Heidi. Una bonita amistad - Johanna Spyri - E-Book

Heidi. Una bonita amistad E-Book

Johanna Spyri

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Beschreibung

Tras vivir dos años en los Alpes con su abuelo, la tía Dette se lleva a Heidi a la mansión de la familia Sesemann, en Frankfurt, para que reciba una buena educación. Pero ella echa en falta la vida en las montañas y solo recupera la felicidad junto a la hija de los Sesemann, Clara, postrada en una silla de ruedas. Y todo ello a pesar de la severidad de la señorita Rottenmeier, la institutriz de Clara.

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Seitenzahl: 44

Veröffentlichungsjahr: 2023

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La llegada a Fráncfort

Hacía ya dos años que Heidi vivía en las montañas en casa de su abuelo. Con su perro Niebla, la vida transcurría en calma. Nada había perturbado esa felicidad hasta que su tía Dete volvió a buscarla. La mujer le prometió que podría volver esa misma noche y traerle a la abuelita de su amigo Pedro ese rico pan blanco que tanto le gustaba. Pero Dete planeaba llevarse a Heidi a Fráncfort durante más tiempo que un solo día. La inocente Heidi, sin ser conocedora de las intenciones de su tía, aceptó seguirla. Su repentina marcha dejó a todos a quienes quería sumidos en una profunda tristeza.

De camino, mientras Dete se detiene en Maienfeld para hacer unas compras, Heidi la espera observando el cielo, que se oscurece. El final del día se acerca y la niña comienza a dudar. Su tía vuelve con una bolsita.

—¿Ya tienes los panecillos? —le pregunta Heidi.

Pero no, la bolsita solo contiene caramelos.

—Luego, te lo prometo —sigue disimulando la tía Dete.

Pero Heidi, que ya sospecha las intenciones de su tía, grita:

—Quiero volver con el abuelo. ¡Si no, se preocupará! ¡No quiero ir contigo a Fráncfort!

Sin embargo, Dete no le deja elección. La agarra de la mano y la lleva dentro de la estación.

—¡Mentirosa! ¡Me prometiste que no nos iríamos mucho tiempo! —continúa gritando Heidi.

—Lo entendiste mal. Te dije que Fráncfort es una ciudad grande y bonita, y que te gustaría mucho —miente la tía Dete con malicia.

Furiosa, Heidi trata de escapar.

—No hagas el tonto —la reprende la tía Dete reteniéndola con fuerza.

En ese instante, un tren entra en la estación causando un ruido ensordecedor y se detiene. Todos los viajeros son llamados a subirse.

—¡No, no quiero! ¡Déjame! —sigue gritando Heidi mientras forcejea.

Dete sube a la niña a la fuerza en el vagón. Heidi, desesperada, grita y patalea, lo que atrae la atención de los demás pasajeros. Pero es demasiado tarde. El tren silba y se pone en marcha. Ante los ojos llenos de lágrimas de Heidi, el tren avanza sobre los raíles y sus amadas montañas se alejan.

El viaje es largo, muy largo. Se prolonga durante la noche y gran parte del día siguiente. Por fin llegan a Fráncfort al anochecer. Allí, el señor Sesemann, una de las mayores fortunas de la ciudad, posee una bonita casa hacia la que se dirigen Dete y Heidi.

En su interior, con su melena rubia recogida en un gracioso lazo y con un vestido azul, Clara, su única hija, mira impaciente el reloj. La jovencita inválida, que ha perdido la movilidad de las piernas, vive en una silla de ruedas encerrada en casa.

—Qué despacio pasa el tiempo —le dice a la señorita Rottenmeier, su institutriz, con el rostro serio, peinada con un moño y vestida de azul—. Ya debería estar aquí, ¿no cree?

—Un poco de paciencia, señorita —le responde la institutriz.

Mientras cruzan la ciudad, Heidi queda impresionada por su ambiente bullicioso, la catedral y las casas tan elegantes que hay. Pero ella lo que quiere es volver a casa del abuelo.

Al llegar a la puerta de la casa del señor Sesemann, Dete llama y anuncia su llegada.

—¡Suban, las estamos esperando! —le indica con una sonrisa burlona Tinette, una criada que lleva una pequeña cofia blanca en la cabeza y va ataviada con un delantal.

—Compórtate como es debido y no digas impertinencias —le susurra Dete a Heidi.

Suben por una escalera que da a un gran salón. Nada más entrar, las miradas de Heidi y Clara se cruzan tímidamente. La joven inválida esboza una sonrisa.

—Buenas tardes. Aquí le traigo a la amiguita para Clara de la que habíamos hablado —explica Dete haciendo una reverencia.

La señorita Rottenmeier se acerca ajustándose las gafas y examina a Heidi de la cabeza a los pies. Después, la bombardea con preguntas a las que la pequeña responde con total franqueza. Sí, Heidi es su verdadero nombre y no Adelaida; es más joven que Clara; no tiene libros de clase y no sabe leer, solo sabe silbar y ordeñar cabras.

La señorita Rottenmeier, indignada y al borde del desmayo, se seca la frente y suelta:

—Dete, debe de ser un error. ¿Cómo se te ocurre traer a una niña como esta?

La tía Dete comienza a enumerar las virtudes de Heidi: es muy espabilada, tiene carácter y aprende rápido. La señorita Rottenmeier sacude la cabeza.

Cuando se da cuenta de que se arriesga a tener que llevarse de vuelta a su sobrina, Dete finge que tiene que irse por una urgencia y abandona repentinamente la sala dejando a Heidi en casa del señor Sesemann.

¡Pobre niña! Sola en una ciudad desconocida. ¿Qué va a ser de ella en una casa tan grande, con Clara, una niña enferma, y la señorita Rottenmeier, una vieja gruñona?

Comienza una nueva vida

La institutriz se queda paralizada antes de salir a intentar retener a Dete en vano. Heidi, que ha entendido que es demasiado tarde para volver a la cabaña, no tiene más que una única esperanza: poder llevarle pronto los panecillos blancos a la abuelita y un poco de tabaco al abuelo.

—Dime, ¿cómo prefieres que te llame? —le pregunta Clara—. ¿Heidi o Adelaida?