Expertos en rupturas - ADRIANA MATHER - E-Book

Expertos en rupturas E-Book

Adriana Mather

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"PARA ALGUNOS LAS RUPTURAS SON DIFÍCILES. PARA OTROS, UN NEGOCIO. August y Valentine son más que mejores amigos, son socios. Juntos crearon "Amor de Verano Co.", la agencia a la que padres disgustados recurren para terminar con las malas relaciones de sus hijos. Para Valentine, el cerebro detrás de las operaciones, cada ruptura que orquestan es en nombre del amor verdadero. Para August... tan solo demuestran que tal cosa no existe. Es que él culpa al amor de la muerte de su hermana y no cree en las almas gemelas. Al menos no hasta que conoce a Ella, quien pone su mundo y sus ideas de cabeza. El problema es que ella es su nuevo caso. Y cada cosa que sabe sobre él es una mentira. Incluso su nombre. Descubre lo que significa el amor verdadero en esta tierna comedia romántica de la autora de Matar a November."

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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PARA ALGUNOS LAS RUPTURAS SON DIFÍCILES. PARA OTROS, UN NEGOCIO.

 

August y Valentine son más que mejores amigos, son socios. Juntos crearon “Amor de Verano Co.”, la agencia a la que padres disgustados recurren para terminar con las malas relaciones de sus hijos.

 

Para Valentine, el cerebro detrás de las operaciones, cada ruptura que orquestan es en nombre del amor verdadero.

Para August… tan solo demuestran que tal cosa no existe.

Es que él culpa al amor de la muerte de su hermana y no cree en las almas gemelas. Al menos no hasta que conoce a Ella, quien pone su mundo y sus ideas de cabeza.

 

El problema es que ella es su nuevo caso.

Y cada cosa que sabe sobre él es una mentira.

Incluso su nombre.

 

Descubre lo que significa el amor verdadero en esta tierna comedia romántica de la autora de Matar a November.

ADRIANA MATHER

Autora best seller deThe New York Times porAsí se cuelga una bruja yMatar a November, viene de un linaje que se remonta hasta Sleepy Hollow, los juicios de Salem y el Titanic. Recientemente ha abrazado su amor por el romance con su nueva novela,Expertos en rupturas. Además, es actriz y copropietaria de la productora Zombot Pictures.

Fotografía de la autora: James Bird

BOOBOO STEWART(ilustrador)

Es un actor, artista y músico, mejor conocido por sus apariciones en Crepúsculo, X-Men: Días del futuro pasado y Descendientes. Creció rodeado de energía creativa, su padre es un actor/doble de riesgo y su madre artista. Hoy en día, la ilustración es para él más que un recurso creativo, es su libertad.

Fotografía del autor: Raz Azraai

Para Candis, mi primera mejor amiga. Cuando teníamos cinco, empujaste a un niño de la pista de carrera porque fue malo conmigo. Al año siguiente, corrí la silla de un chico que iba a sentarse porque te había golpeado en la cabeza con su cuaderno. Por suerte, ninguna de las dos acabó en la mafia, pero ¡creo que haríamos un excelente equipo de dos en una novela de aventura!

Y en memoria de Smeagle (Swee en este libro), mi alma gemela felina. Gracias por haber vivido veintidós años y por ser la criatura más extraña y maravillosa que haya conocido. Roncabas, no dejabas de meter la pata en mi café y en mi agua y dormías bajo las sábanas y me mordías las piernas cuando se te antojaba. Pero no existía mejor compañero para acurrucarse ni corazón más grande. Te amaré por siempre.

Prólogo

Aunque no creo en las almas gemelas ni estoy seguro de que el verdadero amor no sea solo una linda idea utilizada para vender películas y tarjetas, el hecho de ayudar personas importa.

EL VERANO PASADO

Bajo de mi Jeep Wrangler (mejor dicho, el Jeep de Valentine que finjo que es mío) en el estacionamiento del restaurante italiano en el que Alice, Valentine y yo nos vimos por primera vez hace tres semanas. Yo llegué a horario, su novio siempre llega tarde, y yo apunto a no parecerme en nada a él y, aunque casi siempre soy puntual, ella no lo sabe, porque la verdad es que no sabe nada sobre mí en realidad.

Alice me ve desde el otro lado del estacionamiento, corre hacia mí mientras cierro la puerta y, con una sonrisa radiante, extiende los brazos para un abrazo rápido. Es difícil creer que es la misma chica que conocí hace tres semanas. Entonces, era callada, se escondía debajo de sudaderas holgadas y siempre estaba de brazos cruzados.

Ahora está llena de energía, lleva los hombros atrás y la cabeza en alto.

–¡Estás aquí! –chilla. Alcanzo a reírme, pero antes de que pueda decir una palabra, sigue hablando. Rápido–. Ay, por Dios. No me malinterpretes, pensaba hacerlo, pero parte de mí pensó que me acobardaría, ¿sabes? Pero no, ¡rompí con él! –Posa una mano incrédula en su frente, con lo que sacude sus rizos de puntas doradas.

–¿Cómo lo tomó? –pregunto, apoyado contra la puerta del Jeep.

–Como tú dijiste. Primero, estaba confundido, luego se molestó y me culpó por todo. Y después lloró y juró que cambiaría. ¿Cómo supiste que…?

–Es un chico. –Me encojo de hombros–. Yo soy un chico. Somos criaturas simples.

–Sí, pero no se parece en nada a ti –replica. Y ahora se inclina hacia mí, lo suficiente para que alcance a oler su loción cítrica.

Y, antes de que pueda moverme, rodea mi cuello con los brazos y me besa. Tiene los ojos cerrados. Lo sé porque los míos están abiertos. Y también sé cuánto durará este beso: tres segundos. Es un beso de agradecimiento, nunca duran.

Tres… dos… uno.

–Gracias –dice al apartarse.

Ahí está.

Cuando se aleja, siento que mi rostro se sonroja.

–No hice nada –respondo, y mi voz revela parte de la vergüenza.

–Sí. No estaba… en un buen lugar y…

–Y pudiste salir de ahí. –Le doy todo el crédito a ella, no a Valentine ni a mí ni a las semanas de estrategias.

–Sabía que él era malo para mí en todos los aspectos, solo que hacía tanto que no me dedicaba tiempo a mí que ya no sabía quién era. –Extiende los brazos y sus labios se curvan en una sonrisa–. Pero, dime, ¿qué ves ahora cuando me miras?

–Mm… –Correspondo a su sonrisa y retraso la respuesta, porque esta es mi parte preferida, la felicidad después de una ruptura muy esperada–. Veo a una chica creativa, divertida, interesante y amable.

Ahora es ella quien se sonroja. Su mirada baja a mis labios, señal de que está pensando en besarme otra vez, así que comienzo a hablar y me muevo para poner más distancia entre los dos.

–Me alegro mucho por ti, Alice –afirmo, la frase perfecta para marcar el final.

–¿Tal vez más por… nosotros? –pregunta con una sonrisa esperanzada.

Esta no es la primera vez que alguien pretende algo más, pero ese nunca fue mi objetivo. Valentine y yo intentamos ser la clase de amigos que la persona necesita para ver su vida con más claridad. Con frecuencia, lo único que debemos hacer es demostrarles que creemos en ellas y recordarles que son geniales. Pero, a veces, la amabilidad se confunde con una conexión más íntima.

–El asunto es que… –comienzo, pero no termino. La verdad es que la oración no tiene final, pero ella no lo sabe.

REGLA #13: No alargarlo cuando el trabajo está terminado. Alejarse antes de que las cosas se compliquen.

Con cada segundo que pasa, el silencio es más pesado.

–¿Chris? –pregunta (mi nombre es August) y, como no respondo de inmediato, agrega–: ¿Qué sucede? Puedes decirme.

Sacudo la cabeza y repito las palabras que ya le he dicho a otras dos personas este verano.

–Se suponía que no me iría hasta dentro de dos meses, pero… –Ella da dos pasos hacia atrás, con esperanzas de que no diga lo que sabe que diré–. La verdad es que, cuando llegué aquí, odié este lugar y no podía esperar para largarme. –Le ofrezco una sonrisa triste–. Luego… te conocí, y fuiste una muy buena amiga. Me hiciste sentir muy bienvenido.

Ahora suelta un suspiro amplio y soñador que me indica que estoy logrando el efecto deseado y puedo hacer esto sin herir sus sentimientos.

–Fue obra del destino que nos cruzáramos siempre por casualidad –afirma, y yo asiento con la cabeza–. ¿Y ahora te irás?

Me meto las manos en los bolsillos y bajo la vista a mis zapatos deportivos.

–Anoche, mi mamá recibió el llamado que estaba esperando. Consiguió el trabajo para enseñar en Indonesia. Haré mi último año allí… –Dejo la oración inconclusa.

–No –lamenta antes de abrazarme–. ¿Cuánto tiempo tienes?

–Nos vamos mañana –respondo y asiento contra su cuello.

–¿¡Mañana!?

Me alejo para hacer contacto visual y que vea la pena en mis ojos.

–Está bien, de acuerdo. –Exhala con fuerza. Es evidente que intenta procesarlo, y las emociones se reflejan en su rostro. Tristeza. Decepción. Irritación. Luego… Determinación. Felicidad. Emoción–. Eso nos deja esta noche, tendremos que convertirla en la mejor última noche posible. Y nos mantendremos en contacto, ¿no? Irás a Indonesia, no a Marte.

Su entusiasmo me hace sonreír.

–El internet no es muy bueno donde estará enseñando, pero haré lo mejor posible. –Abro la boca, pero vuelvo a cerrarla y le ofrezco una pequeña sonrisa.

–¿Qué ibas a decir? –pregunta.

–Estaba pensando en que eres una chica increíble –respondo. Quiero decirle todas las cosas que las personas suelen guardarse. Ya no estoy actuando, pienso cada palabra–. Y en lo afortunado que soy de haber podido pasar estas últimas semanas contigo.

Su mirada se ilumina, echa la cabeza hacia atrás, con lo que sus risos caen detrás de sus hombros, y sonríe.

–Incluso el aire huele mejor cuando estás feliz.

Yo también sonrío. Este fue un trabajo bien hecho. Valentine y yo tenemos un sistema que funciona. Siempre funciona. O al menos lo hacía, hasta que conocí a Ella.

CAPÍTULO 1August(Un nombre ridículo por el que culpo a mi madre)

Vacaciones de verano: tres de las mejores palabras del idioma español, pues prometen días de flojera en la playa, wafles en cono de Tony’s Surf Shack y permanecer enrollado en mis mantas hasta el mediodía. El esperado final del último año también implica que Valentine (a quien llamo Tiny) y yo volvimos al negocio después de bajar oficialmente el letrero de “volvemos pronto” de nuestro sitio web. La red del chimento (como Tiny la llama) tardó apenas cuarenta y ocho horas en descubrir que estábamos de vuelta, y nos tomó cinco horas de entrevistas con padres y mejores amigos preocupados para elegir nuestro primer caso. Y nos tomará tan solo tres semanas de inmiscuirnos en la vida de otra persona completarlo.

Tiny se saca sus sandalias de una patada en la pasarela que une nuestros patios traseros y se sienta a mi lado, con los pies colgando sobre el agua tranquila. Como se acerca la noche, las luces de su pórtico se iluminan y los grillos comienzan a trinar en los arbustos. Iluminada, su casa gigante domina nuestra pequeña ensenada y, en comparación, la pequeña casa estilo victoriano de mi familia, con la pintura descascarada, parece un garaje sin mantenimiento.

Tiny abre el anotador que trajo y se acomoda un mechón de cabello lacio y castaño detrás de la oreja.

–Adivina quién acaba de estar al teléfono con las mejores amigas de Katie –dice con expresión orgullosa mientras agita las cejas–. Fui yo. Nos están adulando. A-DU-LAN-DO. Me dijeron que nunca la habían visto más feliz, que volvió a estar emocionada por la universidad y que volvió a hablar con sus padres durante la cena como solía hacerlo. Me aseguraron que nos escribirán una reseña espectacular.

En nuestro pequeño pueblo costero en Massachusetts, es fácil conseguir trabajos de verano. Los vacacionistas ricos llegan desde Boston y Nueva York para llenar las propiedades de alquiler con convertibles a reventar de equipaje y dinero en los bolsillos, y los comerciantes locales tropiezan unos con otros para contratar empleados. Pero Tiny y yo no nos postulamos para trabajar en uno de los restaurantes frente a la playa, no queremos ser guardavidas ni buscamos recomendaciones para trabajar en alguno de los yates del puerto. De hecho, nadie en nuestra ciudad sabe lo que hacemos. Nuestros amigos piensan que tenemos algún trabajo temporal en la productora musical del padre de Tiny en Boston, y nuestros padres creen que trabajamos para una empresa de catering. Pero, en realidad, nos dedicamos a romper relaciones en un negocio con el nombre más cursi posible “Amor de Verano Co.”, en honor a nuestras iniciales.

Tiny (la creadora) ama el nombre y ama el amor. Cree que estamos acelerando el camino de las personas hacia sus almas gemelas, lanzando relaciones por un risco para que puedan encontrar mejores candidatos. ¿En cuanto a mí? A mí me gusta el “Co.”, un sufijo profesional para una empresa que expone a las relaciones por lo que son para que las personas puedan sanar. Y, además, es un trabajo personal para mí, un servicio con el que me gustaría que mi hermana hubiera contado.

–Qué bien –respondo. Es bueno saber que ayudamos a Katie, bueno en el sentido que te eleva el mentón y reafirma tus pasos. Sonrío hacia el agua, donde las olas pequeñas reflejan la claridad final de la tarde y la transforman en un lienzo en movimiento. Distraído, trazo un dibujo con líneas sobre él en mi mente, un hábito extraño que creí haber perdido.

–¿Podrías dejar de ser emo por cinco minutos y concentrarte? –ríe Tiny–. Tengo información invaluable sobre nuestro nuevo caso y necesito que valores mi genialidad.

Aparto la vista del agua, mi dibujo imaginario se pierde en el oleaje, y la miro. Lleva una camiseta blanca caída en un hombro, lo que revela la parte superior de su traje de baño, y una sonrisa llena de entusiasmo. Hace poco, le dije (en medio de un monólogo optimista sobre cómo sobreviviría al apocalipsis zombi y crearía un mundo mejor) que en su vida pasada debió haber sido un árbol de Navidad o fuegos artificiales del 4 de julio, algo festivo, de colores neón y extravagante. A lo que ella respondió que en mi vida pasada yo fui Óscar el Gruñón, solo que hacía arte con objetos encontrados.

–Nuestro nuevo caso –repito.

–Exacto. Estoy tan emocionada de volver a esto. Todo ese tiempo libre por los exámenes se sintió como una vida –dice Tiny, sin necesitar que diga más de tres palabras para entenderme; ha estado interpretando mis silencios desde que éramos pequeños–. ¿Cuán preparado estás para meterte en el papel, exponer a un novio patético y luego llorar por tener que volver a Canadá y a tu trabajo de esquilar los testículos de las ovejas?

–Nunca lloro. –Me río–. A veces me emocionan mucho sus transformaciones y me pongo un poco nostálgico.

Ella me mira durante un largo instante.

–Claro, porque llorar fue la parte más objetable de lo que dije.

–Esquilar los testículos de las ovejas es un trabajo honesto.

–Primero que nada, no. Solo, no. –Exhibe una sonrisa enorme y cálida, la clase de sonrisa contagiosa que imito cuando hago estos trabajos, pero que no logro encontrar en mi vida cotidiana. Mientras que yo sin dudas soy mejor fingiendo ser otras personas que siendo August, Tiny es todo lo contrario. Ella ha sido ella misma al cien por ciento desde siempre.

–Y, en segundo lugar, te tomaré examen, así que prepárate. – Abre su cuaderno e inclina la página para alejarla de mí, como si pudiera leer su terrible caligrafía–. Comienza con lo básico: nombre completo, fecha de nacimiento y eso.

Me inclino hacia atrás, con las palmas apoyadas en la madera del muelle, preparado para nuestra rutina habitual.

–Ella Becker. Nació el dieciocho de agosto en un pequeño pueblo cerca de Boston, no muy diferente de este, donde ha vivido toda su vida…

–Corrección: ningún lugar es tan pequeño como este pueblo. –Un pueblo del que Tiny ha planeado irse desde que descubrió que existían los aviones–. Ahora, volvamos a Ella.

Le dedico una sonrisa, porque en esto estamos de acuerdo: cuanto más lejos podamos estar de aquí, mejor.

–Su película favorita es Romeo y Julieta, la versión con Leonardo DiCaprio. Pasa la mayor parte de las tardes en la cafetería con amigos. –Recuerdo a los padres de Ella, a quienes entrevistamos en una cafetería a treinta kilómetros de aquí para evitar encontrarnos con alguien que conociéramos.

–Ella siempre ha sido independiente, con una voluntad de hierro –explicó la madre de Ella mientras tomaba pequeños sorbos de su té de menta–. Pero este último año todo cambió.

Tiny hojeó la carpeta de información que solicitamos. Supe que le gustó el caso por la forma en que volvió a leer algunos detalles.

El padre de Ella presionó los labios y enderezó los hombros anchos. Tenía un corte de cabello rígido, esperable de alguien en el ejército, pero en realidad solo era un hombre de finanzas con una afinidad por el orden.

–Todo empezó cuando se puso a salir con este chico, este maldito pretencioso… –rabió, pero la madre de Ella le tocó el brazo y se detuvo–. Como sea, todo empezó con él. Apenas llevaban dos semanas juntos y dejó su puesto en el periódico escolar para unirse a las animadoras, porque él es jugador de fútbol. Luego empezó a postularse a universidades en las que nunca había mostrado interés porque son las que quieren sus amigas. –Se inclinó hacia adelante–. Hemos estado trabajando en su lista de universidades desde que estaba en primer año: su deseo más profundo era ir a Europa; le apasiona el periodismo de viajes. Ahora, aunque fue aceptada en la universidad de sus sueños en Londres, aceptó una maldita universidad en Massachusetts. –Otra vez, la madre de Ella le tocó el brazo cuando él levantó la voz.

Tiny y yo intercambiamos una mirada cómplice.

La madre de Ella suspiró.

–Hemos pospuesto la decisión de rechazar la universidad de Londres, pensando que cambiaría de opinión, pero la fecha límite es en cuatro semanas y ella sigue diciendo que no irá. No sabemos qué más hacer. Estamos desesperados. Necesitamos ayuda.

Yo asentí, y Tiny pasó a la página de “Información” en su cuaderno. Pero antes de que pudiera explicarles nuestro proceso, cómo investigamos y ejecutamos nuestro plan, el padre la interrumpió.

–Sea lo que sea que piensen pedir por este trabajo, multiplíquenlo por tres –dijo–. Pagaré lo que sea para mantenerlo alejado de ella antes de la fecha límite de confirmación.

–¿Novio? –pregunta Tiny, mirando su cuaderno.

–Justin –respondo–. Amigo de sus amigas y una parte central de su grupo social. Popular. Jugador de fútbol. De la clase que da vueltas en el jardín de la escuela con el Porsche de su papá y luego no se mete en problemas porque sus padres dicen que el automóvil fue robado en lugar de hacer que asuma las consecuencias. Obsesionado consigo mismo…

–Y con su cabello –interrumpe Tiny–. Dedica mucho tiempo a su peinado y mucho más a documentarlo en selfies. –Me mira con una sonrisa traviesa–. Pero, en fin, no todos fueron bendecidos con una caída natural del cabello hacia el costado como tú.

Le lanzo una mirada de advertencia, que solo hace que su sonrisa crezca. Cuando teníamos doce años, cometí el error de decirle que pensaba que mi mejor característica era mi cabello, y nunca dejó que lo olvidara.

–¿Intereses de Ella? –pregunta antes de que pueda mencionar un recuerdo embarazoso suyo para vengarme.

–Viajar. Quiere ser periodista de viajes.

Ella espera un momento, pero como no agrego nada más, interviene.

–Correcto. Pero olvidaste mencionar que tiene un blog de horóscopos superpopular con el que está un poco obsesionada.

–No lo olvidé. –Me estremezco.

Tiny pone los ojos en blanco.

–August Mariani, no puedes ignorar una parte importante de su vida solo porque te parece ridícula. –Abro la boca para discutir, pero sé que tiene razón–. ¿Estado social? –continúa.

Me rasco la ceja. Nunca me ha gustado esta sección de evaluación. Sé que es importante, clave, de hecho, para sacar a alguien de una mala relación, pero esa es la parte que me molesta.

–Era un poco nerd. Y ahora sería la protagonista de Chicas Pesadas.

–Muy popular –concuerda Tiny.

Antes de que pueda responder, una puerta corrediza se cierra de golpe en la pequeña casa vecina a la de Tiny, de la que sale un chico musculoso sin camiseta, con pantalones cortos caqui y mocasines: Bentley Cavendish, el estereotipo de ricachón, con un nombre que podría hacer sentir comunes a los aristócratas. También es la única otra persona de nuestra edad que vive en esta ensenada.

–¡Hola, Valentine! –saluda con una sonrisa, al tiempo que deja caer una nevera en su parte del muelle–. Fiesta en mi casa a las nueve. –No se molesta en incluirme en la invitación. Ha estado perfeccionando el arte de ignorarme desde noveno año, cuando le pidió a Tiny que saliera con él y ella dijo que no. Se negó a creer que tuviera algo que ver con él y, en cambio, decidió que yo era el problema.

Tiny se encoge de hombros.

–Lo siento, es noche de películas –responde a través del corto trecho que nos separa del agua.

Bentley sacude la cabeza. Sabe todo sobre la noche de películas; incluso vino a algunas cuando estábamos en la primaria y no dejó de remarcar que no miramos las películas, sino que hablamos con la pantalla y citamos nuestras líneas favoritas al ritmo de los actores.

–¿De verdad pasarás el primer viernes del verano viendo películas viejas que has visto un millón de veces, cuando podrías estar saltando al agua desde el muelle hacia un narval? –Señala hacia una caja de flotadores en forma de animales.

Tiny levanta las manos como si fuera un hecho inamovible.

–Sí. Pero gracias por invitarnos.

Invitarnos. Eso es lo que significa tener una mejor amiga: no se da por enterada de que ella fue invitada y yo no, todos saben que Valentine es cien veces más genial que yo de todos modos, ni muestra remordimiento por lo que se está perdiendo.

Tiny le da la espalda a Bentley sin pensarlo dos veces.

–Además, ¿podemos hacer una pausa y hablar de cuánto dinero ofrecieron sus padres? –pregunta–. Este trabajo es lo que nos falta para cubrir el primer año de matrícula en Berkeley. –Me mira para compartir su entusiasmo.

El programa de negocios de Berkeley es el sueño. Pero no habla por ella, sus padres pueden pagar y lo harán, habla por mí. Y, en este momento, lo último que quiero decirle es que usé todos mis ahorros para ayudar a mi madre con las cuentas el último año. Pero está bien, no tengo que hacerlo. Este trabajo debería ponerme de nuevo en el camino antes de que llegue la fecha límite para pagar la matrícula.

–Tenemos solo cuatro semanas para separarlos, August –agrega, como si yo no comprendiera lo importante que es. Aunque comparto lo de las buenas noticias, para mí todo suena como más presión. Sin mencionar que solo nos pagarán si logramos el trabajo.

–Es genial –afirmo.

–No es que lo hagamos por el dinero, pero sí que es un plus –agrega, aunque no sea necesario, pues nunca tomaríamos un caso que no mereciera la pena.

Tenemos reglas (registradas en una de las listas de Tiny), que discutimos cuando empezamos el negocio hace dos años para asegurarnos de no trabajar para amigos que lo hicieran por razones egoístas, padres que quisieran controlar a sus hijos o, peor, para un maldito discriminador. La idea no es manipular a las personas para que rompan con sus parejas, sino exponer a sus parejas por lo que son y dejar que ellas hagan el resto.

 

Cómo elegir un caso:

Los clientes llenan un formulario en línea que detalla por qué necesitan nuestros servicios.

Entrevistar a quienes tienen preocupaciones válidas.

Realizar una investigación independiente para confirmar que la relación es perjudicial.

Elegir la relación más urgente.

 

Ella encaja en el punto número cuatro, ya que la decisión que tome en las próximas cuatro semanas cambiará su vida.

–¿Qué nombre quieres tener para este caso? –Tiny lleva la conversación de vuelta a la estrategia.

Aunque me desagrada la parte de la evaluación social de este trabajo, es divertido crear una nueva identidad, y bastante liberador.

–Holden –respondo sonriente.

–Pretencioso, ¿eh? –replica con una sonrisa de suficiencia.

–Demasiado. Y si su ciudad es como esta, seré otro turista rico con un bote y un corazón de oro.

–Eso suena perfecto –ríe Tiny–. Debo haberte pasado mi genialidad.

–¿Y tú cómo te llamarás?

–Mia, como siempre –responde sin pensar. Luego se detiene a leer algunas de sus anotaciones–. Bueno, Holden, sugiero que empecemos con la estrategia de La chica de rosa y que te presentes como el dulce héroe ricachón.

–Bueno, eso debería funcionar… –comienzo.

–Funcionará –me interrumpe.

–Es extraño como manejas la confianza. Deberías trabajar en eso. Quizás te sirva pasar tiempo con un narval y hacer clavados con un chico sin camiseta.

Ella deja su anotador sobre el muelle y me mira con inocencia, aunque no me lo trago. Sé que está tramando algo. Un segundo después, actúa. Me da un empujón, pero ya estaba preparado, así que, cuando su mano llega a mi hombro, la tomo por la muñeca y la arrastro al agua conmigo.

Grita sorprendida al caer al agua fría y sumergirse, pero en cuanto sale a la superficie, está riendo otra vez.

–Eres el peor, August –exclama mientras se seca el rostro.

–Querrás decir Holden –replico y echo mi cabello hacia atrás.

–Ah, sí. Guau, Holden, eres soñado. Y mira esos músculos, debes hacer ejercicio… en tu bote, en tus descansos entre comprar una isla y beber Martini con el meñique levantado –dice con gestos exagerados y las manos en el aire.

–Vaya, eso fue muy convincente. Quizás deberíamos cambiar de roles para este caso. Tú te acercas a Ella y yo hago las estrategias brillantes.

–Pff –suelta, con lo que dispersa las gotas de agua alrededor de su boca, y se regocija de que haya dicho que es brillante. Aunque se ocupa de la actuación alguna que otra vez, es más que feliz de dejarme la mayor parte del trabajo a mí y de llamarse a sí misma la mente maestra. Pero, si me lo preguntan a mí, creo que lo hace porque se apega demasiado a los casos. Incluso la palabra casos le molesta. “Son personas, August. PERSONAS, con P mayúscula”.

–Ponte en personaje, August. –Patalea sobre el agua, salpicándome en el proceso–. Porque mañana será el comienzo oficial del mayor caso que hayamos tenido.

Le sonrío y me reclino en el agua para que sostenga mi peso. El verano es lo mejor.

CAPÍTULO 2Valentine(Un nombre increíble que me sorprende que se les ocurriera a mis padres)

Mi alfombra para rompecabezas está cubierta de Post-its púrpuras con los detalles de la vida de Ella. Me inclino sobre ellos en la alfombra suave de color beige de mi habitación, mientras mastico el cordón de mi sudadera.

Mi reloj despertador con forma de unicornio y un pitido mágico me despierta, y alcanzo mi mesa de noche para apagarlo sin mirar. Desde que comenzamos con Amor de Verano hace dos años, programo una alarma en los días que trabajamos, no para despertarme, ya estoy en pie a las nueve, bailando y cantando para la fauna silvestre (como dice August), sino para despertar a August, que con gusto dormiría hasta las dos de la tarde sin darse cuenta. No es que él no quiera poner su propia alarma, sino que la pospone hasta el último segundo posible y luego sale de su casa como un monstruo pantanoso desaliñado con buen cabello.

Miro una última vez mis Post-its. Hay algo en este caso que me pone nerviosa, como si me estuviera perdiendo algo importante, y me está volviendo loca. Reviso las redes sociales de Ella y todas mis anotaciones otra vez, pero sea lo que sea me está eludiendo. Así que, con un suspiro, enrollo la alfombra y la devuelvo a su bolsa de lienzo, escondida de mis padres.

Luego tomo mi bolso del brazo de la silla de mi tocador, junto con mi uniforme de catering y salgo de la habitación color lavanda y blanca, una combinación de colores que elegí cuando tenía once años y que todavía me hace feliz. Bajo las escaleras hacia nuestra sala de estar, que parece sacada directamente de una revista Hamptons, con sus tonos beige y azul marino. Los sofás son enormes, el arte es impresionante (o eso dicen los amigos de mis padres), y los premios musicales de mi padre en la pared más lejana siempre provocan admiración.

Entro en la cocina, donde mis padres están sentados a la mesa de desayuno, junto a una gran ventana con vista al mar. Mientras mi padre escribe en su computadora portátil, mi madre está resolviendo un crucigrama en el periódico.

–Buenos días, Valentine –dicen ambos.

–Buenos días, queridos padres –respondo con un abrazo rápido a mi padre. No es mi padre biológico, pero es el que me crio y el que le propuso matrimonio a mi madre apenas seis meses después de que ella descubriera que su FIV había funcionado. Ella ansiaba tener un bebé, pero nunca supo si encontraría un compañero para hacerlo. Le gusta bromear diciendo que él se comportó como si ella lo hubiera embarazado. Y, cuando tuve la edad suficiente para entenderlo, él se ofreció a adoptarme, a lo que yo respondí que aceptaría solo si podía tener su apellido. Él lloró. Y no es que importe, pero cualquiera que nos viera juntos asumiría que compartimos ADN. Aunque se supone que mi padre biológico es italiano y no indio como mi padre adoptivo, tengo el cabello lacio y oscuro y ojos oscuros con pestañas largas que se parecen a los suyos. También tengo la nariz pequeña y los labios en forma de corazón de mi madre.

–Come algo –dice mi padre con una sonrisa, señalando la mesa–. Tu mamá otra vez pidió los bagels buenos y esos croissants de chocolate calientes.

Tomo dos de cada uno, para mí y para August, y avanzo por la mesa para darle un beso en la mejilla a mi madre.

–Siempre pido bagels buenos –protesta ella, una gran conocedora. Incluso lleva el cabello rubio recogido en lo que solo se puede describir como un moño en forma de bagel en la parte superior de la cabeza. En este momento, está demasiado sonriente. No me malinterpreten, mis padres son personas felices, pero su sonrisa es sospechosamente grande.

Los miro a ambos para averiguar si me estoy perdiendo de algo.

–¿En qué fingen trabajar? –le pregunto a mi padre.

–De hecho, estamos trabajando –corrige mi madre con un tono agudo en su voz–. Estamos planificando la fiesta de la empresa de tu padre.

Ahora yo también sonrío. La gran fiesta del trabajo de mi padre es un evento anual fantástico que August y yo esperamos todo el año, también conocido como una barbacoa gigante, celebrada para los colegas productores de mi padre, ejecutivos importantes y algunos de sus mejores clientes. Implica convertir nuestro jardín trasero en un mar de luces blancas y de carpas puntiagudas. Algunos músicos apetecibles acaban por detenerse con sus limusinas en la pequeña tienda de artículos locales o en la de helados artesanales, y son material de chismes durante todo un mes, además de aparecer en los sitios de celebridades.

Pero cuando miro a mi madre, con su crucigrama a medio terminar junto a su taza de café, mis pensamientos vuelven a nuestro caso. La madre de Ella nos dijo que solía resolver el crucigrama del Times con su hija todos los domingos. Ajá, creo que tengo una idea. Saco mi móvil para tomar una fotografía de las respuestas de mi madre, luego me robo los dos bagels con queso crema y los envuelvo en servilletas de papel.

–Ya me voy –anuncio.

–¿Otro catering? –pregunta mi padre y levanta la vista de la pantalla–. Has estado trabajando mucho este año.

–Sip. –Exhibo mi camisa blanca planchada y mis pantalones negros de vestir como evidencia. No me molestaría que se enteraran de Amor de Verano, excepto por el hecho de que me matarían por haberles mentido durante dos años, pero a August le importa. Mucho. Dice que, si mis padres lo saben, su madre también se enterará. Lo que no menciona es que su madre verá la razón por la que empezamos este negocio de inmediato: la hermana de August, Desiree.

Des falleció hace dos años, en un accidente que August analizó de izquierda a derecha y de arriba abajo en busca de respuestas, pero no existían. Se sentía obligado a racionalizarlo, como si el encontrar la respuesta correcta fuera a reducir el dolor o, tal vez, hacerla regresar. Y el análisis siempre lo llevaba al mismo lugar, el novio de Des, Kyle. Pero eso era cuando todavía hablaba sobre ella.

Cuando dejó de hacerlo, creí que se relajaría poco a poco hasta volver a ser él mismo, pero no lo hizo. En cambio, se volvió callado. Dejó teatro, fútbol y lo único que creí que nunca dejaría de hacer: venir a visitarme. Pero ideé un plan para recuperar a mi mejor amigo, enfocado en el tema de su obsesión: relaciones malas. Así nació Amor de Verano Co. Y August el artista de las rupturas se parece al August de cuando Des seguía con vida. Pero el de todos los días sigue cerrado en sí mismo, no cuando está conmigo, claro, pero para el mundo. Ya no confía en nadie.

–Diviértete, Valentine. Avísanos a qué hora vendrás –dice mi madre.

Después de guardar mi botín del desayuno en mi bolsa, miro por la ventana hacia el jardín de Bentley, donde está haciendo lagartijas, otra vez sin camiseta. Por más ridículo que sea, es difícil no apreciar la vista. Después de un saludo rápido a mis padres, salgo al porche por la puerta trasera. Cuando cierro la puerta, Bentley levanta la vista.

–Hola, Bent –saludo con mi mejor actitud amigable mientras atravieso el césped hacia él–. Excelentes lagartijas, amigo.

–Qué tal, Sharma –responde con mi apellido, como si fuera uno de sus compañeros de fútbol–. Lo sé.

Sonrío a pesar de que no dijo nada ingenioso. Él deja el ejercicio para beber agua y secarse la frente con lo que sospecho que es el trapo de cocina de su madre, a juzgar por la inscripción que clasifica el vino y el chocolate como grupos alimenticios principales.

–No te acicales por mí –le advierto, sorprendida por su elección de toalla–. Solo quería avisarte antes de robarme tu periódico.

–¿Por qué avisas antes de robar? –ríe.

–¿Porque soy una ladrona amable? –Me encojo de hombros. Tomo su pregunta como consentimiento y voy rumbo a la casa de August.

–¿Eso fue todo? –pregunta con evidente decepción en su rostro proporcionado–. ¿No me hablarás mientras miras mis abdominales con disimulo? Me siento usado.

Me rio y no me molesto en señalar que hacer eso sería la definición de utilizarlo.

–Envíame una selfie sin camiseta –respondo mientras retrocedo por su jardín–. Se la enseñaré a todas mis amigas y nos reiremos como niñas.

–Sí, claro –replica con dramatismo y vuelve a ponerse en posición. Entonces, doy la vuelta–. ¿Te veré más tarde en la fiesta? –grita mientras me alejo.

–Tal vez –respondo sobre mi hombro, aunque dudo tener tiempo con el caso de Ella. Y, en caso de que lo haya, dudo poder convencer a August.

–Entonces tal vez estoy emocionado –responde. Así es con Bentley: encanto, encanto, encanto, salir durante dos semanas ostentando en público, hacer que todos se sientan incómodos, y luego pasar a la siguiente relación. Bueno para enamorar, malo para comprometerse. Bentley y yo hemos estado bailando esta danza durante cuatro años, pero hace poco se ha vuelto más entusiasta, como si hubiera hecho una apuesta consigo mismo para conseguir que lo bese antes de que me vaya a la universidad. Y, para ser honesta, no me opongo. Los chicos como Bentley están básicamente hechos para besos de verano. No es que alguna vez se lo haya admitido a August, porque probablemente se pondría morado y dejaría de respirar.

Subo la escalera asegurada al costado de la casa de August y empujo la ventana del segundo piso con una mano. Entro a su habitación con facilidad, donde lo encuentro con la cabeza debajo de la almohada, peleando con su gato viejo, que tiene una pata gris sobre su espalda con las garras extendidas. Dejo caer mi bolso en el suelo de madera y disfruto la sensación familiar de haber logrado una entrada impresionante.

La escalera no fue mi idea, pero fue brillante de todos modos. El verano antes del séptimo año, hicimos un maratón de las seis temporadas de Dawson’s Creek, y yo estaba muy inspirada.

–Esos somos nosotros –dije, tendida sobre la cama de August, donde debo admitir que estaba dejando palomitas en su edredón–. Y si le agregas algunos turistas de verano y algunos acentos de Massachusetts, ese es nuestro pueblo. ¿Puedes siquiera creer lo raro que es esto? Oh, Dios mío. ¿Qué pasa si somos muchos, August? Muchas chicas inteligentes, hermosas y sensatas pasando el rato con chicos torpes e ignorantes.

Y, a pesar de que esto es Nueva Inglaterra y el clima es muy impredecible, nadie podía convencerme de lo contrario. Incluso convencí a la habilidosa madre de August para que me construyera una escalera a medida que conecta con la casa, porque, aunque no le tengo miedo a las alturas, tampoco soy una idiota. Y la he estado usando con entusiasmo desde entonces, para decepción de August.

Él no dice hola. En cambio, murmura algo sobre lo injustas que son las mañanas.

–¿Quieres que lo alimente? –ofrezco, señalando a su gato, Swee, aunque él no puede ver el gesto porque sigue boca abajo.

August gime y se saca la almohada de la cabeza.

–¿Estás confabulada con mi gato para despertarme?

–¿Y tú estás planeando ganar el premio al perezoso más gruñón? Son las diez y media.

Él se pasa las manos por el rostro y mira alrededor, somnoliento. Mientras que mi habitación es de colores claros y muebles nuevos, el suyo es de azules oscuros, madera oscura y lámparas antiguas. Su escritorio está cubierto de papeles desordenados, con los que sin duda pasó la mitad de la noche investigando sobre Ella. Su estantería está desbordada de libros de no ficción. Y su suéter favorito de color gris oscuro con botones de madera está colgado sobre su silla de escritorio.

–Exacto. Y no tenemos que estar en la cafetería hasta el mediodía, así que… –Se detiene de forma abrupta cuando me dirijo a su armario–. Tiny –advierte.

Lo miro. Él me mira a mí. Un duelo de miradas.

Él levanta una ceja en señal de advertencia.

–Está bien –digo con un suspiro extenso y levanto las manos en señal de rendición–. Elige tu propia ropa. Como si me importara. –Hago una pausa, pero soy incapaz de contenerme de comentar más–. No me corresponde interponerme entre tú y tus tres trajes favoritos de James Dean, pero creo que vas a necesitar algo más al estilo Holden esta vez. –Saco un par de zapatos náuticos (tomados del armario de mi padre) de mi bolso y los dejo caer al suelo de August, donde impactan con un golpe satisfactorio.

Él los mira con desconfianza mientras entra en su baño para abrir una lata de comida para Swee. Solía alimentarlo abajo en la cocina, pero cuando tienes un gato quebradizo de veinte años cuya vida se basa en descansar en la cama, es más fácil tener la comida cerca. Y que haga el sacrificio de tener un baño maloliente porque eso hace feliz a su gato es un ejemplo perfecto de por qué somos mejores amigos. Le gusta fingir que es muy racional e imperturbable, pero en realidad es la persona más sensible y atenta que conozco.

–Estuve investigando un poco sobre Ella anoche… –dice sobre su hombro.

–¿Leonardo DiCaprio? –exclamo, demasiado emocionada para dejarlo terminar su oración.

–Podría espantarme que sepas lo que estoy pensando, pero recordé que tienes acceso a mi ventana –dice con una sonrisa soslayada.

Pongo los ojos en blanco, sin molestarme en decirle que no necesito espiarlo para estar tres pasos delante de él. Ambos sabemos que soy la mente maestra en esta amistad.

–En fin –continúa, dirigiéndose hacia su armario–. Volví a ver Romeo y Julieta.

Una parte de mí está secretamente encantada de que August estudie a Romeo. No es que no disfrute de una buena comedia romántica o drama romántico (???) en este caso, pero August una vez iba a interpretar a Romeo en el teatro de nuestra ciudad. Y cuando Des murió, no solo renunció a la obra, sino también a la actuación en general. Pensé que no lo vería volver a Romeo ni en un millón de años. Imagino que ahora la sola idea de enamorarse a primera vista y luego estar dispuesto a morir por ese amor le resulta nauseabunda. Yo, por otro lado, estoy cien por ciento a favor de enamorarse locamente.

–Ay. Dios. Mío –celebro con un aplauso–. ¡Por favor, dime que quieres dejar nuestra estrategia de La chica de rosa por la de Amantes Desaventurados!

Su sonrisa creciente lo confirma.

–La madre de Ella nos dijo que está tomando decisiones centradas en sus amigos y en su novio en lugar de en sus propios intereses, ¿verdad? –Hace una pausa, y yo contengo el impulso de interrumpir–. Entonces, estoy pensando en presentarme como el Amante Desaventurado. –Hace una mueca ante la palabra amante, y eso me hace sonreír–. Mejor amigo desaventurado en este caso. En esencia, el opuesto exacto a su relación y grupo social actual. La haré sentir que todo lo que a ella le interesa es importante y factible. Un pintor, no un jugador de fútbol. Alguien que tiene todo, pero no se preocupa en absoluto por la popularidad. Entiendes la idea.

Por un momento, dudo, sorprendida de que quiera involucrar el arte en este trabajo. No ha tocado un pincel desde que su hermana murió. Ya no hay dibujos con líneas en los márgenes de sus notas, ni siquiera un garabato. Una chispa de esperanza atraviesa mi mente y siento el impulso de comentarlo, pero me preocupa que, si hago un gran escándalo al respecto, cambie de opinión. Así que, en lugar de hacerlo, revuelvo mi bolso hasta encontrar mi cuaderno arcoíris, el que tiene todas nuestras listas de Amor de Verano Co.

Encuentro la página que estoy buscando y, de forma inexplicable, mis pies dan dos saltitos de felicidad. Casi nunca usamos esta estrategia, pero siempre fue una de mis favoritas.

 

AMANTES DESAVENTURADOS: presentarse como el opuesto a la situación actual de la persona-caso, hacer que él o ella caiga por tu forma de pensar y tu entusiasmo, lo suficiente para cambiar su situación actual.

August saca un par de pantalones cortos a cuadros y una camiseta de Johnny Cash del armario y se pone los zapatos náuticos que traje. La cuota justa de presuntuosidad para ser convincente y suficiente Johnny Cash para ser genial.

¡La victoria es mía! Nace una estrella en forma de Holden.

Me doy la vuelta para acariciar la cabeza extrañamente plana de Swee mientras August se viste y destapa su desodorante. No es que lo necesite. La temperatura sube por encima de los veinticinco grados y yo huelo a cebolla de inmediato, pero él solo tiene un leve aroma almizclado que lo hace oler familiar en lugar de mal. Es lo más injusto del mundo.

–¿Bien? –pregunta y extiende los brazos para que lo evalúe. Y resulta que es una maravilla. Su camiseta está descolorida de la manera correcta, el rojo a cuadros de sus pantalones cortos es llamativo y su cabello es apenas un poco desordenado.

–Estás super listo para repartir amor –digo.

–Más bien listo para acabar con una mala relación.

–Eso, eso –digo–. El final de una mala relación crea una oportunidad para una buena. Para el amor. Quién sabe, la próxima persona que conozca Ella podría ser su alma gemela.

Él resopla.

Lo señalo, y mis brazaletes neón emiten un tintineo satisfactorio.

–No resople con incredulidad hacia mí, señor. Sé que no cree en las almas gemelas, y estoy aquí para decirle que está completamente equivocado.

–Creo que lo que quieres decir es que estás romantizando –empieza, como si se estuviera preparando para una disertación.

Me tapo los oídos en defensa propia.

–No, no dejaré que te interpongas entre el amor y yo hoy. No hay espacio en mi agenda. –Le lanzo las llaves de mi Jeep Wrangler–. Tú conducirás.

Recupero mi bolsa y salgo por la puerta de su habitación antes de que pueda responder. Sin embargo, al llegar a la cima de las escaleras, sus pasos se detienen en el pasillo detrás de mí. No necesito mirar para saber dónde está, junto a la puerta de Des.

Me doy la vuelta y encuentro que su rostro está en blanco, su entusiasmo de hace treinta segundos desapareció, reemplazado por un campo de fuerza tranquilo e impenetrable al que llamo El Muro. Nadie atraviesa El Muro. Ni siquiera yo en mis mejores días. Limpia el polvo de la manija de la puerta de Des con su camiseta, sin abrir la puerta que, a juzgar por el polvo, no ha sido atravesada en meses; las cosas de Des siguen congeladas en el tiempo detrás de ella hace dos años, listas para provocar lágrimas en quien las encuentre.

Me acerco al lado de August, pero él no me mira, solo sigue mirando hacia adelante en silencio, ensimismado. Suspiro, no por mí, sino para sacarlo de su estado de estatua. Sin embargo, no se da por enterado, y la sensación familiar de quedar atrapada fuera de El Muro surge en mi pecho. Quiero abrazarlo y decirle que también extraño a Des. Quiero gritarle por no compartirme su dolor y citar mi amor por ella y por él como buenas razones para que lo haga. En cambio, me quedo con un nudo en la lengua sin saber qué decir, mirando la pintura en acuarela del nombre de Des con girasoles clavada en su puerta. August la hizo para ella cuando tenía ocho años. Y de inmediato me enojo conmigo misma por no saber cómo hablar de esto con él y por no ser buena para integrarla a nuestra vida cotidiana en lugar de que solo aparezca en momentos incómodos y aislados.

–Des, ¿qué harás después, quiero decir, cuando termines la universidad? –pregunté, señalando todos los folletos universitarios en su mesa de noche–. Siento que tendrás cosas o personas a cargo. O ambas. ¿Alcaldesa, tal vez? –Usé la misma voz sofisticada que mi padre siempre usaba cuando me preguntaba sobre mis metas e intenté verme más alta con mis doce años para enfatizar mi madurez.

Des dio vueltas por su habitación para ponerse un brazalete de plata y una gargantilla negra. Se detuvo frente a su espejo, con el lápiz labial rosa en la mano, y se volvió a mirarme. No importaba lo que estuviera haciendo ni qué tan apresurada estuviera, siempre parecía tener tiempo para mí y para August.

–Es bueno lo de ayudar a las personas, pero la política no es lo mío –comentó, pensándolo con seriedad–. Estaba considerando la idea de ser veterinaria, pero creo que mi corazón es demasiado frágil para eso. ¿Sabes qué siempre he pensado hacer en secreto? –Inclinó la cabeza como si me estuviera confiando un tesoro escondido–. Ser detective de relaciones.

August alzó la vista para evaluar la idea extravagante, de seguro para poder hacer preguntas prácticas al respecto.

–¿Eso es un trabajo? ¿Cómo funcionaría? –preguntó.

Sip, ahí está.

–Lo ves, eso es lo increíble –comentó Des–. No es un trabajo, pero debería serlo.

–Vamos –dice August en voz baja. Es el volumen que te deja callado, que dice que su corazón se está quebrando y, si presionas, se hará mil pedazos.

No hablamos de esa conversación con Des cuando empezamos con Amor de Verano, aunque los dos sabemos que se trata de ella y de enmendar algún error inexplicable de un novio con el que August no puede hacer las paces. Evité mencionarlo desde entonces, pues me preocupa hacerlo antes de que él esté listo y que nuestra empresa también desaparezca detrás del El Muro.

Así que lo sigo en silencio por el corredor, con una mirada rápida hacia atrás. Esto es por ti, Des, pienso.

CAPÍTULO 3August

Tiny tiene los pies descalzos sobre el tablero, su última lista sobre Ella en el regazo y una muñeca adornada con brazaletes de neón colgando por la ventana abierta para disfrutar de la brisa. Aun cuando conduce, lo que es raro, intenta mantener un pie equilibrado con torpeza sobre el tablero. Pero no me molesta conducir, en especial porque casi siempre usamos su Jeep, que es mucho más agradable que el Volvo familiar abollado de hace quince años que comparto con mi madre cuando no está trabajando, que es la mayor parte del tiempo.

–¿Quieres repasarlo una última vez? –pregunta Tiny después de bajar el volumen de la música, pero sin apartar la vista de su lista.

La miro mientras pasamos por un cartel de bienvenida a la ciudad de Ella.

–Esa es la segunda vez que preguntas eso en diez minutos.

Tiny mira hacia arriba, como si no se hubiera percatado de que lo está repitiendo.

–Es el caso más importante que hemos tenido –afirma como si yo no estuviera pensando con claridad–. Y tenemos un plazo innegociable de tres semanas y media para cumplirlo. ¿Recuerdas ese desastre de hace dos navidades? La única vez que usamos Amantes desaventurados, por cierto.

Me reclino en el asiento; estuve esperando que lo mencionara desde que lo sugerí.

–Fue un solo caso. Y no tuvo nada que ver con la estrategia, sino con que éramos inexpertos. Desde entonces, resolvimos todos nuestros casos.

Ella sacude la cabeza como si estuviera completamente equivocado.

–El novio de este caso es una estrella popular, lo que ya es un desafío en sí mismo, tiene un grupo de amigos controladores, también populares, lo que hace las cosas el doble de difíciles, y sigo pensando que me estoy perdiendo de algo importante. –Hace una pausa, pero se queda con la boca abierta, con una idea inconclusa–. Además, es natural que estés un poco oxidado, en especial si no has hablado con nadie más que conmigo durante el último mes. –Lo dice como si fuera una observación casual, pero Valentine no hace observaciones casuales.

Nos detenemos en un semáforo en rojo, y me vuelvo para mirarla, a punto de señalar lo poco sutil que está siendo, pero lo pienso mejor.

–¿Qué? –pregunta, con los ojos grandes para fingir inocencia (tampoco sutil)–. No lo has hecho.

Me encojo de hombros, convencido de que quiere tener una conversación sobre mi falta de socialización, una que preferiría evitar. Tiny siempre encajó. De hecho, hubo un momento en el que estaba invitada a tantas salidas que me preocupaba que pudiera cruzarse al lado popular y olvidarme, pero nunca lo hizo. Y, a medida que su popularidad comenzó a aumentar, la mía se desplomó.

–Lo que quiero decir es que no te vendría mal ser más sociable –dice, como si hubiera leído mis pensamientos y decidido contradecirlos–. Aunque sea un poquito más, como ir a la cafetería un sábado por la mañana cuando está todo el mundo o caminar por el puerto el viernes por la noche. Podrías disfrutarlo, nunca se sabe.

–Me temo que no soy tan genial –argumento, pero Tiny sacó la cabeza de su cuaderno y está enfocada en mi rostro.

–En realidad, no eres poco genial para nada.

Suelto un suspiro, porque conozco esa mirada y sé que significa que hablaremos de esto, quiera yo o no.

–Tienes que admitir que nadie diría que soy genial. Nunca. Nadie corta las correas de mi mochila o vuelca mi bandeja de almuerzo, pero tampoco me prestan atención. Soy ese chico callado que se sienta en la parte de atrás de la clase. Pero, oye, se me da bien.

–Sí, pero así no eres tú. Mírate –gesticula hacia mi ropa–. Ante la mínima oportunidad, interpretas un personaje como un experto, hablas con chicas y enfrentas a idiotas sin parpadear. ¿Sabes qué pienso, August? Que estás escondiéndote.

Sus mejillas están sonrojadas, y aferra su cuaderno con fuerza. Aunque su tono es tranquilo, la conozco lo suficiente para saber que lo que dijo la puso nerviosa, lo que a su vez me pone nervioso a mí. Aunque no me pica, me rasco la nuca, esperando que deje el tema y podamos volver a disfrutar del día.

–Cuando te detuviste en la habitación de Des antes de que nos fuéramos… –comienza, pero hace una pausa en mitad de la idea.

O no.

–Des nunca perdía una oportunidad para hablar… con cualquiera, por cualquier motivo. –Sonríe, pero es una sonrisa triste–. Antes…

–No –digo en voz baja para interrumpirla antes de que pueda decirme cómo era yo antes de que Des muriera. Ella aparta el cabello de su rostro.

–Lo siento, solo pensé que podrías querer hablar de ella.

–Sí, no. Bueno, no lo sé –digo tropezando con las palabras.

Tiny se queda en silencio, esperando a que continúe, pero no lo hago. Y, como suele pasar ante la mención de Des, nos quedamos en un silencio incómodo. Ambos miramos la playa llena de gente y el océano de fondo por la ventana.

Después de un momento, Tiny vuelve a enfocarse en su lista.

–Además –dice, como si esta conversación nunca hubiera ocurrido–, ¿recuerdas cuando la madre de Ella dijo que, hasta hace un año, solían resolver el crucigrama del periódico del domingo juntas? Pensé que podría ser una buena forma de conectar con ella –explica–. Copié algunas de las respuestas de mi madre para ti.

Señala el periódico enrollado dentro de su bolsa.

–Claro, porque hacer un crucigrama grita “Sé mi amiga, soy genial” –comento, al tiempo que giro hacia la calle principal en la ciudad elegante de Ella, llena de escaparates de ladrillos y boutiques de lujo.

–Sí que lo hace –insiste, y se mete el último trozo de bagel en la boca, con lo que deja migajas por todo el asiento–. Solo tienes que ser creativo. Tal vez puedes combinar tu amor por los crucigramas con tu amor por los horóscopos. –Su sonrisa se torna burlona cuando le lanzo una mirada de advertencia. Estaciono en un lugar a media calle de la cafetería, y Tiny me pasa el periódico–. ¿Qué opinas de esto? Si me equivoco con lo del crucigrama, te invito a almorzar.

Resoplo, porque sabe que no puedo rechazar una apuesta.

–Hecho –afirmo y me meto el periódico debajo del brazo.

El teléfono de Tiny emite un pitido, y ella lo mira.

–Mensaje de la madre de Ella. Dice que Ella acaba de salir de casa con las chicas.

Sé que no hay prisa, pero salgo del Jeep de todos modos, listo para comenzar.

–¡Espera! –dice ella en cuanto mis pies tocan el pavimento, saca un cuaderno de arcoíris desgastado de su bolsa y lo abre en la primera lista que hizo cuando decidimos empezar con Amor de Verano Co.

 

NORMAS DE COMBATE

Acercarse a la persona-caso en grupo. Ganarse su interés sin presionar

al caso

a la persona.

Conseguir una invitación a una fiesta o evento social de parte de un amigo

del caso

de la persona (¡Sin coquetear! Causará dramas).

Ganar confianza y crear un vínculo con

el caso

la persona hablando de cosas que le interesen.

 

Levanta el cuaderno.

–Bésalo para buena suerte –dice inclinada sobre la consola.

–No lo haré.

Se encoge de hombros y lo besa ella misma.

–Está bien, pero ¡tráeme un mocca helado si quieres seguir con esta amistad! –grita mientras me alejo.

La acera está llena de familias conversando y personas comiendo en mesas al aire libre. La energía del sábado es contagiosa y me siento un poco más animado al respirar el aire salado.

Esquivo a un perro peludo en la acera y empujo la puerta del Beach Brew. Las campanitas de la entrada tintinean, y me recibe el aroma a pastelería, chocolate caliente y café. Escaneo el espacio pequeño y popular, decorado con madera flotante y un mosaico hecho de conchas. La mayoría de los asientos están ocupados, excepto por un par de taburetes junto a la ventana y una mesa de cuatro.

Las esquinas de mi boca se elevan cuando comienzo a elaborar un plan. Dejo el periódico y mi teléfono en la mesa de cuatro y me dirijo al mostrador para indicarle mi orden al chico desinteresado que atiende, que lleva tirantes negros y jeans ajustados. Parece notablemente fuera de lugar en la cafetería con temática náutica, como un recordatorio luminoso de que la arena se queda en lugares indeseados si usas la ropa equivocada para la playa.

Me desplazo hacia la parte del mostrador donde entregan las bebidas, vigilando la ventana y repasando lo que sé sobre Ella.

–Holden –anuncia el chico de los tirantes sin entusiasmo y coloca un mocca helado y un café negro en el mostrador. Mientras retiro las bebidas, tres chicas se acercan a la puerta de la cafetería, una con el cabello rubio por encima de los hombros y un andar decidido, que sé por mi investigación que es Amber, la habladora y autoproclamada líder del grupo; una chica alta con trenzas recogidas en un moño alto llamada Leah, la más segura de las tres; y Ella, con su cabello castaño ondulado suelto sobre espalda y una expresión exhausta.

Tomo mis bebidas, me deslizo en un asiento en la mesa de cuatro y saco mi teléfono.

 

August: Están aquí

Tiny: Din, din, din, din

Yyy ¿ya viste la genialidad del periódico?

August: Shh

Tiny: Jamás.

Si pierdes esta apuesta (lee esto cuando lo hagas), haré que me lleves a almorzar a Bob’s. ¡Silencia eso, Holden McDreamy!

 

Es un hecho que todos los chicos de nuestra escuela irán a almorzar al restaurante Bob’s Beachfront Diner, donde tienen la ventaja de poder pasar de comer frituras y pavonearse a meterse al océano y después pavonearse un poco más.

Levanto la vista cuando no escucho el tintineo de la puerta y noto que las tres chicas se quedaron en la acera. En lugar de entrar con Ella, Amber y Leah siguen de largo.

Mierda. Regla número uno: acercarse al objetivo en grupo.

 

August: Ella está sola.

Tiny: ¡CUIDADO! ¿Recuerdas que pasó con el caso de Brad? Hablé con él a solas, su novia creyó que estaba coqueteando y tardé una semana en revertirlo.

 

Miro la mesa para cuatro que reservé y frunzo el ceño. Pensaba ofrecérsela a Ella y a sus amigas y usarlo para entablar conversación, pero ahora podrá ubicarse en uno de los taburetes disponibles en la ventana.

Ella ordena su bebida, de un nombre largo e intrincado, que hace que me pregunte cómo es que existen cinco sustitutos para una bebida de solo tres ingredientes. La observo de reojo, con cuidado de no levantar la vista de mi móvil.

 

August: Lo que recuerdo es que Brad intentó besarte, le erró a tu boca y acabó por lamerte la mejilla.

Tiny: No quiero volver a hablar contigo.

 

Como lo predije, Ella va rumbo a la ventana, perdida en sus pensamientos, con el café en una mano y el bolso de playa en la otra. Al sentarse, cuelga el bolso en el respaldo del taburete, abre su computadora y comienza a escribir de inmediato. Mientras la observo, pienso cómo llamar su atención sin hacer algo estúpido que la convenza de que intento coquetear con ella.

Entonces, la campana de la puerta tintinea para anunciar la llegada de una familia con dos hijos, que se detiene a ver dónde ubicar la carriola antes de ordenar. Es mi oportunidad de recuperar mi papel de caballero.

–Pueden sentarse aquí –les ofrezco en voz alta para que puedan escucharme y en un tono alegre que inspira miradas de aprobación de los demás clientes.

Sin embargo, Ella no nota mi gesto desinteresado. Misión fallida.

–Eres muy amable, y tendré que aceptar –responde uno de los padres. Así que tomo mis dos bebidas, les sonrío a los padres que intentan ubicar a los niños y me dirijo al taburete junto al de Ella.

–¿Este lugar está libre? –le pregunto mientras ella mira su computadora.

–Ajá –balbucea sin levantar la vista ni sonreír. Está inclinada hacia adelante, con el ceño fruncido por la concentración y escribiendo sin parar. Conozco esa expresión, es la misma que tiene Tiny cuando trabaja en sus listas, por lo que sé que cualquier cosa que le diga en este momento será ignorada.

Mi móvil vibra.

 

Tiny: