Fantasías eróticas - Andrea Laurence - E-Book

Fantasías eróticas E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

¿Conduciría un largo y apasionado beso a esa novia renuente hasta el altar? Natalie Sharpe, organizadora de bodas, nunca pronunciaría el "sí, quiero". Su lado cínico no creía en el amor, pero su lado femenino creía en el deseo. Cuando en una boda organizada en el último momento, se reencontró con el apuesto hermano de la novia, que había sido su amor de adolescente y el protagonista de todas sus fantasías, deseó tener una segunda oportunidad de que pasara algo entre ellos. Colin Russell ya no era un adolescente, sino un hombre hecho y derecho y organizar con él la boda de su hermana era una tentación a la que Natalie no podía resistirse.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Andrea Laurence

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fantasías eróticas, n.º 5496 - enero 2017

Título original: A White Wedding Christmas

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9324-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Muchas cosas habían cambiado en los catorce años anteriores.

Catorce años antes, Natalie y Lily, su mejor amiga, eran inseparables, y Colin, el hermano mayor de esta, era la sabrosa delicia que Natalie ansiaba degustar desde los quince años.

Ahora, Lily estaba a punto de casarse, y la fiesta de compromiso se celebraba en la extensa propiedad de su hermano.

Colin había prosperado mucho desde la última vez que Natalie lo había visto. Locamente enamorada, ante sus ojos se convirtió en universitario, y cuando los padres de Lily y de él murieron de repente, en el tutor responsable de su hermana pequeña y en el director de la empresa de su padre. Entonces era más inalcanzable que nunca.

Lily y Natalie no se habían visto mucho en los últimos años. Natalie había ido a la universidad en Tennessee en tanto que Lily había perdido el rumbo. Habían intercambiado correos electrónicos y «me gusta« en Facebook, pero llevaban mucho tiempo sin hablar. Natalie se había sorprendido cuando Lily la llamó a Desde este Momento, la empresa de bodas de la que era copropietaria.

Lily quería una boda rápida, a poder ser, antes de Navidad. Estaban a principios de noviembre, y la empresa tenía reservados los catorce meses siguientes para bodas. Pero cerraban en Navidad y, como se trataba de una amiga, Natalie y las tres socias con las que dirigía la capilla acordaron introducir otra boda antes de las vacaciones.

La invitación de Natalie a la fiesta de compromiso llegó al día siguiente, y allí estaba, con un vestido de fiesta, dando vueltas por la enorme casa de Colin, repleta de invitados que no conocía.

Eso no era del todo cierto. Conocía a la novia. Y cuando su mirada se cruzó con los ojos color avellana con los que había soñado siendo adolescente, recordó que también conocía a otra persona.

–¿Natalie? –dijo Colin al tiempo que, al haberla visto, atravesaba la sala llena de gente.

Ella tardó unos segundos en hallar las palabras para responderle. Aquel no era el chico al que recordaba. Se había convertido en un hombre de anchas espaldas que llenaban su cara chaqueta, piel bronceada, ojos en los que se le formaban pequeñas arrugas al sonreír y una barba incipiente que le hubiera gustado tener a cualquier adolescente.

–Eres tú –dijo él sonriendo antes de abrazarla.

Natalie se preparó para el abrazo. No todo había cambiado. A Colin siempre le había gustado dar abrazos. A ella, cuando era una adolescente enamorada, le encantaban esos abrazos, pero también los detestaba. Un escalofrío le recorría la espalda, y experimentaba un cosquilleo en la piel.

Cerró los ojos y aspiró su aroma.

–¿Cómo estás, Colin? –preguntó ella cuando se separaron.

Natalie esperaba no haberse puesto colorada. Sentía que las mejillas le ardían, pero podía deberse al vino que llevaba bebiendo sin parar desde que había llegado a la fiesta.

–Estupendamente. Ocupado con el negocio del diseño de jardines, como siempre.

–Sigues dirigiendo la empresa de tu padre, ¿no?

Él asintió y en sus ojos apareció durante unos segundos un destello de tristeza reprimida.

«Muy bien, Natalie«, pensó ella, «le recuerdas nada más empezar la muerte de sus padres».

–Estoy muy contento de que hayas podido hacer un hueco a la boda de Lily. Estaba empeñada en que la boda fuera allí.

–Es el mejor sitio –afirmó ella, y era verdad; en Nashville no había otro lugar como su capilla.

–Bien. Quiero lo mejor para el gran día de Lily. Por cierto, estás estupenda. Has madurado –observó él.

Natalie observó un destello de aprobación en sus ojos mientras le recorría con la mirada el ajustado vestido azul que su socia Amelia la había obligado a llevar esa noche. Pero estaba contenta de que su amiga, una entendida en cuestiones de moda, la hubiera vestido.

Miró la mano izquierda de Colin: no llevaba anillo. En algún momento le habían dicho que se había casado, pero el matrimonio no debía de haber funcionado, lo cual abría la noche a posibilidades más interesantes de las que había previsto.

–Tengo casi treinta años. Ya no soy una adolescente.

Colin suspiró y volvió a mirarle el rostro.

–Menos mal. Me sentiría un viejo verde si lo fueras.

Natalie enarcó las cejas, llena de curiosidad. Estaba flirteando con ella. La inalcanzable fantasía podía estar al alcance de su mano. Tal vez hubiera llegado el momento de dar el salto que no había dado antes por cobardía.

–Verás, tengo que hacerte una confesión –se inclinó hacia él y le puso la mano en el hombro–. Estaba loca por ti cuando éramos adolescentes.

Colin sonrió de oreja a oreja.

–¿En serio?

–Pues sí –y no le importaría que esa vieja fantasía se hiciera realidad durante una noche–. La fiesta se está acabando. ¿Quieres que nos vayamos a un sitio tranquilo donde podamos hablar y ponernos al día?

Natalie había hablado en tono indiferente, pero su lenguaje corporal no lo era en absoluto. Observó que Colin tragaba saliva con fuerza mientras consideraba la propuesta. Era atrevida, y ella lo sabía, pero tal vez no volviera a tener la oportunidad de hacerse una idea de cómo era Colin Russell.

–Me encantaría que nos pusiéramos al día, Natalie, pero, por desgracia, no puedo.

Natalie dio un largo trago de su copa de vino hasta apurarla y asintió intentando disimular el estremecimiento que le había producido su rechazo. De repente, volvió a tener dieciséis años y a sentirse tan poco merecedora de la atención de Colin como siempre.

–Qué pena. Ya nos veremos –dijo al tiempo que se encogía de hombros como si le hubiera propuesto algo sin importancia.

Dio media vuelta sonriendo con malicia, se abrió paso entre la multitud y se fue de la fiesta a toda prisa antes de tener que enfrentarse a otra situación violenta.

Capítulo Uno

 

–Os agradezco vuestro esfuerzo por haber introducido esta boda en el último momento– dijo Natalie mientra se sentaban a la mesa de la sala de reuniones para la reunión de los lunes por la mañana–. Sé que preferiríais estar comenzando a celebrar las fiestas.

–No pasa nada –insistió Bree Harper, la fotógrafa–. Ian y yo no nos iremos a Aspen hasta la semana que viene.

–Así puedo hacer algo mientras Julian vuelve de Hollywood –afirmó Gretchen McAlister–. Vamos a ir en coche a Louisville a pasar las fiestas con su familia. Trabajar una semana más me impedirá preocuparme por el viaje.

–Ya conoces a su familia, Gretchen. ¿Por qué estás nerviosa?

–Porque esta vez iré como su prometida –contestó ella mientras se miraba, perpleja, el anillo que Julian le había regalado la semana anterior.

Natalie trató de pasar por alto que todas ya tenían pareja. Gretchen y Bree se habían prometido, y Amelia estaba casada y embarazada. Hubo un tiempo en que todas estaban solteras, pero ya solo Natalie se iba a casa sola por las noches.

Y a ella no le importaba. Preveía que sería así toda la vida.

A pesar de que Natalie organizaba bodas, no creía en nada de todo aquello. Se había introducido en aquel negocio con sus amigas, en primer lugar, porque se lo habían pedido; en segundo, porque era increíblemente lucrativo.

–Mañana estarán listas las invitaciones digitales. ¿Tienes la lista de direcciones electrónicas para que las envíe?

Natalie salió de su ensimismamiento y consultó la tableta.

–Sí, aquí la tengo.

Normalmente no se mandaban invitaciones digitales en una boda formal, pero, en un mes, no había tiempo para diseñarlas, imprimirlas, enviarlas en papel y recibir respuesta.

–¿Dijiste que iba a ser una boda de tema invernal? –preguntó Amelia.

–Es lo que me dijo Lily, aunque no lo tenía muy claro. Tengo cita con ellos esta tarde, así que nos pondremos a concretar después de que los haya visto. Bree, harás las fotos del compromiso el viernes por la mañana, ¿verdad?

–Sí. Quieren que las saque en la tienda de motocicletas que el novio tiene en el centro de la ciudad.

Hacía mucho tiempo que Natalie conocía a Lily, pero le había sorprendido el hombre al que había elegido como futuro esposo. Frankie tenía una tienda donde se personalizaban motos. Era un hipster vestido de franela, de barba poblada y lleno de tatuajes, que parecía más un motero criado por leñadores que un hombre de negocios con éxito. No era, desde luego, el hombre que Natalie hubiera elegido para su mejor amiga, y estaba convencida de que tampoco era el que hubiera elegido Colin para su hermana.

No obstante, parecía un buen tipo, e incluso Natalie se daba cuenta de que, por debajo de los tatuajes y el cabello, había un vínculo de pareja hormonal entre ambos. No diría que estaban enamorados, porque ella no creía en el amor. Pero existía ese vínculo biológico. La biología era una poderosa fuerza que impulsaba a perpetuar la especie. En la fiesta de compromiso, no habían dejado de tocarse y acariciarse.

–Muy bien. Si eso es todo por ahora –dijo Bree– me voy al laboratorio a acabar de revelar las fotos de la boda del sábado.

Natalie repasó la lista.

–Sí, eso es todo.

Bree y Amelia se levantaron y salieron de la sala de reuniones, pero Gretchen se quedó remoloneando al lado de la mesa. Observó a Natalie con expresión curiosa.

–¿Qué te pasa? Pareces distraída y estás más malhumorada que de costumbre.

–No me pasa nada.

Gretchen se cruzó de brazos y, con la mirada, transmitió a Natalie que iba a quedarse allí hasta que se lo contara.

–Se acerca la Navidad.

Eso lo decía todo.

–¿Qué es esto, Juego de tronos? Por supuesto que se acerca la Navidad. Casi estamos en diciembre. Es una de las fiestas más predecibles.

Natalie dejó la tableta y frunció el ceño. Todos los años, las fiestas navideñas le suponían un reto. Normalmente se marchaba de viaje para evitarlas, pero ese año no había tenido tiempo de preparar un viaje a causa de lo tarde que se celebraría la boda de Lily. Quedarse en Nashville implicaba encerrarse en casa. No tenía ganas, desde luego, de pasar las fiestas con uno de sus progenitores y su último cónyuge. La última vez que lo había hecho, confundió el nombre del tercer marido de su madre con el del segundo, lo que produjo una situación muy embarazosa.

Se reclinó en la silla y suspiró.

–Este año me molesta más de lo habitual.

Y así era. No sabía por qué, pero era verdad. Tal vez le resultara doblemente doloroso porque a las fiestas se unía el hecho de que sus amigas estuvieran enamoradas y felices.

–¿Vas a irte de viaje o vas a quedarte aquí? –le preguntó Gretchen.

–Voy a quedarme. Pensaba irme a Buenos Aires, pero no tengo tiempo suficiente. Hemos metido con calzador la boda de Lily el sábado antes de Navidad, por lo que tendré trabajo y no podré dedicarme al papeleo de final de año hasta que haya acabado.

–No pensarás trabajar después de que cerremos, ¿verdad? –Gretchen puso los brazos en jarras–. No hace falta que celebres nada, pero tienes que descansar, Natalie. A veces trabajas los siete días de la semana.

Natalie no prestó atención a la preocupación de su amiga. Trabajar no le molestaba tanto como estar ociosa. No tenía familia a la que volver por la noche ni montones de ropa para lavar o de tareas domésticas que un hombre o un niño generaran más deprisa de lo que ella pudiera limpiarlas. Le gustaba su trabajo.

–No me quedo trabajando hasta tarde, como Amelia y tú. Nunca estoy aquí a medianoche.

–No importa. De todos modos, haces muchas horas extras. Tienes que alejarte de todo esto. Ve a una isla tropical y ten una aventura con un atractivo desconocido.

Natalie lanzó un bufido.

–Lo siento, pero un hombre no es la solución a mis problemas. De hecho, los agravaría.

–No te digo que te enamores y te cases con ese hombre, sino que lo encierres en la habitación del hotel hasta que estalle el último fuego artificial de Año Nuevo. ¿Qué mal van a hacerte un par de noches de sexo apasionado?

Natalie miró a Gretchen y se dio cuenta de la causa de su inquietud. Le seguía doliendo que Colin la hubiera rechazado la noche de la fiesta de compromiso. No se lo había contado a nadie, pero si, en aquel momento, no ofrecía a Gretchen una buena razón, continuaría dándole la lata hasta Año Nuevo.

–Mucho, cuando el hombre al que te insinúas es el hermano de tu mejor amiga y te rechaza.

Gretchen abrió la boca, asombrada, y volvió a sentarse.

–¿Qué? ¿Cuándo ha pasado eso?

Natalie dio un sorbo de café antes de contestar.

–Había bebido demasiado vino en la fiesta de compromiso de Lily y pensé probar suerte con su hermano mayor, al que había deseado desde el momento en que alcancé la pubertad. Por decirlo suavemente, declinó mi oferta. Punto. Así que no estoy de humor para aventuras.

–¡Qué horror! –exclamó Gretchen.

–Es una forma de verlo.

–Mirándolo por el lado bueno, no tendrás que volver a verlo hasta el día de la boda, y entonces estarás demasiado ocupada para que te importe.

–Sí. Me ocuparé de tener un aspecto estupendo ese día para que vea lo que se ha perdido.

–Así se habla. Voy a mandar las invitaciones digitales.

Natalie asintió y observó a Gretchen mientras salía de la sala. Agarró la tableta y el café y salió a su vez para dirigirse al despacho. Se sentó al escritorio y sacó una carpeta nueva en cuya etiqueta escribió: «Boda Russell y Watson». Tenía que prepararlo todo para la reunión preliminar de esa tarde.

Mantenerse ocupada evitaría que pensase en la Navidad y en Colin.

 

***

 

Colin entró en el aparcamiento de Desde este Momento. Aparcó y entró en el local. Al atravesar la puerta principal, supo automáticamente por qué Lily había insistido en casarse allí: el interior era asombroso, con techos altos, arañas de cristal, arreglos florales en la mesa del vestíbulo y entradas en forma de arco que conducían a las diversas alas del edificio. A su madre le hubiera encantado.

Consultó el reloj. Era la una y un minuto, por lo que llegaba a tiempo para su cita. Se sentía un poco tonto por estar allí. Las bodas no eran precisamente su punto fuerte, pero tenia que acudir para ocupar el lugar de sus padres.

Cuando, un año y medio antes, se había casado, lo había hecho en el juzgado. Si Lily hubiera hecho lo que deseaba, también hubiera ido al juzgado con Frankie. Colin consiguió que diera su brazo a torcer y que aceptara celebrar una boda de verdad diciéndole que su madre se removería en la tumba si supiera lo que ella planeaba.

Esta, al final, había cedido con dos condiciones: la primera, que se celebrara en el local de Natalie; la segunda, que él se encargara de los detalles. Puesto que él había insistido en la boda y se había ofrecido a pagársela, que tomara él las decisiones. Lo único que iba a hacer ella era presentarse el gran día con un vestido blanco.

Colin no sabía cómo se las había arreglado para estar rodeado de mujeres que no estaban interesadas en una boda por todo lo alto. Pam ni siquiera había querido casarse. De no haber sido por el bebé y por la insistencia de Colin, no hubiera aceptado su proposición de matrimonio. Mirando hacia atrás se daba cuenta de por qué lo había dudado tanto, pero en el caso de Lily parecía que se trataba de una falta de interés por la tradición.

Colin no lo entendía. Sus padres habían sido muy tradicionales, incluso chapados a la antigua.

Lily no tenía esas preocupaciones. Para ella, el pasado, pasado era, y no iba a mantenerse fiel a esa clase de cosas. Una boda formal entraba dentro de la categoría de las tradiciones estúpidas que no le importaban. Pero le importaban a su hermano, por lo que ella había cedido.

Colin oyó que se abría una puerta en uno de los pasillos y unos segundos después se halló de nuevo frente a Natalie Sharpe. Ella se paró en seco en el arco del vestíbulo, apretando con fuerza la tableta que llevaba en las manos.

Incluso cuando era adolescente, Natalie había tenido una belleza clásica. Su blanca piel y sus altos pómulos habían llamado la atención de Colin, a pesar de que llevara un corrector dental. Había reprimido la atracción que pudiera sentir por la amiga de su hermana pequeña, pero siempre había pensado que se convertiría en una bella mujer.

En la fiesta, sus suposiciones se habían visto confirmadas. Todavía más, ella lo había mirado sonriéndole seductoramente y con una franqueza que no se esperaba. Ya no eran unos niños, pero había otras complicaciones que le habían impedido aceptar su propuesta, por mucho que lo lamentara.

Ese día, la expresión de su rostro distaba mucho de la que tenía aquella noche. Sus rosados labios entreabiertos y el ceño fruncido expresaban preocupación. Respiró hondo y su rostro cambió. Intentó disimular sus emociones bajo una máscara, pero él supo que no se alegraba de verlo.

–No esperaba verte hoy, Colin. ¿Le ha pasado algo a Lily?

–Muchas cosas, pero no las que supones. Está bien, pero no parece interesada en los detalles de la boda.

Natalie giró la cabeza y la oscura cola de caballo le cayó por el hombro al tiempo que fruncía la nariz.

–¿A qué te refieres?

–A que me ha dicho que el montaje es mío y que lo organice como me parezca. Así que aquí estoy –respondió él con los brazos extendidos.

La observó mientras ella asimilaba la noticia. Aparentemente, Lily no le había dicho nada, pero ¿por qué iba a haberlo hecho? Dudaba que su hermana supiera que se habían encontrado en la fiesta de compromiso, y no era una mujer que pensara en cómo afectaban sus decisiones a los demás.

–Sé que esto no es habitual, pero Lily no es una mujer común, como ya sabes.

Pareció que sus palabras hicieron salir a Natalie de su aturdimiento. Asintió bruscamente y extendió el brazo para indicarle el camino.

–Por supuesto. Vamos al despacho para hablar de los detalles.

Colin la siguió mientras admiraba cómo le marcaban los ajustados pantalones la curva de las caderas y las nalgas. Llevaba unos zapatos de tacón bajo que le realzaban la figura. Era una pena que anduviera tan estirada, como si fuera un robot. Siempre había habido un agudo contraste entre ella, tan práctica y seria, y su hermana, tan libre de espíritu.

Después de haberse encontrado en la fiesta de compromiso, Colin se había preguntado si no habría un aspecto más relajado y sensual de ella que no había tenido el placer de conocer. Se imaginaba cómo sería si que quitara la cola de caballo, se tomara una copa de vino y se relajara por una vez.

Tenía la impresión de que lo hubiera descubierto de haber aceptado su propuesta en la fiesta. Por desgracia, había quedado esa noche con Rachel, con quien mantenía una relación intermitente. Aunque le hubiera gustado quedarse con Natalie, no era un hombre que engañara a una mujer, a pesar de que la relación fuera intermitente.

Tras percatarse de que le atraía mucho más Natalie que la mujer con la que estaba saliendo, había roto definitivamente con ella. Esperaba que, al volver a ser un hombre libre, tuviera una segunda oportunidad con Natalie. Su recibimiento había sido frío, pero tenía la esperanza de que, a su debido tiempo, ella acabara rendida a sus encantos.

Entró tras ella al despacho y se sentó en la silla de las visitas. La habitación estaba decorada con gusto, pero se hallaba excesivamente ordenada.

–¿Quieres tomar algo? Tenemos agua embotellada, zumos y refrescos de jengibre.

La tercera era una opción inesperada.

–¿Cómo es que tenéis refrescos de jengibre?

–Porque, a veces, el padre de la novia se marea un poco al ver el presupuesto.

Colin rio.

–Tomaré agua. No me preocupa la factura.

Natalie se levantó y sacó dos botellas de agua de una pequeña nevera de acero inoxidable.

–Ya que ha salido el tema, ¿qué cifra tienes en mente como presupuesto de la boda? –preguntó ella mientras le daba una botella.

Colin le rozó los dedos al agarrarla. Se produjo un chispazo cuando se tocaron, y él sintió un cosquilleo al retirar la mano. Agarró con fuerza la botella helada para atenuar la sensación y trató de centrarse en la conversación, en vez de en su reacción ante un simple roce.

–Como te acabo de decir, no me preocupa mucho. Mi empresa marcha muy bien, y quiero que la boda sea un acontecimiento como el que hubieran organizado mis padres para Lily, si vivieran. Sin caer en ridiculeces, quiero una sala bonita, hermosas flores, buena comida, una tarta y música. Lo básico.

Natalie se había quedado al lado de la silla, sin sentarse, después de haberle dado el agua. Eso Llevó a Colin a preguntarse si también a ella le habría afectado el roce de sus dedos. Después de haberlo escuchado, asintió y tomó asiento. Agarró la tableta y comenzó a tomar notas.

–¿Cuántos invitados prevés que vendrán? Lily me ha dado una lista de correos electrónicos, pero no estamos seguras de la cantidad final.

–Probablemente, alrededor de ciento cincuenta personas. Vendrán muchos parientes y amigos de mis padres, pero Frankie no tiene a casi nadie.

Observó cómo ella escribía en la tableta.

–Cuando hablé con Lily le sugerí como tema un paraíso invernal. ¿Te parece bien?

–Lo que ella quiera –Colin no tenía ni idea de lo que significaba un paraíso invernal como tema de una boda. Supuso que habría mucho blanco y nieve artificial.

–De acuerdo. ¿Alguna otra cosa especial? ¿Preferís un pinchadiscos o una banda?

Para eso, Colin sí tenía una respuesta.

–Quiero un cuarteto de cuerda. Mi madre tocaba el violín, y eso sería un reconocimiento hacia ella. Al menos, durante la ceremonia. En el banquete, probablemente hará falta algo más movido, para que Lily y sus amigos bailen y se diviertan.

–¿Qué te parece un conjunto de swing? Hay un conjunto local que hemos contratado un par de veces.

–Me parece que valdrá. Creo que, hace unas semanas, Lily habló de ir a bailar a un club se swing.

Natalie asintió y dejó la tableta.

–Voy a pedir a Amelia una sugerencia de menú y unos diseños para la tarta. Gretchen te mostrará cómo quedarían las mesas. Hablaré con nuestro proveedor de flores para ver qué nos recomienda para el tema invernal. Te presentaremos el aspecto completo de la boda y diversas opciones, por lo que tendrás que volver para elegir una y dar tu aprobación final. Probablemente tendremos algo mañana por la tarde.

Era evidente que Natalie sabía lo que hacía y que manejaba el negocio como si fuera una ciencia.

–Me parece perfecto. ¿Por qué no resuelves los detalles con tus socias y quedamos para cenar mañana y para hablar de ellos?

Bruscamente, los ojos oscuros de Natalie se posaron en los suyos.

–No hace falta que vayamos a cenar. Podemos concertar otra cita, si tienes tiempo.

Colin intentó que no se le notara la desilusión ante la rápida negativa de ella. Supuso que se la merecía por haber hecho él lo mismo la semana anterior. Tal vez, ella estuviera enfadada por eso. Si conseguía convencerla de que se vieran, cabía la posibilidad de que se relajara y de que él le explicara lo que había ocurrido esa noche.

–Si no quieres ir a cenar, ¿qué te parece si me paso por aquí mañana por la tarde? ¿Te importa quedarte más allá de tu horario habitual?

Ella lanzó un suave bufido y se levantó de la silla.

–En este negocio no hay un horario habitual. Básicamente, trabajamos todo el día. ¿A qué hora vas a venir?

–Sobre las seis.

–Estupendo –dijo ella al tiempo que le tendía la mano por encima del escritorio.

Colin estaba deseando volver a tocarla para comprobar si reaccionaba igual que la vez anterior. Le estrechó la mano tratando de no pensar en lo suave que era su piel. Se produjo otro chispazo que le subió por el brazo mientras ella le sostenía la mano, por lo que lamentó aún más que ella hubiera rechazado la invitación a cenar.

Nunca había tenido una reacción así al tocar a otra persona. Sintió ganas de inclinarse hacia ella y aspirar su perfume mientras el deseo se apoderaba de él con mayor intensidad a medida que se prolongaban los segundos de contacto. ¿Cómo sería besarla?