Estas brujas no se rinden - Isabel Sterling - E-Book

Estas brujas no se rinden E-Book

Isabel Sterling

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HANNAH ESTUVO A PUNTO DE MORIR... Ahora solo quiere una vida normal. Ir a clase, quedar con su mejor amiga y salir con su novia, Morgan. Pero resulta que el ataque que sufrió a manos de los cazadores de brujas no es un hecho aislado, sino el inicio de una cruenta guerra que pretende eliminar la magia de la faz de la Tierra. Hannah no piensa permitirlo, nadie pasará por lo mismo que ella. Cuando le piden que se una a la lucha, no duda ni un segundo, a pesar de guardar un gran secreto: su magia no ha vuelto a ser igual y usarla es una auténtica agonía. Aun así, el destino de todas las brujas del país está en juego… y Hannah está dispuesta a hacer cualquier cosa para derrotar a sus enemigos.

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A mi querido amigo David.

No podría haber hecho esto sin ti.

Prólogo

El calor del verano aún era sofocante cuando las clases volvieron a empezar en la Universidad de Nueva York. Allí, una joven Bruja Conjuradora, Alexis Scott, iniciaba su segundo año. Al terminar su última clase del día, Lexie recogió todas sus cosas y volvió a casa deprisa, ya que sus profesores no habían perdido el tiempo y habían asignado pilas de trabajos y prácticas de laboratorio que le llevarían muchas horas de dedicación. Por suerte, a todo esto ya no se le sumaba el peso de tener que aprender a moverse dentro de Manhattan, así que caminó con determinación por las calles de la ciudad, con la mochila colgada del hombro.

Su vida había tomado el curso que siempre había deseado.

Mientras zigzagueaba entre Regs, rumbo al este, con el sol calentándole la piel, en su mente, tachaba tareas pendientes:

Leer del capítulo tres al cinco del libro de Biología molecular y celular.

Resolver los problemas de Cálculo.

Intentar la poción de invisibilidad (otra vez) con la esperanza de que no vuelva a explotar.

Los Regs que la rodeaban (personas sin magia) no sabían que creaba pociones en su piso ni que buscar nuevos usos para la magia era lo que más le gustaba de ser una Conjuradora. Estaba decidida a crear la poción de invisibilidad, aunque tuviera que hacer cientos de versiones hasta dar con la correcta.

A mitad de camino, le sonó el móvil. El número aparecía con el emoticono de fuego al lado, pero no tenía ni idea de quién era. ¿Sería algún compañero de clase? ¿Su compañera de cuarto, Coral, había estado jugando con su agenda otra vez?

—¿Hola? —dijo. Hubo una pausa al otro lado, seguida de una inhalación repentina.

—¿Lexie?

—¿Quién pregunta? —No reconoció la voz, pero era femenina y joven, probablemente de su misma edad.

—Veronica.

—Creo que te has equivocado. —Se devanó los sesos, pero no pudo relacionar el nombre con la voz.

—¡Espera! —gritó la joven—. Nos conocimos en mayo. He intentado llamar a Tori, pero me sale que tiene el móvil desconectado. —Lexie no respondió, la chica bufó—. Soy muy tonta. Me bloqueó, ¿no?

Esas palabras hicieron que la Conjuradora recordara quién era Veronica y se le pusiera la piel de gallina. Al final del último semestre, en lugar de volver a Chicago, había decidido pasar el verano en la ciudad con sus compañeras de piso, Tori y Coral, que también eran Conjuradoras. Un fin de semana, conocieron a dos Elementales que estaban de visita en la ciudad con el instituto; Veronica y su amiga (Haidi, Hannah o algo así) se habían escapado para salir de fiesta el sábado por la noche. Por desgracia, la Bruja de Sangre que llevaba semanas amenazando a Lexie y a sus amigas había vuelto a atacar y había dibujado runas de sangre en el piso, solo Dios sabe con qué intenciones. El recuerdo hizo que se estremeciera.

Tori había tratado de limpiarlas. Frotó frenéticamente hasta que el balde de agua jabonosa se volvió rojo con la sangre de la otra bruja. Al ver la escena, las Elementales habían querido ayudarlas. Tori las había convencido de que era buena idea dejar que las chicas de Salem se involucraran y, juntas, habían capturado a la Bruja de Sangre. Sin embargo, la situación se había vuelto mucho más complicada de lo que habían imaginado. Esa Bruja de Sangre ya no era un problema, pero las Elementales habían empeorado mucho las cosas. Lexie quería dejar todo ese asunto atrás y no quería que una chica casi desconocida lo volviera a mencionar.

—¿Lexie? ¿Sigues ahí?

—¿Qué quieres de nosotras? —sentenció en tono hosco y amargo. Tendría que haberse cambiado de número. En realidad, no tendría que haber dejado que Tori la convenciera de que se lo diera a Veronica.

—¿Me has escuchado?

—¿Qué? —Esperó la señal para cruzar la calle ajetreada y habló en voz baja porque estaba rodeada de Regs.

—Los Cazadores de Brujas han vuelto —respondió la chica con voz temblorosa.

Lexie se quedó petrificada en una acera de Manhattan. La luz del semáforo cambió a verde y los Regs la esquivaron para cruzar, ajenos al hecho de que su percepción de la realidad estaba cambiando. Alguien se chocó con su hombro y el contacto fue suficiente para que sus piernas volvieran a funcionar.

—¿A qué te refieres con que «han vuelto»? —Mantuvo la voz baja, lo que le resultó fácil, ya que apenas podía respirar. Siguió caminando a toda prisa, contando las calles que le quedaban hasta llegar a casa, con el corazón galopando en su pecho. Le faltaban dos calles y cinco tramos de escaleras—. ¿Cómo lo sabes? ¿Qué ha pasado?

—Han intentado matarnos a Hannah y a mí. —Un escalofrío interrumpió las palabras de Veronica, que tuvo que aclararse la garganta para seguir—. El Consejo no quiere sembrar el pánico, pero pensé que deberíais saberlo. Coral no me contestó y Tori…

—Tori ya no está con nosotras —dijo con los puños apretados. Las palabras le desgarraron la garganta, le perforaron el pecho y fluyeron como una oleada de vergüenza invisible por su piel.

—Ah. ¿Sabes dónde está? —insistió la chica. Lexie negó con la cabeza al llegar a su edificio, a pesar de saber que la Elemental no podía verla. Cuando entró en el portal, empezó a subir las escaleras, pensando que, al menos, Tori no tendría que enfrentarse a esta nueva amenaza—. ¿Lexie?

—No vuelvas a llamarme. —La rabia le revolvía el estómago, pero mantuvo una voz neutral y colgó antes de que la otra bruja pudiera protestar. Al alcanzar el quinto piso, recorrió el pasillo y abrió la cerradura de la puerta. Dentro del pequeño apartamento, soltó un suspiro tembloroso mientras dejaba caer la mochila, que provocó un estruendo contra el suelo de madera por culpa de los libros que cargaba dentro. Coral estaba en la cocina convertida en taller de conjuros, anotando símbolos en un cuaderno mientras una poción burbujeaba frente a ella.

—Hola, Lex —dijo mientras se colocaba un rizo detrás de la oreja. Algo en la expresión de su amiga la alertó, porque abandonó lo que estaba haciendo de inmediato—. ¿Qué ha pasado?

Lexie cogió un puñado de tomillo seco y retorció las ramitas entre los dedos. El poder de la hierba palpitaba contra su piel, anhelando que la moldeasen y combinasen para crear magia pura. Pero no había tiempo para eso, así que la chica miró fijamente a su compañera.

—Tenemos un problema.

1

Suelen decir que el instituto es la mejor época de tu vida: un período de descubrimientos y de posibilidades infinitas, donde sumergirse en el deporte o distintas formas de expresión artística. El día de la graduación, se supone que debes saber exactamente quién quieres ser. Se dicen muchas cosas, pero, sentada en el coche de mi padre, que murió hace poco, al fondo del aparcamiento para alumnos el primer día de mi último curso, no puedo evitar pensar: Menuda chorrada.

El instituto de Salem no es el lugar para descubrir quién eres, sino un sitio que debes sobrevivir y sobrellevar; donde puedes pasar de ser una celebridad a un paria con un solo movimiento en falso. Sobre todo, si eres una chica como yo.

Apago el motor y me miro en el espejo retrovisor para apartarme el flequillo de los ojos. A pesar de que las noticias nunca mencionaron mi nombre, no pasó mucho tiempo hasta que todos descubrieron que la historia en los titulares («Arrestan al recién graduado Benton Hall por intento de asesinato») estaba relacionada conmigo. Era probable que todo el mundo ya hubiera visto las grotescas recreaciones de la hoguera en la que nos ató a una estaca a mi exnovia y a mí e intentó quemarnos vivas.

Si alguno de mis compañeros no se enteró de la noticia y el escándalo que se desató en redes a continuación (donde sí mencionaron mi nombre), estoy segura de que se enterarán apenas pongan un pie en el instituto. Aunque nunca van a descubrir por qué Benton hizo algo así. Los únicos que saben que Veronica y yo somos Brujas Elementales (y que los Cazadores de Brujas quieren matarnos) son los pocos compañeros de aquelarre que van al instituto, la Bruja de Sangre con la que salgo y mi mejor amiga.

Unos golpecitos en la ventana me sobresaltan y casi me apuñalo un ojo al apartar la mano del espejo.

—¡Perdón, Hannah! —La voz apagada de dicha mejor amiga atraviesa el vidrio cerrado. El tono familiar me calma—. ¿Vienes?

—Un segundo, Gemma. —Cojo mi mochila del asiento trasero y exhalo despacio, contando hasta diez. «Puedo hacerlo. Estoy bien». Cuando mis latidos descontrolados se normalizan un poco, abandono la seguridad del coche de mi padre y cierro la puerta al bajar.

Gemma me sigue hacia el instituto, usando su bastón fluorescente para aliviar la presión sobre la pierna. Veronica y yo no fuimos las únicas a las que los Cazadores de Brujas hirieron este verano: Gemma estaba conmigo cuando Benton hizo que mi coche cayera por un puente. Él no sabía que ella iba de copiloto, pero la puerta le hirió la pierna. Mi magia fue lo único que pudo salvarnos de morir ahogadas, pero no pude hacer nada para ocultársela. Lo vio todo, así que no me quedó otra alternativa que contárselo todo.

Sin embargo, si el Consejo descubriera que Gemma lo sabe, sería el fin de mi magia… e incluso el de su vida.

A pesar del peligro que implica, poder ser yo misma con ella nos ha unido todavía más. No lo cambiaría por nada del mundo, pero sí desearía poder remediar el daño permanente que sufrió en la pierna. Quisiera poder devolverle el sueño de ser bailarina profesional.

«Podría ser peor», me recuerda una voz interior. «Al menos sigue viva». Con los ojos apretados, intento combatir el pánico que empieza a crecer en mi interior y el constante recordatorio que susurra en lo profundo de mi mente: «Papá no sobrevivió».

—¿Hannah? —Gemma me rescata de ahogarme en el dolor, así que me concentro en el rosa estridente de su bastón. No lo usa siempre, solo en los días malos, que suelen ser después de forzarse demasiado durante la fisioterapia. Cuando levanto la vista, la encuentro mirándome con el ceño fruncido por la preocupación—. ¿Estás segura de que estás lista?

—Estoy bien, te lo juro —afirmo con una sonrisa mucho más radiante de lo que me siento, después avanzo hacia la horda de estudiantes amontonados delante de la escuela. Bajo la marcha para adaptarme a su ritmo y susurro para que nadie más nos escuche—. Además, mi madre me ha prohibido dejar el instituto para combatir a los Cazadores de Brujas.

—Es una aguafiestas. —Gemma hace silencio mientras atravesamos la multitud. Docenas de conversaciones se apagan cuando nos ven.

Cuando me ven a mí.

Intento sonreír al ver caras conocidas, pero sus expresiones, con las cejas en alto, muestran tanta lástima que tengo que apartar la vista. No puedo digerir el hambre de cotilleo que ha infectado a todo el instituto. No soporto ver el brillo morboso de curiosidad en sus ojos ni recordar por qué me miran como si fuera un accidente de tráfico inminente.

El dolor de echar de menos a mi padre es desmesurado y demasiado pesado. Me niego a pensar en eso. En él.

Sin embargo, mientras paso con Gemma entre nuestros compañeros y las conversaciones esporádicas, una pequeña parte de mí quiere saber qué clase de rumores están circulando.

Todos adoraban a Benton. Era, sin lugar a duda, el alumno de último año que provocaba más suspiros entre las chicas. El junio pasado, sé que al menos tres personas lloraron cuando les firmó el anuario. Nadie quería que se fuera a la universidad, pero, ahora que está a la espera de un juicio por intento de homicidio, ¿se habrán puesto en su contra o habrán encontrado excusas para perdonar al chico carismático al que solían conocer?

Convoco mi magia, tratando de atravesar la barrera extraña que Benton dejó al intentar eliminar mi poder, pero se resiste a mi llamada. Me esfuerzo un poco más y le pido al aire que acerque las teorías conspirativas a mis oídos para poder escucharlas. Al esforzarme demasiado, siento una punzada de dolor a través de la columna, aguda y rápida, así que tropiezo con los escalones de la entrada y tengo que agarrarme del pasamanos para no caer. Las lágrimas me queman los ojos, así que los cierro para reprimir la vergüenza al mismo tiempo que la magia se desmorona en mi interior. No debería ser tan difícil. Un ejercicio de magia tan pequeño y simple no debería doler así. Es algo tan insignificante que ni siquiera va contra las reglas del Consejo, ya que nadie lo notaría.

—¿Hannah? —No es Gemma la que dice mi nombre, sino Morgan. Siento la vibración de la Magia de Sangre de mi novia en los huesos, calmando el dolor. Entonces la veo, ahí, tendiéndome la mano—. ¿Estás bien?

—Sí —afirmo, pero dejo que entrelace los dedos con los míos para subir el resto de las escaleras—. Con vosotras dos, debería tatuármelo en la frente.

Morgan me lanza una mirada para dejarme claro que sabe que las cosas no están tan bien como pretendo que están. Una vez dentro, nos dirigimos hacia clase.

—Con nosotras no tienes que fingir, Hannah. Sé que este verano ha sido difícil para ti.

—Estoy bien —insisto, esforzándome por mantener un tono estable. Lucho por evitar que se me llenen los ojos de lágrimas bajo las luces fluorescentes y empujo el dolor lo más hondo que puedo, hasta que ya no puedo encontrarlo.

—No lo estás. Se te va a salir el corazón del pecho. —Morgan le lanza una mirada de preocupación a Gem y me da la impresión de que mi mejor amiga y mi novia están a punto de organizar un complot contra mí. Esta es una de las desventajas de salir con una Bruja de Sangre (además de las miradas de mis compañeros Elementales): es imposible ocultarle mis sentimientos cuando, literalmente, puede percibir mi ritmo cardíaco. No puede hacerlo con cualquiera, solo con las personas a las que les ha tocado la sangre. ¿Y si mi aquelarre se enterara de que le permití hacerlo de forma voluntaria? Entonces, las miradas serían el último de mis problemas.

Las dos siguen mirándome, preocupadas, así que me muevo de un lado a otro, nerviosa.

—En serio, estoy bien. He tropezado en la entrada, tampoco es para tanto. —Choco el hombro de Morgan con el objetivo de distraerla coqueteando—. No todos tenemos elegancia impecable.

Sus mejillas adquieren un color rosado muy satisfactorio. En ese momento, el timbre resuena por los pasillos y le pone fin al interrogatorio. Las tres nos mezclamos con la marea de estudiantes. La presión de los cuerpos que pasan me provoca escalofríos, pero me esfuerzo por ocultarlo, por enterrarlo donde Morgan no pueda percibirlo. Veo a Benton en cada figura alta de pelo negro que encuentro y tengo que acordarme de respirar. El chico que conocí en estos pasillos, con el que bromeaba y en quien confiaba, ya no está. Y el Cazador de Brujas en el que se convirtió, el que intentó matarme (y cuyos padres asesinaron al mío), se está pudriendo en prisión a la espera de sentencia. Pensar en eso me causa una nueva oleada de nerviosismo. En menos de un mes, empezará la selección del jurado y doce extraños decidirán su destino. Y el mío.

Gemma va a su taquilla y yo busco con qué distraerme.

—¿Estás nerviosa? —le pregunto a Morgan. Es su primer día en Salem High, por lo que estoy segura de que no soy la única que siente como si hubiese desayunado un caleidoscopio de mariposas. Se encoge de hombros con tanta gracia que me siento como un robot caminando a su lado, con las piernas rígidas y una expresión mecánica.

—Echo de menos a mis amigos —admite mientras doblamos una esquina—. Pero podría ser peor. Tengo a Gemma, a Kate y a mis otros compañeros de baile. —Se pone un rizo detrás de la oreja—. Y tú tampoco estás nada mal.

—Ese era justamente mi objetivo. Prefiero ser una novia medianamente aceptable antes que una amiga terrible.

—Sabes que eres increíble. —Se ríe mientras sigue los números de las taquillas en sentido ascendente hasta llegar a la suya. Le cuesta dos intentos poner la combinación correcta, pero, pronto, la puerta se abre con una sacudida violenta.

—Si tú lo dices. —Todavía no me acostumbro a que me haga cumplidos como si tuviera un repertorio inagotable. Apoyada contra la taquilla que queda junto a la suya, llevo la mano a la gargantilla que llevo colgada del cuello y muevo la turmalina por la cadena de plata. El cristal fue un regalo de mi jefa, Lauren, y mi madre lo potenció para aumentar sus poderes tranquilizantes y protectores.

Antes de que mi novia pueda responder, dos chicos doblan la esquina, caminando hacia nosotras.

—¿Es cierto eso que dicen de que te has pasado todo el verano haciendo servicios comunitarios? Vaya mierda, tío.

—Ha sido horrible. —Nolan Abbott, estrella del equipo de fútbol y un idiota integral, tiene el descaro de aceptar la compasión de su amigo—. Intenté hacer las horas en el refugio de animales, pero ese policía idiota no lo aceptó. Me hizo recoger basura y limpiar grafitis como si fuera un delincuente.

Apenas consigo contener la risa, que acaba siendo un resoplido lamentable. El detective Ryan Archer no solo es el «policía idiota» que castigó a Nolan por haber tirado una roca contra mi ventana, también es el Brujo Conjurador que me rescató de una muerte horrible. Archer se lo negó porque yo se lo pedí, ya que no se merecía pasar el verano paseando cachorritos.

Por desgracia, mi pequeño momento de autosatisfacción atrae la atención de Nolan. Cuando levanta la vista y me ve, su expresión se vuelve violenta.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—¿Además de tu cara?

—Un fogoso insulto —bufa él—. ¿Te lo enseñó Benton cuando te ató al mástil y te prendió fuego?

Sus palabras me quitan el color de la cara y me aflojan las rodillas. Morgan cierra la puerta de la taquilla de golpe, se apoya los libros en la cadera y la mano libre en la parte baja de mi espalda. Su Magia de Sangre fluye por mis venas y, aunque es imperceptible, adormece el dolor y el pánico que amenazan con consumirme por completo. Silencia los recuerdos antes de que puedan cobrar forma y deja solo humo a su paso.

—Vamos, Hannah. No vale la pena.

Dejo que me aleje de ahí, pero ni siquiera el poder que fluye en mi interior puede evitar que me tiemblen las manos. «Estoy bien. Estoy a salvo». Me concentro en respirar: inhalo cuatro tiempos, exhalo diez. «Benton está en la cárcel. Estoy bien». Para cuando llegamos a mi taquilla, mis dedos tienen la estabilidad suficiente para poner la combinación y guardar todas mis cosas.

—Ya puedes relajarte —le susurro a Morgan de camino a nuestras respectivas clases, que quedan una delante de la otra. Ya no me toca, pero entiende lo que quiero decirle, porque su magia se disipa y deja que mis nervios se disparen otra vez—. Gracias.

—¿Estás segura de que estarás bien? —Una ligera sonrisa le atraviesa los labios.

—Sí, te lo prometo. —Retrocedo en dirección a mi aula, al tiempo que los últimos rezagados pasan entre nosotras—. ¿Quedamos en tu taquilla antes del almuerzo?

Ella asiente con la cabeza y entra a su clase con el último timbre. Yo hago lo mismo antes de que el sonido se apague y, de inmediato, todas las miradas se posan en mí. El silencio está cargado de expectativas. Exhibo una sonrisa forzada mientras recorro el pasillo en busca de un asiento cerca del fondo del aula mientras la tensión me invade por la atención de mis compañeros. De todas formas, mantengo la espalda recta a la vez que me recuerdo que debo respirar y que no tengo que sentir con demasiada intensidad. Escondo las manos temblorosas debajo del escritorio.

«Estoy bien. Puedo hacerlo».

Si pude sobrevivir a los Cazadores de Brujas, puedo sobrevivir a la secundaria.

2

Al final de una semana corta de tres días, he pillado el ritmo de clases. El hecho de no haber tenido un ataque de pánico delante de mis compañeros ha disminuido las miradas acechantes a vistazos curiosos, y las personas han dejado de quedarse en silencio cada vez que entro en una sala.

El viernes, mientras todos mis compañeros se preparan para pasar el primer fin de semana emborrachándose en la casa renovada de Nolan, yo llevo a Gemma a un lugar que no esperaba visitar este año: el Caldero Escurridizo.

Después de todo lo que ha pasado este verano, no he sido capaz de volver al trabajo. Por mucho que me guste mi jefa, Lauren, y la libertad que da tener un salario, no me veo capaz de cumplir con mi horario y combatir a los Cazadores de Brujas al mismo tiempo. Me he visto obligada a renunciar a algo. Pero en el almuerzo, cuando Gemma se ha quejado de que su madre no iba a poder llevarla al Caldero, donde estudia Wicca con Lauren, he visto una oportunidad que no podía desperdiciar.

Cal, mi excompañero y agente del Consejo, trabaja ahí casi todos los viernes, al salir de sus clases en la Universidad Estatal de Salem. Si logro convencerlo de que me dejen formar parte de la lucha, quizá pueda persuadir a los demás. Mi madre no podrá detenerme si todo el Consejo quiere que me una. No podrá evitar que destruya a las personas que nos hicieron daño; empezando por los padres de Benton. Los Hall han logrado escapar de la policía y del Consejo, pero planeo estar ahí cuando los atrapen.

Presiono la piedra que Lauren me regaló después de la muerte de mi padre para intentar absorber su poder. «No murió, lo asesinaron», me corrige la voz de mi cabeza mientras el hielo me corre por las venas. Odio, quizá. Dolor.

Cuando llegamos al aparcamiento, Gemma se mueve inquieta en su asiento.

—¿Estás segura de que no te molesta que lo haga? —Es la quinta vez que me lo pregunta desde que empezó, a mediados de verano, pero esta vez suena más preocupada. Probablemente porque es la primera vez que entraremos juntas a la tienda.

No le respondo de inmediato porque estoy concentrada en aparcar y, además, no estoy segura de cómo me siento con respecto a que estudie Wicca. No es asunto mío, y me alegro de que haya encontrado una religión con la que se siente identificada, pero es… un poco raro.

—No me molesta —respondo cuando ya estoy bien aparcada y no tengo excusas para retrasarlo más.

—No suenas muy convencida. —Gemma coge su bolso y baja conmigo—. Si te molesta, podría haberle dicho a otra persona que me trajera.

—No era necesario. En serio, no me molesta. —Recorremos las aceras estrechas atestadas de turistas, que ya están buscando túnicas negras y sombreros de bruja, aunque todavía falten dos meses para Halloween. El sol es tan intenso que me corre sudor por la espalda. Delante de la tienda, mientras esperamos que la luz del semáforo cambie para cruzar, intento convencer a mi mejor amiga de que todo está bien—. Te juro que no estoy enfadada, Gem. Es solo que siempre tengo dilemas de separación entre Estado e Iglesia con esta clase de cosas. Se me hace raro traerte aquí en lugar de al estudio de baile.

Ella asiente y aparta la mirada sin decir nada, por lo que me regaño internamente. Siempre se pone así cuando Morgan o yo mencionamos las clases de baile. Antes del accidente, mi amiga vivía para el ballet, la danza contemporánea y el claqué. Tenía una singular combinación entre talento innato y la motivación para trabajar más duro que cualquiera. Podría haber ingresado al conservatorio que quisiera y nadie dudaba que acabaría bailando en Broadway, como soñaba. Pero todo cambió cuando el quitamiedos atravesó la puerta del coche y le rompió la pierna. A pesar de que es joven y se esfuerza mucho en fisioterapia, los médicos no le dieron muchas esperanzas de que fuera a recuperarse a tiempo para hacer las audiciones este año. Si es que alguna vez se recupera.

Antes de que pueda disculparme, la luz del semáforo cambia, así que seguimos a la multitud para cruzar la calle. Cuando empujo la puerta, el sonido familiar de las campanillas me hace sonreír mientras dejo que el aroma a lavanda me guíe por la tienda. Veo a Lauren detrás de la caja, en el mostrador que convirtió en una clase de altar. En el centro hay estatuas talladas en madera del Dios Astado y la Triple Diosa, rodeadas por grandes velas doradas y plateadas. Incluso desde el otro lado de la tienda, puedo sentir cómo el calor de las pequeñas llamas me acaricia la piel. Intento ignorar las sensaciones, pero persisten hasta que ya no puedo bloquearlas y, de repente, me encuentro otra vez en el bosque, con las piernas atadas a un mástil. No puedo moverme. No puedo respirar. El fuego me presiona la piel en busca de una forma de atravesar mi poder Elemental, ya comprometido. Los pulmones se me llenan de humo, las lágrimas me nublan la vista al tiempo que la oscuridad me invade y…

—Hannah. —El susurro de Gemma me devuelve al presente. También siento sus dedos fuertes en la cintura—. ¿Estás bien?

—Sí. —Apenas logro responder; la palabra me raspa lengua, como si fuera arena. Me froto los ojos con las manos. Venir ha sido un error. Necesito a Morgan; sin ella, tengo los nervios descontrolados y expuestos.

«No». Meto los recuerdos dentro de una caja mental y la cierro con llave. «Puedes con esto. Si quieres luchar, tienes que estar bien. Busca a Cal». La tensión desaparece poco a poco, pero, de todas formas, me mantengo alejada de las velas.

Cuando Lauren se da la vuelta y nos ve en la entrada, se le ilumina la cara.

—Hannah, no esperaba verte. —Se acerca llena de calidez y preocupación. No forma parte de ningún Clan, pero, como alta sacerdotisa Wicca, tiene sus propios poderes. Son diferentes a los nuestros, menos dramáticos, pero reales. El poder que Gem está decidida a dominar—. ¿Cómo estás?

—Bien. —Me encojo de hombros y, una vez más, toco la gargantilla sin pensarlo. La mirada de Lauren baja hacia la turmalina que me regaló y dibuja una sonrisa amarga.

—Te echamos de menos. Sabes que aquí siempre eres bienvenida.

—Gracias —respondo sin comprometerme a nada. Me alegro, pero no me imagino volviendo al trabajo mientras haya Cazadores sueltos por ahí.

—Ahora, Gemma —agrega, cambiando de tema—, ¿estás lista para hablar sobre la rueda del año?

Gemma me lanza una mirada antes de asentir, seguirla hasta la parte trasera de la tienda y desaparecer en la sala de lectura. Lauren suele usarla para echar las cartas a los clientes, pero también para dar clases.

Cuando desaparecen, voy a buscar a Cal. Lo encuentro al otro lado de la tienda, con su camiseta naranja del Caldero, vaqueros oscuros y unas Converse blancas y negras. Se ha rapado ambos lados de la cabeza desde la última vez que lo vi, pero la parte superior sigue manteniendo una gran mata de pelo rubio. Está ocupado reponiendo las pociones y los ingredientes envasados a mano que Lauren ha bendecido, pero se detiene para darme un fuerte abrazo cuando me ve. Luego se aleja y me doy cuenta de las ojeras que tiene.

—¿Estás bien? —Apenas suelto la pregunta, me estremezco. Sé mejor que nadie lo irritante que puede resultar a ser.

—Estoy bien. ¿Por qué lo preguntas? —responde mientras coge otro paquete de hierbas secas que dice «Para atraer la prosperidad».

—Parece que lleves semanas sin dormir. —Me coloco a su lado, levanto una bolsa negra brillante que promete protección y paso un dedo por el pentáculo dorado que hay estampado debajo de las palabras—. ¿Todo bien con ya sabes qué?

No he tenido demasiadas noticias del Consejo, pero sé que planean destruir la droga que me dejó temporalmente sin magia, así como las instrucciones para conseguirla.

Aunque no sé cómo.

Cal mira hacia atrás para asegurarse de que no haya nadie cerca que pueda escucharnos. Después pone en su sitio unas pociones para «abrir el ojo interior», vuelve a cerciorarse de que estamos solos y se acerca a mi oído.

—Sí. De hecho, habrá una redada esta noche.

—¿En serio? ¿Dónde?

—Hemos descubierto donde fabrican la droga: en Boston. Hay un equipo a cargo de infiltrarse y destruirla. —Una luz de esperanza le atraviesa los ojos mientras una mezcla de emoción y desilusión me invade. Sé que era una esperanza irracional, pero me hubiese gustado participar. Quería ser yo quien destruyera la droga que me cambió la vida.

—¡Eso es fantástico! —El entusiasmo suena falso incluso para mí. Cal asiente, pero deja de sonreír.

—Archer y yo queríamos ir con ellos, pero nos ordenaron que siguiéramos vigilando el aquelarre en caso de que hubiera un contraataque.

—¿Qué pasará cuando la droga desaparezca? —Una oleada de miedo hace que me tiemblen los dedos. Busco otra bolsita negra, una que promete animar las cosas en la cama, y la aprieto para controlar el temblor—. ¿Hay algo que pueda hacer? —En mi mente, cruzo los dedos con la esperanza de no sonar tan desesperada como me siento. Pero Cal niega con la cabeza y acaba con mi idea de convencer al Consejo.

—Los Mayores aún están discutiendo qué hacer en la segunda fase —dice. Después veo como confunde mi pánico ante la mención de los Mayores con confusión, porque explica—: Destruir la droga es la fase uno. La fase dos es neutralizar a los Cazadores.

Asiento con la cabeza, aunque todavía sigo conmocionada por el recordatorio de que los Mayores se han involucrado personalmente. Son tres, uno por cada Clan, y tienen la última palabra en todos los asuntos mágicos. Nadie que no pertenezca al Consejo puede conocerlos, a no ser que violes nuestra ley más sagrada: no revelarle a un Reg que la magia existe

Como yo hice con Gemma.

Me recorre un escalofrío cargado de miedo al recordar que la mayoría de las brujas que se enfrentan a ellos no salen con la magia intacta. Después de colgar la bolsa de hierbas, me aclaro la garganta.

—¿Y cuál es el plan? ¿Sabes qué opciones están considerando?

—Nada en concreto. Se habló de encarcelamientos, de limitar recursos financieros, de algunos asesinatos estratégicos… —Hace una pausa cuando suelto un jadeo involuntario—. Intentan borrarnos de la faz de la Tierra, Hannah, no es como si pudiéramos invitarlos a tomar el té para tener una pequeña charla cordial.

Se me tensionan los músculos diminutos que rodean los ojos y percibo como mi expresión se vuelve más dura. Se me forman palabras afiladas en la garganta, pero controlo la amargura todo lo que puedo.

—Créeme, Cal, recuerdo muy bien lo que Benton me hizo. Sé que no escucharán nada de lo que les digamos. —Aún oigo su voz, como si hubiese sido ayer. Me llamó «monstruo», y dijo que quería convertirme en una verdadera humana al arrancarme todo lo que me convertía en una Elemental. Después, me maldijo por haberle arruinado los planes e intentó quemarme viva. Apoyada contra los estantes, suspiro—. Desearía que existiera un botón de reinicio para hacerlos desaparecer. O poder viajar en el tiempo y evitar que descubrieran la magia.

—Ya se nos ocurrirá algo, te lo prometo —asegura mientras me pasa un brazo por los hombros. Entonces, me abandono a su abrazo y me obligo a creer en él.

Mientras espero a que Gemma acabe, llega demasiada gente a la tienda como para seguir hablando con Cal, así que deambulo por los pasillos y pongo velas a la espera de otra oportunidad. Tengo que ser más directa, ya que preguntar si el Consejo necesitaba ayuda no ha tenido el efecto deseado. Sin embargo, para cuando mi amiga sale, aún no he encontrado el momento indicado.

Gemma emerge de la habitación llena de energía, pero su sonrisa desaparece cuando me ve.

—¿Por qué tienes cara de Veronica?

—No digas tonterías. —La fulmino con la mirada cuando unos turistas nos miran de forma extraña—. No existe la «cara de Veronica».

—Tienes el ceño fruncido —empieza, con una mano en alto para enumerar sus argumentos—. Estás enfurruñada y parece que hayas visto a alguien dándole una patada a un cachorro. Es la cara que tenías después de la ruptura. —Con eso, jadea ligeramente y se acerca con las muletas—. No has roto con Morgan, ¿verdad?

—Morgan y yo estamos bien —le aseguro. Aunque suene extraño, también estoy bien con Veronica. Después de todo lo que pasó con Benton (que la secuestrara, que me atrapase cuando intentaba rescatarla y que ambas estuviéramos a punto de morir), decidimos darle una oportunidad a nuestra amistad. Una amistad con la sabiduría de los errores que cometimos siendo novias, pero no definida por ellos. O, al menos, ese es el objetivo.

—Bueno, algo te pasa —insiste Gem—. Sabes que puedes confiar en mí.

—Lo sé, pero no podemos hablar aquí. —Los sentimientos de emoción y decepción vuelven a invadirme. Debería estar feliz por la redada. Ninguna bruja debería pasar por lo mismo que yo, pero me gustaría formar parte del operativo. Desearía poder ser yo quien destruyera la droga que me robó la magia y me la devolvió rota.

La vergüenza reaparece al pensar en eso y usa mis costillas como parque de atracciones. La droga solo tuvo ese efecto en mí; la magia de Veronica reapareció a las pocas semanas. No entiendo por qué a mí me cuesta tanto y, cuando logro esforzarme lo suficiente para percibir los elementos, es demasiado doloroso. No entiendo por qué tres de los elementos están tan lejos de mi alcance, mientras que el mínimo indicio de fuego capta mi atención y penetra en mi lucidez como si fuera un cable pelado.

—Hannah…

—Gemma… —Imito su tono de preocupación, aunque solo consigo que me mire con el ceño fruncido—. Luego hablamos, te lo prometo. ¿Lista para irnos?

—Quiero hacerme con alguna amatista —responde, negando con la cabeza—. Lauren dice que puede ayudarme a potenciar mis lecturas de tarot.

Miro en dirección a la caja, donde Lauren exhibe la joyería de cristal hecha a mano. Las velas de las deidades arden sin cesar y me hacen vacilar.

—Si no te importa, te espero aquí. —Espero que no perciba el miedo que hace que la voz me salga temblorosa. Pero mi mejor amiga me lanza una mirada curiosa, señal de que sí lo ha percibido.

—Vuelvo enseguida —promete.

La campana de la puerta tintinea a mi espalda. Por acto reflejo, me giro a ver quién ha entrado. Es un chico de mi edad, con el pelo castaño y liso, y ojos marrones detrás de unas gafas de pasta. No es la clase de chico que espero ver entrar en un sitio como este; lleva unos pantalones color caqui y un polo café. Recorre la tienda con la mirada y algo le brilla en los ojos cuando me ve. Saca el móvil, toca la pantalla y vuelve a fijarse en mí.

El estómago se me retuerce de los nervios.

Cal aparece y se acerca al chico de pelo castaño.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—En realidad… —Ni siquiera mira a Cal porque está demasiado ocupado alternando la mirada entre el móvil y mi cara—. Creo que ya he encontrado lo que buscaba. —Otro cliente llama a Cal y, cuando está ocupado, el visitante reduce el espacio que nos separa—. Eres Hannah Walsh, ¿no?

—Lo siento, te equivocas de chica. —Oír mi nombre en sus labios me pone tensa, así que lo esquivo mientras me meto en el pasillo de los libros. Malditos artículos de prensa. Seguro que ha visto una foto mía en internet. Me pregunto qué periódico o aspirante a reportero de investigación ha difundido que trabajo aquí.

Que solía trabajar aquí.

El chico aparece por el otro extremo del pasillo, con una sonrisa despreocupada en los labios. Tiene una postura relajada, como si estuviera acostumbrado a salirse con la suya.

—Entonces, No Hannah, asumo que no te interesa saber que los abogados de Benton Hall planean alegar que lo hizo en defensa propia. —Hace una pausa. Sus palabras son como puñaladas—. Si no eres tú, supongo que no te importa que planeen exponer todos los aspectos de la vida privada de Hannah. Es posible que incluso llamen a su nueva novia para testificar.

—¿Qué quieres de mí? —Me giro hacia él—. ¿Cómo sabes quién es ella?

—Soy reportero —dice y se encoge de hombros—. Saber cosas es mi trabajo. —Sigue jugando con su móvil—. De hecho, me sorprende verte aquí. Pensaba que lo habías dejado.

—Si lo pensabas, ¿qué haces aquí? ¿Tienes edad para ser reportero?

—No existe límite de edad para el talento. Además, todo buen reportero conoce el valor de la investigación. Esperaba poder conversar con tus excompañeros, pero, ya que estás aquí… —Abre la aplicación de la grabadora de voz y apunta el móvil hacia mí—. ¿Quieres hacer una declaración? Puedes adelantarte a la noticia y humanizar tu imagen antes de que te tachen de villana.

Esas palabras me dejan la garganta seca. No puedo descifrar a este chico, no sé si quiere ayudarme o dejarme como la villana él mismo. Hay algo en él que me dispara las alarmas. Tiene una mirada demasiado atenta, como si estuviera haciendo un rompecabezas en lugar de estar hablando con una persona real.

Un escalofrío me sacude los huesos.

—Vamos, Hannah. —El joven reportero sonríe con soberbia mientras se apoya en una estantería—. ¿No quieres contar tu versión de la historia? Todo el mundo quiere saber lo que eres.

—¿Qué has dicho? —No puedo evitar mirarlo.

—De acuerdo, está bien. Quizá no todo el mundo, pero mis lectores quieren saber qué te pasó. —Me acerca el móvil—. ¿Tienes alguna declaración? Podríamos organizar un encuentro con tu nueva novia. Morgan, ¿verdad?

Niego con la cabeza porque eso no ha sido lo que ha dicho. «¿Quieres saber qué soy? Una bruja. Una Elemental rota, de duelo porque ya ni siquiera puede mantener un vaso de agua frío», pienso.

—Me tenéis harta. Estoy cansada de los buitres como tú que intentáis usar mi historia para conseguir más visitas en vuestros estúpidos blogs.

—No es un blog.

—Sal de aquí.

—Ya no trabajas aquí. —Mantiene la voz baja, pero me sube por la columna, cargada de violencia. Después se endereza para mirarme desde arriba—. No puedes echarme.

—Entonces apártate de mi camino. —Lo esquivo, pero me sujeta de la muñeca. Me doy la vuelta mientras una furia teñida de pánico me sube por la garganta—. Suéltame.

—¿O qué? —Aprieta más fuerte y me retuerce el brazo hasta que me hace chillar.

—¿Qué está pasando aquí? —La voz de Gemma resuena entre los dos, que nos damos la vuelta para verla al final del pasillo. Se da cuenta de mi miedo, porque llama a Lauren casi gritando. En ese momento, el chico suelta una sarta de improperios y me empuja lejos de él.

—Esto no ha acabado —afirma mientras guarda el móvil en el pantalón—. Ni de lejos. —Hay tanta furia en su cara que me deja sin aliento. Me mira como…

Como lo hacía Benton. Como si fuera un monstruo.

Me quedo mirando como se aleja, confundida y desorientada por toda la situación. Estoy segura de que es uno de los fanáticos de Benton, esos de los que Gemma siempre me advierte que debo evitar. Cuando Lauren llega, él ya no está. Revisa el pasillo y nos mira a ambas.

—¿Todo bien? —pregunta

—Sí —respondo mientras me froto la muñeca—. Estoy bien. Solo era un periodista pesado —miento. Ahora que se ha ido, no hay por qué hacer que Gemma se preocupe.

—Deberían saber que no está bien que acosen a una menor —protesta Lauren—. Cada semana tengo que echar a alaguno. Lo siento.

—No pasa nada. —Dudo que fuera de algún medio legítimo, sonrío de todas formas—. Pero debería irme.

—Claro. —Ella me ofrece un abrazo, que acepto. Me sorprende lo mucho que he echado de menos su presencia tranquila y terrenal. Gemma me observa con detenimiento, pero no dice nada mientras estamos en la tienda. Antes de salir, saludo a Cal.

—¡Ya me contarás lo de esta noche!

Me responde levantando los pulgares, pero vuelve al trabajo de inmediato. Quizá pueda enviarle un mensaje después de la redada. Si consiguen destruir la droga, podré pedirle que abogue por mí en el Consejo. Tiene que haber algo que pueda hacer para pelear.

Fuera, Gemma guarda silencio hasta que estamos encerradas en el coche de mi padre, lejos de los turistas.

—¿Qué ha sido eso?

—Otro reportero obsesionado con el peor momento de mi vida —digo, a pesar de que estoy segura de que había algo fuera de lugar en ese chico. Si no forma parte del club de fans de Benton, debe estar tramando algo.

Arranco el coche y me hundo en el cuero suave y tibio. El aire acondicionado hace que el ambientador preferido de mi padre (de pino y lluvia) vuele hasta mis fosas nasales. La esencia me hace volver en el tiempo. A mi padre llevándonos a Veronica y a mí al centro comercial antes de que tuviéramos coche propio. A la primera charla sobre sexo, con los resultados de Google a la búsqueda «sexo seguro entre lesbianas» abiertos en la pantalla.

El recuerdo me provoca una sonrisa, a pesar de que en su momento fue horrible.

—¿Estás segura de que estás bien?

—Empezaré a cobrarte un dólar por cada vez que me lo preguntes. Estoy bien, Gem. Un idiota con una grabadora es el menor de mis problemas. —Arranco y pongo rumbo a la casa de mi amiga. Al pasar por el cementerio, el corazón se me retuerce y debo resistir el dolor que amenaza con nublarme la vista. Un coro grita «no es justo, no es justo, no es justo» en mi mente, pero no puedo dejar que los pensamientos me dominen. No puedo permitirme echarlo de menos porque eso me derrumbaría por completo.

Gemma me coge la mano y la presiona sin decir nada. No tiene que hacerlo. Le devuelvo el apretón y contengo las lágrimas. Pero, después de dejarla en su casa, no puedo evitar llorar. El mundo está borroso y, al llegar a mi destino, me siento perdida.

Este sitio no es mi hogar. Mi casa fue otra víctima del reinado del terror de Benton en contra de mi aquelarre; sus padres la incendiaron. Ese día, perdí a mi padre y todo lo que él había tocado alguna vez. La mecedora en la que solía leerme historias; los dibujos que tenía colgados por su despacho; el grimorio familiar con su caligrafía estrecha y apretada.

No queda nada de todo eso.

Y nunca volverá.

3

Al día siguiente, tengo mi primera reunión con la jefa de mi padre, la fiscal de distrito Natalie Flores, que ha vuelto de su baja por maternidad y está a cargo del caso contra Benton. El juicio es inminente (solo faltan veinticuatro días), así que no podemos retrasarlo más.

La fiscal Flores me prepara para el interrogatorio, me pregunta sobre Benton y lo que lo llevó a capturarme. Es difícil pronunciar las palabras, y vivir con los recuerdos dolorosos que se apoderan de mi memoria con cada pregunta, mucho más.

«Veronica y tú no recibisteis tratamiento por quemaduras. ¿Es verdad que Benton comenzó un incendio en el bosque?»

«¿Por qué fuiste a casa de Benton esa noche?»

«¿Sabías que era él contra quien habías luchado en la casa de Veronica a principios de verano?»

Y así siguió. Cuando el interrogatorio termina, siento como llamas fantasmas me acarician la piel y lo retorcidos que tengo los intestinos.

—¿Sabéis algo sobre la búsqueda de los padres del chico? —pregunta mi madre antes de que nos vayamos.

—La policía está siguiendo todas las pistas —asegura la fiscal, pero mi madre y yo se lo escuchamos decir tanto a mi padre que sabemos que eso significa que no tienen nada.

En el coche, mi madre intenta cogerme la mano, pero me aparto sin pensarlo.

—Perdón —me disculpo y me abrazo a mí misma—. Ha sido… demasiado, mamá. —Vuelvo a estremecerme por los recuerdos: las manos de Benton rodeándome los brazos mientras me arrastraba hacia la hoguera. La fuerza con la que me cargó al hombro cuando intenté detenerlo.

—Lo sé, Han. —La temperatura del coche desciende un poco. Mi madre arranca el motor y se mezcla con el tráfico—. Desearía saber cómo mejorar la situación o cómo evitar que tengas que hacer esto. —Nos detenemos en el semáforo y me mira—. ¿Helado?

—Podría comerme un helado. —Una sonrisa me curva los labios. Ella pone los intermitentes para parar en nuestra tienda de helados favorita, una de los pocas que sigue abierta después del Día del Trabajo—. ¿Puede venir Morgan después?

Al principio, no responde. Todavía no ha superado el hecho de que mi novia sea una Bruja de Sangre, a pesar de la campaña #notodaslasBrujasdeSangre que he empezado en casa. No le ha sacado el tema a Morgan y las reglas siguen siendo las mismas que cuando salía con Veronica, pero aún percibo un rastro de miedo y dudas siempre que la llevo a casa.

Una parte de mí quiere creer que son sus tendencias de madre sobreprotectora, que se han potenciado después de lo que pasó en verano, pero otra parte conoce las mismas historias de miedo sobre Brujas de Sangre que ella. Esa parte sabe que esas creencias no desaparecen así como así.

Sin embargo, me sonríe con alegría.

—¡Por supuesto! Puede quedase a cenar, si quieres.

Antes de que acabe la frase, ya le estoy escribiendo un mensaje a Morgan, que no responde hasta que nos hemos acabado el helado; menta con trozos de chocolate para mí, café moca para mi madre.

Morgan: ¡Perdón! Acabo de llegar de baile. ¿Cómo ha ido la reunión?

Hannah: Bien…

Tres puntos suspensivos aparecen y desaparecen varias veces en la pantalla. Antes de que llegue una respuesta, mi madre ya está subiendo los escalones de entrada.

Morgan: En un rato estoy ahí.

Ya he aprendido que, para Morgan, un rato comprende entre cinco minutos y una hora, así que empiezo a ordenar la habitación de forma frenética; meto la ropa sucia dentro del armario y hago la cama. Durante un segundo, considero llevar la ropa a la lavadora, pero suena el timbre. Un revuelo de nervios me cosquillea por toda la piel de camino a la entrada.

—Quedaos en el salón —grita mi madre desde la cocina—. ¡Nada de puertas cerradas!

—¿Por qué no me lo has dicho antes de que limpiara mi habitación en un ataque de pánico? —replico.

—¡Es la única forma de que lo hagas!

Bufo y me miro en el espejo del pasillo. No sé por qué me molesto: soy un desastre. Morgan vuelve a llamar al timbre, así que le abro de una vez. Me deja sin aliento y casi me provoca envidia: lleva un par de vaqueros de tiro alto y un suéter gris holgado. Todavía tiene el pelo húmedo por la ducha, recogido en un moño. Me reconforta exactamente de la forma en que necesito que lo haga. Se sonroja mientras me mira desde el porche. El pequeño escalón de la entrada me hace unos centímetros más alta que ella, por lo que me mira hacia arriba a través de las pestañas.

—El corazón te va a mil por hora —dice con voz suave.

—¿Sí? —No me había dado cuenta, pero ahora siento como se me acelera aún más. El calor me sube a la cara. Estoy segura de que, ahora mismo, nuestras mejillas combinan a la perfección—. ¿Qué puedo decir? —susurro en un intento de sonar indiferente, pero no lo consigo—. Verte me acelera el corazón. —Me estremezco apenas pronuncio esas palabras. Salir con ella me ha vuelto mucho más cursi de lo que fui con Veronica, pero no parece molestarle. La comisura derecha de sus labios se eleva cuando saca una bolsa pequeña, cuyo contenido tintinea.

—Pensé que te vendría bien un día de spa.

—Eres increíble. —Le doy un beso fugaz en la mejilla antes de guiarla hacia el salón. Empezamos con las mascarillas faciales. Cuando se secan, nos sacamos fotografías y vemos quién puede poner la expresión más tonta, limitadas por la arcilla seca. Después, publico las mejores en Instagram—. Es una lástima que no pueda etiquetarte.

Sus padres la obligaron a borrarse el perfil de todas las redes sociales después de lo de Riley, su exnovio, que resultó ser un Cazador de Brujas. Él fue la razón de que se mudasen a Salem.

—Vamos a quitarnos esto antes de que la cara se nos convierta en piedra. —Se levanta y me ofrece una mano.

Pasamos el resto de la tarde viendo películas mientras nos pintamos las uñas mutuamente. Yo le dibujo florecitas y le cuento cómo ha ido mi reunión con Natalie Flores. Pregunta si Veronica va a testificar y me veo obligada a admitir que no estoy muy segura. No creo que tenga otra opción, así que la fiscal debe estar haciendo videollamadas con ella para prepararla, dado que se fue a la Universidad de Ítaca en agosto.

Después, mientras me pinta las mías de un azul claro brillante, le cuento todo sobre la redada que debía llevarse a cabo la noche anterior y que la droga de los Cazadores, la que puede eliminar la magia de una bruja de forma temporal, ya tendría que estar destruida.

Le envío un mensaje a Cal para preguntárselo, pero, para cuando la película termina, todavía no he recibido respuesta. Ya que mi madre ha desparecido en su habitación para corregir trabajos, pongo las noticias. Morgan me obliga a sentarme en el suelo para poder trenzarme el pelo. Mientras lo hace, su Magia de Sangre fluye por mis venas, liberando la tensión residual que me ha dejado la reunión con la fiscal Flores. Pero hace más que eso: me tranquiliza, me mantiene con los pies en la tierra. Siento el aire en los dedos, que se arremolina y baila sin esfuerzo ni dolor.

El alivio casi me hace llorar.

—¿Puedo preguntarte algo? —digo al tiempo que ata la trenza.

—¿Sobre qué? —Vuelve a reclinarse al terminar el trabajo.

—Sobre cómo funciona tu magia. —Me acomodo en el borde del sofá y medito mis palabras. Deseo saberlo todo sobre ella y comprender por qué su magia afecta a la mía, pero no quiero herir sus sentimientos haciendo la pregunta equivocada. Hay muchas cosas que todavía no sé sobre las Brujas de Sangre. ¿Y las que sé? Es difícil distinguir cuáles se basan únicamente en estereotipos.

—¿Qué quieres saber? —insiste cuando paso demasiado tiempo en silencio. Su expresión es cuidadosamente neutral.

—¿Es… instintiva? Por ejemplo, ¿sientes los latidos de mi corazón siempre que estoy cerca o tienes que escucharlo expresamente? ¿Y ahora? ¿Estás haciéndome sentir tranquila a propósito o sucede de manera natural?

Morgan baja la vista y frunce el ceño. Al cabo de unos segundos, el palpitar de su magia desaparece de mi interior y un dolor sordo surge en mis costillas. Libero el control del aire y, al soltar la magia, el dolor desaparece.

—Creo que es un poco de ambas —responde al final y vuelve a mirarme—. A veces lo hago a propósito, como el primer día de clases, cuando te pusiste nerviosa al ver a Nolan. Pero ahora no me había percatado de que mi magia estaba afectándote. Si no te gusta, puedo evitarlo.

—¡No! —digo, quizá un poco rápido—. No tienes que evitarlo. Es… —«Lo único que consigue que mi magia funcione»—. Es agradable.