Fantasía - Confesiones íntimas de una mujer 4 - Anna Bridgwater - E-Book

Fantasía - Confesiones íntimas de una mujer 4 E-Book

Anna Bridgwater

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2019
Beschreibung

"Sobre la serie "Confesiones íntimas de una mujer": "Quiero contarte la historia de mi vida. O al menos una parte de ella. Una parte de mi vida que es mi verdadero yo, pero que está escondida. Mi vida sexual. Eso, para lo que fui creada. Lo que mejor hago". El mundo está lleno de hombres y el narrador en primera persona de esta serie es un Don Juan en femenino que simplemente no puede negarse. Eva ama a su marido y a sus hijos, pero para ella no son suficiente. Su vida deja de tener sentido sin el sentimiento excitante de una nueva aventura, así que siempre que tiene la oportunidad de una experiencia erótica, la aprovecha. La protagonista de esta serie, Eva, está inspirada en una persona real de carne y hueso. Luego de mantener conversaciones con esta mujer, la autora, Anna Bridgwater, ha escrito su historia como testimonio de la vida secreta que lleva en paralelo a su cotidianidad con su marido y sus hijos."-

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Seitenzahl: 49

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Anna Bridgwater

Fantasía

Confesiones íntimas de una mujer: Parte 4

LUST

Fantasía – Confesiones íntimas de una mujer: Parte 4

Original title:

Fantasi – en kvindes intime bekendelser 4

Translator: LUST

Copyright ©2017, 2019 Anna Bridgwater and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726273168

1. E-book edition, 2019 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Fantasía

Confesiones íntimas de una mujer: Parte 4

A veces el deseo me llena tanto que temo que se pueda notar en mi rostro. Luego de mi aventura con Carl, por varios meses, pasé horas imaginando que me acariciaba la piel sobre mis pantis de nylon, recorriendo el delineado de mis músculos con la punta de sus dedos, y finalmente, deslizaba sus manos  por debajo de mi falda hacia mi cintura. Lo imaginaba explorando las curvas sensibles detrás de mis rodillas y sentía mis mejillas sonrojarse. Durante las reuniones con los maestros en la escuela, en la cafetería de la oficina y en mi cocina, estaba obsesionada con un hombre que no pertenecía a ninguno de esos lugares. Un amante que hacía mucho tiempo que no veía.

«Una avalancha arrasando mi carne». Es un verso de un poema que leí en la escuela. No me acuerdo del nombre del poema, pero la sensación es familiar. Simplemente tenía que reconocer que el hombre que inició la avalancha no era el hombre con el que estaba viviendo y al lado de cuyo cuerpo me recostaba por las noches. Y aún así, mi marido también era una fuente de deseo y placer. El sueño de un nuevo hombre despertaba un tipo de deseo que fluía con ímpetu por mi cuerpo y que podía explorar. El otro tipo de deseo crecía en la seguridad y familiaridad de la vida cotidiana con el hombre con el que me había casado. Randall.

Una noche que estaba leyendo en la cama, él llegó. La única luz en la habitación era un cono amarillo que venía de la lámpara de mi mesita de noche. Se recostó a mí lado en la habitación a media luz. Apoyado sobre un codo, levantó mi camisón por encima de mis pechos. Por algunos minutos, se limitó a mirarme, luego se reclinó sobre mí y besó mi estómago. Observó mi cuerpo. Su mirada recorrió las líneas de mis caderas y mis pechos. Mi mirada la siguió y se dirigió a mi cuerpo, mi estómago y mi reveladora ropa interior negra. Apoyé mi mano sobre el montículo donde el vello púbico levantaba la fina tela. Mi área íntima estaba escondida, pero era el foco de toda nuestra atención.

Cuando era más joven, pensaba en mis genitales como una grieta. Eso era lo que podía ver cuando me aprontaba para tomar una ducha y me miraba al espejo del baño. Una suave piel de mazapán con una grieta estrecha entre mis muslos. Ahora que he tenido años para conocer mi cuerpo, sabía que el vello crespo que había aparecido cuando adolescente no escondía una grieta o rajadura, sino una cueva oculta llena de secretos capaces de tragar a un hombre en una oscuridad apretada y caliente. Cuando me abrí, no fue como la apertura de una grieta, sino como la de una cueva densa y cambiante hecha de seda.

Esa noche en la cama, moví mi mano y acerqué a Randall para poder sentir su cálida piel y su deseo a través de las dos capas de ropa interior, la suya y la mía. Su zona firme contra mi parte baja me excitaba y con rapidez me moví debajo de él, tela contra tela, dos cuerpos calientes y anhelantes que no sentían nada más que el uno al otro. Él se elevó, arrancó nuestra ropa interior y yo me abrí para él. Usé mi mano para guiarlo adentro de mí. La luz tenue de la habitación se unió a la oscuridad de mi cueva interior, y todo lo que existió a partir de entonces fueron dos cuerpos ávidos tragándose uno al otro. El deseo palpitante se intensificó y culminó en la suave nada que sobrecoge todos los sentidos. Cuando nos dormimos, su cálida mano descansaba sobre mi estómago.

Randall y yo disfrutamos noches deliciosas de cercanía muchas veces durante ese invierno. Por el contrario, durante la mañana cuando me despertaba, pensaba en Carl. Algunas noches, cuando no podía dormir, también pensaba en él. Era el pensamiento de Carl el que se sentía como una avalancha arrasando mi carne. El sueño de una aventura con él controlaba mi mente. Ansiaba conocer sus secretos. Mi matrimonio me ataba a la seguridad de mi vida cotidiana, fuerza y amor, pero dos mensajes de texto de un amante me tentaron a una aventura erótica.

«Quiero verte de nuevo», decía el primer mensaje. Y «Verte toda», vino después. Eso era todo lo que decían. No respondí porque no sabía qué decir. «Casarte o no casarte. Si te casas te arrepentirás; si no te casas también te arrepentirás». Soren Kierkegaard dijo eso. Me preguntaba si lo recordaba correctamente, así que lo busqué. Tenía razón. Estaba de acuerdo con Kierkegaard, aunque cambié un poco la cita en mi mente: «Divorciarte o no divorciarte, te arrepentirás en ambas opciones». Sin importar qué escogiera, matrimonio o divorcio, la duda de haber hecho lo correcto me aquejaría.