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Este libro nace de dos convicciones: la primera es que la exigencia junto a la ternura debería ser el criterio pedagógico fundamental en el acompañamiento de los alumnos e hijos en su crecimiento como personas. En efecto, este criterio, aplicado con constancia y de forma simultánea, logra más fácilmente objetivos positivos cuando se aplica correctamente; es decir, cuando hay que ser exigente, se hace con ternura, y la ternura ha de ir acompañada de firmeza más que de permisividad. La exigencia y la ternura parecen actitudes educativas contradictorias o que se excluyen. Sin embargo, en la vida de cada día, la exigencia sin ternura o la ternura sin exigencia hacen deficitaria la intervención educativa. La segunda convicción es que un buen acompañante educativo, tanto en el colegio como en la familia, ha de intentar hacer su tarea desde la síntesis entre el maestro que es, el educador que propone y el pedagogo que sabe aplicar la dosis conveniente en el momento oportuno. Estas cartas han sido amasadas poco a poco, con los ingredientes de la experiencia personal y a través de múltiples charlas y encuentros con profesores, y en las Escuelas de Padres y Madres que el autor ha dirigido durante estos últimos casi veinte años. Su mirada se vuelve hacia los educadores que trabajan en la construcción de personas adultas tanto en el colegio como en la familia, dos lugares pedagógicos y educativos fundamentales cuya implicación y apoyo mutuo son imprescindibles para caminar en la misma dirección y para que el alumno-hijo advierta que, tanto en el colegio como en la familia, el norte está en el mismo sitio.
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Seitenzahl: 361
Veröffentlichungsjahr: 2010
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A las personas que han acompañado mi crecimiento
con exigencia y ternura.
El mundo que dejemos a nuestros hijos dependerá,
en gran medida, de los hijos que dejemos a nuestro mundo.
FEDERICOMAYOR ZARAGOZA
Puedes llevar a tu caballo hasta el río, incluso a la fuerza.
Lo que no lograrás es que beba si no tiene sed.
PROVERBIO ORIENTAL
La raíz no pide premios por dar frutos a las ramas.
PROVERBIO ORIENTAL
Portadilla
Citas
Presentación
1. Comienza, maestro Goro, «soñando» a tus alumnos o hijos
2. Maestro Goro, has de llegar a ver toda la riqueza que encierra la persona de Pinocho
3. El estilo educativo de acompañamiento
4. Las necesidades básicas de Pinocho-niño
5. Cuando Pinocho se hace púber. Cómo es y qué necesidades educativas tiene
6. Cómo es y qué necesidades educativas tiene Pinocho-adolescente
7. La autoridad educativa enseña a Pinocho la obediencia y la responsabilidad
8. Crecer supone lágrimas. Qué hacer con las lágrimas de Pinocho
9. La importancia de saber qué hacer con los sentimientos
10. Educar la agresividad de Pinocho
11. Educar el miedo paralizante de Pinocho
12. Educar la envidia destructiva de Pinocho
13. La herencia de la autoestima
14. Cómo educar a Pinocho en la asertividad
15. Pinocho puede aprender a vivir con alegría
16. Pinocho necesita aprender a dar sentido a su vida
17. Educar a Pinocho en el estudio
18. Educar a Pinocho en el consumo
19. Educar a Pinocho en el ocio
20. Educar a Pinocho en valores ricos en humanidad
21. Educar a Pinocho en el respeto a los otros
22. Educar a Pinocho en la sociabilidad
23. Educar a Pinocho a ser solidario. Cuando el corazón no siente, los ojos no ven
Posdata. Nunca dejes de soñar y de trabajar, maestro Goro, por tus sueños educativos
Bibliografía consultada y aconsejada
Créditos
Este libro nace de dos convicciones.
1)La exigencia junto a la ternura debería ser el criterio pedagógico fundamental en el acompañamiento de los alumnos e hijos en su crecimiento como personas. En efecto, este criterio, aplicado con constancia y de forma simultánea, logra más fácilmente objetivos positivos cuando se aplica correctamente; es decir, cuando hay que ser exigente, se hace con ternura, y la ternura ha de ir acompañada de firmeza más que de permisividad.
La exigencia y la ternura parecen actitudes educativas contradictorias o que se excluyen. Sin embargo, en la vida de cada día, la exigencia sin ternura o la ternura sin exigencia hacen deficitaria la intervención educativa.
2)Un buen acompañante educativo, tanto en el colegio como en la familia, ha de intentar hacer su tarea desde la síntesis entre el maestro que es, el educador que propone y el pedagogo que sabe aplicar la dosis conveniente en el momento oportuno.
Entiendo por maestro no tanto a quien enseña, sino a quien sabe. En efecto, el título de «maestro» no lo concede ninguna universidad, sino la vida. Hay carpinteros, zapateros, pintores y músicos, médicos y profesores, escritores y madres de familia... verdaderos maestros y maestras. Los maestros suscitan discípulos, personas que desean ser y vivir como ellos. Su vida invita al seguimiento. Y, en lo referente a la educación, «maestro» es quien sabe vivir, y vivir por entero como persona lograda, lo que no deja de ser un referente constante.
Entiendo por educadorala persona o colectivo que tiene proyecto y propuestas que ofrecer a sus educandos, junto a la actitud asumida de acompañar su crecimiento hasta la vida adulta. El educador cree en sí mismo, en su propuesta educativa, en la capacidad de sus educandos, y por eso cree en sus procesos.
Entiendo por pedagogo a ese mago que ilusiona, que sabe auscultar el momento que vive el alumno o el hijo, a fin de que se convierta en protagonista de su propio proceso. El pedagogo cuenta con un bagaje de recursos y estrategias con las que aplica la dosis conveniente en el momento oportuno.
Con el hilo de estas dos convicciones he tejido este libro sin más pretensión de que sea de provecho para quienes se comprenden a sí mismos como entrenadores para la vida de sus alumnos e hijos, más que sus domadores.
Como forma de dirigirme y comunicar con vosotros he elegido la carta, porque creo que es una forma más cercana y, en la medida de lo posible, más personal. No utilizo tecnicismos, sino el estilo directo de una carta, como una supuesta conversación que sostengo con cada uno de los lectores en la persona de Goro o dirigiéndome al Goro que sois.
¿Que quién es Goro? Pues el creador y educador de Pinocho.
Mi primera relación con el cuento de Pinocho fue siendo niño a través de los cromos que coleccionaba y pegaba con engrudo en un álbum, cromos y álbum que compraba en el kiosco de Josefa, y que venían de dos en dos en unos sobres amarillos, a 10 céntimos de peseta, una perra gorda, cromos que intercambiaba con mis amigos y que ganaba o perdía jugando a las canicas.
Los dibujos de los cromos eran de la película de Walt Disney (1947), que también vi cuando era niño. Siempre había creído que Pinocho era una creación de Disney y que refería la divertida historia de un muñeco de madera, travieso, que con sus trastadas hacía la vida imposible a su maestro y creador, Gepetto.
Pero salí de mi ignorancia sobre su autor y sobre la tesis que defiende el cuento de Pinocho cuando cayó en mis manos el cuento completo de Pinocho, cuyo autor es Carlo Lorenzini (1826-1890), periodista de profesión, que escribía con el pseudónimo de Carlo Collodi y que vivió en Florencia (Italia).
Él fue quien escribió El cuento de Pinocho, que se publicó en 1880. Un cuento que es un canto a la escuela y a su necesidad para que un país progrese en todos los sentidos, ayudando a progresar a sus ciudadanos.
Para Carlo Lorenzini, la escuela es el lugar imprescindible para que los niños dejen el vagabundeo, la vagancia y los malos aprendizajes, y aprendan, por el contrario, a ser personas como es debido. Ese era precisamente el sueño y las pretensiones de Goro, nombre original del creador y maestro de Pinocho. Goro convirtió un tronco de madera en un muñeco lleno de vida, esperando que la escuela hiciese el resto: que Pinocho aprendiera a ser una persona cabal.
En la época en que Carlo Lorenzini escribió este cuento había una corriente de preocupación por crear escuelas y por hacer de la escuela un lugar de futuro mejor para todos los niños. En efecto, en aquellos tiempos pocos niños iban a la escuela, y menos si eran pobres, que era la mayoría –los ricos tenían sus profesores en sus propios palazzi–, porque tenían que trabajar sobre todo ayudando a sus padres y así ganarse el sustento. Eran tiempos, además, en que los maestros se significaban por la dureza en su estilo educativo, con castigos corporales y con escasa preparación pedagógica, aunque, como pasa tantas veces, había de todo.
Carlo Lorenzini, como muchos de su tiempo, pensaba que la escuela había de ser el corazón del país, y no solo porque los chicos aprendieran en ella a estar bien preparados para su futuro, sino por los valores que debía enseñar: la bondad, la ayuda mutua, la solidaridad con otros países. Se adelantaron a su tiempo a propósito de una realidad de la que hoy nadie duda: la necesidad de la escuela para todos. Cuando Carlo Lorenzini escribió el cuento de Pinocho, todavía estaba muy lejos el momento de que los chicos fuesen normalmente a la escuela, y más aún de que sus padres tomasen parte directa y activa en la educación de sus hijos, y no solo preocupándose por ella y proveyendo económicamente a ella, sino implicándose directamente en el día a día de su acompañamiento educativo.
Hoy, afortunadamente, las cosas han cambiado y, aunque sigue habiendo de todo, son muchos los padres y madres que se empeñan en la educación de sus hijos, y que sienten la necesidad de estar preparados no solo aplicando métodos pedagógicos adecuados, sino en su misma motivación y sentido educativo, y en la dirección y sentido de la educación de sus hijos.
Y aunque no desde hace mucho tiempo, también hoy abundan los colegios que cuentan entre sus propuestas con Escuelas de Padres y Madres. Queda mucho por hacer, pero el camino está abierto y la dirección señalada.
Los niños y los adolescentes tienen también hoy mucho en común con el Pinocho del cuento: vitalidad a raudales y fobia al principio del deber; también hay muchos profesores y padres que tienen bastante en común con Goro: afán por la educación de sus hijos-alumnos y preocupación por ellos, aun en medio de muchas dificultades y falta de comprensión.
Estas cartas han sido amasadas, poco a poco, con los ingredientes de la experiencia personal y a través de múltiples charlas y encuentros con profesores, y en las Escuelas de Padres y Madres que he dirigido durante estos últimos casi veinte años. Su mirada se vuelve hacia los educadores que trabajan en la construcción de personas adultas tanto en el colegio como en la familia, dos lugares pedagógicos y educativos fundamentales, cuya implicación y apoyo mutuo son imprescindibles para caminar en la misma dirección y para que el alumno-hijo advierta que, tanto en el colegio como en la familia, el norte está en el mismo sitio.
En mis cartas me dirijo a vosotros, educadores, con el nombre de Goro. Con el nombre de Pinocho me refiero a los niños y niñas, a los adolescentes que están junto a ti, maestro Goro, su educador, abriéndose camino en la vida que brota con fuerza de sus entrañas, con el deseo de que también ellos puedan decir lo que Pinocho pudo decir al final de sus alocadas aventuras: «... y qué contento estoy ahora por haberme transformado en un chico como es debido».
JOSÉ RAMÓN URBIETA JÓCANO
1
El cuento de Pinocho comienza con la existencia de un leño de madera que lloraba y reía como un niño.
Érase una vez un tronco de madera. Pero no un tronco de madera de lujo, sino sencillamente un leño de esos con que en el invierno se encienden las chimeneas para calentar la casa... Cierto día, el leño de mi cuento fue a parar al taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era maese Antonio, a quien todo el mundo le llamaba maese Cereza, porque la punta de su nariz, siempre roja y reluciente, parecía una cereza madura. Cuando maese Cereza vio aquel leño, se puso más contento que unas pascuas, tanto que comenzó a frotarse las manos, mientras decía para su capote:
–¡Llegas a tiempo, porque voy a hacer de ti la pata de una mesa!
Cogió el hacha para comenzar a quitarle la corteza y desbastarlo, pero, cuando iba a dar al primer hachazo, se quedó con el brazo suspendido en el aire, porque oyó una vocecilla que decía con tono suplicante:
–¡No! ¡No me des tan fuerte!
Los ojos asustados de maese Cereza recorrieron el taller entero para ver de dónde podía venir aquella vocecilla, y no vio a nadie. Miró debajo de su banco de trabajo, y nada... abrió la puerta del taller y salió a la calle, y tampoco encontró a nadie.
–Ya comprendo –dijo rascándose la peluca–. Esa vocecilla ha sido una ilusión mía.
Y, tomando de nuevo el hacha, arreó un formidable hachazo en el leño.
–¡Ay, me has hecho daño! –dijo con dolor la vocecilla.
Esta vez, maese Cereza se quedó de piedra. Cuando pudo hablar dijo temblando de miedo:
–Pero, ¿de dónde sale esa vocecilla que ha dicho ¡ay!, si aquí no hay nadie? ¿Será que este leño ha aprendido a llorar y a quejarse como un niño? ¡No puedo creer lo que me está pasando! Este leño es como todos los leños, bueno para la chimenea...
En aquel momento llamaron a la puerta.
–¡Adelante! –contestó maese Cereza con voz débil por el miedo que llevaba dentro.
Entonces entró en la tienda un viejecillo muy vivo, que se llamaba maese Goro, pero a quien los críos le llamaban maese Fideos, porque su peluca amarilla parecía que estaba hecha con fideos de los finos.
–Buenos días, maese Antonio –dijo al entrar.
–¿Qué le trae por aquí? –preguntó maese Cereza.
–Esta mañana se me ha ocurrido una idea. He pensado hacer un magnífico muñeco de madera que sepa bailar, dar saltos mortales, disparar con el arco... Con ese muñeco me dedicaré a recorrer el mundo para ganarme el pan... y un traguillo de vino. ¿Qué le parece?
–Me parece una idea genial.
–Pues por eso vengo a verle a usted. ¿No tendría un leño de madera para hacer ese muñeco que le he dicho?
Maese Antonio se puso contentísimo porque por fin iba a liberarse de aquel bendito leño que le daba tantos sustos. Y cuando iba a entregárselo a maese Goro, el leño dio un salto, se le escapó de las manos y fue a dar un tremendo golpe en las pantorrillas de maese Goro, que muy molesto dijo a su amigo:
–¡Pues vaya una manera que tiene usted de regalar las cosas! ¡Por poco me deja cojo!
–Pero, si no he sido yo.
–¡No, habré sido yo entonces!
Después de discutir un rato entre los dos, maese Goro tomó el leño bajo el brazo y, dando las gracias a maese Cereza, se marchó cojeando a su casa.
Querido maestro Goro: el educador-soñador no es un iluso, sino un profeta.
Quiero comenzar esta primera carta felicitándote y reconociendo que eres un verdadero maestro, porque en tu mente y en tu corazón bullen, al calor de tu creatividad, unas ganas inmensas de dar vida, una ilusión y un proyecto de hacer un muñeco vivo nada menos que a partir de un inquieto leño que te saluda con un golpe en tus pantorrillas.
Sabes «mirar» a Pinocho
Te sientes soñador, creador, y quieres hacer de tu inquieto leño un muñeco maravilloso. Con la acogida incondicional del leño pones de manifiesto tu talla de maestro educador, ya que la acogida es el primer paso para convertir tu afán y tu sueño en afecto entrañable y deseoso de lo mejor.
La mirada que diriges al leño es una mirada ilusionada, creadora, positiva, llena de dignidad, paciente, innovadora. Se te ve maestro con percha de maestro, porque sabes dónde colgar tu tarea educativa: en tu interior, en tu riqueza como persona, en tu identidad de maestro.
Algunos rasgos que me llaman la atención de tu percha de maestro
De los muchos aspectos que perfilan tus actitudes educativas y soñadoras me llaman la atención tres, que me parecen sobresalientes.
1)Tomas como punto de partida de la educación de Pinocho al tronco de madera tal como es, rico y complejo.
2)Asumes el reto creador con la seguridad de que tu leño es educable, es decir, crees en él.
3)Tienes la lucidez de comprender que la clave del éxito está en ti como educador de Pinocho.
Con estas actitudes educativas señalas caminos, asumes compromisos, trabajas tus sueños. Como maestro, apuestas y arriesgas por el leño hasta el final, porque sabes que siempre hay camino, también para un leño.
Quiero comentar contigo brevemente cada uno de estos ejes educativos que aprendo de tu identidad.
Tomas como punto de partida de la educación de Pinocho, el tronco tal como es: rico y complejo
Sabes, maestro Goro, que como educador has de tener en cuenta que Pinocho, en cuanto persona viva que es, ha de ser comprendida como una realidad «polar», integrada por contrarios; es decir, una persona que sabe e ignora, que ama y es egoísta, que acoge y rechaza, que tiene interés y es apática, que es trabajadora y vaga, con luces y sombras: hecha y por hacer.
Comprender así a Pinocho puede ayudarte a comprender la educación como vida en crecimiento, inacabada, haciéndose. Efectivamente, maestro Goro, nadie es maduro del todo, sabedor de todo, consciente de todo, coherente en todo, bueno del todo, justo del todo, siempre solidario, siempre seguro, siempre honrado, universal del todo. Nadie es tampoco nada, nada consciente, ignorante de todo, nada coherente, nada bueno, nada justo, nada solidario, nada seguro, nada confiado, nada honrado. Nadie es todo como nadie es nada. Esta comprensión de Pinocho puede ayudarte a situarte ante su vida y su educación con más realismo, con menos presunciones, con menos incomprensiones; te hace menos perfeccionista y más trabajador, menos derrotista y menos resignado. Todo lo contrario: esta comprensión de Pinocho te hace más posibilista y más implicado en la tarea de tejer la vida de tu muñeco maravilloso sin perder de vista sus contradicciones.
Asumes el reto creador de Pinocho con la seguridad de que tu leño es educable, es decir, crees en él
Sabes que, cuando un colegio o una familia educan algunos aspectos de la persona y olvidan otros, su tarea es más fácil, porque reducen la comprensión de la persona a algunos aspectos olvidando otros. Esos educadores procuran que sus educandos logren, por ejemplo, contar con medios para vivir, sin plantearles el sentido de la vida misma; educan la competitividad sin plantearles la solidaridad; cultivan la autoestima sin cultivar el regalo de sí mismos; buscan resultados y metas sin tener en cuenta procesos y ritmos; trabajan al individuo sin plantearles que son ciudadanos; cuidan la disciplina sin plantearles la autodisciplina; pretenden el esfuerzo sin que sus educandos tengan la experiencia del gozo; se dedican al alumno sin cuidar la relación con su familia, o pretenden la educación de sus hijos sin relacionarse con el colegio.
También puede suceder lo contrario, que haya educadores que pretendan fines sin que sus educandos aprendan los medios necesarios para lograrlos; que pretendan la solidaridad sin la necesaria preparación personal; que deseen que sus educandos sean generosos sin cuidar su autoestima; que quieran instaurar ritmos sin poner metas; que pretendan ciudadanos responsables sin procurar personas responsables; que pretendan que sus educandos tengan una vida gozosa y feliz sin enseñarles el necesario esfuerzo; que pretendan personas autodisciplinadas sin exigirles disciplina.
Al tener en cuenta «todo lo que Pinocho es», su educación se hace más compleja
Sabes, maestro Goro, que para un colegio o una familia que actúa educativamente conociendo de verdad todo lo que Pinocho es, la tarea educativa se hace más compleja, más rica y más apasionante, porque descubres que educar a Pinocho por entero requiere un planteamiento humanizador desde la raíz; es decir, poniendo al Pinocho real en el centro de la educación, creyendo en su dignidad, en su bondad y en su capacidad para el proceso de crecimiento que emprende, sin olvidar sus debilidades y su lentitud. Es el compromiso educativo entendido como tarea de formar personas capaces de tomar al peso su propia vida, capaces de amor y de responsabilidad social; un compromiso para el que no todo vale, sino que tiene posiciones, tiene norte, dirección, sentido, identidad. Y, porque son conscientes de la complejidad de lo que pretenden, incorporan la autocrítica y buscan la coherencia entre lo que formulan y lo que viven; un compromiso que comprende el colegio y la familia como lugares donde todos aprenden, donde se cultiva la pregunta, la búsqueda, la resolución de los problemas; donde cada uno aporta su riqueza; donde se experimenta la alegría de crecer. Un compromiso que tiene la certeza de que el futuro se prepara y se orienta desde el presente.
Tienes la lucidez, de comprender que la clave del éxito está en ti mismo como educador de Pinocho
Eres consciente de que pretender un muñeco tal y como tú lo pretendes exige un educador adecuado y un colegio y una familia como es debido. Desde luego, un educador que busca la armonía de la persona más que la acumulación de datos; un educador con vocación de serlo; que se siente vocacionado y que, si es profesor, no se reduce a enseñar saberes, y si es padre o madre no se reducen a dar a Pinocho buena crianza, porque viven su tarea como una vocación a la vida, a la vida en crecimiento, vivida lo más plenamente posible.
Todas las personas estamos llamadas a crecer
Por eso, maestro Goro, has de procurar vivir tu vida y tu tarea educativa en el mismo proceso de crecimiento que propones a Pinocho. Así es como formarás parte de esos educadores que busquen el bien y, desde la búsqueda del bien, entienden cuanto hacen; educadores que se entienden a sí mismos como agentes de cambio social, que reflexionan a partir de su propia práctica y que enriquecen su práctica desde la reflexión que hacen consigo mismos y con otros educadores; educadores que creen en los procesos, en la necesidad de tiempos, de ritmos para consolidar cualquier proyecto o meta educativa; educadores que están convencidos de que pueden y se sienten llamados a crecer y a acompañar el crecimiento de Pinocho.
Has de procurar ser un educador «paradójico»
Sabes, maestro Goro, que la clave de la educación está en ti, educador, pero un educador con un toque especial: el de ser una persona paradójica; es decir, que sabe tejer contrarios; por ejemplo, que sabe actuar con firmeza y con ternura; que sabe tejer el trabajo con la alegría; el bienestar con la solidaridad; la libertad con la responsabilidad; la crítica con el respeto; el criterio propio con el diálogo con quien no piensa igual; el progreso con la conciencia; la lógica con los sentimientos.
Cuando, como educador, maestro Goro, tejes estas y otras contradicciones y se las muestras a Pinocho, este queda sorprendido, y su sorpresa provoca en él preguntas que activan sus búsquedas. Así es como aprende. Tus paradojas hacen que Pinocho constate que hay otra manera de vivir, de amar, de relacionarse, de ser ciudadano, de estar en el mundo, de trabajar, de divertirse, de hablar, de enfadarse, de afirmarse, de ser feliz, de vivir con alegría. Si Pinocho no cuenta con educadores paradójicos que viven «de otra manera», llegará a pensar que solo hay una manera de vivir, la forma gregaria, aunque en tus sermones le digas lo contrario. Él se fijará en tus hechos más que en tus palabras.
Pinocho aprende a vivir por imitación
También sabes, maestro Goro, que Pinocho aprende a vivir por imitación. Por supuesto me refiero a esa imitación libre y consciente (¡nada que ver con el borreguismo!). Aprende a vivir no a base de argumentos y sermones. Tanto tú como él llegáis a saber, por ejemplo, qué es la alegría, la responsabilidad o la serenidad no porque lo leáis en un libro, sino porque habéis encontrado personas alegres, responsables y serenas. Y si Pinocho tiene la suerte de encontrar una persona que, por ejemplo, sabe tejer el fracaso con la serenidad y con el afán de superación, entonces está a punto de aprender a vivir la vida en su riqueza más intensa: tejiendo contrarios.
Ese tipo de educadores son narraciones vivas para él, y sus narraciones, más que sus argumentaciones, hacen que Pinocho se identifique moralmente con esas personas, porque le impactan e incitan a asumir sus caminos como caminos verdaderos de vida humana. En su corazón oyen una voz: «Yo quiero ser como mi padre, como mi madre, como este profesor o esa profesora». En cambio, el educador que pregona cualidades que no practica resulta irrelevante. Se queda sin mensaje.
Intenta, pues, maestro Goro, dirigirte a lo mejor de Pinocho desde lo mejor de ti mismo. Comprenderá tu mensaje y se sentirá llamado a lo mejor.
Puede que la conclusión de esta primera carta te resulte difícil en tiempos nada fáciles para ti, pero esta es mi conclusión: si deseas lo mejor para Pinocho, has de ayudarle a descubrir que lo mejor está dentro de sí mismo, en todo lo que hay dentro de sí. La clave, como ves, está en que, tanto en el colegio como en la familia, Pinocho se encuentre con verdaderos educadores.
Dicen que a las personas amadas se las ve con el corazón. Yo creo que también se las habla con el corazón, porque solo el corazón sabe hablar las mejores palabras. Esto es lo que Pinocho necesita de ti, maestro Goro.
2
Querido maestro Goro:
Según leemos en el cuento, intentaste por todos los medios que Pinocho fuese a la escuela para hacerse un muchacho como es debido; pero olvidaste otros aspectos de su personalidad. Creías que bastaba con enviarle a la escuela y desentenderte de él.
La escuela era para Pinocho muy importante, imprescindible; pero deberías haber visto en él y haber tenido en cuenta para su educación toda la riqueza que encerraba en su interior. Y, aunque Pinocho detestaba la escuela y la educación, debiste ser más firme en tu intervención con él, porque su vida encerraba más potencialidades que las solo académicas.
A eso quiero referirme, Goro de hoy, en esta carta.
He leído que los maoríes de Nueva Zelanda miran intensamente a los ojos de sus visitantes. Y, después de un buen rato, cuando han leído en su corazón, dicen: «Te veo».Y es que, para llegar a ver, es necesario mirar... y mirar... y mirar.
¿Miras a Pinocho con monóculo?
Seguramente nunca has visto unas gafas para tres ojos. Y no sé si tú, maestro Goro, eres de esos educadores que miran bien y miran despacio a Pinocho, hasta que llegan a ver que es cuerpo, mente y espíritu.
Por eso deseo hacerte una pregunta: ¿has logrado ver en Pinocho las tres dimensiones que señalo? ¿O formas parte, por el contrario, de esos educadores que ven a Pinocho, incluso a sí mismos, de forma reducida, con mirada de jíbaro, que reducen lo que realmente Pinocho es?
Puede que algunas veces hayas mirado a Pinocho con monóculo y solo hayas visto sus necesidades físicas, y, puesto a educar, hayas creído que su educación es solo crianza: cuidas de Pinocho, intentas que no le falte de nada, que tenga lo que tienen todos, que sea como los demás, que posea los conocimientos académicos adecuados o que tenga lo que tú no tuviste de niño; cuidas de su salud, de su bienestar, y hasta le concedes caprichos. Evidentemente, maestro Goro, criar a Pinocho es básico, es fundamental; pero ver a Pinocho solo en su dimensión física es ver poco de lo que realmente es. Eso puede sucederte si te encuentras superado, si no te sientes preparado e ilusionado para educar.
Si tus gafas son un monóculo que no ve más que con un ojo, entonces te dedicarás a su crianza, pensarás que ya haces bastante y que lo demás lo haga el colegio; pero Pinocho es más.
¿Miras a Pinocho con gafas para dos ojos?
También puede sucederte, maestro Goro, que veas a Pinocho con gafas para dos ojos y que logres ver, además de sus necesidades físicas, las necesidades de su inteligencia. En ese caso ya habrías dado un gran paso en tu visión sobre él, y, puesto a educar, actuarás teniendo en cuenta que la educación, además de ser crianza, sea también enseñanza, aprendizaje de cosas útiles para su vida, a fin de que aprenda a desenvolverse y valerse bien en ella.
Si ves a Pinocho por las gafas de dos ojos, entonces formas parte de esos educadores que creen que, a más estudio, más posibilidades de felicidad, sobre todo futura; educadores que creen que la educación es un instrumento de hoy para ganarse la vida y lograr una buena posición futura en la sociedad.
Estos educadores –no sé si estarás tú entre ellos– llegan a ver, además, la necesidad de enseñar a Pinocho valores de referencia basados en la dignidad de la persona, valores universales propios de lo mejor de nuestra cultura; intentan inculcar en Pinocho el valor de la vida, de la libertad, de la paz, de la justicia, de la solidaridad, del respeto a cada persona, a los pueblos y su cultura, a la ciudadanía responsable, al cuidado de la naturaleza... Todo eso ya es mucho. Pretenden, sobre todo, que Pinocho sepa de todo porque creen que si Pinocho sabe más, las cosas le irán mejor; se preocupan, y mucho, por la marcha académica de Pinocho, y también por su conducta personal y social; pero piensan que la educación es sobre todo aprendizaje académico, y que para eso ya está el colegio y los profesores, que son los únicos que han de hacer toda la labor.
¿Has llegado a mirar a Pinocho con las gafas de los tres ojos?
No sé si formarás parte de esos educadores que ven en Pinocho una persona venida a este mundo para crecer física, mental y también espiritualmente, y que su felicidad tiene mucho que ver con la armonía de esas tres dimensiones. Armonía en el núcleo mismo de su persona vista íntegramente, plenamente. Si eres de este tipo de educadores, maestro Goro, seguro que orientarás su tarea, por supuesto a la crianza y a la enseñanza académica, pero no olvidarás ni descuidarás su espiritualidad.
Espiritualidad no es lo mismo que religión, aunque todas las religiones incluyen una espiritualidad.
Entiendo que «espiritual» es una persona plenamente lograda, que no niega ni reduce nada de sí misma, que se entiende a sí misma creciendo y se vive creciendo por entero, con entereza. A esta entereza por ser uno mismo y al poner en práctica lo mejor de sí, los antiguos lo llamaban virtud, una palabra que hoy está en desuso y que muchos rechazan como ñoña y trasnochada. Pero puede sucederles que, al rechazar la palabra –en la que pueden percibir cierto tufillo a rancio–, también rechacen sus contenidos auténticos y valiosos.
Virtud es la fuerza del espíritu que pone en funcionamiento lo mejor de cada uno. Y eso es de gran importancia y de gran trascendencia para la educación de Pinocho. Es, a mi juicio, maestro Goro, una gran meta educativa que has de mimar en la educación de Pinocho.
¿Que cómo es una persona espiritual?
Pues mira, a mí me parece que espiritual es aquella persona que sabe vivir sus dificultades con fortaleza y con afán de superación; que es bondadosa y amable; que es leal consigo misma y fiel a los demás; que es alegre y cordial; que es, al mismo tiempo, delicada y firme; que es desprendida y generosa, al mismo tiempo que austera; que es servicial; que es honrada, humilde y justa; que es esforzada y autodisciplinada; que es creativa, entusiasta y moderada; que es paciente, preocupada por los otros y veraz; que es respetuosa, tolerante, compasiva, misericordiosa y capaz de perdonar; que es responsable y segura de sí misma...
Como puedes apreciar, maestro Goro, este tipo de cualidades o de virtudes no tienen nada de ñoño, y señalan que, además de la buena salud física e intelectual, existe la buena salud espiritual, una salud que no se logra a base de conceptos, sino de conducta y de hábitos «virtuosos» que Pinocho ha de «ver» en ti.
Creo que no deberías renunciar a esta dimensión si deseas educar a Pinocho por entero.
Si llegas a ver esto y lo practicas, la alegría no será solo una meta lejana que propones a Pinocho para el día de mañana, sino una manera de vivir el presente, de recorrer el camino de su vida, una manera de ser persona en la vida de cada día, una sabiduría para vivir dignamente. Ver esto en Pinocho creo que es verle por entero, con las gafas de los tres ojos. Pero no puedo ocultarte, maestro Goro, que la dimensión espiritual de Pinocho –y la tuya propia– tiene sus problemas hoy día y constituye un verdadero reto educativo que implica una decisión firme por tu parte. Es el reto de despertar y cuidar la vida «espiritual», tanto en Pinocho como en ti.
El ejemplo es el mejor recurso pedagógico
La edad de los adultos debería contarse a partir del día en que deciden vivir plenamente. No cabe duda de que ser adulto es el mayor reto que cada uno tiene consigo mismo. Por eso será muy difícil que puedas acompañar a Pinocho por el camino de su crecimiento si tú, maestro Goro, no estás comprometido contigo mismo en crecer «del todo». Pinocho todavía no es adulto, pero necesita que tú sí lo seas. El dinamismo que su vida encierra y el objetivo de la educación es hacer posible que llegue a serlo, y nada mejor que el acompañamiento ejemplar de un adulto a fin de que Pinocho logre adquirir una percha en la que colgar su vida.
Efectivamente, necesita descubrir el sentido de su vida, saber qué quiere decir vivir y empeñarse en su propia vida. No solo adquirir medios para vivir o lograr metas sociales, sino descubrir el fin de la vida misma, su sentido, su para qué, y decidir vivir con sentido.
Es el reto de la educación: conseguir personas con buena percha, logradas, que se tienen en pie personal y socialmente. Es el tejido que tanto el colegio como la familia están llamados a realizar conjuntamente: que Pinocho crezca en todas sus dimensiones: en altura y calidad de vida, no solo en estatura; en anchura y amplitud de miras, no solo en mente engordada con montones de datos; en profundidad e integridad de espíritu, no solo en bellas imágenes virtuales.
Eso será hoy una ilusión vana si tú, maestro Goro, no eres una persona adulta, que ya has tejido –o estás en ello– toda la riqueza que guarda tu corazón, porque no estás llamado a reducir tu vida, sino a ensancharla.
Para el logro de este objetivo es necesaria la colaboración colegio-familia
No existe ningún Goro –sea profesor, padre o madre– que pueda afrontar este reto él solo; pero, tampoco lo hará nadie sin él. Colegio y familia están llamados a la colaboración cordial y responsable de la tarea de tejer la riqueza que encierra la vida completa de Pinocho. Es cierto, como te comento, que no son tiempos fáciles ni para los profesores ni para los padres cuando ambos deciden ser educadores, porque vivimos tiempos de miopía. El colegio y la familia necesitan coincidir en una visión compartida sobre la educación, colaborando sincera y agradecidamente, ayudándose y comprendiéndose mutuamente.
EL MOMENTO DE LOS ACENTOS PEDAGÓGICOS
Quiero indicarte ahora, maestro Goro, algunos acentos que, sin duda, te ayudarán en el tejido de las tres dimensiones de las que te hablo en esta carta.
No olvides que Pinocho se asoma al mundo por tu ventana
El ejemplo no solo se da, sino que se es, y consiste en que Pinocho tenga cerca de sí modelos de identificación a fin de que no tenga que ir a buscarlos fuera. Dice un pedagogo –y sobre todo la vida misma– que la influencia educativa del ejemplo de los educadores tiene estos tres peldaños:1) lo que los educadores son;2) lo que hacen;3) lo que dicen. Decir es importante, muy importante. Pero ser es la clave. Pinocho necesita ver que tú sigues empeñado en crecer en hábitos saludables, en pensamiento, en valores dignos y en calidad de espíritu, en sabiduría.
Pinocho necesita que sus educadores coincidan en sus criterios educativos
Cuando entre el colegio y la familia no hay coincidencia de criterios educativos y no se hacen esfuerzos de coincidencia, Pinocho queda desorientado, sin criterios claros para su vida. El colegio y la familia han de contar con un ideario educativo al que se atengan ilusionadamente. Esta coincidencia entre colegio y familia hará que Pinocho se sienta reafirmado, seguro y sabiendo dónde está el norte.
Pinocho necesita que le enseñes a elegir lo mejor
La educación espiritual de Pinocho consiste en desvelarle la dimensión de lo mejor de todas las cosas, sobre todo de sí mismo, de manera que no solo aspire a lo bueno, sino a lo mejor. Él suele hacer sus preguntas de esta forma: «¿Qué tiene de malo esto o aquello?». Tú podrías responderle con otra pregunta para su reflexión: «Pero, ¿qué es lo mejor, lo excelente, lo más digno, lo de mayor calidad humana para ti?».
Para esto es imprescindible hacerle ver que lo mejor no siempre coincide con lo más agradable, lo más fácil, lo más cómodo, lo más rápido e inmediato, lo más exitoso; tampoco con lo más lucrativo ni con lo que proporciona más rango social, aunque tampoco consiste en hacer lo que más fastidia, lo más inútil o lo más desagradable. Sísifo no es una meta, es un castigo.
Has de ejercitarte, maestro Goro, en hablar bien de los bienes
Es frecuente sorprenderte hablando mal de lo que quieres que Pinocho comprenda como bueno. Has de cuidar lo que dices, y para eso lo mejor es pensar bien y ser de corazón bueno. El corazón es el que pone en marcha la lengua, y en ti, maestro Goro, todo habla para Pinocho: los comentarios que haces, los chistes que cuentas o permites, los gestos que haces. También hablan tus silencios. Tanto el silencio que calla cuando debería hablar y se hace silencio cómplice, como el silencio amoroso que sabe esperar el mejor momento para decir la mejor palabra. También habla tu entusiasmo o tu apatía.
Deberías saber entusiasmarle por lo bueno, impregnar de bondad toda su vida, suscitar en Pinocho los mejores deseos y los deseos de lo mejor. Él necesita entusiasmarse con tu entusiasmo por lo bueno; pero si tú andas decaído, con cara larga, abatido... ¿cómo podrás decirle que la vida es bella? ¿Recuerdas la película La vida es bella, cuando en medio de la guerra aquel niño vivió una aventura y un juego inolvidables porque su padre le entusiasmaba en cada momento con lo increíble? Al final obtuvo el tanque con que soñaba... aunque perdió al padre.
Pinocho ha de ser el mejor programa de tu televisión
En su aula, el profesor intentaba que sus alumnos captaran lo que significa el esfuerzo de hoy para lograr metas mañana. Comenzó suscitando el interés de los alumnos llevándolos al campo de sus gustos, a fin de que descubrieran en ellos las cualidades ocultas que deberían desarrollar:
–¿Qué os gustaría ser? –fue la pregunta del profesor.
Los niños iban respondiendo según sus gustos, ilusiones y fantasías:
–Piloto, médico, actriz, cantante, modelo, fotógrafo como mi padre.
Un niño, a quien le costaba encontrar la respuesta dentro de su cabeza, por fin levantó su mano y dijo:
–A mí me gustaría ser televisión.
–¿Televisión? –replicó el profesor, viendo que su dinámica se le iba al traste.
–¡Sí, televisión! –remachó el niño–. Para que me escuchen, me hagan caso y me atiendan como hacen en mi casa con la televisión.
Para acompañarle en su camino, no olvides mirarle mucho hasta ver la riqueza plena que guarda su vida. No pierdas de vista la percha que Pinocho necesita para vivir de pie y con consistencia. No olvides, maestro Goro, que has de mirar... mirar... mirar a Pinocho si quieres llegar a verle. Él ha de ser el programa más frecuentado de tu televisión.
3
Querido maestro Goro:
El Goro del cuento de Pinocho confundió el acompañamiento educativo con andar corriendo detrás de él un día sí y otro también, hasta que se encontraron en el vientre de una ballena.
El bueno de Goro anduvo tierra y mar para encontrarle, porque Pinocho le engañaba y andaba a sus anchas. Sin embargo, es admirable que en aquella época (1826-1890), Goro tuviese la preocupación por la escuela y por inculcar a Pinocho el valor de la escuela más que el de sus deseos fantásticos.
Aquel Goro, predecesor del Goro actual, creía un tanto ingenuamente que bastaba su bondad natural para hacer de Pinocho un hombre. Aplicó maravillosamente la pedagogía de la bondad, la tolerancia y el cariño, llegó a vender su chaqueta en un día de nieve para que Pinocho tuviera su cartilla para ir a la escuela, aunque luego Pinocho la vendió a un trapero por unos céntimos para irse al Gran Teatro de los Muñecos del maestro Tragalumbre.
Con cuánta paciencia y cariño le hizo unos pies nuevos porque los primeros se le habían quemado al quedarse dormido junto al fuego, después de que un vecino le echara un cubo de agua desde su ventana por hacer una travesura. Cuántos sacrificios se impuso por él, hasta quedarse sin cenar sus cinco peras para que las cenara Pinocho y, además, mondadas para él con gran cariño.
El Goro del cuento es admirable mil veces hasta la ternura, aunque la disciplina y cuanto oliese a orden y concierto le superaba. Pensaba que esas cosas ya saldrían de él, aunque constataba un día y otro que de él solo salía jugar, hacer diabluras, corretear por ahí dejándose engañar por el primero que encontraba.
Como te he indicado, maestro Goro de hoy, sabes que has de cuidar de toda la riqueza que encierra su persona. Aceptar esta obviedad significa que has de empeñarte en acompañar su crecimiento en su integridad, es regalarle la posibilidad de amar la vida, de gozar la vida y de estimularle al esfuerzo que requiere crecer.
A Pinocho, hoy día y por lo general, no le falta de nada, incluso anda sobrado de tantas cosas, pero, ¿no percibes que algunas veces le faltan a Pinocho ilusiones y ganas de vivir, deseos de crecer? Como digo, eso requiere esfuerzo, y el esfuerzo se cultiva con las ganas e ilusiones por lograr metas.
Recuerda cómo en el cuento, Pinocho, después de viajar durante todo el día a lomos de una enorme paloma, tuvo hambre y entró en un palomar que estaba desierto. Allí encontró por fortuna una cazuela de agua, de la que bebió la paloma, y un cestito lleno de algarrobas. Sabes que Pinocho nunca quería comer algarrobas porque –decía– le revolvían el estómago. Sin embargo, aquella tarde, acuciado por el hambre, comió algarrobas hasta que no pudo más, y comentó a la paloma: «¡Nunca hubiera creído que las algarrobas fuesen tan ricas!».
Relación entre tu estilo educativo y la conducta de Pinocho
Algunos pedagogos, a través de un estudio de investigación, han medido la relación existente entre los estilos educativos de los educadores y las conductas de sus educandos. Y lo han aplicado a tres comportamientos: a sus resultados académicos, a la valoración de sí mismos y a sus comportamientos sociales.
Esto es, en resumen, lo que ellos presentan:
– Al estilo educativo de indiferencia por parte de los educadores responden los educandos con tres problemas: problemas escolares, autoestima baja y problemas de conducta por ser manipulables. Es el peor de los estilos educativos.
– Al estilo educativo autoritariode los educadores responden los educandos con una actitud positiva y dos negativas: son obedientes, al menos exteriormente, cumplen sus deberes, aunque con tendencia a la rebeldía o, por el contrario, a la apatía. Pero tienen poca confianza en sí mismos, una autoestima baja y falta de alegría y espontaneidad. Tienen, además, el riesgo de llevar doble vida, una la que se ve y otra la ocultada o disimulada.
– Al estilo permisivo de los educadores responden los educandos con una actitud positiva y dos negativas: tienen confianza en sí mismos y buena autoestima; pero acusan falta de hábitos de conducta saludable y de fuerza de voluntad, también en el estudio; y acusan, además, falta de consistencia y una acentuada volubilidad en su conducta y en la relación con sus compañeros.
– Al estilo educativo de acompañamiento