Existo, para vivir - Ana de Lacalle Fernández - E-Book

Existo, para vivir E-Book

Ana de Lacalle Fernández

0,0

Beschreibung

Existo, para vivir combina la novela negra con la reflexión filosófica. Tal ensamblaje se hace posible gracias a una labor narrativa hilada con esmero e intensidad, en la que la trama da lugar a disquisiciones sobre problemas de indudable actualidad avaladas por filósofos y literatos, cuyas citas textuales aparecen integradas con naturalidad en la narración (por ello el lector cuenta al final de la novela con un índice de citas). Aventurar los desafíos existenciales y dramáticos con los se enfrentarán los personajes principales podría desvelar los giros argumentales que hacen de esta obra una intrigante singladura, por la que sobrevuelan cuestiones como el género, la neurociencia, la irreconciliable identidad de lo humano, el forcejeo entre nuestras creencias y pasiones más arraigadas y la liquidez de los tiempos que corren. De esta forma, la autora ahonda en las profundidades del abismo abierto entre el hecho de existir y la dificultad de convertir esta determinación en vida. "Me senté en el sillón alumbrado por una luz halógena, tras poner un vinilo de los Conciertos de Brandemburgo de Bach (1-6). Necesitaba calmar e inyectar algo de luz en mi interior, y no esa luminosidad que procede del pensar que es tan efímera, sino la que se instala en el estar y en el ser, que sin poder dar cuenta de ella nos aferra a la solidez, la cual, ciertamente, tampoco sabemos de dónde procede. Así, en un ambiente inmejorable, después del indeseable inicio de la noche, cogí un libro y me perdí entre los conciertos de Bach y las palabras escritas. Hundido en un cierto sopor, se me infiltró nuevamente una frase que, para bien o para mal, acabaría funcionando, como ya era habitual en mí, de periscopio vital: aunque tan solo sea para que si en algún escondrijo te hallaras, sepas qué hago aquí y a qué he venido Constituía una resonancia de lo acontecido, mediante la que fluía ese deseo de ser alguien importante para Ceci".

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 156

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


ANA DE LACALLE FERNÁNDEZ

EXISTO, PARA VIVIR

1ª edición en formato electrónico: abril 2022

© Ana de Lacalle Fernández

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Montaje de cubierta: ImatChus

Fotografía de portada: Nora Navarro

Modelo: Mónica Calabuig

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

[email protected]

ISBN: 978-84-125337-8-1

IBIC: FA 2ADS

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, diálogos, lugares y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor, o bien han sido utilizados en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es mera coincidencia. Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

ANA DE LACALLE FERNÁNDEZ

EXISTO, PARA VIVIR

A mi familia: Rafa, Aina, y Pol, por su reiterado apoyo en mi labor cotidiana.

A todos los que de una forma u otra han contribuido a que esta novela sea posible: Aina Ruiz de Gauna, Joaquín Soriano, Jordi Rissech, Lily Castro, Mónica Calabuig, Montserrat Bassas, Nora Navarro, Paqui Montané, Pol Ruiz de Gauna y Raúl López.

Una mención especial a Carles Pérez Testor.

ÍNDICE

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

PARTE ISobre cómo vivimos

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

PARTE IISobre la posibilidad de vivir

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capitulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

SIN DESENLACEReflexiones acerca de lo acontecido mediante la conexión de las citas

CITAS BIBLIOGRÁFICAS y WEBGRÁFICAS

PRÓLOGO

Una propuesta de lectura.

Declarar que el libro que a continuación se presenta es legítimamente adscribible al género «novela», lo que a su vez significa que se trata de «literatura» y, por extensión, de «arte», formular tal cosa comporta, por lo pronto, cierto compromiso tácito o expreso con la premisa de que en el libro que nos ocupa, haya o no en él abundancia de conceptos (enseguida se verá que efectivamente la hay), lo que desde luego no hay, por decirlo kantianamente aunque no con las palabras de Kant, es rección de conceptos o reductibilidad a conceptos; con esto quiero indicar que Ana de Lacalle no escribe panfletos o libelos (que es a lo que solícita y gozosa se prestaría la utilización más fácil, burda e inmediata de los conceptos implicados) porque tiene mejores cosas a las que dedicarse y porque está sobradamente capacitada para no verse obligada a hacerlo. En otras palabras: puesto que el texto es «literario», en él hay efectivamente conceptos (¿podría darse obra de arte de tipo alguno sin la mediación, más o menos profusa, de conceptos?), pero (en la volta adversativa reside el argumento), porque el texto es «literario» y no de otra índole, precisamente por eso, con respecto a los conceptos se establece siempre una distancia que es la que los permite brillar con la luz propia de la presencia artística. Si los conceptos «dominaran» al escritor, si el arte quedara preso del material del que se sirve, no habría construcción literaria, sino, cuando más, adherencia de pasquín u octavilla, esto es: simplemente no habría «arte» ni «literatura».

Archiconocida y de habitual predicamento en ciertas tertulias de pijos, pedantes y filólogos sedicentes es la aseveración barojiana, elevada a tópico de manual, según la cual la novela constituye un cajón de sastre en el que todo cabe, etcétera, lo cual, dicho así, poco dice, pero de ello podemos, no obstante, entresacar la intuición de que el género «novela», tal y como hodiernamente cumple entenderlo, posee el rasgo (no exclusivo, pero sí destacado y aun diría que por antonomasia) de configurarse a través de la constante e impertinente pregunta por la constante e impertinente difuminación de sus límites definitorios, o de los presuntos límites definitorios que le marca el realismo decimonónico, de suerte que, hodiernamente, «novela» acaba significando, entre otras cosas, «(auto)crítica» y «(auto)problematización», sin que ello comporte (véase el párrafo anterior) pérdida alguna de independencia y señorío (distancia inherente a lo «literario») para con el conjunto de representaciones (material del escritor) sobre el que literariamente se ejerce una más o menos demoledora ruptura o negación. Valga esto para empezar a entender por qué en la novela de Ana de Lacalle la totalidad se va construyendo a base de retazos (citas diversas desgajadas de sus respectivos contextos de origen) cuyo estatuto fragmentario se reivindica tanto más críticamente cuanto que, si algo se exhibe a ultranza a lo largo de la obra, es precisamente la puntada, el pespunte, la costura, incluso la hebra suelta, el hilo que acaba no pasando por el ojo de la aguja; tal cosa, que algunos trasnochados epígonos del escolasticismo aristotélico gustan de caracterizar escueta y resueltamente como «forma», no es dada, con todo, sin que su darse produzca a la vez ciertos contenidos que, sean ellos cuales fueren, remiten invariablemente al problema o al conjunto de problemas constitutivos de un determinado momento tardío, terminal o comoquiera que se tenga a bien llamarlo (si se quiere, encabezándolo con infinitas procesiones de post― y after―) de nuestra siempre polémica y agónica modernidad. Pues bien, el problema de «lo moderno» y en particular de cierto «moderno» es lo que produce y genera el peculiar modo de expresión (insisto: literario, novelístico) con que se construye la novela (no en vano, «moderno» procede de «modo»); en otras palabras: el que el libro que nos ocupa sea «literatura», «novela» y «de hoy» obliga a un determinado tipo de construcción y a una determinada relación con el material; así es como corresponde entender, a mi juicio, la aparición de términos como «mercantilismo», «cuerpo», «género», «minorías», «identidad», «transhumanismo», etcétera, términos (digámoslo por enésima vez) que no son de suyo nada (más que lo que para un pintor sería una partícula cromática), sino que todo lo que válidamente son lo son por cuanto ellos mismos fungen aquí ni más ni menos que como elementos al servicio de la articulación de una pieza literaria. El arco «moderno» es, en efecto, de amplio alcance, y su última, penúltima o antepenúltima dovela se talla, en el texto de Ana de Lacalle, allí donde el internacionalismo proletario y, por tanto, la revolución quedan transmutados en «políticas de la diferencia», que, invirtiendo el célebre dictum de Vázquez de Mella, ponen cadalsos a las causas y tronos a las consecuencias, a saber: demonizan nominalmente la ideología capitalista al tiempo que santifican sus efectos antropológicos, los promueven y (bien desde la inconsciencia, bien desde la mala fe) reproducen escrupulosamente su estructura de poder y dominio. Tal es, en efecto, el contexto que acoge a Ceci y a Marcos, personajes en los que, en consonancia con el mundo al que pertenecen, el «nuestro», la autora dibuja (va dibujando, no termina nunca de dibujar) la escisión que en el transcurso mismo de la obra se revela como inherente al estatuto propio de lo «moderno» o de cierto «moderno»: el hiato entre, tal y como literalmente se expresa, «vida» y «existencia», esto es: la constatación de que en lo inmediatamente dado no hay inmediatamente vínculo, suelo o arraigo; la constatación de que habérselas con lo que existe no comporta capacitación alguna en un sentido u otro: no comporta aprender a vivir ni tampoco, contra cierto cliché platónico, aprender a morir. Así las cosas, existir no es idéntico a vivir, pues la existencia (cantidad de tiempo) carece de determinaciones cualitativas intrínsecas, más allá de las meramente presuntas, exógenas, gratuitas y contingentes. Lo «moderno» o cierto «moderno», según se trasluce en la novela, es ante todo ruptura para con lo inmediato: para con el sexo, para con la especie, para con (en suma) cualquier identidad «natural», y en tal consiste el ser libre: en que ni el sexo ni la especie ni la etnia vinculen o limiten. Ser libre es negación, pero fácilmente la negación se convierte en un aspaviento parcial o puntual que, en su propia parcialidad o puntualidad, repite estructuralmente aquello que pretende combatir. La negación absoluta no es inversión ni reversión, sino destrucción; no hay, pues, movimiento de progreso ni de retorno, no hay fundación ni vuelta al hogar. Acaso existir no consista sino en aceptar la ausencia de vida, o sea: en aceptar que existir no es habitar el templo o la tierra o la morada, sino el vacío. Ciertamente, no es este (o no solo) el desenlace de la obra. En manos del lector queda descubrir si Ceci y Marcos, o Ceci o Marcos, encontrarán finalmente el modo, y cuál, de existir para vivir.

Pol Ruiz de Gauna

Enero de 2020

INTRODUCCIÓN

Entre la Literatura y la Filosofía solo puede haber continuidad, porque ambas se implican. Es decir, un texto literario es siempre un intento ―ficticio o no― de atrapar la experiencia humana de su propia existencia, y, en ese sentido, filosofar es un acto de decir lo que parece haber y lo que intuimos como siendo inefable, mediante formas de escritura que nos arrojen al fango de lo problemático. Así, podríamos llegar a una cierta hipérbole didáctica afirmando que todo es, en última instancia, literatura, ya que para serlo debe ser filosófica.

Procede clarificar que entre los muchos usos lingüísticos que se han hecho y pueden hacerse del término Filosofía, destaco aquel que debe ser entendido como sinónimo de una búsqueda vital constante que consiste en desmenuzar y hallar lo que puede ser controvertible, allí donde todo parece ser claro y diáfano.

Si no adoptamos esta forma de vida corremos el riesgo de difuminarnos en la masa como individuos inermes, volubles y sin capacidad de construir nuestra identidad como sujetos. Aquel que actúa por voluntad, ya sea racional o irracionalmente, pero que en cualquier caso ejerce de agente activo en un mundo que estimula la apatía, la desidia y la desintegración del yo.

Siendo muchos los retos que las sociedades actuales nos plantean, es urgente que los individuos sean sujetos, dueños de sí mismos a causa de una voluntad que quiere, en base a deseos o razones ―no entraremos ahora en esta cuestión― propias. Sin esta exigencia irrenunciable devenimos existentes que deambulan desnortados por una planicie sin horizonte y en consecuencia casi seres vegetativos que se mimetizan con su entorno.

De aquí, que la presente novela establezca, ya en el título, una diferencia significativa entre existir y vivir. Como aseveraba Sartre, los humanos nos hallamos arrojados al mundo y esa es nuestra condena: existir. Pero ante este hecho podemos o dejar que se consuma esa existencia acaecida, o bien proponernos reconvertirla en vida. Sería largo y tal vez tedioso desarrollar aquí una disquisición sobre qué es eso que llamamos vida humana, porque además solo nos confrontaríamos con diversas maneras de concebirla. Aquí, hemos intentado establecer una condición sin la cual no podemos afirmar que el existir se ha ido transformando en vida, a saber, esa que el sujeto considera digna y deseable. La ambigüedad sigue obviamente presente en este intento de clarificación de términos, pero quizás podemos admitir que, sea como sea, una existencia es digna de ser vivida si el sujeto la valora como deseable, estimulante, a proteger y mantener. Porque la percibe vivificada; no se resigna a dejar transcurrir el tiempo padeciendo un «sin vivir».

Y este es el quid de la cuestión en la narración, sazonada de intriga, monólogos perturbadores y la voluntad de plantear cuestiones actuales, nada evidentes, que nos induzcan a esa actitud de vivir, sea por los motivos que sea, y no solo existir. Pero también asumiendo que existimos, para vivir; y que si eso no es posible tenemos el derecho y la posibilidad de abandonar y zanjar esa condena sartriana que exige ejercer la libertad y por ende la responsabilidad siempre de decidir, sea por acción u omisión.

Cuanto aquí se narra es ficción, pero no por ello inverosímil. Las circunstancias y condiciones que llevan a un humano a situaciones límite, que le obligan a la toma de decisiones arriesgadas, pueden ser muy variadas. Pero lo relevante sea quizás no la decisión en sí, sino la elección de los criterios a partir de los que nos inclinamos a actuar en un sentido u otro.

La autora

PARTE I

Sobre cómo vivimos

Capítulo I

Nada desluce tanto un día como la oscuridad atenazada en cada rincón de la propia vivienda. Esto lo sabía, y aun así me obstinaba en preservar esa niebla grisácea que caracterizaba mi habitáculo, como un ser destructivo cualifica a la ponzoña. Me había convertido, de hecho, en el hazmerreír de los colegas que me visitaban de vez en cuando, apodándola la cueva de Marcos. Aunque, bien que disfrutaban de ese ambiente turbio cuando, entre petas y alcohol, nos deslizábamos cada uno por el lugar del piso que más nos inspiraba. Esa era la razón principal por la que, en el fondo, insistían en que la juerga fuera en mi casa. Nunca me sentí cómodo en ese paisaje desolador que se configuraba, con algún beodo, pasado de tuerca, que vociferaba a pleno pulmón las vergüenzas ajenas que le habían sido confiadas. Otro descontrolado vomitando casi hasta el ahogo e insistiendo en seguir fumando marihuana, asegurando que le sentaba el estómago… El resultado era una cueva de moribundos que parecían carecer de cualquier propósito vital, y neutralizaban su vacuidad perdiendo la conciencia nítida de quienes eran. Pero yo necesitaba de los otros, al menos cuando el día los mantenía serenos y minimizaba esa soledad compartida que cada uno metabolizaba como podía.

La mañana seguía siendo tétrica mientras no salía de casa y entraba en contacto con el mundo exterior. Entonces, sentía un contraste perturbador, sobre todo si lucía el sol, hasta que mi interior se acomodaba a un ambiente tan disonante. Poco a poco, creo que me introducía en una especie de neutralidad emocional que me facilitaba transitar por las calles sin que mi yo ―el de la cueva― se percibiera invadido. También me recorría todo el cuerpo un tenue sosiego, sobre todo si la noche anterior había consistido en excesos turbulentos.

Debía acudir a una escuela para impartir unas clases de Filosofía a alumnos bien motivados por la nota que podía darles acceso a la universidad. Algo es algo. Era mi trabajo, no afirmaría que mi vocación, porque me sentía inseguro ante un grupo de adolescentes que tenían el poder de hacer de mi día un calvario. Así es que siempre me mantenía en tensión entre la compostura y mostrarme impertérrito, y el pavor a que me devoraran como a un pardillo tembloroso.

Hay que añadir que mis clases se iniciaron en un mal momento. Habían emitido por televisión una serie sobre un profesor de Filosofía, Merlín, que había tenido un éxito tremendo entre los estudiantes, hasta el punto de que aumentó la matrícula en la carrera de Filosofía, aunque eso solo perduraba durante el primer curso, hasta que se percataban de que el idílico mundo mostrado por la serie de éxito era falaz e incluso ofensivo con la realidad misma. En este contexto, alguien más bien pesimista y casi pésimo como yo, no tenía excesivas posibilidades de salir victorioso. Los alumnos estarían esperando un colega, más que un profesor, que explicara cuatro banalidades sobre los autores, les trajera palomitas a la clase y viviera junto a ellos su segunda adolescencia. Con este panorama, entré en el aula, saludé dando los buenos días y me presenté. Eso sí, decidí no empezar con cuestiones técnicas sobre el funcionamiento del curso que les llevaría a un estado de sopor y, por el contrario, entrar en materia.

—¿Qué son las cosas? Aclaración, cuando hablo de cosas me refiero a todo cuanto existe y podemos ver y tocar —planteé a los chavales sin más preámbulo para que se apercibieran progresivamente en qué consistía un diálogo socrático, que era una muestra paradigmática del quehacer filosófico, aunque la historia estuviese a rebosar posteriormente de filósofos que mantenían sus confrontaciones por escrito; peculiaridades de la modernidad.

—¡Pues cosas, ya lo has dicho tú! —intervino el gracioso de turno, haciendo explotar las carcajadas de toda la clase.

—¿Cómo te llamas? —le inquirí.

—Juanjo —respondió satisfecho de su fugaz triunfo ante sus compañeros.

—Bien, Juanjo creo que tienes un problema de lenguaje porque si yo te pregunto «¿qué es una silla?», por estructura lingüística no me puedes contestar «silla», porque es precisamente el término que te pido que me definas o me expliques. Así que tres turnos sin participar. Esta chica tan amable que está a mi lado llevará la cuenta. ¡Venga otra respuesta! —Pensé para mis adentros que había conseguido contener el desmadre que Juanjo intentaba provocar, sobre todo porque observé su cabeza cabizbaja e intuí que se sentía derrotado.

—Las cosas son artefactos creados por el hombre y otros seres naturales —intervino una alumna con actitud de colaboración.

—Bien, has conseguido reducirlo todo a dos grupos. Imagina ahora que nos centramos en lo Natural, que es lo que es, sin nuestra intervención, antes de que nosotros «decidiésemos» construir o inventar cosas. Vuelvo a formular la cuestión, recordad que centrándonos en la Naturaleza: ¿Qué son las cosas? ¿Aquello que existe, vemos y podemos tocar?

—Es que no se puede responder qué es todo junto, porque son cosas diferentes. Tendríamos que clasificarlas ―matizó otro alumno, que me empoderó porque sentí que los líderes positivos de la clase habían tomado el mando.

—Sería una posibilidad ir haciendo subgrupos, pero yo podría volver a hacer la pregunta teniendo en cuenta esa taxonomía y seguro que encontraríais la forma de construir nuevos grupos que abarcaran más cosas dentro. Es decir, iríais encontrado aquello que muchas cosas tienen en común. ¿Me explico?

—¡Ejjemmm!

—¿Cuál es la pregunta que subyace, desde el primer momento en que la he formulado?

—RRRRRIIIIIIINNNNNGGGGGGGGGG

—Pensáis la respuesta para la próxima clase, recordad que se trata de identificar el problema fundamental.

No sé si me oyeron o no, porque fue sonar el timbre y una tromba de sillas dejó su rastro en el suelo del aula con un sonido ensordecedor, acompañado de gritos de alumnos que parecían descomprimirse. Me quedé algo perturbado, pero, tras recuperar la compostura, me dirigí a iniciar la búsqueda del aula en la que debía impartir la siguiente clase, ahora ya más templado porque sabía que podía mantener la autoridad.

Por suerte el curso había empezado en viernes y tras la última clase me esperaba un horizonte de tres días festivos que me servirían, sobre todo, de mentalización para afrontar un larguísimo trayecto siempre lleno de sucesos inesperados.