Ética eudemia - Aristóteles - E-Book

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Aristoteles

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Beschreibung

«Ética eudemia» a veces abreviado EE en trabajos académicos, es una obra de filosofía. Su enfoque principal es la ética, por lo que es una de las principales fuentes disponibles para el estudio de la ética aristotélica.

Lleva el nombre de Eudemus de Rodas, un alumno de Aristóteles que también pudo haber colaborado en la edición del trabajo final. Se cree comúnmente que se escribió antes de la Ética de Nicomache, aunque esto es controvertido.

La Ética eudemia es menos conocida que la Ética nicomaqueana de Aristóteles. La Ética eudemia es más corta que la ética de Nicomache, ocho libros en lugar de diez, y algunos de sus pasajes más interesantes se reflejan en este último.

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Aristóteles

ÉTICA EUDEMIA

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 978-88-3295-943-7

Greenbooks editore

Edición digital

Diciembre 2020

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 978-88-3295-943-7
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Indice

ÉTICA EUDEMIA

ÉTICA EUDEMIA

1

Capítulo

DE LAS CAUSAS DE LA FELICIDAD

El moralista que en Delos grabó su pensamiento y le puso bajo la protección de Dios, escribió los dos versos siguientes sobre el pórtico del templo de Latona, considerando sin duda el conjunto de todas las condiciones que un hombre solo no puede

reunir completamente: lo bueno, lo bello y lo agradable: "Lo justo es lo más bello; la salud lo mejor; obtener lo que se ama es lo más grato al corazón."

No compartimos por completo la idea expresada en esta ins-

cripción, pues en nuestra opinión, la felicidad, que es la más bella y la mejor de las cosas, es, a la vez, la más agradable y la mas dulce. Entre las numerosas consideraciones a que cada especie de cosas y cada naturaleza de objetos pueden dar lugar, y que reclaman un serio examen, unas sólo tienden a conocer

la cosa de que uno se ocupa, y otras tienden además a poseerla y hacer de ella todas las aplicaciones posibles. En cuanto a las cuestiones que en estos estudios filosóficos tienen un carácter puramente teórico, las trataremos según se vaya presentando

la ocasión y desde el punto de vista especial de esta obra.

Ante todo indagaremos en qué consiste la felicidad y por qué medios se la puede adquirir. Nos preguntaremos si todos aquellos a quienes se da este sobrenombre de dichosos lo son como mero efecto de la naturaleza, a manera que son grandes o pequeños o que difieren por el semblante y la tez; o si son dichosos merced a la enseñanza de cierta ciencia, que sería la de la felicidad; o si acaso lo deben a una especie de práctica y de ejercicio, porque hay una multitud de cualidades diversas que no las deben los hombres ni a la naturaleza ni al estudio, y que sólo se adquieren por el simple hábito; las cuales son malas cuando 3

proceden de malos hábitos y buenas cuando los contraen buenos.

En fin, indagaremos si, en el supuesto de ser falsas todas estas explicaciones, la felicidad es resultado sólo de una de estas dos causas: o procede del favor de los dioses que nos la conceden, a manera que inspiran a los hombres que se sientan movidos por una pasión divina y abrasados en entusiasmo bajo el influjo de algún genio, o bien procede del azar, porque hay muchos que confunden la felicidad y la fortuna.

Debe verse sin dificultad que la felicidad en la vida humana es debida a todos estos elementos reunidos, o a algunos de

ellos, o por lo menos a uno solo. La generación de todas las cosas procede, con poca diferencia, de estos diversos principios, y así se pueden asimilar todos estos actos que se derivan de la reflexión a los actos que proceden de la ciencia.

La felicidad, o en otros términos, una existencia dichosa y bella, consiste sobre todo en tres cosas, que son, al parecer, las más apetecibles de todas, porque el mayor de todos los bienes, según unos, es la prudencia; según otros, es la virtud; y en fin, según algunos, es el placer. Y así, se discute sobre la parte con que contribuye cada uno de estos elementos a labrar la felicidad, según se cree que uno de ellos es más influyente que los demás. Unos pretenden que la prudencia es un bien más grande que la virtud; otros, por lo contrario, creen que la virtud es superior a la prudencia; y otros, que el placer está muy por encima de los otros dos; por consiguiente, unos estiman que la

felicidad se compone de la reunión de todas estas condiciones; otros, que bastan dos de ellas; y otros se contentan con una sola.

4

DE LOS MEDIOS DE PROCURARSE LA FELICIDAD

Fijándose en uno de estos puntos de vista es cómo el hombre, que puede vivir conforme a su libre voluntad, debe, para conducirse bien en la vida, proponerse un objeto especial, como el honor, la gloria, la riqueza o la ciencia; y fijas sus miradas en el objeto que ha escogido, debe referir a él todas las acciones que ejecuta, porque es una señal de extravío mental el no haber ordenado su existencia según un plan regular y constante. Tam-

bién es un punto capital el darse uno razón a sí mismo, sin pre-cipitación y sin negligencia, de cuál de estos bienes humanos hace consistir la felicidad, y cuáles son las condiciones que nos parecen absolutamente indispensables para que la felicidad

sea posible.

Importa no confundir, por ejemplo, la salud y las cosas sin las cuales la salud no podría existir. Lo mismo aquí que en una

multitud de casos no debe confundirse la felicidad con las cosas sin las cuales no puede ser uno dichoso. Entre estas condiciones hay algunas que no son especiales a la salud como tampoco lo son a la vida dichosa, sino que son hasta cierto punto comunes a todas las maneras de ser, a todos los actos sin

excepción.

Es demasiado claro que sin las funciones orgánicas de respi-

rar, de velar, de movernos, no podríamos sentir ni el bien ni el mal. Al lado de estas condiciones generales hay otras, que son especiales a cada clase de

objetos y que importa no desconocer. Volviendo, por ejemplo, a la salud, las funciones que acabo de citar son mucho más esenciales que la condición de comer y de pasearse después de comer.

Por esta causa se suscitan tantas cuestiones sobre la felicidad, y se pregunta qué es y cómo se la puede obtener con se-

guridad, porque hay personas que consideran como partes

constitutivas de la felicidad las cosas sin las cuales ella sería imposible.

5

EXAMEN DE LAS TEORÍAS ANTERIORMENTE EXPUESTAS

Sería bien inútil examinar una a una todas las opiniones emitidas sobre esta materia. Las ideas que pasan por la cabeza de los niños, de los enfermos y de los hombres perversos, no merecen parar la atención de un espíritu serio, ni que discurramos sobre ellas. A los unos sólo faltan algunos años más para que cambien y maduren; los demás tienen necesidad de los auxilios de la medicina o de la política que los cure o los castigue, porque la curación que proporcionan los castigos es un remedio tan eficaz como los de la medicina. Tampoco deben tomarse en cuenta en lo relativo a la felicidad las opiniones del vulgo.

Éste habla de todo con igual ligereza, y particularmente de…

, y sólo debemos ocuparnos de la opinión de los sabios. Sería una cosa mal hecha razonar con gentes que no conocen la ra-zón y que sólo escuchan la pasión que los domina. Por lo de-

más, como todo objeto de estudio suscita cuestiones que son enteramente especiales, y las hay también de esta clase en lo que tienen

relación con la mejor vida que el hombre debe seguir y con la existencia que

puede adoptar con preferencia a todas las demás, éstas son las opiniones que merecen un serio

examen, porque los argumentos de los adversarios, cuando han sido refutados, son demostraciones de los juicios opuestos a los suyos.

También es bueno no olvidar el fin a que principalmente de-

be tender todo este estudio, a saber, el de conocer los medios de asegurarse una existencia buena y bella, ya que no quiera decirse perfectamente dichosa, palabra que quizá parezca demasiado ambiciosa; y también el de satisfacer la aspiración, que puede abrigarse en todos los momentos de la vida, de sólo ejecutar cosas honestas.

Si no se considera la felicidad sino como un resultado del

azar o de la naturaleza, es preciso que los más de los hombres renuncien a ella, que entonces la adquisición de la felicidad no depende del esfuerzo del hombre, no nace de él, y no tiene por tanto necesidad de ocuparse de ella. Si, por el contrario, se admite que las cualidades y los actos del individuo pueden decidir de su felicidad, entonces se hace ésta un bien más común entre los hombres, y hasta un bien más divino, porque será la

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recompensa de los esfuerzos que los individuos hayan hecho para adquirir ciertas cualidades y el premio de las acciones que hubieren realizado con este fin.

7

DEFINICIÓN DE LA FELICIDAD

La mayor parte de las dudas y de las cuestiones que aquí se promueven se verán claramente resueltas, si ante todo se defi-ne con

precisión lo que debe entenderse por felicidad. ¿Consiste únicamente en

cierta disposición del alma, como lo han creí-

do algunos sabios y algunos filósofos antiguos? ¿O bien no basta que el individuo esté moralmente constituido de cierta manera sino que necesitará más bien ejecutar acciones de cierta especie? Entre los diversos géneros de vida o de existencia hay unos que nada tienen que ver con esta cuestión de la felicidad, y que ni aspiran a ella.

Se practican sólo porque responden a necesidades absoluta-

mente precisas; me refiero, por ejemplo, a todas esas existencias consagradas a las artes de lujo, a las artes que únicamente se ocupan en amontonar dinero, y a las industriales. Llamo artes de lujo e inútiles a las que sólo sirven para alimentar la vanidad. Llamo industriales a los oficios de los operarios que son sedentarios y viven de los salarios que ganan. En fin, las artes de lucro y de ganancia son las relativas a las compras y ventas en las tiendas y en los mercados.

Así como hemos indicado tres elementos de felicidad y seña-

lado más arriba estos tres bienes como los más grandes de todos para el hombre, la virtud, la prudencia y el placer, así vemos también que hay tres géneros de vida, entre los que cada cual prefiere uno tan pronto como puede elegir libremente; la vida política, la vida filosófica y la vida del placer y del goce. La vida filosófica sólo se tan pronto como puede elegir libremente: la vida política, la vida política a las acciones bellas y gloriosas, y entiendo por tales las que proceden de la virtud; en fin, la vi-da del goce es la que consiste en entregarse por entero a los placeres del cuerpo.

Esto nos permite comprender por qué hay, como ya he dicho,

tantas diferencias en las ideas que se forman acerca de la felicidad.

Preguntaron a Anaxágoras de Clazamones cuál era, en

su opinión, el hombre más dichoso: "No es ninguno de los que suponéis – respondió -: el que es, en mi opinión, el más dichoso de los hombres os parecería, probablemente, un hombre bien

extraño". El sabio respondió así, porque vio claramente que su interlocutor no podía imaginarse que se pudiera dar el nombre 8

de dichoso al que no fuera, por lo menos, un hombre poderoso, rico o hermoso. En cuanto a su juicio, creía quizá que el hombre que realiza con pureza y sin trabajo todos los deberes de la justicia, o que puede elevarse hasta la contemplación divina, es todo lo dichoso que consiente la condición humana.

9

EXAMEN DE VARIAS OPINIONES ACERCA DE LA FELICIDAD

Hay una infinidad de cosas que es muy difícil juzgar con acierto. Mas hay una cuestión respecto de la que parece ser muy di-fícil formar opinión y que está al alcance de todos, que es la de saber cuál es el bien que debe escogerse en la vida, y cuya posesión llenaría todas nuestras as aspiraciones. Hay mil accidentes que pueden comprometer la vida del hombre, como las

enfermedades, los dolores, la intemperie de las estaciones, y, por consiguiente, si desde el principio se pudiera escoger, evitaríamos, indudablemente, todas estas pruebas. Añadid a esto la vida que el hombre pasa mientras está en la infancia, y pre-guntad si hay un ser racional que quiera pasar una segunda

vez por semejante situación.

Hay muchas cosas que no producen placer ni dolor, o que, si

proporcionan placer es un placer vergonzoso, y tal, que valdría más no existir que vivir para experimentarlo. En una palabra, si se reuniese todo lo que los hombres hacen, y todo lo que padecen sin que su voluntad tenga en ello participación, ni pueda proponerse con ello un fin preciso, y a esto se añadiese una duración infinita de tiempo, no hay uno que para tan poca cosa prefiera vivir a no vivir. El solo placer de comer, y aun los del amor, con

exclusión de todos que el conocimiento de las cosas y las percepciones de la vista o de los demás sentidos pueden procurar al hombre, no bastarían para que prefiera la vida nadie que no estuviera absolutamente embrutecido y degradado.

Es cierto que si se hiciera tan innoble elección no habría ninguna diferencia entre un bruto y un hombre, y el buey que se adora tan devotamente en Egipto, bajo el nombre de Apis, tiene todos estos bienes con más abundancia y goza mejor de

ellos que ningún monarca del mundo. En igual forma no podría quererse la vida por el simple plarer de dormir, porque decid-me: ¿Qué diferencia hay entre dormir desde el primer día hasta el último durante miles de años, y vivir como una planta? Las plantas sólo tienen esta existencia inferior, la misma que tienen los niños en el claustro materno; porque desde el momento que son concebidos en las entrañas de su madre permanecen

allí en un perpetuo sueño.

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Todo esto nos prueba, evidentemente, nuestra ignorancia y nuestro embarazo, cuando tratamos de saber qué felicidad y

qué bien real hay en la vida. Se cuenta que Anaxágoras, como le propusieran todas estas dudas y le preguntaran por qué el hombre prefería la existencia a la nada, respondió: "Es para poder contemplar los cielos y orden admirable del universo." El filósofo creía que el hombre obraba bien al preferir la vida teniendo tan sólo en cuenta la ciencia que se puede adquirir durante elle.

Pero todos los que admiran la felicidad de un Sardanápalo,

de un Smindiride el Sibarita, o cualquier otro personaje famoso que no ha buscado en la vida otra cosa que continuas delicias, colocan la felicidad únicamente en los goces. Hay otros que no dan la preferencia a los placeres del pensamiento y de la sabiduría, ni a los del cuerpo, sobre las acciones generosas que inspira la virtud; y se ve a algunos intentarlas con ardor, no

sólo cuando pueden proporcionar la gloria, sino también en los casos en que nada pueden influir en su reputación.

Pero en cuanto a los hombres de Estado consagrados a la po-

lítica, los más de ellos no merecen verdaderamente el nombre que se les da, no son realmente políticos, porque el verdadero político sólo busca las acciones bellas por sí mismas, mientras que el vulgo de los hombres de Estado sólo abrazan este géne-ro de vida por codicia o por ambición.

Se ve, pues, conforme a lo que se acaba de decir, que, en general, los hombres reducen la felicidad a tres géneros de vida: la vida política, la vida filosófica y la vida de goces. En cuanto al placer relativo al cuerpo y a los goces que él procura, se sa-be sobradamente lo que es, como y por qué medios se produce.

Por consiguiente, es inútil indagar lo que son estos placeres corporales. Pero puede preguntarse con algún interés si contribuyen o no a la felicidad y cómo contribuyen. Admitiendo que hayan de mezclarse en la vida algunos placeres honestos, se

puede preguntar si son éstos los que habrán de mezclarse: y si es una necesidad inevitable aceptarlos en cualquier otro concepto, o bien si hay aún otros placeres que puedan mirarse con razón como un elemento de felicidad, y que procuren goces po-sitivos a la vida, sin limitarse a descartar de ella el dolor.

Estas cuestiones las reservaremos para más tarde.

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Estudiemos, por lo pronto, la virtud y la prudencia, y diga-mos cuál es la naturaleza de ambas. Examinaremos si ellas son elementos esenciales de la vida buena y honrada, directamente por si mismas o por los actos que obligan a ejecutar, puesto que se las considera siempre como elementos componentes de

la felicidad, y si no es ésta la opinión de todos los hombres sin excepción, es, por lo menos, la de todos los que son dignos de alguna estima.

El viejo Sócrates creía que el fin supremo del hombre era conocer la virtud, y consagraba sus esfuerzos a indagar lo que son la justicia, el valor y cada una de las partes que constituyen el conjunto de la virtud. Desde su punto de vista tenía ra-zón, puesto que creía que todas las virtudes eran ciencias, y que se debía en el mismo acto conocer la justicia y ser justo, en la misma forma que aprendemos la arquitectura o la geometría, y en el mismo acto somos arquitectos o geómetras.

Estudiaba la naturaleza de la virtud sin cuidarse de cómo se adquiere ni de qué elementos verdaderos se forma. Esto se verifica, en efecto, en todas las ciencias puramente teóricas. La astronomía, la ciencia de la naturaleza, la geometría, no tienen absolutamente otro fin que conocer y observar la naturaleza de los objetos especiales de que se ocupan estas ciencias, lo cual no impide que estas ciencias, indirectamente, puedan sernos

útiles para una infinidad de necesidades.

Pero en las ciencias productivas y de aplicación, el fin a que se dirigen es diferente de la ciencia y del simple conocimiento que ésta da. Por ejemplo, la salud, la curación, es el fin de la medicina; el orden garantizado por las leyes u otra cosa análo-ga es el fin de la política. Indudablemente, el puro conocimiento de las cosas bellas es muy bello por sí mismo; pero, respecto a la virtud, el punto esencial y más precioso no es conocer su naturaleza, sino saber de qué se compone y cómo se practica.

No nos basta saber qué es el valor, sino que estamos obligados a ser valientes; ni lo que es la justicia, sino que debemos ser justos, a la manera que estamos obligados a mantener la salud más que a saber lo que ella es, y a poseer un buen tempera-mento mas que a saber lo que es uno bueno y robusto.

12

DEL MÉTODO QUE DEBE SEGUIRSE EN ESTAS

INDAGACIONES

Debemos hacer un esfuerzo para encontrar, por medio de la te-oría y del razonamiento, en todas estas cuestiones, la verdad, cuya demostración apoyaremos con el testimonio de los hechos y con ejemplos incontestables. Lo mejor sin contradicción sería dar soluciones que fueren adoptadas unánimemente; pero si no podemos obtener este asentimiento general, será preciso, por lo menos, presentar una opinión, a la que, poco a poco y con algunos intervalos, se sometan todos los hombres, porque todos tienen en sí mismos cierta tendencia natural y especial hacia la verdad, y, partiendo de estos principios, es cómo se hace indispensable demostrar a los hombres lo que se quiere que

aprendan.

Basta que las cosas sean verdaderas, aun cuando al pronto

no sean claras, para que la claridad se produzca más tarde, a medida que se adelanta en la discusión, deduciendo siempre

las ideas más conocidas de las que al principio habían sido expuestas confusamente. Pero en todas las materias las teorías tienen más o menos importancia, según que son filosóficas o no lo son. Por esta razón, ni aun en política debe mirarse como un estudio inútil el indagar, no sólo el hecho, sino también la causa, porque esta última indagación es esencialmente filosófica en todos los asuntos.

Por lo demás, siempre es conveniente en este punto proceder

con cierta reserva, porque hay gentes que, con el pretexto de que el filósofo no debe hablar jamás a la ligera, sino siempre con reflexión, no se percatan de que muchas veces se salen

ellos fuera de la cuestión y se entregan a digresiones completamente vanas. Unas veces nace esto de pura ignorancia y otras de presunción, y hasta sucede que personas hábiles y muy capaces de obrar por sí mismas pasan por ignorantes y como si

no tuvieran ni pudieran tener sobre la materia que se discute la menor idea fundamental ni práctica.

La falta que cometen nace de que no son bastante instruidos, porque es una falta de instrucción en cualquier materia no saber distinguir los razonamientos que realmente se refieren a ella de los que son extraños a la misma. Por otra parte, se obra perfectamente cuando se juzga con separación el razonamiento 13

que intenta demostrar la causa y la cosa misma que se demuestra. El primer motivo es el que acabamos de decir: a saber, que no hay que fiarse sólo de la teoría y del razonamiento, pues muchas veces es preciso más bien tomar en cuenta los hechos.

Pero en este caso se ve uno forzado a atenerse a lo que se os dice, porque no puede por sí mismo dar la solución que busca.

En segundo lugar, sucede más de una vez que lo que parece demostrado por el simple razonamiento es verdadero, pero

que, sin embargo, no lo es mediante la causa en que se apoya este razonamiento, porque se puede demostrar lo verdadero

por lo falso, como puede verse en los Analíticos.

14

DE LA FELICIDAD

Sentados estos preliminares, comencemos, como suele decirse, por el principio; esto es, partamos, desde luego, de los datos que no tienen toda la exactitud apetecida, para llegar a saber con toda la claridad posible qué es la felicidad.

Todos convienen generalmente en que la felicidad es el ma- yor y más precioso de los bienes a que puede aspirar el hom-

bre. Cuando digo el hombre, entiendo que la felicidad también puede ser patrimonio de un ser superior a la humanidad, es decir, de Dios. Pero en cuanto a los demás animales, que son todos ellos inferiores al hombre, no pueden ser comprendidos en esta designación ni recibir este nombre.

No se dice que el caballo, el pájaro y el pez sean dichosos, como no lo son tampoco ninguno de estos seres que, como lo

indica su mismo nombre, no tienen en su naturaleza algo de divino, aunque, por otro lado, viven mejor o peor, participando en cierta manera de los bienes esparcidos por el mundo. Después probaremos que así es la verdad; mas, por ahora, limité-

monos a decir que hay ciertos bienes que el hombre puede ad- quirir y otros que le están prohibidos.

Entendemos por esto que, así como hay ciertas cosa que no

están sujetas al movimiento, hay también bienes que no es posible someterlos, y éstos son, quizá, los más preciosos de todos por su naturaleza.

Hay, además, algunos de estos bienes que

son accesibles sin duda, pero sólo a seres mejores que: nosotros. Cuando digo accesibles, practicables, estas palabras tienen dos sentidos; significan, a la vez, los objetos que constituyen el fin directo de nuestros esfuerzos y las cosas secundarias que caen dentro de nuestra acción en vista de estos objetos.

Y así, la salud y la riqueza están colocadas en el número de las cosas accesibles al hombre, de las cosas que el hombre

puede hacer, así como se comprenden también entre ellas todo lo que se hace para conseguir estos dos fines, a saber, los remedios y las especulaciones lucrativas de todos géneros. Lue-go, evidentemente, debe mirarse la felicidad como la cosa más excelente que es dado al hombre poder obtener.

15

DEL BIEN SUPREMO

Es preciso, pues, examinar cuál es el bien supremo y ver los varios sentidos que puede darse a esta palabra. Se dice, por ejemplo, que el bien supremo, el mejor de todos los bienes, es el bien mismo, el bien en sí, y al bien en sí se atribuyen estas dos condiciones: la de ser el bien primordial, el primero de todos los bienes, y la de ser mediante su presencia causa de que las otras cosas se hagan también bienes. Tales son las dos condiciones que reúne la Idea del bien, y que son, repito, el ser el primero de los bienes y la causa de que las demás cosas sean bienes en diferentes grados.

A la Idea, sobre todo, se debe el que el bien en sí, según se pretende, deba llamársele realmente el bien supremo y el primero de los bienes, porque si se llaman bienes a los demás bienes es únicamente porque se parecen y participan de esta Idea del bien en sí, y una vez destruida la Idea de que todo lo demás participa de esta Idea, y que sólo recibe un nombre a causa de esta participación. Se añade que este primer bien está con los demás bienes en la misma relación que está la Idea del bien

con el bien mismo, con el bien en sí, y que esa Idea, como todas las demás, está separada de los objetos que participan de ella.

Pero el examen profundo de esta opinión pertenece a otro tratado que necesariamente ha de ser mucho más teórico y más racional que éste, porque no hay ciencia nue suministre tanto como ésta argumentos a la vez fuertes y de sentido co- mún para refutar las teorías. Si nos es permitido consignar aquí con brevedad nuestro pensamiento, diremos que sostener

que existe una Idea, no sólo del bien, sino, asimismo, de cualquiera otra cosa,

es una teoría puramente lógica y perfectamen-te vacía, teoría que ha sido suficientemente rebatida de mu-

chas maneras, ya en las obras exotéricas, ya en las puramente filosóficas. Y, añado, que aunque las Ideas en general y la Idea del bien en particular existieran, como se pretende, no serían nunca de utilidad alguna ni para la felicidad ni para las acciones virtuosas.