio Sydney de la Paz por su trabajo en campañas sociales y su apoyo al pacifismo. En 2005 participó en el Tribunal Mundial sobre Iraq.
«Dice tu sangre, cómo entretejieron
al rico y a la ley? Con qué tejido
de hierro sulfuroso, cómo fueron
cayendo pobres al juzgado?
Cómo se hizo la tierra tan amarga
para los pobres hijos, duramente
amamantados con piedra y dolores?
Así pasó y así lo dejo escrito»
Pablo Neruda,
«Los jueces», Canto general 1
1 Pablo Neruda, «The Judges», en The Poetry of Pablo Neruda, 2003, ed. Ilan Stavans, Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, p. 229.
Prefacio
El presidente recibe el saludo de las tropas
El ministro declara que, por el bien de la India, la gente debería abandonar su pueblo y marcharse a las ciudades. Es un hombre educado en Harvard. Quiere velocidad. Y cifras. Quinientos millones de migrantes, piensa, constituirán un buen modelo de negocio.
No a todo el mundo le gusta la idea de que su ciudad se llene de pobres. Un juez de Bombay llamó a los habitantes de los barrios de chabolas «descuideros de suelo urbano». Otro declaró, mientras ordenaba la demolición de asentamientos no autorizados, que la gente que no podía permitirse vivir en las ciudades no debería vivir en ellas.
Cuando aquellos que habían sido desalojados volvieron a sus lugares de origen se encontraron con que sus pueblos habían desaparecido bajo las aguas de una enorme presa o bajo el polvo de alguna cantera. Sus hogares habían sido ocupados por el hambre y por la policía. Los bosques se estaban llenando de grupos guerrilleros armados. Se dieron cuenta de que las guerras de la periferia, las guerras de Cachemira, Nagaland, Manipur, habían migrado hasta su núcleo. La gente regresó a vivir en las calles y las aceras, en cuchitriles situados en polvorientos edificios en construcción, preguntándose qué rincón de este inmenso país les correspondía.
El ministro declaró que los migrantes a las ciudades eran, en su mayor parte, delincuentes y «mantenían un tipo de comportamiento que resulta inaceptable en las ciudades modernas».2 La clase media lo admiró por su franqueza, por tener la valentía de llamar al pan, pan y al vino, vino. El ministro anunció que iba a construir más comisarías, que iba a reclutar más agentes de policía y que iba a poner más vehículos policiales en las calles con el fin de mejorar la ley y el orden.
Durante la campaña para embellecer la ciudad de Delhi de cara a los Juegos de la Commonwealth, se aprobaron leyes que hicieron que los pobres desaparecieran como las manchas en el lavado. Los vendedores ambulantes se desvanecieron, los conductores de rickshaws perdieron sus permisos, se cerraron tiendas y pequeños negocios. Se acarreó a los mendigos como si fueran ganado, fueron juzgados por magistrados en juzgados móviles y se los trasladó hasta más allá de los límites de la ciudad. Los barrios de chabolas que quedaron fueron aislados y ocultados tras vallas publicitarias de vinilo que decían DELHIciosamente suya.
Aparecieron nuevos tipos de policías para patrullar las calles, mejor armados y mejor vestidos, entrenados para que no se rascaran sus partes en público, por muy seria que fuera la provocación. Había cámaras por todas partes grabándolo todo.
* * *
Dos pequeñas delincuentes, mostrando un comportamiento que resultaba inaceptable en las ciudades modernas, consiguieron escapar al control policial y abordaron a una mujer sentada en un cruce, entre sus gafas de sol y el asiento de cuero de su reluciente coche. Desvergonzadamente le pidieron dinero. La mujer era rica y amable. Las delincuentes no llegaban a la ventanilla del vehículo. Se llamaban Rukmini y Kamli. O quizá Mehrunissa y Shahbano. (A quién le importa). La mujer les dio dinero y consejos maternales. Le dio diez rupias, unos quince céntimos de euro, a Kamli (o a Shahbano). «Os lo repartís», les dijo y salió zumbando a toda velocidad en cuanto se abrió el semáforo.
Rukmini y Kamli (o Mehrunissa y Shahbano) se lanzaron la una contra la otra como gladiadores, como condenados a cadena perpetua en el patio de una cárcel. Cada reluciente vehículo que pasaba a toda velocidad a su lado, casi atropellándolas, mostraba sobre sus puertas relucientes el reflejo de su pelea, de su lucha a muerte.
Finalmente, las dos niñas desaparecieron sin dejar rastro, como les sucede a miles de niños en Delhi.
Los Juegos fueron un gran éxito.
* * *
Dos meses más tarde, en el sexagésimo segundo aniversario del Día de la República de la India, en que se conmemora la entrada en vigor de la Constitución poco después de la independencia, desfilaron las fuerzas armadas exhibiendo sus nuevas armas: un sistema de lanzamiento de misiles, lanzacohetes múltiples de fabricación rusa, aviones de combate, helicópteros ligeros y armas subacuáticas para la armada. El nuevo tanque de combate T-90 fue bautizado Bhishma, como el poderoso arquero del Mahabhárata. El modelo anterior se llamaba Áryuna, otro héroe de la misma épica. Varunastra, el arma de Áryuna, era el nombre del último torpedo pesado y Maricha, uno de los antagonistas de la épica Ramayana, designaba un sistema de señuelo para atraer a los torpedos. (Hanuman y Vajra, otros personajes de esas epopeyas, dan nombre a los vehículos acorazados que patrullan las heladas calles de Cachemira). Los nombres que proceden de las épicas Mahabhárata, Bhagavad Gita o Ramayana son una coincidencia.
Los Daredevils del Cuerpo de Señales del Ejército desfilaron en moto creando una figura en forma de misil, luego formaron una bandada de pájaros en vuelo y, por último, una pirámide humana.
La banda militar tocaba el himno nacional. El presidente recibió el saludo de las tropas.
Tres cazas Sukhoi formaron en el cielo un trishul, el tridente de la diosa Shiva. ¿Es la India una república hinduista? Solo de vez en cuando.
La muchedumbre encantada volvió la cara al débil sol invernal y aplaudió las acrobacias aéreas. Arriba, en el firmamento, los costados plateados de los aviones mostraban el reflejo de la pelea a muerte entre Rukmini y Kamli (o entre Mehrunissa y Shahbano).
2 «Migrants Blamed for Surging Crimes in Cities», Indian Express, 2 de abril, 2013. Ver: http://newindianexpress.com/nation/Migrants-blamed-for-surging-crimes-in-Delhi/2013/04/22/article 1555785.ece.
01
Espectros del capitalismo
¿Es una casa o un hogar? ¿Un templo a la nueva India o un almacén para contener sus fantasmas? Desde que Antilla llegó a la calle Altamount de Bombay, con su aire de misterio y de tranquila amenaza, las cosas no han vuelto a ser igual. «Aquí estamos» —me dijo el amigo que me había llevado allí—. Presenta tus respetos a nuestro nuevo gobernante».
Antilla pertenece al hombre más rico de la India, Mukesh Ambani. Yo ya había leído algo sobre esta vivienda, la más cara que se haya construido jamás, que cuenta con veintisiete plantas, tres helipuertos, nueve ascensores, jardines colgantes, salones de baile, salas de nieve, gimnasios, seis plantas de aparcamiento y seiscientos sirvientes. Nada me había preparado para el césped vertical —una inmensa pared de hierba de veintisiete pisos de altura, unida a una enorme rejilla metálica—. El césped estaba seco en algunas partes, algunos trozos se habían caído en limpios rectángulos. Claramente, el efecto de Goteo hacia abajo no había funcionado.
Pero el Borbotón hacia arriba sí ha funcionado bien. Por eso es por lo que en un país de mil doscientos millones de personas, las cien más ricas poseen activos por valor de una cuarta parte del PIB.3
En la calle se comenta (y en el New York Times también), o al menos se comentaba, que, después de tanto esfuerzo y tanta jardinería, los Ambani no viven en Antilla.4 Nadie lo sabe de cierto. La gente sigue hablando en voz baja de fantasmas y mal fario, de feng shui y su equivalente hinduista, el vastu. Quizá todo sea culpa de Karl Marx (tantas maldiciones). El capitalismo, dijo Marx, «ha hecho surgir medios de producción y de intercambio tan inconmensurables que acaba siendo como el hechicero que ya no puede controlar los poderes de ese inframundo surgido como resultado de sus sortilegios».5
En la India, los trescientos millones de personas que pertenecemos a las nuevas clases medias surgidas después de las «reformas» del Fondo Monetario Internacional (FMI) —el libre mercado— convivimos con los espíritus del inframundo, los poltergeists de los ríos muertos, los pozos secos, las montañas calvas y los bosques desnudos; con los fantasmas de los doscientos cincuenta mil campesinos que se suicidaron acosados por las deudas y de los ochocientos millones de personas que se han empobrecido y han sido desposeídas para hacernos sitio a nosotros.6 Y que sobreviven con menos de 20 rupias indias al día, es decir, unos 30 céntimos de euro.7
Mukesh Ambani vale él solo 20 000 millones de dólares.8 Es accionista mayoritario de Reliance Industries Limited (RIL), una empresa con un valor de mercado de 47.000 millones de dólares y con intereses por todo el mundo que incluyen petroquímicas, petróleo, gas natural, fibra de poliéster, zonas económicas especiales, venta al por menor de alimentos frescos, escuelas de secundaria, investigación en biociencia y servicios de almacenamiento de células madre. Recientemente, RIL adquirió el 95 por ciento de las acciones de Infotel, un consorcio televisivo que controla veintisiete canales de televisión y entretenimiento, incluyendo CNN-IBN, IBN Live, CNBC, IBN Lokmat y ETV en casi todos los idiomas regionales.9 Infotel posee la única licencia de cobertura nacional para banda ancha de 4G, una autopista de alta velocidad para la información que, si la tecnología funciona, podría ser el futuro del intercambio de información.10 Ambani es también dueño de un equipo de críquet.
RIL forma parte de un puñado de corporaciones que gobiernan la India. Algunas otras son Tata, Jindal, Vedanta, Mittal, Infosys, Essar y la otra Reliance, el grupo Reliance Anil Dhirubhai Ambani (ADAG), del que es dueño el hermano de Mukesh, Anil. Su carrera hacia el crecimiento se ha extendido por Europa, Asia Central, África y América Latina. Sus redes tienen un amplio alcance: son visibles e invisibles, se despliegan sobre la superficie y también por debajo de ella. Por ejemplo, los Tata dirigen más de cien empresas en ochenta países. Son una de las compañías más antiguas y de mayor tamaño del sector privado de la energía. Poseen minas, yacimientos de gas, acerías, redes de telefonía, televisión por cable y banda ancha, y también dirigen varias urbanizaciones integrales de las que están surgiendo en la India para alojar a las familias vinculadas a la economía del conocimiento. Producen coches y camiones Jaguar, Land Rover y Daewoo, y son dueños de la cadena hotelera Taj Hotel así como de los tés Tetley, además de una editorial, una cadena de librerías, una de las principales marcas de sal yodada y el gigante de los cosméticos Lakme. Su lema publicitario podría ser: «¡No puedes vivir sin nosotros!».
Según las reglas del Evangelio del Borbotón hacia arriba, cuanto más se tiene, más se puede tener.
La era de la Privatización de todo ha hecho que la economía de la India sea una de las de mayor crecimiento del mundo. Sin embargo, como con cualquier otra colonia a la antigua usanza, algunas de sus principales exportaciones son sus minerales. Las nuevas megacorporaciones de la India, Tata, Jindal, Essar, Reliance, Sterlite, son las que han conseguido alcanzar los primeros puestos junto a la espita que chorrea el dinero extraído de las entrañas de la tierra.11 Para los hombres de negocios, es como un sueño hecho realidad: poder vender algo por lo que no tienen que pagar.
La otra fuente principal de riqueza corporativa procede de sus reservas de tierra. Por todo el mundo, autoridades locales débiles y corruptas han ayudado a los brókeres de Wall Street, a las corporaciones de la industria agrícola y a billonarios chinos a hacerse con enormes extensiones de terreno. (Por supuesto, esto implica hacerse también con el agua). En la India, la tierra de millones de personas está siendo vendida o cedida a corporaciones privadas en nombre del «interés público» con el fin de usarla para zonas económicas especiales (ZEE, por sus siglas en inglés), para proyectos de infraestructura, presas, autopistas, fábricas de automóviles, polígonos de industrias químicas y circuitos de carreras de Fórmula Uno.12 (El carácter sacrosanto de la propiedad privada nunca se aplica a los pobres.) Como de costumbre, se promete a los habitantes de una zona que el traslado forzoso de su tierra y la expropiación de todo lo que tenían forman parte, en realidad, del proceso de generación de empleo. Pero ya sabemos que la conexión entre PIB, crecimiento y empleo es un mito. Después de veinte años de «crecimiento», el 60 por ciento de la fuerza de trabajo de la India trabaja por cuenta propia y el 90 por ciento de los trabajadores opera en el sector de la economía irregular.13
Después de la independencia y hasta los años ochenta del siglo pasado, los movimientos populares, desde los naxalitas (movimiento guerrillero de tendencia maoísta) hasta el Movimiento de la Revolución Total de Jayaprakash Narayan (creado inicialmente para combatir la corrupción del Gobierno de Bihar y, posteriormente, contra el Gobierno de Indira Gandhi), lucharon por la reforma agraria y por la redistribución de la tierra, de forma que pasara de los terratenientes feudales a los campesinos desposeídos. Hoy en día, cualquier insinuación de que hay que redistribuir la tierra o la riqueza se consideraría, no solo contraria a la democracia, sino lunática. Hasta los movimientos más radicales se han visto reducidos a luchar por conservar la escasa tierra que la gente aún posee. Los millones de personas sin tierra, en su mayoría dalits (también llamados parias o intocables por hallarse fuera del sistema de castas y que suman unos 200 millones solo en la India) y adivasis (pertenecientes a las tribus o pueblos indígenas, la población originaria de la India anterior a las invasiones arias, y también situados fuera del sistema de castas), a quienes se ha expulsado de sus aldeas y que han acabado viviendo en chabolas en pequeñas ciudades y metrópolis, ni siquiera aparecen en el discurso de los activistas radicales.
A medida que el Borbotón hacia arriba concentra la riqueza en la cabeza de un reluciente alfiler sobre la cual hacen cabriolas nuestros multimillonarios, oleadas de dinero embisten contra las instituciones de la democracia —los tribunales de justicia y el Parlamento, al igual que contra los medios—, con lo que se pone seriamente en peligro su capacidad para cumplir las funciones que debían desempeñar. Cuanto mayor es el carnaval que se monta en torno a las elecciones, menos claro tenemos que exista realmente la democracia.
Cada nuevo escándalo de corrupción que se hace público en la India deja pálido al anterior. En el verano de 2011 surgió el escándalo del espectro 2G. Nos enteramos de que las corporaciones se habían hecho con 40 000 millones de dólares de dinero público colocando a un espíritu amigo como ministro de Comunicaciones e Información, que redujo enormemente el precio de las licencias para el espectro de telecomunicaciones 2G y las subastó de manera ilegal, de forma que se las quedaran sus compadres. Las conversaciones telefónicas grabadas que se filtraron a la prensa dejaban al descubierto cómo una red de industrialistas y sus empresas tapadera, ministros, periodistas en altos cargos y un presentador de televisión habían estado implicados en propiciar ese robo a plena luz del día. Las cintas eran solo una resonancia que confirmaba el diagnóstico ya conocido por la gente desde hacía tiempo.
La privatización y la venta ilegal de espectros de telecomunicaciones no conllevan la guerra, el desplazamiento de poblaciones y la devastación ecológica. Pero la privatización de las montañas, ríos, bosques y selvas de la India sí. Quizá porque no tiene la sencilla claridad de un escándalo de contabilidad hecho y derecho, o quizá porque todo se está llevando a cabo en nombre del «progreso» de la India, este tema no tiene el mismo impacto en la opinión de las clases medias.
En 2005, los Gobiernos de los estados de Chhattisgarh, Orissa y Jharkhand firmaron cientos de memorandos de entendimiento (MOU, por sus siglas en inglés) con numerosas corporaciones privadas, por los que se les cedían billones de dólares en bauxita, mineral de hierro y otros minerales a cambio de una miseria, lo que desafiaba incluso la torcida lógica del libre mercado. (Los derechos para el Gobierno oscilaban entre el 0,5 y el 7 por ciento).14