Fantasía mediterránea - Julia James - E-Book
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Fantasía mediterránea E-Book

Julia James

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Beschreibung

Su proposición había sido por pura conveniencia… pero el deseo que había nacido entre ellos no era conveniente en absoluto. Tara Mackenzie aceptó hacerse pasar por la novia del multimillonario Marc Derenz para convencer a una insistente arpía de que él era inalcanzable. Era solo de cara a la galería, hasta que su apasionado idilio en la Costa Azul dejó a todos convencidos de que estaban comprometidos. Resistirse al exasperante y adictivo atractivo de Marc era enormemente difícil antes, pero convertirse en su prometida llevó el deseo a una altura desconocida. Tara estaba cautivada por aquella Fantasía mediterránea ¿pero se atrevería a creer que aquella relación podía ser algo más?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Julia James

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fantasía mediterránea, n.º 2727 - septiembre 2019

Título original: Billionaire’s Mediterranean Proposal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-332-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TARA desfilaba por el suntuoso salón junto con el resto de las modelos recién llegadas de la pasarela, luciendo los elegantes vestidos de alta costura. El propósito era mostrarlos en un pase privado a las ricas clientes del diseñador, reunidas en un prestigioso hotel londinense.

Cuando pasó frente al opulento bufé su estómago protestó, pero no hizo caso. Le gustase o no, y no le gustaba, ser modelo exigía restringir calorías para mantenerse delgada. Volver a comer de forma normal sería una de las grandes ventajas de dejar su carrera y, por fin, mudarse al campo como deseaba hacer.

Y el sueño de escapar se acercaba cada vez más. Escapar a la casita de Dorset con rosas sobre la verja de entrada, la casa que había sido de sus abuelos y ahora, tras su muerte, le pertenecía a ella.

Ese había sido su único hogar. Con sus padres en el ejército, destinados fuera del país, y ella en un internado desde los ocho años, habían sido sus abuelos quienes le habían dado el hogar y la estabilidad que sus padres no podían darle. Ahora, decidida a convertir la casa en su propio hogar, se había gastado todo lo que tenía en las necesarias reformas, desde reparar el tejado a cambiar las cañerías. Y ya casi estaba hecho. Solo faltaba cambiar la cocina y el baño y podría mudarse. Necesitaba diez mil libras, por eso aceptaba todos los trabajos que le ofrecían, incluido el de aquella noche, guardando cada céntimo para las reformas. Y estaba deseando que llegase el día.

La ilusión de ser modelo se había marchitado mucho tiempo atrás y ahora su trabajo le parecía agotador y tedioso. Además, no le gustaba estar exhibiéndose constantemente, atrayendo indeseadas miradas masculinas.

Como la de Jules.

Tara intentó no pensar en ello. Eso había sido mucho tiempo atrás y ya lo había superado. Entonces era joven e ingenua y había creído que le importaba de verdad, cuando en realidad solo había sido un trofeo para impresionar a sus amigos. Ella no quería ser un trofeo para nadie y esa dura lección la había hecho algo cínica con los hombres. Desde entonces, su indiferencia solía desanimarlos, por guapa que fuese, y en realidad lo agradecía. Tal vez había heredado la rigidez de sus padres. Ellos siempre le habían enseñado a defenderse por sí misma, a no acobardarse o dejarse impresionar por nadie.

Desde luego, no iba a dejarse impresionar por la gente que se había reunido allí esa noche, tomando champán y comprando vestidos de alta costura que valían una fortuna. Eran ricos, pero no eran mejores que ella en ningún sentido y no iba a permitir que la tratasen como si fuera una simple percha.

Con la cabeza alta, el rostro serio, siguió desfilando de un lado a otro del salón. El pase terminaría pronto y entonces podría irse a casa.

 

 

Marc Derenz tomó un trago de champán, intentando responder amablemente a lo que Hans Neuberger le decía. Estaba de mal humor, pero no quería que Hans lo supiera.

Viejo amigo de su familia, Hans había estado a su lado tras la muerte de sus padres en un accidente de helicóptero, cuando él tenía poco más de veinte años. Había sido Hans quien le enseñó a dominar una herencia tan formidable siendo tan joven, gracias a su experiencia como propietario de una empresa de ingeniería alemana. Lo había acogido bajo su ala y eso era algo que Marc no olvidaría nunca. Sentía un lazo de lealtad hacia Hans que era raro en su vida desde que perdió a sus padres.

Pero era esa lealtad lo que estaba causándole tantos problemas. Dieciocho meses antes, Hans, que acababa de enviudar, se había dejado engatusar por una mujer a la que Marc creía una buscavidas. Y algo peor.

Después de haber enganchado a Hans, Celine Neuberger, que estaba allí esa noche para aumentar su enorme colección de vestidos de alta costura, no se molestaba en esconder que encontraba a su rico marido aburrido y poco interesante. Y tampoco se molestaba en esconder que pensaba todo lo contrario de él.

Los ojos de Celine estaban clavados en él en ese momento y, aunque Marc no le hacía caso, eso no parecía disuadirla. Si fuera otra persona le habría dicho con toda claridad que lo dejase en paz. Había aprendido a ser implacable desde muy pequeño, primero como heredero del banco Derenz y luego tras la muerte de sus padres.

Las mujeres siempre habían estado interesadas en él, o más bien en su dinero y en la posibilidad de convertirse en la señora de Marc Derenz. Algún día sentaría la cabeza, cuando llegase el momento de casarse y formar una familia, pero sería alguien de su mismo estatus social.

Su madre había sido una rica heredera, pero incluso para meras aventuras su padre le había advertido que era mejor no tener una relación con nadie que no formase parte de su mundo. Era más seguro de ese modo.

Marc sabía que tenía razón, y solo una vez había cometido el error de ignorar sus consejos.

Pero eso era algo que no quería recordar porque entonces era muy joven y confiado y había pagado muy cara esa confianza.

La voz de Celine empeoró su mal humor.

–Marc, ¿te he dicho que Hans ha prometido comprar una villa en la Costa Azul? Y se me ha ocurrido una idea estupenda. Podríamos ir a buscar casas desde tu preciosa villa en Cap Pierre. Venga, di que sí.

Marc quería decir que no, pero Celine lo había puesto en un aprieto. Cuando sus padres vivían, Hans y su primera esposa se alojaban a menudo en la casa de Cap Pierre. Él jugaba con el hijo de Hans, Bernhardt, nadando en la piscina o en la rocosa playa de Cap Pierre. Buenos recuerdos…

Sintiendo una punzada de nostalgia por esos días alegres, y esbozando una sonrisa de resignación, Marc dijo lo único que podía decir:

–Bien sûr. Sería estupendo.

No era «estupendo» soportar a Celine poniéndole ojitos, pero intentó mostrar un entusiasmo que no sentía en absoluto.

Satisfecha, ella se volvió hacia su marido.

–Cariño, no tienes que quedarte si no quieres. Marc puede llevarme de vuelta al hotel cuando termine el desfile.

Hans se volvió hacia Marc con expresión agradecida.

–Me harías un favor. Tengo que llamar a Bernhardt para hablar de la próxima reunión del consejo de administración.

De nuevo, Marc no podía objetar sin darle una explicación y, como había temido, en cuanto Hans se marchó Celine puso una mano de largas uñas rojas sobre la manga de su esmoquin.

–¿Qué vestido me quedaría mejor? –le preguntó, señalando a las modelos.

Marc, que no estaba dispuesto a darle la menor oportunidad de persistir, miró a la modelo más cercana.

Pero, al hacerlo, se olvidó de Celine. Durante el pase de modelos no había prestado demasiada atención al interminable desfile de bellezas, pero al ver a aquella chica de cerca se quedó… conmocionado.

Era alta y delgadísima como todas las demás, pero no se parecía a ninguna. Su pelo castaño, largo, estaba sujeto en un moño alto que dejaba al descubierto un cuello largo y elegante. Y ese perfil… Marc no podía apartar la mirada del hermoso rostro de pómulos altos, los ojos de color verde mar y esos labios tan jugosos. Tenía una expresión seria e indiferente, como todas las demás modelos, pero su antena masculina reaccionó de inmediato. Era una belleza increíble.

Sin pensar, levantó una mano para llamarla. Por un segundo, pensó que ella no lo había visto porque seguía desfilando como el resto de las modelos. Luego, haciendo una mueca, se dirigió hacia él.

Era asombrosa. Claro que era modelo y eso la hacía intocable porque las modelos no solían pertenecer al mundo de los más privilegiados, pero aquella chica…

Fuera quien fuera, estaba haciendo imposible que recordase sus propias reglas.

Dieu, era fabulosa. Y ahora que estaba frente a él, apenas a un metro, Marc la miró de arriba abajo, atónito. Pero entonces vio un brillo de ira en sus ojos, como si le molestase el escrutinio.

¿Por qué? Era modelo, le pagaban para lucir caros y preciosos vestidos. Claro que podría llevar un saco y estaría igualmente guapa. Era su asombrosa belleza lo que llamaba su atención, no el vestido.

Pero daba igual lo guapa que fuese. No la había llamado para charlar con ella sino para mostrarle el vestido a Celine y marcharse de allí cuanto antes.

–¿Qué tal este?

Cuanto antes pudiera hacer que se gastase el dinero de Hans en ese vestido, o en cualquier otro, antes podría volver a su hotel y, por fin, despedirse de ella.

Miró de nuevo a la modelo. El vestido que llevaba era de color uva oscura y la seda parecía acariciar sus pechos altos y firmes, cayendo luego hasta el suelo como una túnica.

De nuevo, experimentó esa extraña reacción ante la espectacular belleza. De nuevo, intentó controlarse y fracasó.

–No sé, el color es demasiado oscuro para mí. No, este no –dijo Celine, despidiendo a la modelo con un gesto.

–Por favor, date la vuelta –le indicó Marc, sin embargo.

El vestido era una obra maestra, como lo era su elegante espalda y el soberbio brillo de su pálida piel. Pero cuando se dio la vuelta, en el rostro de la modelo vio una expresión de evidente hostilidad.

Marc torció el gesto. No estaba acostumbrado a esa reacción. En su experiencia, las mujeres querían atraer su atención, no apartarlo de su lado. Y, sin ser vanidoso, sabía que no era solo su dinero lo que las atraía. La naturaleza le había dotado de algo que el dinero no podía comprar: metro noventa y un aspecto físico que solía tener un poderoso impacto en las mujeres.

Pero no en aquella, que lo miraba con expresión indiferente. Aunque, durante una fracción de segundo, creyó ver algo detrás de esa máscara profesional. Algo que no era tan desfavorable.

–Marc, cariño, no me gusta.

Celine le hizo un gesto a la modelo para que siguiese desfilando y ella dio media vuelta a toda prisa.

Una pena que fuese modelo, pensó Marc. Aunque su belleza hubiera sido capaz de disipar su mal humor por tener que acompañar a la adúltera esposa de Hans, la guapísima modelo no era una mujer con la que pudiese tener una aventura.

«No pertenece a tu mundo, olvídate».

Pero dos palabras daban vueltas en su cabeza.

«Una pena».

Tara se dirigió hacia el otro lado del salón. Tenía el corazón acelerado y no sabía por qué. Experimentaba dos emociones abrumadoras. La primera, instintiva, había aparecido en cuanto vio al hombre que la llamaba. No lo había visto durante el desfile en la pasarela, pero ella nunca miraba al público. Pero si lo hubiera visto, lo recordaría.

Ningún hombre la había impresionado de forma tan instantánea. Era alto, moreno e increíblemente atractivo. Pelo muy corto, facciones muy masculinas, nariz recta, mentón fuerte. Y unos ojos que podrían derretir un bloque de hielo.

O que podían clavarse en ella y provocar algo parecido a una descarga eléctrica.

Pero una emoción totalmente opuesta interrumpió esa descarga. Había chascado los dedos para llamarla e inspeccionarla de cerca. Bueno, en realidad no había chascado los dedos, pero ese gesto imperioso había sido igualmente desagradable. Tan desagradable como su descarada inspección.

Y no estaba interesado en el vestido.

¿Pero qué le importaba aquel hombre? La rubia con la que iba la había tratado con el mismo desdén y le daba igual. ¿Entonces por qué le molestaba que él lo hiciese? ¿Y qué importaba que fuese tan atractivo? La rubia y él pertenecían a un mundo que ella solo veía desde fuera.

Sacudiendo la cabeza, siguió desfilando de un lado a otro con el resto de las modelos, luciendo un vestido que nunca podría comprar. Estaba allí para trabajar, para ganar dinero, lo demás daba igual.

Y si podía quedarse al otro lado del salón, lejos del hombre que había provocado tan extrañas emociones, mejor que mejor.

–Marc, cariño, este es ideal. ¿No te parece?

Por fin, la esposa de Hans había encontrado un vestido que le gustaba y estaba acariciando el sedoso material dorado sin molestarse en mirar a la modelo, que sonreía a Marc, pero la ignoraba a ella. Aunque Marc no estaba en absoluto interesado.

No se parecía nada a la otra modelo.

Marc interrumpió tan inapropiado pensamiento e intentó concentrarse en el problema más acuciante: cómo apartarse de la mujer de Hans.

–Perfecto –asintió, aliviado. ¿Podrían irse por fin?

Pero el alivio duró poco porque Celine lo tomó posesivamente del brazo.

–Ya he visto todo lo que quería ver. Pediré hora para probarme el vestido mañana, pero ahora sé un ángel y llévame a cenar.

Marc apretó los dientes. Era insoportable ver al mejor amigo de su padre en las garras de una buscavidas. ¿Qué habría visto Hans en ella?

¿Pero no había estado él igualmente cegado una vez?

Sí, podía decirse a sí mismo que entonces era joven, ingenuo y demasiado confiado, pero había hecho el ridículo. Marianne había hecho con él lo que quiso, riéndose de su juvenil adoración, cultivando su devoción… una devoción que había explotado en un instante.

Cuando entró en aquel restaurante de Lyon y la vio allí con otro hombre, mayor que él, que entonces solo tenía veintidós años. Mayor y mucho más rico. Entonces era solo el heredero de la fortuna de los Derenz. El hombre con el que estaba Marianne debía tener más de cuarenta años y era un famoso multimillonario. Marc había sentido que algo moría dentro de él al verla con aquel hombre.

En lugar de disculparse o inventar una excusa, Marianne había levantado su copa de champán, moviendo la mano para que viese el enorme anillo de diamantes que llevaba en el dedo.

Poco después se había convertido en la tercera esposa del hombre con el que estaba cenando y Marc había aprendido una lección que no olvidaría nunca.

–Celine, tengo una cita esta noche.

Pero la mujer de Hans no se inmutó.

–Si es una cita de negocios, seré de ayuda –le aseguró, sin soltar su brazo–. He soportado tantas reuniones aburridas de Hans que sé cómo manejarlas. Y luego podríamos ir a una discoteca…

Marc negó con la cabeza. Era hora de pararla de una vez por todas.

–No es una cita de negocios –le dijo, dejando clara la implicación.

Ella lo miró guiñando los ojos.

–No sales con nadie en este momento. Si fuera así, me habría enterado.

–Seguro que sí –murmuró él.

No quería discutir, solo quería que Celine soltase su brazo antes de que perdiese la paciencia.

–Bueno, ¿quién es? –insistió ella.

Marc quería salir de allí, apartarse de aquella mujer como fuese y lo más rápidamente posible. De modo que dijo lo primero que se le ocurrió:

–Una de las modelos.

–¿Una modelo?

Pronunció esa palabra como si hubiera dicho «sirvienta». A ojos de Celine, las mujeres que no eran ricas, o no estaban casadas con un hombre rico, sencillamente no existían. Y menos las mujeres que pudieran interesar a alguien como Marc Derenz.

–¿Cuál de ellas? –le preguntó, con tono petulante.

Estaba retándolo y Marc no tenía más remedio que aceptar el reto, de modo que dijo lo primero que se le ocurrió.

–La que lleva el vestido que no te gusta.

–¿Ella? ¡Pero si no te ha mirado siquiera!

–No debe fraternizar con los clientes mientras está trabajando.

Después de decirlo se enfadó consigo mismo. ¿Por qué demonios había elegido a esa modelo, la que se había puesto tiesa como un palo, mirándolo con tanta hostilidad?

Pero él sabía por qué. Porque seguía intentando no pensar en ella… intentando y fracasando. La había seguido con la mirada, irritado por hacerlo y por haberla perdido entre la gente.

La vio por fin, al fondo del salón. ¿Estaría evitándolo?

No debería interesarlo en absoluto, pero quería volver a verla de cerca.

Más que eso.

¿Era porque no había mostrado el menor interés cuando él no podía dejar de pensar en ella? ¿Era eso lo que tanto lo intrigaba?

No tuvo tiempo de seguir pensando porque Celine parecía decidida a ponerlo en evidencia.

–Entonces preséntamela, cariño.

Era evidente que no lo creía, pero no iba a dejarse manipular por la intrigante esposa de Hans. Y tampoco pensaba pasar un minuto más en su compañía.

–Por supuesto, espera un momento –le dijo, dirigiéndose hacia el otro lado del salón. Haría lo que tuviese que hacer para librarse de Celine.

La buscó entre la gente y, al verla, su corazón se aceleró. Esa gracia, ese elegante perfil, esos ojos de un tono verde azulado… esa expresión de hostilidad en cuanto vio que se acercaba.

No era nada amistosa, desde luego. Pero le importaba un bledo porque estaba a punto de perder la paciencia. Se colocó frente a ella, de espaldas a Celine, y fue directamente al grano. Podía ser un momento de locura, un impulso o una salida desesperada, le daba igual.

–¿Te gustaría ganar quinientas libras esta noche? –le preguntó.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TARA oyó la pregunta, pronunciada con cierto acento francés, pero tardó un momento en entenderla porque seguía intentando controlar su reacción ante el hombre que acababa de aparecer, bloqueándole el paso, reclamando su atención. Como había reclamado que diese una vueltecita delante de él y de la rubia.

Ese era su trabajo, pero le había molestado el gesto de superioridad. Y estaba haciéndolo de nuevo. Y lo peor era que su pulso se había acelerado al mirar esos ojos oscuros como obsidianas.

Lo que acababa de pedirle era tan extraño como ofensivo y abrió la boca para reprochárselo. De ningún modo iba a tolerar que se dirigiese a ella en esos términos, fuera quien fuera.

–No saques conclusiones precipitadas –dijo él entonces, con tono aburrido–. Lo único que te pido es que me acompañes al hotel de mi acompañante. Tú te quedarás en el coche y luego volverás aquí. O te llevaré donde me digas.

Con el mismo gesto imperioso, el extraño levantó una mano para llamar a uno de los ayudantes del diseñador, que se acercó a toda velocidad.

–¿Necesita algo, monsieur Derenz? –le preguntó, con tono obsequioso.

Era deplorable, pensó Tara. Lo último que necesitaban los hombres ricos como aquel, que esperaban que todos saltasen ante la menor orden, era que los tratasen con esa actitud servil.

–Quiero que me preste a su modelo durante media hora. Necesito una acompañante para llevar a la señora Neuberger al hotel. Por supuesto, le pagaré por su tiempo. Espero que no haya ningún problema.

La última frase no era una pregunta sino una orden y el ayudante asintió inmediatamente.

–Por supuesto, señor Derenz –respondió, mirando a Tara–. ¿Y bien? No te quedes ahí. El señor Derenz está esperando.

Tara sabía que no podía hacer nada. Necesitaba el dinero y, si se negaba, el ayudante se lo contaría a su agencia. El diseñador era muy influyente y eso podría tener consecuencias negativas para su trabajo.

En cualquier caso, cuando el ayudante se alejó, fulminó con la mirada al hombre que estaba secuestrándola.

–¿Qué es esto? –le espetó.

El tal señor Derenz la miró con gesto impaciente. Nunca había oído hablar de él y el nombre solo sirvió para confirmar que no era británico, aunque ya lo había deducido por su acento.

–Me has oído. Mi invitada necesita una acompañante y yo también. Quiero que te portes como si me conocieras. Como si… –el hombre apretó los labios- como si tuviésemos una aventura.

–¿Qué?

–Tranquila, solo tendrás que fingir. Mi invitada parece tener ciertas expectativas y necesito desengañarla.