Fuerzas del destino - Ivana Butus - E-Book

Fuerzas del destino E-Book

Ivana Butus

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Beschreibung

Sebastián, es un niño cuya infancia tranquila fue sacudida por la pérdida devastadora de su madre a causa de salvar la vida de una niña. Desde ese trágico momento, la tristeza y el dolor se convirtieron en compañeros constantes en su vida. A través de las páginas de esta emotiva novela, acompañarás a Sebastián en su crecimiento y transformación de niño a hombre. Guiado por la inquebrantable contención de su familia, especialmente de su padre, Sebastián enfrenta cada etapa de la vida como un desafío. A medida que crece y se convierte en un apuesto joven, encuentra en el boxeo una vía para canalizar sus emociones y desarrollar su carácter disciplinado que lo caracteriza. Sin embargo, su estabilidad emocional tambalea cuando el destino cruza su camino con la persona, ahora convertida en una hermosa mujer, que estuvo involucrada en la tragedia de su infancia. Enfrentando una lucha interna de sentimientos encontrados, Sebastián se ve atrapado en una encrucijada donde el perdón y el amor se debaten en una batalla emocional intensa. ¿Podrá Sebastián afrontar el dolor y sanar sus heridas? ¿O se dejará consumir por la furia y las cargas del pasado? Fuerzas del destino es una novela conmovedora que explora la resiliencia, el perdón y el amor como impulsores genuinos de toda trasformación.

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Seitenzahl: 122

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corrección: Lorena Mangieri

Butus, Ivana

Fuerzas del destino / Ivana Butus. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

112 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-679-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Románticas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Butus, Ivana

© 2023. Tinta Libre Ediciones

FUERZAS DEL DESTINO

Capítulo 1

Disfrutaba del viaje. Mi sitio preferido en el auto era pegadito a la puerta, donde podía apoyar la cabeza en la ventana y recibir los primeros rayos del sol, rozándome en la cara.

Verlas era mi parte favorita: las sierras grandes del Valle de Calamuchita. ¡Por Dios!, ¡qué imponentes eran! Me sentía infinitamente pequeño al observarlas tras la ventanilla. Si hubiera podido ver mi rostro lleno de asombro y mis ojos, que brillaban de alegría, hubiese guardado esa imagen para siempre, como quien atesora una fotografía que, al mirarla, evoca sentimientos de nostalgia y nos transporta a ese lugar exacto donde fuimos tan felices.

Quisiera volver a sentir por un instante esa explosión en el pecho, en la que el corazón y la mente carecían de ruidos, de dolores y de tristezas.

Mi nombre es Sebastián Salas, y tenía diez años cuando aquella mañana de verano cambió mi vida para siempre…

******

Mientras Miguel, mi padre, manejaba, mamá iba de acompañante; de a ratos leía y por otros le ofrecía algo saludable de comer. Ella velaba por la salud de todos, como buena médica cardióloga que era. Siempre nos explicaba la importancia de la alimentación sana y el deporte para nuestro corazón. Anna era metódica, pensativa y organizada: la antítesis perfecta de papá, que era más relajado.

Papá siempre decía que el viaje en sí mismo era una parte esencial de las vacaciones y que lo más importante no era solo llegar a nuestro destino, sino, disfrutar plenamente del recorrido. Y así lo hacíamos. Se percibía en el ambiente un cambio en nuestro chip mental. Nos habíamos despojado del ajetreo de la vida diaria, y la verdad era que se sentía maravilloso. La música siempre nos acompañaba, al igual que la deliciosa tarta de manzanas que mamá preparaba: un infaltable en nuestras vacaciones.

Viajábamos por diferentes lugares de nuestro hermoso país, pero mis favoritos estaban en las sierras de Córdoba, sin dudarlo. Allí se encontraban los valles más verdes, los ríos más claros y los paisajes más lindos que tanto había disfrutado; lugares que alguna vez me llenaron de felicidad y que un día, bruscamente, me la arrebataron…

Llegábamos con mucho entusiasmo al pueblo pintoresco por excelencia, La Cumbrecita. Ubicado al pie de las sierras grandes, era lo más parecido a una colonia alemana que había visto (en películas). Un pueblo que había surgido a raíz de sus primeros pobladores, inmigrantes alemanes, y que aún conservaba mucho de su tradición y arquitectura, algo que podía palparse mientras ibas descubriendo sus calles y senderos. La atmósfera era única, una combinación perfecta entre la naturaleza imponente que lo rodeaba y la riqueza cultural de sus habitantes. Estar allí era un viaje mágico, un traslado instantáneo a los rincones más entrañables de la Europa Central, desde el corazón de las sierras de Córdoba.

Lo más interesante en La Cumbrecita era que no estaba permitido ingresar con vehículos (con el fin de preservar la belleza paisajística del lugar). Solo se podía acceder caminando y, por esta razón, lo llamaban el pueblo peatonal.

Caminar por este bello pueblo era sumergirse en una experiencia donde vibraban tus cinco sentidos. Sus calles estaban rodeadas de cabañas con tejados a dos aguas y coloridos jardines. El aroma de pan recién horneado y café llenaban el aire, invitándote a disfrutar de las delicias culinarias tradicionales del pueblo. Su exquisita gastronomía y su arquitectura bávara se fusionaban armoniosamente con frondosos bosques de robles, cipreses, pinos, abedules y acacias que te abrazaban en cada paso.

******

El día caluroso y húmedo se hacía sentir desde las primeras horas de la mañana. Previo a nuestra llegada, había llovido una semana completa, por lo que todos los ríos y arroyos del valle se encontraban crecidos, con abundante caudal de agua.

La naturaleza me devolvía sonidos placenteros, que se mezclaban con las voces de las familias que caminaban junto a nosotros hacia La Cascada Escondida. Era una hermosa excursión que consistía en trepar la sierra, por un estrecho sendero que culminaba en una imponente cascada. Era uno de los principales atractivos del lugar, al cual concurrían cientos de turistas. Allí, el arroyo Almbach se abría paso en medio de una gran quebrada y producía un salto espectacular de agua de catorce metros de altura que se precipitaba sobre una olla de cinco metros de profundidad. La abundante vegetación que la rodeaba y las grandes rocas que salían del arroyo formaban un lugar ideal para descansar y contemplar el entorno.

Ese día ascendía mucha gente hacia la cascada. La mañana cargada de humedad generaba que el camino, pedregoso y con tierra, se encontrara un tanto resbaladizo. Debíamos ser muy cuidadosos, un pequeño desliz y rodaríamos entre los árboles y piedras hasta terminar en el caudaloso y profundo arroyo Almbach.

La pendiente cuesta arriba se hizo sentir en el último tramo. ¡Pero la sonrisa en nuestros rostros por el rocío, que nos mojaba la cara, hizo que valiera el esfuerzo! Avanzábamos con cautela entre las imponentes rocas, procurando acercarnos un poco más a la olla. Mis padres sostenían fuertemente mi mano, conscientes del riesgo que implicaba transitar por las piedras húmedas y resbaladizas. Lo mismo hacían otras personas. Lo mismo estaba haciendo Isabella, una pequeña niña que se encontraba a dos rocas de distancia de sus padres y a solo una roca de mi madre. ¡Qué paradójico pensar que esas distancias medidas en rocas en la mente de aquel niño de diez años marcarían la diferencia entre la vida y la muerte, la felicidad y la desdicha!

Concluyendo nuestra aventura, esa misma niña, que jugaba sonriente entre las piedras, se resbaló y, en un grito desesperado de ayuda, rodó entre las piedras y cayó en las aguas caudalosas.

Su grito retumbó en el lugar y, frente a las miradas desesperadas de los presentes, mamá, que se encontraba a solo una roca de distancia, soltó mi mano y, sin pensar las consecuencias, ni medir el peligro, se arrojó al agua turbulenta.

No pude detenerla, no pude decirle que no lo hiciera, que yo estaba ahí y la necesitaba… Un caos repentino se apoderó del entorno y la desesperación irrumpió sin permiso, desbordándonos a todos, incluyéndome a mí. Me convertí en un espectador pleno de una situación trágica, donde mi madre luchaba tenazmente contra la corriente, y mi corazón clamaba por unirme a ella, por lanzarme al agua, en un intento desesperado por rescatarla. Sin embargo, mi padre me detuvo en seco. Sus ojos reflejaban tanto temor como determinación, y su mano me ancló al suelo.

—¡Sebastián! ¡Quédate aquí, no te muevas! Voy por tu madre —exclamó.

—¡Papá! ¡No me dejes, quiero ir! —grité, sumergido en un llanto desgarrador.

Mamá, con un esfuerzo sobrehumano, finalmente se acercó a la niña y extendió sus brazos, como si fueran dos garras protectoras que la envolvieron, y, con una tenacidad inquebrantable, la lanzó hacia donde estaban sumergidos sus padres, quienes lograron amarrarla y llevarla hacia tierra firme. Al ver que su hija no respondía, rápidamente comenzaron a practicarle reanimación cardiopulmonar por algunos segundos, hasta que una expresión de alivio se mostró en los rostros de la gente aglomerada a su alrededor, al ver que Isabella volvió en sí.

Mientras tanto, papá también se había arrojado al agua. Mamá aún seguía luchando contra la corriente, que la arrastraba ferozmente, alejándola cada vez más de la orilla y golpeándola con las rocas presentes a su paso.

Un cordón humano se había formado entre hombres y mujeres que se disponían de tal forma que, al entrelazarse unos con otros, ofrecían resistencia a la fuerza del agua. Así sujetados, trataban de salvar a mis padres. Mi desesperación al ver que mamá se ahogaba era indescriptible; el corazón se me iba desgarrando en pedazos.

Corriendo, me metí entre la gente, buscando no perderla de vista. Ella continuaba luchando por mantenerse a flote, pero en un momento pude vislumbrar que mamá había dejado de moverse y se había desvanecido en el agua. Finalmente, la corriente se la llevó y desapareció sin dejar rastro. Esa fue la última imagen que vi de ella. Papá lo intentó, pero ni él ni el resto de las personas que lo ayudaban pudieron salvarla.

Mi mente y mi corazón no estaban preparados para resistir lo que acababa de ver. Entré en un estado de shock. Las imágenes pasaban incesantemente por mi cabeza como en una película y eran tan claras, tan reales… Quería que se fueran, ya no las soportaba, quería huir de ese lugar. Sin pensarlo, comencé a correr entre la gente que se encontraba aglomerada entre gritos y llantos, entre bomberos y médicos, que acababan de llegar; solo corría entre las piedras y árboles, alejándome de ese lugar, para no volver jamás.

Cuando tuve el valor de mirar hacia atrás, ya me había alejado lo suficiente como para no ver a nadie. Estaba solo y realmente cansado en medio de la naturaleza. Agitado, me senté en el suelo y me apoyé sobre el tronco de un árbol. Mientras iba recuperándome, tomé mis piernas y me hice un bollito. Las lágrimas surgían de mí con la fuerza y el dolor de un corazón que sangraba y estaba partido en pedazos. Se me entrecortaba la respiración por la intensidad de aquel llanto y mis gritos desesperados al cielo, llamándola para que volviera: «¡¡¡Mamá!!!».

Cuando puede calmar mi estado emocional, en ese preciso momento, vinieron a mi mente ideas magníficas para frenar ese dolor insoportable. Pensé: «Claro, ¡todo esto podría solucionarse muy fácil! ¿Y si me ahogaba con mamá?». Las aguas aún estaban turbulentas y, si mamá no había podido con ellas, yo tampoco podría. La ecuación era perfecta. Ya no sentiría más dolor y estaría junto a mi madre, seguramente en el cielo, porque ella había sido una buena persona y, con su reciente acto heroico de salvación, no había dudas de que Dios le abriría sus puertas allá arriba. Y, en cuanto a mí, me consideraba un niño bueno. Tenía mis cosas, claro, pero a mi criterio, no eran demasiado graves y, tal como me habían enseñado en las clases de catecismo, Jesús tenía una predilección especial por los niños, así que mi camino al cielo estaba asegurado completamente…

Esa catarata de ideas se había creado en segundos en mi cabeza, la de ese niño de diez años que aún estaba desbordado por la situación que acababa de vivir. Todo cerraba a la perfección.

Decidido a ejecutar mi plan, emprendí el camino de regreso. De repente, vino a mi mente otra imagen: la de mi padre. ¿Y papá? No lo había tenido en cuenta. Se quedaría solo. ¿Con quién iría de vacaciones…? No. Algo no estaba bien… Detuve mis pasos. Decepcionado de mi plan, me enojé conmigo mismo por no poder crear otro donde todos pudiéramos participar y encontrar la tranquilidad nuevamente.

Reposé sobre el mismo árbol que minutos antes había abandonado y allí me quedé, sabiendo que no tenía ni la menor idea de cómo regresar y que la noche pronto me haría compañía. Agotado, mis párpados cayeron y entré en un profundo descanso. Mi madre, radiante y luminosa, apareció en mi sueño, y con una paz infinita en su mirada, besó mi frente y allí se quedó conmigo, reposando su cara contra la mía. Aquel fue el momento en que me hubiera quedado para siempre refugiado entre sus brazos.

Yo la miraba deslumbrado y me aferraba con la fuerza máxima que mis pequeños brazos podían hacer. En lo más profundo de mi sueño inconsciente, no quería despertar, sabía que, al hacerlo, mamá ya no estaría, y ese milagro que tan vívidamente estaba sintiendo se esfumaría. Resignado a que pronto vería su partida, como un bebé que en los brazos de su madre encuentra la calma, reposé mi cabeza sobre su pecho y, con la angustia que me desgarraba por dentro, su corazón me regaló un último gesto al dejarme sentir sus latidos, palpitando en sintonía con los míos…

******

Papá, entre la desesperación de haber perdido a mamá, cuando pudo entrar en razón, comenzó a buscarme, y se percató de que no estaba por ninguna parte. Allí se desató un operativo de búsqueda: de mi búsqueda. Algunos me buscaban por agua, y otros por tierra.

Había anochecido, la oscuridad absoluta me acompañaba. Tenía miedo. Tenía frío. Pero me quedé quieto en ese lugar y perdí la noción del tiempo. La angustia me invadió nuevamente y los nudillos de mis manos estaban rojos, más bien sangraban de tanto golpearlos contra el piso; una sensación de tristeza mezclada con rabia emanaba de mí, porque ella me había dejado solo, porque había preferido morir para rescatar a una persona que no conocía, dejándome a mí con un inmenso dolor. Un llanto me acompañó aquella noche, hasta caer rendido del sueño.

Al despertar, tenía a mi lado a mi padre, a un bombero y a un médico. Y me di cuenta de que algo no andaba bien. Rápidamente, me llevaron al hospital, donde me realizaron todo tipo de estudios.

Me encontraba perdido, sabía que mamá estaba muerta, pero aún la nombraba, la llamaba. Tenía ataques de llanto por las noches, terribles pesadillas donde, gritando, me despertaba exaltado, con la frecuencia cardíaca por las nubes y sin poder conciliar el sueño. En realidad, orgánicamente estaba bien, pero mi mente había entrado en una especie de shock postraumático. Dado el nivel de exaltación que tenía, los doctores recomendaron realizar una cura de sueño, por setenta y dos horas.

La tristeza había venido a invadir a nuestra familia e inevitablemente era un huésped con el que íbamos a tener que batallar por un largo tiempo.

******

Desgraciadamente, nuestra tortura no había terminado. Después de haber dormido por tres días en el hospital, ya instalados en casa, llamaron a nuestra puerta. Eran dos oficiales de policía. Papá los recibió y me indicó que los dejara solos para poder dialogar. Era evidente que iba a esconderme tras la puerta a oír todo lo que hablaban: y allí fue donde fusilaron literalmente mi corazón.

Las palabras textuales fueron: «Hemos encontrado un cuerpo, aproximadamente a dos kilómetros del lugar del hecho, a orillas del arroyo, en avanzado estado de descomposición. Creemos que es compatible con el de su esposa, Anna Bustamante. Requerimos de su presencia en la morgue para que lo reconozca».