GENGHIS KHAN - EL CONQUISTADOR - Harold Lamb - E-Book

GENGHIS KHAN - EL CONQUISTADOR E-Book

Harold Lamb

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Beschreibung

Genghis Khan (también conocido como Gengis Kan  fue el fundador del Imperio mongol que gobernó desde 1206 hasta su muerte en 1227. Nacido como Temuyín, adquirió el título de Genghis Khan, que probablemente significa "gobernante universal", tras unificar las tribus mongoles. Totalmente despiadado con sus enemigos, en sus campañas de terror fueron masacrados innumerables inocentes, millones según los cronistas medievales.  Genghis Khan tenía una reputación temible, pero fue un hábil administrador que introdujo la escritura en la cultura mongola, creó su primer código de leyes, promovió el comercio y concedió la libertad de culto  en el mundo mongol. De este modo, Genghis Khan asentó los cimientos de un imperio que, bajo sus sucesores, acabaría controlando una quinta parte del planeta. Genghis Khan el Conquistador es una obra histórica fascinante. Una lectura obligada para cualquier amante de la historia y la aventura.

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Harold Lamb

GENGHIS KHAN

1a edición

Sumário

PRESENTACIÓN

PARTE I

PARTE II

PARTE III

PARTE IV

Anotaciones

PRESENTACIÓN

Genghis Khan (también conocido como Chinguis Khan) fue el fundador del Imperio mongol que gobernó desde 1206 hasta su muerte en 1227. Nacido como Temuyín, adquirió el título de Genghis Khan, que probablemente significa "gobernante universal", tras unificar las tribus mongolas. Totalmente despiadado con sus enemigos, en sus campañas de terror fueron masacrados innumerables inocentes, millones según los cronistas medievales.

Genghis Khan atacó los estados Xi Xia y Jin y luego la China de la dinastía Song. En la otra dirección, sus veloces ejércitos invadieron Persia, Afganistán e incluso Rusia. Genghis Khan tenía una reputación temible, pero fue un hábil administrador que introdujo la escritura en la cultura mongola, creó su primer código de leyes, promovió el comercio y concedió la libertad de culto permitiendo que todas las religiones se practicaran libremente en cualquier lugar del mundo mongol. De este modo, Genghis Khan asentó los cimientos de un imperio que, bajo sus sucesores, acabaría controlando una quinta parte del planeta.

Vida temprana

La vida de Genghis Khan se cuenta en la (a veces fantástica) Historia secreta de los mongoles, algunas de cuyas partes datan probablemente de la primera mitad del siglo XIII, así como en fuentes chinas y árabes posteriores. Nació de padres aristócratas y recibió el nombre de Temuyín, en honor a un cautivo tártaro. La fecha de nacimiento no se conoce con certeza, ya que algunos estudiosos optan por 1162 y otros por 1167. La leyenda dice que el niño nació con un coágulo de sangre en su mano derecha, un presagio de lo que iba a suceder. La madre de Temuyín se llamaba Hoelun y su padre, Yesugei, que era un líder tribal, dispuso que su hijo se casara con Borte (también conocida como Bortei), la hija de otro influyente líder mongol, Dei-secen, pero antes de que este plan pudiera fructificar, el padre de Temuyín fue envenenado por un rival. Temuyín tenía entonces sólo nueve o doce años, por lo que no pudo mantener la lealtad de los seguidores de su padre. En consecuencia, él y su madre fueron abandonados en la estepa asiática, dejados a su suerte. Sin embargo, la familia marginada se las arregló para forrajear y vivir de la tierra lo mejor que pudo.

Las cosas empeoraron cuando el joven Temuyín fue capturado por el líder de un clan rival, quizá tras un incidente en el que puede que Temuyín matara a uno de sus hermanastros mayores, Bekter, que probablemente representaba a una rama rival de la familia que había asumido el legado de Yesugei. Afortunadamente, Temuyín pudo escapar durante la noche y, reuniendo a los pocos seguidores aún leales de su padre, se unió a Toğrul, jefe de los Kerait, una tribu a la que su padre había ayudado en el pasado. Temuyín se casó entonces con su prometida de varios años antes, Borte.

En poco tiempo, el liderazgo y el talento marcial de Temuyín le proporcionaron victorias sobre los rivales locales y su ejército aumentó de tamaño. Los conflictos eran encarnizados y un líder tribal es infame por haber hervido a sus cautivos en 70 grandes calderas.

Sin embargo, Temuyín se mostró imparable y consiguió unificar a la mayoría de las diferentes tribus nómadas que vagaban por las praderas de Asia central, cada una de ellas compuesta por clanes diferentes pero relacionados, creando una red de alianzas entre ellas. Temuyín se convirtió en el líder dominante mediante una mezcla de diplomacia, generosidad y su propio uso despiadado de la fuerza y los castigos. A veces, las tribus derrotadas se veían obligadas a unirse a su ejército o ser asesinadas a mansalva. Temuyín, valiente en la batalla, solía recompensar la valentía de los derrotados, y es célebre por haber nombrado general a un hombre llamado Jebe por haber resistido una carga de caballería y haber disparado una flecha que mató al propio caballo de Temuyín.

El Gran Khan

A medida que su ejército crecía, Temuyín fue derrotando, a lo largo de unos diez años, a rivales como los tártaros, los keraitas, los naimanos y los merkitas, hasta que una confederación mongola se reunió en una gran conferencia o kurultai en el río Kerulen en 1206 y declaró formalmente a Temuyín como su líder. Se le dio el título de Genghis Khan, que probablemente significa líder "universal" (la ortografía en mongol es Chinguis, pero "Genghis" sigue siendo más común hoy en día y deriva de que los eruditos árabes medievales no tenían una ch en su idioma).

El objetivo ahora era combinar esta base de poder con las habilidades tradicionales mongolas de la equitación y el tiro con arco, y no solo superar la tradición de los estados vecinos rivales sino construir un imperio que luego pudiera conquistar el estado más rico de Asia: China. Puede que Genghis no comenzara con este plan, pero eso es exactamente lo que sucedió.

A pesar de que ahora disfrutaba de una posición elevada, Genghis se mantendría cerca de sus raíces y seguiría viviendo en una gran tienda de lana portátil o yurta. De hecho, hasta que se estableció el Imperio mongol, este pueblo nómada no había formado aldeas ni ciudades, sino que se desplazaba regularmente entre los pastos según dictaban las estaciones. Sin embargo, el Gran Khan no siempre miró hacia atrás e insistió en que la lengua mongola, hasta entonces sólo hablada, se convirtiera en una lengua escrita utilizando la escritura de los turcos uigures. De este modo, se pudo redactar un código de leyes, el Yassa, que incluía, entre otras muchas disposiciones, castigos para determinados delitos. Otra innovación fue el desarrollo de un sistema postal en el que los mensajeros a caballo podían llevar mensajes rápidamente a través de largas distancias y que contaban con estaciones regulares para comer, descansar y cambiar de caballo. Esta red resultó muy útil durante las campañas, cuando era necesario transmitir rápidamente la información militar.

Genghis también hizo que su ejército fuera más seguro al evitar la tradición mongola de formar divisiones basadas en tribus que luego podrían dividirse debido a rivalidades ancestrales. Para asegurar mejor su propia posición, el Gran Khan formó y luego amplió su guardia de élite, los kesikten, de 800 a 10.000 hombres. Tradicionalmente, su lealtad estaba garantizada por la diversa composición del cuerpo y por el hecho de que sus miembros procedían de los hijos y hermanos de sus comandantes superiores. Más tarde, sus miembros juraron lealtad absoluta al Khan a cambio de favores especiales en lo que respecta al botín de guerra. Además, muchos de sus miembros también adquirieron importantes funciones administrativas en los territorios conquistados.

La guerra mongola

Los mongoles estaban ahora unificados y su ejército tenía varias ventajas sobre los de sus vecinos más grandes y poderosos. Eran expertos arqueros que utilizaban sus arcos compuestos de tiro lejano y soldados extremadamente duros, capaces de cabalgar durante días y días con un mínimo de comida y agua. Sus caballos, robustos pero ágiles, eran un arma en sí mismos y capaces de sobrevivir a las duras temperaturas. Los mongoles contaban con caballería ligera y pesada, y cada jinete solía tener hasta 16 caballos de repuesto, lo que les daba un gran margen de maniobra. Además, los mongoles nunca rechazaban la oportunidad de emplear ellos mismos las tácticas y la tecnología del enemigo. No solo aportaron una feroz movilidad al estilo de guerra asiática, sino que, gracias a su flexibilidad, también se adaptaron rápidamente a otros tipos de batalla, como la guerra de asedio y el uso de misiles de pólvora y catapultas (primero las chinas y luego las afganas cuando se dieron cuenta de que eran superiores). Adoptar las habilidades e innovaciones de los demás en general se convertiría en su punto fuerte, ya que los ministros y comandantes del Khan procedían de unas 20 naciones diferentes.

Otra ventaja era que Genghis Khan sabía cómo explotar las divisiones internas del enemigo y avivar viejas rivalidades que podían debilitar las alianzas enemigas, información que a menudo era adquirida por espías y comerciantes. Por último, la motivación era alta porque la guerra mongola estaba concebida con un solo propósito: obtener un botín. Además, los comandantes victoriosos podían esperar recibir grandes extensiones de tierra para gobernar a su antojo, mientras que el propio Gran Khan recibía tributos de aquellos gobernantes a los que se les permitía permanecer en el poder como vasallos mongoles. En resumen, una vez movilizadas, las hordas mongolas iban a ser muy difíciles de detener.

Mapa de los Estados Song y Jin del Sur (eu incluiré depois)

Genghis atacó el estado Jin (también conocido como dinastía Jin Jurchen, (1115-1234) y la llanura del río Amarillo en 1205, 1209 y 1211; esta última invasión consistió en dos ejércitos mongoles de 50.000 hombres cada uno. Los jurchen controlaban la mayor parte del norte de China y podían disponer de 300.000 soldados de infantería y 150.000 de caballería, pero las tácticas de alta velocidad de los mongoles demostraron que el número no lo era todo. Genghis saqueaba salvajemente una ciudad y luego se retiraba para que los Jin pudieran retomarla, pero luego tenían que lidiar con el caos. La táctica se repitió incluso varias veces en la misma ciudad. Otra estrategia consistía en capturar una ciudad, devastarla, asesinar a todos los ciudadanos y, a continuación, advertir a las ciudades vecinas de que correrían la misma suerte si no se rendían inmediatamente. También hubo actos de terror, como la utilización de cautivos como escudos humanos. Un funcionario Jin, Yuan Haowen (1190-1257), escribió el siguiente poema para describir la devastación de la invasión mongola:

Huesos blancos esparcidos

como cáñamo enredado

¿cuánto falta para que la morera y la

catalpa se conviertan en arenas de dragón?

Sólo sé que al norte del río no hay vida:

Casas desmoronadas, humo de chimenea disperso

de unos pocos hogares.

(Ebrey, 237)

Para colmo de males, los Jin se vieron acosados por problemas internos, como la corrupción crónica que vaciaba las arcas del Estado, los desastres naturales y los asesinatos de altos cargos, entre ellos el del emperador Feidi en 1213. Los gobernantes Jin se vieron obligados a retirarse hacia el sur, firmar un acuerdo de paz y pagar tributo al Gran Khan en 1214, aunque probablemente se alegraron de ello, ante la cruda alternativa. Fue un respiro, pero lo peor estaba por llegar, ya que los mongoles volvieron a atacar a los Jin en 1215 después de que estos trasladaran su capital al sur, y Genghis se lo tomó como un repudio a su condición de vasallo.

Xi Xia y la dinastía Song de China

También en 1215, el Gran Khan atacó el estado Tangut de Xi Xia (también conocido como Hsi-Hsia, 1038-1227) en el norte de China, repitiendo sus incursiones de 1209. El cuarto jugador de este juego de imperios, la dinastía china Song (también conocida como Sung, 960-1279), en lugar de aliarse con los Jin para crear una barrera útil entre ellos y los mongoles, se alió con el Khan. Es cierto que los Jin y los Song llevaban atacándose mutuamente desde el siglo anterior y que los Song incluso pagaban tributos para mantener las incursiones de los Jin al mínimo.

Los mongoles continuaron sus ataques a China durante la década siguiente, con la destrucción de unas 90 ciudades solo en 1212-1213. Muchos soldados chinos y kitanos (nómadas de la estepa que habían dominado el norte de China y Manchuria) descontentos o capturados fueron absorbidos por el ejército mongol a lo largo del camino. Los Song lanzaron un contraataque contra el territorio mongol en 1215 que finalmente fracasó y el general chino P'eng I-pin fue capturado, un destino que le tocó a uno de sus sucesores en 1217. También en 1215, Pekín fue capturada y la ciudad ardió durante un mes. Ni siquiera Corea se libró de las atenciones del Khan: una fuerza de invasión persiguió a los kitanos que huían en 1216 y un ejército coreano apoyó a los mongoles en las batallas contra los kitanos en 1219.

Tras un periodo de relativa estabilidad, los mongoles volvieron a ponerse en marcha, atacando de nuevo Corea en 1232 y 1235, y China en 1234, provocando finalmente el colapso del estado Jin. Ahora estaba claro que no estarían satisfechos hasta haber conquistado todo el este de Asia. La China de los Song estaba ahora totalmente expuesta desde el norte y más débil que nunca, atormentada por las facciones políticas internas y obstaculizada por una política exterior demasiado conservadora que significaba que era solo cuestión de tiempo antes de que los mongoles provocaran también su colapso.

Asia occidental

Sin embargo, Genghis Khan no se conformó con la inminente caída de China y dirigió su ejército hacia el suroeste e invadió lo que hoy es Turquestán, Uzbekistán e Irán entre 1218 y 1220. El objetivo era Jorasmia. Genghis había enviado una misión diplomática solicitando al Sha de Jorasmia que se sometiera a su dominio, pero el Sha hizo ejecutar a los embajadores. Genghis respondió con un ejército de unos 100.000 hombres que arrasó Persia y obligó al Sha a huir a una isla del mar Caspio. Bujara y Samarcanda fueron capturadas, entre otras ciudades, y el Gran Khan se mostró totalmente implacable y despiadado, destruyendo innumerables ciudades, asesinando a inocentes e incluso destrozando el excelente sistema de riego de la región. No en vano se le conocía como el "Maligno" o el "Maldito". En 1221 los mongoles arrasaron el norte de Afganistán, en 1222 un ejército combinado de principados de la Rus y kipchaks fue derrotado en Kalka, y luego el mar Caspio fue completamente cercado cuando el ejército regresaba a Mongolia.

La temible reputación de los mongoles como el equivalente militar de una gran plaga estaba ahora firmemente establecida. Sin embargo, había otra cara en las conquistas de Genghis Khan. Sabía que para mantener sus ganancias territoriales y asegurarse de que siguieran produciendo riquezas que pudiera vender regularmente, tenía que haber algún sistema de gobierno estable. Por ello, a menudo se permitía a los gobernantes conservar el poder, había tolerancia religiosa para todos los diferentes credos dentro del imperio, se fomentaba el comercio internacional y se daba protección a los mercaderes itinerantes.

Las campañas en Asia occidental y en los confines de Europa hicieron que Genghis Khan y los mongoles recibieran la atención de un grupo de historiadores distinto al chino, en particular el persa Minhaj al-Siraj Juzjani (nacido en 1193), que escribió la siguiente descripción del Gran Khan, que por entonces ya era una figura legendaria:

Un hombre de gran estatura, de complexión vigorosa, de cuerpo robusto, el pelo de su cara escaso y vuelto blanco, con ojos de gato, poseedor de gran energía, discernimiento, genio y entendimiento, imponente, carnicero, justo, decidido, derrocador de enemigos, intrépido, sanguinario y cruel" (Tabakat-i Nasiri, en torno a 1260, citado en Saunders, 63)

Muerte y legado

Genghis Khan murió el 18 de agosto de 1227 de una enfermedad desconocida, quizá causada inicialmente por la caída de su caballo mientras cazaba unos meses antes. En ese momento, se encontraba en el noroeste de China asediando la capital del estado de Xia, Zhongxing, y la noticia de la muerte del gran líder se le ocultó al ejército mongol hasta que la ciudad capituló y sus habitantes fueron masacrados. Su cuerpo fue transportado de vuelta a Mongolia para ser enterrado, pero la ubicación de su tumba se mantuvo en secreto, una decisión que ha provocado muchas especulaciones desde entonces. Las fuentes medievales mencionan que la tumba estaba en las cercanías de la montaña sagrada BurKhan Kuldun, y que su hijo Ogedei sacrificó 40 esclavas y 40 caballos para acompañar a su padre a la otra vida.

Genghis sabía que sus sucesores se disputarían el control del Imperio mongol tras su muerte, por lo que ya había hecho disposiciones. El imperio se dividiría entre sus hijos Jochi, Chagatai (Chaghadai), Tolui (Tului) y Ogedei (Ogodei), cada uno de los cuales gobernaría un Khanato (aunque Jochi se adelantaría a su padre en 1227) y Ogedei, el tercer hijo, se convertiría en el nuevo Gran Khan en 1229, cargo que mantendría hasta su muerte en 1241. El siguiente gran avance se produjo durante el reinado de Kublai Khan (de 1260 a 1294), el nieto de Genghis que conquistó la mayor parte de lo que quedaba de China a partir de 1275 y provocó así el colapso de la dinastía Song en 1279. Kublai se proclamó emperador de la nueva dinastía Yuan en China. Durante las dos décadas siguientes, China pasaría a estar totalmente dominada por los mongoles. El Imperio mongol emprendería luego más campañas, incluso en Oriente Medio, Corea y Japón, con mayor o menor éxito, pero creando finalmente uno de los mayores imperios jamás vistos.

Sin embargo, Genghis Khan ha dejado una sombra mucho más larga que la de su imperio, ya que ha llegado a ser considerado nada menos que una figura divina en la región y un padre del pueblo mongol. Adorado en la época medieval, su veneración ha resurgido en los tiempos modernos, y hoy en día se lo sigue honrando con ceremonias especiales en Ulán Bator, la capital actual de Mongolia

PARTE I

Capítulo 1 - El desierto

La vida, no era materia de gran importancia en el Gobi. Grandes llanuras, con vientos sofocantes, tendidas junto a las nubes. Lagos bordeados de cañas, visitados por las aves migratorias en su camino hacia las «tundras» del norte. El extenso lago Baikal, frecuentado por todos los demonios de las capas atmosféricas elevadas. En las claras noches del invierno, las luces septentrionales cabrillean en el horizonte. Los niños, en este rincón del desierto de Gobi, no son refractarios al sufrimiento. Han nacido para él. Apenas destetados de sus madres o de las yeguas, ya son aptos para valerse por sí mismos. Los primeros lugares junto al llar, en las tiendas familiares, pertenecen a los guerreros y a los huéspedes. Las mujeres, si bien pueden ocupar el lado izquierdo, han de estar distanciadas y los muchachos de ambos sexos se colocan dónde pueden. Igual acontece con el alimento.

En la primavera, cuando los caballos y las vacas dan leche en abundancia, todo va bien. Las ovejas engordan pronto, la caza es más abundante y los cazadores de la tribu cobran el ciervo y aun el oso, en lugar de dedicarse a animales como la zorra, la marta y la cebellina. De cada uno de ellos se carga la olla, y los hombres más fuertes toman la primera ración, las mujeres reciben la siguiente y los muchachos se disputan los huesos y relieves. Así es que lo que queda para los perros es bien poco. En el invierno, cuando el ganado enflaquece, los jóvenes no lo pasan tan bien. Entonces la leche existe solamente en forma de «kumis» (leche colocada en odres, fermentada y batida). Con ella se nutrirían e intoxicarían poco a poco los niños de tres a cuatro años, si les fuese factible obtener o hurtar algunaporción. Cuando la comida escasea, el mijo cocido sirve para entretener el hambre. El final de invierno es lo peor para los jóvenes. No puede sacrificarse el ganado sin graves mermas en los hatos. Por esta época, generalmente, los guerreros de la tribu roban las reservas alimenticias de otras tribus y se llevan su ganado y caballos. Los muchachos aprenden a organizar cazas, acosando a los perros y a las ratas con porras y flechas romas, y pronto aprenden a cabalgar sobre las ovejas, asiéndose a los vellones.

El sufrimiento fue la primera herencia de Genghis Khan, cuyo nombre al nacer era «Temujin»{1}. En la época de su nacimiento, su padre estaba ausente, luchando contra un enemigo llamado Temujin. En el lance, donde se ventilaban intereses importantes, salió triunfante. El adversario fue hecho prisionero, y el padre, al regresar, dio a su hijo el nombre del cautivo. Su vivienda era una tienda hecha de fieltro tendido sobre un armazón de palos entrelazados con una buena abertura en la parte superior, para la salida del humo. Estaba encalada y ornamentada con pinturas. Esta «yurta» o tienda era de una clase especial y se trasladaba por las praderas montada sobre un carro, tirado por una docena o más de bueyes. Eminentemente práctica, su forma de domo le permitía resistir los ataques del viento. Podía ser abatida si era preciso.

Las mujeres de los jefes — y el padre de Temujin era un jefe — poseían todas sus «yurtas» propias ornamentadas, en donde sus hijos vivían. Las muchachas tenían la obligación de atender a la «yurta» y mantener el fuego que ardía sobre la piedra, debajo de la abertura de salida. Una de las hermanas de Temujin, de pie sobre la plataforma, delante de la puerta, manejaba los bueyes cuando éstos se ponían en marcha. El eje de un carro podía enlazarse con el otro y de este modo rodaban chirriando por las praderas, en donde, con frecuencia no se divisaban ni arbustos, ni montículos. En la "yurta" se guardaban los tesoros familiares, tapices de Bokhara o Kabul, despojos probables de alguna caravana; cofres repletos de atavíos femeninos; vestidos de seda cambiados a algún marrullero mercader e incrustaciones de plata. Más importantes eran las armas, que pendían de las paredes: pequeñas cimitarras turcas, lanzas, carcajes de marfil, o bambú, flechas de diferente tamaño y peso y quizás escudos de cuero lacado. Estos frecuentemente, eran repartidos o comprados, pasando de mano en mano con los azares de la guerra.

Temujin, el futuro Genghis Khan, tenía muchas obligaciones. Los hijos de familia podían pescar en los arroyos que encontraban a su paso, al trashumar. Las yeguadas estaban a su cargo. Tenía que cabalgar en pos de los animales extraviados y buscar nuevos prados. Oteaban el horizonte para sus incursiones y pasaban muchas noches entre la nieve, sin poder calentarse. La necesidad les obligaba durante varios días a no desensillar ni guisar, y aun en ocasiones, a pasarse sin alimento alguno. Cuando la carne de carnero o de caballo abundaba, banqueteaban con ella y consumían cantidades increíbles, desquitándose de los días de privación. Sus diversiones consistían en carreras de caballos de veinte millas de ida y vuelta o en luchas en las cuales se rompían los huesos sin compasión. Temujin se hizo notar por su gran fuerza física y su habilidad para idear, que es sólo un modo de adaptación a las circunstancias. Llegó a ser el jefe de los luchadores. Pero él no se prodigaba: manejaba el arco bastante bien, aunque no tanto como su hermano Kassar que era conocido por «el hombre-arco». Mas Kassar tenía miedo a Temujin. Ambos formaron una alianza contra sus osados hermanastros, y el primer incidente que de Temujin se relata es la muerte de uno de éstos, que le había robado un pescado. Para estos jóvenes nómadas, entre los cuales la venganza era un deber, el perdón carecía de valor.

Temujin llegó a conocer cosas de más enjundia que la animosidad de los muchachos. Su madre, Hulun, mujer hermosa había sido arrebatada por su padre a una tribu guerrera en su boda y llevada a la tienda de su desposado. Hulun, sagaz y cauta, se adaptó a las circunstancias después de algunos llantos. Pero todos en la «yurta» sabían que había de llegar el día en que vinieran los hombres de su tribu a vengar el ultraje. Durante la noche, junto a la enorme hoguera de estiércol, Temujin escuchaba los cuentos de los juglares, de esos viejos que saltan de carro en carro, portando su templado violín y cantando con voz ronca las hazañas de los notables héroes de la tribu. Era sabedor de su fuerza, de su derecho y de su señorío. ¿No era el primogénito de Yesukai el valiente, Khan de los Yakka o Gran Mongol, dueño de cuarenta mil tiendas? En los relatos de los juglares aprendió que descendía de preclaro linaje, de los Burchikun u hombres de ojos grises. Escuchó la historia de su antepasado, Kabul Khan, que había mesado las barbas al emperador de Catay y había muerto envenenado a consecuencia de ello. Supo que el blasfemo hermano de su padre fue Toghrul, Khan de los Karaitas, el más poderoso de los nómadas de Gobi, que dio nacimiento en Europa a las leyendas del Preste Juan de las Indias.{2}

Por esta época el horizonte de Temujin estaba limitado a las tierras de pasto de su tribu, los yakka mongoles. «No poseemos ni una céntima parte de Catay — había dicho al muchacho un sabio consejero — y la única razón que hay para esto es que somos nómadas, llevamos nuestras provisiones con nosotros y hacemos nuestra peculiar guerra. Cuando podemos saqueamos; cuando no podemos, nos ocultamos. Si no empezamos a construir poblaciones y cambiamos nuestros hábitos ancestrales, no prosperaremos. Los monasterios y templos engendran la dulzura de carácter. Pero únicamente la fiereza y temperamento belicoso dominan el mundo».{3} Cuando acabó su aprendizaje de pastor, se le permitió cabalgar con Yesukai. Según las descripciones, el joven Temujin era de buena presencia, pero se hacía notar más por la fortaleza de su cuerpo y sus francas maneras, que por la belleza de su físico. Debió ser alto, de hombros elevados y piel de color blanco tostado. Sus ojos, distantes de una frente oblicua, no estaban sesgados. Eran de matiz verde o azul agrisado en el iris, con pupilas negras. Largo cabello rojizo le caía en trenzas sobre las espaldas. Hablaba muy poco y sólo después de meditar lo que iba a decir. De temperamento independiente, poseía el don de acumular firmes amistades. Sus enamoramientos eran tan repentinos como los de su padre. Padre e hijo estaban una noche en la tienda de un guerrero extranjero, cuando la atención del joven fue atraída por la muchacha de la tienda. De repente preguntó a Yesukai si podría tomarla por esposa. — Es joven — objetó el padre — Cuando sea más vieja — indicó Temujin — estará bastante bien.

Yesukai observó a la muchacha, que tenía nueve años de edad y era bella. Llamábase Burtai — nombre que derivaba de un legendario antepasado de la tribu — la de ojos grises.

— Es pequeño — observó secretamente el padre de ella, gozoso por el interés que los mongoles mostraban — pero no obstante se puede mirar. Y aceptó a Temujin: «Tu hijo tiene cara franca y ojos brillantes». El próximo día quedó ajustado el pacto y el Khan mongol cabalgó dejando a Temujin hacer conocimiento con su esposa y suegros futuros.

Pocos días después un mongol llegó galopando, y dijo que Yesukai, que había pasado la noche en la tienda de ciertos enemigos, había sido probablemente envenenado, estaba postrado y preguntaba por Temujin. Aun cuando el joven corrió a todo galope de su caballo, cuando llegó al «ordu» o tienda oficial del clan, su padre había muerto. Algo más había acontecido durante su ausencia. Los notables del clan habían cambiado impresiones, y dos tercios de ellos, abandonando la causa del jefe, partieron en busca de otros protectores. Temían confiar sus familiares y ganado a un joven inexperto. «El agua honda se ha agotado — dijeron — la piedra resistente se ha roto. ¿Qué hemos de hacer con una mujer y su hijo?»

Hulun, sabia y valerosa, hizo lo que pudo por evitar la deserción del clan. Tomó el estandarte de las naves colas de yak y corrió en pos de los desertores; conferenció con ellos y persuadió a algunas familias para que volviesen con sus ganados y carros. Ahora Temujin, Khan de los yakka mongoles estaba sentado sobre el caballo blanco. Pero sólo tenía a su alrededor los remanentes del clan y estaba convencido de que todos los enemigos seculares de los mongoles sabrían aprovechar la muerte de Yesukai para vengarse en su hijo.

Capítulo 2 - La lucha por la vida

En los tiempos de Kabul Khan, bisabuelo, y de Yesukai padre de Temujin, los yakka mongoles habían gozado de una especie de señorío en el norte del Gobi. Como mongoles, habían tomado para sí lo mejor de las tierras de pastos, que se extienden desde el este del lago Baikal al grupo de montañas que se conocen por el nombre de Khingan en los límites de la moderna Manchuria. Estas tierras de pasto, al norte de las arenas arrebatadas al Gobi, entre los dos fértiles valles de los pequeños ríos Kerulón y Onón, eran muy codiciadas. Las colinas estaban cubiertas de abedules y abetos; la caza era abundante, el agua copiosa, debido al derretimiento de las nieves. Estas circunstancias eran bien conocidas de los clanes, que habían estado primeramente bajo el dominio del mongol y estaban ahora preparándose para arrebatar sus posesiones a Temujin, niño de trece años. Estas posesiones eran de inestimable valor para los nómadas: fértiles praderas, no demasiado frías en el invierno y ganado de los cuales sacaban para las necesidades de la vida, pelo para hacer fieltro y cuerdas con qué reforzar las «yurtas», huesos para las flechas, cuero para las monturas, «kumiss», sacos y arneses.

Temujin, al parecer, había logrado escapar. Pero nada podía hacer para soslayar el vendaval que se le venía encima. Sus vasallos, como podemos llamarles, irresolutos, no estaban dispuestos a pagar a un muchacho el tributo en ganado que daban al Khan. Fuertes en las montañas, guardaban sus rebaños de las asechanzas de los lobos y de las inevitables pequeñas irrupciones primaverales. Las crónicas relatan que Temujin lloraba solitario en su «yurta». Después empezó su misión de mando. Tenía que alimentar a sus hermanos menores, hermanas y hermanastros, sobre todo a su madre, que conocía bastante bien el inevitable desastre que sobrevendría al primogénito. Inevitable, sí, porque cierto guerrero, Targutai, descendiente también de Burchikun, el de los ojos grises, se había proclamado señor del norte del Gobi. Targutai, jefe de los Taidjuts, era enemigo tradicional de los mongoles. Y Targutai, que había convencido a la mayor parte de los súbditos de Temujin a juntarse bajo su estandarte, quiso acosar al joven Khan de los mongoles, como el viejo lobo acecha y mata al cachorro, ávido de ejercitar el señorío de la manada.

La persecución empezó sin previo aviso. Un tropel de jinetes galopó sobre la «ordu» mongol, la tienda oficial. Otros volvieron a atraer a la gente que se había alejado. Targutai mismo se dirigió hacia la tienda donde se alzaba el estandarte. Temujin y sus hermanos huyeron ante el ataque de los guerreros. Kassar, el resistente hombre-arco, sobre la grupa de su jaco, envió sus flechas a los enemigos. La vida de Hulun era sólo sufrimiento, viendo que a Targutai únicamente le importaba Temujin.

Y así empezó la persecución. Los Taidjuts pisaban los talones de los muchachos. Los perseguidores no se dieron gran prisa. El sendero estaba reciente y limpio, y los nómadas estaban acostumbrados a seguir el rastro de un caballo durante varios días, si fuese necesario. En cuanto Temujin se descuidase, le darían alcance. Instintivamente procedieron los muchachos a librar sus cabezas, aprovechando las condiciones del terreno, desmontando en ocasiones para cortar los árboles y colocarlos sobre el estrecho sendero, estorbando de este modo la persecución. Cuando el crepúsculo llegó, estaban ya fraccionados. Los hermanos más pequeños y las hermanas se ocultaron en una cueva. Kassar se desvió, y el mismo Temujin se dirigió hacia una montaña, propicio refugio. En ella se ocultó durante algunos días, hasta que el hambre le obligó a arriesgarse y hacer una tentativa en el campo de los Taidjuts perseguidores. Fue visto, sorprendido y llevado a presencia de Targutai, el cual ordenó se le pusiera, un «khang» (yugo de madera que descansaba sobre los hombros y sujetaba las manos a los extremos). Atraillado fue conducido por los guerreros, que regresaron a sus tierras con el ganado capturado. Así permaneció imposibilitado hasta que en una ocasión en que los guerreros salieron a solazarse, fue dejado en poder de un solo guardián. La obscuridad se enseñoreaba del campo y el joven mongol no estaba dispuesto a perder esta oportunidad para su fuga. En la obscuridad de la tienda golpeó al guardián en la cabeza con el extremo del «khang» hasta dejarlo sin sentido. Corrió fuera de la tienda. La luna salía y una media luz se extendía por el bosque donde estaba el campamento instalado. Saltó al monte y caminó hacia un río que el día anterior cruzara. Al oír los ruidos que sus perseguidores hacían, se metió en el agua y se sumergió entre los juncos, dejando sólo la cabeza fuera. Así vio a los jinetes Taidjuts escudriñar la orilla, buscándolo y observó cómo uno de los guerreros, que le había visto, titubeaba y, al fin, se marchaba sin delatarle. Metido en el «khang» encontrábase Temujin casi tan desamparado como antes. Valióse entonces de la intuición y de la osadía para hacer lo que hizo. Dejó el río, volvió al campo y se deslizó en la tienda del guerrero que le había visto sin traicionarle. Era un extranjero, que por casualidad se había detenido con los cazadores de este otro clan: Al aparecer el muchacho como llovido del cielo, el hombre quedó más espantado que Temujin. Pero se compadeció y consideró que lo mejor que podía hacer era desembarazarse de él. Separó el «khang», quemó sus fragmentos y ocultó a Temujin en un carro cargado de lana. Hacía calor entre la lana suelta. Ingrato era el lugar para continuar en él. Además, habían venido los guerreros a requisar la tienda y habían metido sus lanzas por entre la lana. Una de ellas hirió a Temujin en una pierna.

«El humo de mi casa se esfumará y el fuego se extinguirá antes que ellos te encuentren», había dicho, ceñudo, al fugitivo su protector, al mismo tiempo que le daba provisiones y leche y un carcaj con dos flechas añadiendo: «Ahora marcha ya con tu madre y hermanos». Y, Temujin, montado en un caballo prestado encontró que su situación no era en nada distinta de la pintada por el extranjero. El campo estaba cubierto por las cenizas de los hogares; sus ganados estaban perdidos; su madre y hermano andaban errantes. Siguió su rastro, y encontró, oculta y hambrienta, a su familia, la austera Hulun, el valeroso Kassar y el hermanastro Belgutai que le idolatraba. Vivían con vigilancia especial, viajando de noche, con sólo ocho caballos en fila. Iban hacia el campo de un amigo, que moraba lejos. Cazaban los animales más repulsivos, como la marmota, y se contentaban con peces en lugar de carnero. En esta ocasión aprendió Temujin a librarse de celadas, y a romper las líneas de sus perseguidores. No; no sería capturado una segunda vez.

En aquella época pudo haber huido de sus ancestrales tierras. Pero el joven Khan no estaba dispuesto a abandonar su herencia a sus enemigos. Visitó las dispersas instalaciones del clan, demandando gravemente el tributo que como Khan le pertenecía de los cuatro animales: camello, oso, caballo y oveja, para ayudar a su madre. Se sabe que rehusó hacer dos cosas. Burtai, la de los ojos grises esperaba aún su llegada, para sostenerle en su tienda. El padre de Burtai era un hombre poderoso, un caudillo de muchas lanzas. Pero Temujin no hizo ninguna gestión cerca de él. Ni apeló tampoco al anciano e influyente Toghrul, jefe «provisor» de los turcos Karaitas, que había bebido el juramento de compañerismo con Yesukai, lo que facultaba al hijo para, en caso de necesidad, pedirle ayuda como padre adoptivo. Este hubiera sido un modo sencillo quizás de levantar en las praderas a los Karaitas, el pueblo del Preste Juan de las Indias, que vivía en ciudades amuralladas y poseía tesoros reales, piedras preciosas, telas, armas pulidas y hasta tiendas con tejido de oro. Pero: «ir como mendigo, con las manos vacías, pensó Temujin, es conquistar el desprecio, no la amistad». Y se afirmó en esta determinación, que no era una muestra de orgullo, sino el recto modo de pensar de los yakka mongoles. El Preste Juan estaba obligado a ayudarle, ya que un juramento de amistad en el Asia superior tiene más valor que la palabra de un rey. Pero Temujin no quería utilizar a este señor de ciudades y de maravillosos hechos, hasta poder llegar ante él como aliado y no como fugitivo.

Mientras tanto, sus ocho caballos fueron robados. El robo de los ocho caballos merece ser relatado por entero en la crónica. Vagabundos Taidjuts fueron los ladrones.

Belgutai estaba ausente en ese momento, montado sobre un noveno caballo, yegua alazana que Temujin había arrancado de las garras de Targutai. Andaba cazando marmotas, cuando llegaron los emisarios del joven Khan: «Los caballos han sido robados» — dijeron — Esto era una cosa seria, que ponía a todos los hermanos a merced de cualquier algara que llegase. Belgutai ofrecióse a ir por ellos. «No podrías seguirlos y encontrarlos» — objetó Kassar — «Yo iré». «Vosotros no podríais encontrarlos» — dijo Temujin — «y si los encontrarais, no podríais acarrearlos. Yo iré».

Y así lo hizo, montando sobre la fatigada yegua alazana, tomando el rastro de los cuatreros y siguiéndolos durante tres días. Llevaba consigo tasajo, que colocó entre la montura y la espalda del caballo, para ablandarlo, y preservarlo del calor. La yegua no había salido hacía tiempo y para una carrera importante resultaba un animal tardo. Los Taidjuts, que hubieran podido cambiar un animal por otro, quedaban fuera de su vista. Al cuarto día, el joven mongol encontró a un guerrero de su misma edad, ordeñando una yegua a la vera del sendero. «¿Has visto ocho caballos y algunos hombres guiándolos?» — preguntó Temujin, refrenando — «Sí; al amanecer, ocho caballos cruzaron ante mí. Te mostraré el camino que tomaron». Después de una segunda mirada sobre el mongol, el extraño joven ocultó entre los arbustos su saco de cuero, atándolo antes, y dijo: «Tú estás cansado e impaciente. Mi nombre es Borchu. Marcharé contigo en seguimiento de los caballos».

El fatigado alazán quedó pastando y Borchu ató y ensilló un caballo blanco, perteneciente al ganado de su custodia, y lo ofreció a Temujin. Tomaron de nuevo el rastro, y tres días después divisaban el campamento de los Taidjuts, con los caballos robados pastando en sus aledaños. Los jóvenes recogieron los caballos. Pero pronto fueron seguidos por los guerreros, uno de los cuales, montando un garañón blanco y armado de lazo se lanzó en su persecución.

Borchu se ofreció a tomar el arco de Temujin y volver en busca de los perseguidores. Pero Temujin no se mostró propicio a ello. Continuaron en los caballos hasta que la luz del día empezó a desaparecer y el guerrero del garañón blanco estaba lo bastante próximo para usar de la cuerda. «Estos hombres pueden herirte — dijo el mongol a su nuevo camarada — Yo usaré del arco». Se inclinó, puso una flecha en el arco y la dirigió contra el Taidjut; que cayó de la silla. Los otros refrenaron sus cabalgaduras al llegar a él. Los dos jóvenes corrieron presurosos en la noche, llegando sanos y salvos al campamento del padre de Borchu con los caballos. Refirieron su hazaña. Borchu se apresuró a ir en busca del odre de leche, para templar la ira de su padre. «Cuando le vi fatigado e inquieto — explicó — me fui con él». El padre, dueño de un rebaño numeroso, la escuchó con satisfacción. Los relatos de las aventuras de Temujin, habían corrido de tienda en tienda. Y dijo: «Sois jóvenes. Sed amigos y leales».