Flirteando con el destino - Christyne Butler - E-Book

Flirteando con el destino E-Book

Christyne Butler

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Beschreibung

¿Quién estaba curando las heridas de quién? A Devlin Murphy le estaba costando recuperarse de aquel accidente de helicóptero que le había dejado cicatrices, y no solo físicas, pero había alguien en Destiny que tal vez pudiera ayudarle: una joven llamada Tanya Reeves. No era que le gustasen los métodos de Tanya, como la acupuntura, aunque había algo en ella que lo volvía loco. Por su parte, Tanya no podía creérselo cuando se encontró con aquel ligue del pasado, y aún menos que Dev no la reconociese. Sin embargo, lo más surrealista era que la historia estaba volviendo a repetirse con aquel hombre al que era incapaz de resistirse.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Christyne Butilier

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Flirteando con el destino, n.º 2008 - enero 2014

Título original: Flirting with Destiny

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-4130-7

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

—Eh, vaquero —dijo la camarera inclinándose sobre la barra—, ¿sabes qué?, sé justo lo que necesitas.

Devlin Murphy alzó la vista de su apetitosa hamburguesa con patatas fritas, la especialidad de Blue Creek Salon. No era un vaquero, a pesar del sombrero que llevaba. Aquella chica debía de ser nueva porque no le sonaba, aunque también hacía mucho que no iba por allí. Ocho meses para ser exactos.

Desde que le habían dado el alta, sus hermanos llevaban insistiéndole en que tenía que salir de casa, pero siempre les respondía que no estaba preparado.

Sin embargo, la primavera había llegado antes de lo previsto a la pequeña ciudad de Destiny, en Wyoming, y en esa cálida tarde de finales de abril Dev había decidido que ya iba siendo hora de que se uniera de nuevo al mundo de los vivos.

Se levantó un poco el sombrero para ver mejor a la camarera, y esbozó una sonrisa al tiempo que reprimía una mueca. Cada vez que movía los brazos un dolor punzante le bajaba desde los hombros hasta los codos.

—¿Ah, sí? ¿El qué?

—Dame un minuto —le dijo ella con un guiño antes de girarse.

Aquel guiño no tuvo el menor efecto sobre él. El Devlin de antes habría entrado en el juego y al irse de allí no solo habría salido con el número de teléfono de la chica, sino con la propia chica del brazo.

Pero ahora no estaba de humor, y era una secuela más del accidente de helicóptero que los había dejado a su hermano mayor, Adam, y a él aislados durante tres días en los bosques de las montañas del parque nacional Grand Teton. Un helicóptero que él había ido pilotando.

Por suerte, Adam no había salido malparado: solo unos cuantos moratones y magulladuras. Era él el que se había pasado cinco meses en el hospital con una pierna y los dos brazos rotos. Su recuperación había sido lenta y dolorosa, pero peor que eso había sido la fisioterapia, que para él había sido como chocarse una y otra vez contra un muro de piedra. Con las sesiones a las que se había molestado en ir no había visto apenas resultados para los esfuerzos que había hecho; por eso había acabado tirando la toalla.

Y sí, sabía que probablemente no fuera muy buena idea estar allí, sentado en un bar, con una hilera de botellas de bebidas alcohólicas delante de él, al otro lado de la barra. No con tres de sus exmejores «amigos» entre ellos: Jack Daniels, Johnny Walker y Jim Beam.

Sí, eran viejos amigos. Su «amistad» se remontaba a antes incluso de que se hubiera sacado el permiso de conducir. Hacía seis años que no bebía, pero la tentación de volver a hacerlo no lo había abandonado. Era algo a lo que tenía que enfrentarse cada día.

Justo entonces la camarera volvió y le colocó delante una jarra de cerveza bien fría coronada con espuma. Al verla, todo el cuerpo de Devlin se tensó.

—Aquí tienes —le dijo la camarera con una sonrisa—. Me ha parecido que tenías cara de necesitar una cerveza.

Dev no podía despegar la vista del vaso. El dorado líquido parecía estar llamándolo, como un tesoro enterrado a un viejo pirata. Por no hablar de la blanca espuma que coronaba la jarra y las gotas de condensación que resbalaban por el cristal hasta la servilleta de papel que había colocado debajo la camarera.

Devlin tragó saliva y apretó los puños. Al inspirar para intentar calmarse, el olor de la cerveza inundó sus fosas nasales, y sus papilas gustativas evocaron aquel sabor que no habían olvidado. Ir allí había sido una mala idea.

—Eh... —se quedó callado un momento y parpadeó con fuerza para romper el embrujo que la jarra de cerveza había arrojado sobre él. Después de aclararse la garganta alzó la vista hacia la camarera e intentó reunir el valor necesario para explicarle lo que ocurría—. Perdona, es que yo no...

—Lisa —lo cortó una voz de mujer—, ¿por qué no vas a ver si los clientes que están en el otro extremo de la barra necesitan algo?

La rubia se volvió y miró a su jefa, Racy Steele, una pelirroja de armas tomar que era además la esposa del sheriff de la ciudad.

—Pero si estoy hablando con... quiero decir atendiendo a este cliente.

Dev se quedó callado mientras las dos mujeres mantenían una lucha de miradas. Sabía quién ganaría, y, como esperaba, cuando Racy ladeó la cabeza, la camarera se encogió de hombros y obedeció.

Racy quitó la cerveza de la barra y la reemplazó con un vaso de agua con hielo.

—Discúlpala; es nueva —dijo.

Dev asintió y respiró aliviado por no tener ya la tentación frente a él.

—Me alegra verte recuperado —continuó Racy con una sonrisa—. Hacía mucho que no te veíamos por aquí. Claro que antes no solías sentarte en la barra.

Otro mecanismo de defensa. Aunque había decidido dejar de beber, no había querido renunciar a sus amistades ni a pasarlo bien, y el sentarse en uno de los reservados en vez de en la barra le había hecho las cosas un poco menos difíciles.

—Sí, lo sé —respondió, y se metió una patata frita en la boca.

—Y rara vez vienes solo.

También era cierto. Había saludado a un par de conocidos al entrar, pero había seguido caminando hasta la barra, decidido a hacer aquello él solo.

—Bueno, es miércoles; todo el mundo está trabajando.

Racy se inclinó, apoyando los codos en la barra, y se quedó mirándolo, dándole a entender que no se creía esa excusa.

—¿Excepto tú?

—No, yo también he vuelto ya al trabajo.

Por fin. Solo que en cuanto llevaba más de una hora sentado en su mesa, en las oficinas de Murphy Mountain Log Homes, empezaba a sentir calambres en los brazos y se le dormían los dedos. Era el negocio de su familia, que se dedicaba a construir casas y a instalar sistemas de seguridad que él diseñaba.

—Simplemente decidí que necesitaba un poco de aire fresco.

—¿Dentro de un bar?, ¿a las dos de la tarde?

—Es que tenía mono —vaya, eso no había sonado demasiado bien—. De hamburguesa.

—¿Debería llamar a alguien? —le preguntó ella en un tono quedo.

Dev se puso tenso, bajó los brazos de la barra y frotó los dedos de la mano derecha contra el bolsillo de sus vaqueros para palpar el medallón de alcohólicos anónimos que lleva siempre con él. Era un recordatorio de lo que había conseguido en los últimos seis años.

—¿Alguien como el buen sheriff de Destiny? —inquirió él a la defensiva.

—Si necesitas hablar con Gage, vendrá; como amigo —contestó Racy, mirándolo con compasión—. Lo sabes, ¿no?

La irritación de Dev se desvaneció de inmediato. Gage y él se conocían de toda la vida, desde el instituto, y había sido Gage quien lo había llevado a su primera reunión de Alcohólicos Anónimos.

—Sí, lo sé.

—¿O a lo mejor preferirías hablar con otra persona?

Dev supo sin preguntar que se refería a Mac. Se habían conocido en una reunión de Alcohólicos Anónimos, y se habían hecho amigos porque compartían la afición a volar. Dev le había pedido a Mac, que era mayor que él, que fuera su «roca», como llamaban en la asociación a la persona a la que uno podía acudir en cualquier momento, ya fuera de día o de noche, cuando sentía que estaba a punto de rendirse. Mac era quien mejor comprendía su batalla por mantenerse sobrio y cuerdo.

Inspiró profundamente y espiró despacio. El momento crítico había pasado. Se había enfrentado a la tentación otras veces con éxito y sabía que podía volver a hacerlo. En los últimos meses había aprendido día a día a reconocer el ansia de alcohol y a apartarse.

—No, gracias. Estoy bien.

Racy volvió a ladear la cabeza, como había hecho con la camarera.

—De verdad, Racy, estoy bien. Deja que disfrute de mi hamburguesa —se quedó callado un momento, preguntándose cómo podría suavizar el ambiente. Giró la cabeza un momento hacia el otro extremo de la barra—. Y de la vista.

Racy sonrió.

—Olvídalo, Devlin Murphy: solo tiene veintitrés años.

—Eres cruel, ahora me has hecho sentir viejo.

—No lo eres —replicó Racy—, pero ella es demasiado joven para ti—. Todavía estaba en primaria cuando tú ibas a las fiestas de tu fraternidad en la universidad.

—Vaya, muchas gracias por la puntualización —dijo él con fastidio.

Sin embargo, aunque hubiera tenido algún interés en la chica, era cierto que era demasiado joven para él. Le dio un mordisco a su hamburguesa y masticó con parsimonia mientras Racy recolocaba unos vasos tras la barra.

—De todos modos, no hace falta que me hagas de niñera.

—No estoy haciendo de niñera —replicó ella, limpiando con un paño la barra, que estaba perfectamente limpia—; estoy trabajando.

—Sí, ya.

—Además, este es mi negocio; soy yo quién decide lo que...

Un zumbido hizo que Racy soltara el paño de inmediato para sacarse el móvil del bolsillo trasero del pantalón, y una amplia sonrisa iluminó su rostro al mirar la pantalla.

—Hola, cariño. ¿Cómo está el sheriff más sexy del mundo? —respondió. Le guiñó un ojo a Dev y se rio—. Lo sé, no tienes que jurarlo; estoy segura de que te has puesto rojo como un tomate al oírlo.

Devlin sacudió la cabeza mientras Racy se alejaba para hablar en privado con su marido. A veces todavía lo sorprendía que Racy y Gage, dos personas tan diferentes como la noche y el día, se hubieran enamorado y se hubieran casado, pero había estado en su boda.

Algo que no había podido hacer por su hermano Adam y por Fay. Para cuando su cuñada y su hermano habían resuelto sus problemas el verano pasado, ella había quedado embarazada casi de cuatro meses, y no habían querido esperar más para casarse.

No había podido cumplir la promesa que le había hecho a su hermano de que sería el padrino en su boda, y se había tenido que conformar con ver un vídeo de la boda en el hospital donde estaba ingresado.

Bueno, al menos ya le habían dado el alta cuando el nuevo miembro de la familia Murphy, Adam Alistair Junior, o A.J. como lo llamaban todos, había llegado al mundo, en el mes de febrero.

—¿Qué tal un trozo de tarta de manzana con una bola de helado de vainilla de postre?

La pregunta de Racy sacó a Dev de sus pensamientos, y se dio cuenta de que había acabado de hablar por teléfono y le había retirado el plato vacío.

—No, pero gracias.

Se bajó de la banqueta y tuvo que apoyarse en la barra mientras se sacaba la billetera del bolsillo trasero. Tenía la pierna temblorosa y se había dejado en el Jeep el bastón que le había dado el fisioterapeuta.

—Tengo que volver al trabajo.

Racy le sonrió y le apretó la mano después de tomar el dinero.

—¿Vas a pasarte por el parque de bomberos de camino?

Aquella pregunta lo pilló desprevenido.

—No; ¿por qué?

—Por nada. Es solo que cada vez que viene alguno de los chicos por aquí acabamos hablando de ti. He pensado que les alegraría saber que su mejor voluntario ya está recuperado.

Sí, bueno, recuperado... Eso era mucho decir. De hecho, no se sentía preparado para trabajar de nuevo con ellos como voluntario; ni siquiera para volver a verlos.

Volvió a meterse la billetera en el bolsillo y rogó por que no se cayese de bruces al darse la vuelta.

—Hasta otro día, Racy.

—Hasta luego. Dale saludos a tu familia.

Dev asintió y se dirigió hacia la puerta, detestando la cojera que le había dejado el accidente. Su familia decía que apenas se le notaba, pero para él era otro recordatorio más de cuánto había cambiado su vida en ese último año.

Al llegar al aparcamiento se subió a su Jeep y metió la llave en el contacto, pero se quedó mirando el volante pensativo. No había sido una buena idea ir allí, y no estaba muy seguro de por qué lo había hecho. Podría haber ido a Sherry’s, una cafetería que no estaba lejos de allí, o comprarse un sándwich en Doucette’s, la tienda de delicatessen.

No tenía una respuesta, o quizá no quería responderse. Puso el motor en marcha, encendió la radio y se dirigió a la salida del aparcamiento, donde detuvo el vehículo para esperar el momento para incorporarse al tráfico.

Al otro lado de la calle estaba la licorería White. Al cabo de un rato ya tenía vía libre para salir, pero se quedó allí sentado, mirando el viejo edificio y pensando que no lo había pisado en los últimos seis años. No había tenido motivo, ni se había sentido tentado de hacerlo... hasta ese mismo momento.

Estaba apretando el volante con tal fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. Inspiró profundamente, relajó sus manos y salió del aparcamiento.

Sacó el móvil del bolsillo, pulsó un botón para marcar el número de Mac y puso el manos libres. Tres tonos después su amigo contestaba a la llamada.

—¿Dev?

Se oía mucho ruido de fondo.

—Sí, soy yo. ¿Puedes hablar?

—Estoy en... el aeropuerto.

A Dev le dio un vuelco el corazón. Ese era el último sitio al que quería ir.

—Voy para... casa... nos vemos allí —respondió entrecortada la voz de Mac, al otro lado de la línea.

Dev respiró aliviado.

—De acuerdo, voy para allá entonces.

—Oye... tengo que... Resulta... y llegó ayer.

Dev frunció el ceño.

—Te oigo fatal, Mac. Ya me lo explicarás luego. Te estaré esperando en el porche.

Momentos después, pasaba de largo por delante del rancho de su familia, la casa de su hermano Adam, y tomaba el desvío que llevaba a la granja de Mac.

Cuando ya estaba llegando, se fijó en que había un coche aparcado cerca del hangar que había en la parte de atrás. Hacía casi doce años, una tormenta eléctrica había prendido fuego al viejo granero, y Mac lo había derruido y había erigido aquel hangar de acero que albergaba a su «pequeño», un biplano Travel Air 4000 de 1929.

Dev aparcó junto al coche, un sedán de color marrón con matrícula de Colorado, y se quedó mirándolo con el ceño fruncido.

Había hablado con Mac la semana anterior y su amigo no le había mencionado que fuera a tener visita. O a lo mejor por fin había decidido jubilar su vieja camioneta y la había reemplazado por ese coche de segunda mano.

Fue entonces cuando Dev se fijó en que la puerta del hangar estaba ligeramente entreabierta. Dejó su sombrero en el asiento del copiloto, se bajó del Jeep, y fue hacia allí. Cuando entró, tuvo que pararse un momento para que sus ojos se hicieran a la escasa iluminación.

Rodeó el ala del biplano que Mac había restaurado amorosamente pieza a pieza, y deslizó una mano por el fuselaje, sintiendo cómo se tensaba por dentro.

Mac le había dejado que lo ayudara a restaurar el biplano, y lo había llevado en su primer vuelo con él el día en que Dev celebraba su primer aniversario sin probar ni una gota de alcohol. También había sido Mac quien le había contagiado su interés por los helicópteros, y había estado presente el día que había conseguido su permiso de piloto.

Aunque ese permiso no le sería ya de ninguna utilidad porque no volvería a ponerse a los mandos de un helicóptero, ni tampoco de un avión.

Negándose a dejar que sus pensamientos siguieran por ese camino, continuó caminando, ignorando el dolor que le causaba el caminar, y de pronto le pareció oír... ¿el tintineo de un móvil de viento?

Sí, parecía algo así. Y luego había una música suave y anodina de fondo, como la de un ascensor de hotel. Preguntándose si Mac se habría dejado la radio puesta, fue hasta el fondo del hangar, donde su amigo tenía un pequeño despacho a un lado y una multiestación de fitness, una máquina enorme que combinaba distintos aparatos de musculación.

Al ver un trasero femenino suspendido en el aire en uno de esos aparatos, Dev se paró en seco y tuvo que contenerse para no dejar escapar un silbido.

Se fijó en la posición de la mujer, colgada de la barra superior del aparato con los brazos y las piernas contorsionados, como si alguien hubiese hecho con su cuerpo un nudo marinero.

De pronto se «desenredó» lentamente y bajó al suelo, aún de espaldas a él. El escueto top de tirantes y los leggings que llevaba dejaban entrever sus tonificados músculos, y resaltaban sus curvas. Y... ¿era un tatuaje eso que tenía en el hombro?

Como no quería asustarla, se aclaró la garganta, pero no pareció percatarse de su presencia. Tampoco era que la música estuviese alta ni nada de eso. Volvió a carraspear, pero lo único que hizo la mujer fue cambiar a otra postura apoyándose en una pierna, con la otra doblada por delante y los brazos estirados por encima de la cabeza. Echó la cabeza ligeramente hacia atrás, y su cabello castaño, recogido en una coleta, se balanceó entre los omóplatos.

Impresionante. Si él intentara eso, aunque hubiera sido antes del accidente, en dos segundos habría ido a dar en el suelo con sus posaderas.

Como ella continuaba ajena a su presencia, decidió disfrutar del espectáculo. Fue hasta la mesa del «despacho» de Mac, y se apoyó en el borde con los brazos cruzados para mirarla, tratando de ignorar el dolor de la pierna.

Mientras la recorría con la mirada, lo sorprendió ver que su cuerpo respondía a aquel estímulo visual de un modo en que no lo había hecho en meses.

No era que hubiese pasado mucho tiempo con el sexo opuesto desde el accidente, pero aquella extraña le resultaba fascinante, algo que ni de lejos le había pasado con la nueva camarera del Blue Creek Saloon.

¿Quién podría ser? Sabía que Mac tenía una hija de un matrimonio fallido, pero aquella mujer era demasiado joven para ser su hija. Debía estar cerca de los treinta, unos cuantos años menos que él.

Tampoco le parecía que pudiera ser un ligue. Además, hasta donde él sabía, a quien le gustaba Mac era Ursula, la dueña del salón de belleza al que iba su madre cada semana y que tenía bastante carácter.

¿Podía ser que fuera, como él, otra alma perdida en busca de redención? Mac había ayudado a muchos miembros del grupo local de Alcohólicos Anónimos, y, como viajaba mucho, a menudo les dejaba que pasasen unos días allí, en una pequeña cabaña que había en su propiedad y de la que normalmente no hacía uso.

Sin embargo, siempre eran hombres, nunca mujeres. No, no podía ser de Alcohólicos Anónimos. Pensar que pudiera ser, después de todo, un ligue de Mac, lo irritó, porque eso significaría que le estaría vedada, y el hecho de que ese pensamiento le causase irritación lo sorprendió.

En fin, quizá lo mejor fuese salir de dudas y averiguar qué estaba haciendo allí. Apartó la vista de los pies desnudos de la desconocida, carraspeó una vez más y dijo:

—Perdona, no pretendo asustarte, pero...

Ella se giró sobresaltada, y empezó a lanzarle lo que tenía más a mano, una especie de bloques pequeños de colores, del tamaño de un ladrillo, aunque por suerte no eran de ladrillo, sino de gomaespuma. Como no se lo esperaba, los dos primeros golpearon a Dev en un hombro y en el pecho, y el tercero en la barbilla, cortando lo que iba a decir. Desvió con una mano los dos siguientes, pero, al moverse para hacerse un lado, una punzada de dolor le recorrió la pierna, haciendo que soltara un improperio entre dientes.

—¡Eh! ¡Para ya!, ¿quieres?

Tanya Reeves se detuvo jadeante, aún con un brazo levantado, dispuesta a lanzar su último bloque de yoga a la cabeza de aquel desconocido. El corazón parecía que fuese a salírsele por la garganta. El susto que se había llevado había hecho que se desvaneciera en un instante la paz y la tranquilidad que estaba consiguiendo con su sesión de yoga.

—¿Quién eres y a qué has venido? —le preguntó—. No te atrevas a acercarte.

—Si no me he movido...

Tanya dejó caer el bloque de gomaespuma y tomó su teléfono móvil del banco en el que lo había dejado.

—Pues más vale que no lo hagas, porque ahora mismo estoy llamando a la policía.

—No servirá de nada.

Tanya echó un pie atrás, y se apartó de los ojos un mechón húmedo por el sudor. Hacía unos cuantos años de las clases de kárate a las que había asistido, pero si se acercaba le pegaría una buena patada.

El tipo debía medir por lo menos un metro ochenta, así que lo mejor sería lanzársela al pecho, al plexo solar.

—Eso ya lo veremos.

El hombre volvió a apoyarse en la mesa y una sonrisilla levantó las comisuras de sus labios.

—Aquí no hay cobertura —dijo.

Tanya bajó la vista a su móvil y vio que tenía razón. ¡Mierda!

—No te preocupes; no tienes nada que temer de mí.

Tanya resopló con ironía.

—¿Qué?, ¿no me crees?

Tanya se relajó un poco pero no se movió de donde estaba. Era probable que estuviese teniendo una reacción desproporcionada, pero la vida le había enseñado unas cuantas lecciones que habría preferido no tener que aprender.

—Tal vez lo haría si me dijeras cómo te llamas y qué has venido a hacer aquí.

La sonrisa del hombre se hizo más amplia. Aquella sonrisa, que imprimió calidez a sus ojos azules, hizo que el corazón le palpitara con fuerza.

¿Por qué?, ¿por qué esa reacción? ¿Podría ser porque, por algún motivo, le resultaba extrañamente familiar? No, ¡qué tontería!, no lo había visto en su vida. Lo que pasaba era que era un tipo endiabladamente guapo, alto, fuerte y muy sexy al que los vaqueros que llevaba le sentaban como un guante.

Bajó la vista a sus pies. Y encima llevaba botas de vaquero. Siempre había tenido debilidad por los hombres que calzaban esa clase de botas. Lo miró a los ojos y enarcó una ceja, dándole a entender que seguía esperando una respuesta.

—Soy amigo del hombre que vive aquí —dijo él finalmente—, y me llamo Murphy, Devlin Murphy.

¿Devlin? Con solo oír ese nombre los recuerdos de una noche en Reno hacía casi diez años acudieron en tromba a la mente de Tanya. Después de todo ese tiempo... ¿quién iba a decirle que la primera persona con la que se iba a encontrar en aquella ciudad era el tonto borracho con el que había compartido una velada casi perfecta? Un tonto que, saltaba a la vista, no tenía ni idea de quién era.

Capítulo 2

—Te toca.

Tanya parpadeó, apartando a un lado los recuerdos de luces de neón, bulliciosos casinos y clubes nocturnos, de la noche en que había estado entre los fuertes brazos del hombre que tenía delante.

—¿Eh?

—Bueno, ahora que me he presentado creo que es de cortesía que tú hagas lo mismo.

Sí, era evidente que no la recordaba.

—Tanya —contestó—. Tanya Reeves.

Se quedó mirándolo, pero no vio el menor atisbo de que el nombre le resultara siquiera familiar. Le dolió un poco, pero tampoco podía decir que la sorprendiese.

Esa noche, cuando se conocieron, él había bebido bastante, y había seguido haciéndolo hasta bien entrada la madrugada, antes de que acabaran en la suite del hotel en el que él se alojaba.

—Un placer, Tanya. Y, ahora, ¿puedo preguntarte cómo has entrado aquí?

Ella lo miró boquiabierta y puso los brazos en jarras.

—¿Que cómo...? ¿Cómo has entrado tú aquí?

—Tengo una llave. Una llave que no he tenido que usar porque la puerta estaba abierta.

Tanya frunció el ceño. Ella había cerrado tras entrar en el hangar.

—Cuando cierras tienes que tirar hacia arriba de la manija para asegurarte de que ha cerrado bien. Si no lo haces, a veces se abre —añadió él, como si le hubiera leído el pensamiento—. Si no, no sabes quién puede entrar.

Tanya se rodeó la cintura con los brazos, sintiéndose de repente algo incómoda por su atuendo, aunque no sabía por qué, teniendo en cuenta que la noche en que se habían conocido no había llevado mucho más que plumas y lentejuelas; un montón de lentejuelas.

—Gracias por el consejo. Intentaré recordarlo para la próxima.

—¿Así que tienes pensado volver a venir aquí a hacer... lo que fuera que estabas haciendo? —inquirió él.

—Todos los días —Tanya se quedó contrariada al verle apretar los labios, como si le molestara—. Y lo que estaba haciendo se llama «yoga». «Anusara yoga», para ser más exactos —añadió—. Después de haber dormido anoche en ese colchón tan incómodo que tiene la cama de la cabaña... Oye, ¿estás bien? —inquirió al fijarse en la frente que perlaba el sudor de Devlin.

—Sí, perfectamente.

Tanya había sabido del horrible accidente que había sufrido el verano anterior. La noticia había salido hasta en los periódicos de Denver, y al leer su nombre se había sobresaltado. Después de que su hermano y él fueran rescatados con vida, poco a poco, habían ido dejando de informar sobre ello, pero lo último que había leído era que Devlin tendría que pasar varios meses hospitalizado.

—Lo preguntaba porque me da la impresión de que tienes algún dolor.

Él apretó la mandíbula.

—Pues no me duele nada. ¿Has dicho que anoche dormiste en la cabaña?

Tanya sabía que estaba mintiendo, pero se limitó a asentir.

—Mac me ofreció uno de los dormitorios de la casa, pero estoy acostumbrada a tener mi propio espacio. También me dio la llave de aquí y me dijo que si quería podía...

—Espera un momento... —la interrumpió él con expresión sorprendida—. ¿Por qué iba a darte Mac una llave del hangar?

—¿Y por qué te dio una a ti? —le espetó ella.

—Porque somos amigos.

—Y nosotros parientes.

Devlin la miró boquiabierto.

—¿Que sois qué?

—Steve Mackenzie es mi abuelo —la estupefacción de Devlin hizo a Tanya preguntarse si su abuelo y él de verdad eran amigos—. ¿No sabía que tenía familia?

—Sé que tiene una hija, sí, pero siempre me había dicho que no tenía apenas contacto con ella. En fin, me dijo que estaban intentando... que estaban empezando a...