Gracias al amor - Leanne Banks - E-Book
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Gracias al amor E-Book

Leanne Banks

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Beschreibung

¿Logrará la inquebrantable fe de Angie salvar a Forrest de sí mismo? El comandante Forrest Traub no ha sonreído mucho desde que se mudó de Rust Creek Falls, pero eso no ha detenido a nuestra benefactora favorita, Angie Anderson. Ella está convencida de que ha conocido al hombre con el que se va a casar. El guapo militar ve a Angie como una optimista y una ingenua, demasiado joven e inocente para un hombre que ha estado en el campo de batalla. Pero su irresistible calor tal vez descongele su endurecido corazón.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

GRACIAS AL AMOR, Nº 83 - Noviembre 2013

Título original: A Maverick for the Holidays

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por

Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3867-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

La camioneta que conducían estaba cargada de artillería, pero había más en la caravana. En su posición de comandante, lo normal era que Forrest no viajara, pero había habido problemas respecto a las firmas que hacían falta para los objetos que transportaban. En el ejército siempre se trataba de firmas, incluso allí, en el desierto de Irak.

Una explosión repentina atravesó el vehículo. Todo se nubló. Forrest salió del todoterreno. Una bala le dio en el chaleco antibalas. Otra en la pierna. Una y otra vez. La pierna le gritaba de dolor. Vio por el rabillo del ojo cómo caía un soldado al suelo y luego otro y otro. Trató de arrastrarse para ayudarles, pero tenía la pierna muerta.

Él estaba muerto.

Forrest se despertó bañado en sudor con el corazón latiéndole con fuerza dentro del pecho. Intentó agarrar su arma, pero no estaba allí. Parpadeó y sus ojos se ajustaron finalmente a la oscuridad. No estaba en Irak. Estaba en Montana. Se preguntó si habría gritado y rezó para que no hubiera sido así. No quería que su hermano supiera que todavía estaba desquiciado. No quería que nadie supiera que tenía la mente más destrozada que la pierna.

Se preguntó si siempre se iba a sentir como si estuviera al borde de la locura. Debía estar loco ya. Fragmentos de la terapia se le colaron en el cerebro.

«No estás loco. Cuando te despiertes de una pesadilla o te venga algún recuerdo, recuérdate a ti mismo que no estás loco. Practica la técnica de respiración».

Forrest aspiró el aire, contó y luego lo soltó. Se suponía que la respiración controlada le haría sentirse más controlado a él. Continuó practicando la técnica que le habían enseñado. Apartó la colcha de la cama y se levantó arrastrando la pierna prácticamente inutilizada por el suelo de madera para ir al cuarto de baño.

Abrió el grifo y se lavó las manos. El agua frío sirvió para alejar un poco más los recuerdos. Puso el vaso bajo el chorro y se lo llevó a la boca dándole varios sorbos.

¿Cuándo terminaría su pesadilla?

Capítulo 1

Forrest concluyó su rápido encuentro con Annabel Cates, la bibliotecaria de Thunder Canyon y dueña de un perro de terapia.

—Me alegro de que vayamos a empezar con el grupo para veteranos. A veces es más fácil hablar cuando estás acariciando a un perro —afirmó. Y no pudo evitar acariciar a Smiley, el perro de Annabel.

La joven sonrió.

—Estoy segura de que a Smiley le encantará tener tanta atención. ¿Por qué no te lo llevas a dar un paseo? Lleva aquí encerrado toda la mañana.

Forrest asintió y aceptó la correa del cariñoso golden retriever.

—Me parece un buen plan.

Cuando salió a la calle desde el interior de la biblioteca, el frío aire de noviembre le cayó como una bofetada. Aspiró por la nariz y la sensación fue tan intensa que le resultó casi dolorosa, pero el sol brillaba con fuerza y Smiley agitaba la cola con tanta fuerza que le rebotaba a Forrest contra la pierna. La felicidad del perro le subió el ánimo y le llevó calle abajo. Una de las cosas buenas de Smiley era que estaba tan bien entrenado que nunca tiraba de la correa. El perro seguía su paso, y dada la cojera de Forrest, eso hacía que el paseo fuera mucho más agradable.

Forrest cruzó la calle y se relajó un poco. Cuando iba con Smiley, los síntomas de lo que los médicos llamaban «hipervigilancia» disminuían un poco. Siempre era agradable tomarse un respiro de la sensación de tener que estar preparado para recibir un ataque en cualquier momento.

Giró por otra calle disfrutando de la sensación de sentirse en casa en aquel pueblo. Cuando le dieron la baja médica del ejército pensó que volver al rancho familiar de Rust Creek Falls le ayudaría, pero no había sido así. Todo lo que antes hacía con facilidad ahora le resultaba casi imposible con la pierna herida. Forrest bajó la vista y se dio cuenta de que tenía un cordón desatado. Dado su precario equilibrio, lo último que deseaba era tropezarse. Se inclinó con torpeza para volver a atárselo.

De pronto Smiley soltó un ladrido y se escapó corriendo. Forrest trató de agarrar la correa, pero no pudo. Maldijo entre dientes. El corazón le latía a toda máquina dentro del pecho. Si Smiley sufriera alguna herida no se lo perdonaría nunca.

—¡Smiley! —gritó—. ¡Smiley! —salió tambaleándose tras el furtivo golden retriever y bajó por la calle lo más rápido que pudo.

Una joven salió al umbral de una puerta y se interpuso directamente en el camino de Smiley. Forrest temió que la derribara.

—¡Siéntate, Smiley! —ordenó la mujer.

Como por arte de magia, el perro de terapia apoyó las posaderas en el suelo y agitó la cola contra la acera. Forrest sintió una oleada de alivio cuando finalmente llegó hasta el perro.

—Gracias por detenerle —dijo agarrando la correa mientras recuperaba el aliento—. Me daba miedo que le atropellara un coche.

La joven se encogió de hombros.

—No pasa nada. Supongo que quería venir a saludarme.

—¿Le conoces? —preguntó Forrest, todavía asombrado de que Smiley hubiera salido despedido de aquella forma.

La joven observó al perro durante un instante.

—A juzgar por el chaleco de perro de terapia, supongo que es el perro de Annabel Cates. Mi hermana Haley está casada con Marlon Cates, que es el hermano de Annabel. Pero tengo que admitir que nunca antes había visto al perro.

—Eso es extraño, porque Smiley se ha lanzado hacia aquí como si supiera exactamente dónde iba —afirmó él mirando con más detenimiento a la mujer.

No podía precisar con exactitud su edad, pero parecía joven. El cabello castaño le caía por los hombros y tenía los ojos grandes, marrones y brillantes. Forrest se sentía un poco viejo a su lado. La joven se rio y su risa fue como el agua fresca en un día caluroso.

—Tal vez sea un perro muy listo y sepa que ROOTS es un sitio estupendo —dijo señalando el cartel de la ventana—. Espera un momento —la joven le miró más fijamente—. ¿Tienes algo que ver con Rose Traub?

—Sí, es mi prima. ¿Por qué?

—Rose está casada con mi hermano Austin. Soy Angie Anderson —dijo extendiendo la mano.

—Forrest Traub. Vaya, este es un pueblo muy pequeño. Parece que todo el mundo es pariente —afirmó.

—Tienes razón. ¿Por qué no entras? Tenemos chocolate caliente y galletas.

—Gracias, pero será mejor que le devuelva su perro a Annabel —respondió Forrest.

—Estoy segura de que le vendrá bien descansar un poco después de cómo ha corrido calle abajo —aseguró Angie.

A Forrest le dolía muchísimo la pierna, así que pensó que no estaría mal hacer una pausa.

—De acuerdo —dijo—. Pero, ¿qué es lo que hacéis aquí? —preguntó siguiéndola hacia el interior.

—ROOTS es un local seguro para la gente joven del pueblo —se explicó ella—. Yo trabajo aquí de voluntaria.

—Pero tú también eres muy joven, ¿no? —le preguntó él sin poder evitarlo.

Angie volvió a reírse y aquel sonido hizo que Forrest se sintiera mejor.

—Supongo que me lo tengo que tomar como un cumplido —dijo ella—. Tengo veintitrés años y voy a la universidad. Trabajo en ROOTS a tiempo parcial. ¿Cómo quieres el chocolate, espeso o más claro?

—Claro. Lo malo de los subidones de azúcar es cómo te sientes después.

—Enseguida te lo traigo. Siéntate —dijo Angie antes de dirigirse a la mesa con bebidas y aperitivos que había al fondo de la sala.

—Hola —un adolescente de pelo largo se acercó a Smiley—. Qué perro tan chulo. ¿Puedo acariciarlo?

—Claro que sí. Es un perro de terapia, así que está entrenado para ser amigable. Aunque tal vez necesite hacer algún curso de refresco —murmuró Forrest.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el adolescente inclinándose para acariciar a Smiley.

—Salió corriendo cuando le estaba paseando hoy, y se supone que no debe hacer eso —dijo Forrest.

—¿Va a tener problemas por eso? —quiso saber el chico.

—Es su dueña quien tiene que decirlo —respondió Forrest.

Angie volvió con una taza de chocolate caliente.

—¿Qué te parece Smiley, Max?

—Es un perro guay. Debería venir más por aquí. Mira, Lilly ya está aquí —dijo Max—. Vamos a hacer los deberes juntos.

—De acuerdo. Estaré aquí por si necesitáis alguna ayuda —dijo Angie sentándose al lado de Forrest.

Cuando Max se apartó un poco, ella le dirigió a Forrest una mirada traviesa.

—No sé cuántos deberes van a hacer. Max está loco por Lilly —susurró en voz baja.

Forrest miró a la pareja de adolescentes que se habían sentado juntos en una mesa y sintió una punzada de tristeza. Sacudió la cabeza.

—A veces me pregunto si yo he sido alguna vez así de joven.

—Bueno, no eres ningún viejo —afirmó Angie—. Ya habías nacido cuando se inventó la electricidad.

Forrest se rio.

—Supongo que sí. Pero he recorrido un camino muy largo desde que volví de Irak.

Angie abrió mucho los ojos.

—¿Has estado en Irak?

—Sí, en el ejército. Me alisté al acabar el instituto y conseguí el título de ingeniería antes de ir por primera vez a Irak. La segunda vez puso fin a mi carrera militar —aseguró dándole un sorbo al chocolate—. No lo tenía planeado así. Pero un explosivo casero me dejó fuera de acción.

—Debió ser terrible.

—Para algunos fue peor. Yo iba en el primer vehículo, así que nos llevamos la peor parte.

—O sea, que eres un héroe —afirmó ella mirándole fijamente.

—Oh, no —murmuró Forrest avergonzado al sentir la admiración en sus ojos—. Solo estaba haciendo mi trabajo.

—Estoy segura de que mucha gente estará de acuerdo conmigo. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en el pueblo? —preguntó Angie.

—Un buen rato —aseguró Forrest—. Aquí hay un médico que va a trabajar con mi pierna. Además he empezado a hacer algunos anteproyectos para un estudio de arquitectura local. ¿Y qué me cuentas de ti? —preguntó queriendo dejar de ser el centro de atención.

—Espero acabar la carrera de sociología al año que viene. Trabajo en el departamento de administración de la universidad un día a la semana, colaboro con una gestoría durante el periodo de pago de impuestos y trabajo a tiempo parcial en una empresa de catering. Y como te he comentado, colaboro aquí en Roots y en otras obras benéficas —afirmó sonrojándose—. Lo cierto es que no sé a que me quiero dedicar el resto de mi vida —confesó—. Ojalá lo supiera. Me gustaría tenerlo tan claro como otras personas, pero hasta el momento no ha sucedido. Y como no pienso quedarme sentada en casa para averiguarlo, me mantengo bastante ocupada.

—Y tocas todos los palos.

Angie esbozó una sonrisa lenta con un sorprendente toque sensual.

—Así es. Me alegro de que Smiley te haya traído hasta aquí.

Forrest se sintió halagado pero al mismo tiempo se le encendió una luz roja en el cerebro. Tal vez Angie no fuera una adolescente pero seguía siendo demasiado joven para él, así que más le valía no animarla.

—Gracias por sujetar a Smiley y por el chocolate. Ahora debería volver a la biblioteca —aseguró levantándose. El dolor le atravesó la pierna pero apretó los dientes para que no se le notara.

—No hay prisa —dijo Angie poniéndose de pie.

Forrest no pudo evitar sentir una punzada de envidia ante la facilidad con la que se movía. Aquellos días ya habían pasado para él. Al menos por el momento.

—Tengo que irme, de verdad. Gracias de nuevo —le dijo—. Cuídate.

Ella le miró a los ojos.

—Tú también. Este es un pueblo pequeño, ¿quién sabe? Puede que volvamos a vernos.

Forrest emitió un sonido ininteligible y luego salió por la puerta rumbo a la acera. Miró hacia atrás y vio a Angie despidiéndose de él con la mano.

Forrest hizo lo mismo y se marchó.

Era una chica muy mona. Como era mona una hermana, se dijo. Era completamente opuesta a él. Era un comandante retirado del ejército. La mayoría de los días se sentía como si tuviera ochenta años.

Angie tenía el brillo de una persona muy joven que todavía no había visto el lado oscuro de la vida. Forrest envidiaba su inocencia y no podía imaginarse siendo tan abierto como ella. No después de todo lo que había visto y vivido.

Caminó hasta la biblioteca y entró con Smiley.

Annabel les sonrió a ambos.

—Smiley, me alegro de verte. Y a ti también, Forrest. ¿Qué tal se ha portado Smiley?

—Muy bien hasta que salió corriendo —comentó él entregándole la correa.

A Annabel se le borró la sonrisa.

—¿Salió corriendo? —repitió mirando a su perro—. ¿Cuándo?

—A mitad del paseo salió disparado hacia ROO-TS. Tal vez quisiera llamar la atención.

Annabel se rio pero Forrest era consciente de que no le hacía demasiada gracia.

—Puede. Pero está entrenado para no salir corriendo.

—Angie Anderson lo detuvo. Menos mal. Tenía miedo de que le atropellara un coche.

Annabel dio un respingo.

—No sé por qué haría algo así. Menos mal que estaba Angie —dijo acariciando el cuello de Smiley.

—¿Qué sabes de ella? —quiso saber Forrest.

—Los Anderson son una familia estupenda —aseguró Annabel—. Han pasado momentos difíciles pero Angie los ha superado.

—Me parece demasiado joven para estar trabajando en un centro juvenil.

—¿ROOTS? —preguntó Annabel—. Les gusta tener voluntarios jóvenes. Eso ayuda a los chicos a identificarse con un buen modelo. He oído que Angie es una joven dulce y sociable.

Forrest se encogió de hombros y dio marcha atrás. No debería sentir curiosidad respecto a Angie.

—De acuerdo. Me voy a casa ya. Gracias por todo —dijo.

Annabel se mordió el labio inferior.

—Me siento mal porque se te haya escapado.

—No pasa nada —afirmó él—. Conseguí alcanzarlo.

—Bueno, creo que Smiley necesita un curso de refresco. Y voy a empezar esta noche.

Forrest asintió.

—Has hecho un gran trabajo con él.

—Gracias —contestó Annabel—. Pero la próxima vez que le veas estará todavía mejor.

Angie hizo un esfuerzo por volver a centrarse en los chicos de Roots, pero no pudo evitar pensar en Forrest. Hablar con él había sido como si alguien le encendiera una luz por dentro. Otros chicos le habían llamado la atención temporalmente, pero sabía que Forrest era completamente distinto a ellos. Parecía como si cada célula de su cuerpo le gritara lo especial que podía ser para ella. La fuerza de la instantánea atracción que había sentido hacia él era sorprendente.

Cuando estaba limpiando la mesa de restos de comida al finalizar su turno, se le acercó Lilly Evans. Lilly era una joven guapa y seria de diecisiete años con largo cabello rubio y ojos verdes. Lilly había pasado mucho tiempo en ROOTS durante los dos últimos años, desde que su padre ingresó en prisión. Angie admiraba a la joven por mantenerse centrada durante una época tan traumatizadora.

—¿Qué tal ha sido este rato de estudio con Max? —le preguntó Angie.

Lilly se encogió de hombros.

—No estoy muy segura. No parece ser capaz de concentrarse.

Angie se rio entre dientes.

—Eso puede deberse a que está enamorado de ti.

A Lilly se le sonrojaron las mejillas.

—No tengo tiempo para eso —aseguró—. Tengo demasiadas cosas en la cabeza.

Angie percibió un cierto tono de ansiedad en la voz de Lilly.

—¿Cómo cuál? —quiso saber.

—Mi madre tiene miedo de perder el trabajo, así que ha empezado a trabajar en otro sitio a tiempo parcial.

—La economía está difícil para mucha gente en este momento —Angie apretó suavemente el hombro de Lilly—. Espero que reciba buenas noticias pronto.

—Yo también. Y por si eso fuera poco, mi hermano Joey ha empezado a salir por ahí con una mala pandilla. Estoy preocupada por él.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Angie—. Tal vez puedas traerle por ROOTS.

—Tiene trece años, pero no cree que ROOTS «mole» —afirmó Lilly poniendo los ojos en blanco.

—¿Qué más cosas le interesan? —quiso saber Angie.

—Los juegos de ordenador violentos —respondió Lilly frunciendo el ceño—. Juega de vez en cuando al baloncesto. Es un poco flaco, así que creo que trata de hacerse el duro —suspiró—. Teníamos un perro al que Joey quería mucho pero mi padre nos obligó a regalarlo.

—Mm —murmuró Angie pensativa—. ¿Y si trabajara en el refugio para animales? Tenemos un grupo de voluntarios que va allí dos veces al mes. Si le gusta podría ir más veces por su cuenta. Mientras tanto, si va con el grupo de ROOTS estará con otro tipo de niños y tal vez haga amigos mejores.

—Es una gran idea —aseguró Lilly—. Si encontramos la manera de convencerle para que vaya.

—Si quieres puedo decirle a uno de los voluntarios de ROOTS del refugio que le llame. Y puedo llamarle yo también.

—Eso ayudaría, pero puede que te diga que no. Joey puede llegar a ser muy obstinado.

—Le convenceremos —afirmó Angie—. Le diré al coordinador de ROOTS que se ponga primero en contacto con él.

Lilly suspiró.

—Gracias. Estoy realmente preocupada por él.

—Vamos a intentarlo a ver si funciona. Y si tu madre necesita ayuda extra, estamos en contacto con algunos consejeros maravillosos. Podrían incluso darle algunas sesiones gratis.

Lilly le echó espontáneamente los brazos al cuello.

—Recuerda que no estás sola —le dijo Angie abrazándola.

Le dolía lo que había tenido que vivir Lilly durante los últimos años. Resultaba duro ser siempre la fuerte. Angie estaba muy agradecida de que Lilly hubiera confiado en ella.

Cuando terminó su turno, Angie se marchó de ROOTS y entró en su casa vacía. Desde que su hermano Austin y su hermana Haley se habían marchado se había quedado completamente sola. Angie pasaba en casa el menor tiempo posible. Sabía que tenía suerte por no tener que pagar hipoteca, pero el silencio que la recibía cada noche le resultaba perturbador. Después de aquel día tenía la sensación de que no estaría sola eternamente.

Sentía algo muy fuerte por Forrest Traub. Tan fuerte que no se lo podía guardar para sí misma. Aunque podía haber llamado a Haley cuando estaba en ROOTS, Angie se contuvo. Pero ahora no podía. Marcó el número de su hermana y esperó con el corazón acelerado.

—Hola, ¿qué tal? —la saludó Haley.

—Muy bien —Angie aspiró con fuerza el aire—. Hoy he conocido al hombre más maravilloso del mundo. Se llama Forrest Traub. Es veterano de guerra y es el hombre de mis sueños.

Haley se rio entre dientes.

—¿Y sabes todo eso después de un único encuentro? —preguntó.

—Así es —aseguró Angie recorriendo arriba y abajo el salón—. Es todo lo que siempre he querido. Es el hombre que siempre he buscado sin saberlo. No es un chico, Haley. Es un hombre fuerte y tiene buen corazón. Tendrías que haberle visto con el perro de terapia.

—¿El perro de terapia? —repitió Haley.

—Estaba paseando con Smiley, el perro de Annabel. Por supuesto, también ayuda que sea tan guapo. Pero te aseguro que es mucho más que eso.

—Si tú lo dices... —dijo Haley.

—Yo lo digo —insistió Angie.

—Vaya, esto es muy emocionante.

Angie percibió el tono de recelo de Haley y le molestó.

—Me estás dando la razón como a los tontos —protestó.

—Dame una oportunidad. No conozco a ese hombre.

Angie suspiró.

—De acuerdo. Es justo.

—Bien —dijo Haley—. ¿Y por lo demás cómo andas?

Angie miró a su alrededor y luchó contra aquella sensación de soledad.

—Estoy bien. Me mantengo ocupada —aseguró mientras recorría el salón.

—Deberías venir a cenar con nosotros más a menudo —le pidió Haley.

—Estáis recién casados. No quiero molestar ni estropearos la luna de miel.

Haley se rio.

—Solo avísanos con unos minutos de antelación y ya está.

—Me siento mucho mejor —bromeó Angie.

Se hizo un breve silencio.

—Cariño, sabes que estamos aquí para ti, ¿verdad?

—Sí, lo sé.

—Te queremos —afirmó Haley.

—Yo también —contestó Angie antes de colgar.

Suspiró profundamente y se dirigió a la cocina. Una docena de recuerdos le atravesaron la mente. Su hermano haciendo tortitas para el desayuno. Haley ayudándola a prepararse para el baile de fin de curso. Angie sabía que Haley y Austin se habían esforzado mucho para compensar el hecho de que su padre se hubiera marchado poco después de que ella naciera y de que su madre hubiera muerto cuando ella acababa de entrar en la adolescencia.

Era una bendición que sus hermanos hubieran encontrado el amor de verdad. Se habían marchado de casa para iniciar una nueva vida con sus amados. Angie no podía ser más feliz por ellos, pero ahora estaba sola. Y no siempre sabía muy bien qué hacer.

Austin y Haley estaban muy pendientes de ella, pero Angie no quería ser una carga. Después de todo, tenía veintitrés años. Debería ser capaz de manejar su propia vida.

Pero la casa estaba muy silenciosa. Demasiado. Angie entró en el salón, agarró el mando a distancia de la televisión y la encendió. No le importaba el programa, solo quería oír el sonido de voces humanas. Volvió a la cocina, sacó una cena congelada, la metió en el microondas y se la llevó consigo al salón.

Se hundió en el sofá y tomó el cuaderno que utilizaba para los proyectos solidarios. Con las vacaciones tan cerca sabía que estaría más ocupada. Aparecían más chicos en ROOTS durante las vacaciones, lo que significaba que el centro juvenil necesitaba más adultos para los diferentes turnos. Lo combinaría con el trabajo en la empresa de catering que mantenía su cuenta corriente saneada.

Angie también había aprendido de su hermana Haley que ayudar a otras personas hacía que sintiera menos lástima de sí misma. Por eso le gustaba que los chicos de ROOTS colaboraran con alguna actividad solidaria. No tenía por qué implicar dinero, solo tiempo y esfuerzo. Los chicos se sentían bien al entregarse.

La mente se le fue hacia Forrest Traub mientras apuntaba sus pensamientos en el cuaderno. Dibujó un emblema militar. Se preguntó cómo habría sobrevivido a aquel ataque. Debió haber sido terrible. Pero estaba segura de que Forrest no era de los que renunciaban. Era la clase de hombre decidido a sacar lo mejor de cada situación. Y sospechaba que era de los que superaban las expectativas de los demás.

Una idea se le cruzó por la mente. Tal vez el grupo de ROOTS podría hacer algo para beneficiar al ex combatiente. Pero, ¿qué?

Forrest se levantó temprano a la mañana siguiente. Demasiado temprano. Se dedicó a una de las pocas cosas en las que encontraba consuelo: el ejercicio. El deporte había fortalecido su cuerpo en el pasado. Solo podía confiar en que volviera a hacerlo.

Había montado un gimnasio casero en la segunda habitación de la suite que tenía en la posada. Como su hermano Clay se había enamorado de la dueña, Clay y su hijo, Bennett, se habían ido a vivir a la casa principal con Antonia y su hija recién nacida, Lucinda. Clay y Antonia se iban a casar pronto. Forrest se alegraba por su hermano, pero no podía evitar sentirse abrumado por lo tranquilo que estaba aquel lugar ahora que su hermano se había marchado.

Forrest se puso a levantar pesas. Sonó el teléfono para su sorpresa. No reconoció el número pero se fijó en que tenía el prefijo local.

—Forrest Traub —dijo.

—Hola, Forrest —contestó una voz femenina—. Soy Angie Anderson.

«Vaya», pensó él bajando las pesas.

—Hola, ¿qué tal estás?

—Bien, ¿y tú? —le preguntó a su vez Angie.

—Muy bien —Forrest empezó a caminar arriba y abajo—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Gracias por ofrecerte —Angie se rio—. He tenido una idea. Creo que sería estupendo que los chicos de ROOTS hicieran un programa de amigos por correspondencia para soldados.

Forrest asintió.

—Es una buena idea. Puedes ponerte en contacto con uno de los grupos nacionales...

—No quiero eso —le interrumpió ella—. Quiero que sea algo más local, y confiaba en que tú pudieras ayudarme.

Forrest se quedó muy sorprendido.

—¿Yo?

—Sí, tú. Serías perfecto. Eres veterano de guerra, podrías inspirar al grupo de ROOTS —afirmó Angie.

Él sacudió la cabeza.

—No estoy muy seguro...

—Yo sí —afirmó Angie—. Vamos a vernos para hablar de ello.

Forrest parpadeó. Cielos, aquella mujer iba muy deprisa.

—No voy a bajar al pueblo hoy, así que...

—Yo puedo ir a verte —aseguró ella—. ¿Dónde vives?

—Oye, no hace falta —dijo Forrest.

—No pasa nada —afirmó Angie—. ¿Dónde vives?

Él suspiró y le dio su dirección.

—De verdad, no es necesario que hagas esto —insistió.

—No me supone ningún problema. Te veré luego. Llevaré algo de comer —dijo Angie. Y colgó antes de que él pudiera protestar.

Forrest se quedó mirando el teléfono y tuvo un mal presentimiento. Aquella mujer iba a ser un problema.

Unas horas más tarde, Forrest oyó unos pasos en los escalones del porche de la posada. En aquel momento él era el único huésped, así que sospechaba que Angie era su visita. Abrió la puerta antes de que ella tuviera oportunidad de llamar y la miró. Su belleza fresca le provocó escalofríos bajo la piel. Parecía tan inocente, tan femenina y tan real...

—Hola —la saludó.

—Hola —contestó ella con una enorme sonrisa—. ¿Puedo pasar?

—Claro —Forrest se fijó en que llevaba la bolsa de una cafetería—. No tenías por qué traer comida.

—Te dije que lo haría. Si tienes agua y puedes preparar algo de café estamos cubiertos.