Esta parcela - Guadalupe Santa Cruz - E-Book

Esta parcela E-Book

Guadalupe Santa Cruz

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Beschreibung

Esta parcela ensaya el propósito de la recordación, atrapada en el molino de un transito áspero que ha comenzado a ser extinción de lo propio. Un deseo de escritura, entre lo eterno y lo caduco.que no es sino colmarse de incertidumbre y, como si poetizara el límite del súbito y lento acomodo de todos los entres y superficies que somos, deambula por la página y vuelve a la escritura.

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Esta Parcela

Guadalupe Santa Cruz, 2015

Alquimia Ediciones

Edición digital por NLIBROS SpA, 2016

YACE-533179

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Sumario

GALPONESGALPONESSALAS COMUNESEL NUEVO MUDOSALAS COMUNESGALPONESSALAS COMUNESGALPONESPARCELASALAS COMUNESPARCELAGALPONES

Portada

Título

Sumario

Contenido

A Boris

Al principio no importaba que fuera así,porque en aquella época la tierra era de arriba abajo;no fue hasta que ese camino llegó hasta aquíy la tierra se vio alargada.

William Faulkner

PASANDO POR Y ALREDEDOR PARA COMPLETAR UN ESPACIO NO CONSTRUYENDO SINO IMPONIENDO TRABAJANDO UN REESTRUCTURANDO CAMBIANDO LA DIRECCIÓN DE UNA CARGA. TRABAJANDO CON LA MIRADA UN OJO ENTRE LAS SUPERFICIES.

Gordon Matta-Clark

Introducir retardo en lo inmediato: es la música (o la memoria).

Pascal Quignard

NUNCA NADA TUVO NADIE SINO SU VOZ, el cuerpo de voz que ha sido suyo.

Sin cesar todo se mueve y la parcela que soy entre tantos volúmenes cambia de forma. Debo dibujar y escribir una y otra vez este cuerpo en estado de amenaza recorrido por sustancias desconocidas y expósito, expuesto al roce con artefactos ajenos a todo paisaje anterior, un antes enorme. Me muevo con todo lo que se mueve, mi parcela es una mancha y un pincel a la vez. Le sigo la huella a la misma y distinta parcela trastornada, expuesta pero mía, cuerpo alentado y alerta en su abandono a los ajetreos sanitarios, persigo el tono, busco los acentos que se han hecho espacio en mí desde entonces, desde cuándo, desde que lentamente, desde que esta parcela perdió su voz.

Escribo para ti que me lo pediste y escribo por mí, por mi afasia escribo, invento letras por pulir como antes afiné el órgano de viento que era que soy con tinta al extremo de las notas.

Estas palabras son también materias trabajadas por un tiempo, por más de un tiempo, la vivacidad de lo vivido y la vida en las letras donde empieza a criarse sola, a germinar otra cosa, una cosa o quizá un tiempo que es eco entre lo uno y lo otro, entre presencia y sombra con figura que también es presencia.

Sé que en la otra página también se va escribiendo sobre esta parcela.

No sé quién, yo estoy concentrada en la compostura, estoy rehaciendo a medida de la velocidad en que muta mi parcela, estoy sujetando, a pinceladas y caligráfica la forma suave y lenta de un antiguo nuevo cuerpo, un cuerpo, me entiendes, un cuerpo que es despertado en toda potencia como si pudiera con su fulgor.

No me pidas explicar el acá y el allá, uso sus bastones para avanzar rápido.

No me preguntes por dónde comienza, si acaso hay.

A veces la música retumba en el cuerpo desbocado estrellándose a favor del mundo, en esa dirección.

No lograré dibujarte un mapa, no. Una cierta mirada minuciosa, es todo. Y el desgaste del cuerpo en aquella pérdida de proporción.

GALPONES

HABÍA COMENZADO DESPACIOSA A MARCHARSE del canto la cantatriz. Lo notó el día en que se sorprendió fiando una maraña de cabellos que anudaba pelusas y mugres de estación en estación del metro. La cautivó esa alocada carrera del hato de pelos por el piso del carro, cogido en la corriente de aire entre las ventanillas que habían abierto horas antes los cuerpos atochados, pero que al final de la jornada tenía el terreno libre, se movía con su nudo suelto impulsado por una actividad febril, se enroscaba en torno a una barra, iba y venía por el pasillo desierto de los vagones que culebreaban con su luz artificial por la doble noche de los túneles, aprovechando que los pocos pasajeros iban sentados y ausentes, pasaba de largo por sus zapatos, se atorbellinaba o se aquietaba al ritmo de las partidas y detenciones del carro, día a día el mismo embrollo –imaginaba la cantante– de pelos y pelusas en el mismo horario.

No devuelve una voz el espejo.

La cantante es una mueca sin reflejo en las vitrinas, un silencio que busca su nota en la conversación de la mesa vecina, en el timbre de la locutora que anuncia las partidas en el terminal de buses, en el roce de las zapatillas sobre el maicillo de las plazas. No encuentra el acento.

Tampoco lo encontró antes. Se suspendía entre el sonido y la imagen, su cuerpo un choque, resonante. Como dos platillos percutiendo en sordina la violenta cercanía o distancia entre cosas del pasar pasando, sin más.

Percusión entre la cola lenta y zigzagueante de cuerpos esperando su turno frente a las ventanillas del banco y las imágenes del plasma suspendido sobre ellos que pormenoriza la disputa sanguinolenta de dos perros salvajes por un trozo de carne durante un safari filmado en África.

Percusión entre la larga travesía en bus por la árida pampa de Copiapó a Calama y el documental repetido de pantalla en pantalla por el pasillo que tiene absortos a los pasajeros en catástrofes naturales acuosas, ríos salidos de cauce arrasando con diques y puentes, tsunamis arrastrando lava de mar y objetos, aguas desatadas en incontenible avance atormentando cuerpos y ciudades.

Percusión entre el silencio del vehículo que avanza por el accidentado y monótono camino frente a un sol que no termina de ponerse en el horizonte de Tierra del Fuego y la radio que transmite un programa sobre los padecimientos de la jaqueca con testimonios de auditores.

Percusión, impacto, choque y frote, siempre dos superficies raspadas cometiendo su ruido de doble perspectiva en una sola visión, y ella de por medio, una nota un tono una vibración que buscó y ahora silencia.

ROLLOS Y ROLLOS DE PAPEL DESPLEGADOS SOBRE LAS CAMILLAS, allí se posó primeramente el cuerpo, recatado en un inicio, doméstico aunque no domesticado después.

A veces retiran con un corte seco una banda de papel utilizada por otro paciente antes de extender la sábana de celulosa que debe protegerme, el sonido del papel tronchado por los dientes del rodillo subraya otra poda, una poda que sucede mientras me recuesto sobre la delgada lámina que cruje cuando me acomodo, la de un cuerpo, el mío, alejado de pronto de sus circunstancias, sin hilachas, sin adherencias, sin piso conocido, aislándose en los límites de ese largo y estrecho rectángulo de papel y tendiendo, tendiéndose hacia la forma de un organismo.

Un segundo, un segundo tarda el cuerpo en volver en sí. Un segundo para rasgar toda yo la invisible envoltura que divide el paisaje del box de cualquier otro horizonte dejándome a un lado. Vuelve a su cuenca el ojo que no conoce de embalajes, mi sangre se calienta otra vez.

TAMBIÉN VIO ESA MOTA DE CABELLOS en el estacionamiento subterráneo del hospital mientras esperaba el ascensor en el áspero piso de concreto, aturdida por la vibración estrepitosa de la calefacción central del nivel menos dos. Titubeaba movediza en el recoveco que formaban dos paneles macizos, un poco antes del corredor hacia la loza del estacionamiento, atrapada en un espacio inútil, entre una columna de hormigón y un tabique recortado por una puerta estanca.

GIRAN LAS MÁQUINAS, AL MENOS POR SONIDO, dan vuelcos regulares como anillando la sensación y la carne piensa pero no comprende, mi cuerpo en mosaicos, por ráfagas, rebotando en los creces, en los vaivenes de un xilófono de las resonancias: la carne no entiende. Es que todos los aparatos giran en redondo y en derredor, el cintigrama debe forrar con su ojo los miembros inmóviles, la resonancia magnética juega en su aula extraña con un teclado que rebota en los meandros de mi cuerpo produciendo imposibles partituras, el escáner en rueda deja grabada la rotación de su cintillo por círculos a la ronda en el organismo que troza su ojo tecnológico para producir imágenes, permanece el eco de esa espiral rodando su agudo sonido en el momento del arranque, cuando alcanza la inercia polar, luego la lenta desaceleración y su alto fin en todas las pieles acústicas del cuerpo. Deja afuera la sangre y el flujo de la sangre, no va convocada ni invitan los carruseles a esa emulsión de sí misma. Cuando alguna máquina presta pantalla para mí se estampa una quietud, un gallinero ordenado que no reconozco.

Mi cuerpo produce imágenes asiduamente, formas curvas dentro de otras formas aovadas en un continente de formas irregulares pero precisas. Collares de cuentas que parecen huesos para entretener a un perro, pero sujetas entre sí. Las contemplo en la pantalla y no sé leer, aunque no me fueron robadas. Poseen nombres prestados que otros deletrean para mí, nombres que intento retener como silabario nuevo, pero los olvido, resbalan de vuelta a su lugar. Estoy hecha de caligrafías y de otras sustancias, desconozco esa letra que sin embargo leo intrigada como una película de mí, manchas, fisuras que vienen en el hálito de un líquido de contraste bebido en el tiempo que entre todos los tiempos llaman instante. El mundo al instante me deja estupefacta, y esas estampas, todo aquello de lo que mi organismo es la imagen.

GALPONES

EL SOL DA SOBRE LAS PLANTAS ARRIMADAS A LA PANDERETA SUR, sobre los arbustos que cubren el muro medianero al poniente (es invierno) y sobre los árboles que traspasaron ya esos vanos lindes. En verano da sobre todas las cosas, dividido en sol de la mañana y de la tarde. Por pequeño que sea el patio, se presta a las coordenadas solares, cede a sus cambiantes porciones de alimento.

El reloj circular da a la cocina, desde ahí al comedor en la galería. Rige las porciones inmóviles fiadas por la ciudad. Pero bajo su vasta e informe sombra se preparan colaciones y comidas y las agujas que apuntan hacia todos los puntos cardinales hacen correr los cuerpos, los sientan, los levantan, los empujan hacia la calle (norte de la casa).

La galería permea a través de sus vidrios ambas esferas. En pleno cénit puede el sol ser alcanzado por los punteros del reloj y achatarse, sus cuadrantes ser velados por alguna luz sombría o incandescente que las vidrieras de la galería traen del patio. Pueden ambos globos, el áureo y el horario, hacerse piso o techo. La galería permuta esa vertical, que no es traslúcida.