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Taylor Maguire sabía que había cometido un gran error ayudando a Angie Cordell a escapar de Brisbane. ¿Cuánto tiempo podría soportar una sofisticada maestra en una remota y solitaria explotación ganadera? Cada una de las hormonas de Taylor se revolucionaba en su presencia, pero no podía arriesgarse a involucrarse en lo que sólo podía ser una corta aventura. Su hijo ya había sufrido demasiado por culpa de una mujer de la ciudad y, al igual que a él, le costaba confiar en los demás. Angie podía decir cuanto quisiera que quería quedarse para siempre allí: lo que tenía que hacer era demostrarlo.
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Seitenzahl: 198
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1998 Emma Darcy
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Fuego en el corazon, n.º 1073- mayo 2022
Título original: Outback Heat
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-664-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
UN calor opresivo la envolvió en cuanto abandonó el taxi para dirigirse desde Queen Street Mall hacia el Hotel Hilton. Era un calor pegajoso e irritante que abrasaba toda la ciudad.
Pero podría soportarlo. Angie se aferraba a la idea de que podría soportar cualquier cosa siempre y cuando consiguiera sacar a Brian Slater de su vida. Dedicarse durante un año a trabajar como institutriz en el campo, en una de las inmensas propiedades del desierto australiano, le parecía la mejor forma de romper definitivamente con él. Estaría fuera del alcance de Brian en todos los sentidos. Además, el calor allí era más seco que en la costa.
Entrar en el hotel fue una auténtica bendición. Se levantó el pelo de la nuca, con intención de refrescarse. Los rizos tendían a alborotársele más que de costumbre en días como aquél y recogérselo habría resultado una tarea imposible, por eso había preferido dejárselo suelto para no arriesgarse a proyectar una imagen descuidada. La primera impresión era muy importante en una entrevista de trabajo.
Examinó su imagen en el espejo. No había ni rastro de sudor en el vestido. El color amarillo pálido le daba un aspecto fresco y alegre y era además suficientemente suave como para realzar el bronceado de su piel, su pelo castaño y sus ojos ambarinos. El estilo, serio y juvenil al mismo tiempo, le parecía el ideal para una futura institutriz.
Angie miró el reloj. Faltaban cinco minutos para que se encontrara con el hombre que podría permitirle escapar del lío emocional en el que se encontraba. Podía parecer cobarde huir de aquella manera, pero no le importaba. Se sentía demasiado vulnerable a la insistente persecución de Brian estando en Brisbane. Necesitaba aquel trabajo.
El directorio que estaba al lado de los ascensores indicaba que el Atrio, el lugar en el que habían quedado, estaba situado en la sexta planta. La entrevista iba a celebrarse en la cafetería, situada al lado del restaurante.
Mientras se dirigía a su ya undécima cita para conseguir un nuevo empleo, Angie se esforzaba en controlar sus nervios, respirando hondo y repasando mentalmente las respuestas a las preguntas que sin duda le iban a plantear.
No era fácil ofrecer una imagen tranquila cuando la situación que estaba viviendo con Brian le hacía sentirse como un manojo de nervios. Pero tenía que sacarlo de su mente, al igual que de su vida. La siguiente media hora era crítica porque de ella dependía que tuviera la oportunidad de hacerlo. Así que se ordenó concentrar todas sus energías en impresionar al hombre que había ido a conocer.
El Atrio resultó ser una zona ambientada alrededor de una piscina rodeada de helechos y plantas tropicales. Los sofás de mimbre y cojines de algodón parecían más propicios para un encuentro amistoso que para una entrevista de trabajo, pensó Angie. Miró a su alrededor, preguntándose si habría sido citada alguna otra candidata al puesto.
Vio algunas parejas, un grupo de jóvenes y un hombre solo. En el momento en el que su mirada se cruzó con la de aquel solitario, Angie sintió un escalofrío por la impresión.
Ella no se había formado ninguna expectativa. Simplemente pensaba encontrarse con un hombre del campo que necesitaba una maestra que supervisara los estudios de su hijo. Pero aquel hombre emanaba fuerza. Parecía haber sido esculpido en algún duro material. Era como pan endurecido, pensó Angie, sintiéndose intimidada por el impacto de un poder con el que jamás se había encontrado.
Él la vio, asintió y se levantó, preparado para recibirla educadamente. Iba vestido con atuendo de ciudad: pantalones grises, camisa blanca… Nada que indicara que se trataba de uno de aquellos hombres que vivían en los territorios más remotos y solitarios del país. Pero la ropa era un detalle completamente irrelevante al lado de su altura y su complexión atlética, que parecían estar diciendo a gritos que aquél era un hombre de acción.
Aunque sus facciones eran fuertes y su expresión demasiado endurecida por la vida como para considerarlo atractivo, su rostro transmitía una sensación de autoridad que demandaba atención y respeto.
Angie sentía cómo se le aceleraba el pulso mientras caminaba hacia él. Intuitivamente supo que nadie podría engañar a aquel hombre. Le temblaron las piernas, surgieron las dudas. ¿Sería capaz de satisfacerlo en la entrevista? Porque tenía la sensación de que aquel hombre la juzgaría atendiendo a criterios que para ella eran completamente desconocidos.
Taylor Maguire absorbió el fuerte impacto que le produjo ver a la joven mientras ella rodeaba las mesas. La firmeza con la que avanzaba hacia él despejaba cualquier posible duda sobre su identidad.
Aquella era Angie Cordell, la maestra que aspiraba a convertirse en institutriz de su hijo. Su mente intentaba registrar aquel dato mientras su cuerpo reaccionaba de forma inconfundible a la presencia de aquella mujer. Inmediatamente, se descubrió deseando que aquel encuentro hubiera tenido lugar en circunstancias diferentes.
Si Angie hubiera aparecido en el bar la noche anterior podrían haber sucedido muchas cosas.
Angie Cordell era como la lujuria hecha carne. Una nube de rizos castaños rodeaba su bello rostro. Su piel brillaba como la miel y el vestido amarillo sumaba a su atractivo una sensación de frescura que acentuaba la sensualidad de sus senos llenos, de las curvas de sus caderas y del movimiento de sus piernas. Si Angie Cordell no optara al puesto de institutriz, habría desabrochado encantado la línea de botones que escondía sus senos.
Pero era imposible.
Aquella mujer podía llegar a convertirse en la profesora de su hijo.
Así que luchó para resistir la tentación, para sofocar la excitación y volver a ser el hombre que tenía que ser… en aquella situación.
Tenía los ojos azules, penetrantemente azules y duros hasta provocar escalofríos. Angie contuvo a duras penas un estremecimiento al detenerse frente a la mesa que Taylor Maguire había escogido. Cualquiera que hubiera sido la conclusión que había sacado al verla acercarse, era obvio que no había sido positiva. Y que no se había dejado impresionar por ningún encanto superficial. Debía de ser muy difícil conseguir una sonrisa de aquel hombre. Todo lo contrario que Brian, que sonreía constantemente a todo el mundo.
—Señorita Cordell… —le tendió la mano—. Me alegro de que haya venido —su voz era tan grave y masculina como su aspecto.
—Gracias por dedicarme su tiempo, señor Maguire —contestó, decidida a mantener un aire confiado, por mucho que él la asustara.
El estrechamiento de manos fue breve, demasiado para que Angie pudiera analizar aquel contacto. Taylor era un hombre frío y controlado, pensó al verlo actuar. Su posible jefe señaló la silla que estaba frente a él, llamó a una camarera y tras preguntarle a Angie lo que iba a tomar, le transmitió la orden a la camarera.
A continuación se sentó y la miró fijamente a los ojos.
—¿Por qué quiere este trabajo, señorita Cordell? —le preguntó directamente.
Angie le dio la respuesta que llevaba preparada:
—Siempre he sentido curiosidad por la vida del campo. De esta forma, podré conocerla de primera mano.
En los ojos de Taylor apareció un brillo sardónico.
—Yo no pretendo ayudarla a hacer turismo. Giralang es una explotación de ganado. Los paisajes son bastante monótonos y las actividades que allí se realizan pueden llegar a hacerse aburridas.
—No creo que lo sean para usted, señor Maguire —contestó con seguridad.
—No, no para mí —confirmó con una irónica sonrisa—. Yo he nacido allí, veo las cosas de forma diferente.
Angie asintió.
—A mí me gustaría poder llegar a ver ese lugar con los ojos de alguien que ha vivido siempre allí.
Pero Taylor Maguire difícilmente podría ayudarla a hacer realidad aquel deseo, pensó Angie, consciente de su hostilidad. ¿Por qué se mostraría tan negativo? ¿Habría decidido ya que no era la persona adecuada para el puesto?
Pero ella no iba a dejarse apabullar por un juicio superficial. No era justo. Si el señor Taylor Maguire pensaba que podía tacharla de su lista sin escucharla como era debido, iba a tener que pensárselo dos veces. Porque ella ya estaba harta de no ser escuchada, de que sus necesidades parecieran siempre irrelevantes. Brian había llegado a convertir en un hábito el ignorar cualquier cosa que ella dijera.
—¿Ha vivido alguna vez en el campo, señorita Cordell?
Angie advertía sus prejuicios y se revelaba contra ellos, pero aun sí contestó en tono comedido:
—No, pero en una ocasión conocí a alguien cuya vida cambió mucho, y para mejor, después de haber estado trabajando durante seis meses en un rancho. Jamás he olvidado lo que él me contó y me gustaría experimentarlo por mí misma.
Era extraño que hubiera pensado en Trav Logan en cuanto había leído el anuncio en el que pedían una institutriz. Durante su agitada adolescencia, había estado locamente enamorada de él y de su inagotable energía. Un juez le había concedido a Trav la posibilidad de elegir entre pasar seis meses en un rancho o soportarlos encerrado en un reformatorio. Trav se había decidido por el campo, y aquello había cambiado por completo su vida.
Trav… viviendo siempre al borde del peligro. Brian era igual, un agente de bolsa que vivía siempre al límite. Aquel vínculo le provocó una duda inquietante: ¿se sentiría compulsivamente atraída por los hombres que vivían peligrosamente?
—El contrato es por un año, señorita Cordell —le recordó Taylor Maguire con énfasis, haciendo que volviera a prestarle atención—. Un año es mucho tiempo, sobre todo para una persona acostumbrada a vivir en la ciudad y a disfrutar de numerosos entretenimientos.
Pero Angie no iba a dejarse derrotar con ese tipo de argumentos.
—Jamás he quebrantado las condiciones de un contrato, señor Maguire. Cuando firmo un contrato, sé a lo que me atengo.
—Muy loable. Sin embargo, hay una gran diferencia entre hacer un trabajo y estar contenta con él.
—Me gustan los niños. Y disfruto enseñando.
—Entonces, ¿por qué resignarse a ocupar un puesto en el que su labor se reduce a ser una simple supervisora?
—No considero que me esté resignando y estoy segura de que su hijo se verá beneficiado con lo que gracias a mi experiencia puedo aportarle.
Angie apenas podía contener el enfado que bullía en su interior. Él había leído el informe que había enviado a la agencia de empleo. Si consideraba que estaba demasiado cualificada para hacer ese trabajo, ¿por qué había concertado una entrevista?
Taylor la miraba pensativo. Quizá en el fondo la comprendiera. En ese caso, era preferible dejar que llegara a sus propias conclusiones antes que intentar convencerlo de forma más activa. Angie esperó en un tenso silencio la siguiente pregunta, resistiendo a duras penas la tentación de hablar.
La camarera llegó en ese momento con los cafés, un capuccino para ella y un café solo para él. Angie añadió azúcar. Taylor lo tomó solo. Al parecer, no necesitaba nada para estimular su energía, ni siquiera azúcar. Pensó en la afición cada vez mayor de Brian a la cocaína, en sus constantes excusas y en la cantidad de veces que había roto la promesa de intentar poner fin a aquella dependencia. Y deseó, fervientemente, no tener que volver a tener nada que ver con él.
Y la cruda verdad era que si quería salir definitivamente de su vida, aunque no consiguiera convencer a Taylor Maguire para que la aceptara en su mundo, tendría que hacer algún movimiento drástico. Cambiar de casa no era suficiente. Brian no quería aceptar que todo había terminado entre ellos y a veces Angie temía que no fuera capaz de hacerlo nunca.
Angie dejó la cucharilla en el plato y se irguió en su asiento, intentando señalar su disposición a continuar la entrevista. Y deseando que los ojos de Taylor Maguire no fueran tan penetrantes.
—Ha sido profesora en un colegio durante cinco años —comentó Taylor, leyendo el informe que Angie había enviado a la agencia de colocación.
—Exacto.
—Supongo que entonces habrá ganado mucho dinero. Mucho más del que podrá ganar como institutriz.
—Vivir en la ciudad también es caro.
Había tenido que adaptarse al tren de vida al que estaba acostumbrado Brian. La mayor parte de sus amigos procedían de familias adineradas y en algún momento de su vida, Angie había llegado a sentirse privilegiada. Se había dejado cegar por la sofisticación y el resplandor de la riqueza. Pero, afortunadamente, había abierto los ojos a tiempo.
—Sé que no saldré perdiendo, señor Maguire.
—¿Lo ha sopesado bien?
—Sí.
Vivienda y alimentación gratuitas, ninguna tienda de moda en la que gastar el sueldo, nada de locales nocturnos… probablemente hasta ahorraría dinero. Aunque no era eso lo que le importaba. Lo que quería era paz mental, no mejorar su situación económica.
Advertía que su falta de dudas lo incomodaba.
—Algunas cosas no pueden ser medidas en términos económicos —le explicó.
—Por ejemplo.
—La experiencia.
Taylor le dirigió una sonrisa que se asemejaba más a una mueca.
—El precio de la experiencia puede ser muy caro y, sin embargo, el salario que yo ofrezco es muy inferior al que podría pedir a cambio de la suya.
—No tengo ningún motivo para protestar por mi salario. Por lo que me dijeron en la agencia de empleo, el que usted ofrece supera al salario medio de una institutriz.
Una sombra oscureció la mirada de Taylor.
—Quizá debería haberse preguntado por qué, señorita Cordell.
—Prefiero la información real a las suposiciones —dijo con recelo—. De modo que estaría encantada de enterarme de las obligaciones que comporta mi contrato.
Taylor se encogió de hombros, visiblemente relajado por su respuesta.
—Hay tres niños en el rancho que necesitan que los ayuden a seguir las clases a distancia. Probablemente estará acostumbrada a trabajar con muchos más, así que eso no representará ningún problema para usted.
—¿Los tres son hijos suyos, señor Maguire?
—Sólo uno, Hamish. Tiene siete años.
—La mayor parte de mi experiencia como maestra ha sido con niños de esa edad.
—Ésa es una de las razones por las que me interesé en usted, señorita Cordell.
¿Entonces por qué parecía tener tantos problemas para darle el trabajo?
—¿Su hijo tiene algunas dificultades de aprendizaje? —preguntó.
—No, aprende todo lo que quiere y muy rápidamente —contestó secamente.
—¿Cuál es el problema entonces? ¿No le gusta estudiar?
—Digamos que se ha vuelto selectivo a la hora de hacer caso a lo que le dicen. Perdió a su madre el año pasado. Ella iba pilotando una avioneta. El motor se incendió y ella se estrelló —no había ni el menor rastro de emoción en sus palabras.
—Lo siento —murmuró Angie, con sinceridad—. Perder a los padres siempre es terrible para un niño.
Perder a una esposa no lo era menos. La tristeza que acompañaba a una pérdida de ese tipo podía hacer que la gente se hiciera más sociable o que se apartara de los demás. Y no creía que Taylor Maguire hubiera compartido su dolor con nadie. Lo soportaba solo. Lo cual probablemente significaba que su hijo también se habría aislado, viéndose privado del cariño que en ese momento tanto necesitaba.
—No ha sido fácil para él —admitió—. Y dudo que la reciba contento. Incluso puede llegar a pensar que está intentando ocupar el lugar de su madre.
—Lo único que puedo asegurarle es que seré sensible a las emociones de su hijo. Si tengo la oportunidad, quizá incluso podría llegar a ganarme su confianza.
Quería hacerlo. Aquello la ayudaría a tener un objetivo relacionado con su vocación de maestra. Por primera vez, encontraba en aquel trabajo algo positivo que iba más allá de su necesidad de escapar.
—Desgraciadamente, señorita Cordell, Hamish no sería el único que pensará de ese modo.
Angie estaba tan concentrada en el dolor del niño que no comprendió lo que Taylor le decía.
—¿Perdón?
—Soy viudo y usted es una mujer muy atractiva. Supongo que no tiene ningún compromiso, pues de otro modo no habría solicitado este trabajo. Tiene veintisiete años, una edad a la que la mayoría de las mujeres, si no tienen una relación estable, la están buscando.
Angie se quedó estupefacta ante aquella insinuación.
—¿Cree que pretendo casarme con usted? —farfulló.
Él se encogió de hombros.
—Lo único que pretendo es explicarle con qué se va a encontrar. Vamos a vivir bajo el mismo techo, con otras personas, claro, pero eso no detendrá los rumores. Los rumores son algo muy normal en el campo, señorita Cordell. Piense que una de las principales diversiones que tenemos allí son las conversaciones por radio.
—Pues bien, en primer lugar, permítame asegurarle que no soy una mujer desesperada por atrapar a un hombre, señor Maguire —Angie intentó controlar su resentimiento—. Ni a usted ni a nadie. De hecho, podría decirse que, en este momento de mi vida, tener una relación con un hombre está en el último lugar de mi lista de prioridades.
—Entonces no debería trasladarse a un mundo tan masculino, porque puede estar segura, señorita Cordell, de que allí va a llamar la atención.
—Si se diera el caso, confío en que contaría con su protección.
La mirada de Taylor se endureció.
—Si provoca problemas, no puedo garantizarle una protección absoluta.
Angie deseaba gritar que no era culpa suya, quería llorar. Estaba desolada. Acababa de comprender el motivo por el que la entrevista había transcurrido en aquel tono.
—Así que ése es el problema. Le ha bastado mirarme para decidir que puedo causar problemas.
—Es una posibilidad que tengo que tener en cuenta.
Angie sacudió la cabeza.
—No soy una provocadora, no voy por la vida seduciendo al primer hombre con el que me encuentro, pero supongo que no tengo por qué esperar que me crea —y cambiar de aspecto era imposible—. En cualquier caso, espero que tenga en cuenta la experiencia que puedo ofrecerle.
—La tengo en consideración, señorita Cordell —le aseguró—. Pero me ha parecido justo comentarle un aspecto de la situación en el que usted no ha reparado.
Era cierto. Angie había dedicado mucho más tiempo a pensar en aquello de lo que huía que en lo que iba a encontrarse.
—Gracias. Se lo agradezco —se inclinó hacia delante para tomar su taza de café. Necesitaba tranquilizarse y valorar nuevamente la situación.
Si quería ser justa con él, tenía que admitir que, teniendo en cuenta su condición de soltero, vivir bajo su mismo techo era una situación delicada. Taylor Maguire parecía tener unos treinta y tantos años, era el propietario de una vasta cabaña ganadera y era un hombre atractivo. Que además no tenía por qué saber que en ese momento de su vida, Angie era inmune a los encantos de cualquier hombre.
Por otro lado, era natural que quisiera lo mejor para su hijo. Ésa era la razón por la que había concertado la entrevista. Una profesora con ningún atractivo sexual no le habría hecho pensar en los problemas potenciales que había visto en ella. Pero Angie tenía que hacerle cambiar de opinión, acentuando los aspectos positivos y disminuyendo las posibles consecuencias negativas de su elección.
Bebió otro sorbo de café. Él ni siquiera había tocado su taza. Alzó la mirada y lo descubrió observándola con los ojos entrecerrados. ¿Habría tomado ya una decisión? Era imposible averiguarlo.
—¿Le preocupan los rumores? —le preguntó. En realidad no parecía un hombre al que pudieran importarle.
—Las mujeres suelen ser los objetivos en estos casos. Sobre todo si no son de la zona —arqueó las cejas—. ¿Cree que podría soportarlo?
—Está hablando de personas a las que no conozco, cuyas opiniones no tendrían por qué importarme. Siempre que esté contenta conmigo misma y con lo que hago, no me afecta lo que puedan decir los demás.
—No hay mucha gente que pueda decir lo mismo.
—Lo único que yo puedo decir es lo que me ocurre a mí —contestó—. Estoy en un momento de mi vida en el que no espero que nadie haga nada por mí. Y necesito tiempo para mí.
Taylor no hizo ningún comentario. Se limitó a observarla con cierta curiosidad.
—Se me da muy bien trabajar con niños —continuó diciendo Angie—. Este año he tenido una clase con quince alumnos que iban retrasados por problemas de conducta y discapacidades físicas. La mayoría de ellos han podido superar el curso y el resto por lo menos han ido más contentos al colegio. La directora del colegio puede confirmarle esta apreciación si la llama. El número de teléfono está en mi informe.
Taylor asintió.
—¿Hay algo más que quiera decirme, señorita Cordell?
Estaba poniendo fin a la entrevista. Angie sintió miedo. ¿Habría dicho lo que debía? Su rostro no le daba ninguna pista. Desesperada por causarle una buena impresión, le explicó:
—Creo que estoy en condiciones de comprender a su hijo, señor Maguire. Yo también fui una niña huérfana. Mi padre murió cuando tenía ocho años y mi madre cuanto tenía catorce. Sé lo que es sentirse… desplazado.
—No creo que mi hijo se sienta desplazado.
—¿No? —aquel había sido un movimiento equivocado. Intentó corregirse—. Bueno, quizá usted haya conseguido transmitirle una fuerte sensación de pertenencia. Lo único que pretendía decirle es que sé lo que significa perder a un ser querido.
Y quizá fuera esa la razón por la que le había costado tanto abandonar a Brian después de dos años y medio de relación. La necesidad de amor había erosionado su sentido común.
—Realmente quiero ese trabajo, señor Maguire —confesó, incapaz de contenerse.
—Lo tendré en cuenta, señorita Cordell —se levantó, señalando el fin de la entrevista—. Le agradezco que haya venido.
Angie se levantó con el corazón destrozado.
—Gracias por haberme escuchado.
Taylor asintió.
—Tengo otras entrevistas después del almuerzo. Si le viene bien, le daré a conocer mi decisión esta misma tarde.
—Sí, gracias.
Le tendió la mano. En su rostro no se dibujaba ni el asomo de una sonrisa.
Pero Angie sintió sus ojos clavados sobre ella mientras se alejaba. Y deseó tener tanta fuerza como él. Quería enfrentarse nuevamente a su propia vida. Sola, sin protección. Necesitaba aquella oportunidad.
Y sólo faltaban unas horas para que averiguara si la había conseguido.