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¿Y si la mujer que él deseaba era precisamente la que debía encontrarle una esposa? Cuando Matteo Vitale entró en el despacho de Emmaline Woodcroft, directora de una agencia de citas, tenía una petición poco habitual. Debía casarse y tener un hijo si deseaba heredar la finca familiar. Y, dado que su primer matrimonio había terminado trágicamente, lo que necesitaba era una esposa que no estuviera buscando el amor. Para comprender a su enigmático cliente, Emmie aceptó viajar a su finca en Italia. Después de conocer al verdadero Matteo, cedió por una vez a la pasión. El problema era que Emmie sabía que ella no podía ser la esposa que Matteo estaba buscando…
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Seitenzahl: 203
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Melanie Milburne
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposa a la carta, n.º 2914 - marzo 2022
Título original: The Billion-Dollar Bride Hunt
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-378-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Emmaline Woodcroft estaba regocijándose por otro exitoso emparejamiento entre dos de los clientes de su agencia cuando Paisley, su secretaria y recepcionista, entró en su despacho y le informó de que había una persona que insistía en verla inmediatamente.
–¿Hombre o mujer? –le preguntó Emmie mientras volvía a dejar su teléfono móvil sobre la mesa.
Paisley apretó la espalda con firmeza contra la puerta, como si temiera que la persona en cuestión entrara sin esperar a que se le diera permiso.
–Es un hombre. Alto, muy guapo –añadió tras contener ligeramente la respiración–. Creo que es italiano, a juzgar por el acento. Traje a medida. Sin embargo, no logro entender por qué tiene que contratar los servicios de una agencia de citas como la nuestra. Si no estuviera ya comprometida, yo saldría con él sin pensármelo dos veces.
Emmie sintió curiosidad. Un nuevo cliente era siempre algo bueno y, si era guapo, mucho mejor.
–Hazlo pasar.
Los ojos de Paisley brillaban cuando le dijo en voz muy baja:
–Prepárate. No te vas a creer lo guapo que es. A mí me ha dejado sin palabras.
Paisley volvió a salir y unos instantes después, la puerta volvió a abrirse. Un hombre muy alto entró en el despacho de Emmie y cerró la puerta a sus espaldas.
–¿La señorita Emmaline Woodcroft? Soy Matteo Vitale.
Si el aspecto físico no hubiera sido suficiente para dejar a Emmie sin palabras, el tono melifluo de la voz, con aquel fuerte acento italiano, la remató. Medía al menos un metro noventa, pero posiblemente algo más. Tenía la piel bronceada y el cabello negro como el azabache, que no llevaba ni corto ni largo, sino con una longitud intermedia. Iba perfectamente afeitado, pero la barba había empezado a asomarle y se distribuía generosamente por la firme mandíbula y alrededor de la boca.
Y qué boca…
Emmie casi se quedó sin respiración. Aquella boca tenía la forma que hubiera obligado al mismísimo Miguel Ángel a ir en busca de sus herramientas para tallarla en mármol. El grueso labio inferior sostenía al superior, algo más delgado y ambos constituían un contraste perfecto con la larga y recta nariz. A pesar de que era una boca muy sensual, llevaba marcado en ella un rastro de testarudez, tal vez incluso de crueldad. Unas cejas también negras y muy espesas se habrían juntado en el centro si no hubiera sido por dos pequeñas arrugas que parecían formar un ceño casi perpetuo.
Sin embargo, fueron los ojos los que detuvieron el corazón de Emmie. Con el tono oliváceo de la piel de Matteo Vitale, ella habría esperado unos ojos oscuros, castaños. Sin embargo, tenían una tonalidad azul poco frecuente. Le recordaban a un mar inexplorado, de profundidades desconocidas que no ofrecían información alguna sobre lo que ocultaba bajo su superficie.
Matteo se acercó al escritorio y extendió la mano hacia ella. Emmie se levantó lentamente de su butaca y se la estrechó. Las piernas le temblaron al sentir cómo aquellos largos y bronceados dedos apretaban los suyos y tuvo que contener un suspiro.
–Encantada de conocerlo. Por favor, llámeme Emmie.
–Emmie –repitió Matteo, pronunciándolo como nadie lo había hecho nunca. Su acento hacía que la segunda sílaba se alargara un poco.
Se había quedado tan absorta en él que tuvo que recordarse que debía retirar la mano. Cuando por fin lo hizo, a pesar de la tentación que suponía la cálida piel del italiano, sintió un hormigueo en los dedos, como si una extraña energía hubiera pasado desde el cuerpo de él al suyo. Cada milímetro de su piel parecía ser consciente de la presencia de Matteo, de su penetrante mirada y de su arrebatadora e imponente presencia.
Emmie le indicó la butaca que había frente al escritorio.
–Por favor, siéntese.
–Gracias –respondió él con voz profunda, acrecentando aún más las sensaciones que se estaban produciendo en el cuerpo de Emmie, al igual que lo hacía sucolonia, un aroma cítrico, con lima y limón y un toque de algo más exótico que hacía que el pulso se le acelerara.
Emmie tomó asiento también antes de que las piernas dejaran de sostenerla. No comprendía por qué aquel hombre estaba ejerciendo un efecto tan potente sobre ella. Había conocido muchos hombres a través de su trabajo y ninguno había hecho que su cuerpo reaccionara como si fuera el de una adolescente frente a una estrella del rock. Incluso sentado, Matteo Vitale era tan alto que Emmie tenía que levantar el rostro para poder mantener el contacto visual.
–Bueno, ¿en qué puedo ayudarlo, señor Vitale? –le preguntó, activando su tono de voz más profesional.
–Si no me equivoco, es usted una celestina profesional.
–Así es. Hago un perfil individualizado de mi clientela y los ayudo a encontrar una pareja que es la perfecta para ellos en todos…
–Necesito una esposa –le espetó él de repente, interrumpiéndola.
–Vaya… –dijo ella sentándose aún más recta en su sillón–. Entiendo, sí. En ese caso, ha venido usted al lugar correcto, porque he emparejado con éxito a muchas parejas que, hasta la fecha, siguen juntos y felices. Mi empresa tiene un registro de éxitos del que me siento muy orgullosa. El motivo es que me tomo el tiempo necesario para conocer a cada uno de mis clientes personalmente antes de encontrarles el amor de su vida.
Matteo levantó ligeramente una comisura de la boca, un gesto que bajo ningún concepto se podría considerar una sonrisa. En realidad, encajaba perfectamente con el brillo cínico que había en sus ojos y que parecía tan perpetuo como el ceño fruncido que formaban sus cejas.
–No quiero una esposa para siempre. Simplemente una que se quede conmigo el tiempo suficiente para proporcionarme un heredero.
Emmie parpadeó y se preguntó si lo había escuchado bien. Se humedeció los labios y se rebulló ligeramente en la silla.
–Entonces, ¿usted no está buscando el amor?
–No –afirmó él secamente. De hecho, el gesto de su rostro parecía sugerir que ni siquiera creía que aquel concepto pudiera existir–. Mi padre murió hace poco y, sin que yo lo supiera, añadió un codicilo a su testamento. No podré heredar la finca que mi padre poseía en Umbría y que lleva perteneciendo a mi familia desde hace muchas generaciones si no me caso y tengo un heredero en menos de un año.
–Le acompaño en el sentimiento…
–Ahórrese el pésame. No estábamos muy unidos –dijo él.
El tono de desprecio de su voz intrigó a Emmie. ¿Qué clase de relación podría tener Matteo Vitale con su padre para que este hubiera decidido añadir un codicilo así a su testamento? Una enorme finca en Umbría significaba que había mucho dinero en juego, pero Matteo Vitale no le parecía la clase de hombre que tuviera que depender de una herencia familiar para salir adelante. Su traje lo decía todo. Además, llevaba unos zapatos italianos cosidos a mano y la colonia no era el aroma barato que se podía encontrar en cualquier tienda.
De hecho, el nombre le sonaba un poco… ¿No había visto un artículo sobre él en la prensa hacía unos meses sobre su trabajo como contable forense? Creía recordar que había leído que él había descubierto una importante operación fraudulenta durante un divorcio de una pareja muy importante. La operación había implicado millones de libras de dinero oculto, pero Matteo lo había descubierto todo. Debía de resultarle muy frustrante que su padre le hubiera ocultado aquel codicilo hasta que fue demasiado tarde y ya era imposible hacer cambiar de opinión a su progenitor.
Emmie aún tenía a sus padres y, aunque no estaba tan unida a su padre como a su madre desde que los dos se divorciaron cuando ella era una adolescente y le fue diagnosticado un cáncer, no se podía imaginar no lamentar su muerte. Tampoco se podía imaginar que su padre pudiera añadir un codicilo así a su testamento porque él sabía que lo último que ella podía hacer era proporcionar un heredero.
–Mire, señor Vitale. Después de todo no creo que yo sea la persona adecuada para ayudarlo. Yo me centro en encontrar el amor verdadero para mis clientes, no en contratar un vientre de alquiler.
Hizo ademán de levantarse para indicar que daba por terminada la reunión, pero vio algo en la expresión de Matteo Vitale que la hizo volver a sentarse.
–Estoy dispuesto a pagar muy por encima de su tarifa habitual –le dijo él con frialdad.
Emmie sabía que debería informarle que ningún precio le permitiría a ella comprometer su reputación profesional aceptando un encargo tan alejado de lo que ella solía ofrecerle a sus clientes, pero captó una brevísima expresión de dolor en la mirada de Vitale que la cautivó.
Lo estudió durante un instante, examinando sus rasgos para encontrar alguna señal más de vulnerabilidad, pero no vio ninguna. Parecía esculpido en piedra.
–¿Cómo sabe que no diré un precio que sea más de lo que vale la finca de su familia?
–La he investigado. Sus servicios no son baratos, pero todos los clientes consiguen lo que han pagado. Y, como dice usted, su tasa de éxito es más que notable. Le pagaré tres o cuatro veces más de lo que cobra normalmente.
Efectivamente, a Emmie le había ido muy bien con su negocio, más de lo que hubiera esperado. Sin embargo, tenía una hipoteca y, además, estaba ayudando a su madre a pagar la terapia de Natalie, su hermana menor, para curarle un desorden alimenticio que había empezado durante la batalla que Emmie libró contra el cáncer. Sería una locura no considerar lo que Matteo Vitale le ofrecía. Tal vez lo que él le estaba pidiendo era algo fuera de lo normal, pero merecía la pena intentarlo. No se podría decir nunca de ella que se había achantado ante un desafío. Su relación con la quimioterapia era prueba evidente de ello.
–Usted es contable forense, ¿verdad?
–¿Lo ha dicho al azar? –replicó él sorprendido.
–Vi algo sobre usted en la prensa hace un tiempo –dijo Emmie. Tenía que reconocer que la fotografía no le había hecho justicia. Matteo Vitale tenía una presencia imponente que ninguna cámara sería capaz de reflejar. No era solo la increíble altura ni la brusquedad de sus modales, sino algo en su mirada que indicaba un dolor muy profundamente enterrado, un dolor que estaba tan bien escondido que hacían falta habilidades especiales para reconocerlo.
Emmie las tenía a raudales. El radar con el que captaba el dolor estaba muy bien calibrado por las desilusiones de la vida. Ella veía en otros lo que tan hábilmente ocultaba. A otras personas les causaba dolor conocer el de ella, así que lo había negado. Enterrado. Era capaz de pasar junto al carrito de un bebé y sonreírle a la madre sin que nadie pudiera adivinar la agonía que atenazaba su corazón al recordar que ella jamás podría tener entre sus brazos a su propio hijo.
La quimioterapia había dañado sus ovarios y ni el deseo ni la esperanza ni siquiera rezar para que ocurriera un milagro iban a conseguir que volvieran a funcionar correctamente. Los médicos le habían mencionado la fecundación in vitro y utilizar los óvulos de una donante, pero Emmie sabía que no sería lo mismo que tener en brazos a su propio hijo, ver sus rasgos en él o ella. Había decidido que, si el destino había decidido que no fuera fértil, lo aceptaría por muy doloroso y descorazonador que fuera. Incluso había convencido a su madre de que había dejado atrás aquella amarga desilusión de una vez por todas. Le disgustaba demasiado ver lo mucho que sufría por ella.
Emmie colocó las manos sobre el escritorio. Decidió que iba a averiguar todo lo que pudiera sobre Matteo Vitale.
–Debo admitir que me está costando comprender por qué necesita usted mis servicios, señor Vitale. Es decir, es usted un hombre muy atractivo y, aparentemente, lo suficientemente rico como para pagarme generosamente, por lo que se podría pensar que no tendría dificultad alguna para convencer a cualquier mujer para que hiciera lo que usted le pidiera.
–¿Se incluye a sí misma en esa afirmación? –le preguntó él, mirándola fijamente, de un modo que provocó en el centro de la feminidad de Emmie sensaciones con las que ella no estaba muy familiarizada.
Emmie levantó la barbilla y se obligó a devolverle la desafiante mirada.
–Por supuesto que no. Yo soy bastante inmune a los hombres encantadores.
O eso había pensado hasta que él había entrado por la puerta.
Vitale le miró la mano izquierda, seguramente para ver si llevaba anillo de compromiso o alianza de boda. Entonces, volvió a mirarla a los ojos.
–Veo que la mejor celestina de todas se encuentra sin compromiso. Interesante –dijo con voz suave y una expresión casi burlona en su rostro.
Emmie esbozó una tensa sonrisa y separó las manos para volver a colocárselas sobre el regazo.
–Señor Vitale, permítame que le tranquilice diciéndole que mi actual estado civil es elección propia y no se debe a ninguna desafortunada circunstancia. Mi profesión es muy importante para mí y me enorgullezco de estar totalmente dedicada a mis clientes para darles el mejor servicio posible.
–Estupendo, porque no tengo tiempo alguno que perder –dijo él por fin–. Tengo que solucionar este asunto tan rápido como sea posible.
–Siento la tentación de decirle que no se le puede meter prisa al amor, pero, evidentemente, eso no es aplicable en su caso –replicó Emmie mientras se levantaba. Se dirigió a su archivador y sacó un folleto que le entregó por encima del escritorio.
–Tenemos varios paquetes a los que se puede apuntar y todos ellos aparecen en este folleto. Creo que el paquete de más alto nivel sea probablemente la mejor opción, dada la prisa que usted tiene.
Matteo aceptó el folleto con una mano mientras que, con la otra, sacaba un par de gafas de montura oscura que llevaba en el bolsillo interior de la americana. Si aquello era posible, las gafas le daban un aspecto aún más atractivo.
Entonces, se las bajó de repente y miró a Emmie por encima de una manera intensa, tanto que ella sintió que no podía apartar la mirada. Fue consciente de que contuvo brevemente la respiración y se preguntó si Matteo iba a marcharse de su despacho sin mirar atrás, aunque esperaba desesperadamente que no lo hiciera. Encontrarle esposa sería un desafío para ella, pero había tenido que enfrentarse a otros mayores, como sobrevivir a un linfoma de Hodgkin cuando solo tenía diecisiete años.
–Me quedaré con el paquete que usted me recomienda –dijo él cerrando el folleto y colocándolo sobre el escritorio. Entonces, se quitó las gafas y se las volvió a meter en el bolsillo. Emmie no pasó por alto lo tonificados que parecía tener los músculos del torso sobre la camisa azul clara.
Entonces, parpadeó rápidamente y trató de centrarse de nuevo. Volvió a tomar asiento y se alisó la falda con las manos sobre las rodillas.
–Como ha podido ver, normalmente paso un poco de tiempo con mis clientes para conocerlos. De ese modo, puedo juzgar qué clase de persona sería la más idónea para ellos. También les pido a mis clientes que rellenen un cuestionario muy detallado, pero siempre me ha resultado mucho más informativo verlos en acción, por así decirlo. Verlos en su trabajo, en sus momentos de ocio, socializando con sus amigos y familia, si es posible. ¿Le parece bien?
–Lo de la familia va a ser imposible. Soy hijo único y mi padre está muerto –replicó él.
–¿Y su madre?
–Llevo sin verla desde que tenía siete años –contestó, tras dejar escapar un sonido que era en parte suspiro, en parte gruñido. Entonces, sonrió como si no le importara–. No tengo ni idea de dónde vive ni de si sigue viva.
Emmie frunció el ceño.
–Lo siento mucho. Eso debió de ser muy traumático y desestabilizador para usted cuando era un niño.
Matteo se encogió de hombros.
–No tardé en superarlo.
Emmie no estaba segura de que aquello fuera del todo cierto. Matteo Vitale tenía un aire de reserva que sugería que no se sentía cómodo si las personas se le acercaban demasiado. Sin embargo, el hecho de que una madre se marchara a una edad tan temprana y que no hubiera vuelto a tener contacto con ella debía de haber sido muy traumático para él. A Emmie se lo había parecido cuando su padre se marchó cuando ella tenía diecisiete años, pero, al menos, seguía viéndolo de vez en cuando. ¿Cómo no iba a ser mucho peor para un niño de siete años que no había vuelto a ver a su madre?
–Algunos niños son más fuertes que otros –comentó, sin saber en realidad lo que decir–. ¿Cuánto le gustaría empezar con mi programa? En estos momentos estoy bastante ocupada, pero…
–Esta misma noche.
–¿Esta noche?
–Venga a cenar conmigo. Así podrá analizar mi cerebro a gusto.
A Emmie le daba la sensación de que él descubriría más sobre ella que a la inversa. Después de todo, Matteo Vitale había construido su exitosa carrera descubriendo secretos bien ocultos de los demás. Vio que él la miraba fijamente y sintió que el pulso se le aceleraba.
–Por suerte para usted, esta noche estoy libre. ¿Le gustaría invitar a un par de amigos para que yo pueda ver cómo se relaciona con ellos?
Un reflejo acerado apareció en la mirada de Matteo.
–Prefiero que estemos solos.
Solos. De alguna manera, el modo en el que él había pronunciado aquella palabra le había provocado una extraña sensación en la piel. Emmie tragó saliva con disimulo. Cenar a solas con un cliente no era algo fuera de lo común para ella, lo que sí era algo fuera de lo común era su reacción. Excitación. Intriga. Anticipación. Nervios. Todas aquellas sensaciones ponían alas a su estómago como si fueran frenéticas polillas.
–Pero tiene amigos, ¿verdad?
Matteo le dedicó una indolente sonrisa que transformó por completo sus rasgos, haciéndolo parecer menos serio, pero más accesible y muchísimo más atractivo.
–Por supuesto.
–¿Acaso le preocupa lo que sus amigos podrían pensar del hecho de que usted haya contratado los servicios de una mujer como yo?
–No especialmente, pero prefiero mantener mi vida privada tan lejos de la prensa como sea posible.
–¿No confía en sus amigos?
–En realidad no confío en nadie –comentó tensando ligeramente los labios.
–Supongo que eso debe de ser por deformación profesional.
–Tal vez.
Emmie se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja para tratar de ocultar lo mucho que él la estaba afectando. Nunca se había sentido tan interesada por descubrir más sobre la personalidad de un hombre y se sentía tan nerviosa como una adolescente ante su primera cita. Decidió que tenía que volver a la realidad. Era una profesional que él estaba contratando para que lo ayudara a encontrar esposa. No debía sentir ningún interés por él, excepto a nivel profesional.
–Sí, bueno, le sorprendería los pocos amigos que la gente tiene hoy en día. Por eso puede resultar tan difícil encontrar pareja. Conocer a una persona a través de los amigos solía ser una manera segura y rápida –comentó Emmie con una sonrisa en los labios–. He diseñado mi modelo de negocio convirtiéndome en la amiga de mis clientes. Es mucho más atractivo para ellos que utilizar una aplicación de citas. Supongo que usted ha probado ya las aplicaciones, ¿no? –añadió.
–Para mi situación actual, no.
Emmie se sonrojó al pensar en Matteo Vitale ligando con amantes desconocidas a través de una aplicación. El sexo sin ataduras no le parecía mal. Sin embargo, llevaba ya tanto tiempo sin tener un compañero sexual que había empezado a preguntarse si su cuerpo aún sabría lo que hacer en el caso de que conociera a alguien que le interesara lo suficiente para hacerlo.
«Estás interesada en Matteo Vitale».
Aquel pensamiento la hizo ruborizarse aún más. Apartó la mirada de la desconcertante intensidad de la de él.
–Sí, bueno… sus… sus inusuales requerimientos podrían atraer a la clase de mujer equivocada. La gente a menudo miente sobre sí mismo en las aplicaciones.
–Así es.
Emmie abrió el cajón de su escritorio y sacó una serie de formularios, que colocó encima del escritorio.
–Si pudiera rellenarlos con sus datos… Número de teléfono, dirección de correo electrónico, domicilio y redes sociales, los grabaré en mi programa. Le aseguro una total confidencialidad. Nadie más que yo tiene acceso a la información personal de mis clientes y solo le doy su contacto a una posible pareja cuando usted me haya dado el visto bueno. Lo único que a lo que mi equipo de expertos tiene acceso es al cuestionario de personalidad. Ellos analizan las respuestas y nos ayudan a decidir quién sería la mejor para usted –añadió. Le entregó una tarjeta en la que aparecía impresa la dirección de un sitio web–. Aquí tiene el enlace para el cuestionario. Se tardan unos cuarenta y cinco minutos en rellenarlo. Tendré los resultados aproximadamente en una semana.
Matteo tomó la tarjeta y se la metió en el bolsillo de la americana. Entonces, sacó una estilográfica de oro antes de que ella pudiera darle un bolígrafo y comenzó a rellenar los cuestionarios con envidiable velocidad y eficacia. Emmie se fijó en su caligrafía. Los firmes trazos hablaban de un hombre que tenía determinación. Sin embargo, los delicados adornos con los que remataba algunas de las letras sugería un elemento romántico en su naturaleza. Emmie también se fijó en que era zurdo. Aproximadamente el noventa por ciento de la población es diestra, lo que lo convertía en una persona aún más única.
Sin embargo, cuando le devolvió los cuestionarios, lo hizo con la mano derecha.
–Ahí tiene.
–¿Es usted ambidextro?
–Sí, escribo con la izquierda, pero hago muchas otras cosas con la derecha.
Emmie no pudo evitar pensar en cuáles podrían ser algunas de esas cosas y en lo habilidoso que él podría ser haciéndolas. Aquellas anchas manos, bronceadas y de largos dedos… Sin poder evitarlo, se las imaginó sobre su cuerpo, sobre sus senos, sobre sus caderas y sobre las partes más íntimas de su cuerpo.
Sintió que la carne despertaba, se tensaba y vibraba, como si todos los nervios de su cuerpo estuvieran preparándose para sus caricias. Apretó los muslos por debajo de la mea, pero solo consiguió empeorar lo que sentía. Se apartó inmediatamente del escritorio y se puso de pie, esperando que no tuviera las mejillas tan rojas como le parecía.
–No hay necesidad de retenerlo más tiempo, señor Vitale. Haré que Paisley, mi secretaria, reserve un restaurante para las ocho de esta tarde. Le enviaré un mensaje con la dirección y me reuniré allí con usted.
Matteo se levantó de la butaca. Para ser alguien tan alto, se movía con mucha elegancia. Tenía un físico fibroso y esbelto, no trabajado en un gimnasio. Era más bien un atleta de resistencia, no un velocista. Este hecho le daba otro dato sobre su personalidad. Decidido, disciplinado, centrado en sus objetivos… Seguramente, se le daba bien el trabajo duro. De hecho, seguramente gozaba con él.
–Yo reservaré el restaurante e iré a recogerla –afirmó.
Emmie decidió no negarse a ello porque quería ver el coche que conducía y qué clase de restaurante elegiría. Eso también le facilitaría pistas importantes para poder valorar su personalidad. De igual modo, sería interesante visitar su casa en algún momento.
–Está bien. Por suerte, no vivo muy lejos de aquí –dijo mientras se inclinaba sobre la mesa para anotar su dirección en una de sus tarjetas de visita.