Guía práctico para la vida espírita - Miguel Vives - E-Book

Guía práctico para la vida espírita E-Book

Miguel Vives

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Beschreibung

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No soy escritor, más soy médium. Así, en esta Guía Práctica del Espírita encontrarán mis hermanos algunos consejos que, seguidos, podrán ser útiles para darles la paz en la vida presente, y hacerlos alcanzar una buena situación en el espacio.

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GUÍA PRÁCTICO PARA LA VIDA ESPÍRITA

Miguel Vives

Índice

PREFACIO DEL AUTOR

1. EL ESPÍRITA ANTE DIOS

2. EL ESPÍRITA ANTE EL EVANGELIO

3. ENTRE LOS HERMANOS Y EN LOS CENTROS

4. EL ESPÍRITA Y LA HUMANIDAD

5. EL ESPÍRITA EN LA FAMILIA

6. EL ESPÍRITA ANTE SÍ MISMO

7. EL ESPÍRITA ANTE EL SUFRIMIENTO

8. LOS CENTROS ESPÍRITAS

9. ENFRENTANDO LAS TENTACIONES

10. EL TESORO DE LOS ESPÍRITA

11. CONCLUSIÓN

PREFACIO DEL AUTOR

No soy escritor, más soy médium. Así, nunca podré tener la pretensión de haber hecho nada de bueno solamente por mí. Si alguna cosa salida de mi pluma merece la aprobación de mis hermanos, vendrá de los Buenos Espíritus que me asisten. Todo cuanto se nota de deficiente en mis escritos, es obra de mi inteligencia. Mas los buenos hermanos espíritas, que tan indulgentes han sido conmigo hasta ahora, espero que lo continúen siendo, y que sepan distinguir entre lo bueno que viene de los Espíritus y lo insuficiente que es mío.

Puestas así las cosas, no vacilo en entregarme a la inspiración, después de mucho haber pedido al Padre, al Señor y Maestro, y a los buenos espíritus, para poder escribir una guía práctica, en el que los espíritas tengan, siempre que necesario, y sin dificultades, a quién recurrir, en las diversas situaciones de la vida.

Así, en esta Guía Práctica del Espírita encontrarán mis hermanos algunos consejos que, seguidos, podrán ser útiles para darles la paz en la vida presente, y hacerlos alcanzar una buena situación en el espacio.

Dije que soy médium, y de tal manera ya lo probé, que ninguno de mis hermanos de Tarrasa, o de fuera de nuestra ciudad, que me haya escuchado alguna vez, podrá dudar.

¡Dios mío! ¿Qué era yo, antes de ser espírita? Una criatura ignorada y completamente incapaz. Tanto es así, que me encontraba perdido en la más crítica y miserable situación en que un hombre puede encontrarse, en los más hermosos días de su juventud. Perdiera la salud, los amigos se habían alejado de mí, no tenía fuerzas para trabajar, estuve cinco años sin salir de casa. Mi estado era tal, que si no fuese la protección de los padres de mi primera esposa, a los cuales nunca seré suficientemente grato, hubiera tenido que recogerme en un hospital. Cinco años ya habían transcurrido, en que esta situación perduraba, cuando mis cuñados se mudaran de Sabadell, donde yo había vivido desde niño, a Tarrasa. Y, más por misericordia, que por cualquier otro motivo, me llevaron con ellos, para ver si mi salud mudaba.

Estábamos en el año 71 del siglo pasado. Después de seis meses de permanencia en Tarrasa, volví un día a Sabadell, y mi hermano carnal me habló de Espiritismo. Al principio, el asunto me pareció muy extraño. Pero como me hablaba de manera grave, y yo conocía su seriedad y rectitud en todas las cuestiones de su vida, luego comprendí que había algo de verdadero en lo que me decía. Le pedí algunas explicaciones, y él, por única respuesta, me entregó las obras de Allan Kardec. Leer las primeras páginas y comprender que aquello era grande, sublime, inmenso fue cuestión de un momento. ¡Dios mío! -exclamé-, ¿qué es lo que se pasa conmigo?

Entonces, yo, que ya había renunciado a todo, ahora percibía que, ¿todo es vida, que todo es progreso, y que todo es infinito? Caí postrado y admirado delante de tanta grandeza, y tomé la decisión de ser espírita de verdad, estudiar el Espiritismo y emplear todas mis fuerzas en la propagación de una doctrina que me había restituido la vida y me había enseñado, de manera tan clara, la grandeza de Dios.

Comencé a estudiar y a propagar el Espiritismo. Con algunos hermanos, fundamos el Centro Espírita de Tarrasa: «Fraternidad Humana».

Como, durante mi enfermedad, me había dedicado, en los intervalos que mis sufrimientos me concedían, a estudiar Medicina, comencé a curar enfermos. Y fue tal la protección que me envolvió, que muchas veces los enfermos eran curados antes de que tomasen los remedios, pudiendo yo citar algunos casos de esas curas sorprendentes.

Como mi propaganda espírita producía efectos, conquistaba cada día nuevas adhesiones, y comenzaban a manifestarse odios implacables, mi cabeza se tornara en un volcán de ideas en ebullición. Antes de ser espírita, era incapaz de pronunciar una pequeña oración para una docena de personas. Como espírita, adquirí un coraje y una serenidad tales, que nada me impresionaba ni me impresiona aún.

Para dar una idea de la mediumnidad mía, diré lo siguiente: Fui médium de incorporación, semiconsciente, por un período de diez años; durante ese tiempo, no participé de una sola reunión, en que no recibiese y diese comunicación, gozando durante esos diez años de una salud bastante regular. Después de eso, por causa de una dolencia, impedido de frecuentar las reuniones, tuve que dejar la mediumnidad por unos cuatro meses, único período de tiempo en que dejé de participar de los trabajos, como médium o como director de sesiones, en los treinta y dos años en que soy espírita. Y todavía hoy mi inspiración es tan potente y tan clara, que basta estar en una sesión, para que me sienta inspirado y pueda hablar por todo el tiempo necesario.

Para dar una prueba de eso, voy a contar lo que pasó en vísperas de Navidad de uno de los últimos años.

Yo había dado, unos veinticinco años atrás, una comunicación muy extensa y expresiva, sobre uno de los pastores que fueran adorar al Mesías en el portal de Belén. Esa comunicación causara gran impresión a los hermanos presentes en el Centro Espírita de Tarrasa, en aquella época. Días antes de la Navidad, a la que encima me referí, uno de los hermanos, que aún se recordaba del caso, me habló del mensaje. Sentí deseos de tenerlo, y fue cuanto precisé para ser influenciado y ponerme a escribirlo. En dos horas lo obtuve de nuevo, y tan igual, que aquellos que lo habían escuchado la primera vez exclamaran admirados: «¡Es idéntica! ¡No falta ningún concepto, ningún detalle!».

Cuento esto para demostrar el poder de la mediunnidad.

¡Oh, Dios mío, cuánto debo seros agradecido! ¡Cómo son grandes vuestros designios! Fue, tal vez, necesario que yo pasase por una grande y prolongada aflicción, antes de recibir la luz del espiritismo. Si hubiese gozado de buena salud, me engolfaría en las distracciones del mundo y, distraído y preocupado con las cosas de la Tierra, no habría dado importancia a lo que hoy tanto estimo, tanto me ha servido y tanto me servirá en el futuro. ¡Gracias, Dios mío, Omnipotente Señor mío, Soberano mío! Hoy reconozco vuestra grandeza, vuestro amor, vuestra presciencia, y sé que vuestra providencia abraza a todos, pues siempre dais a todos y a todas las cosas lo mejor y lo más justo. Yo os amo y os honro, os adoro con toda mi alma, y mi reconocimiento es tan grande que no tiene límites. Veo vuestra grandeza en todo y en todo os admiro, os amo y os adoro. Y, sobre todo, donde la veo más sublime, es en la ley de humildad que establecisteis, para que nosotros, los hombres, podamos llegar a amarnos como verdaderos hermanos.

Cuando medito en el drama del Calvario, y veo sometido a tanto sufrimiento y tanto dolor al Ser mayor que vino a encarnarse en este mundo, exclamo: Si Él, que era y es mucho más que todos los que habitamos la Tierra, no vino a ceñir una corona y empuñar un cetro, mas hacerse el más humilde, el servidor de todos, el que curó los dolores de la Humanidad, el que sufrió todas las impertinencias, todos los suplicios, y dio tan grande ejemplo de paciencia, humildad y perdón, es que el Padre, es que Vos, Señor, no admitís categorías, ni grandezas humanas, ni ostentación, mas apenas virtud, amor, pureza, sacrificio y caridad. Así, concluyo: la ley vuestra exalta el abatido, consuela el afligido, y el más humilde es para Vos el mayor, si es virtuoso y bueno.

Busco, entonces, la ley proclamada por el Humilde de los humildes, por el Bueno entre los buenos, el Pacífico entre los pacíficos. Aquel que, por su elevada conducta, es el Rey de todos los corazones justos, el que dirige todas las consciencias puras, el que orienta a todos los que deseamos ir hasta Vos. Y por eso lo admiro en la ley proclamada, en los ejemplos dados, y me inspiro en las palabras que pronunció. Y así como Él dijo que debemos perdonar, perdono todas las ofensas; y como dijo que debemos de amamos, amo a todos mis hermanos, y como dijo que el que desease seguirle debía cargar su cruz, la llevo sin quejarme. Y su figura me parece tan grande, que después de Vos, mi Padre; es el amor mío, la esperanza mía, el consuelo mío. ¡Señor! Siguiéndole para Vos, encontraremos nuestra felicidad, nuestro gozo, nuestra vida eterna. Siguiéndole para Vos, sentiremos paz en nuestra alma, por que seremos pacíficos y humildes. Siguiéndole para Vos, tendremos nuestro espíritu lleno de esperanzas. Por eso, yo le sigo como el criado sigue a su Señor, como el pequeñín sigue a su madre. Y cuando me afligen los sufrimientos, le veo clavado en la cruz y sigo firme el camino del Calvario de mi vida, no olvidando el gran ejemplo que nos dio, llevando en mi corazón el agradecimiento y el respeto que le debemos, por tan grandes virtudes practicadas, para enseñamos el camino que conduce a la felicidad eterna.

Pido perdón, al lector, por haberme demorado en esas consideraciones previas, pero habría considerado una falta de gratitud y de respeto al Todopoderoso, si antes de entrar en el desarrollo del texto del Guía Práctico del Espírita no hubiese dado un testimonio de amor y de adoración al Padre, y de agradecimiento y sumisión al Señor y Maestro.