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"Heidi" es un gran clásico de la literatura universal, que se ha adaptado al cine y la televisión muchas veces. Ahora, los lectores con dificultades de comprensión podrán disfrutar de él gracias a esta adaptación a Lectura Fácil. El libro es un canto de amor a la infancia, a la naturaleza y a la vida de la gente sencilla, que sigue haciendo disfrutar a los lectores de todas las edades. En 2023 la UNESCO declaró "Heidi" como Patrimonio Documental de la Humanidad.
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Seitenzahl: 98
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Johanna Spyri
Heidi
Adaptación de Teresa Reigosa
Ilustraciones de Elia Mervi
Heidi
Johanna Spyri
© De la adaptación: Teresa Reigosa
Validación de la adaptación: Sangita Alía Ramos, Sebastián Carmona Perriaux, Adrián López Morcuende y María Orta McGuinness.
© De las ilustraciones: Elia Mervi, 2025
Diseño de colección y maquetación: La Granja Estudio Editorial
Corrección ortotipográfica: Carmen López-Manterola
Composición digital: Pablo Barrio
ISBN: 978-84-19502-24-7
Este logo identifica los materiales que siguen las directrices internacioles de la IFLA (International Federation of Library Associations and Institutions) para personas con dificultades lectoras. Lo otorga la Asociación Lectura Fácil. Para más información: www.lecturafacil.net
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Introducción
1. Heidi llega a la montaña
2. El Viejo de los Alpes
3. Heidi conoce a Pedro
4. La cabaña del abuelo
5. Heidi sube a los pastos
6. Heidi cuida de las cabras
7. El abuelo y los secretos de la montaña
8. Las travesuras de Heidi
9. La invitación de Pedro
10. Heidi conoce a la abuelita
11. La bondad del Viejo de los Alpes
12. El regreso de Dora
13. Heidi se marcha lejos
14. Heidi llega a Fráncfort
15. Heidi conoce a Clara
16. La nueva vida de Heidi
17. El plan de la señorita Rotenmeyer
18. Heidi se escapa
19. Heidi siente nostalgia
20. La despedida
21. Heidi vuelve a la montaña
22. La reconciliación
23. La casa de Dorfil
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
Comenzar a leer
Notas
Johanna Spyri nació Suiza en el año 1827.
Era hija de un doctor
y una poeta muy famosa en esa época.
Johanna Spyri creció en la naturaleza,
cerca de los Alpes.
Cuando se casó, se mudó con su marido a la ciudad.
Allí enfermó de depresión, porque no le gustaba
la vida de la alta sociedad en la ciudad.
Consiguió superar la enfermedad
cuando nació su único hijo.
Escribió “Heidi” para entretener
a su hijo con su lectura.
Johanna Spyri tuvo una vida dura:
vivió la muerte de su hijo
y, poco después, la de su marido.
Vivió con una sobrina hasta su muerte
en el año 1901 en Zurich, Suiza.
Johanna Spyri es la escritora suiza
más leída y traducida en todo el mundo.
Sin embargo, se conocen pocos detalles de su vida
porque siempre intentó ocultarla.
Como no le gustaba que se publicaran
informaciones sobre ella,
destruyó muchas de sus cartas
y otros documentos personales antes de su muerte.
Johanna Spyri escribió “Heidi” en Jenins,
un pueblo suizo cerca de la ciudad de Mayenfield,
en el verano del año 1879.
La novela se publicó en 1880
y, un año después, se publicó la segunda parte,
titulada “Otra vez Heidi”.
En la obra, Johanna Spyri retrataba la vida
en el campo y en la ciudad a finales del siglo 19.
En esa época, había grandes diferencias de vida
según la clase social.
Además, la sociedad era cerrada y muy religiosa.
El trabajo y el maltrato infantiles
eran algo frecuente en aquellos años.
Muchas personas tenían que marcharse
del campo a la ciudad por motivos económicos.
Muchos de los lugares y situaciones
que la novela describe son autobiográficos,
es decir, Johanna Spyri los vivió.
“Heidi” fue un gran éxito
y se tradujo a más de 20 idiomas.
Algunas traducciones suavizaron la historia original.
También se han hecho muchas adaptaciones
para el cine y la televisión,
que incluyen hechos y personajes
que no aparecen en la historia original.
En la ciudad de Mayenfield hay un museo al aire libre
que recrea cómo era la vida de Heidi.
En 2023 la UNESCO reconoció
la obra de Johanna Spyri
como patrimonio documental de la Humanidad.
La diligencia llegó a la ciudad de Mayenfield.
Allí se bajaron una mujer y una niña de 7 años.
—Tía Dora, ¿hemos llegado ya? —preguntó la niña.
—No, Heidi, lo peor del viaje empieza ahora.
Dora miró hacia los picos de las montañas:
eran muy altas, tenían nieve blanca en las cimas
y las laderas estaban cubiertas de bosques verdes.
—¿Dónde está el abuelo? —preguntó Heidi,
mirando a su alrededor.
Dora no contestó, agarró a la niña de la mano
y empezaron a subir hacia las montañas.
Heidi sudaba mucho porque Dora
había vestido a la niña para el viaje
con toda su ropa, unas prendas sobre otras.
Así no tenía que llevar una maleta.
Pero la pobre Heidi tenía mucho calor
con tanta ropa encima.
Después de 2 horas subiendo por la montaña,
Dora y Heidi llegaron a Dorfil, una pequeña aldea.
Dora vivió allí hacía mucho tiempo,
y pasó a visitar a una antigua amiga
que se llamaba Isabel.
Dora le presentó a su sobrina,
y le explicó que la llevaba con su abuelo.
—¿Llevas a la niña con el Viejo? —gritó Isabel—.
¡Estás loca! ¡Esta pobre niña no puede vivir con él!
—Yo he cuidado de ella durante 7 años,
desde que murieron sus padres —explicó Dora—.
Ahora tengo un nuevo trabajo en Fráncfort
y la niña ya no puede venir conmigo.
Así que su abuelo tendrá que cuidarla, le guste o no.
Isabel las acompañó durante una parte del camino.
Las dos mujeres iban hablando,
mientras Heidi se iba quedando atrás.
Isabel siguió diciendo:
—Los vecinos de la aldea cuentan
cosas terribles sobre su abuelo.
Le llaman el Viejo de los Alpes.
Seguro que, cuando lleguéis,
os insultará a gritos y os echará de su cabaña.
Es un anciano solitario, gruñón y antipático.
No va a la iglesia los domingos.
¡Y parece un salvaje con esas barbas tan largas
y esa melena descuidada!
Isabel le contó que el Viejo vivía aislado
en una cabaña en lo alto de la montaña.
Desde hacía 15 años, casi no bajaba a la aldea
porque, alrededor de su cabaña,
tenía todo lo necesario para vivir:
un huerto donde cultivaba hortalizas y verduras
y cabras que le daban leche para beber y hacer queso.
Aunque la cabaña se quedaba aislada por la nieve,
el Viejo de los Alpes no temía al frío del invierno.
Cogía leña del monte para su chimenea
y cazaba animales para comer cuando lo necesitaba.
A veces bajaba a la aldea a comprar,
pero no hablaba con nadie.
Los vecinos se escondían de él porque les daba miedo.
El cura de Dorfil había intentado convencerlo
muchas veces para que viviera en la aldea.
Pero el Viejo de los Alpes lo había echado
de su casa con malos modos.
Prefería seguir solo allí arriba sin ver a nadie.
Isabel preguntó a Dora con curiosidad:
—Dora, tú conoces bien a tu tío, el Viejo de los Alpes.
¿Tú sabes por qué es tan raro?
Todavía debían andar un largo rato,
así que Dora le contó a su amiga la vida del Viejo.
Dora empezó a contar la historia del Viejo,
desde su juventud:
—Mi tío antes era una persona distinta.
Cuando era joven, vivía en una granja muy grande.
Su familia era la más rica de la región
y sus padres y su hermano
cuidaban el negocio muy bien.
Pero el Viejo era un joven vago y borracho,
al que le encantaba apostar
jugando a las cartas con sus amigos.
¡Arruinó a toda su familia porque perdió
la granja y el dinero familiar en una partida!
Sus padres murieron del disgusto, poco después,
y su hermano emigró a otro país
para salir de la pobreza.
Dora siguió contando que, después de aquello,
el Viejo buscó trabajo en la ciudad.
Pero nadie confiaba en él,
porque siempre se metía en líos.
Se marchó a Italia y trabajó de militar.
Allí se casó y tuvo un hijo, Tobías.
Luego su esposa murió
y el Viejo volvió a Suiza con su hijo adolescente.
Pero la gente recordaba su carácter peleón
y no consiguió trabajo ni amigos.
Mientras Dora hablaba,
Heidi se quedaba más y más atrás.
—El Viejo buscó a la única familia que le quedaba.
Mi madre era tía suya,
así que vino a vivir a Dorfil con su hijo.
Mi hermana Adelaida y yo lo llamábamos tío.
El Viejo llegó a la aldea con mucho dinero ahorrado.
Muchos vecinos pensaban que su dinero era robado
o ganado en las apuestas jugando a las cartas.
El Viejo no trabajaba y bebía mucho,
así que no tenía amigos.
El Viejo obligó a su hijo
a aprender el oficio de carpintero.
Tobías se ganaba la vida en la carpintería
y todos los vecinos de Dorfil lo querían mucho.
Dora seguía contando sus recuerdos
mientras subían la montaña:
—Los 2 venían de visita a mi casa muchas veces.
Y Tobías y mi hermana Adelaida se enamoraron.
¡El Viejo se enfadó muchísimo
cuando anunciaron su boda!
Tobías y Adelaida se casaron.
El Viejo no fue a la boda
y dejó de hablar a su hijo y al resto de la familia.
Cogió todas sus cosas y se marchó a vivir solo
a una cabaña perdida en la montaña.
Un tiempo después, nació Heidi aquí, en Dorfil.
El Viejo la conoció un día, recién nacida,
pero nunca más volvió a ver a su hijo ni a su nieta.
Tobías y Adelaida eran felices,
pero su alegría duró poco.
Tobías murió aplastado por una viga en la carpintería.
Su padre, el Viejo de los Alpes, no bajó a su entierro.
Tampoco fue al entierro de Adelaida,
que murió de pena unos meses después.
Dora, con cara triste, siguió diciendo:
—Heidi se quedó huérfana con menos de un año
así que mi madre y yo nos quedamos con ella.
Cuando mi madre murió,
cogí a Heidi y me fui de la aldea
porque encontré trabajo en la ciudad.
Cuando yo iba a trabajar
Heidi se quedaba con una vecina.
Era una mujer muy mayor a la que hacía compañía.
Mi situación ha cambiado ahora,
porque me marcho a trabajar
a una mansión de Fráncfort.
Heidi ya tiene 7 años y no puede vivir conmigo allí.
Así que vivirá con su abuelo en la montaña.
—Busca otra solución para la niña —le pidió Isabel.
—La solución es que viva con su abuelo —dijo Dora.
Mientras las amigas hablaban,
Heidi jugueteaba con las cabras.
Miraba como pastaban hierba
o saltaban de piedra en piedra.
La niña tenía mucho calor con tanta ropa,
así que se sentó en el suelo y se desnudó.
Se quitó las botas, las medias,
el pañuelo rojo de la cabeza
y los 2 vestidos que llevaba, uno encima de otro.
Heidi se quedó solo con un camisón blanco.
Dejó toda la ropa tirada en el suelo
y empezó a saltar y a revolcarse feliz por la hierba.
Cuando vio que Isabel se volvía hacia su casa,
Heidi corrió hacia su tía con cara de alegría.
Al ver a la niña medio desnuda, Dora gritó:
—Pero Heidi, ¿dónde está toda tu ropa?
¿Qué has hecho con tus botas? ¿Y tus medias?
La niña señaló con tranquilidad
hacia la parte baja de la montaña.
—Allí abajo —respondió.
Dora vio el montón de ropa a lo lejos
y gritó enfadada a la niña:
—¿Quién te ha mandado quitarte los trajes?
—Nadie. ¡Pero tenía mucho calor! —dijo Heidi, tranquila.
Juntas, bajaron a recoger toda la ropa
y Dora vistió de nuevo a la niña.
Luego, volvieron a subir por la montaña
hasta que llegaron a la cima.
La cabaña del Viejo de los Alpes estaba justo allí.