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Heredero del desierto Obligado a gobernar, el jeque Sayid se sorprendió al descubrir al niño que era el verdadero heredero del trono de su país, y decidió hacer todo lo posible por protegerlo, ¡aunque eso significara casarse con la tía del niño! Chloe James se comportaba como una tigresa protegiendo a su cachorro, pero el jeque Sayid fue capaz de encontrar su punto débil. Tomando a Chloe como esposa consiguió calmar a su pueblo, y también dejarse llevar por la intensa atracción que existía entre ellos… Esposa en público… y en privado «¡Dante Romani se compromete con su empleada!». Paige Harper no podía creerse que su pequeña mentira hubiera llegado a la prensa. La única manera de poder adoptar a la hija de su mejor amiga era fingir que estaba comprometida con su jefe, pero no había contado con las consecuencias... La prensa se había pasado años alimentando la mala imagen de Dante. Quizá aquel falso compromiso fuera la oportunidad para mejorar su reputación, pero él pondría las condiciones…
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Seitenzahl: 392
Veröffentlichungsjahr: 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 222 - abril 2020
© 2013 Maisey Yates
Heredero del desierto
Título original: Heir to a Desert Legacy
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
© 2013 Maisey Yates
Esposa en público… y en privado
Título original: Her Little White Lie
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1348-382-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Heredero del desierto
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Esposa en público… y en privado
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
SAYID al-Kadar contempló la calle vacía y se subió el cuello de la chaqueta para cubrirse de la lluvia. En su opinión, la llovizna de Portland era insoportable.
Incluso en la mejor parte de la ciudad todo parecía opresivo. El suelo, la acera, los edificios que se alzaban hasta el cielo. Todo resultaba agobiante. Una prisión de cristal y acero. No era lugar para un hombre como él.
No era lugar para el heredero al trono de Attar. Sin embargo, según la información que había reunido en las últimas veinticuatro horas, allí era donde estaba el heredero al trono de Attar.
Desde que había encontrado los documentos en la caja fuerte de su hermano, había decidido descubrir si había alguna posibilidad de que el heredero hubiera sobrevivido. En tiempo récord, Alik había confirmado que el niño había sobrevivido y cuál era su paradero. Por supuesto, Sayid no se había sorprendido de la eficiencia de su amigo. Alik nunca fallaba.
Sayid cruzó la calle al mismo tiempo que una mujer se acercaba al mismo edificio que él.
Sonrió, tratando de mostrar el encanto que hacía mucho tiempo que no empleaba. Un encanto que ya ni siquiera se molestaba en fingir. Funcionó. Ella introdujo la clave y sujetó la puerta abierta para que él entrara, sonriéndole de forma seductora.
Él no estaba buscando esa clase de invitación.
Se dirigió a un ascensor diferente al que había elegido ella y subió hasta la última planta. Se sentía fuera de lugar allí pero, al mismo tiempo, se sentía aliviado por estar fuera del palacio.
Apretó los dientes y se fijó en el pasillo estrecho. La humedad del ambiente se pegaba a su ropa y a su piel. Era otra de las consecuencias de aquel clima tan desagradable.
Le recordaba a la celda de una cárcel. Nunca antes había tenido motivos para visitar los Estados Unidos. Su lugar estaba en Attar, en un extenso desierto. Y, aunque su deber lo obligaba a permanecer cerca del palacio, en él se sentía casi tan extraño como en ese frío y húmedo lugar.
Desde que el avión había aterrizado, el frío se había apoderado de él. Aunque en realidad debía admitir que llevaba helado más de seis semanas. Desde que se había enterado de la muerte de su hermano y su cuñada.
Y, después, la noticia del niño.
Él había hecho todo lo posible por evitar tener relación alguna con los niños, y sobre todo con los bebés, pero no había manera de que pudiera evitar relacionarse con aquel.
Se detuvo frente a la puerta y llamó antes de entrar. No recordaba cuándo había sido la última vez que había llamado a una puerta.
–Un segundo –se oyó un ruido fuerte y el llanto de un bebé.
Él se percató de que alguien se apoyaba contra la puerta. Probablemente estarían mirándolo por la mirilla.
En ese caso, dudaba de que lo dejaran entrar. Algo que tampoco recordaba que le hubiera sucedido en los últimos tiempos.
–¿Chloe James? –preguntó él.
–¿Sí? –inquirió ella.
–Soy el jeque Sayid al-Kadar, regente de Attar.
–¿Ha dicho regente? Interesante. Attar. Dicen que es un bonito país. Al norte de África, cerca de…
–Conozco tan bien como usted la geografía de mi país, y sé mucho más de lo que aparece en los libros de texto. Ambos lo sabemos.
–¿De veras?
El llanto del bebé se volvió más agudo e insistente.
–Estoy ocupada –dijo Chloe–. Ha despertado al bebé y ahora tengo que dormirlo otra vez, así que…
–Por eso estoy aquí, Chloe. Por el bebé.
–Ahora no está de buen humor. Veré si puedo hacerle un hueco en su rutina diaria.
–Señorita James –dijo él–. Si me deja pasar, podremos hablar de los detalles de la situación en la que nos encontramos.
–¿Qué situación?
–La del bebé.
–¿Qué es lo que quiere de él?
–Exactamente lo que mi hermano quería. Se ha firmado un acuerdo legal y, puesto que una de las firmas es la suya, debería conocerlo. Lo tengo en mi poder. O bien lo llevo a los tribunales, o hablamos de ello ahora.
Él no deseaba implicar a los tribunales de los Estados Unidos ni de Attar. Quería solucionarlo en silencio y que nada saliera a la luz hasta que sus consejeros pudieran averiguar la historia acerca de cómo había sobrevivido el niño y porqué había permanecido oculto durante las semanas posteriores a la muerte del jeque.
Pero antes de hacer todo eso tenía que averiguar cuál era la situación. Si los documentos que habían redactado reflejaban la verdad, o si la relación de su hermano con Chloe James había sido más especial de lo que estaba documentado.
Eso podría complicar las cosas. Podría evitar que él se llevara al niño. Y eso no era aceptable.
Se abrió la puerta una rendija, todo lo que permitía la cadena de seguridad.
–¿Identificación? –preguntó la mujer mirándolo a través de la rendija.
Él se fijó en sus ojos azules y suspiró antes de sacar el pasaporte que llevaba en la cartera, dentro del abrigo.
–¿Satisfecha? –le preguntó después de mostrárselo.
–En absoluto –cerró la puerta para quitar la cadena–. Pase.
Él entró en la habitación y, al instante, se sintió agobiado. Las paredes estaban llenas de librerías, provocando que la estancia resultara más pequeña. Sobre una mesa de café había un ordenador portátil y una pila de libros. En una esquina, había una pizarra y otra pila de libros en el suelo. A pesar de que todo estaba colocado de una manera lógica, la falta de espacio hacía que la habitación pareciera un caos ligeramente organizado. Nada parecido a la precisión militar con la que él organizaba su vida.
Se fijó en Chloe. Era una mujer menuda con el cabello rojizo, la tez pálida y con pecas. Tenía un busto generoso y la cintura un poco ancha. Encajaba con el aspecto de una mujer que acababa de dar a luz y que llevaba varias semanas durmiendo pocas horas.
Ella se movió y él se fijó en que bajo la luz de la lámpara su cabello se volvía semidorado. Si el bebé era suyo, tendría un fuerte parecido a ella. Era muy distinta a su hermano, que tenía la piel color aceituna, y a su novia, una mujer de cabello oscuro.
–Supongo que es consciente de que aquí apenas tiene seguridad –dijo él. El llanto había cesado y el apartamento estaba en calma–. Si hubiese querido entrar a la fuerza, podría haberlo hecho. Y cualquiera que quisiera hacer daño al bebé también. No le hace ningún favor manteniéndolo aquí.
–No tenía otro sitio donde llevarlo –dijo ella.
–¿Y dónde está el niño?
–¿Aden? –preguntó ella–. No es necesario que lo vea ahora, ¿verdad?
–Me gustaría –dijo él.
–¿Por qué? –se colocó delante del sofá, como si pretendiera bloquearle el paso.
Irrisorio. Ella era menuda y él un soldado muy entrenado que podía apartar a un hombre dos veces su tamaño sin cansarse.
–Es mi sobrino. Mi sangre –dijo él.
–Yo… No se me ocurrió que pensara que tiene alguna relación con él.
–¿Por qué no?
–Nunca ha sido alguien cercano a la familia. Quiero decir, Rashid dijo…
–Ah. Rashid –su manera de nombrar a su hermano era esclarecedora. Y podía complicar las cosas. Si ella era la madre biológica de aquel niño, resultaría mucho más difícil emplear los documentos legales en su contra. Difícil, pero no imposible.
Y, si no lo conseguía, podría provocar un incidente internacional y llevarse al niño de regreso con él. A la fuerza, si era necesario.
–Sí, Rashid. ¿Por qué lo dice de ese modo?
–Intento verificar la naturaleza de su relación con mi hermano.
Ella se cruzó de brazos.
–Yo di a luz a su hijo.
Una especie de furia se apoderó de él. Si su hermano había hecho algo que comprometiera el futuro del país…
Pero su hermano estaba muerto. No habría consecuencias para Rashid, independientemente de las circunstancias. Él había perdido la vida. Y Sayid debía asegurarse de que Attar no se derrumbara. De que la vida continuara lo más tranquila posible para los millones de personas que consideraban que ese país era su hogar.
–Y también redactó este documento –sacó un montón de papeles doblados del abrigo–, ¿para que, si alguien se percataba de que no había sido Tamara la que dio a luz a Aden, pensaran que había sido parte del plan desde un principio?
–Espere… ¿Cómo ha dicho?
–Conspiró para inventar la historia del vientre de alquiler para ocultar la relación que tuvo con…
Ella levantó las palmas de las manos.
–¡Eh! No. Oh… No. Yo di a luz a su hijo, hice de vientre de alquiler. Para él y para Tamara –le tembló ligeramente la voz y bajó la mirada.
–¿Y por qué no vino a buscarme?
–No… No lo sé. Estaba asustada. Ellos estaban de camino cuando sucedió. De camino al hospital desde el aeropuerto. Yo ya estaba de parto, me puse un poco antes de lo esperado. Iban a trasladarme a un hospital privado y su médico estaba con ellos durante el… Todas las personas que yo conocía estaban con ellos.
Él miró alrededor de la habitación y frunció los labios.
–Así que lo trajiste aquí, a tu apartamento, sin casi seguridad, ¿para protegerlo?
–Nadie sabía que yo estaba aquí.
–Mis hombres tardaron menos de veinticuatro horas en descubrir dónde estaba. Ha tenido suerte de que sea yo quien la ha encontrado y no un enemigo de mi hermano, de Attar.
–No estaba segura de que no fuera a ser enemigo de Aden.
–Ya puede estar segura de ello.
Chloe levantó la vista y se encontró con la mirada penetrante de sus ojos oscuros. No podía creer que Sayid al-Kadar estuviera en el salón de su casa. Ella había estado pendiente de las noticias sobre Attar desde el nacimiento de Aden. Había visto cómo aquel hombre había asumido el poder con elegancia, y de una manera tan calmada que podía resultar inquietante, mientras la nación continuaba conmocionada por la tragedia.
El jeque y su esposa habían fallecido. Y también el heredero que esperaban.
O eso pensaba todo el mundo.
Pero lo que nadie sabía era que los jeques habían contratado un vientre de alquiler. Y que la mujer y el futuro heredero estaban a salvo.
Ella no había sabido qué hacer. El doctor privado de los jeques no había aparecido en el parto y tampoco Tamara y Rashid…
Todavía podía sentir el pánico que se había apoderado de ella. Estaba segura de que había pasado algo. Le pidió a la enfermera que encendiera el televisor y comprobó que en todos los canales daban la misma noticia. La pérdida de la familia real de Attar, y de su médico privado, a causa de un accidente de tráfico que había tenido lugar en una autopista en Pacific Northwest.
Y lo único que había podido hacer era abrazar al bebé. Un bebé que no era suyo y que se suponía que nunca lo sería. Un bebé que no tenía a nadie más que a ella.
Durante las semanas siguientes había estado aturdida. Llorando por la muerte de su hermanastra Tamara, a pesar de que apenas la había conocido, y tratando de decidir qué era lo que se suponía que debía de hacer con Aden. Tratando de decidir si debía confiar en su tío. Porque, si revelaba que Aden estaba vivo, Sayid ya no sería el gobernador de Attar, sino simplemente el regente.
Y la idea de que pudiera hacer cualquier cosa por mantener su cargo, la asustaba. Sabía que era poco probable, o incluso ridículo. Rashid nunca había hablado mal de su hermano pequeño, y Tamara tampoco.
Sin embargo, Chloe se sentía invadida por un fuerte sentimiento de protección. Aden era su sobrino y, por tanto, era normal que sintiera cierta conexión con él, pero había algo más. Y nunca había imaginado que sería así. Después de todo, no quería tener hijos. Y nunca se había considerado una mujer maternal.
Pero lo había llevado en su vientre. Y por mucho que hubiese creído lo contrario, era un lazo que no se podía romper con facilidad.
–¿Y no pensaste en contactar con palacio? –preguntó Sayid.
–Rashid me pidió que fuera algo confidencial. Yo firmé unos documentos en los que declaraba que nunca divulgaría mi participación. Si ellos hubiesen querido incluirlo a usted, lo habrían hecho.
–Entonces, ¿todo esto es cuestión de lealtad?
–Bueno… Sí.
–¿Y cuánto le han pagado?
Ella se sonrojó.
–Suficiente –había aceptado cierta cantidad de dinero y no iba a disculparse por ello. Las mujeres que se embarazaban para dar el hijo a otra persona cobraban por el servicio y, aunque en parte lo había hecho porque Tamara era su hermanastra, también necesitaba el dinero.
A pesar de las becas, los estudios de postgrado eran caros. Y la independencia era algo absolutamente necesario para ella, lo que significaba que el dinero era muy importante en su mundo.
–Por lealtad, ya veo.
–Por supuesto que me pagaron –dijo ella–. Yo quería hacerles el favor pero, sinceramente, ¿quedarme embarazada y dar a luz? No es ninguna tontería, y de ello me he dado cuenta durante los diez últimos meses. No me siento culpable por aceptar lo que ellos me ofrecían.
–¿Y por qué quería hacerle a él el favor? –la miraba de manera tan intensa que a ella le dio la sensación de que él no se creía que no tenía ninguna relación con Rashid.
–Por Tamara. Es mi hermanastra. Y no me sorprende que usted no lo sepa. No nos habíamos conocido hasta hace un par de años y nunca tuvimos la oportunidad de mantener una estrecha relación. Descubrir que tenía una hermanastra había sido un momento extraordinario. Tamara la había encontrado gracias a los medios de los que disponía como esposa del jeque.
Chloe se había quedado sorprendida al conocerla. La esposa del jeque era su hermanastra. Pero no fue su belleza ni su poder lo que cautivó a Chloe, sino el hecho de tener una nueva oportunidad en relación a la familia. Algo de verdad, tangible y esperanzador, donde no había habido más que dolor y arrepentimiento.
No habían tenido la oportunidad de pasar mucho tiempo juntas. Vivían muy lejos y sus encuentros habían sido esporádicos pero maravillosos. Algo de lo que nunca antes había disfrutado. Y que tampoco disfrutaría, puesto que aquella maravillosa ilusión también se había hecho pedazos. Nunca conseguiría una familia. Excepto por Aden.
Al pensar en el bebé que dormía en un capazo que estaba en su habitación, se le encogió el corazón. No sabía lo que sentía por él. No sabía qué hacer con él. Tampoco si debía entregarlo. O quedarse con él. No se imaginaba haciendo ninguna de las dos cosas.
Un año antes, había empezado los estudios de postgrado para doctorarse en Física Teórica y, de pronto, estaba viviendo una vida que parecía imposible que fuera la de ella.
Llorando la muerte de una hermana a la que apenas conocía, la posibilidad de algo que no había podido ser, y luchando para terminar los trabajos del curso. Criando a un bebé.
Y, en ese mismo momento, se imaginó entregando al pequeño Aden a su tío y pidiéndole que cuidara de él.
Respiró hondo y trató de deshacer el nudo que sentía en la garganta.
Sayid la miraba impasible, pero con una pizca de remordimiento.
–Siento su pérdida.
–Yo también la suya.
–No solo mía –dijo él–. La de mi país. La de mi gente. Aden es el futuro gobernador. La esperanza para el futuro.
–Es un bebé –dijo ella. Aden era tan pequeño e indefenso. Y había perdido a su verdadera madre. La que estaba preparada para criarlo. La única capaz de hacerlo.
Lo único que había tenido durante las seis primeras semanas de su vida había sido a Chloe. Antes de dar a luz, ella nunca había sostenido a un bebé en brazos y, sin embargo, había tenido que encontrar la manera de cuidarlo durante todo el día. Estaba agotada. Sentía ganas de llorar todo el rato. Y a veces lo hacía.
–Sí –dijo Sayid–, es un bebé. Una criatura que ha nacido para ser algo mucho más importante de lo que es en la actualidad, pero ambos sabemos que ese era el propósito de su nacimiento.
–En parte. Rashid y Tamara lo deseaban mucho.
–Estoy seguro de ello, pero el único motivo por el que era importante que tuvieran un lazo de sangre, y por el que la adopción no era una posibilidad, era la necesidad de tener un heredero del linaje de Al-Kadar.
Ella lo sabía. Parecía que había pasado una eternidad desde ese día. Tamara había ido a visitarla y su mirada brillaba por culpa de las lágrimas. Le contó a Chloe que había sufrido otro aborto. Que siempre terminaba perdiendo al bebé que llevaba en el vientre. Que deseaba tener un hijo propio, y que necesitaba tener descendencia para el trono.
Y, después, le hizo la petición.
«Serás recompensada y, por supuesto, una vez que nazca el niño regresará a Attar con nosotros. Y tú serás la responsable de traerlo al mundo. Más familia. Para ambas».
Chloe deseaba una familia. Una red de apoyo como la que nunca había tenido.
Y así se convenció de que estar nueve meses embarazada no supondría un trabajo duro. Después, Tamara y Rashid tendrían todo lo que deseaban y Chloe habría ayudado a crear una nueva vida. Además, podría solucionar muchos de sus problemas económicos.
Le había parecido algo sencillo de hacer. Un pequeño gesto a favor de la única familia que parecía preocuparse por ella.
Por supuesto, cuando comenzó a tener náuseas y a ganar peso, cuando se le hincharon los senos y le salieron estrías, «sencillo»dejó de ser la palabra adecuada para describir lo que estaba haciendo. Y, después, el parto.
Nada había resultado sencillo.
Pero nada más dar a luz, justo antes de descubrir que Tamara y Rashid habían fallecido, miró al pequeño bebé llorón que tenía en los brazos y sintió como si todos los fragmentes de su vida se juntaran para formar una bonita imagen. Como si hubiera hecho lo que tenía que hacer. Como si Aden fuera el logro más importante de su vida.
Eso fue antes de que su mundo se viniera abajo una vez más. Antes de quedar destrozada y sin saber cómo podría recuperarse.
Había estado seis semanas muy aturdida. Cuidando de Aden, de sí misma cuando podía y tratando de estudiar. Intentando no hundirse del todo.
La presencia de Sayid suponía al mismo tiempo una condena y una salvación.
–Lo sé. Pero ahora él… ¿Qué quiere hacer con él?
–Pretendo hacer lo que estaba planeado. Llevarlo a su casa. A su gente. A su palacio. Es su derecho, y es mi deber proteger sus derechos.
–¿Y quién lo criará?
–Tamara ya había contratado a las mejores niñeras, las mejores cuidadoras del mundo. En cuanto anuncie que el bebé está vivo, todo continuará tal y como estaba planeado.
–¿Cuándo lo descubrió?
–Ayer. Estaba revisando los documentos privados de mi hermano y encontré el contrato del vientre de alquiler. Por primera vez en las últimas seis semanas sentí alguna esperanza.
–Nos ha encontrado muy deprisa.
–Tengo recursos. Y, además, no estaba muy bien escondida.
–Tenía miedo –dijo ella con un susurro.
–¿De qué? –preguntó él.
–De todo. Temía que no le gustara tener un competidor. Que no quisiera perder su puesto.
Sayid la miró fijamente.
–A mí no me criaron para gobernar, Chloe James, me criaron para luchar. En mi país, esa es la función del segundo hijo varón. Soy un guerrero. El jeque debe tener energía y compasión. Y ser ecuánime. A mí no me entrenaron para eso. Me entrenaron para obedecer, para ser despiadado a la hora de proteger a mi pueblo y a mi país. Y es lo que haré ahora, a cualquier precio. No se trata de lo que yo quiera, sino de lo que es mejor.
Ella lo creyó. La evidencia de la verdad se reflejaba en la inexpresividad de su voz. Era un guerrero, una máquina creada para obedecer con eficiencia y rapidez.
Y quería llevarse a Aden con él.
Ella se sintió mareada.
–Entonces, ¿básicamente es el verdugo de la familia Al-Kadar? –preguntó sin pensar.
–Mi camino estaba marcado nada más nacer.
–Igual que el de Aden –dijo ella, y se estremeció. Siempre había sabido que el niño que dormía en su dormitorio tenía un destino que nada tenía que ver con ella pero, durante las últimas semanas, había experimentado algo nuevo y maravilloso que la habían hecho ignorar la realidad.
–Tiene que regresar a casa. Usted podrá recuperar su vida, tal y como tenía planeado.
Podría finalizar los estudios, terminar el doctorado. Obtener una plaza como profesora en la universidad o conseguir un empleo en un instituto de investigación. Sería una bonita y sencilla existencia en la que pasaría el tiempo tratando de analizar aquellos misterios del Universo para los que se esperaba encontrar una solución, algo que parecía imposible en lo que se refería a sus relaciones interpersonales. Ese era uno de los motivos por los que apenas se esforzaba en mantenerlas, al menos, aquellas que fueran más allá de la amistad.
Ese era el futuro que Sayid le ofrecía. La oportunidad de continuar como si nada hubiera cambiado.
Se miró el vientre redondeado y pensó en el niño que dormía en la habitación contigua y que había albergado en su vientre. El niño al que había dado a luz. Todo había cambiado. Todo.
No había vuelta atrás.
–No puedo permitir que se lo lleve.
–Iba a permitir que se lo llevaran Tamara y Rashid.
–Eran sus padres y se suponía que debían estar con él.
–Su lugar en Attar es más que todo eso –dijo él.
–Se sentirá confuso, yo… Soy la única madre que conoce.
Hasta ese momento, nunca había verbalizado esa idea, pero había cuidado del bebé. Le había dado de mamar. Y, aunque genéticamente no era su hijo, él era algo muy especial.
–¿No desea regresar a su vida de antes?
–No creo que pueda –dijo ella–. Ya nunca será lo mismo.
–Entonces, ¿qué es lo que propone? –preguntó él, cruzándose de brazos.
En ese momento, Aden se despertó y su llanto invadió el apartamento. Ella sintió que se le encogía el corazón.
–Lléveme a Attar.
POR supuesto que no –dijo Sayid, atravesando el salón para dirigirse al dormitorio donde estaba llorando Aden.
–¿Dónde diablos cree que va? –preguntó ella.
Él se detuvo y se volvió para mirarla.
–Voy a recoger a mi sobrino, tengo derecho –le mostró el contrato que ella había firmado. Un documento en el que se declaraba que Aden pertenecía a la familia real de Attar, y no a ella. Nunca sería de ella.
Él continuó caminando y ella lo siguió. Lo agarró por los hombros y tiró de él. Era un hombre musculoso y apenas se movió. El tipo de hombre que ella temía.
Durante un segundo, imaginó la posibilidad de que él le diera una bofetada. Sabía lo que era que un hombre fuerte se enfrentara a una mujer menuda. Verla acurrucada en el suelo, destrozada y sangrando, víctima del poder masculino.
Sayid no hizo nada. Se detuvo y se volvió para mirarla con furia.
–¿Qué hace? –le preguntó.
–No va a entrar ahí para tomarlo en brazos y llevárselo al desierto –dijo ella, agitada–. Puede que sea un jeque en su país, pero en mi casa no es más que un intruso y, si tengo que llamar a la policía, lo haré –dijo con rabia. Estaba temblando, pero ya no tenía miedo.
Aden era el más débil y debía defenderlo.
–Interesante –dijo él con frialdad–. En su ficha ponía que era científica. Esperaba que actuara con más cautela.
–Se supone que usted es un líder. Esperaba que tuviera más habilidad a la hora de negociar. ¿De veras cree que voy a permitir que entre ahí y se lleve a mi bebé?
Sayid la miró de nuevo de forma inexpresiva.
–No es su bebé.
–Lo sé, pero he estado cuidando de él. Le he dado de mamar –dijo ella con desesperación–, no puede entrar ahí y llevárselo sin más.
–Se suponía que iba a entregarlo, y sabe que es cierto.
–A Tamara –dijo ella–. Se suponía que iba a entregárselo a su madre, mi hermana, pero ella no estaba allí. Ha muerto. Y nadie sabía nada del bebé. No sabía qué hacer, ni a quién contárselo. Las únicas personas que lo han tenido en brazos, aparte de mí, han sido las del equipo médico, y usted quiere llevárselo…
–No quiero separarlo de usted –dijo él, apretando los dientes–. Debo hacer lo mejor para Attar. Aden no es su hijo y no pertenece a este lugar.
–Entonces, déjeme ir allí.
–¿Para desvelar el secreto que Rashid estaba desesperado por proteger?
–No. No… Podría ser la niñera.
–¿Durante los próximos dieciséis años? ¿Hasta que sea mayor de edad?
Chloe no podía pasar dieciséis años en Attar. Tenía una vida en su país. Amigos. Y un trabajo como profesora en prácticas que debía empezar en otoño.
–No… no es que… –tragó saliva y bajó la vista–. Pero quizá… Si él pudiera quedarse conmigo durante algunos meses. Seis –no sabía por qué había dicho esa cifra. Solo buscaba tiempo para asimilar todo lo que le había sucedido y permanecer con Aden a pesar de que sabía que debía dejarlo marchar.
Se dirigió hacia el dormitorio y Sayid la agarró del brazo.
–Dígame una cosa. Y sea sincera. Únicamente ha sido un vientre de alquiler, ¿verdad? ¿Había algo entre mi hermano y usted?
–Nada –dijo ella.
–Necesito saberlo. Porque no puede haber sorpresas. Ni escándalos.
–Rashid amaba a Tamara. Él nunca…
–Lo sé. Es cierto. Pero he visto que los hombres somos capaces de hacer tonterías que causan mucho dolor. Incluso él. Todo el mundo es capaz de hacer el mal.
Ella lo sabía. Lo había visto incluso en los hombres con aspecto inofensivo. Su mirada penetrante, sus dedos clavados en la piel de su brazo, se lo recordaba.
–¿Incluso usted?
–Todo el mundo es capaz de hacer el mal –repitió él.
–Bueno, pues su hermano no lo hizo. No conmigo. Hice esto por Tamara. Porque era parte de mi familia. Ahora Aden también es mi familia.
Él la soltó.
–Bien. No puedo permitirme ninguna complicación.
–Yo tampoco, Alteza. Sin embargo, en estos momentos no tengo más que complicaciones.
–Puedo hacer que desaparezcan –dijo él con frialdad–. Y su vida volvería a la normalidad.
–¿También podría hacer que desapareciera el dolor? –dijo ella, con desesperación–. ¿Podría hacer que pareciera que esto no ha sucedido? ¿Hacerme olvidar que he llevado a una criatura en el vientre y que he dado a luz? ¿Que he cuidado del bebé durante las seis primeras semanas de su vida? ¿Que él lo olvidara todo?
–Él tendrá de todo en Attar. No se le privará de ninguna comodidad. Esta no es una decisión que hay que tomar con el corazón, sino con la razón.
–¿Usted lo querrá? –preguntó ella.
Sus ojos negros se posaron en ella.
–Moriría por él.
–No es lo mismo.
–Pero es la promesa que puedo hacerle.
Los hombres, los hombres y sus promesas, eran algunas de las cosas que había evitado durante toda su vida. Había visto cómo incumplían sus promesas una y otra vez y, de adulta, había elegido no confiar en ellas. Pero de aquella no podía dudar, puesto que era una promesa que parecía salir de lo más profundo de su alma.
–Es el rey. El heredero del trono de Attar. Merece mi lealtad, tanto como mi futuro líder como por ser miembro de mi familia.
–Es un bebé –dijo ella, con un nudo en la garganta–. Ahora, eso es lo importante.
–Es un niño –dijo Sayid–. Lo sé. Pero nunca será como los otros niños. Está destinado a gobernar, es parte de su persona. Ha nacido para ello. En esta vida todos tenemos una responsabilidad, un objetivo que cumplir. Este es el suyo.
–Pero… Pero… –tartamudeó con desesperación–. Comprendo que sea el heredero pero, básicamente es un bebé. Apartarlo de mí, de su cuidadora, podría perjudicarlo, sobre todo porque imagino que habrá personal para cuidar de él, ¿no es así?
Sayid se encogió de hombros.
–Por supuesto –porque Sayid no iba a implicarse a nivel personal. Quizá estuviera dispuesto a dar la vida por su sobrino pero cambiar pañales era algo muy diferente.
–Le aseguro que el desarrollo infantil y la biología en general no son mi especialidad pero sé que han hecho estudios acerca de las experiencias tempranas y son cruciales para el bienestar de una persona. Si no reciben la atención adecuada en esta etapa, puede que en un futuro no sean capaces de mantener relaciones con apego.
Sayid la miró un instante y dijo:
–Me lo creo.
–Han observado que hay diferencias en los cerebros de los bebés que han recibido una crianza respetuosa y con apego y los de aquellos que no lo hicieron. Se producen cambios a nivel físico. Partes del cerebro dejan de funcionar con normalidad y… dudo que quiera que eso le suceda al futuro gobernador, ¿no?
–Por supuesto que no.
–He estado cuidando de él –dijo ella–. Dándole de mamar. ¿Cómo cree que le afectará que lo separen de mí? Soy la única persona que le proporciona estabilidad.
–¿Y cómo cree que dejarlo llorar está afectando a su mente? –preguntó él.
Ella pasó a su lado y se dirigió a la cuna con el corazón acelerado. Se inclinó y tomó al bebé en brazos. Todavía no se había acostumbrado a sostenerlo. Se ponía nerviosa y tenía miedo de no sujetarle bien la cabeza.
Sayid observó a Chloe mientras estrechaba al bebé contra su pecho. No parecía sentirse muy cómoda con él. Sus grandes ojos azules y la manera en que apretaba los labios demostraban su temor.
Al verla, Sayid sintió una fuerte presión en el pecho que hizo que le costara respirar. Era evidente que ella no se sentía cómoda, que no quería hacer aquello o que, al menos, no le encantaba hacerlo. Sin embargo, se sentía obligada a luchar para seguir presente en la vida de Aden. Lo había cuidado y protegido desde su nacimiento y necesitaba mostrarle lealtad.
–Seis meses –dijo él.
Ella lo miró con cautela.
–¿Seis meses para qué?
–Podrá regresar a Attar, al palacio, durante seis meses y trabajar como niñera con el propósito de que el resto del mundo se crea la historia acerca del nacimiento de Aden. Es razonable. Pensarán que es lógico que hayamos contratado a una mujer capaz de cuidar del niño, puesto que ha perdido a su madre.
–Yo…Yo…
–Informaré a la prensa de que Aden nació justo antes de que muriera Tamara y que no queríamos notificarlo hasta asegurarnos de que su estado de salud era estable.
–¿Y qué pensará la gente de que hayan ocultado algo así?
–Lo comprenderán –dijo él–. No hay otra opción. Rashid deseaba mantenerlo en secreto y así será.
–Tamara dijo que si la gente se enteraba podría pensar que se debía a algún tipo de deslealtad por su parte.
Él negó con la cabeza.
–No todo el mundo. Los que la conocían nunca pensarían tal cosa pero, sí, habría parte de la población que consideraría la infertilidad como una especie de pecado por parte de la mujer.
–Eso era lo que querían evitar –dijo ella–. Y ahora es incluso más importante ¿no cree? Ahora que solo queda él con vida.
–Sí –dijo él. El indefenso bebé y su pequeño tamaño lo hacían sentir incómodo, como si alguien lo hubiese agarrado del cuello con fuerza y le impidiera respirar. Se había sentido así desde que asumió el trono. No era un diplomático, y no se le daba bien el papeleo ni darle conversación a los dignatarios que iban a visitarlos.
Los periodistas lo sabían y aprovechaban cualquier oportunidad para compararlo con el jeque que había fallecido. El jeque que había nacido para gobernar con el que había sido criado para luchar.
El bebé podía ser su salvación, ya que ocuparía su puesto en el trono. Pero, de momento, solo era un bebé. Pequeño e indefenso.
No pudo evitar pensar en otra vida indefensa, una que había sido incapaz de salvar. Y que añadía más peso a la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. Sin embargo, ni el remordimiento ni el dolor del pasado tenían cabida en su vida. Era una lección que había aprendido muy bien.
Cuando un hombre sentía demasiado, podía perder demasiado. Así que a él lo habían formado para que no le quedara nada que perder. Un hombre que podía actuar con decisión. Que no podía preocuparse por su propia seguridad. Que debía intentar hacer siempre lo mejor. Sin remordimientos.
Al mirar a Aden, su sobrino, la última figura del legado de su hermano, sintió que lo ponían a prueba. Pero no podía permitirse que se quebraran sus defensas. Así que trató de ignorar la fuerte presión que sentía en el pecho y de levantar las barreras que había construido alrededor de su corazón.
–¿Seis meses? –preguntó ella, mirándolo con sus ojos azules.
–Seis meses. Y después continuará con su vida tal y como había planeado. ¿Eso es lo que quiere, no?
Ella asintió.
–Sí, es lo que quiero.
–Eso es lo que tendrá. Recoja sus cosas, tenemos que irnos.
–Pero… Tengo exámenes y…
–Puedo llamar a sus profesores y solucionarlo todo para que le hagan los exámenes a distancia.
–No sé si me lo permitirán.
Eso lo hizo reír.
–No me dirán que no.
–No tiene que luchar mis batallas por mí.
–Lucho las batallas de todo el mundo –dijo él–. Soy así. Pronto lo descubrirá.
Las palabras de Sayid permanecieron en su cabeza mientras ella recogía su ropa y la guardaba en la maleta. Al subir al avión privado que los esperaba en el aeropuerto de Portland, se sintió como aturdida. Y con frío.
«Seis meses», pensó.
Abrazó a Aden con fuerza y se acomodó en el asiento mientras examinaba la cabina del avión. Nunca había visto nada parecido. Residir en Attar sería como estar en otro mundo.
Sayid estaba sentado frente a ella y tenía los brazos apoyados en el respaldo del sofá, con una postura con la que ella pensaba que pretendía fingir que estaba relajado. Sin embargo, ella no se dejaba engañar. Sayid no era un hombre que se relajaba con facilidad. Su mirada y su cuerpo indicaban que siempre estaba alerta.
–Puesto que usted ya tenía pasaporte, expedir el de Aden ha sido mucho más sencillo que si hubiese tenido que expedir ambos. ¿Ha viajado mucho? –preguntó él.
Ella sabía que aquellas preguntas no eran casuales. Él todavía no confiaba en ella de verdad. Y estaba bien, teniendo en cuenta que ella tampoco confiaba en él.
–Hace un par de años fui a Suiza para ver el acelerador de partículas, Large Hadron Collider. Fue una oportunidad estupenda.
Él puso una mueca a modo de sonrisa.
–La mayor parte de las mujeres que he conocido considerarían una oportunidad estupenda la compra de un bolso de diseño.
Ella notó que él intentaba hacerla enfadar. No estaba segura de por qué, pero así era.
–Me gustan los bolsos buenos tanto como a cualquier mujer. Pero si de verdad quiere ver cómo se me iluminan los ojos hábleme acerca de la Teoría de Cuerdas.
–Me temo que me superaría –dijo él, inclinando la cabeza. Ella se había ganado algo de respeto con esa respuesta.
La estaba poniendo a prueba. Nada a lo que ella no estuviera acostumbrada. A los hombres no les gustaba que las mujeres los pusieran en evidencia. Los hombres de su círculo académico siempre se sentían amenazados por su capacidad y éxito. Así que siempre buscaban su parte más débil. Por suerte, no la tenía. Al menos, no en lo que a su inteligencia se refería.
–Supongo que sí –dijo ella.–. Pero si prefiriera hablar de, no sé, por ejemplo, de los sementales árabes, probablemente, me superaría a mí.
Él se rio.
–¿Cree que soy experto en sementales?
–Supongo. Confieso que me he basado en un estereotipo.
Él se encogió de hombros.
–No sé mucho de caballos. Domino más el tema de los vehículos militares. Las armas. La artillería. Cómo tender una emboscada en las dunas. Cosas así.
Quizá sus palabras deberían haberla impresionado, pero no fue así. No había nada que pareciera remotamente seguro acerca de Sayid al-Kadar. Él exudaba peligro. Ella no solía mantener muchas relaciones interpersonales pero, en ellas, el peligro era algo que había aprendido a percibir enseguida. Cuestión de supervivencia.
–Bueno, no podré darle mucha conversación sobre eso.
–Entonces, ¿el silencio será su solución? –preguntó él, arqueando una ceja.
–No le diría que no. Han sido veinticuatro horas muy largas –les había llevado un tiempo conseguir la documentación de Aden.
–Los periodistas se estarán reuniendo en Attar en estos momentos, tratando de encontrar un buen puesto frente al palacio.
–¿Saben lo que va a anunciar?
–No. Lo anunciaré cuando reciba los resultados de la prueba de ADN. Por precaución. Hay que hacer la prueba para evitar rumores acerca de que el bebé no pertenezca realmente a la familia Al-Kadar.
–Este asunto de la realeza es complicado –dijo ella.
–No lo es. Todo el mundo tiene un papel y, mientras lo desempeñen, todo funcionará bien.
Había cierta desolación en sus palabras, cierta resignación que a Chloe le provocaba curiosidad.
El avión comenzó a avanzar por la pista y ella agarró a Aden con fuerza.
–Él la pone nerviosa –dijo Sayid.
–No tengo experiencia con bebés.
–Y tampoco se moría de ganas de tener un hijo.
–Tengo veintitrés años. No me siento preparada para ello. Pero… ni siquiera planeaba casarme y tener un hijo en un futuro.
–Sin embargo, lo protege como si fuera una tigresa con su cachorro.
–Hay instintos de supervivencia que son innatos –dijo ella, mirando a Aden–. Hay una necesidad de asegurar la supervivencia de la especie y su propagación.
–¿Eso es todo?
–No –contestó ella con un nudo en la garganta.
–Es bueno. Está bien que tenga una tía que lo quiera.
Sí. Para ella era completamente natural quererlo. Sentir que era una parte de ella. Al fin y al cabo, era su sobrino, la única familia que le quedaba.
La única familia que conocía. Sus padres ya no formaban parte de su vida. Ella nunca había pensado en hablar con ellos, en volver atrás e indagar en su horrible matrimonio. Había escapado y no tenía intención de regresar.
Aden representaba el último eslabón de su familia. Su última oportunidad. Por eso su relación era tan intensa. Y él tampoco tenía a nadie. O no lo había tenido. Habían estado solos en su apartamento, sobreviviendo.
–Lo quiero –dijo ella.
–Me complace oírlo –dijo él, sin emoción en la voz.
Ella posó la mirada sobre sus ojos negros para buscar en ellos algún sentimiento oculto. Cierta ternura por el bebé que tenía entre sus brazos.
Nada.
Nada aparte de una intensa oscuridad.
–A los siete años me fui a vivir con mi tío Kalid. No sé si Rashid te lo mencionó alguna vez –dijo él.
–No –apenas había hablado con su cuñado. No solía estar presente cuando ella iba a visitar a Tamara.
–Es común que los niños soldados vayan a aprender de alguien que ya está en el puesto.
–¿Tan pequeño?
–Es necesario –dijo él–. Como mencionó antes, las experiencias tempranas influyen mucho en cómo será uno de mayor. Algo tan importante no puede dejarse al azar.
–¿Qué quiere decir?
–Que para ser un soldado perfecto no se puede ser un hombre perfecto –dijo él–. Deben destrozarte antes para que después no te pueda destrozar el enemigo.
Su tono era suave y no reflejaba ni una pizca del horror que aquello significaba. Pero estaba ahí, en sus ojos.
Era fácil quedarse atrapada en aquella mirada. Por él. Chloe notó que se le formaba un enorme nudo en el estómago.
Nunca había experimentado algo así. Nunca había sentido, ni por un momento, una atracción tan intensa.
Se volvió para tratar de centrarse. Los seis meses eran para Aden. Una oportunidad para devolverlo a su hogar. Para ofrecerle el cambio que ambos necesitaban.
No era el momento de quedar cautivada por un hombre de ojos negros y un alma aún más oscura.
SI EL avión parecía otro mundo, el palacio de Attar era aún más impresionante. Sus paredes y suelos brillaban debido a las incrustaciones de jade, jaspe y obsidiana. Sus cantos dorados relucían bajo la luz del sol.
Los frondosos jardines del palacio eran la única vegetación de la zona y suponían una extravagante demostración de riqueza. Agua abundante en un lugar desértico. De las fuentes, decoradas con estatuas con forma de mujer, manaba agua constantemente.
Enormes muros de piedra protegían al palacio del fuerte calor.
El recibidor era del tamaño del apartamento de Chloe. Las columnas estaban recubiertas de oro y los techos incrustados con piedras preciosas.
Por primera vez, Chloe se avergonzó de haber invitado a su hermana a su apartamento. Tamara nunca le había comentado nada de su pequeña vivienda, pero si aquello era a lo que estaba acostumbrada… Y Chloe no lo había imaginado. Sabía que su hermana había vivido en un palacio, pero nunca había imaginado que fuera tan lujoso.
Los aposentos en los que la habían acomodado estaban preparados para Aden y su niñera. El dormitorio era enorme. Tenía el techo alto y, sobre la cama, había una decoración en forma de estrella apoyada sobre unas columnas blancas decoradas con escenas de camellos en el desierto.
Chloe se acercó y apoyó la mano sobre uno de los camellos. Era de ámbar y estaba sobre un fondo de polvo de oro que representaba la arena de Attar. «Con una sola columna podría pagar mis estudios durante un año», pensó.
Continuó hasta la habitación de Aden, que estaba conectada con la de ella. La cuna estaba cubierta por una tela azul que colgaba del techo, y que hacía que pareciera el trono de un pequeño príncipe.
–Hemos mejorado, ¿verdad? –lo colocó en la cuna con cuidado y le acarició el vientre.
Al mirarlo, se le formó un nudo en la garganta. Aquella habitación la había preparado Tamara. Para un hijo al que nunca había podido abrazar. Y al que ni siquiera había podido llevar en el vientre.
Chloe lo había hecho, y lo había odiado. Durante todo el embarazo se había sentido muy mal, mientras que su hermana anhelaba llevar a su hijo en el vientre y no había podido hacerlo.
Las lágrimas afloraron a sus ojos. Deseaba clamar contra el mundo. Contra su injusticia. Nada tenía sentido. Y ella no podía controlarlo. Lo había intentado. Y todo había salido mal.
Un fuerte sentimiento de angustia se apoderó de ella, dejándola sin respiración.
–¿Está todo lo que necesita?
Chloe se volvió y vio que Sayid estaba en la puerta de la habitación de Aden, con las manos entrelazadas detrás de su espalda derecha y una expresión seria en el rostro. En ese momento, ella comprendió que él lo tenía todo muy claro. No sentía rabia ni nostalgia. Simplemente estaba haciendo lo que había que hacer y eso le parecía suficiente.
–Este lugar es muy bonito. Aunque imagino que eso ya lo sabe.
–El palacio se construyó al estilo tradicional de Attar. No es algo inusual aquí.
–Ah, sí. Entiendo que un castillo hecho de piedras semipreciosas pueda llegar a cansar al cabo de un tiempo –dijo ella.
–Lo encuentro mejor que la prisión del enemigo, en ese aspecto, el palacio es bonito. Al menos, es mejor ver el palacio que la celda de una prisión.
–¿Eso es todo lo que hace que sea un sitio mejor? –preguntó ella, con una risa nerviosa.
–En cierto modo es muy similar a una prisión –comentó él–. He solucionado el tema de sus estudios. Las clases las recibirá a través de una página web en la que tendrá que registrarse. De ese modo, además de tener el material de lectura, podrá visionar las clases.
–¿Y el laboratorio? Sobre todo trabajo de forma teórica, lo que significa que hago más matemáticas que experimentos de física, pero también tengo trabajo de laboratorio por hacer.
–Me temo que tendrá que posponerlo, pero no pasa nada. Es una estudiante reconocida.
–Casi todo el mundo a este nivel lo es. Si alguien sigue estudiando Física, es porque le apasiona.
–¿Y a usted le apasiona?
–Sí.
–¿Y por qué lo encuentra tan fascinante?
Ella miró a Aden.
–Me gusta conocer el porqué. El porqué de todas las cosas –miró de nuevo a Sayid–. Aunque he descubierto que hay cosas en la vida que no son explicables. Todavía no he descubierto cómo conseguir que todo tenga un sentido.
–No todo puede explicarse –dijo él.
–Pero mi gran apuesta es ver si se puede encontrar una explicación.
Él negó con la cabeza.