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Abby Hart, una conocida columnista londinense cuyos artículos versaban sobre las relaciones amorosas, ocultaba un gran secreto que no podía revelar a nadie: su prometido, el hombre perfecto, era ficticio y, además, ella era virgen. Cuando la invitaron a una famosa fiesta con fines benéficos, a la que debía ir acompañada de su prometido, no tuvo más remedio que pedir ayuda a Luke Shelverton. Después de la trágica muerte de su novia, Luke se negó a hacerse pasar por el prometido de Abby. Al final, para evitar que la reputación de ella sufriera un daño irreparable, aceptó hacerse pasar por su novio. Pero la inocencia y fogosidad de Abby le hicieron sucumbir a sus encantos…
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Seitenzahl: 177
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Melanie Milburne
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Falsas relaciones, n.º 2654 - octubre 2018
Título original: A Virgin for a Vow
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-004-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ABBY solo disponía de un día para responder a la invitación a la fiesta. Un día. Veinticuatro horas. Mil cuatrocientos cuarenta minutos. Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Y si no conseguía un «novio» rápidamente estaba perdida.
Completa y absolutamente perdida.
Sentada detrás de su mesa de despacho, contempló la dorada y negra invitación.
Señorita Abby Hart y prometido
Estaba en pleno ataque de pánico. No podía presentarse sola a la prestigiosa fiesta de la primavera, con fines benéficos, de la revista Top Goss and Gloss’s. Era el acontecimiento más importante de toda su carrera profesional. La lista de espera para comprar entradas era de tres a cuatro años. Algunos de sus compañeros de trabajo, con más años de experiencia que ella, nunca habían recibido aquella invitación. Era un gran logro haber sido designada «invitada de honor» a la fiesta. Un éxito. Imposible no asistir. Su jefe había insistido en que, por fin, había llegado el momento de revelar a los fans de Abby quién era su novio. Si se presentaba sola a la fiesta perdería su trabajo con toda seguridad.
Todo el mundo creía que Abby estaba prometida con su amigo de la infancia, tanto en el trabajo como en los medios de comunicación social. El planeta entero creía que estaba prometida. Pero no tenía un amigo de la infancia que fuera su novio y, desde los cinco años, había pasado la niñez de una casa de acogida a otra.
–Abby, ¿tienes tiempo para…? ¡Eh, no me digas que todavía no has respondido a la invitación! ¿No tenías que haber dado tu respuesta hace una semana? –le preguntó Sabina, de la sección de moda, con el ceño fruncido.
Abby fingió una sonrisa.
–Lo sé, pero es que mi novio no me ha contestado todavía. Tiene muchísimo trabajo y…
–Pero te va a acompañar a la fiesta, ¿verdad? –dijo Sabina–. Eso es lo que hace un novio, ¿no? Y se supone que por fin, en la fiesta, todo el mundo va a enterarse de quién es tu Príncipe Azul. Me encanta que lo llames así en tus artículos y tu blog, le has dado un aire misterioso y has despertado auténtica curiosidad en la gente.
Abby había logrado mantener la identidad del Príncipe Azul en secreto porque no existía en la realidad, solo en su imaginación. Su columna semanal y su blog trataba sobre las relaciones, daba consejos al respecto: hablaba del verdadero amor, trataba de ayudar a las personas a conseguir finales felices. Contaba con cientos de miles de lectores y millones de seguidores en Twitter.
Y todos creían que tenía novio y que se iba a casar con su hombre perfecto. Incluso llevaba anillo de compromiso para que no hubiera dudas. No era un brillante, sino una circonita, pero de tan buena calidad que nadie había notado la diferencia, y llevaba dos años y medio luciendo en su dedo.
–No, no, no me haría eso –a veces le asustaba la facilidad con la que mentía.
–Me habría encantado que me invitaran a la fiesta –dijo Sabina con un suspiro–. Estoy deseando conocerle. Estoy segura de que es por eso por lo que os han invitado a sentaros en la mesa del jefe. Todo el mundo quiere conocer a ese hombre tan maravilloso.
Abby continuó sonriendo, pero el estómago le dio un vuelco. Tenía que inventarse algo. Tenía que conseguir, como fuese, un hombre que se hiciera pasar por su prometido.
Pero ¿quién?
Justo en ese momento recibió un mensaje en el móvil de su mejor amiga, Ella Shelverton.
Su mejor amiga, que tenía un hermano mayor que ella.
¡Ya estaba! La solución perfecta. Pero… ¿aceptaría Luke a acompañarla? La última vez que le había visto había sido hacía seis meses, una noche en la que él se comportó de forma muy extraña, por decirlo de alguna manera. Ella nunca había estado tan cerca de Luke físicamente. Luke siempre se mostraba algo distante y arisco, lo que era comprensible ya que aún no había superado la trágica muerte de su novia, que había muerto cinco años atrás. Sin embargo, aquella noche, cuando ella se había presentado en su casa para recoger una cosa que Ella le había dejado allí el día anterior, Luke, ebrio había apoyado la cabeza en su hombro y, al final, ella le había tenido que llevar a la cama. Una vez en la cama, Luke le había tomado una mano y, con la otra, le había acariciado la mejilla tiernamente; después, cerró los ojos y se quedó dormido.
Cada vez que Abby recordaba el incidente, sentía un curioso cosquilleo en el cuerpo.
–¿Es un mensaje de tu novio? –preguntó Sabina inclinándose hacia delante–. ¿Qué dice? ¿Va a ir contigo a la fiesta?
Abby cubrió con la mano la pantalla del móvil.
–Una de las reglas de Abby es no enseñar a sus amigas los mensajes de su novio, son íntimos.
Sabina lanzó un profundo suspiro.
–Ojalá tuviera un novio que me enviara mensajes. Ojalá tuviera lo que tienes tú, Abby. En realidad, todo el mundo quiere lo que tienes tú.
«¿Qué es lo que tengo exactamente?»
–Sabina, eres una persona maravillosa que merece ser feliz. No puedes permitir que una mala experiencia con un desgraciado…
–Y un sinvergüenza. Aunque no estoy segura de que lo de la pelirroja no fuera pura invención.
–Como tú digas. Pero lo que interesa aquí es que eso no te impida encontrar un hombre cariñoso y extraordinario que está justamente esperando una chica tan maravillosa como tú –declaró Abby.
Sabina sonrió.
–No me extraña que seas la mejor columnista del corazón de todo Londres. Siempre das la respuesta perfecta.
Tras pensarlo mucho, Abby decidió presentarse de improviso en casa de Luke, en el barrio de Bloomsbury; no quería darle la oportunidad de negarse a recibirla alegando estar muy ocupado con el trabajo. Luke siempre estaba trabajando en algún proyecto de ingeniería médica, era un profesional de gran reputación a nivel mundial.
Abby le había hecho prometer a Ella no decirle nada a su hermano respecto al plan. A Ella le había encantado la idea de que su hermano la acompañara a la fiesta; lo que no era extraño, ya que Ella hablaba con frecuencia de lo mucho que deseaba que Luke volviera a tener una vida social activa.
Y como sabía que a Luke le gustaba mucho el dulce casero, Abby se presentó en su casa con una caja de galletas de chocolate y nueces de macadamia recién salidas del horno de su cocina.
Con la caja de galletas debajo de un brazo y sujetando el paraguas con la otra mano, Abby llamó a la puerta. Tuvo que insistir varias veces. Sabía que Luke estaba en casa porque vio luz en la ventana del estudio de él y también en el cuarto de estar.
«¿Y si tiene visita?»
«No».
Luke no recibía visitas desde la muerte de su novia, Kimberley, hacía cinco años. Aunque a él nunca le habían gustado mucho las fiestas, desde su muerte se había encerrado en sí mismo completamente. También se había convertido un adicto al trabajo. Una pena, porque podría ser muy divertido si se relajara un poco.
Por fin, oyó pasos al otro lado de la puerta y apartó el dedo del timbre.
Al verla, Luke frunció el ceño.
–Ah, eres tú –dijo él.
–Me alegro de verte, Luke –dijo Abby–. ¿Puedo pasar? Hace un poco de frío.
–Sí, pasa –respondió, aunque su expresión claramente mostraba reticencia.
Abby entró en la casa y cerró el paraguas; por suerte, la alfombra absorbió inmediatamente el agua.
–¿Te pillo en mal momento?
–Estoy trabajando…
–Hay otras cosas en la vida además del trabajo, por si no lo sabes –declaró Abby buscando con la mirada un sitio donde dejar el paraguas.
–Dámelo antes de que me rompas algo –dijo Luke extendiendo una mano.
Luke dejó el paraguas en un paragüero cerca de la puerta.
–¿Y Ella? ¿No ha venido contigo?
–Esta tarde tenía una reunión de padres en el colegio –contestó Abby–. Se me ha ocurrido pasarme para ver cómo estabas.
–Como ves, estoy bien.
Durante el embarazoso silencio que siguió, Abby se preguntó si Luke estaría recordando aquella noche. ¿Pensaba en ello alguna vez? ¿Se acordaba de lo que pasó? ¿Se acordaba de que había apoyado la cabeza en su hombro y de cómo le había acariciado el rostro, como si hubiera estado a punto de besarla?
Luke la miró como si fuera un objeto de estudio, como lo haría un científico al examinar algo a través del microscopio. Luke era la única persona que la miraba así y eso la ponía nerviosa. Era como si reconociera a la niña abandonada y asustada que ella había tratado de olvidar años atrás.
La niña a la que nadie conocía.
Nadie.
–Abby, estoy muy ocupado en estos momentos y…
Abby le dio la caja de galletas.
–Toma, las he hecho para ti.
Luke agarró la caja.
–¿Por qué?
–Son tus galletas preferidas. Están recién salidas del horno.
Luke lanzó un paciente suspiro y dejó la caja encima de la consola de la entrada. Después, la llevó al cuarto de estar y le indicó con un gesto de la mano que se sentara en el sofá, pero él permaneció de pie.
–¿Qué es lo que quieres?
–Eres un poco brusco, ¿no te parece? Estás suponiendo que, por el hecho de haber venido a tu casa con unas galletas quiero algo a cambio –dijo Abby cruzándose de brazos.
Cuando los ojos azul oscuro de Luke se clavaron en los suyos, Abby sintió un cosquilleo en el vientre. Él carraspeó y se pasó una mano por una mandíbula con barba incipiente. Le sorprendió verle así; normalmente, Luke iba siempre afeitado. Pero no le desagradó, sino todo lo contrario.
Lo que era aún más sorprendente, porque Abby había aprendido a no prestar atención a Luke Shelverton. Era el hermano de su mejor amiga. Intocable. No obstante, estaba contemplando con excesiva admiración los bonitos rasgos de él. Los ojos azul zafiro de Luke estaban rodeados de pestañas negras bajo cejas igualmente negras, pero su cabello era castaño oscuro y, en esos momentos, lo tenía revuelto. Luke tenía anchas espaldas y caderas estrechas, y un abdomen con marcados músculos. Era un hombre de ensueño. Era un hombre digno de una escultura de Miguel Ángel.
–Abby, respecto a aquella noche… –dijo él.
–No he venido por lo de esa noche –lo interrumpió Abby–. Me interesa otra noche. La noche más importante de mi vida –Abby respiró hondo y soltó el aire con fuerza–. Necesito que me hagas un favor. Necesito un novio, un prometido, por una noche.
Ya. Por fin. Había confesado.
Luke se quedó inmóvil. Parecía de piedra.
El mismo cuarto de estar parecía haberse quedado sin aire.
Por fin, Luke respiró hondo y se acercó al mueble bar.
–Voy a hacer como si no te hubiera oído. ¿Te apetece beber algo antes de marcharte?
Abby se sentó en el sofá y cruzó las piernas como si se dispusiera a pasar allí toda la tarde. No iba a marcharse sin conseguir su objetivo.
–Una copa de vino tinto –el vino blanco no le servía para la ocasión. Y, por supuesto, no estaba de humor para beber champán.
Al menos, hasta lograr convencer a Luke.
Luke se acercó a ella con la copa y se la dio. Abby hizo un esfuerzo por no rozarle los dedos y, en el intento, ambos soltaron la copa que acabó cayéndosele en el jersey nuevo azul mezcla de algodón y cachemira. Bueno, no era completamente nuevo, lo había comprado en una tienda de segunda mano a un precio ridículo, pero era de cachemira.
–¡Vaya! –Abby se levantó del sofá y, al hacerlo, a parte de casi tirar a Luke al suelo, manchó la alfombra color crema y el sofá–. Oh, no…
Luke, con sus fuertes manos, la sujetó por los brazos. La sensación de los dedos de él en su cuerpo, a pesar de la ropa, fue electrizante. Luke, como si hubiera sentido la misma descarga, la soltó inmediatamente y se sacó un pañuelo del bolsillo. Durante un momento, ella creyó que Luke iba a secarle los pechos, pero él pareció recuperar la compostura y le dio el pañuelo.
–No te preocupes por la alfombra y el sofá, están tratados con un protector contra las manchas –dijo él con voz muy ronca.
Abby se secó el pecho e intentó ignorar lo cerca que estaban el uno del otro. Olió la lima de la loción para después del afeitado de Luke y algo más, algo completamente viril. Pudo ver los puntitos negros de la incipiente barba rodeando esa boca digna de una escultura. Y deseó tocarla para ver si arañaba tanto como parecía.
Hizo una bola con el pañuelo manchado y con la otra se separó el tejido mojado del jersey del cuerpo.
–¿Podrías darme algo para ponerme? Me gustaría aclarar el jersey antes de que se fije la mancha.
–¿Por qué no te pones el abrigo?
Abby sopló.
–Este jersey me ha costado el sueldo de una semana –no estaba dispuesta a admitir que era un jersey barato de segunda mano–. Y no digamos nada de mi sujetador.
El sujetador no era de segunda mano y le había costado una fortuna, jamás llevaría ropa interior que había sido usada por otra. Eso ya lo había hecho de pequeña.
Luke frunció el ceño.
–Increíble.
–¿Qué? ¿Qué has dicho? Trabajo en una revista de modas, tengo que ir bien vestida. No puedo ir por ahí vestida con andrajos.
–¿No te hacen descuentos?
–No soy editora. Escribo una columna semanal sobre las relaciones de pareja.
–Acompáñame –dijo Luke, y la hizo salir del cuarto de estar para llevarla al cuarto de baño del piso bajo–. Espera aquí, voy a subir por algo para que te pongas.
Abby cerró la puerta del baño y se quitó el jersey. Se miró el sujetador. ¿Por qué llevaba ese blanco virginal en vez del rojo?
«¿Porque eres virgen?»
«No quiero pensar en eso».
Y entonces se preguntó… ¿cuánto tiempo hacía que Luke no se acostaba con nadie? ¿Había tenido alguna relación después de la muerte de Kimberley? Cinco años de celibato eran muchos años para una persona acostumbrada a una vida sexual plena. Estaba segura de que así había sido. Los hombres tan atractivos como Luke Shelverton no tenían que esforzarse para encontrar amantes. Con una sola mirada podía conquistar a cualquier mujer.
Cuando Luke llamó a la puerta del baño, Abby se cubrió los pechos con una toalla y abrió. Luke le pasó un jersey de lana fina del mismo color que sus ojos.
–Es muy grande, pero no tengo nada de tu tamaño.
Abby agarró el jersey y se lo pegó al pecho, por encima de la toalla.
–Ella me dijo que creía que todavía tenías ropa de Kimberley.
–¿Esto de hacerme pasar por novio tuyo es algo que Ella y tú habéis fraguado? –preguntó Luke, el azul de su mirada se tornó gélido.
–No. Ha sido idea mía, pero a Ella le ha parecido bien. Dijo que ya era hora de que hicieras algo a parte de trabajar. Y como Ella y tú sois los únicos que sabéis que no tengo novio, eres, en cierto modo, el único que puede ayudarme.
–¿Y tu familia? ¿No lo saben?
Familia. Otro aspecto de su vida que había falseado. Ni siquiera Ella sabía la realidad de su infancia. Abby no tenía familia y no quería que sus amigos, y menos sus fans, supieran que se había criado en casas de acogida. La última familia con la que había estado había sido la mejor, pero tampoco había mantenido el contacto con ninguno de sus miembros después de salir del sistema de acogida.
Ni siquiera su apellido era el verdadero porque tenía mucho que ocultar. No quería que nadie buscara en Internet y descubriera que su verdadera madre había sido una prostituta adicta a las drogas y que su padre biológico estaba en la cárcel por agresión con arma blanca. Estaba avergonzada de sus padres. No quería recordar su infancia, carente de cariño y seguridad.
No quería.
Era mejor guardar ciertas cosas en secreto.
–Claro que lo saben –respondió Abby esquivando la mirada de él–. Pero ellos no pueden hacer nada. Eres la única persona a la que le puedo pedir este favor.
–Lo siento, Abby, pero vas a tener que buscarte a otro.
A Abby se le olvidó el sujetador manchado de vino y devolvió el jersey a Luke.
–Luke, sé que lo has pasado muy mal estos últimos cinco años, pero… ¿en serio no te apetece salir una noche por ahí como hace la gente normal?
Luke clavó los ojos momentáneamente en el sujetador de ella; después, alzó la mirada de nuevo.
–¿Qué tiene de normal mentir a millones de personas diciendo que tienes una relación, cuando no la tienes?
Abby agarró su jersey, encima del mostrador en el que estaba empotrado el lavabo, y se lo puso con furia.
–Te diré lo que es normal. Lo que es normal es ayudar a los amigos cuando están en un apuro. Sin embargo, desde la muerte de Kimberley, no has hecho más que apartarte de tu familia y tus amigos sin tener en cuenta que son estos los que pueden ayudarte a superar el trauma. Además, hay gente que te necesita, Luke. Ella y tu madre te necesitan, y yo también.
–Creo que has dicho suficiente –respondió Luke apretando los labios.
No, no había dicho todo lo que quería y no iba a renunciar a su plan. Tenía que convencerle de que la ayudara.
–Mi carrera está en juego, Luke. No puedo ir a la fiesta sin mi supuesto novio. Me despedirían de inmediato si se enteraran de que lo he inventado. Quiero ayudar a recaudar fondos para esta obra benéfica. Van a ir patrocinadores dispuestos a pagar cientos de libras, incluso miles, por verme con mi novio. Tienes que ayudarme, Luke. Tienes que acompañarme a la fiesta. ¡Tienes que hacerlo!
Luke, con los brazos cruzados y aspecto inamovible, sacudió la cabeza mirándola como a una niña en plena rabieta.
–No.
Una profunda desesperación se apoderó de ella. Mucha gente iría a la fiesta. Gente importante. Estrellas del cine, gente famosa, incluso quizá algún miembro de la realeza.
La gente esperaba ver a Abby con su novio. Presentarse sola a la fiesta era impensable. ¿Por qué Luke se negaba a hacerle ese pequeño favor?
Abby salió del cuarto de baño pasando por delante de él y volvió al cuarto de estar, donde había dejado el bolso y el móvil.
–En fin, creía que eras mi amigo; pero, evidentemente, estaba equivocada.
–Te has puesto el jersey del revés –dijo él con expresión fría.
Abby se miró el jersey y contuvo un gruñido. ¿Por qué era tan patosa en presencia de Luke? No ayudaba a su causa comportarse como una payasa. Dejó el móvil, se sacó las mangas, dio la vuelta al jersey y se lo colocó bien.
–Ya está. ¿Contento, don Perfecto?
¿Don Perfecto?
Luke clavó los ojos en sus labios momentáneamente; después, volvió a mirarla a los ojos como si estuviera luchando contra sí mismo.
–¿Por qué no le has dicho nada a Ella sobre aquella noche?
–¿Cómo sabes que no se lo he contado?
–Lo habría mencionado si lo hubieras hecho.
Abby lanzó un suspiro.
–No quería que se enterase de que estabas ahogando tus penas en alcohol. Ya está suficientemente preocupada por ti.
–No estaba borracho –dijo Luke, que parecía sorprendido–. Tenía una migraña.
–¿Una migraña? –Abby frunció el ceño–. Pero yo vi una copa vacía encima de…
–Me había tomado una copa al terminar de trabajar y eso me provocó la migraña. Me dan de vez en cuando.
¿Sabían la hermana y la madre de Luke que este padecía migrañas? Abby le miró la boca y después los ojos. ¿Había imaginado que Luke había estado a punto de besarla? ¿Había querido ella que Luke la besara?
Sí, claro que sí.
–¿Te acuerdas de lo que pasó esa noche? –preguntó Abby–. ¿Te acuerdas de algo?
–No mucho. No hice ni dije nada indebido, ¿verdad?
Abby no pudo controlar el impulso de pasarse la lengua por los labios, que los tenía muy secos. La mirada de él siguió los movimientos de su lengua.
–¿Te refieres a si te insinuaste?
Una sombra de preocupación ensombreció el rostro de él.
–Por favor, dime que no lo hice.