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En opinión de Patrizio Trelini, todo parecía indicar que Keira Worthington le estaba siendo infiel… y nadie se atrevía a burlarse de un italiano implacable como él. Así pues Patrizio echó de casa a su esposa y no quiso escuchar sus mentiras. Pero dos meses más tarde Patrizio necesitaba que Keira volviese a su vida… y a su cama, aunque seguía convencido de que ella lo había traicionado. Estando de nuevo a su lado, Keira tenía una última oportunidad de demostrar su inocencia… ¡pero entonces descubrió que estaba embarazada!
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Seitenzahl: 157
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Melanie Milburne.
Todos los derechos reservados.
ESPOSA INOCENTE, N.° 1842 - junio 2011
Título original: Innocent Wife, Baby of Shame
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios.
Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-403-6
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Promocion
EN EL TRANVÍA, de camino al centro de la ciudad, Keira hizo lo posible por ignorar el murmullo de voces, pero le resultó imposible ignorar el encabezamiento del artículo en la portada del periódico que estaba leyendo el hombre que se hallaba sentado frente a ella:
El multimillonario italiano Patrizio Trelini en medio de una disputa de divorcio con su esposa infiel.
Keira se vio presa de un ataque de culpabilidad mientras el hombre pasaba la página para leer el resto del artículo en la página tres. No necesitaba volver la cabeza para leerlo, sabía lo que estaba escrito allí. Durante los últimos dos meses, su vida privada había aparecido en todos los periódicos y revistas del país.
El hombre bajó el periódico, la miró y achicó los ojos con expresión desdeñosa.
Keira se bajó del tranvía cuatro paradas antes de la suya y recorrió andando el camino a las oficinas de Trelini Luxury Homes, con vistas al fangoso meandro del río Yarra.
Llegó sintiéndose pegajosa e incómoda debido al extraordinariamente cálido día de primeros de octubre, sus oscuros cabellos eran una masa de rizos húmedos alrededor de su rostro. Respiró profundamente antes de cruzar la entrada del edificio y acercarse a la recepcionista, de la que recibió una gélida mirada.
-No quiere verla, señora Trelini -la informó Michelle con brusquedad-. Se me ha prohibido terminantemente que le pase una llamada suya y que le permita el paso. Así que, si no se marcha de aquí inmediatamente, me veré forzada a llamar al guarda de seguridad.
-Por favor... tengo que verle -dijo Keira con desesperación-. Es... urgente.
Los ojos azules de la recepcionista la miraron con incredulidad; pero tras unos momentos de tensión, lanzó un suspiro y agarró el auricular del teléfono interior.
-Su... su esposa está aquí, quiere verle. Dice que es urgente.
Keira tragó saliva cuando la recepcionista colgó el teléfono.
-La verá cuando acabe de hablar por teléfono -le dijo la recepcionista poniéndose en pie-. Yo tengo que marcharme, el señor Trelini vendrá a buscarla cuando esté disponible.
Keira era consciente de que había cometido un acto que había matado el amor de él por ella.
Patrizio nunca la perdonaría.
¿Cómo iba a hacerlo, cuando ni siquiera ella podía perdonarse a sí misma?
Keira se sentó en un sofá de cuero que había en la recepción y observó las revistas que se hallaban encima de la mesa de centro. Se le encogió el corazón al ver que todas mostraban en sus portadas el pecado de ella. Agarró la que más cerca tenía; en la portada, había una foto de ella saliendo del edificio de apartamentos donde Garth Merrick vivía la mañana después de...
-Hola, Keira.
La revista se le cayó de las manos al levantar la mirada y ver a Patrizio delante de ella. Se agachó para recogerla, pero él la pisó.
-Déjala ahí.
Keira se puso en pie. Se sentía completamente fuera de lugar, vulgar en presencia de él. No había tenido tiempo de cambiarse después de su trabajo en el estudio y sintió la oscura mirada de él fija en ella. Debía de estar pensando que iba vestida así a propósito, con el fin de enfadarle.
-Supongo que eso tan urgente de lo que quieres hablar conmigo se refiere a tu hermano y a mi sobrino -dijo él-. Acabo de hablar con el jefe de estudios del colegio, que me ha contado lo que está pasando.
-Sí. No sabía que hubiera llegado tan lejos. Creía que eran buenos amigos, a pesar de... lo que ha pasado.
Patriziojuntó sus oscuras cejas.
-¿Cómo no se te ha ocurrido pensar que tu comportamiento afectaría a mi sobrino y a tu propio hermano? -preguntó él con incredulidad-. Tu aventura amorosa con Garth Merrick me ha puesto en vergüenza, amíyam i familia. Yo puedo perdonar muchas cosas, pero no ésa.
-Lo sé... y lo siento -respondió ella controlando las lágrimas.
-No te molestes en disculparte -dijo él-. No voy a perdonarte y no te voy a dar ni un céntimo de dinero.
-Yo no quiero...
-Olvídalo, Keira -dijo él, interrumpiéndola-. En estos momentos, tenemos que hablar del asunto de los chicos como dos personas adultas y racionales; aunque, por supuesto, soy consciente de tus limitaciones en ese sentido.
-No puedes evitar humillarme, ¿verdad? -dijo ella-. Tienes que aprovechar todas y cada una de las oportunidades que se te presentan de hacerlo.
-No es momento para hablar de mi comportamiento, Keira, ni siquiera del tuyo -dijo él en tono implacable-. Hay peligro de que expulsen a uno de los chicos, quizá a los dos. Eso es lo que tenemos que discutir, nada más.
Keira se avergonzó de su comentario.
-Está bien -dijo ella bajando la mirada-. Hablemos de ello.
-Ven a mi oficina -dijo Patrizio- El café se está haciendo.
Ella le siguió por el amplio pasillo, el fragante aroma la conducía como un imán. No había desayunado ni había almorzado y, después de la llamada de su madre para informarle de los problemas de Jamie en el colegio, no había tenido tiempo de comer un tentempié antes de la cena. Estaba algo mareada, pero tenía la impresión de que no era por falta de alimentos. Estar en presencia de Patrizio la hacía sentirse desesperadamente vulnerable.
-¿Sigues tomándolo con leche y tres cucharadas de azúcar? -preguntó él delante de la cafetera.
-¿Tienes sacarina? -preguntó ella.
Patrizio se volvió para mirarla con expresión inquisitiva.
-No estás a dieta, ¿verdad?
-No del todo.
-Mi secretaria tiene sacarina en la sala del personal. Iré a por ella, enseguida vuelvo.
Keira respiró profundamente cuando él salió del despacho, y se sentó en uno de los sillones de cuero delante del escritorio. Al instante, sus ojos se posaron en una fotografía enmarcada que había encima del escritorio; despacio, le dio la vuelta.
Casi le dolió físicamente el amor que él le había profesado el día de su boda. Sus ojos brillaban y su sonrisa era tierna.
-La conservo para no olvidar lo que puede ocurrir cuando uno se casa precipitadamente -dijo él entrando en la estancia.
Keira dio la vuelta a la foto y se encontró con la oscura mirada de Patrizio.
-Suponía que no la tienes aquí por motivos sentimentales -dijo ella-. ¿Vas a quemarla en un ritual o simplemente la vas a tirar a la basura cuando nos den el divorcio?
Patrizio le dio el café, sus dedos rozaron los suyos.
-Me alegro de que hayas sacado la conversación -dijo él con una enigmática mirada.
Keira dejó el café en el escritorio.
-Creía que íbamos a hablar de Jamie y Bruno, no de nuestro divorcio. Patrizio se sentó detrás de la mesa sin dejar de mirarla ni un segundo.
-He retirado mi petición de divorcio.
-¿Qué?
-Keira abrió mucho los ojos.
Patrizio le dedicó una fría sonrisa.
-No te emociones, Keira. No estoy interesado en volver contigo permanentemente.
-No se me ha pasado por la cabeza.
-Sin embargo, creo que deberíamos suspender el proceso de divorcio temporalmente con el fin de que tu hermano y mi sobrino piensen que nos hemos reconciliado.
-¿Reconciliado? -repitió ella con incredulidad-. ¿A qué se debe todo esto, Patrizio? Patrizio dejó su taza de café en el escritorio y se inclinó hacia delante.
-Como debes de haber oído, mi sobrino, Bruno, le ha estado haciendo la vida imposible a tu hermano. Me avergüenza su comportamiento, que sospecho se debe a una lealtad hacia mí mal entendida; no es una excusa, pero sí una explicación de su forma de actuar.
Keira guardó silencio. Siempre había admirado lo generoso que Patrizio era con los miembros de su familia y, sin embargo, recordó lo duro que había sido con ella.
-He llegado a la conclusión de que la única forma de resolver esa enemistad entre los dos es que nosotros volvamos a estarjuntos -declaró él.
-¿Quieres decir... de verdad?
-No, Keira, de verdad no. Fingiremos que volvemos a estar juntos hasta que los chicos completen sus estudios.
-¿Que finjamos estar juntos?
-Keira frunció el ceño-. ¿Cómo vamos a hacer eso?
-Volverás a mi casa inmediatamente.
Keira tragó saliva.
-No es posible que hables en serio.
-Sí, hablo en serio, muy en serio, Keira -dijo él-. Los chicos no son tontos. Si saliéramos de vez en cuando con la esperanza de hacerles creer que hemos solucionado nuestras diferencias, se darían cuenta de que algo no anda bien. Vivir juntos, como marido y mujer, es la mejor forma de convencerles de que nuestra reconciliación es auténtica.
-Define lo que quieres decir con vivir juntos como marido y mujer. No esperarás que me acueste contigo, ¿verdad?
-Tendrás que dormir en mi cama debido a la constante presencia del servicio -contestó él-. Si alguien comunicara a la prensa que no dormimos en la misma habitación, se descubriría el engaño. No obstante, no tengo ninguna intención de compartir mi cuerpo contigo. Eso es algo que ya no deseo.
La declaración de Patrizio le hizo mucho daño. Sintió el dolor de su rechazo en cada célula de su cuerpo. Patrizio la había deseado apasionadamente en el pasado. De repente, se le llenó la mente de imágenes eróticas. El le había enseñado mucho sobre su propia sexualidad, la había adorado... y ella también le había adorado.
Era la primera vez que le veía en dos meses, pero no se le había olvidado lo negros que eran sus ondulados cabellos. Su pronunciada mandíbula estaba ensombrecida por la barba incipiente de aquellas tardías horas del día, enfatizando su virilidad. Sus hombros anchos y liso vientre testificaban la dura actividad física a la que se sometía todas las mañanas, demostrando una autodisciplina de la que ella carecía.
La ropa le caía con perezosa gracia; la corbata floja y el botón superior de la camisa desabrochado le conferían un aire informal que era totalmente cautivador y peligrosamente atractivo.
-Te has quedado muy callada. ¿Esperabas que te pidiera que reanudaras las relaciones sexuales conmigo?
Keira se humedeció los labios.
-No, claro que no. Simplemente estoy pensando en lo que has dicho.
-¿No estás de acuerdo?
-No estoy segura... ¿No sospecharán algo los chicos al ver que volvemos juntos de repente?
-No, teniendo en cuenta la rapidez con la que nos unimos al principio. ¿Lo recuerdas?
Keira lo hizo y se le encendió la piel. Le había conocido en el colegio de los chicos, un día de fiesta dedicado a los deportes, y la atracción fue instantánea. Después del último partido, llevaron a los chicos a comer una pizza y, en vez de llevarla a su casa, Patrizio la llevó a la suya y le preparó un café. El café condujo a los besos y los besos a la consumación de su relación.
-No me has contestado, Keira. ¿Quiere eso decir que no te acuerdas o es que recordarlo hace que te avergüences de, digamos, tu comportamiento menos honorable?
Keira controló la súbita cólera que se apoderó de ella. Le había rogado que la perdonara, había llorado y llorado; sin embargo, Patrizio se había negado a hablar con ella directamente, sólo mediante su abogado.
-Como has dicho antes, estamos aquí juntos para hablar de los chicos -le espetó ella-. ¿Podrías centrarte en ese tema?
Patrizio la miró fijamente durante unos interminables segundos.
-Creo que el plan funcionará -dijo él por fin-. Los chicos eran íntimos amigos. Bruno no va a seguir comportándose como lo está haciendo si le dijo que he vuelto a enamorarme de ti. Sospecho que volverán a ser amigos a los pocos días de que anunciemos que volvemos a reanudar nuestra vida matrimonial.
-Pero si volvemos a vivir juntos, el divorcio se retrasará -dijo ella con expresión de preocupación-. Llevamos dos meses separados; si volvemos a estar juntos, tendremos que empezar desde el principio otra vez.
-Lo sé, pero no se puede evitar -dijo Patrizio-. Tenemos que anteponer a los chicos a nuestro divorcio... ¿Oes que tienes prisa por casarte con otro?
Keira bajó la mirada.
-No. No hay ningún otro.
-Bien. Eso significa que podemos ponernos en marcha inmediatamente.
Keira volvió a guardar silencio.
-No te preocupes por tus padres -dijo él tras una pausa.
Keira alzó los ojos y frunció el ceño.
-¿Has hablado ya con ellos de esto?
-No. Pero estoy al corriente de que tus relaciones con ellos no son muy buenas en estos momentos.
A Keira le enterneció el tono de voz de él, más suave. Patrizio siempre había comprendido la dificultad de ella para relacionarse con unos padres tan conservadores y, en el pasado, la había protegido de las críticas de ellos. Siempre la había defendido.
-Por supuesto, mientras mantenemos esta farsa, nada de amantes -dijo él.
-No tengo ningún amante -declaró Keira.
-Bien. Yo, en este preciso momento, tampoco.
Keira había visto una fotografía en la prensa de Patrizio con su nueva amante. Gisela Hunter era lo opuesto a ella: alta, rubia platino, de miembros largos y delgados, y sonrisa deslumbrante.
Luchó por controlar un ataque de celos y se recordó a sí misma que sólo ella tenía la culpa. Había llegado a la conclusión de que Patrizio le era infiel, a pesar de no tener pruebas, e impulsivamente, como de costumbre, había respondido a sus sospechas cometiendo un acto despreciable. Y, al final, sus sospechas se habían confirmado infundadas.
-Tengo entendido que, en la actualidad, estás trabajando ajornada parcial en un café -dijo él.
-Sí. Con ese dinero pago el alquiler y los materiales para pintar.
-En ese caso, tienes que dejar el trabajo inmediatamente. Te pagaré un salario el tiempo que dure nuestra falsa reconciliación.
-No es necesario...
-No, pero voy a hacerlo.
-Está bien. Si insistes...
Patrizio la miró con oscura intensidad.
-Esto no tiene nada que ver con nosotros, Keira, sino con dos adolescentes que pronto serán adultos y que están poniendo en peligro su futuro con una innecesaria amargura.
Keira se pasó la lengua por los labios.
-Lo comprendo.
-Estupendo. En ese caso, también comprenderás que es urgente que anunciemos nuestra supuesta reconciliación a la prensa. Patrizio agarró su teléfono móvil y llamó a un número.
Keira escuchó atentamente mientras él informaba a un periodista que, a partir de ese día, Keira y Patrizio Trelini habían suspendido su proceso de divorcio y reanudaban sus relaciones.
Indefinidamente...
PATRIZIO colgó el teléfono y la miró.
-¿Cuándo podrías mudarte a mi casa?
-Mmmm...
-¿Te serviría de algo que enviara a Marietta a hacerte el equipaje?
Ella asintió. Patrizio no estaba haciendo aquello sólo por su sobrino, también lo hacía por Jamie. El gesto la enterneció.
-Tendré que darle a Marietta las llaves de tu casa -dijo él pasándole una hoja de papel y un bolígrafo-. Anota lo que creas que vas a necesitar durante las próximas seis semanas y ella y Salvatore lo solucionarán esta misma noche.
Keira agarró el bolígrafo y trató de pensar en lo que iba a necesitar con el fin de representar su papel de esposa reconciliada, pero le resultaba difícil concentrarse debido a la proximidad de él.
-Creo que deberíamos cenar juntos esta noche -dijo Patrizio cuando ella le pasó la lista con las llaves—, Dará credibilidad a nuestro anuncio público.
Keira se miró la ropa, llena de manchas de pintura.
-Tendré que cambiarme...
-Todavía queda algo de tu ropa en mi casa.
Sus ojos se encontraron.
-¿No la has tirado todavía?
Patrizio le dedicó una de sus inescrutables miradas.
-Marietta insistió en guardarla en el armario hasta que nos dieran el divorcio. Creo que esperaba que volvieras.
-¿Le has dicho que jamás permitirás que vuelva? -preguntó ella.
Patrizio tardó en contestar.
-Le dije que lo que había entre los dos se había acabado para siempre -respondió él-. No di detalles, ni a ella ni a nadie; aunque, naturalmente, Marietta se ha enterado de lo nuestro por los medios de comunicación. Los periodistas aún están en ello y más aún debido a que tu padre se presenta como candidato al Senado.
Patrizio le pasó el teléfono.
-Me parece que deberías llamar a tu hermano al colegio. Será mejor que se lo digas tú antes de que lo lea mañana en los periódicos.
Keira se quedó mirando el teléfono que tenía en las manos. ¿Podría mentir a su hermano menor? Aunque había una diferencia de ocho años entre ellos, Jamie y ella siempre habían mantenido una relación muy estrecha.
Keira marcó el número y esperó a que su hermano respondiera a la llamada.
-¿Sí?
-Jamie, soy yo, Keira.
-Ah, hola, Keira. ¿Qué tal van los cuadros que vas a llevar a la exposición?
-Bien -respondió ella esforzándose por darle ánimo a su voz-. ¿Cómo estás?
-Bien, supongo.
-Jamie... tengo que decirte una cosa.
-No vas a casarte con Garth Merrick, ¿verdad?
-preguntó Jamie con evidente aprensión en la voz.
-No, no, claro que no. Sólo somos... amigos.
-Entonces, ¿qué es lo que me tienes que decir? Keira respiró profundamente antes de contestar.
-Patrizio y yo hemos decidido volver a estar juntos.
-¿Ya no os vais a divorciar?
-No -respondió ella-. Ya no nos vamos a divorciar.
-¡Vaya, estupendo, Keira! -exclamó Jamie con alegría-. ¿Qué ha pasado?
-Supongo que los dos nos hemos dado cuenta de que íbamos a cometer un grave error. Todavía nos queremos, así que no tiene sentido que nos divorciemos.
-No sabes cuánto me alegro, Keira -dijo Jamie-. ¿Qué piensan mamá y papá? ¿Se lo has dicho ya?
-No, todavía no. Pero voy a llamarles para decírselo. Se hizo un breve silencio.
-¿Lo sabe ya Bruno Di Venuto? -preguntó Jamie. Keira miró a Patrizio.
-No, no lo sabe. Pero Patrizio va a llamarle ahora.
-Hace sólo unos minutos que le he visto en la sala de estudiantes -dijo Jamie-. Como de costumbre, estaba insoportable.
-¿Lo has pasado muy mal, Jamie? -preguntó ella-. Últimamente no me has hablado de ello.