Galileo Galilei - Sergio de Regulés - E-Book

Galileo Galilei E-Book

Sergio de Régules

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Beschreibung

Paolo, que ahora es matemático de la Universidad de Pisa, recuerda su infancia como discípulo de Galileo Galilei. Con candidez nos cuenta de la constancia y la determinación de su admirado maestro para estudiar el universo, y de los años en los que perfeccionó el telescopio e hizo observaciones astronómicas que revolucionaron nuestra mirada sobre el cosmos y sobre el lugar que el ser humano ocupa en él. 

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Seitenzahl: 26

Veröffentlichungsjahr: 2015

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C O L E C C I Ó N A S Í O C U R R I Ó / I N S T A N T Á N E A S D E L A H I S T O R I A
Galileo Galilei:
Texto de Sergio de Régules
Ilustraciones de Alejandro Magallanes
OBSERVADOR DEL UNIVERSO
Galileo Galilei:
OBSERVADOR
DEL UNIVERSO
Texto de Sergio de Régules
Ilustraciones de Alejandro Magallanes
Desde muy temprano oí al señor Galilei trajinar en la bodega.
Me estiré, bostecé con los ojos apretados y me puse un camisón para ir a ver si mi
maestro necesitaba ayuda. Era verano y hacía un calor horrible en Florencia. ¡Qué
ganas tenía de ir a echarme un chapuzón en el río Arno! Hice planes de reunirme con
mis amigos en el Puente Viejo para hacer competencias de clavados desde las pilas
que sostienen los arcos.
—Paolo, muchacho, ven, ayúdame —me dijo mi maestro cuando me vio llegar por
el jardín.
Lo ayudé a sacar un montón de fierros viejos que tenía ahí guardados desde quién
sabe cuándo. Mientras yo hurgaba entre las sombras, el señor Galilei revisaba las cosas
que le iba pasando y las ponía en la hierba.
Al rato me moría de calor. Estaba a punto de pedir
permiso para ir a nadar en el Arno cuando entre los
tiliches polvorientos encontré un tubo oxidado sujeto
a una base muy bonita. El señor Galilei se sentó pesa-
damente en un taburete de madera, separó el tubo de
la base y lo tomó amorosamente con las dos manos.
—Esto sí que es oro, Paolo.
¿Sabes qué es?
—¡Un anteojo! —dije,
maravillado.
—Bueno, en
una cena
que organizó
en mi honor
un príncipe,
hace muchos
años, le pusieron
un nombre
más bonito:
telescopio.
5
El telescopio tenía lentes de vidrio en los extremos, pero estaban muy sucias.
—Con este aparato descubrí un montón de cosas interesantes en el cielo, ¿sabías?
¡Claro que lo sabía! Lo que no sabía era qué fue lo que descubrió. Por eso les había
pedido a mis padres, que vivían en Pisa, que me dejaran ir a estudiar con el señor
Galilei (mi papá dijo que no; mi mamá dijo que sí, y aquí estoy).
—¿Funciona? —le pregunté.
6
Galileo Galilei frotó las lentes con un pliegue de su ropa, aplicó un ojo al extremo
del tubo y se echó a reír. Luego me lo extendió. Tomé el tubo con desconfianza y me
lo llevé al ojo derecho. ¡Funcionaba! El Puente Viejo se veía como si estuviera al otro
lado de la calle. Al pie de los arcos vi con toda claridad a mis amigos saltando al agua
alegremente. No los podía oír, pero me imaginaba sus voces y sus risas. En vez de salir
disparado, miré al señor Galilei y le pregunté:
—¿Y qué es lo que se ve en el cielo con el telescopio?
—Ve a refrescarte al río. Hablaremos en la noche.
7
8
En cuanto se puso el sol corrí a casa de mi maestro. Por toda la campiña se oía el